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Leyenda de los Héroes galácticos Vol 6: Vuelo

Prólogo. 1 2 3 4 5 6 7 8 Personajes

Listado de Personajes

Imperio Galáctico

REINHARD VON LOHENGRAMM- Kaiser del Imperio (Neue-Reich)

PAUL VON OBERSTEIN- Mariscal del Imperio. Ministro de Defensa

WOLFGANG MITTERMEIER- Mariscal Imperial. Comandante en jefe de la Armada espacial Imperial. Conocido como “Lobo del vendaval”

OSKAR VON REUENTAHL. Mariscal Imperial. Secretario general de los cuarteles generales Supremos. Tiene ojos heterocromáticos.

FRITZ JOSEF WITTENFELD- Alto Almirante. Comandante de la flota de los lanceros negros.

ERNEST MECKLINGER- Alto Almirante. Administrador de los cuarteles generales supremos (encargado de la logística) Conocido como el “Almirante Artista”

ULRICH KESSLER.Alto Almirante. Comisionado de la Policía militar y comandante de defensa de la capital.

AUGUST SAMUEL WAHLEN.Alto Almirante- Comandante de Flota.

NEIDHART MÜLLER.Alto Almirante. Comandante de Flota. Conocido como Müller “Muro de Hierro”

HELMUT LENNENKAMP.Alto Almirante. Comisionado imperial en la Alianza.

ADALBERT FAHRENHEIT.Alto Almirante- Comandante de Flota.

ARTHUR VON STREIT.Vice Almirante.  Ayudante senior del Kaiser Reinhard von Lohengramm.

HILDEGARD VON MARIENDORF. Secretaria jefe del Kaiser. Tratada como Capitan (¿o Comandante¿) Llamada a menudo Hilda.

FRANZ VON MARIENDORF. Ministro de Interior. Padre de Hilda.

HEINRICH VON KÜMMEL. Primo de Hilda. Barón.

HEIDRICH LANG. Jefe de la oficina de seguridad  doméstica.

ANNEROSE VON GRÜNEWALD. Hermana mayor de Reinhard. Condesa Grünewald y Archiduquesa del Imperio.

JOB TRÜNICHT .Antiguo jefe de estado de la Alianza.

RUDOLF VON GOLDENBAUM. Fundador de la Dinastía Goldenbaum, del Imperio galáctico.

Fallecidos

SIEGFRIED KIRCHEIS. Murió haciendo justicia a la fé que Annerose puso en el.

Karl Gustav Kempf. Murio intentando chocar 2 estrellas de la muerte (XD)

Alianza de Planetas libres.

YANG WEN-LI Mariscal. Antiguo comandante de la fortaleza Iserlohn y su flota patrullera. Retirado.

JULIAN MINTZ.Subteniente. Hijo Adoptivo de Yang.

FREDERICA GREENHILL YANG. Ayudante (y prometida) de Yang. Teniente comandante. Retirada.

ALEX CAZELLNU. Administrador general en funciones de servicios de retaguardia. Vicealmirante.

WALTER VON SCHENKOPP. Vice Almirante. Retirado. 13º Comandante del regimiento Rosenritter. Comandante de defensa de la fortaleza Iserlohn. Retirado.

EDWIN FISCHER. Vice comandante de la flota patrullera de Iserlohn. Maestro de operaciones de flota. Temporalmente  en la reserva.   

MURAI. Jefe de personal de Yang. Contralmirante. Temporalmente en la reserva.

FYODOR PATRICHEV. Subjefe de personal de Yang. Commodoro. Temporalmente relevado de sus deberes.

DUSTY ATTENBOROUGH. Comandante de Division en la flota de Iserlohn. Compañero de clase de Yang. Vicealmirante. Retirado.

OLIVIER POPLAN. Capitán de la primera división de espartanians de Iserlohn. Comandante.

ALEXANDER BUCOCK. Comandante en jefe de la Armada espacial de la Alianza. Mariscal. Retirado.

LOUIS MASHENGO.Guardaespaldas de Julian. Alferez.

KATEROSE VON KREUTZER. Cabo. Apodada Karin.

WILLIBALD JOACHIM VON MERKATZ. Veterano Almirante. Comandante de las tropas restantes de la flota de Yang.

BERNHARD VON SCHNEIDER. Ayudante de Merkatz. Comandante.

JOÃO LEBELLO.Primer Ministro

Fallecidos

IVAN KONEV.Piloto de cabeza fría, fallecido en la batalla de Vermillion.

Dominio Phezzan.

ADRIAN RUBINSKY. 5º terrateniente, apodado “zorro negro de Phezzan”

NICOLAS BOLTEC. Gobernador general provisional

BORIS KONEV. Mercader Independiente. Viejo conocido de Yang. Capitán de la nave mercante Beryozka.

Arzobispo DE VILLIERS.Secretario general de la iglesia de Terra.

*Los titulos y rangos corresponden al estatus de cada carácter al final de Mobilizacion o su primera aparición en Vuelo.

I

“La civilización humana tal y como la conocemos, comenzó en este planeta llamado Tierra. Y ahora, está expandiendo su alcance a otros cuerpos celestes. Algún día, podemos esperar que la Tierra sea un mundo habitado de muchos. Esta no es una profecía. Es solo cuestión de tiempo antes de que se convierta en realidad «.

Así lo proclamó Carlos Sylva, 5º ministro del espacio, para el Gobierno Global, después de que un equipo de exploración diera el primer paso en la colonización interplanetaria al poner rumbo a Plutón en el año 2280 d.C. Sylva era un hombre de negocios capaz, pero no era un pensador filosófico o creativo. Su discurso fue poco más que una repetición de lo que entonces era conocimiento común.

Antes de que la realidad de la que hablaba tomase forma, sin embargo, el ser humano se vería obligado a derramar la sangre de sus semejantes, solo para beberla en masivas cantidades como si fuera alguna clase de comunión blasfema. Tuvieron que pasar otros siete siglos tras ese discurso de Sylva para que el núcleo político de la civilización se desplazara a otro planeta.

El gobierno global se había formado en el 2129 DC, en un mundo cansado tras 90 años de conflicto que terminó por creer que, solo purgando a la peor creación del hombre, las naciones soberanas, terminaría por ser liberada la humanidad de la estupidez de sacrificar millones de vidas en los altares de los poderosos. El tiroteo global (con armas termonucleares) que había sido conocido como la guerra de los trece días, redujo las principales ciudades de los dos bandos implicados (El condominio norteño y los estados unidos de Euráfrica) a pozos de radiación; una mórbida venganza a los abusos del poder militar. Los poderes menores que se vieron atrapados en medio de la carnicería salvaje no escaparon a su propia dosis de dolor y sufrimiento, puesto que tanto el condominio Norteño como los estados unidos de Euráfrica temiendo que el otro obtendría de esos poderes menores los recursos para seguir con la lucha, lanzaron sus arsenales de armas de destrucción masiva a los países neutrales.  Que ambos bandos se destruyeran mutuamente resulto ser un pequeño confort para aquellos que sobrevivieron. Para evitar el resurgimiento de tal tiranía sería necesario un sistema fuerte y unido. Sin él, el mundo estaría abocado a una espiral de destrucción de la que posiblemente no podría recuperarse.

A la larga, se trataba de unir un complejo de estructuras de poder en una única superestructura general. Pero abundaba el cinismo y algunas personas se mostraban menos optimistas acerca de poner su fe en la política. «Incluso si no hubiera más guerras mundiales», dijeron, «todavía tendríamos guerras civiles». Quizás no estaban del todo equivocados, pero tal retórica no fue lo suficientemente fatalista como para hacer que la gente hiciera oídos sordos a su advertencia. En cualquier caso, dado que la población mundial se había reducido a unos mil millones de seres humanos y la producción de alimentos se había ralentizado a un ritmo lento, apenas había energía suficiente para sostener una guerra civil.

La capital del Gobierno Global se estableció en Brisbane, una ciudad en el noreste de Australia frente al Océano Pacífico. Su ubicación en el hemisferio sur, donde los daños de la guerra fueron mínimos, la hizo ideal como centro político. También fue un centro para el bloque económico más grande del planeta, rico en recursos naturales y geográficamente alejado de aquellas naciones que habían causado los desastres de la guerra.

Una de las principales consecuencias del establecimiento del Gobierno Mundial fue una fuerte disminución de la influencia de la religión. Por más que lo intentaron, las organizaciones religiosas tradicionales finalmente no lograron poner fin a la era de los conflictos que finalmente se resolvió con el nacimiento del Gobierno Global. En todo caso, la religiosidad fue un factor primordial para fomentar la enemistad y el prejuicio entre bandos opuestos. Los ejércitos privados que representaban a varias sectas religiosas mataron desenfrenadamente a las mujeres y los hijos de los herejes, todo en nombre de su Dios todopoderoso. A raíz de la destrucción del Condominio Norte, las Naciones menores que defendían la autoridad local en todo el continente de América del Norte transformaron esta gran potencia industrial una vez conocida como el pináculo de la razón y el gobierno republicano en un páramo de metal, resina y hormigón, infectando a los supervivientes con virus de superstición y exclusión.

Al final, su Dios no intervino, su mesías no apareció y la gente a duras pena había sido capaz de recomponer su mundo (y eso solamente, a través de un esfuerzo titánico) a partir de un abismo de ruinas.

La reconstrucción procedió con rapidez. La población remanente lo puso todo en proyectos grandes y pequeños, construyendo la nueva capital y revitalizando tierras devastadas, pero siempre con un pie puesto en la frontera del espacio exterior.

Según las palabras de un dicho popular: «El que posee la frontera nunca será contado entre los débiles». Antes del establecimiento del Gobierno Global, la humanidad había dejado su huella en Marte, pero en 2166 d.C., los humanos habían atravesado el cinturón de asteroides para construir una base de desarrollo en el satélite Io de Júpiter. El Ministerio del Espacio era el departamento más activo del Gobierno Global en ese momento. Su sede estaba ubicada en la superficie de la luna, donde funcionaba como el centro neurálgico de todas las divisiones, incluidas las navegaciones, los recursos, las instalaciones, las comunicaciones, la gestión, la educación, la ciencia, la exploración y el transporte marítimo. La inmensidad de su escala estaba en proporción con la época, y a mediados de la década de 2200 su población superó a la de Brisbane.

Como decían algunos Brisbane, podría haber sido la capital de la Tierra, pero la ciudad lunar era la capital de todo el sistema solar.

Al principio, cualquier actividad de terraformación realizada fuera del planeta permaneció confinada al sistema solar. En el año 2253 d.C., la primera nave de exploración interestelar dio paso a Alpha Centauri, pero cuando no regresó veinte años después, la gente comenzó a dudar si sus sueños de colonizar mundos no descubiertos se realizarían alguna vez. Sin embargo, la población todavía rondaba los cuatro mil millones, por lo que solo el sistema solar ya prometía proporcionar espacio vital más que suficiente.

En 2360 d.C., un equipo de ingenieros espaciales y su líder, el Dr. Antonel János, se convirtieron en los salvadores de toda la raza humana cuando por fin se logró el viaje superlumínico. Al principio, los viajes warp funcionaban solamente en distancias cortas. Más importante aún, provocaban efectos notablemente adversos en el cuerpo humano, especialmente en el área de la fertilidad femenina. Pero para el 2391 d.C., la tecnología estaba completamente implementada y perfeccionada. Esto amplió el alcance de la exploración hasta el punto de que, en 2402 d.C., se descubrió un planeta habitable en el sistema estelar Canopus. Y con ese descubrimiento, comenzó la era de la migración interestelar.

Con esta nueva tecnología, sin embargo, aparecieron las primeras grietas en el sistema de «autoridad única» bajo el cual ahora se gobernaba el mundo. En 2404 d.C., incluso cuando el primer equipo de emigrantes interestelares partía hacia la base de navegaciones en Io con una aclamación entusiasta, los líderes del Gobierno Global en Brisbane se enfrentaban a un debate elíptico: ¿cuánta autonomía deberían otorgar a esos asentamientos cuando se establecieran cada vez más y más lejos de la Tierra? ¿Se les debería permitir la independencia total, acatar las leyes y regulaciones de la Tierra sin compromiso, u operar en algún lugar entre esos dos extremos?

A lo largo de ocho décadas, la organización fundada modestamente como el Departamento de Seguridad de la Navegación Espacial del Ministerio fue ascendida al Departamento de Paz Pública del Ministerio del Espacio, que luego se convirtió en el Comando de Defensa Espacial bajo el subsecretario de Defensa y finalmente en la Fuerza Espacial. La Fuerza Espacial tenía una disposición completamente diferente a la NCASF, o Fuerza Espacial Aérea del Condominio Norte, que amenazaba y dominaba a los países más débiles desde el aire antes de que existiera el Gobierno Global. El propósito de la Fuerza Espacial era garantizar la seguridad de los ciudadanos que viajan por el espacio protegiendo las libertades civiles y las economías contra cualquier irregularidad que pudiera socavar esos privilegios. Con el advenimiento de los viajes interestelares, se produjo una amnesia casi total por el hecho de que cualquier ejército que promocionara un énfasis en la protección pacífica de los asuntos domésticos se estaba volviendo loco inevitablemente con invasiones y campañas ofensivas en el extranjero, donde sus acciones transcurrían relativamente desapercibidas para los poderes centrales.

Una y otra vez, cualquier estudiante de la historia posterior habrá encontrado pruebas de que un ejército es la organización más poderosa y violenta de una nación, que no puede haber grupos militares fuera de cualquier nación que afirme unir a toda la humanidad. Y así, a pesar de una suficiencia mínima de poder militar, La fuerza espacial continuó expandiendo su mano de obra y recursos materiales.

Para el año 2527 d. C., esta organización militar significativamente ampliada mostraba signos de degeneración interna, pero una reunión de la sección sobre desarme y control de armas en el Congreso de Unificación generó quejas cínicas de todos los lados. Uno de esos testimonios describió la situación en los siguientes términos:

“¿Acaso no son los militares de alto rango otra cosa que nobleza armada con otro nombre? Como ejemplo, echemos un buen vistazo a la extravagante vida de Arnold F. Birch, capitán de la Dixieland, la nave nodriza adscrita a la cuarta compañía como cuartel general. Sus dependencias consistían de una oficina, una sala de estar, un dormitorio y un baño, por un área total de 240 metros cuadrados. Pero comparemos eso con las dependencias de los soldados, en el nivel inferior, donde podemos encontrar a noventa hombres apretujados en ese mismo espacio. Con respecto a los trabajadores, es perfectamente natural que un capitán tenga un ayudante asignado. Pero el tenía una secretaria privada (una oficial), seis ordenanzas, dos cocineros personales, y una enfermera privada para atender cualquier necesidad. Por supuesto, sus salarios provenían del erario público. Pero la mayor indignidad resulta en que un hombre enfermo en necesidad de los cuidados de una enfermera esté al mando de una flota completa.”

Esta acusación se convirtió en blanco de acaloradas críticas. Los militares ya tenían suficientes portavoces dentro del Congreso y la prensa como para manejar la situación.

Los viajes interestelares se habían acercado a un techo en términos de innovación tecnológica y alcance efectivo, y cualquier perspectiva de desarrollo ilimitado se estaba desvaneciendo. Para el 2480 d.C., la esfera de influencia de la humanidad había alcanzado un radio de 60 años luz, con la Tierra como centro. Para el 2530 d. C., ese radio se había expandido a 84 años luz; en 2580, se había arrastrado hasta los 91 años luz; y hacia 2630, 94 años luz. Y aunque la expansión claramente se había estancado, los organismos militares y burocráticos que apoyaban estos esfuerzos cada vez más inútiles estaban creciendo a proporciones gigantescas.

Incluso cuando los avances científicos se estancaban, florecían las injusticias económicas. La Tierra ya había plegado sus industrias mineras y agrícolas, apostando capital en cambio para controlar sus más de cien colonias, desviando codiciosamente ganancias y recursos a cambio. Cualquier autonomía gubernamental otorgada nominalmente a los planetas colonia no hizo nada para aliviar su subordinación a la Tierra. Se estableció un Congreso Panhumano con la esperanza de aliviar algunas de estas preocupaciones. Pero mientras que el Congreso Panhumano tenía buenas intenciones de hacerlo, el 70% de sus delegados habían sido elegidos de la Tierra. Y debido a que la enmienda de cualquier proyecto de ley presentado al Congreso requería una aprobación del 70 %, no había posibilidad de que las preocupaciones de las colonias estuvieran representadas de manera justa. En un momento, un delegado elegido por el sistema estelar de Spica llamó la atención sobre la distribución desigual de los abundantes recursos naturales y financieros de la Tierra. El secretario general del Partido Republicano Nacional en el poder del Gobierno Global, Joshua Lubrick, le respondió:

“Cualquier carencia sufrida por los planetas colonia puede deberse solo a su propia incompetencia y nada más. Insistir en que la Tierra tiene la culpa es la definición misma de una mentalidad esclava, una que muestra una falta de independencia y ambición «.

Sentimientos como estos fueron chispas que provocaron incendios de ardiente indignación a través de los planetas colonizados. El monopolio de la Tierra había obligado a las colonias a adoptar monocultivos para comprar sus cosechas muy por debajo del valor real y empujando a quienes las producían al borde de la inanición. Como resultado de estas y otras injusticias, las interacciones con la Tierra se enfriaron.

Según el historiador Ivan Sharma, “En ese momento, la Tierra carecía de recursos, al igual que sus habitantes carecían de imaginación. No hay duda de que esto último alimentó su actual deterioro «.

La falta de imaginación de la Tierra se manifestó en su obstinada lealtad al dogma elitista. Los poderosos solo crecieron a las alturas que lo hicieron porque estaban tan profundamente comprometidos con las nociones de riqueza ancestral y fuerza militar que incluso pensar en cuestionarlos era arriesgarse a socavar los cimientos mismos del poder terrestre. La Tierra saqueó sus colonias y, a través de su abundancia, fortaleció su propia destreza militar. En efecto, la gente de las colonias había apoyado a los mismos soldados que los vigilaban y oprimían.

Para el año 2682 d.C., las colonias habían llegado a un punto de ruptura. Uniéndose, hicieron las siguientes demandas. Primero, la Tierra iba a recortar su ejército desmesurado. En segundo lugar, el número de representantes elegidos para el Congreso Panhumano debía redistribuirse para reflejar las proporciones reales de las poblaciones interplanetarias. En tercer lugar, el capitalismo terrenal dejaría de intervenir en los asuntos económicos de sus colonias. Para quienes hicieron las demandas, estas eran esperanzas naturales, aunque modestas. Pero para quien debía responder dichas demandas, estas eran difíciles de cumplir. De cualquier manera, ¿qué derecho tenían para hacer tales demandas en primer lugar? Esos bárbaros de la frontera apenas conocían su lugar, ¡pero se atrevieron a hacer demandas al superestado soberano de la Tierra como si fueran iguales!

La luna de miel había terminado. La Tierra dejó de cumplir su responsabilidad con el Congreso Panhumano, pero no sin intentar llegar a un acuerdo.

El historiador Ivan Sharma mira oscuramente a través de un catalejo este giro de los acontecimientos:

“En esta coyuntura histórica, la depresión moral de la Tierra fue más profunda que nunca. La gente de la Tierra estaba decidida a garantizar sus derechos manifiestos, incluso si esa garantía volaba en contra de la justicia. Pero, ¿cómo iban a ejercer dichos derechos como primer paso hacia el avance y el progreso? ”

Contrariamente a la perspectiva especulativa de Sharma sobre el pasado, las personas de las que escribe ya no se preocupan por el avance y el progreso. Y así, la Tierra recurrió a la conspiración y la fuerza militar bruta para reprimir el descontento de sus colonias. El gobierno del sistema estelar Sirius pasó a la ofensiva y se encargó de encabezar una naciente facción anti-Tierra.

La Tierra comenzó a difundir desinformación, alegando que Sirius la estaba criticando en cada oportunidad posible. Esto no se debió a que Sirius buscara la igualdad, sino a que aspiraba a gobernar a toda la humanidad en el lugar de la Tierra. Desde el punto de vista de Sirius, la Tierra debía ser temida universalmente, ya que sus políticas habían erosionado hasta la última esperanza de relaciones amistosas con sus colonias. No todos los planetas coloniales tenían motivos para culpar a la Tierra de manera tan descarada. Algunos decían que su descontento no estaba relacionado en absoluto con la ruina de la Tierra, sino con la posibilidad de que cada colonia tuviera que renunciar a su propia libertad y su futuro subordinado a un Sirius maníaco. Sirius ahora se había convertido en un enemigo común tanto para la Tierra como para las otras colonias. Su misma existencia era un peligro para todos. Antes de que nadie supiera mejor, Sirius había acumulado un increíble poder y armamento nacional, e incluso había puesto en marcha una red de espías para proteger sus intereses clandestinos. En poco tiempo, el lema «¡Cuidado con Sirius!» estaba en boca de todos.

Cuando se enfrentaron a este desarrollo de acontecimientos, los líderes de Sirius se rieron de esas acusaciones de tiranía. Otros líderes coloniales se rieron con ellos, aunque solo a la defensiva, con la más sincera esperanza de que la Tierra simplemente hubiera estado difundiendo rumores con el propósito de afirmar su hegemonía.

Por lo tanto, la Tierra reconoció oficialmente a Sirius como una nación enemiga. Eran un enemigo controlable, un villano miserable que solo podía ceder y suplicar piedad si la Tierra decidía mostrar su verdadero poder. Pero incluso cuando la Tierra estaba propagando la amenaza y el poder de Sirius en el escenario principal universal, se estaba gestando un desarrollo imprevisto entre bastidores.

Muchos ciudadanos de a pie comenzaron a creer que el poder y las intenciones de Sirius sobrepasaban a los de la tierra. Todas las demás naciones autónomas, incluida Sirius, siguieron su ejemplo.

Al principio, y con malicioso deleite, la Tierra había magnificado una imagen falsa de Sirius, solo para ver cómo el espejismo tomaba una forma tridimensional como una terrible realidad en la mente de las personas. Las colonias estaban asombradas por el aparente poder de Sirius y se convencieron a sí mismas de que todo terminaría bien si llegaba la Tierra con todo su poder militar. También hubo quienes mantuvieron puntos de vista más cínicos, como el famoso ejemplo de un periodista llamado Marenzio:

“Anoche, una carretera local se inundó cuando se rompió una importante línea de agua subterránea. Tenemos todas las razones para creer que un espía de Sirius estaba detrás del incidente. Esta mañana, un hombre fue arrestado por una serie de incendios provocados en el Bloque F. Las autoridades sospechan que ese mismo espía pudo haberle lavado el cerebro para que cometiera estos crímenes. No se equivoquen al respecto: las intrigas diabólicas de Sirius se remontan a todos esos barcos que han desaparecido en el Triángulo de las Bermudas, al genocidio de los pueblos indígenas e incluso a que Eva comiera la fruta prohibida. Ay, Sirius, dejarás tu nombre en la historia como el de un mal universal.”

No es sorprendente que esta emblemática hipérbole provocara la ira y el odio de las agencias de seguridad en todos los ámbitos. Debido a que no podían castigar abiertamente a su autor por simplemente expresar su opinión, en cambio amenazaron a su jefe y lo degradaron a un lugar no revelado en la frontera, de donde nunca más se supo de él.

Mientras tanto, el complot de la Tierra para pintar a Sirius como el enemigo de su propia propaganda provocó una consecuencia muy irónica cuando varios planetas colonia, albergando animosidad hacia la Tierra, comenzaron a acercarse a Sirius con la esperanza de estar en el bando ganador. De hecho, la Tierra les había hecho creer que echar su suerte con Sirius era la única forma de apuntalar sus defensas contra el despotismo de la Tierra.

La situación se deterioró rápidamente para la Tierra cuando una colonia tras otra decidió unir fuerzas con Sirius. E incluso cuando el gobierno de la Tierra estaba preocupado por los fracasos de su plan aparentemente infalible, Sirius encabezó una vigorosa campaña contra la Tierra en respuesta a las crecientes presiones. En 2689 d.C., temiendo la precipitada expansión militar de Sirius, la Tierra decidió enseñarle a su colonia más autosuficiente una dura lección de provocación.

Sirio reunió a todas las guarniciones coloniales a su disposición para realizar ejercicios militares conjuntos, prometiendo provisiones de artillería pesada. Al ver que estas actividades se estaban montando a una escala tan grande, las fuerzas militares de la Tierra usaron esto como un pretexto para lanzar un ataque preventivo. Sus tácticas de guerra relámpago fueron un éxito rotundo. El planeta natal de Sirius, Londrina, el sexto planeta de la zona estelar Sirius, fue arrasado por las llamadas Fuerzas Globales. Todas las poblaciones coloniales involucradas, comenzando por la de Sirius, huyeron al espacio, dejando las superficies de sus planetas en ruinas.

A pesar de haber salvado a su planeta de la aniquilación, la disciplina y la moral entre las tropas de la Tierra habían degenerado a un nivel abominable. El cuartel general local se dedicó a procesar el enorme número de personas involucradas en la limpieza posterior. Por un lado, la cantidad de materiales confiscados no se informó, mientras que el resto se destinó a los espaciosos bolsillos de los oficiales terrestres de más alto rango. Por otro lado, las bajas enemigas se exageraron drásticamente. El número real de muertos en combate, que ascendía a 600.000, se había elevado a 1.500.000. Para hacer que ese número pareciera más plausible, la Fuerza Espacial no solo masacró a miles de civiles inocentes, sino que también llevó a cabo silenciosamente el acto bárbaro de desmembrar cadáveres para que pareciera que esas partes del cuerpo pertenecían a un mayor número de muertos por la guerra. Los oficiales de la Fuerza Espacial tampoco informaron el número de bajas entre los suyos para que los oficiales pudieran malversar esos salarios que habrían ido a parar a los muertos si todavía estuvieran vivos.

El clímax de esta espantosa farsa tuvo lugar en un tribunal militar celebrado en febrero del año siguiente, 2690, en la capital de la Tierra, Brisbane. Allí, un periodista que había arriesgado su vida en el campo de batalla para informar desde el frente fue acusado de sacar a la luz la atrocidad de la masacre de civiles perpetrada por los soldados de la Tierra. Enfrentándose a la información que ganó con tanto esfuerzo, solo los oficiales militares tomaron el estrado de los testigos. No se trajo a nadie del lado de las víctimas para que testificara. Los perpetradores, por supuesto, negaron su complicidad en el asunto. Se volvieron patrióticos por haber luchado tan valientemente por el honor de su patria y sus compatriotas, solo para que sus motivos fueran cuestionados mientras aún se lamían las heridas. Qué inconcebible era, decían entre lágrimas forzadas, que algún periodista ignorante subiera a su caballo moral y tratara de difamarlos como si se tratara de un truco publicitario. El tribunal exoneró a los acusados ​​y dictó una sentencia por difamación sobre su acusador, prohibiéndole ejercer el periodismo relacionado con el ejército en cualquier momento en el futuro. Los vencedores, montados sobre los hombros de sus compañeros de armas, marcharon por la avenida central de la capital, entonando canciones de guerra a todo pulmón. Mientras los versos de «Bajo la bandera de la justicia», «Guardianes de la paz», «Mi vida por honor» y «El regreso triunfal del héroe» salieron de sus labios, su supremacía se sentía más segura que nunca.

Todo lo cual sólo despertó aún más el apetito de las fuerzas militares de la Tierra. No importaba la crueldad, distorsionaron la verdad bajo el engaño de que podían salirse con la suya sin importar lo que hicieran. Sin responsabilidad que mostrar por sus acciones, vieron como una desventaja no cometer delitos para beneficio personal. El asesinado en masa de civiles, la violación de mujeres, la destrucción de ciudades y el saqueo era mucho más natural y más fácil que el desafío de luchar contra un enemigo digno. De este giro pecaminoso, solo podían ganar. Los militares habían pasado de ser un grupo de soldados a una banda de ladrones, y sus corazones ardían de idealismo romántico por el próximo campo de batalla.

Es decir, hasta el incidente de Raglan City.

Si bien los restos de los ejércitos coloniales derrotados habían huido a Ciudad Raglan, con armas y todo, de mayor importancia para las Fuerzas Globales era que Raglan, como centro de producción y distribución de los abundantes recursos naturales del planeta Londrina, había acumulado una gran riqueza tanto a ras de suelo como bajo tierra. La fuerza de asalto terrestre movilizó su infantería, utilizando quince divisiones de campo mecanizadas para hacer un muro de tropas alrededor del perímetro de la ciudad. Además, prepararon cuatro unidades de asalto aéreo y seis unidades de guerra urbana para asaltar la ciudad. La primera ola de ataque estaba planeada para el 9 de mayo, pero se pospuso dos veces: la primera porque el alcalde de Raglan, Massaryk, se había excedido en sus negociaciones para evitar la guerra, y la segunda porque dentro de las fuerzas de asalto terrestres, cierto vicealmirante Clérambault, segundo al mando de la División Estratégica del Cuartel General de Comando, había minimizado repetidamente los planes tácticos de las fuerzas locales para prevenir actos de barbarie. Sin embargo, sus esfuerzos fracasaron cuando, en la noche del 14 de mayo, diez unidades asaltaron las calles de Raglan City desde tierra y aire.

La invasión no salió en absoluto según lo planeado. Asediados por una fuerza masiva y presa del pánico, algunos de los soldados que permanecían en Ciudad Raglan, pensando que podrían neutralizar un ataque entregándose a las Fuerzas de asalto terrestres, se apresuraron a organizar escuadrones de vigilantes y comenzaron a cazar insurgentes. Pero los perseguidos tenían su propia agenda, y debido a que tenían armas, no se permitirían simplemente que los expulsaran. Los tiroteos estallaron en toda la ciudad y, a las 8:20 p.m., los soldados observaron desde el perímetro cómo los tanques de hidrógeno líquido del Bloque Occidental se incendiaban. Tomaron esto como su señal para lanzar una ofensiva en lo que se conocería como la «Noche de Sangre».

Sus órdenes fueron duras, sin duda:

“Cualquiera que lleve armas será disparado a discreción. Sin hacer preguntas. Cualquiera que fuera sospechoso de portar armas, y aquellos que parecieran resistirse, escapar o esconderse, serían castigados en consecuencia «.

Al dar a la tropa permiso para matar, los militares habían efectivamente condonado abiertamente el asesinato indiscriminado.

Aquellos que asaltaron la ciudad estaban hambrientos del asesinato y destrucción que habían sido autorizados a llevar a cabo, febrilmente violando y saqueando dondequiera que fueran capaces. Tales acciones no habían sido oficialmente sancionadas, pero aun así fueron tranquilamente toleradas. Los cuadros y las joyas que habían sido robadas de los museos de la ciudad, y los libros raros fueron arrojados al fuego por ignorantes soltados que nada entendían de un inestimable valor.

El bloque norteño de la ciudad acomodaba una refinería de diamantes, así como plantas de procesamiento de oro, platino y otros minerales preciosos. Naturalmente, También se convirtieron en un objetivo de ataque por parte de las excesivamente entusiastas fuerzas de asalto terrestre, cuya segunda unidad de asalto aéreo y quinta de asalto terrestre mataron accidentalmente a algunos de sus propios miembros en su afán destructivo. Las bajas se contaron por el millar y medio en ambos batallones, pero una investigación llevada a cabo al día siguiente reveló que más de sesenta cuerpos habían sido abiertos en canal, presumiblemente para obtener los diamantes en bruto que habían tragado. Entre las bajas civiles, las víctimas eran cien veces las de la tropa. Los viejos tenían las mandíbulas cortadas con cuchillos militares y los dientes de oro arrancados, y las mujeres tomadas por la fuerza vieron como les cortaban las orejas para tomar sus valiosos pendientes y los dedos para tomar sus anillos.

La noche de sangre duro diez horas. En ese tiempo, casi un millón de habitantes de Ciudad Raglan fueron asesinados por las fuerzas de asalto global, mientras que los daños provenientes de la destrucción y el saqueo ascendieron a un total de 15.000 millones de la divisa común. Los mandos locales se quedaron una porción sustancial de bienes robados para sí mismos e informaron a la tierra que tras una fiera batalla, las fuerzas enemigas habían sido eliminadas y la ciudad había sido exitosamente ocupada.

En su rabia, Clérambault agarró un bolígrafo y descargó su rabia en su diario por fracasar en prevenir la barbarie de sus camaradas de armas.

Nada en la Sociedad humana es tan atroz como un ejército sin vergüenza ni autocontrol. Y la fuerza a la que sirvo se ha convertido en justamente eso.

En los cuarteles generales de la capital, los líderes de la tropa que charlaban relajadamente ante sus pantallas de comunicación con un vaso de whisky en la mano recuperaron la sobriedad al escuchar la voz cargada de desprecio de un veterano almirante llamado Hazlitt.

“Lucís muy contentos para una panda de hombres que acaban de hacer pasto de las llamas, las ciudades en las que viven otros seres humanos ¿Acaso ese pensamiento os entusiasma? ¿Os trae alegría? Os garantizo que, de aquí a una década, nuestra capital sufrirá el mismo destino. Recordad mis palabras ¿No deberíamos al menos estar preparados para esa eventualidad?”

Pero aquellos que criticaban las malas acciones de sus aliados estuvieron siempre en la minoría. Dos disidentes como esos, fueron tratados con resolución y retirados del deber activo.

Un tal contraalmirante Weber, que trabajaba como secretario jefe de prensa, hizo la siguiente declaración inicial:

“Puedo decir con confianza que no se llevó a cabo ningún caso de masacre o pillaje en Ciudad Raglan. Aquellos que reclaman tanto deberían ser tildados de rebeldes cuyo único objetivo es inventarse historias y así herir el honor de las Fuerzas Globales”.

Tres días después, el ejército cambió de tono:

“Después de un cuidadoso examen interno, hemos determinado que de hecho ocurrieron masacres y saqueos, aunque en una escala mucho menor de lo que se informó originalmente. Las bajas fueron, como máximo, veinte mil. Además, los perpetradores de estos actos atroces no fueron las Fuerzas Globales, sino extremistas guerrilleros anti-Tierra escondidos en la ciudad. Ellos atribuyeron sus propios crímenes a las Fuerzas Globales en un intento de incitar sentimientos anti-Tierra. Puede estar seguro de que estos atroces crímenes recibirán el castigo adecuado «.

Los portavoces militares nunca divulgaron el razonamiento o los procesos de investigación por los que habían llegado a un cambio de posición tan rápido con respecto a su posición en la escaramuza de ciudad Raglan. Las acciones, continuaron enfatizando, eran más importantes que las palabras. Era su responsabilidad castigar brutalmente a estos insurgentes armados que habían destruido las vidas de civiles y el orden público junto con ellos. Llevar a cabo dicho deber al máximo, afirmaron, les obligaría a realizar otra operación de búsqueda y destrucción en ciudad Raglan.

Lo que en la superficie parecía un acto rápido de recompensa en realidad permitió a las Fuerzas Globales regresar por esos bienes materiales que no habían robado la primera vez, eliminar a cualquier testigo ocular persistente que pudiera comprometer la credibilidad de su historia y reprimir completamente la lucha contra los esfuerzos anti-Tierra. Pero las Fuerzas Globales, como había predicho Clérambault, perdieron el control de sí mismas y se desbocaron. Si su cuarto objetivo era sembrar el miedo hacia la facción anti-Tierra y sofocar el entusiasmo por la resistencia, nunca funcionó. En todo caso, sembraron más odio y hostilidad. Su pequeña operación de «limpieza» costó otras 350.000 vidas.

Incluso sus crueles manos de opresión, sin embargo, dejaron que unos pequeños granos de arena cayeran sin ser vistos entre sus dedos, para gran pesar del Gobierno Global y el deleite de las colonias. Resultó que estos granos fueron los primeros de lo que se convertiría en una montaña de proporciones históricas.

Un periodista solivisionista de veinticinco años llamado Kahle Palmgren fue golpeado hasta la inconsciencia con rifles láser y dado por muerto cuando se negó a una inspección material por parte de los militares. Cuando volvió en sí, descubrió que lo habían arrojado encima de una pila de cadáveres. Viendo que el montículo había sido rociado con combustible de cohete y que lo habían prendido, logró escapar a través de la espesa nube de humo antes de que el fuego pudiera agregarlo a sus víctimas.

También estaba Winslow Kenneth Townsend, un contable de veintitrés años que trabajaba en las oficinas de una mina de radio metálico y secretario de un sindicato, que observaba el paso del ejército desde la ventana de su apartamento cuando un soldado borracho le disparó desde abajo. El rayo de la pistola se dirigió directamente a la frente de su madre, que estaba junto a él. Fue completamente ignorado cuando presentó cargos contra las autoridades militares, quienes respondieron acusándolo a su vez de matar él mismo a su madre. Sabiendo que era inútil llevar el caso más lejos, huyó a las minas, escabulléndose de sus perseguidores hasta que desapareció por completo del radar.

Luego estaba Joliot Francoeur, un estudiante de medicina herbal de veinte años en la filial institucional de una escuela de medicina, quien con su guía de referencia médica de dos mil páginas abrió la cabeza a un soldado de la Tierra por violar a su novia. Esto no le dejó más remedio que colarse en las alcantarillas subterráneas como fugitivo. Solo después de su exitosa fuga se enteró de que su novia se había suicidado.

Y finalmente, estaba Chao Yui-lun, de diecinueve años, que no tenía interés ni en la política ni en la revolución, y que había estado estudiando composición en un conservatorio de música. Después de perder a su hermano y a su cuñada, que lo criaron en lugar de sus padres, a causa de los disparos aleatorios de los oficiales del cuerpo de seguridad, agarró a su sobrino de tres años y huyó de una ciudad Raglan envuelta en llamas.

Estos cuatro supervivientes adquirieron gran renombre. A diferencia de ellos, la mayoría de los que juraron vengarse de las Fuerzas Globales mientras veían arder sus calles en llamas murieron en el intento y terminaron con sus vidas en la oscuridad. Para este fatídico cuarteto, la resistencia era más que una cuestión de principios. Era el medio para sobrevivir.

«La ciudad de Raglan ha ardido hasta los cimientos», decía el informe oficial, «dejando atrás enormes ruinas carbonizadas, 1,5 millones de muertos, 2,5 millones de heridos, 4,5 millones de prisioneros de guerra y cuatro vengadores».

«Vengadores» no era la forma más precisa de decirlo, porque lo que motivaba a Palmgren, Townsend, Francoeur y Chao no era simplemente el deseo de expulsar a las Fuerzas Globales de su sillón de autoridad y gloria catorce años después, sino ver los fantasmas de la ciudad arrasada elevándose silenciosamente desde las profundidades de sus ideales e ideología, superando a los que los habían matado como ladrones en la noche.

Los cuatro se reunieron primero en Proserpina, quinto planeta de la zona estelar central de Próxima. La fecha fue el 28 de febrero de 2691 d.C. Era la primera vez que se conocían por su nombre, aunque era posible que se hubieran cruzado en la base de operaciones de la facción anti-Tierra sin haber sido presentados formalmente.

La subsecuente división de roles entre los cuatro fue un excelente ejemplo de que las personas adecuadas están en el lugar adecuado en el momento adecuado. Palmgren se basó en sus propios ideales y cosmovisión para unificar las facciones anti-Tierra y crear conciencia entre el público. Estas acciones, combinadas con su liderazgo natural y su poder de unión, le valieron el estatus de ejemplo para el movimiento anti-Tierra. Usando su agudo sentido de las finanzas y las capacidades administrativas, Townsend sentó una base económica ambiciosa para lo que llegó a conocerse como el Frente Unido Anti-Tierra, generando así grandes avances en el potencial de las colonias no desarrolladas para impulsar la producción nacional en sus propios términos. Además, aprovechó con éxito su perspicacia en estos asuntos para impulsar un sistema de distribución eficiente. Francoeur, como comandante supremo de una organización combativa contra la Tierra conocida como la Black Flag Force (O fuerza de la Bandera negra), movilizó a una turba desordenada en una facción revolucionaria altamente entrenada, a la que reorganizó, reguló, dirigió y comandó. En ese momento, el ejército gubernamental de la Tierra contaba con tres almirantes superlativos en sus filas, junto con una abrumadora abundancia de recursos materiales, por lo que inicialmente Francoeur no pudo someterlos en más de una ocasión.

 Pero en la decisiva Batalla de Vega, logró dividir la flota de la Tierra, ganando los ochenta y cuatro enfrentamientos después de descubrir el secreto de su legendaria invencibilidad. Mientras tanto, Chao Yui-lun supervisaba la inteligencia, la estrategia y el espionaje. En su vida normal, había sido un joven reservado que no se atrevería a engañar ni a una panadería con el cambio en una compra, pero cuando se trataba de derrocar la hegemonía gubernamental de la Tierra, no daba cuartel. Para asegurar su liderazgo dentro del Frente Unido Anti-Tierra, acusaron al viejo régimen indeciso de ser espías de la Tierra y los desterraron desde el principio, abriendo así varios agujeros negros dentro de las facciones de ambos lados y reduciendo a la mitad el número de combatientes potenciales.

Los almirantes antes mencionados — Collins, Schattorf y Vinetti — eran tácticos extraordinariamente raros que poseían tanto experiencia como conocimientos teóricos, pero se negaron a cooperar y cortaron el contacto entre sí durante la Batalla de Vega. Todos perdieron ante las tácticas aplastantes de Francoeur. Fue Chao quien aprovechó la disonancia nacida entre los almirantes por este revés. Su plan era lo suficientemente diabólico como para haberle ganado un certificado de elogio del propio Mefistófeles. Primero, obligó a Vinetti a dar un golpe de estado, hizo matar a Collins y le dio a conocer la verdad a Schattorf, quien hizo que capturaran y mataran a Vinetti. Luego se lo aclaró todo a Schattorf e incitó a los antiguos subordinados de Vinetti a matar a Schattorf en rebelión. Después de ser acribillado con docenas de balas, Schattorf vivió lo suficiente como para dejar escapar una palabra de sus labios:

«Tontos…»

Y así, en 2703 d.C.,una Tierra, efectivamente aislada de sus propios suministros de alimentos, materias primas industriales y fuentes de energía, comenzó un ataque desesperado. El ejército terrestre, magnífico sólo en términos de equipamiento, estaba dirigido por almirantes de segunda categoría, desprovistos de talento y espíritu colaborativo. Fueron aplastados repetidamente bajo la bota táctica de Francoeur, especialmente en la Segunda Batalla de Vega, en la que una flota terrestre de sesenta mil naves sufrió una vergonzosa derrota a manos de las meras ocho mil naves de la Black Flag Force. Para el año siguiente, 2704 d.C., el ejército de la Tierra había perdido el control del sistema solar. Usando el cinturón de asteroides como última defensa, la Tierra mantuvo su resistencia casi inútil hasta que abandonó incluso la formalidad de proteger a su propia gente, apoderándose de las provisiones de los ciudadanos y reutilizándolas para el uso militar.

Dentro de la Black Flag force, que se había desplegado hasta Júpiter, las opiniones estaban divididas entre el comandante Francoeur y el comité político de Chao. Mientras que Francoeur insistió en un ataque a gran escala, Chao estaba a favor de una guerra de desgaste. Las únicas opciones que le quedaban a la fuerza global de la tierra eran rendirse o morir de hambre. Suponiendo que fueran demasiado tercos para rendirse, la superficie de la Tierra pronto se reduciría a poco más que un cementerio.

Se llegó a un compromiso y la Tierra se llevó la peor parte. La Black Flag force cortó todos los canales de suministro a la Tierra y, después de dos meses de asedio, comenzó un ataque total.

La tragedia en ciudad raglan se repitió a una escala mucho mayor.

A raíz de esta masacre unilateral, representantes de las Fuerzas Globales, junto con más de sesenta mil altos oficiales militares, fueron ejecutados en masa como criminales de guerra. Después de esto, se estableció la soberanía de Sirius, es decir, del Grupo Raglan. El poder y la autoridad de la Tierra se habían convertido en cenizas en una conflagración que lo consumía todo, y los cuatro que habían unificado una turba enfurecida de fuerzas anti-Tierra seguramente serían los que los reemplazarían. Pero la «Era de Sirius» no sería más que un destello en la sartén.

Dos años después de la Guerra de Sirio, en 2706 d. C., Palmgren, la encarnación viviente de la revolución y la liberación, murió repentinamente a la edad de cuarenta y un años. Un toque de frío se había visto exacerbado por las inclemencias del tiempo cuando asistió a la colocación de la piedra angular de un museo de la guerra emancipadora en un día lluvioso. Inmediatamente después de la ceremonia, el resfriado se había convertido rápidamente en una neumonía aguda, que lo mantuvo postrado en cama hasta su muerte.

«Si muero ahora», le dijo a su médico de confianza, «este nuevo sistema que hemos creado se desmoronará. Si tan solo la muerte me diera cinco años más … «

Apenas tres meses después de su fallecimiento, la oposición entre el primer ministro Townsend y el ministro de Defensa Francoeur sobre la cuestión de la victoria de Sirius llegó a un punto crítico.

Francoeur estaba molesto porque Townsend no había desmantelado a las llamadas Big Sisters, gigantes corporativos financiados por el antiguo régimen de la Tierra, sino que había optado por absorberlos en la nueva economía.

Francoeur era un realista en el campo de batalla, demostrando una excelente flexibilidad en la planificación y la implementación, pero se apegó a sus principios conceptuales cuando se trataba de política y economía. Cuando sugirió que derribaran el poder de la capital transplanetaria de las Big Sisters, Townsend se negó secamente. No podía permitirse perder ese privilegio, sin el cual su poder significaba poco para él.

Al principio, Chao Yui-lun miró como si estuviera viendo peces de aguas profundas desde muy por encima del nivel del mar Cuando vio con sus propios ojos la degradación del sistema de autoridad de la Tierra hacia la crueldad, se podría decir que su papel había terminado. Ya se había estado retirando de las líneas políticas del frente, y este era el último impulso que necesitaba para divorciarse por completo de sus espirales descendentes. Una vez que el nuevo sistema estuvo en su lugar, se le ofrecieron los puestos duales de viceprimer ministro y secretario interno, pero rechazó los puestos y la autoridad que los acompañaban por principios personales, regresando en su lugar a su ciudad natal de Raglan, en plena recuperación, para cumplir su sueño de toda la vida de abrir un conservatorio de música. Trabajando como presidente de la junta, director y administrador, encontró una satisfacción renovada al enseñar música para órgano y canciones a una generación de niños que, más que nunca, necesitaban la esperanza que solo las artes podían brindar. En lo que a él respectaba, finalmente se había recuperado tanto de la fiebre de la revolución como de la epidemia de la política, y había vuelto a ser quien solía ser. Quién siempre había estado destinado a ser.

Los niños le tenían mucho cariño. Nadie entre ellos jamás imaginaría que su amado y bondadoso director, en dos o tres años, sería engañado por un oponente cruel y amargo, y sería asesinado o llevado al suicidio, provocando así la ruina de la autoridad gubernamental de la Tierra. Los bolsillos del joven decano siempre estaban llenos de chocolates y dulces para los niños, para disgusto de las madres preocupadas por las caries. Una señal, quizás, de su ingenuidad a la hora de asegurar el futuro de quienes más amaba.

Con Chao rechazando afiliarse a una de las dos partes, la disputa entre Townsend y Francoeur llegó a un punto de inflexión. Al principio, Francoeur había intentado adquirir legalmente la máxima autoridad. Cuando se dio cuenta de que era imposible dominar la influencia de un hombre como Townsend, arraigado como estaba en suelo burocrático y económico, Francoeur decidió recurrir a un golpe de estado. Townsend evitó el desastre en cuestión de segundos, ya que un oficial una vez despedido por desobedecer las órdenes de Francoeur expuso el plan del ex estratega. Las consecuencias de este despido se manifestaron una mañana en el dormitorio de Francoeur, cuando un miembro de la Oficina de Seguridad Pública pateó la puerta y mató a tiros a Francoeur justo cuando buscaba su visófono para ordenar el golpe.

Mientras tanto,la Black Flag Force se convirtió en un fiel perro guardián del régimen de Townsend y se reorganizó bajo una severa política de purga y opresión. Entre los llamados Diez Almirantes bajo el mando de Francoeur, uno ya había muerto por causas naturales, seis habían sido ejecutados y otro había muerto en la cárcel. Esto lo dejó con solo dos hombres confiables a su cargo.

Townsend había emergido como el vencedor en esta batalla de autoridad. Como el hombre al que había derrocado, creía en su propia justicia, lo que los hacía más parecidos de lo que quería admitir. Dado que el mínimo de influencia que poseía el Gobierno Global ya se había quedado en el camino, de ahora en adelante sería necesario reconstruir la resolución y el orden a partir del caos y, en aras del desarrollo social y el equilibrio en la vida de los ciudadanos, borrar a Francoeur de historia como el revolucionario dogmático que fue. Con Francoeur desaparecido, Townsend no tenía ninguna duda de que se construiría una nueva sociedad estrictamente de acuerdo con sus planes y habilidades.

El único obstáculo que quedaba, a ojos de Townsend, era Chao Yui-lun. Mientras que, en la superficie, Chao parecía más que satisfecho enseñando canciones a los niños en su conservatorio de música, ¿quién sabía si estaba cultivando en secreto un deseo por su poder, como lo había hecho cuando las fuerzas globales habían puesto sus pelotas contra la pared. ¿Se burlaría de la estrategia de Townsend e intentaría derribarlo? ¿No era él, de hecho, capaz de algo más despiadado de lo que cualquiera pudiera imaginar?

Apenas una semana después de la muerte de Francoeur, ocho investigadores armados de la Oficina de Seguridad Pública del Ministerio de Justicia fueron enviados a Raglan. Una orden de arresto presentada a Chao lo acusaba de ser responsable de la muerte de revolucionarios que habían sido purgados por oponerse una vez al Grupo Raglan y su hegemonía. Después de leer en silencio la orden judicial y confirmar mentalmente su falsedad, Chao se volvió hacia su sobrino, ahora mayor y que habitualmente ayudaba a su tio con el trabajo, mientras continuaba sus estudios.

“Para mí”, le dijo Chao a su sobrino, quien le aconsejó que se escapara, “la estrategia es una forma de arte, pero para Townsend es un negocio. Era solo cuestión de tiempo antes de que perdiera contra él. No hay nadie a quien culpar. Esto es simplemente lo que el destino nos depara «.

Firmó el libro de pagos por el costo del órgano que había comprado recientemente y se lo entregó a su sobrino. Veinte minutos después, un trabajador de la Oficina de Seguridad Pública que había estado esperando órdenes en la habitación adyacente entró en la oficina del director, solo para descubrir que Chao estaba inconsciente por el efecto de una droga. Transcurrieron otros veinte minutos y se confirmó la prematura muerte del «arquitecto» de la revolución. Uno de los alumnos había presenciado a un hombre de aspecto esquelético que salía de la habitación del decano con un pañuelo mojado en la mano. Cuando se lo contó a sus padres en casa, se pusieron pálidos y guardaron silencio, exhortándolo a hacer lo mismo, por el bien de la seguridad de su familia.

Después de frustrar la tiranía de la Tierra en el planeta Proserpina y de jurar emancipar las colonias, el Grupo Raglan fue completamente aniquilado en el año siguiente, 2707. El eminentemente poderoso Winslow Kenneth Townsend, primer ministro de Sirius y presidente del Congreso Panhumano, subió a un automóvil para asistir al aniversario de su victoria contra la Tierra, pero cuando se le advirtió de una bomba colocada en el lugar, se volvió hacia su residencia oficial, solo para ser asesinado por una bomba de microondas en el camino.

Esto fue un mes después de que el sobrino de Chao, Feng, escapara de la vigilancia de la Oficina de Seguridad Pública como un supuesto líder criminal. Feng nunca fue detenido. Si se había embarcado en una ola de delitos o había sido asesinado por un asociado, nadie podía decirlo con certeza. En cualquier caso, nunca más se supo de él.

La investigación de la oficina tampoco fue lo suficientemente exhaustiva como para decirlo con certeza. En el momento en que el cuerpo de Townsend fue volado en pedazos, también lo fue el nuevo orden mundial que había colocado en su lugar. Cualquier lealtad burocrática hacia Townsend había perdido su poder cohesivo, se había dejado filtrar fuera de la vista como toda la sangre que se había derramado para mantener ese poder en primer lugar. La Black Flag Force, por su parte, se había atrofiado ante la trágica muerte de Francoeur y la purga política que siguió. Estos eventos habían desencadenado una explosión de energía reprimida, dividiendo al grupo en un lío de sangrientas luchas internas hasta el punto de la total irreconciliación.

Si Palmgren hubiera vivido solo diez años más, la Era Espacial (SE) podría haber comenzado nueve décadas antes. Sin embargo, a medida que cayeron las cartas, tomaría casi un siglo y los esfuerzos de innumerables personas antes de que un «orden universal, sin la Tierra» pudiera reconstruirse después de ser demolido a la mitad de su construcción cuando, en el año 2801 d.C., la Federación Galáctica de naciones estableció su capital en Theoria, segundo planeta del sistema Aldebarán.

A lo largo de los ocho siglos que siguieron, la humanidad, con todos sus desarrollos y retrocesos, tiempos de paz y tiempos de guerra, tiranía y resistencia, sumisión e independencia, progreso y regresión, desvió la mirada de la Tierra. Además de perder su autoridad política y militar, este planeta solitario había perdido cualquier razón de su existencia y no tenía ningún valor digno de mención. A pesar de todos los valientes (y no tan valientes) esfuerzos de sus ciudadanos, la Tierra se había convertido en nada más que restos flotantes en un mar olvidado.

Pero algunos se quedaron en este olvidado planeta madre para mantener viva su memoria, con la esperanza de tocar la antorcha de su celo terrenal con las velas apagadas del futuro …

I

HABÍAN PASADO DOCE AÑOS —no era más que un hombre joven— desde que fue testigo de una coronación. En ese momento, él había sido solo un estudiante más en la Escuela Primaria Militar Imperial, donde se había matriculado con el nombre de Reinhard von Müsel. De pie contra la pared del gran salón de recepciones, a unos noventa metros de distancia, apenas había podido distinguir el rostro del que estaba siendo entronizado. Le tomaría cuatro mil días reducir esa distancia a cero.

“Por cada segundo que ese mocoso rubio sigue respirando, aspira una tonelada de sangre. Como un vampiro, nunca está satisfecho «.

Tales eran los sentimientos de quienes lo odiaban. Había llegado a aceptar incluso las críticas más severas con un gracioso silencio. Por exagerados que fueran, esos comentarios negativos se basaban en ciertas verdades. Mientras arrojaba su peso en medio de los horrores de la guerra, Reinhard había perdido muchos aliados, consignando cien veces más enemigos al olvido en el camino.

Sus sujetos levantaron los brazos y las voces en alto.

«¡Larga vida al Kaiser Reinhard!»

«¡Larga vida al nuevo Imperio Galáctico!»

Era el 22 de junio del año 799 del calendario espacial, 490 del calendario imperial, y Año 1 del nuevo calendario imperial. Solo un minuto antes, había recibido una dorada corona sobre su cabello dorado para convertirse en el Kaiser fundador de la dinastía Lohengramm.

Un monarca de veintitrés años. Su ascenso al trono no fue por ningún medio de la providencia. Había ganado el puesto y toda la autoridad que lo acompañaba gracias a su propio ingenioso poder. Hacía ya casi cinco siglos, que Rudolf el grande había usurpado el poder de la Federación galáctica de naciones y reclamado el trono, y ahora a sus descendientes les había sido arrebatado el mismo después de su largo e insensato monopolio del poder. Y habían sido necesarios treinta y ocho generaciones, o 490 años, para que la usurpación se pagara con usurpación. Ninguno antes de Reinhard había podido cambiar la historia de esta manera. Era como si las estrellas hubieran requerido una alineación perfecta para lograr su genio.

Reinhard se levantó de su trono y se encontró con el júbilo de sus muchos súbditos con un simple levantamiento de la mano. Sus gestos asombrosamente naturales parecían seguir una melodía de refinamiento que solo él podía oír. Pero si bien su elegancia, junto con sus talentos comparables en la política y la guerra, fue insuperable en su época, fue la impresión de esos ojos azul hielo mientras escudriñaban a la multitud lo que los presentes recordarían más. Incluso aquellos entre sus súbditos menos propensos a los vuelos de la imaginación mantuvieron esos ojos en su mirada como joyas de azul más puro, forjadas en llamas ultracalientes y luego congeladas, listas para golpear a toda la creación si incluso una lamida del poder inimaginable en ellos rompía su contención.

Los primeros en reflejarse en esos ojos fueron sus oficiales militares imperiales de más alto rango en la primera fila. Todos iban vestidos para la ocasión con sus mejores vestidos, uniformes negros con adornos plateados; eran hombres jóvenes no muy diferentes del Kaiser, hombres en la flor de su vida, soldados notorios que habían ayudado valientemente al ascenso de su joven señor.

El mariscal imperial Paul von Oberstein tenía treinta y ocho años. Su cabello medio blanco lo hacía parecer mayor de lo que era. Sus dos ojos artificiales estaban conectados a una computadora óptica y emitían un brillo que no siempre era fácil de describir. Conocido como un estratega frío y certero, se le permitió hacerse un espacio a la sombra de la supremacía de Reinhard. Tanto si lo valoraba como si lo malinterpretaba, no veía la necesidad de explicarse. Ninguno de sus colegas o subordinados le desagradaba. Nadie lo despreció, porque nadie dudaba de sus logros y habilidades. Nunca fue de los que trataban con condescendencia o se andaban con rodeos con su señor por interés propio. Por lo menos, se le inculcó un sentido de reverencia que le sirvió bien en cada situación. Realmente se esforzó por brindar una cortesía común a todos. En la nueva dinastía fue nombrado Ministro de Defensa, y ocupó también un cargo ministerial como delegado militar oficial.

El mariscal imperial Wolfgang Mittermeier, el del rebelde cabello color miel y vivaces ojos grises, tenía treinta y un años. Si lo empujaran a decirlo, uno podría llamarle de estatura diminuta, pero tenía el físico tonificado y bien proporcionado de un gimnasta y daba la impresión de ser igual de ágil. Conocido en todo el ejército por su otro nombre, el «Lobo del vendaval», no tenía parangón en velocidad táctica. Según todos los informes, Mittermeier era el general más valiente de la Armada Imperial Galáctica, y para demostrarlo había acumulado importantes hazañas de armas durante la Batalla de Amritzer tres años antes (cuando ingresó por primera vez al mando directo de Reinhard), la Guerra Lippstadt, la ocupación de Phezzan, la batalla de Rantemario y la captura del sistema estelar de Bharlat. Sólo el difunto Siegfried Kircheis y, de los que todavía estaban con ellos, Oskar von Reuentahl poseían antecedentes comparables.

El propio Reuentahl tenía treinta y dos años, era un joven oficial alto de cabello castaño oscuro y rasgos elegantes. Pero seguramente sus ojos heterocromáticos —el derecho negro, el izquierdo azul— eran los más impresionantes de esos rasgos. Junto con Mittermeier, era conocido como una de las «baluartes gemelos» de la Armada Imperial, un hombre de excepcionales capacidades ofensivas y defensivas. Sin embargo, cuando se trataba de ganar sin luchar, era un hombre que podía pensar sin estar atado por los convencionalismos que eran habituales entre la soldada. Una vez, había recapturado la Fortaleza Iserlohn después de que fuera arrebatada por el enemigo jurado del imperio, la Alianza de Planetas Libres, y junto con Mittermeier había sometido la capital de la alianza, Heinessen. Estos fueron solo dos de sus muchos y espléndidos logros militares. Mittermeier había sido su amigo durante diez años. Y, sin embargo, mientras que «el lobo del vendaval» era un buen hombre de familia, Reuentahl era un mujeriego notorio. En la nueva dinastía, como secretario general del Cuartel General del Mando Supremo, supervisaba a toda la Armada Imperial como representante del Kaiser y trabajaba en estrecha colaboración con el propio Kaiser durante las expediciones oficiales.

Fuera de este formidable trío, que llegó a ser conocido como los «Tres Jefes Imperiales», estaba el Alto Almirante Neidhart «Muro de Hierro» Müller, elogiado por el Mariscal Yang Wen-li de la Alianza de Planetas Libres como «un gran almirante». También estaban el alto almirante Ernest Mecklinger, de treinta y seis años , quien además de militar era reconocido como poeta y acuarelista; el almirante mayor Ulrich Kessler, de treinta y siete años, comisionado de la policía militar y el comandante de las defensas de la capital; el alto almirante August Samuel Wahlen , de treinta y dos años ; y el alto almirante Fritz Josef Wittenfelt , de treinta y dos años , general condecorado y comandante de la flota de los Schwarz Lanzenreiter .

Mezclada entre estos navegantes estelares, abriéndose camino entre los fuegos cruzados de los hombres, estaba una única mujer joven: Hildegard, también llamada Hilda, hija del Conde Franz von Mariendorf , quien ahora era Ministro de Estado bajo el nuevo régimen. Refiriéndose a los dos como «Fraulein von Mariendorf y su padre», como hacían los héroes veteranos , parecía bastante acertado. Esta mujer de veintidós años, que mantenía su cabello rubio oscuro corto y vestía casi de manera similar a sus contrapartes masculinas, podría haber sido fácilmente confundida con un joven atractivo y vivaz de no ser por su ligero maquillaje y la bufanda naranja asomando por su cuello. Trabajaba como secretaria imperial en jefe del Kaiser Reinhard y era tratada como una capitana por los militares. Nunca había comandado a un solo soldado, pero en lo que a Mittermeier se refería, tenía el valor suficiente para dirigir una flota completa. Incluso cuando Reinhard había estado librando una dura lucha contra Yang Wen-li en el sistema estelar Vermillion, ella había encontrado una forma de salvarlo. Hilda sola había allanado el camino hacia el éxito al proponer la captura de la capital de la alianza, Heinessen .

En comparación con sus ilustres logros, la mayoría de los funcionarios civiles carecían de brillo frente a la brillantez del pasado, pero ahora que Reinhard había tomado el trono y había pasado a reclamar el dominio total sobre el Dominio Phezzan y lograr la sumisión de la Alianza de Planetas Libres, había llegado el momento del cambio.  Bajo el joven Kaiser y su régimen, la ortodoxia fue destruida y sus progenitores se aseguraron de que el nuevo orden establecido en su lugar fuera materia de leyenda. El futuro estaba llamando sus nombres.

El ministro de interior , el conde Franz von Mariendorf, sintió sólo una modesta satisfacción cuando la ceremonia se convirtió en una fiesta. Aunque la ceremonia reflejaba la extravagancia aparentemente institucionalizada y las formalidades vacías de la dinastía anterior —es decir, la Goldenbaum—, ninguna de ellas era de su agrado, a pesar de que estaba dentro de sus deberes como ministro de interior supervisar las ceremonias y festivales de importancia nacional. Quería que cada velada y exhibición formal fuera lo más simple, pero completa, como fuera posible.

Había varias razones por las que el Kaiser debía mirarlo favorablemente. Uno de ellos era que, siendo el hombre frugal que era, no había hecho la ceremonia más lujosa de lo necesario. Y mientras algunos hablaban mal de él a sus espaldas, acusándolo de fingir, la mayoría de los Kaiseres de la antigua dinastía no habían respetado los límites del proscenio.

«Debes estar cansado, padre», dijo una voz suave.

El conde Mariendorf se volvió y vio de pie a la única persona que podía llamarlo padre. Ella le ofreció una copa de vino.

“Para nada, Hilda, estoy bien. Aunque a este ritmo, estoy seguro de que descansaré tranquilo esta noche «.

El conde Mariendorf le dio las gracias y aceptó la copa de vino. Tintineó vasos con su hija, disfrutando del tono cristalino, y se tomó su tiempo para saborear el néctar carmesí en su lengua.

“Una buena cosecha. Del año 410, supongo «.

Hilda tenía poco interés en detalles tan inútiles y cortó a su padre antes de que comenzara a sermonearla sobre los méritos del buen vino. Hilda siempre había sido indiferente a los refinamientos culturales sobre los que se suponía que una hija noble tenía conocimiento, no solo en lo que respectaba al vino, sino también a las piedras preciosas y las carreras de caballos, las flores y la alta costura. En lo que a ella respectaba, sabiendo que ya había expertos en el tema del vino y las piedras preciosas, creía que era mejor dejar esos asuntos a los mejor calificados y saber en qué expertos podía confiar cuando se requiriera su conocimiento. Lo había sabido desde que era una niña que aún no tenía diez años. Hilda fue destacada por ser una marimacho y una marginada social entre las otras hijas de la nobleza con las que a veces interactuaba. En respuesta a las preocupaciones de su padre, declaró con elegancia melodramática que no le importaba ser una niña, prefiriendo leer libros y pasear por el campo. Se podría haber dicho que su actual condición de secretaria imperial en jefe era la culminación de esas tendencias infantiles. De cualquier manera, parecía nacida para ocupar su puesto actual.

“Lo que me recuerda… a Heinrich. Está mal de salud, como sabes, y no pudo comparecer en la ceremonia. Pero esperaba que Su Majestad pudiera honrarlo con una visita, si fuera posible. ¿Qué te parece? ¿Estarías dispuesto a preguntarle a Su Majestad en mi nombre?”

Al escuchar el nombre de su débil primo, cabeza de la familia de la baronía Kümmel , una suave sombra se apoderó de los vivaces ojos de Hilda. Una vez había expresado su envidia por Reinhard. Pero no eran las habilidades de Reinhard lo que deseaba tan desesperadamente; era su salud. Cuando lo escuchó decir esto, Hilda dudó en reprenderlo por un comentario tan inmodesto, como lo hubiera hecho normalmente. Podía entender los sentimientos de Heinrich, a quien había llegado a considerar como un hermano menor, pero, y tal vez era cruel decir esto, incluso si hubiera gozado de buena salud, no necesariamente habría podido hacerlo. Para lograr tanto como Reinhard. Heinrich había excedido los límites de sus habilidades y su cuerpo, hacía mucho tiempo. Y así, sin una mecha que quemar, su llama interior se había desvanecido en un mero parpadeo a lo largo de los años. Era natural que maldijera su propia enfermedad y estuviera celoso de la buena salud de los demás.

“Por supuesto,” respondió Hilda. «No puedo garantizar nada, pero si significa tanto para Heinrich, veré qué puedo hacer».

Tanto Hilda como su padre sabían que Heinrich no tenía mucho más de vida. E incluso si era algo egoísta por su parte hacer tal pedido, ¿quiénes se lo negarían?

Y así, se plantó la semilla para el Incidente Kümmel , que captaría la atención generalizada inmediatamente después de la coronación del nuevo Kaiser.

II

La coronación de Reinhard tuvo lugar el 22 de junio. Ante la insistencia de Hilda y su padre, visitó la residencia de Heinrich von Kümmel el 6 de julio. Mientras tanto, el nuevo pero joven Kaiser se dedicó diligentemente a los asuntos gubernamentales sin descanso, poniendo a su cargo administrativo habilidades para la prueba definitiva.

Los méritos de Reinhard a menudo se habían comparado favorablemente con los de Yang Wen-li en el frente militar, pero superó con creces el impulso de su némesis en lo que respecta a la ética del trabajo. Con una decadencia que otros podrían haberse vertido en la autocomplacencia, y aún sin un heredero, el Kaiser de cabellos dorados siguió su propio código de honor. Y aunque la suya fue una administración autocrática, su virtuosismo, eficiencia y sentido de la justicia lo diferenciaron de sus predecesores de la dinastía Goldenbaum. Había liberado al pueblo de la carga de tener que pagar impuestos exorbitantes para financiar las extravagancias de la nobleza.

Los siguientes diez miembros del gabinete fueron colocados bajo Reinhard.

Ministro de Estado: Conde Franz von Mariendorf

Ministro de Defensa: Mariscal Paul von Oberstein

Ministro de Finanzas: Richter

Ministro de Gobernación: Osmayer

Ministro de Justicia: Bruckdorf

Ministro de Asuntos Civiles: Bracke

Ministro de Industria: Bruno von Silberberg

Ministro de Arte y Cultura: Dr. Seefeld

Ministro de la Casa Imperial: Baron Bernheim

Ministro jefe del gabinete: Meinhof

Sin un primer ministro en su lugar, el Kaiser era el máximo funcionario ejecutivo por defecto. Esto significaba que, con Reinhard como Kaiser, el universo conquistado estaba ahora bajo un sistema de dominio imperial directo. Reinhard había abolido el antiguo Ministerio de Asuntos Ceremoniales, una oficina gubernamental que regulaba los intereses de los altos nobles, investigaba los antecedentes familiares y aprobaba matrimonios y sucesiones bajo el antiguo imperio, y estableció el Ministerio de Asuntos Civiles y el Ministerio de Obras en su lugar.

El Ministerio de Industria tenía sus engranajes en muchas máquinas, incluido el transporte y las comunicaciones interestelares, el desarrollo de recursos, las naves espaciales civiles y la producción de materias primas, así como la construcción de ciudades, plantas mineras y de fabricación, bases de transporte y bases de desarrollo. También supervisaba la reforma económica del imperio y se le otorgó la importante función de mantener el capital social. Para que todo funcionara sin problemas, era necesaria una persona de gran talento que poseyera perspicacia política, experiencia gerencial y habilidades organizativas. El ministro de industria de treinta y tres años, Bruno von Silberberg, tenía la opinión segura de que poseía dos de estas cualidades, pero también se le había otorgado otro título informal, pero no menos importante: ministro de Construcción de la Capital Imperial. En esa capacidad, debía supervisar los planes secretos del Kaiser Reinhard para trasladar la capital al planeta de Phezzan. En el futuro, anexaría todo el territorio de la Alianza de Planetas Libres y, una vez que hubiera duplicado las posesiones del imperio, realizaría su plan de remodelar Phezzan como escenario central de una nueva era de dominio universal.

En comparación con movilizar grandes ejércitos a través de un vasto océano de estrellas y ejercer su omnipotencia para vencer a un enemigo formidable, manejar los asuntos internos era un conjunto de tareas simples y prosaicas. Si las campañas en el extranjero eran un privilegio de Reinhard, los asuntos domésticos eran un deber no creativo. Y, sin embargo, el joven y elegante Kaiser nunca descuidó las obligaciones que de su posición y autoridad. En opinión de Reinhard, incluso la tarea más pequeña era tan importante como las grandes maquinaciones que lo habían llevado a este punto.

Según un futuro historiador, la diligencia de Reinhard como político surgió de su conciencia culpable como usurpador. Nada más lejos de la verdad. Reinhard nunca sintió que sus usurpaciones constituían un lapsus en su moralidad personal. No estaba tan engañado como para creer que el poder y la gloria que había robado de la dinastía Goldenbaum eran eternos. Nadie les había garantizado nunca que lo fueran. Y aunque nunca había estudiado historia con algo que se acercara al celo de su rival Yang Wen-li, sabía que todas las dinastías jamás nacidas por la sociedad humana habían sido conquistadas y superadas, pero que él era el niño atípico que había destruido el útero de orden que predicaba su existencia. Sin duda, había secuestrado la dinastía Goldenbaum. ¿Pero no era su mismo fundador, Rodolfo el Grande, él mismo un niño deforme que había comprometido a la Federación Galáctica de Estados, les había chupado la sangre a millones y se había abierto camino hacia la cima? ¿Quién había imaginado alguna vez que la sola intención del Kaiser podría producir un régimen autocrático interestelar con suficiente poder militar para imponerlo? Incluso Rodolfo el Grande, que había recorrido su propio camino de autodeificación, no pudo burlar a la muerte. Había llegado el momento de que expirara su obra magna, La dinastía Goldenbaum, y de que se escribiera un nuevo volumen en su lugar.

Reinhard no era tan inmaduro como para ignorar la gravedad de sus actos pecaminosos. Del mismo modo, no pudo encontrar ninguna justificación para las acciones de la dinastía Goldenbaum. Otros, tanto vivos como muertos, le habían provocado una aguda mezcla de arrepentimiento y auto-amonestación.

El 1 de julio, cuando el comienzo del verano llegó a la cima de la temporada, el Ministro de estado, Franz von Mariendorf vino a buscar una audiencia con el joven Kaiser. El conde Mariendorf se consideraba indigno de ser un ministro de gabinete en el gobierno de un imperio interestelar tan vasto. Desde la antigua dinastía, nunca había albergado una sola ambición política. Manejó de manera confiable las propiedades de las familias Mariendorf y Kümmel, se mantuvo alejado de las luchas políticas y la guerra, e hizo todo lo posible por vivir una vida frugal. No tenía intenciones de hacerse con el poder o el estatus solo para mejorar su reputación.

Desde donde se encontraba Reinhard, la nueva dinastía estaba bajo su dominio directo. Esto significaba que los ministros de su gabinete no eran más que asistentes, por lo que no había necesidad de que alguien tan prodigioso como un ministro principal del gabinete lo ayudara. Manteniendo un perfil tan bajo como pudo, el Conde von Mariendorf se dedicó a coordinar a los otros ministros del gabinete, mientras administraba ceremonias y otras tareas organizativas con el nivel adecuado de participación. Además, era conocido como un hombre de honrada virtud. Como administrador de la fortuna de la familia Kummel, fácilmente podría haber malversado esos activos si hubiera querido. Muchos de esos precedentes llenaron las páginas de la sala de referencia del antiguo ministro de ceremonias. Sin embargo, cuando Heinrich había heredado la fortuna familiar a los diecisiete años, no había disminuido ni un ápice. 

En ese mismo periodo, los activos de la familia Mariendorf habían disminuido ligeramente debido a un accidente en una mina de agua pesada. Por lo tanto, la imparcialidad del conde nunca estuvo en duda. Como alguien plenamente consciente de las habilidades de su hija, había desarrollado sus puntos fuertes. Estas eran solo algunas de las razones por las que le habían dado el puesto que ocupaba actualmente.

Lo que había venido a decir el conde Mariendorf tomó a Reinhard un poco desprevenido. Después de inclinarse profundamente, el secretario de Estado le preguntó al joven Kaiser si tenía alguna intención de casarse.

«¿Casarme, dices?»

«Sí. Casarse, producir un heredero y con ese heredero determinar la sucesión de su trono. Después de todo, es uno de sus deberes como soberano «.

Reinhard no podía dudar de que era un argumento sólido, aunque ingenuo. Precedió su respuesta con una breve obertura de silencio.

“No es mi intención. Al menos no por ahora. Tengo mucho más que hacer antes de que pueda siquiera pensar en tener un hijo «.

Sus palabras fueron tiernas, pero el cartílago de su rechazo fue diez mil veces más difícil de masticar. El conde Mariendorf se inclinó en silencio. Para él era suficiente que hubiera despertado la discreción en el joven Kaiser hacia la costumbre social del matrimonio y que hubiera afirmado su importancia para asegurar el futuro del trono. Sabía que era mejor no exagerar, no fuera a incitar el temperamento violento del Kaiser.

El conde Mariendorf cambió de tema a su sobrino, el barón Kümmel , un hombre al que le quedaba mucho tiempo de vida (su salud se había ido deteriorando durante mucho tiempo) y que deseaba el honor único en la vida de recibir una visita imperial en su casa. Con extraña gracia, Reinhard inclinó levemente su dorada cabeza y luego asintió con la cabeza.

El conde Mariendorf se mostró complacido y se despidió para afrontar la próxima prueba. Justo antes de que comenzara la reunión ordinaria del gabinete a las dos en punto, el ministro de Defensa, el mariscal Oberstein, abordó el tema con él.

“Tengo entendido que animó a Su Majestad a casarse. Si me permite la audacia, ¿cuál fue su intención al hacerlo? «

El manso ministro de estado no pudo dar una respuesta inmediata. El conde Mariendorf sabía que el ministro de defensa de ojos artificiales no era un hombre rencoroso, pero también sabía que nada se le escapaba y que sería inútil ocultarle algo. Mariendorf todavía estaba en guardia. Eligió sus palabras con cuidado y endureció su expresión.

“Su Majestad solo tiene veintitrés años. Sé que no hay necesidad de que alguien tan joven se apresure a casarse, pero es natural que se case, aunque solo sea para asegurar la línea de sucesión imperial. Pensé que sería prudente sugerir al menos algunos candidatos potenciales para ser su Kaiserin «.

El Conde Mariendorf creyó notar un extraño parpadeo en los ojos artificiales del ministro de Defensa.

«Veo. ¿Y su hija sería la primera en esa lista de candidatos?”

El tono del mariscal Oberstein no plantó un aguijón sino un carámbano. Mariendorf sintió que la temperatura a su alrededor descendía a la de principios de la primavera. Las palabras del secretario de Defensa eran lo suficientemente serias como una broma, pero aún más si eran en serio. Reuniendo su ingenio, el conde actuó como si se lo tomara en broma.

“No, a mi hija le gustan demasiado su independencia y autosuficiencia como para un puesto como ese. Ella no es de las que se ponen aires de mujer noble, ni se recluyen servilmente en la corte. Mi hija está bien versada en muchas cosas, pero a veces me preocupa si es consciente de que es mujer «.

Oberstein no sonrió, pero de todos modos bajó los brazos.

«Nuestro ministro de Estado es un hombre de buen sentido».

Mariendorf exhaló un suspiro de alivio.

Hilda resumió la situación cuando su padre regresó a casa.

“El Ministro de Defensa nos advierte que no engañemos a Su Majestad ni monopolicemos su soberanía política. Si sus preocupaciones provienen de un lugar de genuina preocupación, es de poca importancia para mí «.

«Todo el asunto es absurdo».

El conde estaba desanimado. No tenía ninguna intención de oponerse al ministro de Defensa por el mero hecho de obtener una influencia política arbitraria sobre el Kaiser. Además, era difícil imaginar a Reinhard como el marido de su hija, dada la conducta distante del Kaiser. Según los cálculos de Franz von Mariendorf, el Kaiser Reinhard era un gran niño prodigio, pero ser un genio no significaba que tuviera una mayor capacidad para la emoción que la gente común. Por supuesto, poseía tal energía emocional, solo que estaba distribuida de manera desigual fuera de las cuestiones del amor. Como cuando se inclina una taza llena de agua, cuando una parte llega al borde, la otra se retira. Como en la famosa anécdota del antiguo astrónomo que accidentalmente cayó a un pozo mientras miraba hacia el cielo para estudiar los movimientos de las estrellas, ese final que se aleja se revela a nivel diario. Y cuando se trataba de amor sexual, Reinhard era al menos un enigma.

Como lo expresó el vizconde Albrecht von Bruckner, autor de El imperio galáctico: una prehistoria : «Si hubieras desterrado a todos los pervertidos y homosexuales de la historia y las artes, la cultura humana nunca habría avanzado tanto». Pero Reinhard simplemente carecía de experiencia con la intimidad, lo que era casi tan preocupante para un hombre sensato como el conde, que no quería nada menos para su hija que un hombre corriente, virtuoso y comunicativo. Por otra parte, si Hilda quisiera casarse …

“De todos modos, Hilda, considerando lo bendecidos que hemos sido por el buen favor del Kaiser, no debemos olvidarnos de mantener separadas nuestras vidas profesionales y personales. Como dice el refrán, hay tantas semillas de malentendidos como personas «.

Incluso para su hija inteligente y vivaz, el Conde Mariendorf era un padre típico que sabía que ella haría lo que quisiera sin importar lo que dijera.

«Sí, lo entiendo», dijo Hilda, aunque sólo sea para aliviar esta confrontación con su padre afable. En su mente, la conversación ya había terminado antes de comenzar.

Sus sentimientos por Reinhard y los sentimientos de Reinhard por ella eran imposibles de analizar. Porque, aunque ciertamente no había odio o disgusto entre ellos, había una gran distancia entre «no odiar» y «amar» a alguien, y había bandas ilimitadas en el espectro de las buenas gracias. Su punto débil, y quizás también el de Reinhard, estaba en tratar de interpretar a través de la razón aquello que se basaba en cualquier cosa menos.

Hilda sabía por qué Reinhard había accedido a visitar la casa Kümmel . Tal visita requiría una cuidadosa consideración política. En el pasado, cualquier Kaiser digno de su corona lo habría pensado dos veces antes de llamar a la residencia de un ministro rival por primera vez, como muchos lo habían hecho antes que él. Estos precedentes eran ridículos para Reinhard. Pero el hecho de que el barón Heinrich von Kümmel no fuera uno de los meritorios, ni siquiera favorecidos, sirvientes de Reinhard funcionó a favor del joven Kaiser. El tirano de cabellos dorados despreciaba al máximo las costumbres y el decoro de la dinastía Goldenbaum, por lo que la idea de honrar a un miembro enfermo de la antigua nobleza con una visita imperial lo intrigaba, en todo caso, como una forma de frotar la nariz del viejo sistema. en su propio accidente.

III

Ese día, 6 de julio, el Kaiser Reinhard visitó la finca del barón Kümmel acompañado de dieciséis asistentes. Estos incluían a Hildegard von Mariendorf, secretaria privada de Reinhard y prima del patriarca de la familia Kummel; el vicealmirante Streit, asistente principal del Kaiser ; el ayudante secundario teniente Rücke ; jefe de la guardia imperial, el comodoro Kissling; y cuatro chambelanes y guardaespaldas.

Si le preguntases a alguno de sus subordinados, te habrían dicho que cualquiera que gobierne el universo entero requiere un nivel mucho más estricto de protección digno de su estatus, un séquito de más de cien personas, al menos. Cuando el antiguo funcionario responsable de las ceremonias de la corte, un hombre que había servido a la dinastía Goldenbaum durante cuatro décadas, sugirió respetar ese precedente, la respuesta de Reinhard fue cortante:

«No tengo la intención de seguir ningún precedente establecido por la dinastía Goldenbaum».

Para Reinhard, incluso dieciséis era exagerado. Prefería ser lo más casual posible, en ocasiones incluso actuando solo, inspirando a un futuro historiador a creer que el Kaiser Reinhard tenía un doble de cuerpo.

En verdad, nadie lo sabía con certeza, aunque uno de sus criados, de hecho, una vez aconsejó el uso de un doble de cuerpo. Como lo registró el «Almirante Artista» Mecklinger en un memorando, Reinhard no estaba muy contento con la sugerencia:

“¿No es suficiente con cuidar de mí mismo? Si tuviera alguna enfermedad grave, ¿eso significa que llevarían a mi doble al hospital en lugar de a mí? No vuelvas a sugerirme una cosa tan tonta”

El comisionado de la policía militar, el alto almirante Kessler, había dejado un memorando de ideas parecidas, por lo que se asumió que cualquiera de ellos, si no ambos, había propuesto la idea.

“Para el Kaiser”, señaló Mecklinger, “la idea de hacer todo lo posible para garantizar su seguridad personal es absurda. Ya sea por confianza, sobreestimación de sus propias habilidades o resignación filosófica es una incógnita «.

Mecklinger sabía cuándo y dónde trazar la línea entre la fe y el respeto. Admiraba a Reinhard de todos modos y se dedicó por completo a su causa, incluso mientras vigilaba con atención a este personaje único en una generación. Una parte de su cerebro sabía que a la cabeza del imperio había alguien que podía conquistar el universo hasta donde alcanzaran las manos humanas.

La residencia del barón Kümmel no tenía nada de especial. Su linaje no contaba con gobernantes sobresalientes, genios idiosincrásicos o libertinos excéntricos y apenas había fluctuado en términos de estatus o activos desde el reinado de Rudolf el Grande. Y aunque la finca había sido anexada y renovada en numerosas ocasiones durante los últimos cinco siglos y ahora estaba cómodamente enclavada en una barrera protectora de setos y fosos, nadie tenía interés en su arquitectura de vanguardia ahora que las convenciones pasadas de moda vuelto a la popularidad. Dicho esto, la propiedad era lo suficientemente grande como para albergar trescientas casas comunes y, a pesar de su falta de individualidad, su vegetación modestamente arreglada le daba un encanto propio.

Aquellos que conocían al jefe de la finca, sin embargo, podían sentir cierta vitalidad escondida detrás de todo esto. Según todas las apariencias, el maestro Heinrich, barón de la décima generación de la familia Kümmel, era una personalidad equilibrada. Este año cumpliría diecinueve años. Cuando lo sacaron del útero de su madre después de un parto difícil, ambos sufrían un trastorno metabólico congénito. Y así, incluso a medida que crecía, estaba muriendo lentamente más que viviendo. Si hubiera nacido en una familia común, no habría pasado de su primer año. El procedimiento mediante el cual se habían eliminado sus genes inferiores lo había convertido en un mero caparazón, pero una medida tan drástica había sido la única forma de salvar su vida.

Incluso si hubiera tenido una salud moderada, tampoco era como si todas las jóvenes nobles elegantes estuvieran haciendo fila en su puerta. Porque si bien era lo suficientemente elegante en sus rasgos, Heinrich era de complexión exigua y su sangre era demasiado fina. No comía porque lo disfrutara, sino sólo para abastecerse de energía suficiente para pasar cada día. Como resultado, siempre sopesó las consideraciones dietéticas sobre el sabor. Solo existía para prolongar su vida, como las gachas diluidas que solía comer.

A pesar de los enormes esfuerzos, esa papilla diluida se había reducido a poco más que agua caliente. Su mantra personal – » No durará mucho más largo» – parecía más cerca que nunca de la realización. Sabiendo esto, tanto el conde Mariendorf como Hilda suplicaron al Kaiser que concediera el último deseo de Heinrich.

Cuando el grupo del Kaiser atravesó las puertas de la finca Kümmel, el propio barón salió a recibirlo en su silla de ruedas eléctrica, para sorpresa de todos. La tez de Heinrich estaba pálida, pero su cabello y su ropa estaban arreglados para que parecieran presentables. Miró a Hilda a los ojos, dándole la más breve de las sonrisas y luego inclinó la cabeza hacia Reinhard.

“Me conmueve más allá de toda medida que Su Majestad honre mi humilde morada con su presencia. Por favor, considérelo tanto su hogar como mío. A partir de este día, el apellido Kümmel brillará con una gloria inmerecida «.

A Reinhard no le importaba la retórica excesiva, pero asintió con frialdad, diciendo sólo que estaba contento de ver a Heinrich tan feliz y que su felicidad valía más que la más generosa bienvenida. Reinhard también podía jugar al juego del decoro cuando le apetecía, y estaba más que dispuesto a complacerlo por el bien de Hilda. En este caso, un poco de misericordia era muy útil, y no tenía nada que ver con su importancia personal. Después de su débil saludo, Heinrich tosió brevemente. Hilda se inclinó ante el Kaiser y atendió a su primo.

«No exageres, Heinrich, ¿de acuerdo?»

Reinhard asintió con su gracia natural.

“Fräulein von Mariendorf tiene razón. No quisiera que se excediera demasiado por mi bien. Su salud es primordial «.

Y, sin embargo, incluso cuando el joven Kaiser ofreció estas inusuales palabras de simpatía, una extraña sensación corrió por sus venas. ¿Era solo su conciencia culpable como persona sana? ¿O fue algo más? Era la misma sensación que tenía cada vez que veía puntos de luz creados por el hombre comenzar a llenar la oscuridad del espacio exterior en su pantalla de batalla. Esa sensación de estar a la defensiva. La calma antes de la tormenta.

Reinhard negó con la cabeza en imperceptible negación. No tenía sentido honrar la intuición sobre la razón aquí. Su oponente era un inválido medio muerto cuya ambición y deseo de poder no se registraban en ninguna parte en el radar del destino.

“Por favor, entre. Nos prepararon un almuerzo modesto «.

En su silla de ruedas eléctrica, Heinrich mostró a sus invitados el lugar. Un camino de jardín de losas serpenteaba a través de un bosque de cipreses. Aunque era julio, la capital imperial se libraba del calor y la humedad de las zonas tropicales, por lo que incluso el modesto paisaje de Heinrich daba la impresión de estar en otro mundo. Después de caminar un poco, una ligera evaporación de sudor dejó su piel con una agradable sensación de frescor.

Emergieron del bosque situado en la parte trasera de la finca, donde las losas se ensancharon en un patio abierto de veinte metros de lado y se acurrucaron a la sombra de dos olmos viejos. Les esperaba una comida en una mesa de mármol. Los criados se retiraron a la llegada del grupo. Una vez que todos tomaron sus asientos, la escena tomó un aire inesperadamente diferente cuando su humilde y joven anfitrión estiró la espalda y mostró una sonrisa siniestra.

«Un patio espléndido, ¿no crees, Hilda?»

«Eso es, Heinrich.»

“A decir verdad, Hilda ha estado aquí antes. Lo que ella no sabe es que hay una cámara subterránea justo debajo de nosotros. Está lleno de partículas Céfiro, listo a mis órdenes para dar la bienvenida a Su Majestad al inframundo al que pertenece».

Y en ese momento, todo quedó en blanco. Al escuchar el nombre de esa sustancia química explosiva extremadamente peligrosa, los ojos color topacio del comodoro Kissling se llenaron de pavor mientras buscaba su bláster enfundado. Los otros guardaespaldas hicieron lo mismo.

“Ahí, ahí, señores. A Su Majestad, soberano universal, unificador de toda la humanidad. Nacido en una familia pobre, noble sólo de nombre, tú que subiste precipitadamente al trono como el modelo de nuestra época. Y a ustedes, sus fieles súbditos. Digo esto: a menos que desee que se presione este interruptor detonador, le sugiero que se queden dónde están «.

El tono del joven barón era celoso pero carente de fuerza, por lo que tomó unos momentos darse cuenta de la gravedad de lo que acababa de decir. Pero la peligrosidad de la situación estaba clara. Todos estaban sentados junto a una bomba esperando a que estallara. La voz de Hilda sacudió el silencio, espesa como melaza.

«Heinrich, tú …»

“Mi querida Hilda. Nunca quise que te involucraras en esto. Si hubiera sido posible, no hubiera querido que acompañaras al Kaiser. Pero ahora, incluso si te dejara a ti, y solo a ti, salir de aquí con vida, no creo que obedecerías, ¿verdad? Mi tío estará muy afligido, pero ya es demasiado tarde para hacer algo al respecto «.

El discurso de Heinrich fue interrumpido varias veces por dolorosos ataques de tos. El equipo de guardaespaldas del comodoro Kissling sabía que era mejor no intentar nada por segunda vez, porque el puño del joven barón apretaba el interruptor del detonador como si fuera una extensión de su cuerpo, y no estaban dispuestos a entregar la vida del Kaiser como una ficha en una mesa de ruleta cuando las probabilidades estaban en su contra. Al escuchar los jadeos de un inválido al que probablemente podrían matar con un meñique, se quedaron inmóviles en una jaula invisible de impotencia, esperando ver qué haría a continuación.

«Creo que el barón tiene algo que decir», susurró Streit . Déjelo hablar todo lo que quiera. Nos dará algo de tiempo «.

A esto, Kissling y von Rücke asintieron levemente, sus expresiones duras como rocas. Provocar a este joven, que tenía toda la intención de asesinar al Kaiser, solo conduciría a la incineración del mascarón de proa de la dinastía Lohengramm, junto con sus asistentes, en un instante. Heinrich tenía sus vidas en la mano y fue todo lo que pudieron hacer para aflojar su agarre.

«¿Qué tiene en mente, Majestad?»

Reinhard, que hasta entonces había estado sentado sin decir una palabra, enarcó sus bien formadas cejas en respuesta a la sonrisa burlona de Heinrich.

“Si muriera aquí por tu mano, entonces ese es un destino que tendré que aceptar. No me arrepiento de nada.»

El joven Kaiser, mostrando signos de sincero cinismo, curvó sus gráciles labios en un glifo de auto-burla.

“Han pasado solo dos semanas desde mi coronación. Dudo que alguna vez haya existido una dinastía tan corta como la mía. No es exactamente lo que esperaba, pero tu acto descarado inmortalizará mi nombre en la historia. Un nombre vergonzoso, tal vez, pero ¿quién soy yo para preocuparme por su valor futuro? Ni siquiera me importa saber tus razones para matarme «.

Un destello de enemistad brotó en los ojos del inválido. Al ver el temblor en sus labios casi incoloros, Hilda se retiró a su caparazón. En ese momento, había discernido con precisión la intención de su primo. Heinrich quería que Reinhard suplicara por su vida. Si tan sólo el gobernante absoluto de todo el universo se arrodillara ante él y pidiera clemencia, entonces Heinrich podría finalmente desahogar la humillante impotencia que había llegado a definirlo. Y con eso, renunciaría al interruptor del detonador con ciega satisfacción.

Pero de la misma manera que Heinrich nunca pudo liberarse de su frágil cuerpo, tampoco Reinhard podría liberarse de su fama y respeto por sí mismo. Como había dicho Reinhard cuando se reunió cara a cara con el almirante Yang Wen-li de la Alianza de Planetas Libres, quería tener el poder para seguir adelante sin seguir las órdenes de alguien a quien despreciaba. Que Reinhard se arrepintiera de su vida y suplicara piedad a su intimidador ahora negaría cada paso que había dado en el camino para llegar hasta aquí. Y cuando eso sucediera, habría varias personas a las que nunca más podría volver a mostrar su rostro. Gente que había protegido su vida a expensas de la suya. Personas que lo habían amado incluso cuando vivía en las profundidades de la pobreza.

“Heinrich, por favor. No es demasiado tarde. Solo pásame el interruptor «. Hilda exigió su concesión, aunque solo fuera para ganar algo de tiempo, independientemente del resultado.

“Ah, Hilda, incluso tú te enojas de vez en cuando. Para mí, siempre fuiste tan elegante bajo presión, desbordante de radiante vitalidad. Pero ahora, al ver esa oscurecida expresión tuya, debo decir que estoy un poco decepcionado «.

Heinrich se rió. Hilda sintió agudamente que la luz piloto que apenas mantenía caliente a su primo había sido malicia desde el principio. Parecía que no había forma de salir de esto. Incapaz de mirar a su primo con sus ojos demasiado entusiastas, Hilda apartó los suyos y contuvo la respiración. El comodoro Kissling, cuyos ojos color topacio y andar inusual le habían valido apodos como «Gato» y «Pantera», se estaba moviendo lentamente de su posición original. 

«¡Dije, que no se mueva!»

La voz de Heinrich, expulsada como si fuera una señal, no era ni fuerte ni contundente, pero de todos modos dejó al descubierto una vena de furia en el aire, por lo que su impacto fue suficiente para mantener bajo control la atrevida espontaneidad de Kissling.

“Quédese donde está, durante unos minutos más. Permíteme el placer de tener el universo en mis manos solo por un momento o dos «.

Kissling imploró a Hilda con la mirada, pero ella lo ignoró.

“He vivido toda mi vida durante estos pocos minutos. De hecho, eso no es cierto. Es por eso que he aguantado la muerte durante tanto tiempo. Déjame mantenerlo a raya un poco más «.

Cuando Reinhard escuchó esto, sus ojos azul hielo brillaron, llenos de una emoción que no era ni compasión ni ira.

Hilda notó que sus dedos acariciaban el colgante de plata que colgaba de su pecho y se encontró preguntándose, lo suficientemente inapropiadamente dadas las circunstancias, qué había dentro. Tenía que ser algo de gran importancia.

IV

El alto almirante Ulrich Kessler desempeñaba su trabajo como comisionado de la policía militar y comandante de las defensas de la capital. Cualquiera de los dos trabajos era agotador en sí mismo. Hacer frente a ambos, incluso sin el nacimiento de la nueva dinastía, habría sido casi imposible para un solo hombre.

El hecho de que Kessler tuviera suficiente presencia de cuerpo y mente para soportar esta doble tarea solo confirmaba su valía.

La mañana del 6 de julio, en su oficina de la sede, se reunió con algunos invitados, pero fue el inesperado cuarto el que trajo el negocio más importante. Job Trünicht , un caballero en la flor de su vida que había sido el líder de la Alianza de Planetas Libres hasta el mes pasado, cuando vendió su soberanía a Reinhard y se instaló en el imperio como un medio para garantizar su propia seguridad. La información que trajo fue impactante.

El comisionado de la policía militar trató de mantener la calma, pero sus ojos brillaron intensamente, traicionando las intenciones de su amo. Incluso mientras comandaba flotas en el espacio exterior, sus ojos no habían temblado en lo más mínimo. Pero esto era diferente, como lo atestiguaba en voz alta cada fibra de su ser.

«¿Y cómo obtuviste este conocimiento?»

“Seguramente Su Excelencia conoce la organización religiosa conocida como la Iglesia de Terra. En ocasiones tenido tratos con ellos bajo los auspicios de mi anterior puesto. Fue entonces cuando me enteré de que se estaba gestando una conspiración dentro de sus filas. Me amenazaron con matarme si informaba a alguien, pero mi lealtad a Su Majestad…”

«Entiendo.»

La respuesta de Kessler no fue nada cortés. Al igual que sus almirantes en armas, poco le importaba el derrotista que tenía delante. Todo lo que salía de la boca de Trünicht apestaba a un veneno fuerte que hacía que la gente lo odiara dondequiera que fuera.

«¿Y el nombre del asesino?» preguntó el comisionado de la Policía Militar, a lo que el ex primer ministro de la Alianza de Planetas Libres respondió solemnemente.

Trünicht insistió en que nunca había estado de acuerdo con los principios de la Iglesia de Terra y que la única vez que había cooperado con la iglesia había sido porque la situación lo había forzado, no porque hubiera querido hacerlo… Kessler había escuchado todo lo que necesitaba escuchar y le gritó una orden a uno de sus hombres.

“Lleve al señor Trünicht a la sala de conferencias número dos. No debe salir de esa habitación hasta que lleguemos al fondo de esto. No, no, bajo ninguna circunstancia, deje que nadie se le acerque “.

Trünicht fue puesto bajo arresto domiciliario temporal con el pretexto de que necesitaba protección.

Cuando Kessler actuó, su informante ya no importaba. A Kessler sólo le importaba alimentarse a sí mismo, y no tenía sentido un plato una vez terminado la comida.

Kessler primero llamó a la residencia Kümmel por el visíofono , luego al vicealmirante  Streit y al comodoro Kissling, pero no pudo comunicarse con ninguno de ellos. La razón estaba clara.

Incluso cuando el comisionado de la policía militar rechinó los dientes, no perdió el tiempo en ponerse en contacto con el regimiento más cercano a la finca Kümmel . El oficial al mando era un tal comodoro Paumann , un ex granadero armado con mucha experiencia en batalla para su corta edad. Kessler tenía más fe en aquellos que lucharon con valentía en la batalla que en la policía militar nativa. Aunque él mismo encajaba con este último proyecto de ley, prácticamente hablando, ni siquiera el mejor investigador o interrogador de la policía iba a ayudarlo en este caso. Lo que necesitaba era un comandante de batalla.

Al recibir sus órdenes, Paumann estaba nervioso pero no molesto. Se puso en acción y ordenó a los 2.400 oficiales armados de su jurisdicción que fueran a la finca Kümmel de inmediato. Fue una operación encubierta de libro de texto. Prohibió el uso de vehículos blindados, sabiendo que el sonido de sus motores los delataría incluso antes de que llegaran. Los policías militares corrieron en calcetines hasta la finca Kümmel , llevando sus rifles láser en una mano y sus botas militares en la otra. Algunos se reirían al día siguiente, pero en el calor del momento sus acciones fueron todo menos divertidas mientras rodeaban el recinto.
El plan de Kessler no terminó ahí.

El regimiento de policía militar de 1.600 efectivos bajo el mando de Commodore Raft allanó la casa de la capilla de la Iglesia de Terra en el 19 de la calle Cassel, reuniendo a todos los creyentes que pudieron encontrar en el lugar. Sin embargo, estos no eran pacifistas y, en lugar de rendirse, inmediatamente dieron la bienvenida a la policía militar que irrumpió en su edificio abriendo fuego.

El comodoro Raft ordenó a sus hombres que respondieran al fuego. Los rayos prismáticos se dispararon en todas direcciones. Fue un tiroteo brutal, aunque de corta duración. Diez minutos después, los hombres de Raft se dirigieron al piso superior, disparando a cualquiera que se interpusiera en su camino. Apenas pasado el mediodía, habían obtenido el control total del edificio de seis pisos. Noventa y seis creyentes murieron en la escena, catorce murieron después de sus heridas, veintiocho se suicidaron y los cincuenta y dos sobrevivientes, que sufrían una variedad de heridas, fueron arrestados. Nadie escapó. Por el lado de la policía militar, dieciocho resultaron muertos y cuarenta y dos heridos. El líder de la secta, el arzobispo Godwin, acababa de intentar suicidarse bebiendo veneno cuando un oficial de policía militar irrumpió en la habitación y lo golpeó con la culata de su arma. Godwin fue puesto en esposas electromagnéticas y arrastrado inconsciente de la escena, un fracaso en su propio martirio.

Los oficiales de la policía militar, todavía avivados por la sed de sangre, registraron el interior del edificio salpicado de carmesí para reunir cualquier evidencia que pudiera demostrar la complicidad de los insurgentes en la conspiración del asesinato del Kaiser. Sacaron fragmentos de documentos de las cenizas de un incinerador, desnudaron cadáveres, registraron bolsillos pegajosos de sangre, patearon altares y rompieron las tablas del piso, pero no encontraron nada. Uno de los heridos reprendió sus acciones blasfemas, solo para ser asesinado a patadas por un oficial en la nuca donde había sido herido.

Mientras la unidad del comodoro Raft realizaba su rito sangriento en un rincón de la capital, los soldados de la unidad del comodoro Paumann , que habían rodeado la finca del barón Kümmel , se pusieron las botas y aguardaron la orden de asaltar el recinto. Aquellos en el extremo receptor de esa orden solo podían cumplir, pero la responsabilidad de quien la daba era inmensa. La vida de su Kaiser estaba en la punta de la lengua de Paumann.

Aquellos cuyas vidas pendían del equilibrio de toda esta movilización notaron un cambio en su entorno. Una agitación silenciosa del aire rozó su piel y estimuló sus redes neuronales. Después de jugar un rápido juego de atrapar con las miradas del otro, todos compartieron el mismo pensamiento, algo que era imposible de percibir para alguien como Heinrich, que nunca había experimentado el combate. La ayuda estaba en camino. Ahora todo lo que tenían que hacer era ganar tiempo.

La percepción de Heinrich se centró en dos cosas. Primero, el interruptor detonador de partículas Céfiro en su mano, y segundo, el colgante de plata que Reinhard seguía acariciando como un talismán.

Reinhard movía la mano inconscientemente. O si estaba consciente, seguramente era para provocar la precaución innecesaria de este asesino en potencia. Esto hizo que Heinrich se interesara aún más por el colgante.

Hilda también era consciente de este ciclo peligroso, pero no podía hacer nada al respecto. Cualquier interrupción de su parte podría ser suficiente ímpetu para que Heinrich pusiera en acción su enfermiza curiosidad.

Heinrich, después de apenas abrir y cerrar la boca unas cuantas veces, rompió el silencio.

“Su Majestad, ese colgante parece bastante valioso para usted. Me gustaría mucho verlo y tocarlo, si fuera tan amable «.

Los dedos de Reinhard se congelaron. Fijó la mirada en el rostro de Heinrich. Hilda tembló de miedo, porque sabía que su primo había pisado con sus pies embarrados el santuario inviolable del Kaiser.

«Eso está fuera de toda cuestión.»

«Exijo verlo».

«No tienes derecho a verlo».

“Solo déjele verlo, Su Majestad”, intervino Streit .

«¡Su Majestad!» dijo Kissling simultáneamente. Ambos hombres sabían que sus aliados se estaban acercando y no veían ningún daño en comprarse incluso unos segundos más por cualquier medio necesario. ¿Qué sentido tenía enojar más a Heinrich con esta resistencia infantil?

Reinhard claramente no compartía sus puntos de vista. El gobernante sereno, entusiasta y ambicioso que todos sus asistentes conocían y servían había desaparecido, dejando en su lugar a un hombre con la expresión de un niño preocupado. Era como un niño que se aferraba desesperadamente a su caja de juguetes, que para los adultos que lo rodeaban estaba llena de basura, pero estaba convencido de que contenía un tesoro real.

A los ojos de Hilda, Heinrich era ahora el verdadero tirano y nunca lo toleraría. Heinrich había cruzado la línea no solo de su confianza, sino también de la suya propia para emprender acciones aún más audaces.

“Yo soy el que tiene las cartas aquí. ¿O lo ha olvidado Su Majestad? Dámelo en este instante. No te lo volveré a preguntar «.

«No.»

La obstinación de Reinhard era difícil de creer viniendo de un héroe que se arrastró para salir de la pobreza cuando era un joven con solo un nombre para mostrar para su nobleza, solo para convertirse en gobernante del mayor imperio de la historia. Los sentimientos irracionales de Heinrich, al parecer, se habían distorsionado y transferido a Reinhard. Heinrich tuvo un ataque repentino, pero sus pasiones desequilibradas estallaron en una dirección inesperada. Su mano sin vida, que a todos parecía una muestra de laboratorio fijada con formalina, se estiró como una serpiente que salta y agarró el colgante del Kaiser. La elegante mano de Reinhard, que cualquier artista hubiera deseado como modelo, golpeó la mejilla del tirano medio muerto. Los pulmones y el corazón de todos dejaron de funcionar, pero se volvieron a conectar cuando el interruptor detonador voló de la mano del barón y rodó por las losas. Kissling saltó hacia Heinrich, casi vergonzosamente como un gato, y lo inmovilizó contra el suelo.

«¡Ten cuidado con él!» Hilda gritó, momento en el que Kissling ya estaba soltando las delgadas muñecas de Heinrich. El cuerpo enfermizo del barón había dejado escapar un crujido que hizo retroceder al valiente general de ojos color topacio. Sintiendo el regusto de haber empleado mucha más violencia de la necesaria, Kissling dejó a este traidor en manos de su hermosa prima. Esta no era la bajada del telón para Kissling.

—Heinrich, tonto —susurró Hilda, acunando el débil cuerpo de su primo. Era todo lo que incluso alguien de su inteligencia y expresividad podía reunir. Heinrich sonrió. No la sonrisa maliciosa de momentos antes, sino una sonrisa casi pura, dorada por la muerte inminente.

“Quería hacer algo antes de morir. Sin que importara cuán malvado o tonto fuera. Quería hacer algo antes de morir … eso y nada más «.

Heinrich pronunció cada palabra con extraña claridad. No le pidió perdón. Hilda tampoco exigió que se lo suplicara.

“La baronía de Kümmel muere conmigo. No por enfermedad, sino porque actué tan descuidadamente. Mi enfermedad puede que pronto se olvide, pero muchos recordarán mi insensatez «.

Después de decir lo que pensaba, el cráter de la vida de Heinrich arrojó su última gota de lava. Su corazón, abusado por este acto final, fue eternamente liberado, y sus venas cambiaron de ríos de vida a estanques delgados.

Sosteniendo el rostro de su primo muerto en sus manos, Hilda desvió la mirada hacia Reinhard. El joven Kaiser permaneció en silencio, mientras sus lujosos cabellos dorados ondeando en la brisa del verano. Sus ojos azul hielo no delataban nada del mar embravecido que había dentro. Todavía estaba tocando el colgante con una mano.

Streit sacó el interruptor detonador de la piedra, murmurando algo en voz baja. Kissling gritó, anunciando a sus aliados que rodeaban la mansión que el Kaiser estaba sano y salvo. El silencio fue roto por una perturbación en el aire cuando un hombre desconocido saltó frente a todos: un rezagado que había huido de la redada de la Iglesia de Terra y se había metido en el recinto. Apuntó con su desintegrador a Reinhard, dejando escapar un rugido hostil. Pero Rücke estaba un paso por delante de él, disparando un rayo de luz de su bláster. El hombre se dio la vuelta como si su instinto de supervivencia se hubiera disparado de repente. Rücke apretó el gatillo de nuevo, golpeando el centro de la espalda del hombre. El hombre levantó los brazos como un velocista que salta a través de la línea de meta, dio media vuelta y cayó de cabeza en un matorral.

Tres de los guardaespaldas personales de Rücke sacaron cuidadosamente el cuerpo. Fue entonces cuando Rücke notó el bordado distintivo en su ropa que confirmaría sus sospechas. Silenciosamente pronunció las palabras: Terra es mi hogar, Terra en mi mano.

» ¿Así que es uno de esos cultistas de la Iglesia de Terra?» susurró el vicealmirante  Streit por encima del hombro.

Por supuesto, conocía el nombre de la organización religiosa que de alguna manera había expandido su influencia tanto en el imperio como en la alianza en los últimos años. También estaban aquellos que habían oído hablar de Terra pero sabían poco de la Tierra.

Todos eran al menos conscientes de que la Tierra era el lugar de nacimiento de toda la humanidad y entendían que alguna vez había sido el centro del universo conocido. Continuó girando alrededor de su sol, pero el significado de su existencia se había perdido en un pasado lejano. Casi nadie lamentó su pérdida. No era más que un planeta modesto, fronterizo, olvidado, si no obligado a ser desterrado de la memoria. Muy pronto, sin embargo, el nombre «Tierra» sonaría en los oídos de la gente con el acompañamiento de una elegía siniestra, ya que se reveló que era una base estratégica para una escandalosa conspiración para asesinar al Kaiser.

V

Al regresar a Neue Sans Souci, el Kaiser Reinhard había vuelto a su yo dictatorial habitual, como si su vida no hubiera estado colgando de la balanza de las manos de un inválido. Pero como nunca explicó cómo su colgante de plata había provocado un giro inesperado en los acontecimientos, tanto el vicealmirante von Streit como el comodoro Kissling sintieron una falta de cierre de los acontecimientos. En cualquier caso, Hilda, que estaba relacionada con un criminal que había cometido un acto de alta traición sin sentido, fue puesta bajo arresto domiciliario.

El alto almirante Kessler, que ocupó puestos simultáneos como jefe de la policía militar y comandante de las defensas de la capital, señaló a Reinhard en los pasillos. Reprimiendo la oleada de emociones que se hinchaban en su interior, felicitó formalmente a Reinhard por su regreso sano y salvo y se disculpó por no saber de antemano las intenciones de Heinrich.

«Para nada. Lo hiciste bien. ¿No suprimiste la sede de la Iglesia de Terra donde se tramó el complot? No tienes nada de qué culparte «.

“Su magnanimidad no conoce límites. Por cierto, Su Majestad, el Barón Kümmel puede estar muerto, pero sigue siendo un criminal de primer orden y debe ser tratado en consecuencia. ¿Cómo sugiere que procedamos a partir de ahi? «

Reinhard negó con la cabeza lentamente, haciendo que su lujoso cabello dorado se balanceara de manera atractiva.

“Kessler, imagina que acabas de detener a alguien que puso tu vida en peligro ¿Castigas el arma que usó para hacerlo? «

El jefe de la policía militar tardó unos momentos en comprender lo que el joven Kaiser no había dicho. Es decir, que nadie iba a acusar al barón Kümmel de un delito. Lo que significaba, por supuesto, que Hilda y el conde Mariendorf serían exonerados. Si alguien necesitaba ser culpado y castigado, eran los fanáticos religiosos que tiraban de los hilos desde las sombras.

«Interrogaré a los creyentes de la Iglesia de Terra de inmediato, sacaré la verdad a relucir y los castigaré como mejor le parezca».

El joven Kaiser asintió en silencio y se volvió, mirando a través de la ventana reforzada hacia el jardín abandonado durante mucho tiempo. Un sentimiento de disgusto rugió como un océano distante en lo profundo de él. Aunque había encontrado una gran satisfacción al luchar para ganar poder para sí mismo, no había alegría en seguir luchando para mantener el poder que ya tenía. Habló telepáticamente a su colgante de plata: ¡Cómo disfruté luchando a tu lado contra un enemigo digno! Pero ahora que me he convertido en el gobernante más poderoso de todos, a veces desearía poder derrotarme a mí mismo. Si tan solo hubiera más grandes enemigos. Si solo hubieras vivido un poco más, entonces podría haber satisfecho el deseo de mi corazón. ¿No es así, Kircheis ?

Las intenciones del Kaiser se comunicaron a la policía militar a través de Kessler. Los cincuenta y dos sobrevivientes de la Iglesia de Terra fueron llevados ante la policía militar, quienes estaban hirviendo de lealtad a su Kaiser y deseos de vengar el atentado que se había hecho contra su vida. Kessler procedió a repartir castigos tan crueles que los terraistas supervivientes envidiaban a los muertos. Kessler y sus hombres podrían haber obtenido toda la información que necesitaban sin recurrir a un suero de la verdad, pero no perdieron el tiempo en usar las drogas más fuertes a su disposición. Una razón era que eran delincuentes capitales y la necesidad de obtener confesiones era mucho más importante que cualquier preocupación por el bienestar de quienes las daban. La otra razón tenía que ver con la tenacidad de los creyentes de Terra. Era como si anhelaran el martirio, que solo avivó la animosidad de sus interrogadores. Tal fanatismo provocó sólo repugnancia en aquellos que no compartían su fe.

Durante una de esas sesiones de interrogatorio, un médico dudaba en administrar la dosis completa y se acobardó ante las duras palabras de los oficiales.

“¿Te preocupa que se vuelvan locos? Es un poco tarde para eso, ¿no crees? Esta calaña ha estado loca desde el principio. Es posible que estos medicamentos simplemente los devuelvan a la normalidad «.

En la sala de interrogatorios, cinco niveles por debajo del cuartel general de la policía militar, la cantidad de sangre derramada excedió con creces la cantidad de información recuperada para demostrarlo. La secta de la Iglesia de Terra establecida en el planeta Odin solo había llevado a cabo el complot y no había dado ni redactado la orden.

Al principal infractor, el arzobispo Godwin, después de no morderse la lengua, se le inyectó una copiosa cantidad de suero de la verdad. Al principio no dijo nada, para asombro del médico. Después de la segunda inyección, aparecieron grietas en sus diques mentales y, poco a poco, la información comenzó a fluir. Aún así, incluso él solo podía adivinar por qué se le había ordenado asesinar al Kaiser en este momento.

“Con el paso del tiempo, la base del poder de ese mocoso rubio solo se hará más fuerte. Puede que rechace su ostentación como gobernante supremo, valore la simplicidad y trate de derribar la barrera entre súbditos y ciudadanos, pero eventualmente blandirá su poder y hará un uso generoso de su séquito, de eso puede estar seguro. Nunca volveremos a tener una oportunidad como esta «.

“Mocoso rubio” era un término que solo los oponentes del Kaiser Reinhard usaban para maldecirlo. Esas palabras por sí solas fueron suficientes para condenar al arzobispo Godwin de lesa majestad. Al final, sin embargo, no fue juzgado en un tribunal. Después de recibir su sexta inyección de suero de la verdad, se golpeó la cabeza contra el techo y las paredes de la sala de interrogatorios, murmurando incoherentemente, hasta que murió, sangrando por todos los orificios.

La severidad de este interrogatorio no dejó dudas sobre la verdad. La Iglesia de Terra había cometido alta traición. La única opción era hacer que la iglesia fuera muy consciente de la naturaleza de su ofensa.

“Pero, ¿cuál es el motivo de la Iglesia de Terra? Todavía estoy desconcertado de por qué pretenden asesinar a Su Majestad «.

Esta fue una duda sentida no solo por Kessler, sino por todos los principales estadistas que supieron del incidente. A pesar de su discernimiento, los sueños de los fanáticos eran imposibles de adivinar con solo verdades limitadas como sus varas de radiestesia.

Hasta ahora, el Kaiser Reinhard siempre había tenido más apatía que tolerancia por la religión. Naturalmente, ya no podía permanecer indiferente ante la secta en Odin, que, independientemente de sus objetivos o métodos, tenía la intención de negar su propia existencia. Nunca había dejado de recompensar a sus enemigos con más retribución de la que merecían. La única razón por la que había sido tan generoso esta vez era otro asunto, uno que se dejaba solo para su consideración privada.

Entre los subordinados de Reinhard, la ira y el odio hacia la Iglesia de Terra era mucho más violento entre los funcionarios civiles que entre los soldados. Las campañas extranjeras se habían estancado debido a su control de Phezzan y la rendición de la Alianza de planetas libres. Y mientras la era de los funcionarios civiles había llegado y la de los militares había sido eclipsada, si el nuevo Kaiser fuera derrocado por el terrorismo ahora, el universo entero entraría en conflicto y caos, y el guardián del orden universal se perdería para ellos para siempre.

Y así, el 10 de julio, se convocó un consejo imperial, incluso cuando el destino de la Tierra, o al menos el de la iglesia, estaba perdiendo su control sobre el futuro.

I

MIENTRAS ESTE SANGRIENTO INTERMEZZO reverberaba alrededor de la persona del Kaiser Reinhard, en Heinessen, la capital de la Alianza de Planetas Libres, ahora convertida en un protectorado del Imperio Galáctico, «Milagro» Yang Wen-li estaba viviendo el estilo de vida de jubilado que siempre había querido. O eso parecía.

A pesar de que era exaltado como el oponente más digno del Kaiser Reinhard, Yang nunca, desde el comienzo de su vida, había deseado ser un militar. En primer lugar, solo se había inscrito en la Academia de Oficiales porque la matrícula era gratuita y había ofrecido cursos de su verdadero interés, la historia. Desde el momento en que se puso el uniforme por primera vez, había estado añorando la oportunidad de quitárselo. Después de llevar a cabo la impensable evacuación de El Facil hace once años, una medalla y un ascenso tras otro habían hecho que el uniforme fuera más pesado. Y ahora, a la edad de treinta y dos años, finalmente había podido retirarse.

La pensión de Yang, como correspondía a su estatus, era una expiación por los muchos aliados y muchos más enemigos cuya sangre había sido derramada bajo su supervisión. La misma idea le atravesó el alma, y ​​fue todo lo que pudo hacer para tranquilizarse ahora que su deseo de hacía doce años por fin le había sido concedido. Yang descaradamente dejó notas en ese sentido: la idea de que le paguen por nada es casi vergonzoso. Por otro lado, cobrar por no matar gente parece una forma más adecuada de vivir, o al menos más feliz. Pero cualquier historiador predispuesto en su contra ignoró estos sentimientos.

Había alcanzado el rango de comodoro a los veintiocho, almirante a los veintinueve y ahora mariscal a los treinta y dos. En condiciones más pacíficas, estos logros habrían parecido el sueño de un paciente psiquiátrico. Para él, ser llamado el general vivo más grande e ingenioso de la alianza era nada menos que la mayor apropiación indebida de adjetivos de la historia. Casi todos los éxitos militares de la alianza durante los últimos tres años habían sido arrancados de su boina negra como el proverbial conejo del mago. El hecho de que la alianza en sí se hubiera inclinado ante el imperio no necesariamente funcionaba a su favor, por lo que no pudo evitar preocuparse por este giro histórico de los acontecimientos.

Inmediatamente después de su jubilación, Yang se casó y estableció en una casa el 10 de junio de ese año. Su esposa era Frederica Greenhill, de veinticinco años, quien había trabajado como ayudante de Yang mientras estaba en servicio activo, teniente comandante de rango. Era una mujer hermosa con cabello castaño dorado y ojos color avellana, que solo tenía catorce años durante la fuga de El Facil. Nunca había olvidado a ese subteniente de cabello negro aparentemente inepto, ahora una parte integral de su realidad. Yang sabía lo que sentía por él, pero solo este año se había sentido envalentonado para corresponder. Incluso entonces, sus señales se habían cruzado más de lo que a Frederica le hubiera gustado.

La boda fue un asunto modesto. La principal razón detrás de esta elección fue que Yang odiaba las ceremonias fastuosas. También le preocupaba que una boda extravagante pareciera ser un pretexto ideal para que los antiguos líderes de la alianza se reunieran y tramasen algún plan terrible. Despertar las sospechas de la Armada Imperial en este punto sería extremadamente imprudente.

Cualquier celebración planeada a mayor escala requeriría invitar a los peces gordos domésticos y ajenos, lo que significaba que Yang tendría que aguantar los discursos prefabricados de personas cuya compañía no disfrutaba particularmente. Lo peor de todo, tendría que invitar al cónsul imperial, y a los que ostentaban altas posiciones en el gobierno de la alianza. Los problemas superaban con creces cualquier posible ventaja.

Como resultado de eso, de entre los viejos subordinados de Yang que todavía estaban en activo, invitó solamente al Vicealmirante Alex Cazellnu. El resto se habían retirado y estaban escondidos por órdenes de Yang.

En el día de la ceremonia, la novia se veía increíblemente hermosa. Yang, como siempre, parecía un erudito inmaduro, a pesar de los grandes dolores que había tenido con su uniforme, y sus aliados más cercanos aprovecharon cada oportunidad para recordárselo.

«Una princesa normal y un mendigo», reprendió Cazellnu en respuesta a las quejas de Yang por su esmoquin. «Si tan solo hubieras mordido la bala antes, es posible que te hubiera ido bien con tu uniforme de gala militar, como fue mi caso. Mirándote ahora, diría que el uniforme te quedaría mejor después de todo «.

Incluso en uniforme, Yang de alguna manera se parecía más a un niño que a un soldado, por lo que no creía que eso hiciera ninguna diferencia al final.

El vicealmirante Walter von Schenkopp, ex comandante de la fuerza Rosen Ritter y comandante de las defensas de la fortaleza en Iserlohn bajo el mando de Yang, mezcló su propio cóctel verbal de cinismo y arrepentimiento: «Has escapado de una prisión militar, solo para marchar hacia el bloque de celdas del casamiento. Es usted un pato raro, Señor Yang «.

A lo que Cazellnu respondió: «Extraño no es la palabra. Una semana de vida matrimonial lo ha iluminado para algo que nunca aprendió en diez años de soltería. Sospecho que algún día engendrará un gran filósofo «.

El compañero de clase (de año inferior) de la Academia de Oficiales de Yang, el retirado vicealmirante Dusty Attenborough, estuvo de acuerdo y arrojó su propia carne en el asador. “A mi modo de ver, Yang obtuvo lo mejor del botín de guerra con su nueva esposa. Adecuado para nuestro ‘Milagro Yang’, viendo que ella se bajó a su nivel y todo «.

El pupilo de Yang, Julian Mintz, de diecisiete años, sacudió su cabeza rubia y de cabello largo ante esta ronda de críticas.

“Almirante, me sorprende que pudiera llevar a esta gente a la victoria. Todos son traidores, si me pregunta. «

«¿Cómo crees que llegué a ser así en primer lugar?» bromeó Yang, como solo haría una persona de carácter. «La resolución tiene que venir de alguna parte».

Los asistentes exigieron que Yang y su novia se besaran, y él se acercó a ella como un hombre con las piernas temblorosas. Por un momento, Julian mostró una expresión de dolor ante el bello y vivaz rostro de Frederica. Primero, porque había sentido un vago anhelo por ella durante bastante tiempo. En segundo lugar, porque dejaría el planeta Heinessen esa misma noche para embarcarse en su propio nuevo viaje. Y aunque este último fue por su propia elección, era natural que sus emociones corrieran desenfrenadas en su joven corazón una vez que estuviera a diez mil años luz de distancia de las personas que amaba. Cualquier soledad que hubiera sentido antes ahora se magnificaría a niveles cósmicos.

Los interlocutores de Yang se fueron después de la boda. Julian también se despidió de los recién casados ​​y se despidió de los jóvenes novios antes de partir hacia los lagos y marismas de su luna de miel en la montaña. Después de diez días en una villa apartada, regresaron para comenzar su nueva vida en una casa alquilada en Fremont Street. Como la residencia anterior de Yang, la casa de la calle Silverbridge, había sido una vivienda militar oficial, naturalmente tuvo que mudarse al jubilarse.

Por lo tanto, Yang parecía haber pasado la primera página de su vida ideal. Pero la realidad no era tan dulce como se había imaginado, por razones tanto propias como ajenas.

La combinación de las pensiones del mariscal Yang y la teniente comandante Frederica, aunque menos de lo que se hubiera dado a la realeza y la nobleza, era suficiente para garantizarles más libertad de actividad y excedente material de la que estarían acostumbrados a manejar. Aun así, las pensiones se otorgaban solo cuando existían las finanzas gubernamentales para ello y, en ese sentido, el estado de cosas se estaba deteriorando más allá de su control.

La nueva administración de la alianza, de la que João Lebello era primer ministro, había quedado en bancarrota por la guerra. Debido a la imposición de un impuesto de seguridad que se debía abonar al imperio de acuerdo con el tratado de paz, necesitaban mejorar su situación financiera para financiar el esfuerzo de reconstrucción. Había mucho por hacer, pero por ahora se estaban centrando en el corto plazo. La administración expresó su determinación por la reforma financiera mediante la reestructuración del sistema de poder de la siguiente manera:

Los que ocupan cargos públicos enfrentaron recortes salariales promedio del 12,5 %, y el propio Lebello renunció al 25 % . Mientras que antes no había nada más que viento y lluvia fuera de la ventana de Yang, ahora que la alianza había llevado el bisturí de reducción a las pensiones de los soldados también, ese viento húmedo se había estrellado contra el cristal y lo había helado hasta los huesos.

El recorte de pensión para un exmariscal fue del 22,5%, el de un ex teniente comandante del 15%. Yang entendía que esta disparidad reflejaba sus filas, pero eso no hizo nada para evitar que sintiera que su ideal de que le pagaran sin tener que hacer la guerra ya había sido pisoteado. No estaba loco por el dinero, pero nunca había tenido la experiencia de tener tanto dinero, que no sabría qué hacer con él. De cualquier manera, sabía bastante bien que valía la pena. Yang nunca había sido de los que trabajaban más duro solo para aumentar sus ganancias, y los historiadores del futuro tenían razón en al menos un aspecto cuando lo describieron como «alguien que no tenía ningún interés en ganar dinero».

Aun así, juntar sus pensiones no les garantizaba la vida más cómoda después de todo. Pero el hecho de que la jubilación de Yang se hubiera vuelto opresiva no tenía nada que ver con el dinero, sino con un cierto malestar que persistía más allá de la superficie de su nueva vida.

Las primeras señales ya estaban apareciendo durante su breve paso por la montaña. Cada vez que Yang iba a pescar truchas en el lago, arrojaba leña a la chimenea para evitar el frío de las noches a gran altura o compraba leche fresca en la granja local, no podía evitar la sensación de que alguien estaba observando cada uno de sus movimientos…

II

En mayo del 799 de la Era Espacial, año 490 del antiguo Calendario Imperial y año uno del Nuevo Calendario Imperial, se puso en vigor el Tratado de Paz de Bharlat. De acuerdo con el artículo 7, el cónsul imperial debía estar destinado en la capital de la alianza. Sus deberes eran negociar y consultar con el gobierno de la alianza como representante del Kaiser, pero la realización de inspecciones de acuerdo con el tratado le daba el poder de interferir en los asuntos internos, acercándolo más a un gobernador general.

El nombramiento de Helmut Lennenkamp para este importante cargo fue evaluado así por el hombre conocido como el «Artista-Almirante», Ernest Mecklinger.

“En el momento del nombramiento, estaba lejos de ser la peor opción. Pero con el tiempo, se ha convertido en el peor. Ahora todos sufrirán las consecuencias de esta decisión”.

Helmut Lennenkamp era un hosco hombre de mediana, cuyo digno su bigote quedaba bastante fuera de lugar entre el resto de sus rasgos. Pero era un táctico sólido que había acumulado medallas en todo tipo de batallas y, al que según todos los informes, no le faltaba nada a la hora de organizar tropas. Fue, durante un tiempo, el superior de Reinhard cuando Reinhard era apenas un teniente comandante, y había albergado una aversión especial por «ese mocoso dorado». Consciente de esta crítica, Reinhard fue lo suficientemente magnánimo como para asegurarse de que Lennenkamp fuera tratado de manera justa, en la medida en que nadie hablaba de él a sus espaldas. Por lo tanto, su nombre fue incluido en la lista de candidatos elaborada por el fundador de la dinastía Lohengramm, para sorpresa de nadie.

Lennenkamp había sido bendecido con muchas virtudes, entre ellas la lealtad, el sentido del deber, la diligencia, la imparcialidad y la disciplina, y sus subordinados confiaban en él con el respeto y la confianza adecuados. Como tema de un volumen de una serie de biografías de cónsules imperiales, habría recibido muchos elogios. Pero desde una perspectiva que no fuera militar, carecía de la flexibilidad de Oskar von Reuentahl y la mentalidad abierta de Wolfgang Mittermeier, y tenía cierta tendencia a perseguir impotentemente tanto sus propias virtudes como las virtudes de los demás, y la incompatibilidad de su temperamento como militar superior. y un ser humano: todo esto también debería registrarse.

Lennenkamp estaba respaldado por cuatro batallones de granaderos armados y doce batallones de infantería ligera cuando se apoderó del reputado hotel Shangri-La en el centro de Heinessenpolis para establecer su oficina ejecutiva. Aunque la gran flota del almirante Steinmetz estaba controlando el sistema estelar de Gandharva, estar estacionado en lo que había sido territorio enemigo hasta ayer con tanta fuerza militar era inimaginable para un cobarde.

«Si esos bastardos de la alianza quieren matarme, que lo intenten», había dicho sobre la situación, levantando los hombros desafiantes. «No soy inmortal, pero en el improbable caso de que muera, la alianza muere conmigo».

Un «gran ejército» era el ideal de Lennenkamp, ​​y para él no era tan descabellado pensar que podría lograrlo. Creía en los superiores que tenían afecto por sus hombres, hombres que a su vez respetaban a sus superiores y en los camaradas que confiaban y se ayudaban mutuamente sin recurrir a la injusticia ni a la insubordinación. El orden, la armonía y la disciplina eran sus valores más preciados. En cierto sentido, era un militarista extremo, uno que seguramente se habría considerado un fiel seguidor del fundador de la dinastía Goldenbaum, Rudolf el Grande, si hubiera nacido en esa época. Por supuesto, no tenía el ego inflado de un Rudolf von Goldenbaum, pero Lennenkamp no usó a su señor como espejo para verse a sí mismo desde un punto de vista objetivo.

Por orden de Lennenkamp, ​​Yang Wen-li estaba siendo vigilado por la Armada Imperial como una amenaza potencial para la seguridad nacional.

Yang estaba cada vez más irritado por tener que informar su destino y hora planificada de regreso cada vez que salían. Ya fuera en servicio activo o retirados, el gobierno vigilaba a sus oficiales de más alto nivel. Esto era de esperarse. Y, sin embargo, la Armada Imperial nunca le había dado ningún indicio de ser guardias de prisión. Más bien, su vigilancia era algo que el gobierno de la alianza había sugerido a la Armada Imperial. Y si bien era comprensible que el gobierno de la alianza hiciera todo lo posible para vigilar tan de cerca a Yang sin darle a la Armada Imperial ninguna excusa por su interferencia, Yang solo quería que terminaran de una vez.

Yang se quejó con su nueva esposa, queriendo saber qué placer obtenían al atormentar a un hombre pacífico e inofensivo como él, aunque cualquiera que supiera la partitura completa nunca habría creído sus afirmaciones de inocencia. Había apoyado el viaje de Julian Mintz a la Tierra, planeado la fuga del almirante Merkatz y otros desterrados del imperio, y había llevado a cabo actividades no exactamente anti imperiales, pero ciertamente no imperiales, por lo que fue audaz por su parte interpretar el papel de prisionero desventurado.

Sobre ese punto, Frederica guardó silencio. En su opinión, estaba a su favor que se ganara las sospechas de la Armada Imperial y comprometiera la posición del gobierno de la alianza.

«En ese caso, adelante y sé tan vago como quieras».

Yang asintió felizmente ante el consejo de su esposa. Vivir en paz, en silencio y ociosamente le sentaba muy bien. Yang tenía todas las razones para disfrutar de su indolencia. Y así, comenzó a pasar cada día con pereza, incluso descuidadamente, ignorando silenciosamente incluso los signos más obvios de vigilancia.

Un día, el capitán Ratzel, encargado de vigilar a Yang, le dio un informe a su superior.

“Marshal Yang lives a quiet life. I see no reason to believe he’s stirring up anti-imperial sentiment of any kind.”

una vida tranquila. No veo ninguna razón para creer que albergue sentimientos antiimperiales de ningún tipo «.

La respuesta de Lennenkamp fue cínica, como mínimo:

“Tiene una hermosa esposa y comida en su mesa. No puedo decir que no esté celoso. Una vida ideal, ¿no crees? «

Lennenkamp valoraba mucho el trabajo duro y el servicio al país, y no veía ningún mérito en que alguien que alguna vez había ocupado un cargo militar importante arrojara la responsabilidad de la derrota a un armario de olvido y viviera el resto de su vida con una cómoda pensión sin un cuidado en el mundo. Un hombre con el sentido común y los valores de Lennenkamp no podía entender a Yang Wen-li. Algo simplemente no cuadraba, y estaba decidido a llegar al fondo de lo que veía como un comportamiento misterioso.

Yang había obligado a Lennenkamp a tragarse la amarga medicina de la derrota en dos ocasiones. Si Yang hubiera sido un hombre poseedor de alguna virtud militarista, entonces el disgusto de Lennenkamp podría haber sido compensado por su respeto por un enemigo superior. Pero, por desgracia para ambas partes, con demasiada frecuencia eran caras opuestas de la misma moneda, por lo que el deber obligaba a Lennenkamp a mantener un ojo por encima del hombro en todo momento.

Para Lennenkamp, ​​todo era camuflaje. Yang Wen-li no parecía el tipo de persona que se contentaría con vivir la vida de un jubilado ocioso hasta que fuese viejo y decrépito. Seguramente, en su corazón, estaba albergando un plan a largo plazo para restaurar la alianza y derrocar el imperio. Su vida diaria normal no era más que una artimaña para pasar por alto ese hecho.

Las opiniones de Lennenkamp hacia Yang eran miopes, los puntos de vista de un soldado patriota por excelencia. Paradójicamente, Lennenkamp se había abierto camino a través de las marismas de su prejuicio y el denso bosque de su incomprensión para llegar a las puertas de la verdad, ante las cuales se encontraba ahora, con las manos ansiosas por empujarlas para abrirlas.

Pero su subordinado carecía de su nivel de convicción. O eso, o no estaba tan cansado. Si Reinhard había cometido un error al elegir a Lennenkamp, ​​entonces Lennenkamp había cometido un error al elegir a Ratzel. Mientras el capitán estaba monitoreando a Yang, cortésmente entregó el siguiente mensaje:

“Para Su Excelencia, Mariscal, esto debe ser un hecho inconveniente e irritante. Pero estoy al capricho de mi superior y, como funcionario de poca monta, estoy obligado a obedecer. Por favor acepte mis más sinceras disculpas «.

Yang agitó su mano levemente.

“Oh, por favor, no pienses en eso. Todos somos esclavos de quién nos paga. ¿No es así, Capitán? Yo era de la misma manera. Es más que una hoja de papel; es una cadena que une «.

El Capitán Ratzel necesitó unos segundos para sonreír, en parte debido a la broma mal construida de Yang y en parte porque el sentido del humor de Ratzel no estaba tan desarrollado para empezar.

Fue en estas circunstancias que Yang permitió que Ratzel lo observara. Incluso en un régimen democrático como las Fuerzas Armadas de la Alianza, y más aun en la Armada Imperial, los superiores podían ser injustamente duros. Por supuesto, Yang no pudo evitar sentir cierto nivel de incomodidad con el jefe de Ratzel.

“Lennenkamp sostiene que las reglas y regulaciones son evidentes. Incluso si ir en contra de ellos estuviera justificado, dudo que siquiera lo considere. Haría lo peor que pudiera, siempre y cuando eso signifique seguir las reglas «.

Incluso si Yang tenía razón, no le importaban las reglas. Simplemente no había revelado cómo se sentía, porque sabía cuándo y dónde gritar: «¡El rey tiene orejas de burro!» En cualquier caso, de alguna manera se había labrado un estatus digno de una pensión. Por otra parte, también había sido denunciado en una audiencia judicial sin sentido como un cordero manso ante una corte de gobernantes y sus perros falderos, mientras Cazellnu y sus amigos observaban críticamente desde el margen. Pero mientras existió el Imperio Galáctico, el genio militar de Yang era indispensable. Sacarlo de la ecuación por un comportamiento cuestionable era impensable. A pesar de haber sido objeto de burlas sin piedad en la corte, había emergido de la incomodidad de ese recuerdo al enfrentarse a la forma de hacer las cosas de Lennenkamp.

«¿Entonces no te gusta Lennenkamp?»

A la pregunta intencionalmente reductora de su esposa, Yang respondió:

«No es que no me guste. Simplemente me pone de los nervios, eso es todo «.

Eso fue más que suficiente para Yang.

A Yang no le gustaban las intrigas. Odiaba mirarse a sí mismo cuando estaba elaborando un plan para engañar a otros. Pero si Lennenkamp cruzaba la línea y se entrometía en los asuntos personales de Yang, recurriría a métodos clandestinos para ahuyentarlo. Los nervios de Yang todavía estaban lejos de su límite. Si recibía finalmente un empujón, tomaría represalias con otro empujón por si acaso. Estaba completamente preparado para enfrentar cualquier consecuencia de su regreso de frente.

Sin embargo, incluso si Yang se burlaba de la meticulosidad de Lennenkamp, ​​no era probable que alguien más tolerante lo sustituyese en su lugar. No podía permitirse el error de expulsar a un perro, solo para luego invitar a un lobo. Si alguien como el astuto mariscal Oberstein, por ejemplo, entrara en escena, Yang se sentiría mentalmente asfixiado.

“¡Ese bastardo de Lennenkamp! Yo podría…»

Al darse cuenta de la indecencia de lo que estaba a punto de decir, Yang actuó como un caballero y se volvió a componerse.

“Sí, sería ideal si el Sr. Lennenkamp nos dejara en paz, pero el problema es quién lo reemplazaría. Con mucho gusto me aprovecharía de un tipo traidor que disfrutase haciendo lo que le venga en gana a espaldas del Káiser. Pero el Kaiser Reinhard aún tiene que nombrar a alguien así «.

«Podemos asumir que el Kaiser Reinhard solo nombraría a esa persona si él mismo fuera un gobernante corrupto, ¿verdad?»

«Ah, has dado en el blanco. Eso es exactamente «. Yang exhaló con una expresión amarga. “Nos corresponde no solo dar la bienvenida a la corrupción del enemigo, sino también alentarla. ¿No es este un tema deprimente? Ya sea en la política o en el ejército, sé muy bien bajo qué jurisdicción se encuentra el mal. Apuesto a que Dios está disfrutando cada momento de esto «.

Mientras tanto, en la oficina del cónsul imperial, el almirante Lennenkamp estaba nuevamente dando órdenes al capitán Ratzel.

“Manténgase alerta en su vigilancia. Ese hombre está tramando algo, puedo sentirlo. Debemos eliminar todo lo que pueda dañar al imperio o a Su Majestad el Káiser antes de que se convierta en realidad «.

Ratzel guardó silencio.

«¿No tiene nada que decir?»

«Sí. Como usted ordene, de ahora en adelante vigilaré más de cerca al mariscal Yang «. Fue la respuesta de un actor sin talento.

Al ver la forma en que temblaba el bigote de Lennenkamp, ​​Ratzel supo que su comportamiento no era del todo del agrado de su superior.

«Capitán», dijo Lennenkamp, ​​alzando la voz. «Déjeme preguntarle algo. ¿Necesitamos ser obedecidos o necesitamos ser bienvenidos? «

Ratzel sabía lo que su superior quería oír, pero dudó en responder de inmediato. Volvió a apartar la mirada, su tono desapasionado.

«Ser obedecido, por supuesto, Su Excelencia».

«Exactamente.»

Asintiendo con gravedad, Lennenkamp continuó su diatriba.

“Somos tanto vencedores como gobernantes. Construir un nuevo orden es nuestra responsabilidad. En este punto, ya no me importa ser condenado al ostracismo por los perdedores. Si alguna vez vamos a cumplir con nuestro deber más importante aquí, entonces debemos ser firmes en nuestra determinación y fe «.

Ernest Mecklinger también tomó nota en el siguiente memorando:

Lo más probable es que el Kaiser se haga cargo de este error en la selección de personal. No estoy de acuerdo con eso. La única razón por la que el Kaiser no ha notado la fijación de Lennenkamp con Yang Wen-li es porque el propio Kaiser no la tiene. La fijación con alguien que ha infligido una derrota a uno mismo se eleva sobre la mente como una enorme cadena montañosa. Y si bien es posible que un pájaro con alas fuertes vuele sobre esas montañas, para un pájaro que no puede hacerlo, son la esencia misma de las dificultades. En mi opinión, Lennenkamp necesita fortalecer un poco más sus alas. El Kaiser no lo nombró carcelero de Yang Wen-li. Ciertamente, el Kaiser no es omnipotente. Pero es inaceptable culpar a un telescopio astronómico por no funcionar también como microscopio.

III

Yang Wen-li no era el único bajo vigilancia imperial. La mayoría de los demás oficiales de alto nivel, al menos aquellos cuyo paradero se conocía, estaban siendo sometidos al mismo trato. La Alianza de Planetas Libres, después de apenas evitar la dominación total de la Armada Imperial, era como un criminal en el corredor de la muerte, esperando lo inevitable mientras las figuras de autoridad sacudían la jaula con sus porras.

Como miembro del personal autorizado del gobierno de la alianza, al cónsul  Lennenkamp se le permitió el privilegio de asistir a todas las reuniones oficiales. Su presencia era entre molesta y simbólica. Aunque se le prohibió dar órdenes y expresar opiniones, la alianza tampoco podía debatir libremente por temor a lo que él pudiera pensar.

João Lebello, que era tanto el primer ministro de la alianza como el director ejecutivo como presidente del Alto Consejo, sucedió a Job Trünicht después de que este último renunciara a su autoridad política. Desde que mordisqueó el dulce fruto del poder, había estado cultivando un huerto marchito.

Lebello estaba decidido a no dar excusas al imperio. Mantendría la independencia, aunque sólo sea nominalmente, de la Alianza de Planetas Libres, que tenía dos siglos y medio de historia a sus espaldas. Tarde o temprano, la Alianza de Planetas Libres necesitaría restaurar la independencia total. El Imperio Galáctico tenía suficiente poder militar para anexar la Alianza de Planetas Libres en cualquier momento que quisiera. Que aún no lo hubiera hecho no significaba que no lo haría en el futuro. El Kaiser Reinhard estaba esperando un momento más oportuno para encajar esa última pieza en el rompecabezas de su gobierno.

El Tratado de Paz de Bharlat era una cadena invisible que sujetaba los miembros de la Alianza de Planetas Libres. Según el artículo 4, la alianza debía pagar un impuesto de seguridad anual de quinientos mil millones de marcos imperiales al imperio, lo que ejercía una enorme presión financiera sobre la alianza. De acuerdo con el artículo 6, la Alianza de Planetas Libres había promulgado diligentemente una ley nacional contra cualquier actividad que obstaculizara la amistad con el imperio. Lebello, además de proponer esta Ley de Insurrección al Congreso, tuvo que prohibir el artículo 7 de la Carta de la Alianza, que garantizaba la libertad de expresión y de reunión, al que los principistas lloraban por esta abnegación de un gobierno democrático.

Lebello lo sabía. Pero el mundo estaba en modo de crisis, y ¿no valía la pena amputar sus brazos asolados por la necrosis para salvar a todo el organismo? Además, Lebello estaba preocupado por el mayor héroe militar de la alianza, Yang Wen-li. Lebello había sido engañado por los conservadores y sólo pudo estremecerse ante la imagen de los estandartes revolucionarios desplegándose tanto en el lado imperial como en el de la alianza.

Lebello sabía muy bien que Yang Wen-li no era el tipo de persona que ansiara ganar poder por la fuerza militar, como podían atestiguar los últimos tres años. Pero el hecho de que Yang hubiera actuado de una manera en el pasado no garantizaba que actuaría de manera predecible en el futuro. El ex almirante Dwight Greenhill, el padre de la nueva esposa de Yang, había sido un hombre de buen sentido, pero las presiones políticas y diplomáticas, ¿no lo habían obligado incluso a él a ponerse del lado de los más radicales, llevándolo a instigar un golpe de estado? Y cuando Yang había reprimido el golpe y rescatado al gobierno democrático, había estado brevemente en condiciones de convertirse él mismo en un dictador. Pero inmediatamente después de liberar la capital ocupada, regresó al frente, contento con su puesto de comandante de las defensas fronterizas. Aunque Lebello pensó que era una acción loable, las personas eran criaturas maleables. Si un hombre como Yang, que ya no podía soportar la vida monótona de la jubilación, despertara sus ambiciones latentes, no habría forma de saber de lo que podría ser capaz y hasta dónde estaría dispuesto a llegar para proteger la integridad de sus ideales.

Y así, el mismo gobierno del que Yang Wen-li recibía su pensión también lo vigilaba de cerca. La realidad de la situación podría pasar por alto a Yang, pero era solo cuestión de tiempo antes de que conectara todos los puntos. Por lo que Lebello sabía, tal vez Yang ya lo sabía. Yang no era masoquista y no encontraba alegría alguna en ser el objetivo de una vigilancia constante. Sin embargo, no tenía ningún deseo de mostrar sus objeciones, aunque sólo fuera porque sabía que el actual gobierno estaba en una situación difícil. No pudo evitar simpatizar, hasta cierto punto. Además, ninguna forma de protesta evitaría que los visitantes se presentaran en su puerta sin previo aviso. Por ahora, solo podía tocar las cosas de oído y ver a dónde lo llevaba.

Independientemente de lo que los demás esperaran de él, sin importar cómo supusieran interferir, Yang tenía la intención de disfrutar el resto de su vida, relajado y pagado. Es decir, hasta que sucedió algo inesperado al día siguiente que le hizo cambiar de opinión para siempre.

Su nueva esposa, Frederica, al igual como su marido perezoso, no hizo otra cosa que no fuera comer y dormir. Aparte de garabatear los destellos de visión histórica de él, dictados al azar, ella pasó su tiempo relajándose. Sin embargo, eso no significaba que disfrutara de esta vida ordinaria e improductiva. Si hubiera seguido el ejemplo de su esposo, el hogar que acababa de construir pronto se habría convertido en un jardín infestado de malas hierbas. Por lo menos, quería mantenerlo como su santuario.

Su hogar de recién casados ​​se había convertido en un campo de entrenamiento para su nuevo papel de ama de casa, y lo aceptó con un compromiso vacilante. Cuando era niña, había manejado las tareas domésticas en lugar de su madre enferma, pero en retrospectiva, su padre había hecho mucho para aliviar sus cargas hasta que ella dejó su casa a los 16 para alistarse en la academia de oficiales. La comida rara vez era un enfoque del plan de estudios en la academia, donde aprendió qué plantas eran comestibles comer si alguna vez se encontraba perdida en la naturaleza, pero nunca cómo hacer una comida casera. Aunque había planeado aprender por sí misma algún día, y a pesar de una memoria superior que le había valido el apodo de «Computadora ambulante» en la academia, se sentía inadecuada cuando se trataba de la vida doméstica. Quizás solo necesitaba práctica.

En el archivo de su memoria, cinco mil años de historia humana y las hazañas de la experiencia de combate y los elogios de Yang habían sido perfectamente catalogadas, sin embargo, ninguna cantidad de erudición o elevada filosofía era útil para preparar el té negro favorito de su esposo, planificar un viaje o un menú que estimularía su apetito en los meses de verano.

Yang nunca se había quejado ni una sola vez de las comidas que preparaba Frederica. Ya sea porque a él realmente le gustara su cocina, porque no le gustaba, pero estaba siendo considerado con sus sentimientos, o porque simplemente no le importaba, estaba más allá de ella. Fuese la razón que fuese, no pasó mucho tiempo antes de que agotara su repertorio culinario y se diera cuenta de que quería aprender más.

«Querido», preguntó tímidamente, «¿estás en absoluto insatisfecho con mi cocina o con la forma en que cuido la casa?»

«Para nada. Especialmente esa cosa que hiciste … Bueno, como se llamara, estaba delicioso «.

Frederica apenas se sintió reconfortada por esta respuesta entusiasta pero vaga.

“Solo desearía poder darte más variedad. Cocinar nunca ha sido mi fuerte”.

“Tu cocina está bien, de verdad. Oh sí, ¿recuerdas ese bocadillo que me hiciste cuando huíamos de El Facil? Eso fue realmente sabroso «.

Incluso Yang no estaba seguro de si estaba diciendo la verdad o si era simplemente para afuera. Después de todo, eso fue hace once años. Frederica apreciaba que estuviera tratando de hacer que su esposa se sintiera cómoda, pero esperaba que él fuera más franco sobre estas cosas sin que ella tuviera que preguntar.

“Los sándwiches son lo único que se me da bien hacer. De hecho, eso no es cierto. También puedo hacer crepes, hamburguesas…”

«Entonces, básicamente, eres un experto cuando se trata de cualquier cosa que vaya a capas, ¿verdad?»

Pero los intentos de Yang de dejarse impresionar, ya fuera generoso o cabezota, hicieron que Frederica pusiera en tela de juicio sus habilidades. ¿Acaso era «Desayuno: sándwich de huevo, almuerzo: sándwich de jamón, cena: sándwich de sardina» el único tipo de menú que podía diseñar? ¿El alcance total de sus habilidades en la cocina cabía solo entre dos capas de masa?

Cuatro años de vida en la residencia de estudiantes de la Academia de Oficiales y cinco años de vida militar la habían dejado mal preparada para su nuevo papel como ama de casa.

Julian Mintz, antes de partir hacia la Tierra, le había dado instrucciones sobre cómo preparar un té negro fuerte al gusto de Yang. Con cuidado magistral, había demostrado la temperatura perfecta del agua y el momento exacto involucrado, pero cuando felicitó los intentos de Frederica de replicar el proceso, ella se preguntó si estaba siendo genuino, porque nunca salió igual cada vez que intentaba hacerlo para Yang. Claramente, su esposo veía el mundo de manera muy diferente a como lo veía ella. Quería que ambos estuvieran en la misma página, pero parecía que Yang ya se estaba adelantando hasta el final sin preocuparse mucho por los eventos que los llevaron allí.

IV

Alex Cazellnu, conocido como el rey del cubículo de las Fuerzas Armadas de la Alianza por ayudar a Yang con innumerables tareas administrativas, tampoco pudo evitar la incómoda sensación de que estaba siendo vigilado por la Armada Imperial. Convencido de que habían puesto micrófonos en su casa, evitó hablar con Yang por el visiofono. Un día, mientras tomaba café junto a su esposa que en ese momento hacía punto, se burló de los cinco guardias de vigilancia afuera de su ventana.

“Míralos, trabajando tan duro día tras día. ¿Y para qué?»

«Al menos no tenemos que preocuparnos por que nos roben, querido. Los fondos públicos están pagando por nuestra protección. ¿No deberíamos estar agradecidos por eso? ¿Quizás podría ofrecerles un té o un postre? «

«Hazlo a tu manera», dijo su esposo, escuchando sólo a medias.

La Sra. Cazellnu preparó café para cinco, luego le dijo a su hija, Charlotte Phyllis, que llamara al guardia de aspecto más arrogante que pudiera encontrar. Poco después, la niña de nueve años condujo a un suboficial joven y pecoso al interior, su brazo enlazado dudosamente con el de ella. El oficial estaba visiblemente incómodo y rechazó con pesar el café que se le ofrecía, diciendo que no se le permitía participar en ninguna actividad que pudiera distraerlo de su trabajo mientras estuviera de servicio. Después de que el oficial se disculpó y regresó a sus tareas de vigilancia, Cazellnu tuvo que averiguar cómo conservar esas cinco tazas de café. Pero el gesto de su esposa tuvo el efecto deseado, ya que a partir de ese momento los guardias se ablandaban cada vez que veían a las dos hijas de la pareja corriendo.

Unos días después, la Sra. Cazellnu hizo un pastel de frambuesas y les dijo a sus hijas que lo llevaran a la casa de Yang. Charlotte Phyllis sostuvo la caja de pastel en una mano y la mano de su hermana menor en la otra, lo que provocó sonrisas forzadas del equipo de vigilancia imperial cuando se acercaron a la puerta y tocaron el intercomunicador.

«Hola, tío Yang, hermana mayor Frederica».

Ante estas inocentes, aunque involuntariamente degradantes, formas de dirigirse a él, el amo de la casa sintió una punzada de orgullo herido, pero su nueva esposa invitó cordialmente a las dos pequeñas mensajeras al interior de todos modos y las recompensó, como Julian Mintz una vez lo hizo, por su trabajo con un batido endulzado con miel. Para calmar a su desinflado esposo, Frederica cortó alegremente el pastel, solo para descubrir una bolsa resistente al agua en el interior que contenía varios mensajes clandestinos cuidadosamente doblados.

Por lo tanto, el mariscal Yang y el vicealmirante Cazellnu dieron con una manera discreta, aunque vulgar, de comunicarse entre sí. Y aunque su pura audacia fue suficiente para pasar desapercibida por los guardias de vigilancia, tuvieron cuidado de no abusar de ella. En cualquier caso, no pasó mucho tiempo antes de que Frederica agotara su repertorio de pasteles y tartas, que ya eran lo suficientemente difíciles de hacer. Esto le dio la excusa perfecta para visitar a la Sra. Cazellnu con más regularidad a fin de aprender más recetas. No era una mentira total, porque ella quería un maestro confiable que la instruyera no solo en la cocina, sino también en la vida doméstica en general.

Fue con este pretexto que la joven pareja llevó un regalo a la casa de Cazellnu. Cuando salió a la calle, Frederica fue recibida con miradas de desprecio por parte de los lugareños. Esto era más que comprensible, dado que la causa de su opresión estaba justo frente a ellos. Fue en momentos como estos cuando, a pesar de sus mejores esfuerzos por ignorar a los guardias de vigilancia, Frederica se alegró de su presencia.

Dos soldados imperiales completamente armados se volvieron ociosos en su dirección. Que no derramaran ni una gota de sudor, a pesar de estar empapados por el sol de verano, era solo uno de los muchos indicios de su riguroso entrenamiento y experiencia de combate. Semejante torpeza les daba un semblante bastante inorgánico y poco mundano que resultaba a la vez reconfortante e inquietante. Aun así, temblaron una vez que tuvieron delante a yang. Todos conocían su rostro por sus solivisiones, pero para ellos se suponía que un Mariscal no debía llevar un estilo de vida tan simple como para caminar sin escolta a plena luz del día con una camisa de algodón descolorida. Claramente, había perdido la cabeza, y era la primera vez que veían una expresión que era remotamente humana en su rostro.

Viendo desde el monitor, que la pareja de recién casados estaba frente a su puerta; Cazellnu llamó a su mujer.

“Hey, la Señora Yang está aquí”

“¿En serio? ¿Ha venido sola?”

“No. Su maridito viene con ella. Aunque si me preguntas, no estoy seguro de que un comandante y su ayudante sean la combinación más compatible…”

«No veo por qué no lo harían», dijo la Sra. Cazellnu, ofreciendo su evaluación tranquila. “La vida civil les viene algo grande. Creo que establecerse sería un error para ellos. Estoy segura de que pronto se irán a donde sea que pertenezcan. Su destino está ahí fuera en alguna parte «.

«No me di cuenta de que me había casado con una adivina».

«No soy una adivina. Llámalo intuición de mujer «.

Al ver a su esposa dirigirse tranquilamente a la cocina, Cazellnu murmuró algo en voz baja y se dirigió al vestíbulo para recibir a sus invitados. Sus dos hijas saltaban detrás de él.

Cuando abrió la puerta, el matrimonio Yang estaban hablando con algunos de los soldados imperiales asignados a la casa Cazellnu. A su arrogante interrogatorio sobre el propósito de su visita y el contenido de sus maletas, Yang respondió con sinceridad y con gran paciencia. Mientras las dos niñas Cazellnu empujaban a su padre ligeramente a un lado, los soldados saludaron y retrocedieron. Yang le entregó un regalo a Charlotte Phyllis.

“Dale esto a tu mamá. Es crema bávara «.

Ahora era Yang quien estaba recibiendo las reprimendas de Cazellnu cuando entró en la sala de estar.

«Bueno, no puedo evitar notar que ya no vienes mucho por aquí».

«¿Qué te corroe, oh gran esposo de Madame Cazellnu?»

¿Te mataría traer una botella de coñac de vez en cuando? ¿Qué pasa con todos los platos femeninos? «

«Bueno, si voy a besar a alguien, será mejor que sea el que usa los pantalones en esta familia. La última vez que lo comprobé, ¿no fue tu mujer quien se tomó la molestia de prepararnos la cena?

«Hombre, estás completamente cegado por tu mujer ¿Quién crees que pagó por esos ingredientes? La comida no simplemente cae del cielo. No importa cómo lo digas, el que usa los pantalones de verdad por aquí … «

«Es tu esposa, como dije.»

Mientras el vicealmirante activo y el mariscal retirado estaban enfrascados en su ligero combate verbal, la Sra. Cazellnu repartió enérgicamente instrucciones para poner la mesa a Frederica y las niñas. Mientras Yang los miraba de reojo, no pudo evitar pensar que, a ojos de la señora Cazellnu, Frederica y sus dos hijas estaban en el mismo nivel de vida doméstica.

“Me encantaría aprender más sobre cocina. Podrías comenzar con algunos platos básicos de carne, algunos platos de mariscos y luego algunos platos de huevo. Esperaba que me fueras enseñando, es decir, si no es demasiado problema «.

Asintiendo con la cabeza a las palabras entusiastas de Frederica, la Sra. Cazellnu respondió con una expresión algo ambigua en su rostro.

«Ciertamente tienes muchas ganas de aprender, Frederica. Pero no hay necesidad de ser tan sistemática al respecto. Cosas como cocinar deberían suceder de forma orgánica. Además, más importante que mantener a su marido es aprender a disciplinarlo. Te pisoteará si eres demasiado suave con él «.

Después de que los Yang se fueron, la Sra. Cazellnu elogió la valentía de Frederica en los términos más enérgicos posibles.

“Pensé que parecía bastante serena dadas las circunstancias. Saludable también «. Cazellnu hizo una pausa para acariciar su barbilla, su expresión seria. «Pero si Julian no regresa pronto a casa, solo encontrará a su regreso los cadáveres de una joven pareja que murió de desnutrición».

«No digas cosas así. Es de mala suerte «.

«Sólo estaba bromeando.»

“Los chistes son como los chiles: es mejor usarlos con moderación. No tienes exactamente el sentido del humor más equilibrado. A veces, no tienes cuidado y cruzas la línea. Si lo haces demasiado, es posible que otros empiecen a tomárselo de forma incorrecta «.

Alex Cazellnu, que aún no había cumplido los cuarenta, trabajaba como director general interino de los servicios de retaguardia, donde fue constantemente elogiado por su competencia como burócrata militar. Pero en casa, no era más que otra camisa arrugada a planchar. Sabiendo que estaba derrotado, puso a su hija menor sobre sus rodillas, luego le susurró a la orejita que se acurrucaba en su cabello castaño: “Papá no perdió esa. Saber cuándo dar marcha atrás y hacer que la esposa se vea bien es la clave para mantener la paz familiar. Las dos lo entenderéis muy pronto «.

De repente recordó la predicción de su esposa. Si Yang despegaba hacia el universo, tendría que pensar en su propio curso de acción. Su hija miró con curiosidad el rostro de su padre, cuya calma ahora se vio perturbada.

V

El prejuicio de Helmut Lennenkamp contra Yang Wen-li también causaría una gran impresión en los futuros historiadores, seducidos a pensar en Yang como un «héroe de la democracia» y un «general extraordinariamente ingenioso». Interpretarían las acciones de Yang más como adoradores que como investigadores, como si sus acciones estuvieran predestinadas a ponerlo en el camino hacia la grandeza. Incluso su retiro aparentemente mediocre, concluyeron, fue una táctica dilatoria con visión de futuro y profundamente asentada en anticipación de su objetivo final de derrocar el imperio. Para Yang, habría sido una exageración molesta. Que le pagaran incluso a su corta edad para vivir una vida normal sin tener que trabajar no era nada digno de elogio. Esa fue suficiente provocación para que volviera al juego.

Yang, de hecho, tenía un plan profundamente trazado. Tal vez era solo una forma de que él pasara el tiempo, pero los detalles, como lo transmitieron los testigos después del hecho, se redujeron a algo como esto:

El objetivo primario de su plan era la reconstrucción de un sistema de gobierno republicano, limpio de los inevitables peligros de una dictadura militar. En el mejor de los escenarios, escaparía de las garras del imperio galáctico y restauraría la independencia total de la alianza de planetas libres. Al menos, apuntaría a una república democrática sin importar el tamaño de su escala. Una nación era la Encarnación metodológica del bienestar y los principios republicanos de su gente. Pero era más que eso. Desde tiempos inmemoriales, aquellos que deificaban a una nación, se convertían en parásitos de sus ciudadanos y carecía de sentido verter sangre nueva para tratar de salvarlos. Yang debería ser más resolutivo si quería crear un cambio duradero.

Con un sistema político adecuado, la reconstrucción se dividiría en cuatro partes:

A. Principios fundamentales; B. Gobierno; C. Economía; y D. Militar.

Todo el plan dependía de la integridad de A. Un fundamento filosófico sólido determinaría cuánto entusiasmo se podría cosechar hacia la reconstrucción de un gobierno republicano y la restauración de la autoridad política del pueblo. Si la gente no veía ningún significado en un proyecto así, entonces ninguna cantidad de planificación o intriga daría frutos en sus miembros ya cansados. Para poner en marcha el proceso, Yang necesitaba el gobierno tiránico de un gobierno despótico o un sacrificio carismático. Sería necesario un refuerzo emocional y fisiológico para manejar el trauma que resultaría de cualquiera de los escenarios. Si esto lo intentara una facción puramente republicana, la situación probablemente degeneraría en una conspiración. Yang nunca se había suscrito a los constantes mantras sobre las nociones de esfuerzo. Sin paciencia y acciones sobrias, ni siquiera el esfuerzo mejor intencionado produciría un cambio verdadero y duradero.

Aunque B era el resultado directo de A, la alianza no solo conservaría la autonomía en los asuntos internos, sino que también sería posible organizar una facción antiimperial al más alto nivel de administración. Colocar a alguien en primera línea con experiencia tanto en impuestos como en orden público era preferible a la alternativa. Además, Yang y su cohorte necesitarían colocar a los trabajadores cooperativos tanto dentro del imperio como del Dominio Phezzan bajo control imperial directo. Dichos trabajadores, especialmente aquellos que estaban íntimamente ligados al centro de la autoridad del enemigo, ni siquiera necesitaban ser conscientes de su complicidad. De hecho, era mejor que no lo fueran. Estas eran tácticas extremadamente deshonestas, sin duda, pero también lo eran el soborno, el terrorismo y cualquier otro método utilizado por los jugadores más hambrientos de poder. Los únicos resultados lógicos de tales acciones eran los celos, la animosidad y la traición.

En el caso de C, más que en B, la cooperación de los comerciantes independientes de Phezzan era esencial. Dado que la alianza estaba obligada a pagar al imperio un impuesto de seguridad anual de quinientos mil millones de marcos imperiales, no había esperanzas de que las finanzas cambiaran para mejor en un futuro próximo. Una idea era prestar dinero a los comerciantes de Phezzan a altas tasas de interés, otorgando así privilegios de desarrollo minero y prioridad de ruta, pero garantizar una expansión indefinida no era algo fácil de vender. Lo importante era hacer comprender a esos comerciantes que lo mejor para ellos era cooperar con la facción republicana más que con el imperio. Mientras tuvieran un interés en la nacionalización industrial y la monopolización de las políticas relacionadas con los bienes materiales, pedir su cooperación a los comerciantes Phezzanies independientes sería pan comido. Una de las razones por las que los grandes imperios del mundo antiguo enfrentaron levantamientos de su propia gente fue porque las autoridades codiciaban ganancias injustas, imponiendo monopolios sobre la sal necesaria para la existencia humana. Teniendo en cuenta esta lección del pasado, tendrían que dar a los comerciantes de Phezzan los beneficios adecuados, aunque esto no era una gran preocupación ya que la reconstrucción de una república afectaba tanto a Phezzan como a la alianza.

Solo después de completar A a C, D podría probar los dulces sabores de la realidad. En la etapa actual, no había necesidad de un plan táctico. La reconstrucción militar daría lugar a una organización responsable de frenar las actividades antiimperiales. Para ello, sería necesaria una unidad central. Y aunque la infraestructura ya estaba en su lugar, todavía necesitaban el beneficio del refuerzo militar. También estaba la cuestión de quién lideraría. El almirante Merkatz, que se respetaba a sí mismo, tenía suficiente carácter y capacidad para hacer precisamente eso, pero dada su antigua lealtad y su reciente deserción del imperio, no se podía confiar en él para que dirigiera un regimiento republicano. El almirante Bucock era otra posibilidad. En cualquier caso, seguir deliberando sobre el asunto era una tarea compleja.

Detrás de todo esto había una regla de oro implícita: disminuir al enemigo y aumentar los enemigos del enemigo, incluso si no eran aliados. Todo era relativo.

Estas eran las piedras angulares del plan de Yang, pero aún tenía que encajarlas en un esquema más amplio en el papel. No podía permitirse el lujo de descuidar la competencia del Cónsul Lennenkamp cuando se trataba de mantener el orden público, ni podía dejar ninguna prueba que lo considerara un traidor bajo los nuevos términos dinásticos.

Desde el primer movimiento hasta el final, todas las notas de esta «Sinfonía de la insurrección» se ordenaron en la partitura del cerebro de Yang. Solo su compositor sabía dónde dibujar con lápiz cada empate, calumnia y descanso. Pero si alguna vez le preguntaron a Yang por qué no aparecía su nombre en los asuntos de los líderes militares, tenía una respuesta preparada: «Ya terminé de trabajar. Mi mente está agotada. En este punto, solo puedo vender el resto de mí a una causa mayor. Que hagan conmigo lo que quieran «.

El plan de Yang se redujo a la importantísima tarea de lo que él llamó «restaurar el clan». En lo que a él respectaba, la nación no era más que una herramienta, cuyo propósito dependía de las intenciones de quienes la manejaban. Se lo había dicho a los demás en repetidas ocasiones e incluso lo había anotado para su propia diversión.

Sin embargo, sobre todo, se las había arreglado para nunca incurrir en el odio de Reinhard von Lohengramm. Por el contrario, se podría decir que nadie más consideraba a Yang como su archienemigo. Desde la perspectiva de Yang, Reinhard era un genio militar sin igual, un monarca absoluto de gran discernimiento y poco interés propio. Su gobierno fue imparcial, virtuoso e inmune a las críticas. No era descabellado pensar que la mayoría de la gente estaba bastante contenta con la perspectiva de su largo reinado.

Pero incluso cuando Reinhard trajo la paz y la prosperidad universales por la fuerza de la sugerencia política, la gente se estaba acostumbrando a ceder su propio poder político a otros. Yang no podía soportar esto. Quizás era idealista de su parte, pero tenía que haber una manera de negociar la paz entre las diferentes facciones galácticas sin apoyar ciegamente ni siquiera al régimen de despotismo más bien intencionado.

Yang se preguntó si el buen gobierno de un tirano no era la droga más dulce en lo que respecta a la conciencia de uno como ciudadano. Si la gente pudiera disfrutar de la paz y la prosperidad, sabiendo que la política se administraba con justicia sin que tuvieran que participar, expresarse o incluso pensar, ¿quién querría involucrarse en algo tan molesto como la política para empezar? La desventaja obvia de tal sistema fue que la gente se volvió complaciente. Nadie parecía nunca ejercitar su imaginación. Si a la gente le preocupaba la política, también lo estaba su gobernante. ¿Qué sucedió, por ejemplo, cuando el gobernante perdiese el interés por la política y comenzase a abusar de su poder ilimitado para satisfacer su propio ego? Para entonces, sería demasiado tarde para que alguien pudiera idear una contraestrategia adecuada, porque su ingenio ya se habría atrofiado más allá del punto sin retorno. Por lo tanto, un gobierno democrático era esencialmente solo comparado con uno autocrático.

Dicho esto, la propia participación de Yang en los principios democráticos no era del todo inamovible. Yang a veces se encontraba reflexionando sobre que, si el cambio para mejor era posible y la humanidad podía disfrutar de los frutos de la paz y la prosperidad indefinidamente, ¿sería realmente útil quedar tan atrapado en las minucias de la política? Se sintió avergonzado al pensar en su propia abstención vergonzosa de votar, cuando bebía hasta quedar inconsciente en la víspera de un día de elecciones y se despertaba la noche siguiente, mucho después de que se cerraran las urnas. Esas no eran las acciones de un hombre honorable.

Esa autoevaluación era necesaria al embarcarse en algo tan grandioso como la reforma universal. La mayoría de la gente habría llamado a este compromiso de cambio nada menos que «fe». Y si bien no era la palabra que Yang habría usado, nunca podría lograr algo tan monumental si le exigiera ver a sus enemigos como personas inherentemente malas.

Incluso entre los historiadores del futuro estaban los que pensaban que toda fe era perdonable. Esos mismos historiadores invariablemente criticarían a Yang Wen-li por expresar tan a menudo su desprecio por la fe:

“La fe no es más que un cosmético que se usa para encubrir las imperfecciones de la indiscreción y la locura. Cuanto más espesos son los cosméticos, más difícil es ver la cara que hay debajo «.

«Matar a alguien en nombre de la fe es más vulgar que matar a alguien por dinero, ya que, si bien el dinero tiene un valor común para la mayoría de las personas, el valor de la fe no va más allá de los que conciernen».

Como habría argumentado Yang, bastaba con mirar a Rudolf el Grande, cuya fe había destruido un gobierno republicano y dejado millones de muertos, para darse cuenta de que la fe podía ser una virtud peligrosa. Cada vez que alguien usaba la palabra «fe», el respeto de Yang por esa persona se reducía en un 10 %.

De hecho, Yang le dijo a su esposa, mientras tomaba su «coñac con té», como alguien que estaba intentando nada menos que destruir el nuevo orden, era probable que pasara a ser uno de los criminales más aborrecibles de la historia, y dejando a Reinhard como el ejemplo histórico legítimo para la misma grandeza.

«No importa cómo se mire, la mera anticipación de la corrupción es reprobable, porque en última instancia se está aprovechando de la desgracia de otras personas para derribarla».

«¿Pero no estamos esperando en este momento?» preguntó Frederica, quien con calma trató de alcanzar la botella de brandy, pero Yang se le adelantó por un pelo.

«Necesita mejorar sus tiempos, teniente comandante.»

Yang comenzó a verter más brandy en su té, pero, al ver la expresión de su esposa, vertió solo dos tercios de lo que pretendía y tapó la botella, diciendo en tono de disculpa:

“Solo deseamos lo que el cuerpo pide. Comer y beber lo que nos apetezca es lo mejor para nuestra salud «.

El punto de vista de Yang puede haber sido más amplio, y el alcance de su vista más largo que el de la mayoría de la gente, pero posiblemente no pudo captar todos los fenómenos del universo. Pues justo cuando se estaba asentando en la vida de casado, a diez mil años luz de distancia de su hogar, en el planeta Odín, la capital imperial galáctica, se estaba preparando un despliegue de fuerzas punitivas a las órdenes de Reinhard.

Capítulo 3: Los visitantes

I

Siempre que sus vidas cambiaban irrevocablemente debido a circunstancias que estaban más allá de su control, la gente a menudo desenterraba el término “destino” de la tumba de los recuerdos como si estuvieran afirmando para sí mismos que todo estaba destinado a ser así. Julian Mintz, que aún no había cumplido 18 años, aun no era lo suficientemente viejo como para exhumar por completo al destino de su propio cementerio mental, y recurrió a dormir en posición fetal bajo su cama, esperando que ocurriera algo, cualquier cosa.

Según Yang Wen-li, su tutor legal desde hacía cinco años, el destino tenía «la cara de una vieja bruja nudosa», un sentimiento natural para alguien que había pasado once años en una profesión que nunca había querido.

Cinco años atrás, Julian había sido enviado a la casa del entonces capitán Yang Wen-li en virtud de la Ley de Travers, que colocaba a los huérfanos de guerra en las casas de otros soldados. Y cuando, tras arrastrar un baúl más grande que él, se había encontrado cara a cara con un hombre de pelo negro y ojos oscuros que no parecía ni un soldado ni un héroe, Julian creyó vislumbrar el perfil del destino, que a sus ojos era de tez blanca. Nunca pudo imaginar cómo cambiaría ese destino en su viaje a la Tierra.

La cuna de la civilización humana, que veía por primera vez en su vida, surgió en la pantalla principal de la nave “Infiel” como una masa de colores tenues. De todos los planetas que Julian había visto, no habría contado la Tierra entre los más bellos. Tal vez fuera sólo una idea preconcebida, pero el nublado globo prácticamente se transmitía a sí mismo como un planeta convertido en un estéril yermo.

Más de un mes después de salir de Heinessen, Julián se encontraba en la zona estelar fronteriza más inhóspita del territorio imperial.

Con motivo de su partida, se decidió que, entre Phezzan e Iserlohn, tomarían la ruta Phezzaní. Hasta hace pocos días, este mismo sector se había visto envuelto en un sangriento conflicto entre la Armada Imperial y las Fuerzas Armadas de la Alianza. Su posición militarmente estratégica había desempeñado un papel fundamental en que la fortaleza de Iserlohn cayera en manos de la Armada Imperial por primera vez en dos años y medio. Actualmente estaba cerrada a naves civiles.

Cada vez que Julian pensaba en la Fortaleza de Iserlohn, una perturbación ondulaba a lo largo de la superficie acuosa de sus emociones. Había el año estelar 796 cuando su tutor, el almirante Yang Wen-li, había rendido Iserlohn, que antes se creía inexpugnable, sin derramar una sola gota de sangre de sus aliados. Tras la aplastante derrota de la alianza en la batalla de Amritsar, Yang había ejercido de comandante tanto de la fortaleza de Iserlohn como de su flota de patrulla, y continuaba en primera línea de la defensa nacional. Julian había permanecido a su lado, en Iserlohn. Había pasado dos años en aquel gigantesco planeta artificial, de sesenta kilómetros de diámetro y, si se contaban los soldados y los civiles, con una población de cinco millones de habitantes. Fue entonces cuando se convirtió oficialmente en soldado. También fue donde experimentó su primera batalla. Conoció a mucha gente, de la que se separó para siempre.

En el reloj de arena de su vida, el más brillante de esos granos de arena había sido arrancado de Iserlohn. Que este lugar, que le había aportado recuerdos cualitativamente más ricos que cualquier otro en sus escasos diecisiete años de existencia, hubiera caído bajo el control imperial era realmente lamentable. Cuando la Fortaleza de Iserlohn había quedado impotente ante la magnífica planificación estratégica de la Armada Imperial, Yang Wen-li la había abandonado sin dudarlo, optando en cambio por garantizar la movilidad de su flota. Yang sabía que había tomado la decisión correcta, y aunque no lo hubiera hecho, Julian le habría apoyado de todos modos. Aun así, Julian se había quedado asombrado por la audacia de Yang, y no era la primera vez. Las acciones de Yang siempre eran sorprendentes a los ojos de Julian.

El capitán de la Unfaithful, Boris Konev, se acercó y se puso al lado de Julian.

«Un planeta bastante sombrío, ¿no crees?», dijo con un guiño.

Konev había transportado a Julian no sólo en su papel de capitán. Era un orgulloso ex comerciante independiente de Phezzan, compañero de juegos de la infancia de Yang Wen-li y primo del piloto as de las Fuerzas Armadas de la Alianza, Iván Konev, muerto en combate. Por lo tanto, su interés en la seguridad de Julian era multifacética y de máxima prioridad. El Unfaithful había sido construido originalmente como transporte militar para la Alianza y había pasado a ser de su propiedad gracias a las gestiones de Cazellnu a través de Yang. Había querido ponerle el nombre de su amada Beryozka. Desgraciadamente, ese nombre llevaba demasiada carga para atravesar el territorio imperial sin levantar demasiadas sospecas. Como la nave era la ilegalidad encarnada, tenían que mantener las apariencias en la medida de lo posible. Infiel, entonces, había parecido un compromiso digno. Para Konev, era una declaración de la verdad tan obvia que podría pasar desapercibida.

Julian sintió un golpecito en el hombro y se giró para ver al comandante Olivier Poplan, que se había unido a ellos a mitad del viaje. El joven as sonrió a Julian con sus ojos verdes antes de volverse hacia la pantalla.

«Así que ahí es donde empezó todo: el planeta madre de toda la raza humana, ¿eh?».

Algo poco original, sin duda, pero el timbre de nostalgia en la voz de Poplin no era tan genuino para empezar. Habían pasado casi treinta siglos desde que la Tierra había perdido su condición de centro de la civilización humana, y diez siglos más desde que los antepasados del joven as habían salido de su superficie. El pozo del sentimentalismo por la Tierra se había secado hacía mucho tiempo, y lejos estaba Poplin de malgastar cualquier lágrima en rellenarlo.

En cualquier caso, Poplin no se había reunido con Julian por ningún apego a la Tierra. No podía importarle menos un planeta fronterizo obsoleto.

«No tengo ningún interés en ver a una vieja y débil madre», dijo con su habitual desparpajo.

Konev, que había estado consultando con su astronavegador, Wilock, volvió a unirse a la conversación.

«Aterrizaremos en el norte del Himalaya, el punto habitual de descenso de los peregrinos. Encontrareis la sede de la Iglesia de Terra cerca».

«¿El Himalaya?»

«La mayor zona orogénica de la Tierra. No conozco ningún lugar más seguro para aterrizar».

Konev explicó que había sido un centro de suministro de energía durante la edad de oro de la Tierra. El establecimiento de la energía hidroeléctrica a partir del deshielo de la nieve alpina, la energía solar y las fuentes de energía geotérmica se habían dispuesto cuidadosamente para no interferir con la belleza natural, todo ello mientras se suministraba luz y calor a diez mil millones de personas. Y lo que es más importante, los refugios para los altos mandos del Gobierno Mundial se habían excavado en las profundidades del subsuelo.

Cuando las grandes fuerzas del Frente Unido Antiterrestre, ciegas de venganza, se habían abierto paso en el sistema solar y habían asaltado este «orgulloso planeta» con todo lo que tenían, el Himalaya, junto con las bases militares y las principales ciudades, había sido un epicentro de ataque. Las llamas de una gigantesca erupción volcánica ocurrida novecientos años antes habían aumentado su altura. El suelo, la roca y los glaciares habían formado un muro móvil, derribando todo lo que el hombre había hecho a su paso. Las montañas del Himalaya eran un punto de orgullo terrestre, a veces incluso objetos de culto religioso, pero para los que seguían siendo maltratados y rechazados en las colonias, no eran más que un altísimo símbolo de opresión.

Los representantes del Gobierno Global solicitaron una reunión con el comandante en jefe del Frente Unido Antiterrestre, Joliot Francoeur, para negociar la paz. Pero Francoeur no había venido a pedir clemencia. Con un orgullo propio de cualquier líder legítimo de toda la raza humana, explicó que proteger el honor de la Tierra era responsabilidad de todos los seres humanos. Si lo perdían de vista ahora, ya no había esperanza.

La respuesta de Francoeur fue fría:

«Mi madre vivía a todo lujo con el fruto de su propio trabajo. Y ahora, ¿qué derechos puede reclamar? A mi modo de ver, tiene dos alternativas. Que se arruine o buscarle la ruina a otros. La elección es suya».

Francoeur les habló de su antigua amante, que se suicidó tras ser violada por un soldado de la Fuerza Terrestre. Los representantes del Gobierno Global se vieron sobrecogidos por la violencia rabiosa de sus ojos, sin saber qué decir. Durante los últimos siglos, los terrícolas habían plantado semillas de odio en los corazones de los colonizados y, con sus acciones, habían acelerado el crecimiento de ese odio. Ni una sola vez los terrícolas habían mostrado compasión, y mucho menos habían contemplado la posibilidad de un compromiso.

Abatidos, esos mismos representantes se suicidaron en masa mientras volvían a casa. Más allá de tener que cargar con la responsabilidad de sus negociaciones fallidas, fue el inevitable banquete de destrucción que les esperaba de vuelta a la Tierra lo que les llevó a tomar medidas tan extremas.

Dicho banquete duró tres días. Sólo después de recibir órdenes estrictas de los líderes del Frente Unido Antitierra, Francoeur puso fin a la matanza. En medio de los vientos azotadores y el rugido de los truenos, su rostro juvenil llegó a parecerse a una cascada mientras la lluvia y las lágrimas de emoción violenta corrían por sus mejillas.

Pensar en la cantidad de sangre derramada en la superficie de este pequeño planeta y en el peso de sus maledicencias hizo que una corriente eléctrica de tensión recorriera el cuerpo de Julián. Mientras que antes siempre se había enfrentado a las preguntas de un futuro incierto, esta vez se encontraba cara a cara con el innegable y horrible pasado que era el legado de todos a bordo de la nave.

II

El itinerario de viaje de Julian Mintz a la Tierra estaba lejos de ser lineal. Dirigirse directamente al planeta abandonado desde Heinessen era ilegal.

A pesar de haber presentado su carta de renuncia, como alguien que había sido oficial de las Fuerzas Armadas de la Alianza hasta hace unos pocos días atrás, su condición de subalterno de Yang Wen-li era todavía bastante vaga desde el punto de vista de la Armada Imperial y del vigilante gobierno de la alianza. El hecho de que Julian y su guardia de seguridad, el alférez Louis Maschengo, se hubieran escapado de manera segura, hizo poco para aliviar sus preocupaciones acerca de las presiones que su fuga podría haber ejercido sobre Yang y Frederica.

Yang había arriesgado mucho por el bien de Julian. Lo había resuelto todo con la ayuda de Cazellnu y Boris Konev, consiguiendo una nave y registrando formalmente a Julian y Maschengo como tripulantes. Y todo esto sin levantar una ceja ni a la Armada Imperial ni al gobierno de la alianza. Mientras tanto, murmuraba en voz baja cosas como: «Un padre de verdad difícilmente haría tanto por su hijo fugitivo».

Una vez que dejaron el campo gravitacional de Heinessen, Julian y el resto de la tripulación se quedaron solos. El resultado de su viaje dependía únicamente de su discreción y del ingenio de Boris Konev mientras se aventuraban en el lado oscuro de la Iglesia de Terra. Si regresaban sanos y salvos, sería la primera vez que alguien lo lograba.

Y, sin embargo, incluso con todos estos arreglos meticulosos, el primer obstáculo que impedía su curso apareció antes de que el primer día hubiera terminado cuando una señal inesperada detuvo a todos a bordo de la Infiel en seco:

«Deténga su nave o abriremos fuego».

La Armada Imperial poseía un poder militar abrumador que resonaba con el peor de los instintos humanos. No podían estar seguros de que la Armada Imperial no destruiría una nave civil obediente y la haría pasar por defensa propia.

Cuando le preguntaron a Konev si tenía alguna intención de escapar, Julian negó con la cabeza de cabello rubio. ¿Quién sabía a cuántas inspecciones se someterían de camino a la Tierra? Lo mejor para ellos era tratar cada encuentro imperial como el primero.

Pero cuando Konev hizo lo que se le ordenó, el joven subteniente que se trasladó a su barco para realizar una inspección espontánea solo preguntó si había mujeres jóvenes a bordo. Cuando se encontró con un no inequívoco, su expresión era la de un niño desesperado por terminar su tarea.

«¿Supongo que tampoco llevas armas, sustancias adictivas o contrabando humano?»

«Por supuesto que no», dijo Konev. “Somos simplemente comerciantes humildes, temerosos del destino y de la ley. Siéntase libre de buscar lo que desee «.

Julian sintió como si acabara de presenciar una ilustración de libro de texto del dicho: «La cortesía es una segunda naturaleza para los phezzanis». Boris Konev era una prueba viviente tanto de su veracidad como de su eficacia.

Al ver que era inútil hacer algo de la nada, el capitán del destructor imperial los liberó. Libre como estaba ahora para navegar profundamente en el territorio de la Alianza de Planetas Libres e inspeccionar todas las naves registradas con la alianza, solo había estado confirmando ese hecho como un recordatorio sutil de su autoridad para hacerlo. Comenzando en el sistema estelar de Gandharva, ahora supervisado por el imperio de acuerdo con los términos del Tratado de Bharat, el capitán del destructor y su tripulación habían estado bajo el mando del alto almirante Karl Robert Steinmetz. Steinmetz, como era raro para un almirante imperial en ese momento, estaba preocupado por la alianza y era estricto con respecto a que sus subordinados no infligieran crueldad innecesaria a los civiles bajo la ley marcial. La inspección llegó y se fue como nada más que una formalidad. Sin embargo, el viaje de Julian Mintz tenía un comienzo difícil.

Julian se reunió con viejos amigos en la zona estelar de Porisoun. La flota de Merkatz se había estado escondiendo en la base de suministros abandonada y medio destruida de Dayan Khan. Aunque esta reunión había sido planeada, cualquier comunicación al respecto se había codificado a través de ondas de criptocomunicación, lo que permitió al Infiel acercarse con éxito a Dayan Khan. Julian gritó de sorpresa al ver un rostro familiar en el momento en que bajó de la nave.

«¡Comandante Poplan!»

«Oye, ¿cómo te va, chico? ¿Debes tener, ¿qué?, una docena de novias a estas alturas?

Su cabello castaño oscuro y sus brillantes ojos verdes eran una vista bienvenida. Olivier Poplan, el piloto as de 28 años, era un maestro de las técnicas de combate aéreo a la par del fallecido Ivan Konev, y el instructor de aviones de combate espartanos monoplaza de Julian. Había seguido al almirante Merkatz y a los demás en el abandono de la alianza, que en sus mentes se había convertido en una nación vasalla bajo los términos de paz del imperio, y había permanecido oculto desde entonces.

«Aún hay tiempo para eso, Poplan. Pero por ahora, ese puesto aún está vacante «.

«Te diré…» Poplin le guiñó un ojo, pero no obtuvo respuesta. «Hombre, no eres divertido. De todos modos, ¿cómo fue todo en casa? ¿Nuestro estimado mariscal y la princesa Frederica tuvieron su boda?

«Sí, una modesta, como bien puede imaginar».

Poplin lanzó un silbido de admiración.

“Nuestro estimado mariscal puede haber realizado muchos milagros, pero ninguno de ellos se compara con disparar una flecha en el corazón de la princesa Frederica. Por otra parte, conociendo la extrañeza de sus inclinaciones, apuesto a que ella misma se puso frente al objetivo «.

Julian estaba a punto de preguntar qué habían estado haciendo todos esos mujeriegos en Iserlohn con ellos mismos, cuando aparecieron el almirante Merkatz y su ayudante, Schneider. Julián se despidió de Poplan y se acercó al almirante invitado exiliado.

Después de intercambiar saludos, Merkatz le dio la bienvenida al niño con una sonrisa cálida, aunque un poco cansada. Ahora, con más de sesenta años, era la imagen misma de un militar digno. Aunque había trabajado como asesor de Yang en la Fortaleza de Iserlohn, se comportaba como el superior de Yang.

“Me alegra ver que ha llegado de una pieza, subteniente Mintz ¿Y cómo está el mariscal Yang?”

Julian estaba sin uniforme, mientras que Poplin estaba en el suyo, repleto de boina negra. Merkatz y los demás vestían el negro con adornos plateados de la Armada Imperial. Era un ambiente lúgubre, pero al menos el comedor de oficiales estaba limpio y había café en abundancia. Después de prescindir de los saludos habituales, Schneider se incorporó.

“Por el momento, tenemos sesenta naves. No es suficiente para una flota, y está lejos de estar listo para la guerra «. La expresión de Schneider era severa. “Fue lo máximo que el almirante Yang pudo arreglar para nosotros y sin que el imperio lo detecctase. Estamos realmente agradecidos, por supuesto, pero los números equivalen a poder. Dadas las circunstancias actuales, tenemos los recursos para movilizar una flota patrullera de un centenar de barcos como máximo. El hecho de que el almirante Yang le haya enviado aquí solo puede significar una cosa: tiene algo bajo la manga que no nos está diciendo «.

Schneider se detuvo allí, mirando a Merkatz y Julian.

«Sobre eso», dijo Julian, «tengo un mensaje verbal del almirante Yang, así que se lo transmitiré de la misma manera».

Julian se aclaró la garganta y enderezó su postura, teniendo cuidado de transmitir el mensaje palabra por palabra.

“De acuerdo con el Artículo 5 del Tratado de Bharlat, las Fuerzas Armadas de la Alianza están obligadas a deshacerse de todos y cada uno de los acorazados y naves nodrizas restantes. En consecuencia, está previsto que 1.820 barcos sean desmantelados el 16 de julio en el sector Rejiavik ”.

Julian repitió la fecha y el lugar antes de concluir:

“Confío en que la flota independiente de Merkatz sacará el máximo partido a la situación. Fin del mensaje «.

«Ya veo ¿Aprovechar al máximo la situación? No diga más.»

Una amplia sonrisa asomó a los labios de Merkatz.  Schneider lo miró con interés porque el oficial al que respetaba profundamente parecía haber estado más en contacto con su sentido del humor desde el exilio.

“Muy bien, entonces”, concluyó Schneider. «¿Pero el almirante Yang tiene alguna idea de cómo podría cambiar la situación después de esto?»

«El almirante Yang no me dijo lo que tenía en mente, pero puede estar seguro de que no querrá ser un ermitaño toda su vida», respondió Julian.

¿O si? pensó Julian.

“Creo que Yang está esperando. Una vez me dijo algo: «No tiene sentido prender fuego a los campos durante la temporada de lluvias, cuando es seguro que llegará la estación seca».

Si el alto comisionado imperial, el almirante Lennenkamp, ​​hubiera tenido conocimiento de esta información, sus sospechas habrían dado en el blanco esperado. De cualquier manera, Yang era un personaje peligroso, y Lennenkamp ciertamente tuvo la previsión de saber eso.

Junto a un Merkatz que asentía con la cabeza, Schneider recordó algo.

«Julian, escuché que Lennenkamp ha sido enviado desde el imperio como comisionado».

“Escuchaste correctamente. ¿Supongo que está familiarizado con el hombre, comandante Schneider?

Su excelencia Merkatz sabe más de él que yo. ¿No es así, excelencia?

Merkatz se llevó una mano a la barbilla y eligió las palabras con cuidado.

“Un excelente militar, no lo dude. Leal a sus superiores, justo con sus hombres. Pero si da un solo paso fuera de su uniforme, es posible que no pueda ver diferenciar el bosque de los árboles «.

Julian entendió que esto significaba que era miope, pero sin embargo sintió una sombra de inquietud que se extendía hacia Yang y su nueva esposa. Yang no era exactamente popular entre los tipos de supremacistas militares.

«Julian, ¿el almirante Yang te dio alguna indicación de cuánto tiempo debemos esperar?»

«Sí, dijo unos cinco o seis años».

“¿Cinco o seis años? Ahora que lo pienso, supongo que necesitaremos esa cantidad de tiempo tiempo. Como mínimo, debería ser suficiente para hacer mella en la dinastía Lohengramm «.

Merkatz asintió profundamente.

«Sin embargo, ¿no podemos esperar que suceda algo inusual mientras tanto?»

La pregunta de Julian hizo que Merkatz pensara como pretendía. Con el tiempo, el ex veterano imperial había llegado a tener en alta estima la conciencia estratégica de Julian.

“Yo predigo, digamos, espero, que no ocurra nada. Hemos bajado demasiado para llegar a este punto. Aún quedan muchos preparativos por hacer. Si somos demasiado descuidados al enarbolar una bandera contra el imperio, un paso adelante impaciente podría hacernos retroceder dos «.

Las palabras de Merkatz dejaron una impresión indeleble en la arcilla de la memoria de Julian.

“Los memorandos y cosas así son completamente innecesarias”, le dijo una vez Yang a Julian. «Todo lo que hayas olvidado no fue tan importante para empezar. En este mundo, solo existen aquellas cosas que recordamos, que a veces son las peores, y aquellas que olvidamos, que no nos importan en absoluto. Es por eso que los memorandos son innecesarios «.

Y, sin embargo, Yang nunca iba a ningún lado sin su cuaderno.

Como tenían diez horas hasta la salida, Julian se animó a tomar una siesta en la habitación de Poplan, que parecía haber sido saqueada por un ladrón un momento atrás. Su inquilino estaba ocupado preparando sus cosas, silbando para sí mismo todo el tiempo.

Cuando Julian le preguntó qué estaba haciendo, el joven as le guiñó un ojo.

«Voy contigo.»

«¡¿En serio?!»

«No te preocupes. El almirante Merkatz me dio el visto bueno «. Sus ojos verdes brillaron jovialmente. «Sabes, me pregunto si habrá mujeres en la Tierra».

«Diría que si.»

«Duh, no me refiero a meras mujeres biológicas, sino a mujeres maduras y buenas que entienden el valor de un hombre».

«Bueno, no puedo hacer ninguna promesa respecto a ese punto», dijo Julian con natural prudencia.

“Hmm, bueno. Honestamente, estoy tan lejos que me conformaría con cualquier mujer biológica en este momento. ¿Has notado que casi no hay mujeres por aquí? Nunca pensé tan lejos cuando me inscribí en este problema. La broma es mía, supongo «.

«Siento tu dolor.»

“No es lindo, hombre. Cada palabra que dices echa más sal a la herida. Cuando llegaste por primera vez a la fortaleza Iserlohn, eras como una muñeca de porcelana «.

«Pero si viene conmigo a la Tierra, Comandante, ¿qué harán todos esos pilotos sin usted?» Con despreocupado despotismo, Julian había inclinado el espejo conversacional en dirección a Poplan.

“Se los dejaré todos al teniente Caldwell. Ya era hora de que se mantuviera solo como comandante. Por la forma en que confía en mí para todo, nunca crecerá de otra manera «.

Era un argumento sólido, pero Julian pensó que confiar en el que lo expresaba era más problemático que el argumento en sí. Del mismo modo, Julian no era tan obtuso emocionalmente como para restar importancia a las preocupaciones de Poplin, que ocultó con buen humor.

«No me culpes si no encontramos ninguna mujer hermosa en la Tierra».

«Entonces será mejor que reces para que haya decenas de bellezas hambrientas de hombres esperando con gran expectación nuestra llegada».

En ese momento, los ojos de Poplin se abrieron como platos. Le dio una palmada en el hombro a Julian y lo llevó a la zona de carga de los cazas spartanian.

«¡Cabo Kreutzer!»

En respuesta a la voz de Poplan, un piloto completamente vestido se acercó corriendo. El piloto, que era de complexión pequeña, tenía un rostro que era difícil de distinguir con toda la luz de fondo.

“Esta piloto podría muy bien ser el próximo Ivan Konev, si no el próximo Olivier Poplin. Oye, ¿por qué no te quitas el casco y saludas a nuestro invitado? Este es el subteniente Mintz, del que les he estado hablando «.

El casco se desprendió para revelar una cabeza llena de lujoso cabello color té negro. Un par de ojos índigo miraron directamente a los de Julian.

“Cabo Katerose von Kreutzer, a su servicio. Escuché mucho sobre usted del comandante Poplan, subteniente Mintz «.

«Encantado de conocerte», respondió Julian, pero sólo después de que Poplan le dio un codazo. Estaba estupefacto, porque este piloto adolescente, más allá de la medida de los elogios de Poplan, había hecho algo completamente inesperado. Con un movimiento rápido de sus ojos índigo, Katerose apartó la mirada de Julian y miró al piloto as.

“Necesito hablar con los mecánicos. ¿Si me disculpa?”

Poplan asintió. La niña saludó vigorosamente y giró sobre sus talones. Sus acciones fueron rápidas y rítmicas.

«Lo sé, ella es bastante impresionante. Pero te lo diré directamente, nunca le he puesto la mano encima. Trazo la línea a los quince años «.

«No estaba preguntando».

“Las mujeres son como el vino. Necesitan tiempo para madurar y alcanzar su sabor con más cuerpo. Si tan solo Karin fuera dos años mayor «.

«¿Karin?»

«Ese es mi pequeño apodo para Katerose. ¿Qué te parece? Ambos están en esa edad descarada. Creo que deberías intentarlo. Habla con ella.»

Con una sonrisa amarga, Julian negó con la cabeza de cabello rubio.

«Ella no pareció darse cuenta de mí en absoluto. De todos modos, no hay tiempo para eso «.

“Entonces haz que ella se fije en ti. Y tómate el tiempo para hacerlo. Naciste con esa cara de bebé, así que úsala. Yang es la excepción uno en un millón que puede holgazanear y hacer que una hermosa mujer se arroje en su regazo «.

«Lo tendré en mente. Por cierto, por su nombre, ¿supongo que es una refugiada imperial?

“Puede que tengas razón, pero rara vez habla de su familia. Debe haber algo ahí. ¿Por qué no preguntárselo tú mismo si tanto quieres saberlo? Lección uno, mi indigno discípulo «.

Poplin le dio una palmada en el hombro a Julian y sonrió. Julian inclinó la cabeza hacia un lado. Cientos, si no miles, de retratos colgaban en los pasillos de su memoria, pero en Katerose había sentido una combinación perfecta. Por razones que no podía explicar, ver el rostro de esa chica lo había golpeado con un déjà vu.

El almirante Merkatz y su ayudante,  Schneider, así como el comandante del notorio regimiento Rosen Ritter, el capitán Rinz, observaron desde la sala de control cómo el Infiel se marchaba. Fue una despedida sobria, sin garantía de regreso.

«Antes de que llegue julio, debemos finalizar los planes para recuperar nuestros acorazados».

«Sí estoy de acuerdo.»

Pero Merkatz se estaba enfocando en algo más profundo dentro.

“Schneider, mi papel en todo esto es preservar nuestra fuerza militar en preparación para el futuro. Lo más probable es que el sol de ese futuro no salga para mí, sino para alguien más joven que no arrastra la pesada sombra del pasado detrás de él «.

«¿Te refieres al almirante Yang Wen-li?» preguntó von Schneider.

Merkatz no respondió, y Schneider tampoco esperaba que lo hiciera. Ambos sabían que era mejor no hablar en hipotéticos.

Regresaron su atención a la pantalla mientras la nave mercante independiente Infiel desaparecía silenciosamente en una marea alta de estrellas. Continuaron de pie ante la pantalla mucho después de que la nave fuera imposible de distinguir de los innumerables puntos de luz que la rodeaban.

III

Boris Konev, capitán del Infiel, cumpliría treinta ese año. Su estatus legal era el de secretario de la oficina del comisionado del dominio Phezzan en la Alianza de planetas libres, pero ese estatus había estado en el limbo desde que la autonomía de Phezzan se había visto comprometida. En cualquier otra circunstancia, podría haberse sentido abrumado por la inquietud.

Pero Konev no estaba en lo más mínimo desanimado o avergonzado. Por un lado, todavía estaba vivo, y las leyes a las que estaba sujeto eran solo el sombreado de un dibujo lineal.

«Entraremos en la atmósfera de la Tierra en una hora», anunció a su modesta tripulación. “Una vez que aterricemos, mi trabajo estará a medio terminar. Mientras esté en la Tierra, asegúrese de mantenerse alejado del peligro y la desgracia. Transportar cadáveres es un trabajo miserable y no estoy de humor para eso «.

Konev soltó una risa incongruente.

«Os haréis pasar por peregrinos de la Iglesia de Terra. Es probable que os sintais fuera de lugar, pero solo porque es extremadamente antinatural que alguien que no sea un peregrino venga hasta aquí «.

Julian expresó su asentimiento, mientras que Poplin se limitó a reír, diciendo que era más que consciente de ese hecho. Durante su viaje, él y el capitán de la nave  a menudo se miraban con recelo, intercambiando cínicos palabras de cortesía antes y después de las comidas. El joven as llegó a decir que tenía una aversión natural a cualquiera con el apellido Konev.

«¿Cuál es la población actual de la Tierra?»

“Aproximadamente diez millones, según los datos de la oficina de comercio de Phezzan. Ni siquiera el 0,1% de la población total durante su época dorada «.

«¿Y son todos seguidores de la Iglesia de Terra?»

«Difícil de decir.»

Independientemente de la escala, el hecho de que una denominación haya logrado tomar el control planetario total y lograr la unidad de la iglesia y el estado no dejaba mucho espacio para la libertad religiosa. De lo contrario, los no creyentes habrían establecido sus propios sistemas sociales. Ésa era la suposición de Konev.

“La religión es una herramienta conveniente para quienes están en el poder y asegura que todas las dificultades no tengan su origen en la política o en la autoridad defectuosa, sino en la incredulidad. La revolución está más lejos de la mente de cualquiera que se adhiera a esa ideología «. Boris Konev escupió esas palabras con abierta malicia. Aunque se las había arreglado para evitar vender su nave con los ingresos que obtenía transportando a los creyentes de la Iglesia de Terra a tierra santa, había tenido una buena cantidad de pasajeros desagradables. Sentía cierta ingenuidad en los creyentes radicales, pero no sentía ninguna simpatía por los líderes religiosos que explotaban a esos creyentes para beneficio personal.

«Escuché que el líder de la Iglesia de Terra es un anciano conocido como el Gran Obispo», dijo Julian, «pero ¿lo has conocido alguna vez?»

«No soy tan importante como para acceder al interior. Incluso si tuviera la oportunidad, no tendría ningún interés en conocerlo. Tal vez sea orgullo hablar, pero nunca me ha complacido escuchar la predicación de los ancianos «.

«El Gran Obispo o como se llame ese anciano», intervino Poplan, «debe tener algunas hijas o nietas hermosas».

«¿Eso crees?»

«Estoy seguro de ello. Y están destinados a enamorarse perdidamente del joven héroe rebelde «.

Ahora le tocó a Boris Konev reír con desprecio.

“Creo que nuestro comandante Poplan debería ser un guionista de dramas de solivisión para niños. Por otra parte, los niños están creciendo más rápido que nunca en estos días y es posible que no estén tan impresionados por algo tan formulado «.

«¿Pero no sabes que las historias fórmulaicas tratan con verdades eternas?»

El guardia de Julian, el gigante oscuro Alférez Louis Maschengo, ofreció su propia opinión con una sonrisa:

«Pero si un líder religioso tan austero se casara y tuviera hijas, ¿cómo podría existir esa organización religiosa en primer lugar, me pregunto?»

Poplan frunció las cejas y Konev asintió con satisfacción.

«Sea como fuere…» Popain se cruzó de brazos y aún tenía las cejas fruncidas. «A mi modo de ver, lo que sea que esa gente de la Iglesia de Terra profese amar no es la Tierra misma».

El legado de la Tierra implicaba controlar a los que vivían en otros planetas monopolizando la influencia política y militar, y mediante los frutos de su propio trabajo. Eso es lo que amaba a la Iglesia de Terra.

“Solo están usando la Tierra como pretexto para lo que realmente quieren, que es restaurar los privilegios que alguna vez disfrutaron sus antepasados. Si realmente amaban su planeta, entonces ¿por qué involucrarse en guerras y luchas de poder? «

Quizás Poplan tenía razón, pensó Julian. Aunque no estaba tratando de negar la religión, había algo inmoral en cualquier organización religiosa deseosa de autoridad política. Controlar a la gente no solo en el exterior sino también en el interior era el peor totalitarismo imaginable, y la Iglesia de Terra había hecho todo lo posible para lograr su actual monopolio en ambos reinos. Con demasiada frecuencia, las personas aceptaron una existencia completamente uniforme al superar la diversidad de sistemas de valores y gustos individuales. Aquellos que profesaban ser Dios o representantes divinos ejercían el poder de matar a los que no creían. No podían quedarse sentados y esperar a que llegara esa edad.

El 10 de julio, Julian puso un pie en el suelo de la Tierra. Nadie podría haber predicho que sería el mismo día en que el consejo imperial galáctico decidiría tomar la Tierra por la fuerza.

Capítulo 4. Pasado, presente, Futuro.

I

Mientras el intento de asesinato del káiser Reinhard se desarrollaba en Odín, los baluartes gemelos de la armada imperial, los mariscales Oskar von Reuentahl y Wolfgang Mittermeier, estaban lejos de la capital imperial en sus propias misiones respectivas. El primero, como secretario general del Cuartel General del Mando Supremo, estaba realizando una inspección de la fortaleza nacional, mientras que el segundo, como comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial, supervisaba los ejercicios militares de naves recién construidas y nuevos reclutas en el sistema estelar Jötunheim.

Un mensaje urgente impulsó a ambos hombres a regresar a la capital de inmediato. Estaban más que sorprendidos, lívidos por el hecho de que la vida del Kaiser hubiera caído presa de un plan tan astuto. El hecho de que se convocara un consejo imperial solo después de su regreso demostró lo mucho que el Kaiser los tenía en su estima.

Mientras tanto, el Ministerio de Defensa estaba ocupado reorganizando todos los distritos militares bajo su jurisdicción. El sistema solar que incluía la Tierra estaba destinado a ser asignado al noveno distrito militar, que por el momento solo existía en papel, sin cuartel general ni comandante a su nombre. El Imperio Galáctico era conocido por tener una distribución desigual del poder militar en su centro, las flotas que normalmente usaba para campañas extranjeras partían en grandes formaciones desde la capital de Odín. Reinhard había ordenado su reorganización para liberarse del exceso de autoritarismo.

Una vez que se completara la recalibración de los distritos militares, sería responsabilidad del secretario general del Cuartel General del Mando Supremo su supervisión. El secretario general también asumiría el cargo de comandante en jefe de las fuerzas nacionales. Las responsabilidades de Reuentahl eran enormes, sin duda, aunque sólo fuera en papel.

La relación entre el secretario de Defensa, el mariscal Oberstein y el secretario general del Cuartel General del Mando Supremo, el mariscal Reuentahl estaba lejos de ser dulce como la miel. Cortésmente, evitaban hacer contacto visual entre ellos, hablando y escuchando solo cuando sentían que era necesario. A veces, las emociones se apoderaban de ellos y sus intercambios de cinismo y culpa se volvían tan acalorados como si fueran altercados físicos, a pesar de que el secretario de Defensa era técnicamente el superior del secretario general. Sin embargo, por mucho que se odiaran, ni Oberstein ni Reuentahl podían negar las fortalezas del otro. Reuentahl era reconocido como un general de sabiduría y coraje que siempre prefirió la razón al sentimiento en entornos formales. Oberstein, por otro lado, un hombre tan agudo y sereno que se decía que estaba «esculpido en hielo seco», era considerado un caparazón vacío desprovisto de emoción. Y aunque claramente tenía prejuicios, nunca hizo ningún esfuerzo por disipar los prejuicios ajenos. En ese frente, al menos, nadie podía culparlo por llevar su corazón en la manga.

Reuentahl se había hecho amigo cercano del “Lobo del vendaval” después de compartir tantas cosas con él en el camino de la muerte en el espacio de batalla, donde mutuamente se salvaron la vida muchas veces. Ni siquiera una elevación de rango tuvo ningún efecto adverso en su estrecha relación. Acerca de Oberstein, Mittermeier evitaba la calumnia habitual – «ese hijo de puta de sangre fría Oberstein», «ese Oberstein despiadado», y cosas por el estilo – pero dijo de manera bastante simple, y en un tono que, como sus tácticas rápidas y decididas, nadie podría imitar, «Ese maldito Oberstein».

Aparte de estos tres, otros que asistieron al consejo imperial del 10 de julio fueron el secretario del Interior Osmayer, el jefe de la Oficina de Seguridad y Seguridad Doméstica Lang, el comisionado de la policía militar, el alto almirante Kessler, y el secretario jefe del gabinete Meinhof, junto con los altos almirantes Müller, Mecklinger, Wahlen, Fahrenheit, Wittenfeld y Eisenach, así como el ayudante principal del Kaiser, el contralmirante Streit y el ayudante secundario, el teniente Rücke. Incluyendo al propio Kaiser, eso hizo un total de dieciséis. El secretario de Estado, el conde Mariendorf, padre de la secretaria jefe del Kaiser, Hilda, todavía estaba bajo arresto domiciliario, por lo que el secretario principal del gabinete actuaba como su apoderado.

Reinhard nunca sería feliz sin sus dos hombres de mayor confianza en el consejo imperial. A pesar de ser un monarca en sentido absoluto, hubo momentos en los que tuvo que ocultar su malestar. La ausencia de Hilda le molestaba, sobre todo. Aunque había tenido otras secretarias privadas antes que ella, algunas carecían de seguimiento a pesar de su lealtad, mientras que otras lo habían engañado descaradamente como un medio para promover sus propios planes de éxito.

El envío de una fuerza militar a la Tierra fue aprobado por unanimidad por el consejo, aunque surgieron diferencias individuales con respecto a los pros y los contras del despliegue. Este no era un asunto que se pudiera menospreciar, por lo que Lang, jefe de la Oficina de Seguridad Nacional, solicitó un breve receso para considerar el asunto más a fondo. Dado que los verdaderos motivos de la Iglesia de Terra aún no estaban claros, Lang esperaba que el envío de tropas tuviera éxito solo después de que se realizara una investigación detallada y privada. El Kaiser se rió de la mera sugerencia.

“Deja de eludir el tema. El rencor de la Iglesia de Terra ya es obvio, así que, ¿qué posible necesidad podría haber de más investigación e indagación? «

«Veo lo que quiere, pero …»

«¿Y estás tan seguro de que no has cometido errores en tus propias investigaciones de esos cultistas hasta ahora?»

«De nuevo, comprendo lo que busca».

Lang soltó robóticamente sus respuestas ingenuas.

“Lo que significa que no reconocerán otra autoridad que la de su Dios. Más bien, cualquier investigación nos dirá lo mismo: es decir, que la iglesia ni siquiera dudaría en eliminar violentamente a cualquiera que se interponga en su camino. Si no tienen interés en coexistir dentro del nuevo sistema, entonces no veo ninguna razón para no dejar que se martiricen por sus creencias. No podría mostrarles mayor misericordia «.

Lang se sonrojó y se inclinó ante la decisión del káiser, que reemplazó su magro juicio burocrático.

Siempre que el Kaiser Reinhard se movía en su asiento, su leonina melena de cabello dorado se balanceaba magníficamente. Con cada movimiento, algunos escribirían, era como si una columna de polvo de oro se esparciera por el aire. Pero para su asistente, Emil von Selle, sentado pacientemente contra la pared detrás de él, tales descripciones no eran exageradas. El joven de catorce años ahora vivía en la corte y le habían dado todo lo que necesitaba para estudiar medicina mientras se ocupaba de las necesidades del joven Kaiser. Nadie vio nada malo en concederle este privilegio. Emil sabía que era mejor no decepcionar a su ardientemente venerado señor.

«Como Su Majestad ha dicho con razón, no podemos esperar coexistir con los seguidores de la Iglesia de Terra», dijo el alto almirante Wittenfeld, de pelo naranja. «Ya es hora de que demos a esos insurgentes el castigo que merecen, aunque sólo sea para demostrar el alcance de nuestra voluntad y poder».

«¿Seguimos adelante y demostramos eso en toda su extensión, entonces?»

«Sí, hagámoslo. Y me sentiría honrado si Su Majestad me concediera el honor de hacerlo «.

Pero el Kaiser negó con la cabeza y se rió levemente.

“Desplegar a la flota de los Schwarz Lanzenreiter para apoderarse de un solo planeta fronterizo sería una exageración. Preferiría que se retirase esta vez, Wittenfeld.”

Después de silenciar al reacio general, Reinhard miró a otro.

«¡Wahlen!»

«Si su Majestad.»

Tus órdenes son las siguientes: coge tu flota y dirígete al sistema solar Terran. Allí, suprimirás la sede de la Iglesia de Terra «.

«¡Comprendido!»

“Debes aprehender a su fundador ya cualquier otro líder religioso que puedas encontrar. Luego los acompañarán de regreso a la capital. En cuanto al resto, mátalos por lo que a mí respecta. Hagas lo que hagas, no pongas una mano sobre los que no están afiliados a la iglesia. Aunque no es que yo esperase que algún incrédulo merodeara por la Tierra «.

Si Boris Konev hubiera estado presente en el asiento más bajo del consejo imperial, habría aplaudido el perspicaz plan del Kaiser.

Wahlen se levantó de su asiento y se inclinó con reverencia ante el káiser.

“Estoy más que honrado de haber recibido esta gran responsabilidad. Tenga la seguridad de que destruiré a los insurgentes de la Iglesia de Terra, arrestaré a sus líderes y haré que se den cuenta del verdadero significado de la santidad y la legítima providencia de Su Majestad «.

El káiser de cabello dorado asintió, levantando ligeramente una mano para señalar el levantamiento de la sesión. El ataque a Terra estaba ahora en manos de quienes realizaban el trabajo real.

Ninguna organización existe sin inconsistencias y luchas internas, e incluso la recién nacida dinastía Lohengramm tuvo una disputa de esta naturaleza* al tratar la seguridad doméstica a raíz del incidente de Kümmel.

*ndt: Literalmente el original es “and even the newly birthed Lohengramm Dynasty had a run in its stocking when it came to spearheading domestic safety in the wake of the Kümmel Incident..” ¿Habéis escuchado alguna vez alguna expresión relativa a fastidiar (hacer una carrera) unas medias? Porque yo no XD.

Entre la fuerza de policía militar y la Oficina de Seguridad Nacional, se había estado produciendo un peligroso antagonismo. El comisionado de la policía militar, el alto almirante  Kessler, y el jefe de la Oficina de Seguridad Nacional, Lang, eran de temperamento demasiado diferente para lograr algún tipo de acuerdo. El primero era un líder militar, el segundo un recién llegado sin logros de los que hablar. Pero Lang había sido jefe de la policía secreta desde que la antigua dinastía estuvo en el poder y, como tal, se había ganado su puesto como uno de los confidentes más cercanos del secretario de Defensa, el mariscal Oberstein. Además, la organización conocida como Oficina de seguridad nacional formaba parte de la Oficina de Asuntos Internos. No había forma de que el secretario del Interior Osmayer, cuyo trabajo era supervisar la seguridad doméstica, fuera a ver cómo se violaba su propia autoridad y cómo se desordenaba la burocracia establecida.

Por lo tanto, el secretario del Interior Osmayer y el comisionado de la policía militar Kessler mantuvieron una conexión tácita, profundizando la oposición encubierta entre el secretario de Defensa Oberstein y el jefe de la Oficina de Seguridad Nacional, Lang.

Después de que el joven Emil trajera café y se retirara, el ministro de defensa Oberstein solicitó de inmediato una audiencia con el Kaiser. Pese a que eso en sí mismo no era algo extraño, Oberstein tomó a Reinhard por sorpresa cuando pidió a su soberano que le pensara más seriamente en la materia del matrimonio. Por un momento, la expresión de Reinhard se volvió infantil y luego una sonrisa amarga apareció en su elegante rostro.

“El conde Mariendorf me dijo lo mismo. ¿Acaso es tan inusual que no esté casado? Usted es quince años mayor que yo ¿No es usted el que debería sentar la cabeza?”

“Nadie llorará la pérdida del apellido Oberstein. Pero no será el caso con la familia imperial Lohengramm. Mientras que la dinastía continúe siendo la defensora de la justicia y la estabilidad, su gente pagara por su perpetuación incluso con su propia sangre si fuera necesario, y les traería mucha alegría el hacerlo. Y les traería mucha alegría si su majestad se casara y tuviera un hijo”

Estos términos, presentados únicamente teniendo en cuenta el bien del Kaiser en mente, tenían un valor real para Oberstein. Continuó:

“Pero una vez que el padre y los hermanos de la Kaiserin- O sea, los parientes maternos de su heredero – presuman vanamente del honor que les trae su asociación con su majestad, esgrimiendo su autoridad como si les fuera propia, causarían un grave daño a la nación. A través de la historia antigua, ha habido muchos casos de soberanos… llevando a cabo actos destinados a la totalidad de la familia de su nueva esposa tras casarse con ella, para atacar a la raíz del mal antes de que siquiera llegue a germinar. Solo pido que por favor lo tenga en mente.”

Los ojos de Reinhard se llenaron de brillantez gélida. Si cualquier otro subordinado aparte del ministro de defensa hubiera tenido la audacia de decirle lo que Oberstein acababa de decirle, era indudable que esa persona habría sido fulminada en su sitio por un rayo. Pero la confianza entre ambos era tal que lo que dijera Oberstein sería tomado seriamente en cuenta mientras hablaba libremente.

“Si no me equivoco, diría que parece que se opone a que cierta persona en particular lleve la tiara de Kaiserin. Pero ¿No le parece que es un tema inapropiado que sacar a colación, antes de que una sola candidata a Kaiserin haya sido decidida?”

“Soy consciente de que es prematuro.”

“Y aun así, ¿sería extremadamente molesto si la Kaiserin se convirtiera en segunda con respecto al Kaiser, políticamente hablando? ¿Es eso lo que está pensando?”

Si Reuentahl o Mittermeier hubieran estado alli para contemplar la conversacion, habrían estado sentados al filo de sus asientos. Sabían de primera mano lo que se sentía al ser objetivo de las afiladísimas críticas de Reinhard.

Por su parte, Oberstein era impasible.

“Su majestad lo ha discernido muy bien.”

“Pero si me caso, nacerá un niño”

“Eso sería algo bueno, por supuesto, ya que sistemáticamente garantizará la continuación de la dinastía.”

Reinhard chasqueó la lengua abruptamente y se acarició el rostro juvenil. Eso le dio una idea, llevándole a cambiar de tema.

“¿Siguen el conde Mariendorf y su hija bajo arresto domiciliario?”

“Viendo que están directamente relacionados con ese traidor de Kümmel, se ha seguido la costumbre. Si algo así hubiera ocurrido bajo el yugo de los Goldenbaum, la familia entera ya habría sido ejecutada o desterrada.”

Reinhard enrolló con un dedo el colgante que llevaba al cuello.

“En otras palabras, la iglesia de Terra no solo tiene mi vida en su mira, ¿también pretende apartar de mi a mi indispensable ministro del interior y a mi secretaria jefe?”

Las emociones privadas y la autoridad pública de Reinhard habían resultado suficientemente dañadas. “¡No veo porque deben seguir bajo arresto domiciliario! Para mañana, Padre e hija habrán sido liberados y volverán a desempeñar sus tareas oficiales.”

“Entendido”

“Una cosa más. Prohíbo que se culpe a los Mariendorf por este estúpido incidente. Quien sea que contradiga mi prohibición en esta matera deberá prepararse para ser castigado por insubordinación.”

Las intenciones del monarca absoluto se elevaban por encima de la ley nacional y las emociones de la gente. Oberstein inclinó la cabeza profundamente y aceptó la indiscutible voluntad del Kaiser. Reinhard fijó su mirada azul hielo en Oberstein y se dio vuelta grácilmente, con su voz y expresión apagadas por completo.

Cuando Oberstein regresó a su oficina en el Ministerio de Defensa, un informe, enviado directamente desde la oficina del cónsul sin pasar por Lennenkamp, lo estaba esperando:

“El cónsul ha ordenado una intensificación de la vigilancia del mariscal Yang Wen-li. Hay motivos para creer que Yang tiene estrechas conexiones con los movimientos antigubernamentales dentro de la alianza «.

Al recibir el informe del director de la Oficina de Investigaciones del Ministerio de Defensa, el comodoro Antón Ferner, el ministro de Defensa, el mariscal Oberstein entrecerró los ojos artificiales.

“Las masas necesitan un héroe para unirse. Es natural que los extremistas y fundamentalistas de la alianza idealicen a Yang Wen-Li. Sin él, no tendrían punto de unión.”

“¿Lennenkamp? Me pregunto…»

“¿Crees que deberíamos dejarlo pasar? Incluso si el mariscal Yang no tiene intención de rebelarse en este momento, siempre que tenga pinturas de colores primarios a su disposición, en algún momento arruinará el lienzo «.

A pesar de que Ferner había encontrado a Oberstein de un humor despiadado, veía al ministro de Defensa como un activo invaluable que no había mostrado signos de erosión por la reciente marea de eventos. El ministro de Defensa se volvió hacia su subordinado con indiferencia, sin mostrar malicia.

«No nos metamos en esto por ahora. Lennenkamp odia especialmente que la gente se inmiscuya en su autoridad «.

«Sí, pero, excelencia secretaria, si el comisionado Lennenkamp es demasiado descuidado al tratar con el chico de oro de la alianza, el mariscal Yang, la resistencia de la alianza de base contra el imperio podría salirse de control. Cuanto más grande se vuelve un incendio, más difícil es apagarlo «.

La voz del comodoro Ferner tenía la más mínima afectación de un actor que recita sus líneas. Esta vez, había algo más que indiferencia en el discernimiento de Oberstein.

«Me he sobrepasado en mis funciones. Por favor, olvide lo que acabo de decir «.

Ahora que Ferner había reconocido su error, Oberstein lo despidió con un gesto de su huesuda mano.

Ferner se fue con una reverencia. No pudo evitar adivinar los pensamientos más íntimos del ministro de Defensa.

¿Oberstein tenía algo planeado para el mariscal Yang? Como enterrar un imán en la arena y sacar pequeños trozos de metal, estaba reuniendo encubiertamente a los fanáticos antiimperialistas y fundamentalistas democráticos de la alianza en torno a Yang. ¿Y luego qué? ¿Cuál fue el pretexto para ejecutar a Yang? ¿Fue para erradicar la angustia del futuro del imperio? ¿O fue para expandir la influencia de los fanáticos partidarios de Yang para provocar una ruptura en las fuerzas antiimperialistas? Si lograba alentar el conflicto interno y destruir mutuamente a ambos lados desde adentro, las manos del imperio permanecerían limpias mientras aumentaba su control sobre el territorio de la alianza.

Pero ¿Se desarrollarán las cosas como el ministro de defensa espera que lo hagan? Pensó Ferner para sí mismo.

En el ámbito del espacio de batalla, Yang Wen-li se destacó por interpretar al ingenioso general que podía arrinconar incluso a un genio militar como el Kaiser Reinhard. Sin flota ni soldados, ¿estaba Yang Wen-li de hecho resignado a ser un ingrediente en el plato del mariscal Oberstein? ¿No se lanzaban siempre las ratas acorraladas sobre los gatos que las perseguían? Si es así, seguramente Lennenkamp sería mordido primero. Una lástima trivial.

“En cualquier caso, esto será algo a tener en cuenta. Ya sea que se haga la voluntad del ministro de Defensa, si la paz actual llegará a definir una época, o si esto es solo el ojo de la tormenta, la historia está en una encrucijada. Cada decisión a partir de este momento tendrá ramificaciones dramáticas «.

Ferner curvó las comisuras de los labios en una sonrisa cínica. Como oficial de estado mayor del antiguo ejército de altos nobles, había planeado asesinar a Reinhard. No por animosidad, sino por fe en su posición. Esa fatídica noche, Reinhard le había permitido actuar como su subordinado y bajo Oberstein principalmente marcó logros en planificación estratégica y administración de oficinas. No era una persona de ambición ilegal, pero como espectador, claramente disfrutaba de la inquietud por la paz, ya que poseía una extraña confianza en que, por su propia capacidad y dinamismo, podría sobrevivir a cualquier situación.

Oberstein se volvió hacia su oficina vacía con un brillo inorgánico en los ojos.

Cualquier cosa que le faltara a un señor, sus criados tenían que compensarlo. Para von Oberstein, la dinastía Lohengramm y el Kaiser Reinhard constituían una obra por la que valía la pena apostar la vida. Era incomparable en rapidez y en la belleza de su tema, pero Oberstein se opuso a su durabilidad, o la falta de ella.

En un salón de la residencia Mariendorf, el conde y su hija estaban sentados en sofás, viendo pasar la lánguida danza del tiempo.

«No siento ninguna lástima por Heinrich», le dijo Hilda a su padre. “Durante unos minutos, estuvo orgulloso en ese escenario como el actor principal en una producción de su propia creación. Tengo la sensación de que eligió ese lugar a propósito para dedicar su vida a una actuación final … «

«¿Actuación, dices?»

La voz de su padre era inteligente, aunque carente de vitalidad.

«No creo que Heinrich tuviera ninguna intención de asesinar a Su Majestad. Dejando de lado por qué la Iglesia de Terra lo convenció de intentar un acto tan atroz, asumió el deshonor de ser llamado asesino solo para tener esos últimos minutos de su vida «.

Pensar en ello de esa manera solo aplacó un poco el dolor de su padre. Hilda sabía que su padre, que nunca había engendrado un hijo, siempre había sentido cierto afecto por su débil sobrino. Pero ahora Hilda se preguntaba si sus propios pensamientos no habían atrapado la manga de la verdad. El barón Heinrich von Kümmel se había negado a una muerte gradual y había optado por reunir los escasos ahorros de su vida y quemar el polvo de su corta existencia en un destello de resplandor. Hilda no se atrevió a ver esto como un gran acto. Por otra parte, probablemente no había otra forma de que Heinrich hubiera purificado la envidia violenta y los celos que sentía hacia Reinhard.

Hilda extendió la mano y tomó la campanilla de la mesa, con la intención de pedirle un café a su mayordomo Hans. Pero Hans, de tez clara y hombros anchos, apareció antes de que la campana hubiera sonado siquiera.

«Mi señora», anunció el mayordomo en voz alta. «Hay una llamada de visiofono, directamente desde el palacio imperial. El hombre de la pantalla se ha presentado como Contralmirante Streit y le gustaría compartir una buena noticia. Por favor, venga de inmediato a la sala del visiofono «.

Cuando Hilda devolvió la campana que no había sonado a la mesa, se puso de pie con el movimiento vivaz de un niño. Hilda esperaba buenas noticias. El joven Káiser de cabellos dorados no podía desterrar para siempre al conde Mariendorf y a su hija de la corte. Tampoco pudo evitar predecir que la corte imperial mostraría un lado de su corona espinosa tarde o temprano.

Hilda tuvo que protegerse a sí misma y a su padre para no darles a los perros de caza del secretario de Defensa, el mariscal Oberstein, un rastro de olor a seguir.

«¿De verdad pensaron que me rendiría tan fácilmente?» murmuró mientras caminaba por el pasillo.

Hans miró por encima del hombro con una mirada dudosa.

«¿Sucede algo, mi señora?»

«Oh, no es nada. Solo hablo conmigo misma».

Incluso mientras decía estas palabras, Hilda se sorprendió a sí misma preguntándose si la típica mujer noble habría mantenido la boca cerrada. Se golpeó la cabeza de cabello corto y rubio apagado ligeramente con el puño. ¿Por qué debería importarle en absoluto cómo se comportaban otras mujeres en la corte? No era propio de ella pensar en esas cosas.

II

El que más se alegró de que terminase el arresto domiciliario del Conde Franz von Mariendorf y su hija, fue el Mariscal Wolfgang Mittermeier.

“¿Quién piensa ese maldito Oberstein que es, de todas formas?” Le dijo a su mujer, Evangeline. “Declarar culpables a familias enteras de delitos de traición, sin que importase su complicidad, es una costumbre obsoleta que terminó en el momento en que comenzó esta dinastía. No se me ocurre mejor candidata a Kaiserin que Hilda. Si los dos engendraran un heredero, puedes estar seguro de que se convertirá en un príncipe sagaz. ¿No sería eso algo digno de ver? «

«Supongo, pero todo lo que importa al final es cómo se sienten el uno por el otro».

Evangeline mantuvo a raya la impertinencia de su marido, volviendo la cabeza hacia un lado en esa forma de ave que él amaba. A los veintiséis años, no tenía hijos, la inocencia que tenía cuando se casaron por primera vez seguía practicamente intacta. Como siempre, la forma en que manejaba la casa tenía un ritmo musical que complacía infinitamente a Mittermeier.

«No tomé tu mano en matrimonio porque fueras un oficial militar capaz con un futuro prometedor. Fue por quien eras, y sigues siendo, querido.”

«Si hubiera sabido eso, podría haber sido más suave cuando te propuse matrimonio. No sabía mucho en ese entonces … «

El timbre de la computadora de su casa indicó que había un visitante. Evangeline salió del salón con esa cadencia en sus pasos que tanto adoraba y pronto regresó para anunciar que el almirante Reuentahl había venido a verlo.

Oskar von Reuentahl había visitado la residencia de Mittermeier con mucha menos frecuencia de la que Mittermeier había visitado la suya, por lo que su presencia le dijo que algo grave estaba sucediendo. Aunque vio a las familias y el matrimonio a través de los lentes oscuros del prejuicio extremo, siempre se adhirió a la etiqueta al entrar en la casa de un amigo. También entregó un ramo de flores a la mujer de la casa por pura cortesía.

Mientras Evangeline Mittermeier ponía los junquillos* de esa noche en un jarrón y traía un plato de salchichas caseras y requesón al invitado de su marido, los baluartes Gemelos de la Armada Imperial ya estaban regando sus propias flores de conversación con vino.

Ndt. Jonquils (Narcissus jonquilla. Junquillos de olor o Varas de san José. Es una flor endémica de la península ibérica, por cierto. Huele muy bien. Pueden ser blancas o amarillas. Es curioso, porque en la serie le lleva un ramo de rosas amarillas, sin mas.)

Al no tener interés en estar al tanto de los contenidos de esa sesión de confraternización masculina, la Sra. Mittermeier dejó el plato y se fue con el nombre “Trünicht” zumbándole en la oreja.

«Un hombre como Job Trünicht seguramente pasará a la historia como un vendedor extraordinario», dijo Reuentahl con desdén.

«Vendedor, dices?»

«Sí. Primero, vendió la Alianza de Planetas Libres y su democracia al imperio. Y ahora, la Iglesia de Terra. Cada vez que lanza un producto nuevo, la historia cambia. Él está a la altura de los comerciantes de Phezzan».

«Supongo que tienes razón. Es un vendedor de primer nivel. Pero como comprador, deja mucho que desear. Solo compra desprecio y vigilancia.”

¿Quién lo respetaría? Todo lo que hace es vender su propio personaje por piezas «.

El secretario general del Cuartel General del Mando Supremo esbozó una sonrisa desagradable.

“Habla correctamente, Mittermeier. No necesita el respeto o el amor de los demás para vivir. Sus tallos pueden ser gruesos, pero sus raíces son profundas. Es como una planta parásita «.

«Un parásito desde luego».

Los dos afamados generales se quedaron en silencio sin motivo aparente.

El almirante Yang Wen-li, que una vez había sido comandante de la Fortaleza Iserlohn de las Fuerzas Armadas de la Alianza, había sido muy consciente de la esclavitud de Trünicht a un miedo y un odio que iban más allá de los límites del sentido común. Aunque no tan seriamente como él, Reuentahl y Mittermeier llegaron a la misma conclusión.

«Tampoco podemos simplemente descartarlo como un bastardo mezquino. Está lejos de ser un hombre común, en el peor sentido. Tendremos que vigilarlo, de cualquier manera «.

En este punto, aunque hizo contribuciones no insignificantes al desarrollo de la dinastía Lohengramm, en lo que respecta a la falta de respeto y buena voluntad, no había nadie como Trünicht. Incluso el mariscal Oberstein, aunque no era muy querido, al menos se había convertido en objeto de reverencia. Pero Trünicht carecía por completo de popularidad. Los ecos de su legado contaminado todavía se sentían en toda la Alianza de Planetas Libres, y probablemente lo serían durante mucho tiempo.

Después de suprimir la capital de la alianza de Heinessen y enfrentarse a Trünicht por primera vez, la actitud de Oskar von Reuentahl fue de extrema indiferencia, mientras que los ojos de Wolfgang Mittermeier bailaron con notoria animosidad. Por supuesto, Hilda no tuvo más remedio que tratar con Trünicht en lugar de los dos almirantes, pero era completamente imposible mirar con favor a un político que vendería su propio país y su gente a cambio de algo tan insignificante y fugaz como la seguridad personal.

Evangeline trajo un poco de su aspic* de pollo casero y anunció que el subordinado de Mittermeier, Karl Eduard Bayerlein, había venido de visita. El valiente y joven general apareció en la puerta, con su habitual entusiasmo.

Ndt. Es una gelatina de carne, en la que puedes ver los ingredientes.

«Su Excelencia, tenía algunos asuntos cerca, así que espero que no le importe que pase por aquí. Además, me enteré de un rumor extraño «.

Bayerlein tenía un pie en la habitación, que ahora flotaba cinco centímetros sobre el suelo. No esperaba que Reuentahl estuviera allí. Nervioso, improvisó un saludo formal.

«¿Qué tipo de rumor?»

«No es nada, en realidad, solo … No hay pruebas, por lo que no puedo decir con certeza si es cierto».

“¿Oh?”

«No es nada, en realidad, solo … No hay pruebas, por lo que no puedo decir con certeza si es cierto».

La presencia de Reuentahl pesó mucho en el corazón del joven Bayerlein. Mittermeier lo instó con una sonrisa aparentemente amarga.

«No importa. Sólo dimelo.»

“Sí, excelencia. Es algo que escuché de los prisioneros de guerra de la alianza «.

«¿Oh?»

«Dicen que el almirante Merkatz todavía está vivo».

Antes de que Bayerlein cerrara la boca, el silencio entró y dio una vuelta por la habitación. Mittermeier y Reuentahl apartaron la mirada de Bayerlein y se miraron el uno al otro, compartiendo los mismos sentimientos fuertes. Mittermeier verificó con su subordinado.

“¿Ese Merkatz? ¿Estás diciendo que Willibald Joachim von Merkatz no murió después de todo?”

Su uso del demostrativo «ese», por supuesto, tenía un tono muy diferente al de cuando lo estaba aplicando a Oberstein. Bayerlein se encogió de hombros.

«Solo puedo decirte que eso es lo que escuché».

“Pero pensé que Merkatz murió en acción durante la batalla de Vermillion. ¿Quién sería tan irresponsable como para escupir sobre su tumba difundiendo información errónea sobre él?”

«Como dije, es solo un rumor».

El joven general bajó la voz. Oleadas de arrepentimiento estaban surgiendo a su alrededor.

«No está fuera del ámbito de lo posible», murmuró Reuentahl, como si se liberara de las garras de un estereotipo fijo. “Sabemos que los restos nunca fueron identificados. No sería tan descabellado que fingiera su propia muerte «.

Mittermeier gimió.

Si Merkatz hubiera sobrevivido a la Guerra Bermellón, el Imperio Galáctico exigiría su muerte. Como ex comandante en jefe de la Coalición aristocrática, Merkatz se había enfrentado a Reinhard. Después de eso, había desertado y desde entonces había negado cualquier relación con el joven soberano de cabellos dorados.

«Pero es solo un rumor».

«Tienes razón. Sería una tontería andar señalando con el dedo en este punto. Dejemos que la Oficina de Seguridad Nacional descubra la verdad «.

«Si no hay nada más, entonces, supongo que me iré …»

Seguramente Bayerlein había querido utilizar el rumor como pretexto para disfrutar de una borrachera con el superior que tanto admiraba. La presencia de Reuentahl había alterado ese plan. Mittermeier se dio cuenta de ello y no hizo ningún esfuerzo por detenerlo más. Llenó sus vasos y cambió de tema.

«Por cierto, escuché que has cambiado de mujer una vez más».

Sosteniendo su copa, el secretario general del Cuartel General del Mando Supremo curvó sus labios en una leve sonrisa.

«Si solo fuera un rumor… pero es cierto».

«Que te corteje otra buscona, ¿no?»

El hecho de que esos casos se hubieran vuelto cada vez más frecuentes era una de las razones por las que Mittermeier no se atrevía a criticar con demasiada fuerza la vida de mujeriego de su amigo.”

«Has errado el tiro. Fui yo quien estaba al acecho «.

Una luz se balanceó en sus ojos heterocromáticos.

“La hice mía a través de mi propia autoridad y violencia. Me he vuelto cada vez más cruel. Si no me arrepiento, no escucharé el final de Oberstein y Lang «.

«No hables así. No es propio de ti.»

Había amargura en la voz de Mittermeier.

«Seguro…»

Reuentahl sonrió a su amigo. Él asintió con la cabeza como si estuviera tomando un consejo, luego llenó su copa con más vino.

«Entonces, ¿qué pasó realmente?»

«Para decirte la verdad, casi me mata».

«¡¿Qué?!»

“Acababa de llegar a casa y estaba entrando por la puerta cuando ella me atacó con un cuchillo. Al parecer, llevaba varias horas esperando mi llegada. Normalmente, le doy la bienvenida a una mujer hermosa que espera mi regreso ”. Los reflejos del vino ondulante parpadearon en sus ojos desiguales. «Se presentó como Elfriede von Kohlrausch y agregó que su propia madre era la sobrina del duque Lichtenlade».

«¿Un pariente del duque Lichtenlade?»

El joven almirante heterocromático asintió.

“Al escuchar eso, incluso yo estaba convencido. Tenía todas las razones para odiarme. En su mente, soy el enemigo jurado de su tío abuelo «.

Dos años antes, en SE 797, año 488 del antiguo Calendario Imperial, el Imperio Galáctico había experimentado la agitación conocida como la Guerra de Lippstadt, cuando los líderes políticos y militares se habían dividido en dos facciones. Una confederación aristocrática dirigida por el duque von Braunschweig y el marqués von Littenheim había tratado de derrocar al eje representado por el primer ministro, el duque Lichtenlade, y el comandante supremo de la Armada Imperial, el entonces marques Reinhard von Lohengramm. Este eje, habiendo colocado a los viejos autoritarios y a los jóvenes ambiciosos no como amigos sino como base de sus planes, enfureció a los altos nobles al monopolizar su autoridad.

Mientras el almirante Merkatz, un comandante veterano de la Coalición de los Lores, fue derrotado no solo por el ingenio de sus enemigos sino también por la indiferencia de sus camaradas, Reinhard regresó con la victoria en la mano. Su victoria, sin embargo, iría acompañada de tragedia. Cuando el arma de un asesino que le apuntaba fue bloqueada por el cuerpo de Siegfried Kircheis, el joven de cabello dorado perdió a más de un amigo, pero también a la mejor parte de sí mismo, y por un tiempo lo paralizó. Si hubiera sabido eso, el duque Lichtenlade probablemente habría purgado a los jóvenes de la alianza de un solo golpe y habría intentado sacar provecho de toda su autoridad. Los subordinados de Reinhard lo golpearon hasta el final, enterrando al duque Lichtenlade y su camarilla, asegurando así  la autoridad de Reinhard.

Mittermeier negó con la cabeza.

«En lo que respecta a los enemigos, tú y yo no somos diferentes».

“No, somos diferentes”, dijo Reuentahl. “En ese momento, corriste al parlamento para robar el sello del estado. ¿Y que hice yo? Me presenté en la residencia privada del Duke Lichtenlade para contener a ese anciano. Soy más el enemigo por estar directamente involucrado «.

Reuentahl recordó vívidamente esa noche de hace dos años. Cuando derribó la puerta de Lichtenlade con un grupo de soldados entrenados, la vieja figura de autoridad había estado leyendo en su elegante cama. El anciano había dejado caer su libro al suelo, sabiendo que estaba derrotado. Después de ser detenido por los soldados, Reuentahl dio la vuelta al libro con el tacón de su zapato militar y leyó las palabras de la portada: Política ideal.

“Por cierto, fui yo quien ordenó la ejecución de ese anciano y de toda su familia. Razón de más para que ella esté resentida conmigo «.

«¿Siempre supo lo que había sucedido?»

“No al principio. Si lo sabe ahora «.

«No lo hiciste …»

«Sí. Se lo dije.»

Mittermeier exhaló un suspiro con toda la mitad superior de su cuerpo mientras se despeinaba el cabello color miel con una mano. “¿Qué sentido tenía hacer eso? ¿Por qué le dijiste esas cosas? ¿Te odias tanto a ti mismo? «

“Me dije a mí mismo lo mismo. Incluso yo sabía que era inútil. Solo me dí cuenta después del hecho «.

Reuentahl se vertió una pequeña cascada de vino en la garganta. «Me está destrozando por dentro, lo sé».

III

Elfriede se movió en el sofá. La puerta de roble de hoja perenne se abrió y el dueño de la residencia Reuentahl proyectó su alta sombra sobre el suelo. Con sus ojos desiguales, el hombre que había tomado la virginidad de Elfriede admiraba su cabello color crema y sus extremidades frescas.

«Estoy conmovido. Parece que no te has escapado después de todo «.

“No es como si hubiera hecho algo malo. ¿Por qué tendría que huir? «

«Eres un criminal que intentó matar al secretario general del Cuartel General del Mando Supremo de la Armada Imperial. Podría hacerte ejecutar en el acto. El hecho de que no te haya encadenado debería decirte que puedo ser un hombre indulgente «.

«No soy un criminal habitual como los de su calaña».

No se podía herir el orgullo de un héroe veterano con tanto cinismo y salirse con la suya. El joven almirante de ojos heterocromáticos soltó una risa corta y burlona. Cerró la puerta detrás de él y se acercó lentamente. Su ferocidad y gracia estaban en perfecta armonía. Haciendo caso omiso de su intención, los ojos de la mujer fueron atraídos hacia él. Cuando recobró el sentido, su muñeca derecha estaba firmemente sujeta en su mano.

«Qué hermosa mano», dijo, su aliento apestaba a alcohol. “Me han dicho que las manos de mi madre también eran hermosas, como si estuvieran talladas en el mejor marfil. Ella nunca usó esas manos para nadie más que para sí misma. La primera vez que levantó a su propio hijo, trató de apuñalarlo en el ojo con un cuchillo. Esa fue la última vez que me tocó «.

Atrapada en la atractiva mirada dorada y plateada de Reuentahl, Elfriede contuvo la respiración por un momento.

«¡Una pena! Incluso su propia madre sabía que su hijo algún día cometería traición. Dejó a un lado sus sentimientos y tomó el asunto en sus propias manos. Si tan solo tuviera una pizca de su valentía. ¡Que una madre tan espléndida pudiera dar a luz a un hijo tan indigno!”

«Con un pequeño ajuste, podríamos usar eso como su epitafio».

Reuentahl soltó la mano blanca de Elfriede y se echó hacia atrás el cabello castaño oscuro que le caía sobre la frente. La sensación de su mano permaneció como un anillo caliente en la muñeca de la mujer. Reuentahl apoyó su alto cuerpo contra un tapiz de pared, sumido en sus pensamientos.

«Simplemente no lo entiendo. ¿Es tan terrible perder los privilegios que tenía hasta la generación de su padre? No es como si tu padre o tu abuelo trabajaran para ganar esos privilegios. Todo lo que hacían era correr como niños ”.

Elfriede se tragó su respuesta.

“¿Dónde está la justicia en ese estilo de vida? Los nobles son ladrones institucionalizados. ¿Nunca te has dado cuenta de eso? Si tomar algo por la fuerza es malo, entonces ¿cómo es diferente tomar algo por la autoridad heredada? «

Reuentahl se incorporó de la pared con la expresión desinflada.

“Pensé que eras mejor que eso. Qué desvío. Sal, ahora mismo, y encuentra un hombre más «digno» de ti. Un idiota que se aferra a una época pasada en la que su cómoda y pequeña vida estaría garantizada por la autoridad y la ley. Pero antes de eso, tengo una cosa que decir «.

El almirante heterocromático golpeó la pared con el puño, enunciando cada palabra.

“No hay nada más feo o más bajo en este mundo que ganar autoridad política sin importar la habilidad o el talento. Incluso un acto de usurpación es infinitamente mejor. En ese caso, al menos uno hace un esfuerzo real para ganar esa autoridad, porque sabe que no era suya para empezar «.

Elfriede permaneció en el sofá, una tempestad sentada.

«Lo entiendo», escupió, su voz se llenó de calor relámpago. «¡Eres un rebelde regular hasta la médula, ¿no es así ?! Si crees que tienes tanta habilidad y talento, ¿por qué no intentarlo tú mismo? Tarde o temprano, tu presunción te obligará a ir en contra de tu actual señor «.

Elfriede se quedó sin aliento y se hundió en el silencio. Reuentahl cambió de expresión. Con renovado interés, miró a esta mujer que había intentado matarlo. Pasaron unos segundos de silencio antes de que hablara.

“El Kaiser es nueve años más joven que yo y, sin embargo, tiene todo el universo en sus propias manos. Puedo albergar animosidad hacia la familia real Goldenbaum y la élite de los nobles, pero me falta la base para derrocar a la dinastía misma. No hay forma de que pueda ser rival para él «.

Mientras le daba la espalda a la mujer que luchaba por encontrar su réplica, Reuentahl salió del salón con calma. Elfriede vio cómo su silueta de anchos hombros retrocedía, pero de repente se dio la vuelta, habiéndose sorprendido esperando a que este hombre abominable mirara hacia atrás por encima del hombro. Su mirada estaba fija en una pintura al óleo sin complicaciones y permaneció así durante diez segundos. Cuando finalmente miró hacia atrás, el dueño de la casa se había ido. Elfriede no tenía ni idea de si Reuentahl realmente la había mirado.

IV

Los VIP de los militares estaban movilizando activamente la flota destinada a la Tierra. Nadie en el gobierno imperial había dormido.

En el Ministerio de Arte y Cultura, bajo el mando directo del Dr. Seefeld, estaba en marcha la compilación de La dinastía Goldenbaum: Una historia completa. La familia Goldenbaum había sido efectivamente destruida, pero no sin dejar una gran cantidad de datos acumulados bajo el nombre de secretos de estado. La ardua tarea de examinarlo todo seguramente arrojaría luz sobre varias piezas de información hasta ahora consideradas extraoficiales o material de rumores, y la tarea del ministerio era garantizar que se preservara hasta el último detalle incriminatorio para la posteridad.

El mariscal retirado de las Fuerzas Armadas de la Alianza, Yang Wen-li, tenía la voluntad de un historiador, pero desde los quince años, cuando la muerte de su padre había sumido a la familia Yang en dificultades económicas, había pasado por la vida tropezando al borde de la realidad. Si hubiera podido ver a los investigadores del Ministerio de Arte y Cultura imperial peinando a diario montañas de datos no revelados, habría estado salivando de envidia.

El Kaiser Reinhard no dio ninguna indicación de que el Ministerio de Artes y Cultura tuviera que desenterrar pruebas especialmente condenatorias sobre la dinastía Goldenbaum. No había necesidad. Independientemente de la dinastía o el sistema de autoridad, las buenas acciones se valorizaban y se propagaban, mientras que las malas acciones se ocultaban. Por lo tanto, se garantizaba que la información no divulgada contenía pruebas de irregularidades y faltas de conducta. Los investigadores guardaron silencio durante todo el proceso, pero seguramente encontraron oro en todos los lugares que excavaron mientras desenterraban carga tras carga de las fechorías y escándalos de la dinastía Goldenbaum.

Rudolf von Goldenbaum, que había fundado la dinastía Goldenbaum cinco siglos antes, estaba tan lejos de Reinhard como podía estarlo un gobernante. Era un enorme montículo de justicia egoísta, invisible a los ojos de la fe. Logró el éxito como militar primero, como político en segundo lugar. Su aptitud física y mental era inmensa, pero como un profesor de matemáticas de secundaria que recicla las mismas viejas ecuaciones rudimentarias, nunca evolucionó más allá del modelo al que se había acostumbrado. Para aquellos que no compartieron sus pensamientos o valores, respondió primero con mano de hierro y luego con las muchas muertes provocadas por su impacto. ¿Cuántos historiadores habían sido asesinados para mantener su imagen justa y recta?

Reinhard no tenía ningún interés en tales métodos.

Ndt: Recomiendo leer con el allegro de la 5º sinfonía de Beethoven de fondo. https://www.youtube.com/watch?v=agtMrVRr34s&t=1224s

Rudolf el Grande había sido un gigante literal, uno que gobernaba sobre todo con su aire incomparablemente intimidante. Su sucesor más civilizado, Segismundo I, fue un tirano sumamente capaz. Reprimió unilateralmente la insurrección republicana, al mismo tiempo que mantuvo una administración gubernamental relativamente justa para aquellos «buenos ciudadanos» que lo siguieron. Utilizó hábilmente una política de zanahoria y palo para reforzar la piedra angular del imperio que colocó su abuelo. Y aunque el káiser de tercera generación, Ricardo I, que lo siguió, amaba a las mujeres hermosas, la caza y la música más que al gobierno, nunca sobrepasó sus límites como soberano. Vivió una vida cautelosa, caminando por una delicada cuerda floja entre su Kaiserin testaruda y sesenta concubinas, sin caer al suelo ni una sola vez.

El cuarto káiser, Ottfried I, era más decidido que su padre, pero gozaba de buena salud, era austero y prosaico. Para cualquiera que lo conociera, era un aburrimiento total. Parecía que su único objetivo en la vida era digerir un horario diario preciso con la menor variación posible. Su absoluta falta de interés por la música, las bellas artes o la literatura le había valido el sobrenombre de «Earl Grey», porque su vida era sin duda aburrida e incolora. Se dice que los únicos libros que leyó voluntariamente fueron las memorias del padre fundador Rudolf el Grande, junto con algunos volúmenes aleatorios sobre medicina casera. Era un conservador solemne que aborrecía cualquier tipo de cambio o reforma como un virus y se aferraba a los precedentes puestos ante él por Rudolf el Grande, a quien tanto admiraba.

Un día, por orden de su médico y nutricionista, Ottfried había terminado su almuerzo de verduras, productos lácteos y algas. Apenas se dirigía a su paseol de quince minutos, justo a tiempo, cuando un mensaje urgente le informó que una explosión gigante en una base militar había dejado más de diez mil soldados muertos.

El káiser no pareció impresionado por la noticia.

«Recibir ese informe no estaba en la agenda de hoy».

Para él, el calendario todopoderoso era una entidad inviolable, esto a pesar de que carecía tanto de la creatividad como de la capacidad de planificación para crear uno por sí mismo. Dichos deberes los dejó al secretario privado imperial, el vizconde Eckhart, cuya responsabilidad y autoridad montaron como arena en un reloj de arena. Antes de que nadie lo supiera, Eckhart llegó a ocupar puestos dobles de consejero privado y secretario general del palacio imperial, donde también se desempeñó como secretario del consejo imperial. Como incluso aquellos con poca perspicacia podían ver, el ceniciento Kaiser se había convertido en nada más que un autómata barato que bailaba al ritmo de la melodía que el vizconde Eckhart tocaba para él. Cuando murió el káiser, a nadie le importó lo suficiente como para conmemorar su vida de manera significativa.

El hijo de Ottfried, Kaspar, se convertiría en el quinto Kaiser del Imperio Galáctico. Como príncipe imperial, mostró una inteligencia superior a la media, pero esos colores se desvanecieron a medida que maduraba. Es probable que escondiera su sabiduría como una forma de rebelarse contra las tendencias despóticas de Eckhart. «Si el difunto Kaiser era una prosa aburrida», susurraron sus ministros principales, «entonces nuestro soberano actual es una poesía igualmente aburrida». De hecho, se parecía mucho más a su abuelo que a su padre, y valoraba las artes y la belleza por encima de todas las cosas. Solo que él era menos hábil en el arte de caminar por la cuerda floja que su abuelo había dominado con tanta maestría.

Lo que sorprendió a la Kaiserin viuda y a los ministros principales fue la aparente falta de interés del príncipe heredero en el sexo opuesto. Particularmente favoreció a un castrato del coro imperial. Castrados a una edad temprana, los castrati habían conservado durante mucho tiempo la tradición de los niños soprano y seguían siendo una parte integral de los coros imperiales y de la iglesia.

Incluso después de la coronación de Kaspar, se enamoró de un elegante cantante de catorce años llamado Florian, sin prestar oído a ninguna de las propuestas de matrimonio que la Kaiserin viuda le presentó, por muy atractiva que fuera la perspectiva.

Rudolf el Grande, que había masacrado a los homosexuales en masa como contaminantes que de otro modo infectarían el futuro, ahora había producido un homosexual entre sus descendientes. Escuche con suficiente atención, y uno casi podría escuchar sus gritos de indignación desde  más allá de la tumba.

Mientras tanto, el poder político real seguía estando firmemente en manos de Eckhart. Habiendo ascendido al rango de conde, ahora era un hombre de influencia incomparable, al que se refería en broma como el «Kaiser embaucador». Hizo del tesoro nacional su patio de recreo personal, donde arrojó el peso de un cuerpo corpulento desprovisto de su virilidad. A medida que desgastaba su sentido de la responsabilidad y su capacidad como administrador político, su enfermedad del poder continuó afligiéndolo. Trató de ofrecer a su propia hija como la nueva Kaiserin, pero ahora se parecía más a su padre que nunca.

Eckhart se acercó al káiser con la esperanza de apartar los ojos de su señor de Florian, pero aunque el káiser siempre había seguido su consejo en otros asuntos, no podía ser persuadido ni coaccionado en este. En el momento en que Eckhart entró en el Rose Room, una banda bajo el mando de un barón Risner lo mató a tiros. Risner, que siempre había detestado la tiranía de Eckhart, había recibido el consentimiento del Kaiser para ejecutar a este «criado desleal». Eso estuvo muy bien, pero a raíz de este disturbio, el Kaiser dejó una declaración escrita de abdicación en su trono y se fugó con Florian y un puñado de joyas. Esto fue exactamente un año después de que él tomara el trono.

Después de 140 días con el trono vacante, el hermano menor del káiser Ottfried, el archiduque Julius, recogió la corona abandonada. Los principales ministros imperiales, sin embargo, tenían sus ojos puestos en su hijo más popular, Franz Otto.

En el momento de su coronación, el káiser Julius ya tenía setenta y seis años, pero gozaba de muy buena salud para su edad. Cinco días después de su entronización, había establecido un harén de veinte hermosas concubinas, y un mes después agregó veinte más.

Le correspondió al príncipe heredero de mediana edad, el archiduque Franz Otto, satisfacer las necesidades de la política nacional mientras el Kaiser satisfacía las de su carne aún viril. Franz Otto corrigió gran parte de la corrupción que quedó de la era Eckhart, hizo cumplir la ley y redujo ligeramente los impuestos para los ciudadanos comunes. Los ministros superiores confiaban en que habían tomado la decisión correcta. Pero Julio I, a quien esperaban que expirara más temprano que tarde, se mantuvo firme en el trono a los ochenta y luego a los noventa.

Al final, por un extraño giro del destino, cuando Kaiser Julius tenía noventa y cinco años, el «príncipe heredero más antiguo de la historia de la humanidad», Su Alteza el Archiduque Franz Otto, murió de una enfermedad a los setenta y cuatro. Y debido a que todos los hijos del archiduque habían muerto jóvenes, su nieto Karl se convirtió en «gran heredero del trono imperial» a los veinticuatro años.

Karl solo tendría que esperar unos años antes de ponerse la corona imperial, aunque a él le parecía que el Kaiser viviría para siempre. Julius había sido un anciano desde que Karl podía recordar. Todavía era un anciano y continuaría siéndolo durante los años venideros. ¿Continuaría absorbiendo la fuerza vital de las generaciones futuras este “saco de huesos inmortal”, reflexionó, incluso mientras él continuaba marchitándose en ese ataúd con joyas incrustadas que llamaba trono?

Karl no era un joven particularmente supersticioso, pero la superstición le había hecho ver al Káiser a través de lentes de miedo y odio de colores tenues. En consecuencia, su malicia hacia el viejo Kaiser fue, más allá de sus propias ambiciones, al menos cultivada en el fertilizante de la autoconservación. Toda esta especulación e impaciencia llevó al primer parricidio en toda la historia del Imperio Galáctico.

El 6 de abril, año 144 del antiguo Calendario Imperial, un Julius I de 96 años estaba cenando con cinco de sus concubinas, cuya edad combinada aún no alcanzaba la edad del viejo Kaiser. Después de devorar su venado con el apetito de un adolescente, estaba terminando la comida con un poco de vino blanco frío cuando comenzó a jadear por aire. Vomitó su comida y, momentos después, murió en un espasmo de agonía, con el mantel de seda blanca todavía aferrado en su mano.

La repentina muerte del viejo Kaiser conmocionó a sus principales ministros, menos por sospecha que por su propio alivio de que el anciano finalmente hubiera perecido. En verdad, sus ministros, casi sin excepción, se aburrieron de él. El archiduque Karl presidió un gran funeral, aunque carente de emociones. Todos los ministros superiores esperaban que el joven nuevo káiser implementara una nueva administración después de un período de luto necesario. La gente no esperaba nada. Careciendo de autoridad política alguna, hicieron lo mejor que pudieron, viviendo vidas de trabajos forzados y placeres simples. Pero el 1 de mayo, día de la coronación, el público quedó tan asombrado como los ministros principales cuando no el archiduque Karl, sino el segundo hijo del antiguo archiduque Franz Otto y primo de Karl, el marqués Sigismund von Brauner, aceptó solemnemente la corona imperial.

Las razones detrás de la entronización de Sigismund II, por supuesto, nunca se hicieron públicas. Ahora, más de trescientos años después, los archivos finalmente revelaron la verdad detrás de este cambio de última hora. Tras la repentina muerte del viejo káiser, el archiduque Karl obligó a las cinco concubinas que estaban sentadas a su mesa a seguir a su amo hasta la tumba. Habiendo servido al viejo Kaiser tan fielmente como lo habían hecho, en este tiempo de crisis entraron en pánico y se negaron a llevar sus deberes al siguiente reinado. Por ese crimen, fueron condenadas a quitarse la vida.

Las cinco concubinas fueron confinadas en una habitación ubicada en el palacio trasero, donde fueron obligadas a beber veneno. Justo antes de tomar esa dosis fatal, una de las concubinas escribió la verdad con lápiz labial en el interior de su pulsera y se la envió a su hermano mayor, un oficial de la brigada imperial. Al leer su mensaje, su hermano se enteró de que el archiduque Karl había recubierto el interior de la copa de vino de Julius con un veneno que, una vez absorbido en el revestimiento del estómago, disminuía rápidamente la capacidad de sus glóbulos rojos para absorber oxígeno. Karl había sobornado a su hermana menor, la concubina, para que fuera cómplice. El hermano decidió en ese mismo momento vengarse de la muerte de su hermana. Presentó las pruebas ante Sigismund, segundo en la línea de sucesión. Sigismund se sorprendió gratamente de tener una causa justa para expulsar a Karl, y después de barajar las cosas dentro del palacio, logró obligar a Karl a renunciar a su sucesión al trono imperial. No pudo dar a conocer el hecho de que el káiser había sido envenenado por su propio bisnieto, por lo que llevó a cabo su propio pequeño golpe de estado a puerta cerrada.

Después de ser confinado en palacio, Karl fue trasladado a una institución mental en las afueras de la capital imperial. Allí, detrás de gruesos muros, fue tratado lo suficientemente bien como para vivir una larga vida, eclipsando a su bisabuelo al morir a los noventa y siete años. En el momento de su muerte, los reinados de Segismundo II y Ottfried II habían pasado a la era de Otto Heinz I. Ya no había nadie en la corte que recordara el nombre del anciano que no había podido tomar el trono más de setenta años antes. Entre la muerte de Karl en el año 217 del Calendario Imperial y la Batalla de Dagón que tomó la Alianza de Planetas Libres en 331, la Dinastía Goldenbaum vería ocho Kaiser más, dando lugar a sus propias historias en un espectro de bien y del mal.

Mientras repasaba este informe provisional no oficial que le presentó el Ministerio de Arte y Cultura, Reinhard se encontró a veces sonriendo con desdén, mientras que otros se detenían para reflexionar profundamente. Aunque carecía de la pasión de Yang Wen-li por la historia, aquellos con diseños en el futuro no podían llegar allí sin conocer los planos del pasado. No es que todos los indicadores se encontraran en lo que ya había sucedido. Reinhard no era de los que seguían el camino de otra persona.

Porque ahora, todos seguían el suyo.

Capítulo 5: Caos, desorden y confusión.

I

En la 2º mitad del año 799 del calendario espacial, primer año del Nuevo Calendario Imperial, se produjo un cambio que nadie podría haber predicho con precisión. Se suponía que la promulgación del Tratado de Bharlat en mayo de ese año, junto con la coronación de Reinhard von Lohengramm en junio siguiente, habría puesto fin a dos siglos y medio de guerra e implementado un nuevo orden universal en su lugar. Y aunque era demasiado optimista pensar que eso podría durar para siempre, el sentido común dictaba que la nueva dinastía al menos se dedicaría al establecimiento de un nuevo sistema, que la alianza carecería de poder vengativo y que la próxima pocos años serían relativamente pacíficos. Incluso el Kaiser Reinhard y Yang Wen-li no pudieron escapar a la gravedad del sentido común entre sus propios planes y los universos con los que soñaban.

En respuesta a las dudas del comodoro Ferner, el ministro de defensa de la Armada Imperial, el mariscal Oberstein afirmó que no había hecho más que leer estos acontecimientos repentinos y utilizarlos en su beneficio, como podría haber hecho cualquiera en su posición.

«Depende de usted si quiere creerme», había dicho Oberstein.

De mención especial sobre el caos que se produjo en la segunda mitad de SE 799 fue que aquellos que solo estaban involucrados tangencialmente querían reivindicarse como instigadores, mientras que aquellos que habían sido más proactivos en su participación, a pesar de reconocerse a sí mismos como actores en un escenario intergaláctico, negaron sus papeles como productores y dramaturgos.

Aquellos que creían incondicionalmente en un poder superior lo llamaron «la voluntad de Dios» o «un giro del destino» y se arrojaron como piedras en una casa de cristal de seguidores ciegos. Pero maldecir a los incrédulos como Yang Wen-li (“¡Si mi pensión se multiplicara por diez de repente, yo también podría creer en Dios!”) Les hizo las cosas más difíciles al buscar respuestas dentro del alcance de la razón humana. Siempre que Yang hablaba de Dios, Frederica inconscientemente miraba a su esposo de manera diferente, incapaz de reprimir cierta inquietud por poner a Dios en la misma categoría que la inflación. La conclusión de Yang fue que todo fue una coproducción entre un dramaturgo muerto y actores vivos. Pero si le hubieran preguntado quién era ese dramaturgo, le habría costado mucho dar una respuesta. En todo caso, podría haber dicho que era «un actor que se cree dramaturgo». En otras palabras, Helmut Lennenkamp, alto comisionado y alto almirante del Imperio Galáctico.

Aunque fue Reinhard quien colocó a Lennenkamp en esa posición, eso no significaba que hubiera examinado la historia de la obra en su totalidad y decidido su elenco. Lennenkamp tenía treinta y seis años, solo cuatro años mayor que Yang, pero según todas las apariencias, no parecía tener más de veinte.

Yang no era del tipo que dejaba ver las dificultades del espacio de batalla y siempre había sido indiferente a la fortaleza que tan vertiginosamente le atribuían los corresponsales de guerra. El almirante Steinmetz, que una vez había sufrido la derrota a causa de él, echó un vistazo a Yang, que no parecía más que un estudiante larguirucho y juvenil, y murmuró con decepción.

“¿Perdí contra el?”

Pero aún así, Steinmetz conocía por completo como de estúpido era juzgar un libro por su cubierta, y culpo a esa forma de pensar como parcialmente culpable de conducirle a la derrota en primer lugar.

Lennemkamp no podía dejar marchar esa fijación. De acuerdo al Almirante Artista Mecklinger, Walter von Schenkopp había dicho ciertas palabras sobre Lennenkamp.

«Entonces, él es un pez gordo, ¿verdad?»

Quedaba por ver si Lennenkamp realmente lo era

Así fue como un rumor modesto e irresponsable se convirtió en una marea que cambió la historia.

Adjuntar la frase «o eso escuché» a la declaración «Merkatz todavía está vivo» comenzó todo nublando los recuerdos de una población nerviosa. Reuentahl y Mittermeier se rieron de la idea misma de la supervivencia de Merkatz por la misma razón.

Como lo registró Ernest Mecklinger:

No nos tomó mucho tiempo confirmar la verdad de ese rumor. Sin embargo, queda por verificar una segunda verdad. Es decir, quién hizo circular ese rumor en primer lugar y por qué.

Mientras concluía que era solo una forma de pensamiento grupal interminable, la manifestación de la adoración del héroe delirante, Mecklinger estuvo casi tentado a pensar que todo esto estaba destinado a ser. Por lo tanto, no vio ninguna razón para negar la veracidad de su efecto, incluso si la causa nació en el engaño:

El rumor ha creado la realidad. O eso, o un público involuntario ha interferido con el paso del tiempo al clavar sus talones en un pasado que simplemente no pueden dejar ir.

Mecklinger estaba ejerciendo autocontrol al expresarlo de la manera que lo hizo.

En cualquier caso, este rumor, que desde junio rondaba innumerables labios como materia oscura, cristalizó en algo aún más oscuro el 16 de julio cuando, en el sector Reijiavik , fueron secuestradas las más de quinientas naves de la alianza que supuestamente iban a ser dadas de baja y desmanteladas.

El hombre responsable de llevar a cabo esta operación fue el almirante Mascagni, que podría haber fingido ignorancia si solo se hubieran apoderado de las naves. Pero el hecho de que cuatro mil de sus hombres hubieran desaparecido junto con los secuestradores no era algo que pudiera atribuirse a la ilusión. Durante una audiencia en la Sede Operativa Conjunta, todo su ser rezumaba sudor y excusas.

«En total cumplimiento con el Tratado de Bharlat, estábamos en medio del desmantelamiento de nuestros buques de guerra y portaaviones abandonados, cuando de repente, aparecieron más de quinientas naves de afiliación desconocida …»

Este número era, por supuesto, una exageración, aunque algunos de sus hombres aumentaron ese número a cinco mil naves, por lo que el testimonio de Mascagni se consideró relativamente objetivo. Continuando con su testimonio «objetivo», Mascagni dijo que los intrusos, después de hacer una gran entrada, enviaron una transmisión aparentemente creíble ofreciendo su ayuda. Ahora que la guerra había terminado, no veía ninguna razón para temer el engaño del enemigo, y ahora veía que las naves eran indudablemente fabricadas por las Fuerzas Armadas de la Alianza, por lo que los recibió con la plena seguridad de que nada saldría mal. Pero en el momento en que les dio la bienvenida a bordo, les quitaron las naves a punta de pistola. La nave insignia en funcionamiento, es decir, el propio almirante Mascagni, fue tomado como rehén, mientras que las otras naves no pudieron hacer nada. Además, esta “banda de ladrones” se anunció a sí misma como un grupo de luchadores por la libertad opuestos a la autocracia imperial. Reclamaron un objetivo común y pidieron a cualquiera que se uniera a su causa que deponga las armas y los siga, por lo que cuatro mil hombres de Mascagni, hartos de su suerte, terminaron haciendo precisamente eso.

Naturalmente, la gente estaba interesada en quién estaba detrás de todo esto. Varias teorías infundadas sugirieron al almirante Merkatz como el culpable.

Si fuera cierto, entonces la desaparición de Merkatz después de la batalla de Vermillion, seguramente fue orquestada bajo la batuta de Yang Wen-li.

Solo esta parte del rumor era más correcta en la práctica que en la teoría. Yang vio el valor en él en el momento en que lo escuchó.

II

¿No había anticipado Yang Wen-li el efecto dominó de hacer circular un rumor tan peligroso? No es que pudiera haberlo detenido incluso si lo hubiera anticipado. Yang nunca había considerado llamar la atención de la Armada Imperial usando a Merkatz como chivo expiatorio, ya que tal estrategia habría sido demasiado arriesgada para todos los involucrados. Dicho esto, tampoco pudo asumir una falta de afiliación una vez que liberó a Merkatz. Quizás fue ingenuo de su parte negar el potencial de un solo rumor. En cualquier caso, no era ni todopoderoso ni omnipotente, y era todo lo que podía hacer para seguir el rastro de los acontecimientos con la esperanza de algún día labrarse un desvío significativo por su cuenta.

Como la Sra. Cazellnu le dijo a Frederica:

“Yang es tan joven para haber alcanzado un rango tan alto en tan poco tiempo, pero todo se debe a la guerra. Ahora que estamos en un momento de paz, no tiene nada que hacer. Tienes que admitir que Yang nunca se ha visto más contento que ahora «.

Frederica estaba de acuerdo. Seguramente, Yang nunca se había considerado a sí mismo como uno de la élite, y la élite tampoco consideraba a Yang como uno de ellos. Y, sin embargo, a pesar de su falta de influencia política e intenciones autoritarias, Yang se había ganado su puesto gracias a una aptitud asombrosa en el fragor de la batalla y la serie de elogios nacidos de esa aptitud.

La élite era un grupo exclusivo de personas que compartían una conciencia tan profunda de sí mismos como líderes moralistas y una implacabilidad hacia la distribución de privilegios que, incluso si le hubieran abierto la puerta, a Yang no le habría importado lo más minimo cruzar su umbral. ¿Qué sentido tenía entrar en una cueva de lobos que lo veían como nada más que una oveja entrometida?

Yang siempre había sido un hereje. Ya fuese en la Academia de Oficiales, en el ejército o en el panteón nacional de autoridad, prefería sentarse en un rincón, metiendo la nariz en un libro favorito mientras dejaba que la causa justa esgrimida por una ortodoxia arrogante que corrompia el núcleo del centro de poder de la alianza. Le entrara en un oído y saliera por el otro. Y cuando ese hereje distante los eclipsó a todos por sus grandes logros, la ortodoxia lo elogió incluso mientras se maldijeron por tener que tratarlo con tanta cortesía.

Uno solo puede imaginar cuánto esto provocó la ira y la animosidad de la élite. Yang estaba más que vagamente consciente de sus frustraciones. También sabía lo ridículo que era desperdiciar su consideración, y lo sacó de su mente.

La ortodoxia hablaba de excluir a Yang de sus filas más por instinto que por intelecto. Aunque era un militar, Yang rechazaba la importancia de todas las guerras, incluso, si no especialmente, aquellas en las que había estado involucrado. También negó la majestuosidad de la nación y vio que la razón de ser de los militares no era proteger a los ciudadanos, sino proteger los derechos especiales de las mismas figuras de autoridad que habían parasitado la nación. No había forma de que permitieran que un provocador nato como Yang Wen-li entrara en su círculo más íntimo. Incluso habían intentado someter a Yang a una paliza política en una audiencia por encima de la ley, pero en pánico terminaron teniendo que enviar a Yang directamente desde la sala del tribunal al espacio de batalla para luchar contra la invasión masiva de la Armada Imperial del Corredor Iserlohn. Resultó que el único hombre al que detestaban por encima de todo era el único que podía salvarlos.

Le confirieron el grado de mariscal, convirtiéndolo en el más joven en portar esa insignia en la historia de las Fuerzas Armadas de la Alianza, y le otorgaron medallas por kilos. Y aún así, ese hereje insolente tuvo el descaro de darles ni siquiera un agradecimiento por todos los elogios que abiertamente le dieron. Cualquier otra persona en su posición habría inclinado la cabeza en señal de deferencia, humillandose y rogando que le permitieran entrar en sus filas, pero Yang metió sus medallas sagradas en una caja de madera y las arrojó al sótano, fuera de su vista y de su mente. También se escaqueaba de funciones importantes, prefiriendo ir a pescar en lugar de debatir la asignación de privilegios que consideraba arbitraria en el mejor de los casos. Para ellos, las cosas más preciadas de este mundo eran obligar a otros a someterse, apropiarse abiertamente de los impuestos de la población y crear leyes que garantizaran el beneficio personal. Yang, por otro lado, pateó esas cosas con tanta naturalidad como lo haría con los guijarros al costado de la carretera. Un hereje intolerable, en verdad.

La falta de interés de Yang en tratar de tomar el poder mediante la fuerza militar se debió en última instancia al hecho de que no le dio ningún valor a la autoridad. Fue su desprecio por quienes deseaban el poder —por su sentido de los valores, su forma de vida, su misma existencia— lo que lo hizo sonreír con desprecio ante esa idea.

Las personas en altos cargos de poder no podían evitar despreciar a Yang Wen-li, porque afirmar la forma de vida de Yang era negar la suya propia. Uno solo puede imaginar la profundidad de su indignación por su relación paradójica con Yang.

Habían estado esperando una oportunidad para derribarlo de su asiento de héroe nacional y arrojarlo a un pozo sin fondo. Pero ni siquiera eso era una opción mientras el Imperio Galáctico representara una amenaza para su propio poder. El Imperio Galáctico continuó prosperando, incluso si su importancia había cambiado. Lo que una vez fue una nación enemiga ahora se había convertido en un gobernante soberano. ¿No se había entregado la estrella brillante de la élite, Job Trünicht, al imperio a cambio de una vida cómoda? ¿Estaban, tal vez, resentidos porque él había tomado el camino más fácil, dejándolos toser por el polvo que había dejado a su paso? Aunque su discurso de fuego había salvado a millones de soldados de una muerte segura, una de las alegrías de su poder era gastar las vidas de sus ciudadanos como mercancía barata. Cualquiera que se engañara con halagos como el de Trünicht era un tonto. Había vendido la independencia y los principios democráticos de la alianza al imperio por la insignificante calderilla de la seguridad personal. ¿Pero no habían vendido también a Yang Wen-li, quien había hecho que la Armada Imperial se comiera su propio pie en numerosas ocasiones, a cambio de su propia seguridad? En cualquier caso, la alianza ya no existía. Ver a la nación como indestructible era un ideal en el que solo creían los patriotas insensatos. Ellos, sin embargo, sabían la verdad, y todo lo que podían hacer era aferrarse a sus activos, esperando la oportunidad de saltar a otro barco que no se hundiera. .

Por lo tanto, algunos «comerciantes» desvergonzados tenían la intención de vender la mercancía conocida como Yang Wen-li al imperio. Se habían enviado varias piezas de información anónima en ese sentido al Cónsul imperial, el alto almirante Helmut Lennenkamp. Su contenido era prácticamente idéntico.

«Yang Wen-li mintió sobre la muerte del almirante Merkatz y lo ayudó a escapar en preparación para una futura revuelta contra el imperio, momento en el que el propio Yang reunirá a sus soldados para que se levanten de nuevo».

«Yang planea movilizar a los antiimperialistas y extremistas dentro de la alianza bajo la bandera de la revolución».

“Yang es un enemigo del imperio, un destructor de la paz y el orden. Se proclamará a sí mismo señor de la alianza como un tirano, invadirá el imperio y tratará de aplastar al universo entero bajo su bota militar «.

El capitán Ratzel, que supervisaba la vigilancia de Yang, le entregó a Lennenkamp esta información anónima dentro del edificio que anteriormente había sido un hotel, hasta que fue convertido en oficina del cónsul. El cónsul observó con calma cómo la expresión de Ratzel cambiaba de asombro a enojo mientras leía la información.

«Si esta información es correcta, Capitán, entonces debo decir que la malla de su red de vigilancia no es lo suficientemente ajustada».

«Pero, excelencia», dijo el capitán Ratzel, reuniendo fortaleza contra el ex general enemigo, «no puede tomar nada de esto en serio. Si el almirante Yang tuviera alguna inclinación dictatorial, ¿por qué esperaría hasta un momento tan difícil como este cuando tuvo muchas oportunidades para tomar ese poder antes? «

Lennenkamp no respondió.

“Para empezar, puede estar seguro de que estos informantes han sido rescatados del peligro por el almirante Yang. Y por mucho que haya cambiado la situación política, no se puede confiar en aquellos que darían la espalda a aquellos con quienes más están en deuda. Si y cuando, como ellos mismos afirman, el almirante Yang monopoliza el poder como dictador, puede estar seguro de que cambiarán los colores de su bandera de inmediato y se postrarán a sus pies. ¿De verdad va a dar crédito a una calumnia tan descarada, excelencia?

Mientras Lennenkamp escuchaba, una expresión desagradable apareció en su rostro por lo demás inexpresivo. Asintió en silencio y despidió al capitán.

Ratzel nunca había entendido el estado de ánimo de su superior.

No es que Lennenkamp creyera esta información anónima. Era que quería creerlo. Rechazando la advertencia de Ratzel, aconsejó al gobierno de la alianza que arrestara al mariscal retirado Yang Wen-li acusado de violar la Ley de Insurrección. El 20 de julio se dio orden simultánea a la unidad de granaderos armados afiliada a la oficina del comisionado para que se mantuviera en alerta. El caos, la segunda parte, había comenzado.

 Una soga invisible había sido colocada discretamente alrededor del cuello de Yang. El pensamiento frenético de los líderes de la alianza y Lennenkamp nunca se compararía con la previsión y precaución estables de Yang. Al final, mientras Yang estuviera respirando, siempre sería un obstáculo que tendrían que evitar. Para evitar eso, Yang tendría que inclinarse ante las autoridades o perder ante Lennenkamp en el espacio de batalla. Lo primero no era algo de lo que Yang fuera incapaz, mientras que lo segundo no era algo que pudiera arrastrarse corriente arriba desde el pasado y corregirse.

Udo Dieter Hummel era el jefe de personal del Cónsul imperial. Lo que le faltaba a Hummel en pensamiento creativo lo compensaba con su inclinación por tratar las materias legales y administrativas de manera eficiente y ordenada. Debido a su diligencia, para Lennenkamp era un asistente de lo más satisfactorio y, en cualquier caso, los tipos demasiado creativos con menos de la mitad de corazón para cualquier otra cosa que no fueran sus propias creaciones eran un peligro innecesario en una administración ocupada militarmente.

Sin embargo, existían tales formalidades en este mundo, y la Alianza de Planetas Libres era una nación independiente fundada sobre esas formalidades. Lennenkamp no era un gobernador general colonial. Su jurisdicción llegaba solo hasta donde especificaba el Tratado de Bharlat. La ayuda de Hummel era indispensable para permitirle aprovechar al máximo su poder dentro del alcance que se le había asignado.

Hummel también había estado cumpliendo un deber más importante entre bastidores: a saber, informar de cada palabra y acto de Lennenkamp al ministro de Defensa Oberstein.

La noche del 20, Lennenkamp llamó a Hummel a su oficina para una de sus sesiones informativas periódicas.

«Dado que el mariscal Yang no es un súbdito del imperio, será castigado de acuerdo con las leyes de la alianza».

«Lo sé, la Ley de Insurrección».

«Pero eso nunca funcionará. Yang ayudó al almirante Merkatz a escapar antes de que el Tratado de Bharat y la Ley de Insurrección entraran en vigor. No podemos simplemente aplicar la ley de forma retroactiva. Lo que iba a sugerir es la Ley de Base de Defensa Nacional de la alianza «.

En cuanto pudo comenzar su nueva tarea, Hummel repasó las diversas leyes y ordenanzas del gobierno de la alianza con la esperanza de encontrar una laguna legal para atrapar a Yang de una vez por todas.

“Cuando el mariscal Yang ayudó al almirante Merkatz a escapar”, continuó Hummel, “su suministro de naves militares fue equivalente a un abuso de su autoridad sobre los recursos nacionales. Bajo la ley normal, sería posible acusarlo de malversación. Es culpable de un crimen mucho mayor que la violación de la Ley de Insurrección «.

«Ya veo.»

Lennenkamp sonrió, con su boca rígida bajo su espléndido bigote. Quería cualquier excusa posible para ejecutar a Yang Wen-li solo porque la nueva dinastía y su Kaiser lo consideraban el enemigo público número uno, no porque quisiera disipar algún resentimiento personal por la derrota. Quería dejar eso en claro, para no ser malinterpretado.

Yang Wen-li era famoso por su invencibilidad, su juventud y su virtud aparentemente inherente. Si se le acusaba de mala conducta simplemente por pisar el artículo 3, el renombre de Yang también se vería empañado.
El secretario privado de Lennenkamp apareció y saludó.
«Su Excelencia, señor cónsul , nos ha llegado una conexión superlumínica del Ministro de Defensa».
«¿El Ministro de defensa? Ah, de Oberstein, querrá decir», dijo Lennenkamp, algo forzado, y con una cadencia carente de alegría en su paso se dirigió a la sala de comunicaciones especiales.
La imagen estaba ligeramente borrosa, al ser transmitida desde diez mil años luz de distancia. No es que a Lennenkamp le importara. El rostro pálido de Oberstein y sus extraños ojos artificiales brillantes no despertaban ninguna fascinación en aquellos que no eran proclives a la estética.

El ministro de defensa fue directo al grano.

“Por lo que he oido, has ordenado al gobierno de la alianza que ejecute a Yang Wen-li. ¿Es esta tu forma de vengarte tras perder contra él en batalla?”

Lennenkamp palideció de la rabia y la humillacion. El golpe a su corazón fue tan profundo que no se molestó en preguntar que era lo que le habían contado.

“Puedo asegurarle que no es una mera cuestión personal. Mi recomendación al gobierno de la alianza de que ejecute a Yang Wen-li es nada mas que un intento de despejar un camino hacia un futuro mejor por el bien del imperio y de su majestad el Kaiser. Afirmar que estoy tratando de resolver una disputa sería una burda malinterpretación.”

“Solo me aseguraba de que estabamos pensando lo mismo, no es necesario que se agite.”

No habia burla en el tono serio de Oberstein. Aún así, Lennenkamp captó tonos negativos subyacentes. La boca del ministro de defensa se abrio y cerró lentamente en pantalla.

«Permítame decirle cómo deshacerse de una vez de Yang Wen-li y de Merkatz. Si, por tu propia mano, consigues, como dices, despejar el camino hacia un futuro mejor para el imperio, tu logro superará al de los mariscales Reuentahl y Mittermeier».

Lennenkamp estaba disgustado. No le gustaba que Oberstein avivara su espíritu competitivo, ni que no pudiera evitar aprobar su resultado.

«Por supuesto, entonces, déme sus instrucciones».

Tras una corta pero profunda guerra civil psicológica, Lennenkamp había cedido.

«No hay necesidad de ninguna maniobra compleja», dijo el ministro de Defensa, sin sensación de triunfo. «Aun sabiendo que no tiene ese privilegio, exigirá que la alianza le entregue al almirante Yang. Entonces anunciarás oficialmente que te lo llevas al territorio imperial. Una vez que lo hayas hecho, Merkatz y su camarilla seguramente saldrán de su escondite para rescatar al héroe con el que están en deuda. Es entonces cuando atacas».

«¿De verdad crees que será tan fácil?»

«Sólo hay una manera de averiguarlo. Incluso si Merkatz no se muestra, el Almirante Yang seguirá estando bajo nuestro control. Dependerá de nosotros si vive o muere».

Lennenkamp guardó silencio.

«Si vamos a incitar a los antiimperialistas dentro de la alianza, lo primero que tenemos que hacer es arrestar a Yang Wen-li a pesar de su aparente inocencia. Eso bastará para que sus simpatizantes se pongan en marcha. A veces hay que combatir el fuego con fuego».

«Si pudiera preguntarle una cosa, Ministro ¿Sabe Su Majestad el Kaiser Reinhard de esto?»

Una dudosa expresión parpadeó en el pálido rostro de Oberstein.

«Me pregunto. Si le preocupa tanto, ¿por qué no le pregunta usted mismo? A ver qué piensa Su Majestad de tus intenciones de matar a Yang Wen-li».

Por supuesto, Lennenkamp no podía hablar de esas cosas con el Kaiser Reinhard. Algo que le costaba entender era cómo el joven Kaiser podía tener a Yang Wen-li en tan alta estima. O quizás el Kaiser sólo odiaba más a Lennenkamp.

Pero ya era demasiado tarde para que Lennenkamp abandonara la carrera. Si dejaba de nadar, se hundiría hasta el fondo. Tarde o temprano, la alianza tendría que ser completamente subyugada. Por lo tanto, salvaguardar el orden universal lo antes posible era de suma importancia. Como Yang era un personaje tan peligroso, debía ser eliminado a toda costa. Y si Lennenkamp conseguía un logro tan grande, podría tener cualquier puesto que quisiera, superando los limitados puestos que Reuentahl y Mittermeier habían ocupado durante la mayor parte de sus carreras. Mariscal imperial, Jefe de la Armada Imperial, y quién sabía qué más…

Tras finalizar la transmisión, Oberstein clavó en la pantalla opaca una mirada vacía. 

«Hay que tentar a un perro con comida para perros, a un gato con comida para gatos».

El comodoro Ferner, que estaba cerca de él, carraspeó la garganta.

«Pero el comisario Lennenkamp puede no tener éxito. Si fracasa, todo el gobierno de la alianza se pondrá del lado del almirante Yang y se unirá como muestra de resistencia contra el imperio. ¿Es eso lo que quiere?»

Oberstein no se inmutó ante los recelos de Ferner.

«Si Lennenkamp no cumple, que así sea. Otro tendrá que cumplir con ese deber en su lugar. El que despeja el camino y el que lo pavimenta no tienen por qué ser el mismo».

Ya veo, pensó Ferner. Cualquier daño que sufra un representante imperial será una clara violación del tratado y le servirá de excusa para movilizar de nuevo sus tropas en una conquista total. ¿Pretendía el secretario de defensa conquistar la alianza de una vez por todas, convirtiendo en chivo expiatorio no sólo al almirante Yang, sino también a Lennenkamp?

«Pero, Su Excelencia, señor Ministro, ¿no cree que es demasiado pronto para conquistar la alianza?»

«Si sólo vamos a retroceder en nuestro objetivo y no hacer nada, entonces será mejor que pensemos en un mejor plan de respaldo».

«Ciertamente.»

«No podemos permitir que Lennenkamp se convierta en mariscal mientras viva. Sin embargo, es un honor para el que está calificado póstumamente. Estar vivo no es la única forma de servir a la nación».

A Ferner no le sorprendió conocer tales sentimientos. Quizás  Oberstein tenía razón en su estimación de Lennenkamp. No sólo en este caso, sino en la inmensa mayoría de los demás, Oberstein hablaba con propiedad. Por otra parte, Ferner se oponía a pensar en los seres humanos como meras variables en las ecuaciones de otros. ¿Y qué pasaría si Oberstein se encontrara en la posición de Lennenkamp? ¿Acaso el ministro de defensa nunca había considerado esa posibilidad? Pero Ferner no estaba obligado a expresar tales preocupaciones.

III

Al recibir el «consejo» de Lennenkamp, el presidente del Alto Consejo de la alianza, João Lebello, se vio en un aprieto. No hacía falta decir que se trataba de un gran pretexto imperial, y no podía ignorar el hecho de que Yang era el causante.

«Yang se cree un héroe nacional. ¿Bajar la guardia ahora no supondría una burla a la existencia de nuestra nación?»

Lebello sospechaba. Si Yang hubiera escuchado, sin duda se habría aburrido y habría perdido las ganas de rebelarse. Pero, visto sólo desde la circunferencia exterior de la situación, sospechas como las de Lebello no eran sorprendentes. Desde la perspectiva de la sociedad en general, cualquier hombre lo suficientemente ingenuo como para desechar un puesto de máxima autoridad a una edad tan temprana por una vida de jubilado no era más que un degenerado. Era más convincente suponer que estaba escondido en algún rincón oscuro de la sociedad, trabajando en algo más grande de lo que nadie podía imaginar.

Yang había subestimado su propia imagen falsa. Aquellos a los que les había picado el gusanillo de la adoración de los héroes eran propensos a la hipérbole, llegando a creer que Yang estaba trazando, mientras dormía, planes de futuro milenarios para la nación y la humanidad en general. Incluso Yang, dependiendo de su estado de ánimo, era propenso a esa retórica:

«Hay guerreros con visión de futuro en el mundo. Lo sé con certeza. No duermo descuidadamente, sino que pienso profundamente en el futuro de la humanidad».

Y como era conocido por soltar esas cosas, los que no entendían el sarcasmo fuera de contexto pulían aún más la falsa imagen de Yang. Sin embargo, cada vez que Julian Mintz oía a Yang hablar así, se limitaba a desentenderse:

«Entonces permítanme hacer una predicción sobre el futuro del almirante. A las siete de esta noche, tendrá una botella de vino para cenar».

Tal y como Lebello veía las cosas, se veía obligado a elegir entre incurrir en la ira del imperio protegiendo a Yang, arriesgando así la propia existencia de la alianza, o sacrificar sólo a Yang para salvar la alianza. Si hubiera sido un hombre más audaz, podría haber apelado a las coacciones de Lennenkamp, aunque sólo fuera para ganar más tiempo. Lebello se había convencido de que las intenciones del comisario eran las del Kaiser. Y aunque normalmente expresaba sus conclusiones después de mucha agitación mental, decidió invitar a su amigo Huang Rui, que había dejado el servicio gubernamental, a compartir esa agitación en curso.

«¿Arrestar al Almirante Yang? ¿Hablas en serio?»

Huang Rui casi preguntó a Lebello si estaba loco.

«Entiéndeme. No, debes entenderlo. No debemos dar ninguna excusa a la Armada Imperial. Aunque Yang sea un héroe nacional, si pone en peligro la paz de nuestra buena nación, me veré obligado a ejecutarlo.»

«Pero eso va en contra de toda razón. Si bien es cierto que el mariscal Yang ayudó en la huida del almirante Merkatz, el Tratado de Bharlat y la Ley de Insurrección aún no habían entrado en vigor. Cualquier aplicación retroactiva de la ley está prohibida por la constitución de la alianza».

«No si Yang animó a Merkatz a secuestrar esas naves, en cuyo caso eso habría sido después de la entrada en vigor del tratado. No hay ninguna necesidad de aplicar la ley retroactivamente».

«¿Pero dónde están las pruebas? Digamos que Yang estuvo de acuerdo. Dudo que sus subordinados hagan lo mismo. Incluso podrían tomar el asunto en sus propias manos para rescatar al Mariscal Yang por la fuerza. No, eso es precisamente lo que sucedería. ¿Y qué piensas hacer cuando estallen las luchas internas dentro de las Fuerzas Armadas de la Alianza como ocurrió hace dos años?»

«En ese caso, tendré que ejecutarlos también. No es como si estuvieran en deuda con el Mariscal Yang de ninguna manera. Su lugar es proteger el destino de la nación a toda costa, no sólo a Yang».

«Me pregunto si estarían de acuerdo con eso. Sé que yo no lo estaría. Y otra cosa, Lebello: me inquieta pensar cuáles son realmente las intenciones de la Armada Imperial y lo que podrían estar planeando. Tal vez están esperando que despertemos a los subordinados del Almirante Yang y provoquemos disturbios civiles. Eso les daría todas la excusa para intervenir. No es que nunca hagan lo que se les dice de todos modos».

Lebello asintió, pero no se le ocurrió ningún plan mejor para rescatar a su nación del peligro.

Si se le pidiera que personificara la dudosa existencia del destino, Lebello estaba convencido de que sus miembros se agitarían mientras su sistema nervioso central luchaba por controlarse. En cualquier caso, la situación se agravaba rápidamente.

Al día siguiente, el 21, el presidente recibió la visita de Enrique Martino Borges de Arantes e Oliveira, que supervisaba el grupo de reflexión central del gobierno de la alianza como presidente de la Universidad Central Autónoma de Gobernación, una escuela de formación de burócratas gubernamentales. Se reunieron durante tres horas para debatir a puerta cerrada. Cuando salieron del despacho del presidente, varios guardias observaron que los labios de Lebello estaban fruncidos en una expresión de derrota, mientras que Oliveira lucía una fina e insincera sonrisa. En esa reunión se hizo una propuesta aún más radical que la decisión original de Lebello.

Al día siguiente, el veintidós, la mañana amaneció tranquila en la casa de los Yang. El trabajo y el esfuerzo de Frederica habían dado sus frutos. Sus tortillas de queso eran ahora del agrado de los dos, y sus habilidades para preparar té negro estaban mejorando. Aunque era verano, Heinessenpolis se libraba del calor y la humedad de las zonas tropicales. El viento que pasaba entre los árboles impregnaba su piel con las fragancias de la clorofila y la luz del sol. Yang había llevado su escritorio y su silla a la terraza para poder probar a escribir algunos de sus pensamientos, deleitándose con el vals de luz y viento que componía el verano. Tenía la clara sensación de estar escribiendo lo que algún día se convertiría en una famosa composición literaria. O tal vez sólo era un iluso.

El noventa por ciento de las razones de la guerra serán chocantes para la posteridad. En cuanto al otro 10 por ciento, mucho más chocante para los que estamos aquí y ahora…

Cuando hubo escrito hasta aquí, los sonidos rústicos resonaron desde todas las direcciones, y el agradable vals de verano se desvaneció en una cadencia floreciente. Yang miró hacia la entrada y frunció el ceño cuando vio a una tensa Frederica guiando a media docena de hombres con trajes oscuros hacia la terraza. Los hombres se presentaron bruscamente. Su líder lanzó una mirada a Yang.

«Su Excelencia, Mariscal Yang, por autoridad de la Fiscalía Central, queda usted detenido acusado de violar la Ley de Insurrección. Vendrá conmigo de inmediato, a menos que quiera contactar primero con su abogado».

«Lamentablemente, no conozco a ningún abogado», dijo Yang, desanimado. A continuación, pidió amablemente que le mostraran una identificación.

Frederica la examinó por él. Tras determinar su veracidad, llamó a la Fiscalía para confirmarlo. El malestar de Frederica era palpable. La nación y el gobierno no siempre tenían razón, como ella bien sabía, y Yang sabía que no debía resistirse al arresto.

«No te preocupes», le dijo a su mujer. «No estoy seguro de qué delito he cometido, pero no hay manera de que me ejecuten sin un juicio. Esto sigue siendo una democracia. O eso dicen nuestros políticos».

Por supuesto, también se dirigía a sus mensajeros no invitados. Yang le dio un beso a Frederica, una habilidad en la que no había mejorado desde que se casó. Con ello, el mariscal más joven de la historia de las Fuerzas Armadas de la Alianza, con su chaqueta safari y su camiseta de color hueso, se vio obligado a despedirse de su bella esposa.

Tras ver partir a su marido, Frederica se apresuró a entrar en la casa. Arrojó su delantal sobre el sofá, abrió un cajón del escritorio de su ordenador y sacó un blaster. Agarrando media docena de cápsulas de energía en la palma de la mano, subió al dormitorio.

Bajó diez minutos después, vestida con su uniforme de servicio activo. La boina, el jersey y las botas eran negros, mientras que el pañuelo y los pantalones eran de color blanco marfil. En mente, cuerpo y atuendo, Frederica estaba armada hasta los dientes.

Se paró ante el espejo de cuerpo entero que había al final de la escalera, se ajustó la boina sobre su pelo castaño dorado y comprobó la posición de la funda en su cadera. A diferencia de su marido, se había graduado en la Academia de Oficiales con todos los honores y era una excelente tiradora. Incluso cuando se dedicaba al trabajo de oficina como ayudante de Yang en el cuartel general, nunca se separaba de su blaster y llevaba el mismo uniforme que sus compañeros masculinos, siempre preparada para contraatacar en el improbable caso de que los soldados enemigos asaltaran las instalaciones.

Con todo en orden, se dirigió a su reflejo en el espejo.

«Si crees que por un segundo vamos a dejar que dirijas nuestras vidas, estás muy equivocado. Cuanto más nos pegues, más te dolerán las manos. Sólo tienes que esperar y mira».

Esta fue la declaración de guerra de Frederica.

IV

A pesar de no estar esposado, Yang Wen-li fue arrastrado a uno de los edificios bajos de la Fiscalía Central, apodado «L´Oubliette». Era un lugar donde se detenía e interrogaba a los presuntos delincuentes de alto nivel. La sala de detención era comparable en tamaño y comodidades a la suite privada de un oficial de alto rango en una nave espacial. Era, pensó, mucho mejor que la sala a la que le habían arrojado en el momento de su audiencia dos años antes, aunque la comparación no le sirvió de consuelo.

El fiscal era un hombre digno que había superado la mediana edad, pero los puñales de sus ojos iban en contra de su aspecto de caballero. Para él, sólo había dos tipos de personas: las que habían cometido delitos y las que aún no lo habían intentado. Tras prescindir del saludo habitual, el fiscal miró al joven mariscal de pelo negro como un chef que observa sus ingredientes.

«Iré directamente al grano, Almirante. Recientemente nos han llegado algunos rumores extraños».

«¿Ah, si?»

Parecía que el fiscal no había esperado esa respuesta. Más bien esperaba que Yang lo negara.

«¿Quiere saber siquiera la naturaleza del rumor?»

«La verdad es que no».

El fiscal lanzó agujas de odio desde sus ojos entrecerrados, pero Yang las ignoró con su característica despreocupación. Incluso bajo la acusación unilateral de su juicio, nunca había recurrido a la intimidación. El fiscal, por su parte, tropezó con el renombre y el estatus de Yang, y decidió que era mejor rebajar la rutina de poli malo.

«Se dice que el almirante Merkatz, supuestamente muerto en combate durante la guerra de Vermillion, está, de hecho, todavía vivo».

«Es la primera vez que lo oigo».

«Oh, ¿Lo es? El mundo debe estar siempre lleno de sorpresas para ti, ¿eh?»

«Efectivamente. Vivo cada día como si fuera el primero».

Los músculos de la mejilla del fiscal se crisparon. No estaba acostumbrado a que se burlaran de él. Normalmente, los que le precedían estaban en una posición mucho más débil.

«Entonces también debe ser la primera vez que te enteras de esto. Corre el rumor de que el que fingió la muerte del almirante Merkatz y ayudó a su fuga no es otro que usted, almirante Yang».

«Oh, ¿así que me han arrestado por nada más que un rumor pasajero sin una pizca de evidencia que lo apoye?»

Yang estaba levantando la voz, medio enfadado. Había cedido cuando se le presentó una orden de arresto y había sucumbido al interrogatorio, pero si la orden no se basaba en nada, ¿quién en el gobierno la había sancionado? Como para subrayar el malestar de Yang, el fiscal guardó silencio.

Alrededor del momento de la detención de Yang, se envió un aviso oficial con el siguiente efecto

«En relación con el arresto del mariscal retirado Yang, existe la posibilidad de que sus antiguos subordinados transgredan nuestro orden legal y recurran a tomar el asunto en sus propias manos. Independientemente de si están activos o retirados, debes vigilar de cerca a los antiguos líderes de la flota de Yang y poner fin a cualquier peligro potencial antes de que se desarrolle».

Este aviso era un arma de doble filo. Los vicealmirantes Walter von Schenkopp y Dusty Attenborough, que se habían retirado del servicio para convertirse en civiles ordinarios, ya lo habían adivinado por la repentina aparición de guardias de vigilancia. Pero las antenas de  Schenkopp eran mucho más largas y sensibles de lo que el gobierno podía imaginar. Con más audacia y meticulosidad que Yang, había estado llevando a cabo sus propias actividades clandestinas como conspirador.

Ese día, a las ocho de la noche,  Walter von Schenkopp llamó a Attenborough, quien se dirigió al restaurante conocido como Liebre de Marzo. En el camino, se volvió para mirar hacia atrás varias veces, molesto como estaba por los guardias que lo seguían. Al entrar en el restaurante, un camarero con bigote caballeroso lo condujo a un asiento en la esquina. El vino y las comidas lo esperaban en la mesa, al igual que Schenkopp.

  «Vicealmirante Attenborough», dijo, sonriendo. «Veo que trajiste un séquito contigo».

  “La jubilación tiene sus ventajas”.

Se dieron cuenta de que ambos equipos de vigilancia se habían reunido a lo largo de una pared a menos de diez metros de su mesa.

No era como si el gobierno de la alianza tuviera los medios para vigilar a todos los líderes militares retirados, y tampoco la Armada Imperial. Las lentes de los prejuicios y la cautela, reflexionó Attenborough, se centraban únicamente en los oficiales del Estado Mayor de la flota Yang.

«¿Es cierto que el almirante Yang ha sido detenido, vicealmirante Schenkopp?»

«Lo he oído directamente de la teniente comandante Greenhill, es decir, de la señora Yang. Tiene que ser cierto».

«Pero no tienen derecho. ¿Qué excusa podrían tener para…?»

Attenborough se interrumpió ahí. No podía impedir que los poderosos hicieran lo que quisieran cuando creían en su derecho a monopolizar las interpretaciones de la «justicia» y a alterar el diccionario según sus necesidades.

«Aun así, ejecutar al almirante Yang en este momento daría a esas tendencias antiimperiales sin rumbo fijo un símbolo en torno al cual reunirse y luego estallar. Por otra parte, conociéndolos, estoy seguro de que ya son conscientes de ello.»

«Si me preguntas, eso es exactamente lo que la Armada Imperial está esperando».

Attenborough contuvo el aliento ante la respuesta de Schenkopp, dejando escapar un sonido como un silbato que terminó antes de comenzar.

«¿Quieres decir que usarán esto como un motivo para reunir a toda la facción antiimperial?»

«Y el almirante Yang será el cebo».

«Qué astuto».

Attenborough chasqueó la lengua ruidosamente. El imperio, pensó, no estaría satisfecho hasta que hubiera obtenido el dominio total sobre la alianza, y la mera idea de los métodos encubiertos que habían usado para engañar a sus comandantes le puso la piel de gallina.

“¿Permitirá el gobierno de la alianza que lo lleven por ese camino?”

“Sobre eso… Por astuta que sea la trampa, no puedo creer que nadie en el gobierno de la alianza no pueda ver a través de ella. El truco es que todos tendrán que estar de acuerdo, sabiendo que es una trampa todo el tiempo”.

Attenborough estuvo de acuerdo con lo que Schenkopp no dijo.

«Ya veo. Entonces, si el gobierno de la alianza se niega a ejecutar al almirante Yang, ¿eso es una violación automática del Tratado de Bharat?

Y una excusa ideal para que el imperio conquistase la alianza de una vez por todas. El gobierno de la alianza no podía permitirse otra guerra. Según su lógica, la muerte injusta de cien personas era preferible a la muerte injusta de cien millones. Attenborough frunció el ceño.

“¡Por ​​supuesto, ahora lo entiendo! El gobierno de la alianza solo tiene una opción, y es evitar que la Armada Imperial se meta en esto y deshacerse del almirante Yang con sus propias manos”.

Schenkopp elogió a este colega cinco años menor que él por su perspicacia. Desde que recibió la transmisión de Frederica G. Yang, que probablemente había sido interceptada, el gobierno de la alianza había estado tratando de leer un guión improvisado apresuradamente para lidiar con la situación. En su cabeza, un crucigrama completo se vería así:

“Aquí tenemos un grupo llamado los extremistas antiimperiales”, explicó Schenkopp, bajando la voz. “Sin saber lo que ha hecho el gobierno de alianza para evitar la subyugación total por parte del imperio, todo lo que pueden hacer es gritar sus principios democráticos a los cuatro vientos. Pusieron al almirante Yang en un pedestal como héroe nacional y trataron de derrocar al actual gobierno de alianza como un desafío al imperio, sin importar las consecuencias”.

Schenkopp continuó:

“Y, sin embargo, como apóstol de la democracia, el almirante Yang se niega a derrocar al gobierno por medios violentos. Enfurecidos, los extremistas denuncian al almirante Yang como traidor y finalmente lo matan. Las Fuerzas Armadas de la Alianza se apresuran, pero es demasiado tarde para rescatar al almirante Yang, incluso si logran aniquilar a los extremistas. El almirante Yang se convierte en un invaluable sacrificio humano para proteger los principios democráticos de su patria. Es bastante fluido, ¿no crees?

Schenkopp sonrió con amargura. Attenborough se cepilló suavemente la frente, transfiriendo gotas de sudor frío a la punta de sus dedos.

“¿Pero el gobierno de la alianza tiene las agallas para llevarlo a cabo?”

 Schenkopp se volvió hacia alguien que no estaba allí con una mirada de desprecio.

“Un gobierno despótico y un gobierno democrático pueden usar ropa diferente, pero las personas en el poder nunca cambian. Fingen inocencia por las guerras que iniciaron, reclamando solo los logros de poner fin a esas guerras. Sacrifican a cualquiera fuera de su círculo, derramando sus lágrimas de cocodrilo. Tales actuaciones son su fuerte”.

Attenborough asintió y se llevó el vaso de whisky a los labios, pero su mano se detuvo en el aire y bajó aún más la voz.

“Entonces, ¿qué se supone que debemos hacer aquellos de nosotros que cargamos con el honor de ser líderes militares extremistas?”

Schenkopp parecía complacido con el discernimiento de su joven colega.

«Entonces, ¿también crees que tenemos un papel que desempeñar en su pequeño escenario?»

“Es bastante obvio. Incluso usarían al almirante Yang y lo tirarían como basura no deseada, por lo que puede estar seguro de que también nos usarán a nosotros para su mejor ventaja «.

Schenkopp asintió y sonrió, lanzando una mirada fría a los guardias de paisano que aún los observaban desde el otro lado de la habitación.

“No me sorprendería si esos bastardos pensaran que estamos discutiendo una rebelión contra el gobierno en este mismo momento. De hecho, lo esperan. En cuyo caso, es nuestro deber como actores interpretar ceñirnos al maximo a nuestro papel”.

Attenborough viajaba en el coche de Schenkopp, en dirección a la carretera por la noche hacia su casa en los suburbios. Debido a que ambos estaban llenos de alcohol, naturalmente habían activado el controlador automático. Schenkopp le preguntó a Attenborough qué le preocupaba.

“Soy un hombre sin apegos. No tengo nada por qué vivir, nada que me detenga. ¿Es eso cierto también en tu caso?

«Tengo una hija.»

La conmoción que sintió Attenborough por este comentario casualmente pronunciado fue probablemente la más grande de la noche.

«¡¿Tienes una hija?!»

«Tendrá unos quince años… más o menos».

Attenborough estuvo a punto de enfatizar el hecho de que no estaba casado, pero rápidamente se dio cuenta de lo descortés que sería y se reprendió a sí mismo por enfadarse tanto. Si bien es posible que Schenkopp no ​​se hubiera jactado de tener «una amante en cada planeta» como Olivier Poplan, vaciaría la caja de pinturas de un artista para representar su historia multicolor con las mujeres.

«¿Sabes su nombre?»

“Ella tiene el apellido de soltera de su madre: Katerose von Kreutzer. Escuché que se hace llamar Karin”.

«A juzgar por ese nombre, deduzco que su madre debe haber sido una refugiada del imperio, como tú».

«Podría ser.»

Cuando Attenborough preguntó, en un tono un tanto sospechoso, si no recordaba, Schenkopp le dijo sin corazón que no podía recordar a todas las mujeres con las que se había acostado.

“Solo pensando en las cosas estúpidas que hice, cuando tenía diecinueve o veinte años…”

«¿Hace que te entren sudores fríos?»

“No, simplemente no quiero volver nunca más a esa época. La existencia misma de las mujeres me parecía tan fresca en ese entonces”.

“¿Y cómo es que sabes que tienes una hija?”

Attenborough no pudo resistirse a llevar la conversación de vuelta a ese tema.

“Justo antes de la batalla de Vermillion, me dijo en una carta que su madre había muerto. No había remite. Aunque había sido un padre irresponsable, al menos ella había tomado la iniciativa de hacérmelo saber”.

«¿Nunca la conociste?»

“Y si lo hiciera, ¿qué haría entonces? ¿Decirle lo hermosa que era su madre?

La sonrisa amarga de Schenkopp se iluminó con destellos de luz a través de la ventana.

“Le habla la policía. Deténga el coche inmediatamente.”

Los dos revisaron el indicador para ver si estaban acelerando y notaron varias luces en la pantalla oscura del monitor trasero. Attenborough dejó escapar un silbido nervioso.

“Están exigiendo que nos detengamos. ¿Qué debemos hacer?»

“Me gusta dar órdenes, pero odio recibirlas”.

“Esa es una buena filosofía”.

El coche de policía, después de haber sido debidamente ignorado, lanzó el chillido de su sirena autoritaria y se acercó a ellos. Detrás, varios vehículos de respaldo se unieron a la persecución y soldados armados emergieron de sus ventanas de vidrio reforzado.

V

Inmediatamente después de que retiraron su comida insípida y en gran parte intacta, le dijeron a Yang que tenía una visita. Por un momento, pensó que podría ser Frederica, pero con la misma rapidez, abandonó esa esperanza. Las autoridades obviamente habrían rechazado la solicitud de reunión de Frederica. Tal vez sea él, pensó Yang, no muy contento con la perspectiva.

El presidente del consejo de la alianza, João Lebello, compareció ante el joven mariscal encarcelado. Cuando se abrió la puerta, una docena de policías militares estaban justo detrás de él.

«Es realmente una pena que nos reunamos en un lugar como este, Mariscal Yang».

Su voz se adaptaba bien a la máscara pensativa que usaba, pero de cualquier manera no impresionó a Yang.

«Lamento que te sientas así, pero tampoco pedí exactamente estar aquí».

“Por supuesto que no lo hiciste. ¿Te importa si me siento?

«Haz lo que prefieras”

Mientras se sentaba en el sofá de enfrente, mucho más erguido que Yang, Lebello respondió la pregunta no formulada.

“Has violado la Ley de Insurrección y te has convertido en un peligro para la supervivencia de nuestra nación. Estos son los cargos presentados contra usted por la oficina del cónsul imperial”.

“¿Y el presidente está de acuerdo con los cargos?”

«Todavia no estoy seguro. Esperaba que me hicieras el favor de negar estas acusaciones por completo.

«Y si lo hiciera, ¿me creerías?»

Yang podía decir que esta conversación no iba a ninguna parte. El rostro de Lebello se oscureció.

“Personalmente, siempre he creído en ti, pero no puedo lidiar muy bien con esta situación en un nivel puramente emocional o moral. La supervivencia y seguridad de nuestra nación no tiene nada que ver con nuestra relación personal”.

Yang soltó un suspiro.

“Puede detenerse ahí mismo, presidente. Siempre ha sido conocido como un político imparcial, como atestiguan sus numerosas acciones. Entonces, ¿cómo puedes pensar que es natural sacrificar los derechos individuales de los ciudadanos por el bien de la nación?”

La expresión de Lebello era como la de alguien con un trastorno respiratorio.

“Sabes que no pienso eso. ¿Pero no es así como va? El autosacrificio es la más noble de las acciones humanas. Realmente te has dedicado a la nación. Si te das cuenta de esa forma de vida hasta el final, entonces la posteridad te valorará aún más”.

Yang estaba listo para objetar. Lebello estaba en una posición difícil, sin duda, pero incluso Yang tenía derecho a imponerse. Tal como él lo veía, la realidad no se reflejaba en el espejo del funcionario y, sin embargo, siempre había ido más allá de lo que su salario requería. Además, siempre había pagado sus impuestos. Después de haber sido maldecido como un «asesino» por las familias desconsoladas de los subordinados que habían muerto en acción bajo su mando, ¿por qué tenía que sentarse allí y ser sermoneado por un representante del mismo gobierno para el que había hecho todos esos sacrificios?

Yang optó por no decir lo que tenía en mente. Dio un pequeño suspiro y se recostó en el sofá.

«¿Qué quieres que haga?»

No había nada admirable en pedir tal instrucción. Yang quería saber qué pensaba realmente Lebello. La respuesta de Lebello fue más abstracta de lo que debía ser y encendió fuertes alarmas de advertencia en la cabeza de Yang.

“Eres muy joven para haber llegado tan lejos. Nunca te has enfrentado a la derrota a manos de los oponentes más formidables. Una y otra vez, nos has salvado del peligro seguro y has evitado que nuestra democracia se derrumbe. Las generaciones presentes y futuras entonarán tu nombre con orgullo”.

Yang miró a Lebello. Había algo casi palpable que Yang no podía ignorar en su forma demasiado formal de hablar. ¿Lebello estaba leyendo el epitafio de Yang? Lebello no se refería al Yang del presente, sino que justificaba su uso del término “generaciones presentes y futuras”.

Los caminos mentales de Yang se atascaron repentinamente con el tráfico. De hecho, muchos frutos en el huerto de su actividad intelectual habían madurado, y entre ellos colgaba la misma conclusión a la que también había llegado Schenkopp. No quería creerlo, pero la situación estaba fuera de su control. Yang se reprendió a sí mismo por ser tan ingenuo. Durante los últimos cinco o seis años había tenido el presentimiento de que algo malo iba a suceder, pero ahora la situación se había disparado sobre un par de patines y se había acelerado a toda velocidad, y era como si los frenos de su vergüenza ya no estuvieran operativos.

“Naturalmente, los buenos ciudadanos deben obedecer la ley. Pero cuando su nación busca violar los derechos individuales mediante leyes que han establecido solo para ellos, sería un pecado total para esos mismos ciudadanos estar de acuerdo con ellos. El pueblo de una nación democrática tiene el derecho y la responsabilidad de protestar, criticar y oponerse a los crímenes y errores cometidos por la nación”.

Yang le había dicho lo mismo una vez a Julian. Quienes no se oponían al trato injusto ni a la injusticia de los poderosos no eran más ciudadanos que esclavos. Y aquellos que no se defendieron, incluso cuando se violaron sus propios derechos equitativos, ciertamente nunca iban a luchar por los derechos de los demás.

Si el gobierno de la alianza iba a juzgar a Yang por «comandar naves militares y ordenanzas pertenecientes a las Fuerzas Armadas de la Alianza», solo podía resignarse a su destino. Pero ¿y su opinión? La ley era la ley, y si la había violado de alguna manera, tenía derecho a comparecer ante un jurado. Pero Yang no estaba listo para ceder todavía.

Lo querían muerto, y esta era la única forma en que podían salirse con la suya. La estructura de poder del gobierno había habilitado leyes a través del debido proceso y castigaba a los criminales de acuerdo con esas leyes. El asesinato premeditado era un uso injusto de su autoridad, y el acto en sí era prueba de la fealdad de su motivo.

Aún más deplorable fue que su acusador fuera el mismo gobierno para el que había realizado sus múltiples funciones. Incluso sabiendo que la mano de Lebello había sido forzada, a Yang le resultó difícil simpatizar. Era una historia impensable, pero era lógico pensar que el que estaba siendo asesinado debería ser más digno de simpatía que el que estaba matando.

Incluso si el gobierno tuviera el derecho de matarlo, no estaba obligado a caer sin luchar. Debido a que Yang era débil en el narcisismo, estuvo de acuerdo con el sentimiento del «epitafio» de Lebello, pero no por una lealtad masoquista a la idea de que la muerte por sacrificio propio era más significativa que la muerte por resistencia. Miró a través de la figura de este actor reacio a los ojos color avellana de Frederica en el fondo. No iba a quedarse de pie y ver cómo Yang moría inútilmente o era secuestrado injustamente. Rescatar a su inútil esposo requeriría cada onza de coraje e intrigas que tenía. Hasta entonces, Yang necesitaría ganar algo de tiempo. Yang dio vueltas a estos pensamientos en su mente, apenas notando que Lebello ya se había levantado y se había despedido.

El almirante Rockwell, convertido en director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas después del establecimiento de la administración Lebello, aún no había regresado a casa, esperando cierto informe en su oficina. El edificio del Cuartel General de Operaciones Conjuntas acababa de ser diezmado desde cero por un ataque con misiles de la flota imperial Mittermeier, y todavía se estaban realizando operaciones mínimas en varias de las salas subterráneas.

A las 11:40 p. m., llegó una transmisión a través del capitán Jawf, comandante de las fuerzas especiales. Jawf no había logrado detener a los vicealmirantes Schenkopp y Attenborough. El almirante regañó al capitán Jawf, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su decepción.

“El vicealmirante Schenkopp es un experto en combate cuerpo a cuerpo. Estoy seguro de que el vicealmirante Attenborough también puede defenderse. ¿Pero no son sólo dos de ellos? Supongo que debí haberte prestado dos escuadrones.”

«Pero no eran solo ellos dos», corrigió el Capitán Jawf en un tono áspero pero abatido. “Los soldados  RosenRitter salieron de la nada y nos atacaron, por lo que escaparon. La autopista 8 está cubierta de autos en llamas y cadáveres. Puedes verlo por ti mismo…»

El capitán se asomó fuera del marco para revelar una ráfaga de siluetas que se movían sobre llamas anaranjadas pintadas en lienzo índigo. El corazón de Rockwell hizo un triple axel en su pecho.

«¿Todo el regimiento de Rosen Ritter estuvo involucrado?»

El Capitán Jawf se frotó los moretones de color púrpura claro en sus pómulos. Como ven, quería decir, nos costó mucho.

“La unidad no ha recuperado sus números desde el fin de la batalla de Vermillion y, sin embargo, todavía hay más de mil soldados adjuntos a ese mismo regimiento. Y tampoco los miles habituales.”

El almirante Rockwell se estremeció. No se necesitaban mayores explicaciones. El regimiento de Rosen Ritter podía haber estado exagerando cuando se jactaban que sus habilidades de combate eran comparables a las de toda una división, pero claramente tenían suficientes recursos para corroborar esa afirmación.

«Su Excelencia, no me importa ser quien inicia el fuego, pero me pregunto si tenemos todo lo que necesitamos para extinguirlo».

Después de expresar esta reflexión medio sarcástica, el Capitán Jawf esperó la respuesta de su superior, sabiendo sin lugar a dudas que la propagación del fuego era inevitable en este caso. El rostro del almirante Rockwell era como una docena de expresiones amargas en una.

“Me supera. Ve a preguntarle al gobierno”.

Capítulo 6: La tierra sagrada

I

LA MESETA ESTABA A CUATRO MIL METROS sobre el nivel del mar y había sido quemada por el exceso de luz solar a través de una atmósfera delgada. Julian Mintz se sentó en tierra sólida, que había sido erosionada más por el tiempo que por el viento o el agua, observando el ritmo de las olas rompiendo y retrocediendo suavemente por la orilla. La orilla opuesta estaba mucho más allá del horizonte, imperceptible a simple vista para Julian. El fuerte viento alborotó su rubio cabello.

Este lago se llamaba Namtso, ubicado mil kilómetros tierra adentro desde la costa más austral de ese continente. Tenía una superficie de casi dos mil kilómetros cuadrados y servía como lugar de desembarco de mercaderes y peregrinos. Después de aclimatarse a la altitud, los recién llegados se dirigían en vehículos terrestres o a pie, a Tierra Santa, donde una montaña de ocho mil metros llamada Kangchenjunga servía como bastión de la Iglesia de Terra. El paisaje estaba salpicado de Personas vestidas de negro, apenas moviéndose en la distancia. Julian los había estado observando durante los últimos tres días.

El cielo púrpura azulado atrajo su mirada hacia arriba como por atracción magnética. Mientras contemplaba ese cielo, Julian recordó los ojos de la chica que Poplan le había presentado en la base de suministros de Dayan Khan en la zona estelar Porisoun. Sus ojos brillaron como si estuvieran bajo una inmensa presión y convencieron a Julian de que no había lugar en ellos para él. Su nombre, si recordaba correctamente, era Katerose, apodada Karin. Su apellido se le escapaba, pero estaba seguro de que la había visto antes. Era una muchacha hermosa, impresionante en todos los sentidos e imposible de olvidar.

Alguien se sentó a su lado. Por el rabillo del ojo, vislumbró la sonrisa de Olivier Poplin.

“¿No tienes dolor de cabeza?”

“Está bien. Soy más joven que tu, Comandante. Me adapto mejor.”

“Supongo que estas bien si puedes responder así” resopló Poplan.

Cuando Poplan estiró sus largas piernas frente a él, entrecerró los ojos y miró la gran cúpula púrpura azulada sobre ellos. Solo había tenido interés en lo que habia más allá de este supuesto cielo, y desde que aterrizó en la superficie de este «planeta sin valor», tres días había sido suficiente para que sintiera nostalgia por lo que había al otro lado de la atmósfera. El As dijo que nunca estuvo destinado a vivir en tierra, pero eso era solo su ego hablando. Julian no sentía nostalgia por el momento. Pero tarde o temprano, pensó el muchacho, llegaría a estar de acuerdo con Poplan.

El 13 de julio, Julian, junto con otros cuatro compañeros de viaje, se subió a un vehículo terrestre reservado y partió hacia el monte Kangchenjunga, 350 kilómetros al sur. Lo acompañaban el comandante Olivier Poplan, el capitán Boris Konev, el alférez Louis Mashengo y un tripulante con el nombre excesivamente decoroso de Napoleón Antoine de Hotteterre. La Infiel quedó en manos capaces de su oficial administrativo, Marinesk, y su astronavegador, Willick. Tales precauciones les permitirían abandonar el planeta con rapidez si pasaba algo.

Marinesk y Wilock se despidieron, dejaron a los demás en la orilla del lago y cruzaron una enorme forma de relieve que sobresalía en la distancia.

El suelo parecía sacado de una película en blanco y negro, interrumpido únicamente por el marrón Technicolor de las altas montañas. Para cuando el Creador llegó a esta tierra desolada, su caja de suministros seguramente estaba casi vacía. La atmósfera y la luz del sol jugaban con dureza sobre la piel. La línea panorámica de las montañas era lo suficientemente precisa como para haber sido renderizada a mano.

Siendo realistas, les tomaría doce horas llegar al Monte Kangchenjunga. En el camino, montarían tiendas de campaña y acamparían para pasar la noche. En una altitud tan alta, era imposible sobrestimar la propia resistencia. Hacer un viaje de diez mil años luz a la Tierra solo para colapsar por el mal de altura tenía todas las características de una broma morbosa.

Habían llenado la parte trasera del vehículo terrestre con comida espacial, medicinas y una modesta selección de lingotes de plata en concepto de «limosnas». Boris Konev, que había traído a varios grupos de peregrinos, sabía por experiencia que tales limosnas tenían valor monetario como mercancías y solo funcionarían a su favor. Según él, todos aquí estaban felices de recibir incluso un simple regalo.

En el camino, ocasionalmente se encontraban con peregrinos que regresaban e intercambiaban saludos casuales con ellos. Mientras tanto, Konev compartió los diversos conocimientos que tenía sobre la Tierra.

“El Frente Unido Anti-Tierra fue apodado Black Flag Force, pero incluso después de su ataque indiscriminado, quedaron con vida alrededor de mil millones de personas. Pero incluso ese número se redujo en un abrir y cerrar de ojos”.

Casi todos ellos habían abandonado su árido mundo natal por otros planetas, pero el derramamiento de sangre había sido rampante entre los que permanecieron en la superficie, primero por una necesidad de supervivencia y posteriormente por sus creencias. Boris Konev no conocía los detalles. Lo que sí sabía con certeza era que aquellos terrícolas que habían caído de altos puestos de autoridad solo luchaban entre ellos para satisfacer su beligerancia y sed de poder.

«Entonces, ¿la degeneración actual de la Tierra se remonta a ese conflicto sin sentido?» preguntó Julián.

«¿Quién sabe? Han pasado ochocientos años desde que terminó el calendario occidental. Y esta es una sociedad aislada e introvertida. Me sorprendería más si no hubiera degenerado.”

Más sorprendente fue que esta Tierra incesantemente degenerada había vuelto a los mismos métodos de influencia que habían provocado su caída en primer lugar.

“Espero que haya algún tipo de sala de referencia en la sede de la iglesia”, reflexionó Julian.

«Incluso si hay una, es posible que no se nos permita entrar».

“Si la seguridad es demasiado estricta e intentamos entrar, recibiremos lo que nos merecemos. Esa podría ser nuestra oportunidad”.

De cualquier manera, Julian sabía que no podían hacer mucho hasta que reunieran más información y actuaran de manera eficiente y con mejor criterio. Pero el almirante Yang, que seguramente estaba al tanto de estos desarrollos, solo había permitido este plan imprudente porque pensó que se podía encontrar algo útil dentro del alcance de la capacidad de Julian.

A la tarde siguiente, Julian y los demás llegaron a la base de operaciones de la Iglesia de Terra. Más de mil metros de la cumbre del monte Kangchenjunga, que en un momento había atravesado el cielo azul, habían sido volados por misiles, dándole la apariencia de una pirámide abandonada a medio construir. Un profundo barranco se abría paso entre la meseta y el pico de la montaña. El grupo de Julian tendría que dejar atrás el vehículo terrestre y escalar los acantilados hasta el anochecer.

Dentro de la enorme puerta, de sesenta centímetros de espesor y hecha de múltiples capas de acero y plomo, se encontraron en una espaciosa habitación de hormigón desnudo. Una multitud de creyentes, cada uno vestido con una capa negra, esperaba sentado a ser conducido adentro. Julian calculó que habría unos quinientos de ellos. Cuando se sentó para unirse a ellos, un anciano de cabello blanco que claramente había estado sentado en su manta por un tiempo le tendió su canasta con una sonrisa amable. Una vez que captó el significado de este gesto, Julian le agradeció y aceptó un trozo de pan de centeno, luego le preguntó de dónde era.

El anciano dio el nombre de un planeta del que Julian nunca había oído hablar.

“¿Y tú de dónde eres, jovencito?”

“Phezzan”.

“Eso está mucho más lejos. Estoy impresionado, especialmente para alguien tan joven como tú. Tus padres deben haberte enseñado bien.”

«Gracias…»

Julian miró aún menos favorablemente al culto de la Iglesia de Terra ahora que había visto a las personas simples de cuya piedad se estaban aprovechando solo para restaurar su poder egoísta.

Mientras Julian volvía a evaluar su entorno, una puerta interior baja se abrió para revelar una pequeña congregación de lo que parecían ser acólitos o clérigos de nivel inferior en medio de sus prácticas ascéticas. Comenzaron a mezclarse con los creyentes, cuyas sencillas ropas negras hacían juego con las suyas. A cambio de costales impermeables llenos de limosnas, que recibían con cánticos de bendición, repartían guías del recinto. Julián hizo lo mismo que los demás peregrinos, tratando de ocultar su rostro lo más posible.

“Este es un refugio subterráneo”, dijo Boris Konev con un desprecio rotundo cuando entraron por primera vez en la habitación. “En un momento, los altos mandos del ejército del Gobierno Global se recluyeron en esta fortaleza mientras dirigían la guerra con las colonias. Es posible que hayas escuchado cosas buenas sobre este lugar, pero…”

Seguros en su fortaleza de roca gruesa, armas de fuego masivas y purificadores de aire, estos líderes militares habían visto cómo se desarrollaba la tragedia en la superficie. Tenían abundante vino y mujeres, por no hablar de comida, y esperaban disfrutar de la tranquilidad de su paraíso subterráneo en los años venideros. Esto enfureció al comandante de la Black Flag Force, quien, al darse cuenta de que un ataque completo sería inútil, hizo estallar uno de los canales de riego gigantes que se encontraban debajo del Himalaya, enviando millones de toneladas de agua a esa guarida subterránea de pecado. De las veinticuatro mil personas atrapadas dentro, solo cien habían escapado a una muerte por ahogamiento.

Julian examinó la guía que les entregaron, pensando que podría tener todo el incidente registrado en su interior. Por otra parte, ninguna organización religiosa, pasada o presente, había abierto jamás su infraestructura, sus asuntos financieros y su historia de fondo completa a los creyentes. Lo que sea que estaba escrito allí probablemente era una mentira.

En la guía se incluían la gran capilla, la cripta, el salón de actos de los obispos, el salón de actos de los arzobispos, la sala de audiencias del Gran Obispo, el confesionario, la sala de meditación, la sala de interrogatorios y varias salas más grandes y más pequeñas. Por supuesto, también estaban los barrios de peregrinos y el comedor, pero no se mencionó ninguna biblioteca o archivo.

«Oye, ¿encuentras cuartos de monjas allí?»

«Me temo que no, comandante».

«¿Eso significa que hombres y mujeres se acuestan juntos?»

“Estoy asombrado, tal vez incluso un poco celoso, de que aún puedas ir allí, dadas las circunstancias”, dijo Julián medio en broma, levantándose con su mochila en una mano.

A la señal de los clérigos, los peregrinos obedientemente formaron una línea y se abrieron paso lentamente a través de la puerta. Como hicieron lo mismo, Julian y los demás recibieron pequeñas etiquetas, cada una impresa con un número de habitación.

Julian, Poplan, Konev, Mashengo y Hotteterre confirmaron rápidamente el alojamiento del otro. Mashengo y Hotteterre estaban en la misma habitación, mientras que los demás estaban en habitaciones separadas. ¿Fue por casualidad o por diseño? se preguntó Julián. Antes de que pudiera rastrear más las implicaciones de ese pensamiento, susurros de júbilo y emoción recorrieron el pasillo iluminado con luces fluorescentes mientras los creyentes caían de rodillas a lo largo de la pared. El motivo de su reverencia quedó claro cuando Julian notó que se acercaba solemnemente una procesión vestida de negro.

“Es Su Gracia el Gran Obispo”, aclamaron oleadas de susurros.

Julian siguió su ejemplo y se arrodilló del mismo modo, observando con cautela la figura en el centro de la procesión.

Hizo más que vestirse de negro. Fue la ropa negra lo que le daba algún sentido de la forma. Así de escasa era la presencia que tenía ese anciano. Tan poca, de hecho, que Julian se preguntó si estaba mirando un holograma. Sus pies casi no hacían ruido. Su color de piel era casi indistinguible de la iluminación fluorescente. Sus ojos parecían estar fijos en algo mucho más allá de este mundo transitorio. Julian quería saber si había algo dentro de su cuerpo. Él tenía que saberlo.

“Ser testigo del semblante de Su Gracia el Gran Obispo”, susurró una vieja creyente de pie junto a Poplan, con lágrimas de gratitud corriendo por su rostro, “es una oportunidad que uno podría no tener en su vida. Qué bendición fortuita”.

«Si pudiera», murmuró Poplan abatido para sí mismo, «preferiría ir por la vida sin haberlo visto en absoluto».

Poplan no vio evidencia de arrugas o incluso de músculos en el Gran Obispo. Era una cáscara seca de un hombre que parecía que se quemaría mucho más rápido si uno le prendía fuego, reflexionó el As.

 He knew better than to tell anyone that the only thing he worshipped was his own resourcefulness.

El arzobispo rondaba los treinta años. Su promoción excepcional no era resultado de su dominio de la doctrina ni de la profundidad de su fe, sino más bien de sus habilidades como hombre de mundo nato. Si hubiera habido una sociedad burocrática en la Tierra, él podría haber gobernado desde su cima. Pero debido a que ya no existía tal estructura, ingresó a la Iglesia de Terra y aseguró su posición como arzobispo en el espacio de uno o dos años. Sabía mejor de lo que contaria a nadie, que el único objeto que adoraba era su propio ingenio.

«Tengo entendido que nuestra rama en el planeta Odín ha sido aniquilada».

«Lamentablemente, parece que sí, arzobispo de Villiers».

Su superior bajó la cabeza solemnemente.

«El barón Kümmel está muerto, y parece que todos en la secta se martirizaron».

“¿Barón Kümmel, dices? Que hombre sin valor. ¿Para qué vivió y por qué murió?

Una sombría nube de decepción cruzó el rostro del arzobispo. Su oficina era una habitación espaciosa pero de techo bajo, llena hace nueve siglos con las almas de los que se habían ahogado, la sola idea, si le preguntabas ahora (no es que él te lo dijera), era risiblemente absurda.

«Incluso si el barón Kümmel es el culpable de nuestro fracaso, ¿no estamos haciendo  las cosas con demasiada rápidez?»

La voz del viejo obispo era como la de un Kaiser criticando el error táctico de su más alto general. Al menos así fue como el arzobispo decidió interpretarlo mientras miraba a su subordinado mucho mayor con veneno en los ojos.

“La invasión de la Armada Imperial es inminente. Por lo tanto, tales fallas no son motivo de preocupación. Podemos volver a retomar el asesinato del Kaiser una vez que estemos fuera de peligro.”

«Por supuesto. No podemos permitir que nuestra tierra santa caiga en las manos malvadas de esos herejes”.

«No te preocupes. Su Gracia el Gran Obispo ya ha tomado medidas”. Los labios del arzobispo formaron una sonrisa de media luna. «Sabiendo que pudimos acercarnos tanto a un Kaiser, no hay razón para pensar que no podemos acercarnos a un almirante».

II

El 24 de julio, las 5.440 naves de la expedición punitiva a la Tierra del alto almirante August Samuel Wahlen entraron en órbita en el borde exterior del sistema solar. Después de recibir sus órdenes, Wahlen reunió rápidamente un regimiento de cruceros y logró la difícil tarea de ponerlos en formación a lo largo del camino.

August Samuel Wahlen había sido fundamental para ayudar a establecer la dinastía Lohengramm. Y aunque en su hoja de servicios habían algunas derrotas, la cantidad de victorias era abrumadoramente superior. Su ingeniosa determinación como táctico y su fortaleza varonil infundían confianza en sus soldados.

Si una derrota lo avergonzó, fue su derrota en marzo de ese año, cuando, cerca de la zona estelar Tasili de la Alianza de planetas libres, donde cayó presa de los trucos de Yang Wen-li y fue aplastado unilateralmente. Uno pensaría que todas sus venas se habrían quemado de arrepentimiento en ese momento, pero en términos de reconocer el valor de su oponente, Wahlen era incluso más flexible que su camarada Lennenkamp. Y aunque admiraba el ingenio de Yang con una sonrisa amarga, no le guardaba rencor. Simplemente estaba decidido a no permitir que volviera a suceder.

Estaba muy complacido con la orden de Reinhard de capturar el bastion de la Iglesia de Terra. Nunca había esperado tener la oportunidad de redimirse tan pronto. Tenía que satisfacer el favor de Reinhard a toda costa, especialmente porque el Kaiser lo había elegido a él sobre Wittenfeld para hacerlo.

Si la Iglesia de Terra no era más que un culto, no tendría ningún problema en desterrarlos a algún planeta fronterizo como lo había hecho la Federación Galáctica de Estados ocho siglos atrás. Pero de ninguna manera iba a dar por sentado su influencia política, habilidades organizativas y activos, especialmente considerando que casi se habían salido con la suya con el regicidio. No hay ninguna razón válida para perdonar a ningún grupo terrorista simplemente porque actúe en nombre de la religión.

Wahlen tenía treinta y dos años, los mismos que Yang Wen-li y Oskar von Reuentahl. Era un hombre alto y corpulento con cabello de alambre de cobre blanqueado. Hace cinco años, se había casado. Un año después había nacido su hijo, pero su esposa había muerto por complicaciones en el parto. Su hijo estaba siendo criado por los padres de Wahlen. Le habían hablado de volver a casarse tantas veces como dedos tenía en manos y pies, pero no tenía ningún interés.

El planeta frontera que la humanidad había abandonado hace novecientos años se reflejaba en la pantalla principal de la nave insignia. Su jefe de personal, el vicealmirante Leibl, el oficial jefe de personal de inteligencia, el comodoro Kleiber, y otros se habían reunido alrededor de su comandante para planificar su método de ataque frente a la pantalla tridimensional.

«Veo. Bajo los Himalayas, ¿verdad?

“Su cuartel general subterráneo está protegido por cien billones de toneladas de tierra y lecho de roca. Podríamos atacarlo con misiles ELF y acabar con él en uno o dos barridos.

“¿Quieres decir volar toda la montaña? ¿Dónde está el arte en eso? Además, el Kaiser fue explícito acerca de no sacrificar a ningún civil inocente”.

«De acuerdo entonces. ¿Enviamos a nuestros granaderos armados? No tomaría mucho tiempo.

Wahlen miró a su jefe de personal.

“¿Cuántas salidas y entradas tiene su base subterránea? A menos que determinemos eso, simplemente escaparán en el momento en que irrumpamos. Destruir su base y matar a cualquier fanático que podamos encontrar, solo para dejar escapar a sus cabecillas, socavaría la buena voluntad del Kaiser”.

«Entonces, ¿qué-«

“Relájese”, dijo Wahlen, frenando la impaciencia de su jefe de gabinete. “La Tierra no va a ninguna parte, y ellos tampoco. Tenemos hasta llegar a la órbita de la Tierra para idear un plan sólido. Tengo un preciado vino blanco de 410 años para presentarlo como trofeo”.

Después de liberar a sus oficiales de estado mayor, Wahlen se apoyó contra una pared y se cruzó de brazos, saboreando la oportunidad de ver la pantalla desde cualquier lugar menos desde el asiento de su comandante. Era un hábito que había mantenido desde sus días como recluta. Estaba demasiado absorto para notar que uno de sus suboficiales se le acercaba con cautela.

«¡Almirante!» gritó uno de los oficiales de su estado mayor.

Wahlen retorció su alto cuerpo justo a tiempo para esquivar un destello de luz que dibujaba una diagonal a través de su campo de visión. Lo reconoció como un cuchillo de batalla cuando chocó contra la pared detrás de él.

De inmediato, Wahlen levantó el brazo izquierdo para protegerse la garganta. La tela de su uniforme militar se rasgó audiblemente, la hoja envió un dolor punzante a través de su tejido muscular. Esperó un momento a que se enfriara y se convirtiera en un dolor punzante.

Mientras la sangre salpicada de su herida cegaba temporalmente los ojos furiosos de su posible asesino, Wahlen apretó el gatillo del bláster en su mano derecha, enviando rayos de luz al hombro derecho del hombre donde se encontraba con su brazo.

El asesino echó la cabeza hacia atrás, con la mano todavía sosteniendo el cuchillo en alto, y dejó escapar un grito de agonía.

Los oficiales del Estado Mayor, que hasta entonces no habían disparado por miedo a herir a su comandante, no tardaron en saltar sobre el asesino y obligarlo a caer al suelo.

El rostro de Wahlen estaba pálido por la pérdida de sangre y el dolor, pero logró ponerse de pie y ladrar sus órdenes.

“¡No lo mateis! Mantenedlo con vida. Quiero saber para quién está trabajando.”

Pero entonces una luz blanca estalló en un rincón de su conciencia, y el comandante expedicionario cayó contra la pared y se deslizó hasta el suelo.

El médico que corrió en su ayuda determinó que el cuchillo había sido recubierto con un veneno alcaloidal y que si no amputaban el brazo izquierdo de Wahlen, su vida estaría en peligro.

La cirugía dejó a Wahlen sin un brazo a cambio de su vida. Un rastro persistente de la toxina lo dejó sintiéndose febril, lo que hizo que los corazones de los oficiales de su estado mayor se congelaran.

Wahlen superó una lesión grave y fiebre que podría haber llevado a cualquiera al borde de la muerte, y recuperó la conciencia total sesenta horas después.

Después de beber los nutrientes que le dio el médico, Wahlen no dijo una sola palabra sobre el brazo izquierdo que había perdido, sino que hizo que llevaran al suboficial que lo había atacado a la enfermería. El agresor, apoyado entre dos soldados, tenía un vendaje alrededor del hombro y parecía estar en peor forma de lo que él estaba.

“No lo torturamos. Él simplemente no come nada”.

Wahlen asintió ante la explicación de su subordinado y miró directamente a los ojos del hombre.

«Ahora bien, ¿tienes ganas de decirme quién te envió a matarme?»

En los ojos del asesino, empañados por una niebla cenicienta, las llamas carmesí de la sed de sangre se alzaron de nuevo.

“Nadie me lo ordenó. Aquellos que se niegan a dejar en paz la santidad de la Madre Tierra deben sufrir por la voluntad trascendental que gobierna el universo entero”.

Wahlen sonrió , cansado.

“Ahórrame tu teología. Solo quiero saber el nombre del que te ordenó asesinarme. Supongo que es alguien afiliado a la Iglesia de Terra. ¿Está a bordo de esta nave?”

La tensión se apoderó de todos en la enfermería. El asesino dejó escapar un grito enloquecedor y comenzó a forcejear. Wahlen negó con la cabeza una vez, levantó la mano que le quedaba y le ordenó al hombre que regresara a su celda de aislamiento. Su jefe de personal miró con ansiedad a su comandante.

«¿Deberíamos interrogarlo de nuevo, Su Excelencia?»

“Dudo que hable. Así son los fanáticos religiosos. Por cierto, ¿cuándo puedes conseguirme una brazo prostetico?

“En uno o dos días”, dijo el médico.

Wahlen asintió, mirando hacia abajo, donde solía estar su brazo izquierdo, pero pronto desvió su mirada sin emociones.

«Hablando de eso», dijo abruptamente, «¿no hay otro oficial con una prótesis de brazo en esta nave?»

A lo que sus oficiales de estado mayor intercambiaron miradas desconcertadas, pero la memoria superlativa del comodoro Kleiber se disparó.

«Ese sería el comandante Konrad Rinser, uno de los oficiales de estado mayor a bordo del buque insignia».

“Sí, Konrad Rinser. Me lo presentó Siegfried Kircheis durante la Batalla de Kifeuser. Bien, llámalo.”

Por lo tanto, Konrad Rinser, comandante imperial, pasó a estar bajo el mando del alto almirante Wahlen, aterrizando en la Tierra antes que la fuerza principal para explorar el cuartel general de la Iglesia de Terra y despejar el camino para la invasión de las fuerzas imperiales.

III

En la Tierra, o mejor dicho, debajo de ella, el tiempo pasó ociosamente por un hechizo. La fecha era el 14 de julio, diez días después de infiltrarse en la base subterránea de la Iglesia de Terra, y Julian no encontró nada valioso durante su período como falso creyente.

Habían cámaras de vigilancia instaladas por doquier, lo que imposibilitaba la exploración significativa del complejo, y las escaleras o ascensores que conducían a los niveles inferiores estaban invariablemente vigilados. Estar separado de sus compañeros de viaje significaba que Julian no podía asociarse libremente con ellos. Pensando que no tenía más remedio que ganarse la confianza de sus anfitriones, se había involucrado en una especie de servidumbre involuntaria. Entre el culto, la oración y los sermones, junto con otros creyentes, limpió el salón y clasificó el almacén de provisiones, mientras memorizaba el diseño de la base subterránea. Pero incluso Julian no pudo evitar sentirse como un tonto y solo podía imaginar que Poplin y Boris Konev estaban en una agonía especial sin un sentido definido de propósito.

En la noche del veintiséis (no es que el mediodía o la noche significaran algo bajo tierra), Julian finalmente pudo sentarse frente a Poplan en el comedor estilo buffet y hablarle en voz baja.

«Entonces, ¿alguna belleza joven te llamó la atención?»

«De ninguna manera. Solo algunas antiguallas que podrían haber sido mujeres hace medio siglo.”

Poplan sorbió su sopa de lentejas con cara de amargura. El comedor había pasado su horario pico, por lo que no había muchas otras personas alrededor. Los dos tenían miedo de lo que los demás pudieran pensar si hablaban demasiado, pero al menos podían hablar.

«Más importante aún, ¿encontraste algún tipo de sala de referencia o base de datos?»

«Nada. Algo así es más probable que este otro nivel más abajo. Estoy seguro de que lo encontraré pronto.”

“No te hagas ilusiones”.

«No lo haré».

“No he dicho nada al respecto hasta ahora, pero incluso si encuentra una sala de referencia, no hay garantía de que tenga lo que necesitas. Estos tipos podrían no ser más que un culto de locos megalómanos”.

Poplan cerró la boca, mirando por encima del hombro de Julian de esa manera que hacía cuando hablaba de mujeres. Julián se dio la vuelta. En el momento en que lo hizo, un estruendo penetrante asaltó sus tímpanos. Un creyente varón estaba de pie con los brazos sobre la cabeza, mientras que otro se retorcía debajo de una mesa volcada. Los creyentes ancianos y mujeres gritaron y se dispersaron. Los ojos del hombre, que traicionaron una mente perdida hace mucho tiempo, brillaron bajo su capucha negra. Levantó la mesa con una fuerza sorprendente y la arrojó contra la multitud de creyentes. Otro choque y más gritos.

Alguien debió avisar a las autoridades, porque cinco o seis clérigos armados con pistolas paralizantes saltaron por la puerta y lo rodearon. Cordones delgados salieron disparados de sus armas y perforaron el cuerpo del hombre. Una corriente de alto voltaje y baja salida lo envió volando por los aires antes de golpear el suelo con un breve grito.

El rostro de Poplan, medio oculto por su capucha, se puso completamente pálido, como si se hubiera dado cuenta de una ominosa sospecha.

“Maldita sea” —gimió Poplan—. «Eso es todo. ¿Cómo no lo vi antes?”

Poplan agarró a Julián por la muñeca y lo condujo fuera del comedor, acelerando el paso contra la multitud que corría para ver de qué se trataba la conmoción. Cuando Julian finalmente preguntó qué estaba pasando, Poplan le lanzó una mirada seria.

“Necesitamos encontrar un baño rápido y vomitar todo lo que acabamos de comer”.

«¿Estás diciendo que hemos sido envenenados?»

El As se tomó un momento para responder.

«Algo así. ¿Viste a ese hombre que se volvió loco en el comedor hace un momento? Esa fue una reacción clásica a una droga psicotrópica llamada thyoxina”.

La voz de Julian quedó atrapada en su garganta. En medio de los címbalos de la conmoción que resonaban en su cabeza, finas voces cantantes de la razón le dijeron la verdad. La comida que habían estado comiendo durante los últimos doce días en el cuartel general del culto estaba mezclada con narcóticos, la misma droga sintética adictiva en la que tanto el imperio como la alianza habían colaborado en secreto.

“Es la razón por la que los seguidores de la Iglesia de Terra son tan condenadamente dóciles, como esclavos”, dijo Poplan, cambiando el enfoque a los otros creyentes, aunque solo fuera para ignorar su creciente inquietud. “Hace mucho tiempo, los revolucionarios solían llamar a la religión el opio de las masas, pero esto es otro nivel”.

Cuando entraron al baño, se metieron los dedos en la garganta y vomitaron la comida. Mientras se enjuagaban la boca, se le advirtió a Julian que no bebiera el agua, ya que existía la posibilidad de que todo el suministro de agua estuviera mezclado con la droga.

“No comas nada más hoy ni mañana, aunque si nos entra el síndrome de abstinencia, es posible que no tengamos mucho apetito de todos modos”.

«Pero los otros…»

«Sé. Tenemos que avisarles lo antes posible”.

Los dos estaban de acuerdo. Solo podían esperar que no estuvieran siendo monitoreados en este momento. Tenían que encontrar una forma, por arriesgada que fuera, de evitar las sospechas. Pero si continuaban comiendo la comida y se volvían adictos a la droga, se convertirían en nada más que ganado para la Iglesia de Terra. Estaban colgados de los cuernos de un dilema.

«En cualquier caso, comandante, vaya si sabes mucho».

Popelin esbozó una media sonrisa en respuesta al elogio de Julian.

“Las mujeres no son lo único que persigo. Soy un museo ambulante”.

Esa noche de alguna manera pasó sin incidentes. Tal vez debido a que estos alojamientos estaban destinados a los soldados, esta habitación de lecho de roca expuesta era lo suficientemente grande como para acomodar cincuenta camas de tres niveles. Las cortinas de tela andrajosa eran sus únicas barreras para la privacidad. En algún momento, Julian logró conciliar el sueño, atrapado entre el hambre real y la abstinencia imaginaria.

A partir del mediodía del día siguiente, Julián sintió que su estado físico y su estado de ánimo comenzaban a deteriorarse. Estaba atormentado por escalofríos, estalló en sofocos y su sensacion de incomodidad aumentaba. También era negligente en sus tareas, que eran aún más desafiantes por la falta de alimento.

Sufrió el sindrome de abstinencia completo esa misma noche.

Sabía que venía cuando algo se rompió dentro de él y su cuerpo comenzó a temblar violentamente. Escalofríos le subieron por la columna, los latidos de su corazón se aceleraron y comenzó a toser violentamente como no lo había hecho desde que era un bebé.

Alguien se quejó desde otra cama, pero no pudo detener la tos sin importar cuánto lo intentara. Envolver su cabeza en una manta fue todo lo que pudo hacer para amortiguarlo. Durante uno de los breves intervalos que disminuyó, mientras estabilizaba fervientemente su respiración, la amable voz de un viejo llegó desde la litera que estaba encima de él.

“Joven, ¿estás bien? ¿Debería llevarte a la enfermería?

«No estoy bien. Gracias.»

Su voz era apenas audible. Tenía el cuello y el pecho empapados de sudor frío y la camisa pegada a la piel.

“No te esfuerces demasiado”.

«Estoy bien. De verdad, estoy bien.

Julian no solo estaba siendo modesto. Si los médicos lo examinaban y vieron que estaba experimentando síntomas de abstinencia, seguramente lo llenarían de algo más fuerte y lo convertirían en un adicto total. El culto estaba en ello.

Las ganas de vomitar saltaron de su estómago a su garganta. Todo lo que surgía era ácido digestivo puro. Presionó las sábanas contra su boca y finalmente obligó a beber el amargo líquido. Después de esa primera oleada, volvió a sufrir una tos violenta, ahora acompañada de dolores de estómago.

Los otros cuatro (Poplan, Konev, Mashengo y Hotteterre) seguramente estaban enfrentando la misma tormenta, y Julian sabía que no estaba solo. Aun así, no podía soportar el manto de dolor y desagrado envuelto alrededor de su cuerpo. En medio de un desagradable ataque de tos, se sintió como si estuviera en el más duro entrenamiento de fuerzas G. Debajo de su piel húmeda, las células de sus músculos comenzaron a correr salvajemente en todas direcciones. Sus órganos internos y su sistema nervioso gritaron una canción de resistencia histérica cuando el sentido de sí mismo de Julian fue golpeado por fuertes vientos y truenos. El dolor y el desagrado de todo eso irradiaba desde su centro, rebotando en la parte inferior de su piel y de regreso a su centro. Las estrellas fugaces atravesaron el lienzo negro de sus párpados internos, estallando en supernovas y golpeando la conciencia de Julian.

Una voz que fingía amabilidad fluyó por su canal auditivo:

«¿Qué es lo que te pasa?»

Julian asomó su rostro pálido por debajo de la manta. Después de quién sabe cuánto tiempo, la tormenta dentro de él lentamente pero con seguridad estaba cediendo su asiento a la calma. Dos hombres miraban a Julian con cortés simpatía.

“Escuché de otros creyentes que realmente estás sufriendo. Compartimos la misma fe. Nuestros corazones están con usted. No hay necesidad de contenerse. Ven con nosotros a la enfermería.”

Los hombres tenían parches cuadrados blancos cosidos en sus túnicas negras, designándolos como la unidad médica de la iglesia. Por más que intentó negarlo, Julian sintió una presencia divina. ¿Era así como se suponía que debía reaccionar? Él asintió obedientemente y se puso de pie. Tomando eso como una señal, su dolor e incomodidad se retiraron al dominio del pasado. Ahora más que nunca, su actuación tendría que ser convincente.

IV

Al entrar en la enfermería, Julian supo que la puerta de la cueva de Ali Baba por fin se había abierto ante él. Dos visitantes anteriores estaban en la sala de examen: un joven refinado con ojos verdes y un gigante corpulento que parecía más bovino que humano. Aunque ambos estaban demacrados, sus ojos parpadearon con esperanza cuando se encontraron con Julian, quien descubrió que estaba recuperando la confianza y la energía con cada segundo que pasaba. En su mente, el destino aún mostraba el perfil de su dulce anciana.

“¿Qué pasa con todos estos creyentes enfermos hoy?” se quejó un médico de mediana edad cuya ropa blanca se destacaba en un mar de negro.

Tal vez fue la propia idea preconcebida de Julian la que se interpuso en su forma de pensar, pero no se parecía mucho a un hombre que hubiera dedicado su vida a la medicina.

“Me pregunto si algo os está enfermando a todos”.

Una por una, el médico colocó una docena de jeringas en una bandeja de plata. Poplan pateó contra el suelo.

«La hay», dijo con calma.

«¿Oh? ¿Qué podría ser eso?”

«¡Porque nos hiciste comer ketchup mezclado con tioxina, maldito charlatán!»

El médico se quitó la máscara y se abalanzó sobre él con un bisturí láser en la mano. Pero no estaba a la altura de la agilidad de Poplan. En cambio, el joven As movió la muñeca y envió una aguja hipodérmica directamente al ojo derecho del médico. El médico dejó escapar un grito espeluznante. La puerta se abrió y entraron dos hombres de la unidad médica.

Antes de que uno de ellos pudiera alcanzar su pistola eléctrica, el pie derecho de Julian se hundió en el abdomen de su túnica negra y envió al hombre a volar sin hacer ruido. El otro fue contenido en el agarre de hierro de Mashengo, solo para besar la pared a diez metros por segundo.

Poplan disolvió el polvo blanco que había sacado de un cajón del escritorio en una taza de agua, luego llenó la jeringa más grande que pudo encontrar. Se arrodilló frente al médico, que estaba tirado en el suelo, agarrándose el ojo derecho y luchando por el dolor y la ira. Mashengo sujetó uno de los brazos del médico y lo envolvió con un tubo de goma. Poplan habló en voz baja.

«Estoy seguro de que no necesito decirle que una vez que te inyecte tanta tioxina en el torrente sanguíneo, morirás de sobredosis en menos de un minuto».

«Por favor, Pare.»

“Me gustaría, pero la vida no siempre va como uno quiere. A veces, crecer significa separar lo que quieres hacer de lo que tienes que hacer. Pues bien, buen viaje.

«¡Detenente!» gritó el médico. “Perdóname, y te diré todo lo que quieras saber. Solo detente.»

Popelin y Julian intercambiaron sonrisas siniestras. Julian se arrodilló junto al as.

“Quiero saber qué esconde la Iglesia de Terra. Primero, dígame, en términos inequívocos, dónde puedo encontrar la base financiera de operaciones de la iglesia”.

El ojo izquierdo del médico se movió en dirección a Julian, exudando miedo y pánico. La indiferencia con que Julián había hecho su demanda sólo hizo temblar más al doctor.

“No tengo idea de esas cosas. No me dan acceso a esa información”.

“Si no lo sabes, entonces quiero que me digas, si puedes, sobre los que sí lo saben”.

“Solo soy el médico”.

Poplin se rió por la nariz.

«¿Ahora eres solo el médico? Entonces no sirves para nada aquí. En cuyo caso, haré de ti un cadáver.”

El grito final del doctor fue ahogado por una alarma. Una corriente eléctrica de tensión los recorrió a los tres mientras disparos y explosiones llenaban el aire.

La puerta se abrió de nuevo. Esta vez, los clérigos de nivel de obispo que entraron dando tumbos echaron un vistazo a lo que estaba sucediendo en la habitación y gritaron tan fuerte como pudieron.

“¡Hemos sido invadidos por herejes! También encontré algunos aquí. Mata a cualquiera que viole la santidad de…”

Antes de que pudiera terminar su oración, fue arrojado contra la pared y se deslizó al suelo como si rechazara el abrazo de la pared.

“Ustedes se hacen llamar clérigos, pero trafican con personas inocentes y quién sabe qué más. Arrepentíos ante Dios de vuestros corazones empobrecidos”, balbuceó Poplan mientras comenzaba a rasgar la túnica del obispo para disfrazarse. “No es tan fácil quitarle la ropa a un hombre. No hay recompensa por hacerlo. ¿Fue esta la razón por la que vine hasta la Tierra? Mientras tanto, el mariscal Yang se está divirtiendo con su hermosa nueva esposa. Es totalmente injusto.»

Poplan siguió burlándose de la situación, pero cuando se asomó por la puerta entreabierta, dejó escapar un silbido silencioso y retrocedió unos pasos, agarrando su túnica negra. Sacudió la cabeza con exasperación.

«Sabes, Julian, las cosas no siempre salen como te gustaría al principio».

«¿Pero con el tiempo…?»

“Por lo general, empeoran”.

Poplin señaló a un grupo de soldados imperiales que aprovechaban al máximo su artillería pesada para abrirse paso a través del fuego cruzado.

Capítulo 7. Prácticas de combate

I

MUROS DE ANARANJADA LLAMA habían convertido un tramo de la carretera en una pintura al óleo viviente. Los bomberos y los equipos de rescate se movían entre los cadáveres y los fragmentos de automóviles, mientras las sirenas aumentaban la inquietud de la gente todo el tiempo. La noche estuvo llena de tensión, extendiéndose sobre la capital de la alianza de Heinessen.

En una colina a una cuadra de distancia, un grupo de soldados armados observaba la carnicería a simple vista y con binoculares de visión nocturna.

Tres ex soldados de las Fuerzas Armadas de la Alianza con atuendo militar estaban en el centro del grupo: el vicealmirante retirado Walter von Schenkopp, el vicealmirante retirado Dusty Attenborough y la teniente comandante retirada Frederica G. Yang, ahora comandantes de una «fuerza rebelde» contra el gobierno de la alianza. Cuando Frederica se casó con Yang y los otros dos entregaron sus cartas de renuncia, ya habían elegido entre Yang Wen-li y el gobierno de la alianza.

Siguiendo la definición de que «la estrategia es el arte de crear una situación y la táctica el arte de aprovechar una situación», era seguro decir que Schenkopp y Attenborough habían actuado como estrategas de primer nivel esta noche.

“Primero, incitamos un gran alboroto”.

El gobierno de la alianza planeaba en secreto matar al almirante Yang, a quien había arrestado injustamente sin pruebas. El miedo a una invasión de la Armada Imperial se estaba convirtiendo en pánico, e incluso sin la participación del almirante Yang, se engañaban al pensar que podrían evitar que la nación sufriera daños. En este punto, el objetivo de la fuerza rebelde era provocar una invasión imperial, lo que les permitiría rescatar a Yang.

“Segundo, controlamos ese alboroto”.

Si el caos resultante no se controlaba, entonces sus tratos con la Armada Imperial también se volverían demasiado grandes como para controlarlos, y podrían terminar convocando no al Comisionado Lennenkamp, el zorro, sino al Kaiser Reinhard, el tigre. Al simplificar el caos, por así decirlo, Lennenkamp se sentiría lo suficientemente seguro como para enfrentarlos él mismo. En cualquier caso, tendrían que ganar algo de tiempo.

Una vez que tuvieran a Yang en su poder, huirían de Heinessen y se unirían a Merkatz y al resto.

Lo que vino después fue idea de Yang Wen-li. Por eso lo estaban rescatando en primer lugar, para hacer realidad esa idea.

«El problema es si el almirante Yang dirá que sí».

“Probablemente no dirá que sí, incluso si lo presionamos. Naturalmente, será diferente si su esposa es quien se lo propone. De lo contrario, puede pudrirse en la prisión y nadie podrá salvarlo”.

Cuando Schenkopp dijo esto, Attenborough se encogió de hombros.

“Lo siento por el almirante Yang. Finalmente se quitó ese uniforme y fue debidamente bendecido con una esposa y una pensión”.

Schenkopp le guiñó el ojo a Frederica.

“Los jardines existen solo para ser devastados por los carroñeros. Nadie debería quedarse con una hermosa flor para sí mismo”.

“Oh, muchas gracias. Pero tal vez quiero que me guarden solo para un alguien”. Ambos vicealmirantes retirados notaron la maleta a sus pies.

«¿Qué pasa con la maleta, teniente comandante?» preguntó Attenborough.

“Es su uniforme militar”, respondió Frederica con una sonrisa incipiente. “Creo que le queda mejor que cualquier traje formal”.

“Entonces ninguna otra ropa le queda bien, no importa lo que use, reflexionó Schenkopp para sí mismo.

«Tal vez debería renunciar a mi soltería también», susurró Attenborough al cielo nocturno.

«Suena bien para mí. Pero antes de hacerlo, acabemos con este trabajo y rápido.”

Schenkopp dejó escapar un silbido agudo, espoleando a sus soldados armados a la acción. Temiendo que el gobierno de la alianza fuera notificado de la situación por la Armada Imperial, dudaron si había algo que pudieran hacer para encubrirlo, por lo que decidieron marchar de cabeza hacia la tormenta. Quizás esta fuerza rebelde tendría éxito después de todo

El presidente del consejo de la alianza de planetas libres, João Lebello, se enteró por primera vez del incidente justo cuando estaba a punto de salir de su oficina al acabar el día. El rostro rígido del almirante Rockwell en la pantalla de su comunicador miró al presidente, que estaba asombrado al enterarse del motín del regimiento Rosen Ritter, y concluyó su informe.

“Humildemente asumo toda la culpa por este fracaso, aunque para que conste, siempre he estado en contra de este tipo de tácticas astutas”.

«Es un poco tarde para decir eso ahora».

Lebello apenas logró evitar gritar de rabia. Le habían asegurado que no habría problemas técnicos en la etapa de ejecución del plan. Y antes de eludir cualquier responsabilidad, tenía que acabar con esta fuerza rebelde.

“Por supuesto, los neutralizaré. Pero si la situación se escapa a nuestro control y la Armada Imperial se entera, intervendrán con seguridad. Le convendría tener eso en mente.

Rockwell ya vio poca necesidad de tratar de ganarse el respeto del presidente. Su expresión desvergonzada desapareció de la pantalla.

Después de unos segundos de deliberación, Lebello llamó al hombre que le había instruido sobre esta “táctica astuta”, el rector de la Universidad Central Autónoma de Gobierno, Oliveira. Ya había regresado a casa, pero cuando se enteró de que Schenkopp y los demás se habían escapado y lanzado un contraataque total, y después de ser regañado por su plan fallido, se desembriagó del el buen brandy del que había estado nutriéndose.

«¿Cómo puedes decir tal cosa?»

Ahora era el cerebro detrás de la operación quien lo acusaba de injusticia. Siempre había interpretado la ley tal como estaba escrita y en el mejor interés de quienes la hacían cumplir. Por legalizar ciertos privilegios, había cosechado pequeñas recompensas y nunca se había hecho responsable de ningún efecto indirecto de sus decisiones. Simplemente proponía planes y dejaba la implementación a otros. Elogiaba sus propias habilidades de planificación incluso cuando menospreciaba las habilidades de los demás para hacer las cosas.

“Presidente, no recuerdo haberle coaccionado cuando le di mi propuesta. Cualquier cosa que haya sucedido desde entonces es el resultado de su propio juicio. Además, exijo alguna protección armada para que no me suceda ningún daño”.

Al darse cuenta de que no podía contar ni con la fuerza ni con el cerebro, Lebello salió del edificio del consejo y se subió a su vehículo terrestre. Él era un barco que se hundía. No, se dijo a sí mismo, el gobierno de la alianza era el barco, y él era su capitán incompetente.

Para Lebello, no era más que una retribución kármica que tuviera programado en la agenda ver una ópera esa noche con el consul imperial. Si no aparecía, el consul podría sospechar que pasaba algo. Y así, se dirigió a la Ópera Nacional para desperdiciar las próximas dos horas de su vida.

El vehículo de Lebello estaba flanqueado por vehículos de escolta a ambos lados. Como era un automóvil estandar, tal protección aumentó en proporcion a la disminución de la maniobrabilidad. Para final de año,cuatro coches probablemente se convertirían en ocho. Su arrepentimiento crecía con cada segundo que pasaba. Lebello se cruzó de brazos y frunció el ceño a la nuca del conductor. La secretaria que viajaba con él estaba haciendo todo lo posible para evitar mirar a su jefe, dirigiendo su atención hacia el paisaje nocturno afuera, cuando de repente levantó la voz. Lebello dirigió su mirada a la ventana y se congeló. Varios vehículos terrestres habían hecho repentinos giros en U , ilegales y se precipitaban hacia ellos contra el tráfico. Aparentemente, habían desconectado sus controles automáticos y conducían de forma  completamente manual.

Los choferes gritaron insultos a la secretaria. Desde el techo corredizo de un automóvil que se acercaba a ellos, vieron salir a un soldado con un cañón de mano.

El hombre se echó el cañón al hombro, encontró los ojos de Lebello con los suyos y se rió en silencio. Lebello sintió un trozo de hielo deslizarse por su espalda. Como alguien en una alta posición de poder, se había resignado a ser un objetivo terrorista, pero tener el cañón de un arma tan grande apuntando hacia él aplastó su determinación teórica y convocó un miedo profundamente arraigado en su lugar.

Se desataron flechas de fuego y un rugido atronador atravesó la noche. Los coches terrestres de escolta se elevaron en bolas de llamas amarillas y rodaron por la carretera. Casi al mismo tiempo, esas dos bolas de fuego se dividieron en cuatro, rodeando el vehículo terrestre de Lebello en un anillo deslumbrante.

“No te detengas. Solo sigue adelante”, gritó Lebello, su voz escalando inCrezzendo.

Pero el conductor optó por rendirse. La orden de Lebello fue ignorada y el paisaje que cambiaba rápidamente fuera de su ventana se detuvo. Rodeado de vehículos desconocidos, Lebello salió de su vehículo terrestre en el centro de ellos, sintiendo poca dignidad al hacerlo. El presidente del consejo, sobre cuyos hombros ahora pesaba una sensación de derrota, fue abordado por el mismo hombre que acababa de hacer estallar los coches de escolta con un cañón de mano. Sus hombros ahora estaban libres de su carga.

«Presidente del Alto Consejo, Su Excelencia Lebello, ¿supongo?»

«¡¿Y quien eres tu?! ¿Qué significa todo esto?

«Mi nombre es Walter von Schenkopp, y a partir de este momento, te has convertido en nuestro rehén».

Lebello trató frenéticamente de calmar su corazón y sus pulmones.

«He escuchado mucho de ti.»

“El placer es todo mío”, respondió Schenkopp sin una pizca de celo.

 «¿Para qué todo el teatro?»

“Debería preguntar lo mismo. Entre tú y yo, ¿realmente puedes decir con orgullo que has tratado a Yang Wen-li de manera justa?”

“Por mucho que me duela decir esto, el destino de una nación no es algo que deba examinarse a través del prisma de los derechos de un solo individuo”.

“Una nación que hace todo lo posible para salvaguardar los derechos humanos individuales sería una nación democrática, ¿no es así? Sin mencionar el hecho de que Yang Wen-li ha hecho más por esta nación que todos nosotros juntos”.

“¿Crees que mi corazón no está agraviado? Sé que es injusto. Pero asegurar la supervivencia de nuestra nación lo es lo más importante de todo”.

«Veo. Entonces, ¿eres un político recto cuando se trata del bien común?“ Una amarga sonrisa cruzó oblicuamente el elegante rostro de Schenkopp. “Y, sin embargo, al final, ustedes, los peces gordos, siempre terminan parados del lado de los daños colaterales. Cortarte las manos y los pies es doloroso, sin duda. Pero desde la perspectiva de esos mismos apéndices, cualquier lágrima que derrames parece hipócrita. Qué hombre tan digno de lástima, no, que gran hombre, eres tú por haber matado tu propio interés en sacrificio a tu nación. ¿Cómo decía el refrán? ¿’Derramando lágrimas mientras matas a tu caballo’? Hmph. Mientras puedas arreglártelas sin sacrificarte, puedes derramar tantas lágrimas de alegría como quieras”.

Lebello había terminado de intentar justificarse. Claramente, someterse a la deshonra no era más que la arrogancia de un hombre en el poder.

«¿Y qué piensa hacer ahora, vicealmirante Schenkopp?»

“Solo lo más sensato en esta situación”, dijo con calma el vicealmirante retirado. “Yang Wen-li nunca fue apto para interpretar el papel del héroe trágico. Como miembro de la audiencia, tengo en mente arreglar el guión. No soy reacio a usar la violencia, como exige la situación. Y la situación”, agregó Schenkopp con otra sonrisa, “de hecho lo exige”.

Lebello no percibió compromiso o conciliación en esa sonrisa. Nunca se había apuntado a ser una herramienta para los demás.

II

Hasta que ocupó el cargo de presidente del Consejo Superior de la Alianza de Planetas Libres tras la dimisión de Job Trünicht, el valor de la capacidad y el carácter de João Lebello había estado lejos de ser bajo. Para el año 799 del calendario estelar, a la edad exacta de cincuenta años, ya había servido bajo dos ministros del gabinete, mostrando un talento poco común para la administración y la formulación de políticas en los campos de las finanzas y la economía. Siempre se había opuesto a las campañas imprudentes en el extranjero, había evitado que las fuerzas armadas crecieran demasiado y se había esforzado por mejorar las relaciones diplomáticas con el imperio. Su opositor político Job Trünicht a menudo maldecía las “palabras dulces” de Lebello, pero nunca su carácter.

Esa noche, se había convertido en blanco de intensas críticas por ceder ante la presión del Cónsul imperial Lennenkamp e intentar eliminar a Yang Wen-li. Ahora vio la verdad en el dicho: “Un hombre capaz en tiempos de paz revela sus verdaderos colores en tiempos de crisis”.

Pero este tipo de cosmovisión era más apto para considerar a un “hombre rentable en tiempos de crisis” que a un “hombre capaz en tiempos de paz”. Si Yang y Lebello hubieran nacido medio siglo antes, este último habría servido a la Alianza como un estadista capaz y noble, mientras que Yang habría sido un historiador de segunda categoría regañado por no tomarse la enseñanza lo suficientemente en serio y hacer que los estudiantes aprender todo por su cuenta. Y eso es probablemente lo que Yang hubiera preferido.

En cualquier caso, no cabía duda de que Lebello era un rehén de lo más capaz. Por ahora, nada más les importaba a Schenkopp y Attenborough.

Desde su vehículo, Schenkopp intervino en un canal reservado exclusivamente para uso militar. En la pantalla nublada del visifono portátil, los colores cromáticos y neutros se resolvieron en la expresión de asombro de un hombre de mediana edad con cejas pobladas y mandíbula angulosa. Increíblemente, lograron conectarse con la oficina del Almirante Rockwell en el Cuartel General de Operaciones Conjuntas.

“Esta es la fuerza rebelde villana y sin ley. Es con la mayor sinceridad y cortesía que le presentamos nuestras demandas, Su Excelencia. Escuche cuidadosamente.»

Una de las habilidades especiales de Schenkopp era adoptar una actitud y un tono de voz que enfurecía a sus oponentes. Esta vez, también, Rockwell sintió que cada fibra de su ser crujía de ira ante la arrogancia de esta inesperada cabeza parlante. Rockwell tenía cincuenta y tantos años y gozaba de perfecta salud, una presión arterial ligeramente elevada era la única causa de su preocupación. 

“Supongo que eres Schenkopp, jefe del regimiento Rosen Ritter. No vayas meneando la lengua temerariamente, maldito rebelde.”

“No sé mucho sobre ventriloquía, así que lo haré como me plazca. ¿Puedo proceder con los detalles de nuestras demandas?

Habiendo emitido esta afectada solicitud de aprobación, Schenkopp no esperó respuesta antes de continuar.

“El honorable primer ministro de la alianza, Su Excelencia João Lebello, se encuentra actualmente en nuestra prisión de lujo. En caso de que nuestras demandas no sean satisfechas, nos veremos obligados a desterrar a Su Excelencia Lebello al cielo y poner fin a esta desesperación atacando a la Armada Imperial en nombre de la alianza, iniciando una magnífica guerra en las calles. civiles y todo”.

¡Una guerra en las calles entre los granaderos armados de la Armada Imperial y el regimiento Rosen Ritter! Solo pensar en eso hizo que el almirante Rockwell se estremeciera. Una parte de él disfrutaba la perspectiva de dedicarse a su romántica sed de sangre, un defecto común a todos los militares, mientras que la mayor parte de él caía bajo la influencia del miedo y la inquietud.

“¿Involucrareis a civiles inocentes en tu enfrentamiento sin sentido solo para salvar vuestro pellejo?”

 «¿Y que hay de ti? ¿Matarías a un hombre inocente solo para salvarte a ti mismo?”

“No tengo idea de lo que quieres decir. No nos calumnies sin nada que lo respalde”.

“Entonces volvamos a nuestras demandas. Suponiendo que no tenga ganas de asistir al funeral de estado del presidente Lebello, debe liberar al almirante Yang, ileso. Ah, y cien cajas del mejor vino que puedas conseguir.

«Está más allá de las prerrogativas de mi puesto garantizar dicha peticion».

«Apúrate entonces. Si nadie en el gobierno de la alianza tiene las calificaciones adecuadas, entonces también podríamos negociar directamente con el alto consul imperial».

“No te precipites. Me pondré en contacto contigo lo antes posible. Debes negociar solo con el gobierno de alianza y los militares. Al menos eso es lo que espero que hagas.”

Schenkopp lanzó una sonrisa maliciosa al director del cuartel general y cortó la llamada. Rockwell desvió su mirada furiosa de la pantalla a su ayudante, quien levantó las manos exasperado. No había podido rastrear el origen de la llamada. Rockwell chasqueó la lengua con fuerza, lanzando su voz a la pantalla como una piedra.

“¡Traidores! ¡Bastardos antipatriotas! Es por eso que nunca podemos confiar en nadie que deserte del imperio. Merkatz, Schenkopp, todos ellos”.

Y ahora Yang Wen-li, el mismo hombre que los había designado para sus puestos. Nunca debería haber contado con ese grupo desleal y antipatriótico solo por sus talentos. Los que lucharon por vivir eran inútiles, mero ganado lavado de cerebro que pasabansus días felices, sin abrazar la duda ni la rebelión como hombres capaces para la nación y el ejército. No se trataba de salvaguardar la democracia. Sin embargo, se trataba de salvaguardar una nación democrática.

Los ojos de Rockwell relampaguearon. Una solución injusta pero adecuada a la situación lo tentó con irresistible dulzura. Sería difícil sacar al presidente Lebello del encarcelamiento. Pero si ignoraban su captura, ¿no podían simplemente dejar que el gobierno de la alianza se ocupara de la fuerza rebelde? Sí, proteger a la nación era primordial. Y no se escatimaría ningún sacrificio, sin importar el tipo o la magnitud, para lograrlo.

Mientras la temperatura mental de Rockwell subía y bajaba, el alto Consul del imperio, Lennenkamp, vestido con su uniforme militar formal, se acomodaba en su lujoso palco en la Ópera Nacional.

Aunque no tenía ni una pizca del afecto de su colega Mecklinger por las artes, sabía cuándo ser cortés y, por lo tanto, había llegado a la Casa de la Ópera solo cinco segundos antes de la hora señalada. Sin embargo, la ira natural de Mecklinger se despertó cuando su anfitrión pareció llegar tarde.

“¿Por qué el presidente no ha aparecido todavía? ¿Es demasiado orgulloso para sentarse con nosotros, que somos bárbaros uniformados?

«No, estoy seguro de que salió del edificio del consejo y está en camino mientras hablamos».

El secretario jefe de Lebello se frotó servilmente las manos. Si había un mal atributo de los burócratas, era que solo podían agarrarse a las relaciones humanas como peldaños para subir o bajar. Lebello se paró sobre Lennenkamp y Lennenkamp sobre Lebello. a quien fuera en la posición más alta en un momento dado, el otro podía inclinarse y arañar sin el más mínimo daño a su orgullo.

Justo cuando el descontento de Lennenkamp estaba llegando a su límite, recibió una llamada de visiofono. Todos los que cuidaban al alto comisionado salieron al pasillo con reverencia como sirvientes cuando Lennenkamp escuchó un informe del vicealmirante Zahm, un oficial en jefe de la oficina del consul. Ahora supo que el presidente Lebello había sido tomado cautivo por los subordinados de Yang.

Los labios medio ocultos por el bigote de Lennenkamp se curvaron hacia arriba. Era una mejor excusa de lo que jamás podría haber esperado. La oportunidad de culpar abiertamente al gobierno de la alianza por su falta de capacidad para manejar las cosas, deshacerse de Yang y comprometer la autonomía de la alianza en el frente interno se le había metido directamente en el bolsillo.

Lennenkamp se levantó de un salto de su silla demasiado blanda, sin necesidad de ocultar su desinterés por la actuación. Ignorando con arrogancia a cualquiera relacionado con el nervioso gobierno de la alianza y el teatro, Lennenkamp se despidió. Estaba a punto de protagonizar una ópera de derramamiento de sangre aún más magnífica.

III

Algún tiempo más tarde, Dusty Attenborough escribiría poeticamente sobre el hecho que tendría lugar justo después, como si hubiera sido testigo de cara a la historia:

“En ese momento, no sabía qué lado tenía la ventaja. La gente de Heinessen estaba ciega por todo el humo, corriendo presa del pánico y chocando entre sí a cada paso”.

Por otra parte, fueron Attenborough y su camarada Schenkopp quienes arrojaron aceite a las llamas de esa confusión desde el principio. El lado en el que se estaba vertiendo dicho aceite estaba en un frenesí total. Y mientras que tanto la oficina del alto consul imperial galáctico como el gobierno de la alianza estaban tejiendo sus propias redes de conspiración, ninguna de las dos pudieron captar la imagen completa del caos, tratando como estaban de encontrar y explotar un punto débil en sus oponentes. Sobre todo, el gobierno de la alianza se opuso a cualquier movimiento obvio por parte de la Armada Imperial. En ausencia del presidente, el Secretario de Estado Shannon se convirtió en su representante.

“Este es un problema que debe resolverse dentro de la alianza. Será mejor que la Armada Imperial no meta sus narices en este.”

La respuesta de la Armada Imperial fue arbitraria.

“Pero el gobierno de la alianza parece que no puede mantener su propio orden público. Por lo tanto, al imperio le interesa defender el bienestar del consejo movilizando nuestras propias fuerzas. Puedo asegurarles que cualquiera que interfiera será tratado como enemigo del imperio, sin preguntas”.

“Si la situación se sale de control, le pediremos su ayuda. Espero que esperes hasta entonces.

“Entonces me gustaría negociar directamente con la máxima persona a cargo del gobierno de la alianza: Su Excelencia el presidente del consejo. ¿Y dónde está el presidente?”

No tenía sentido dignificar tal burla con una respuesta.

Bajo la disposición del Tratado de Bharat, a saber, la «Ley de Insurrección», la vigilancia del gobierno había mantenido a Yang bajo control por supuestamente perturbar la amistad entre la alianza y el imperio. Pero ninguna disposición del tratado establecía que los criminales que violaran la Ley de Insurrección debían ser entregados al imperio. Mientras no sufriera ningún daño el imperio y los afiliados a la oficina del alto comisionado, no había razón para que interfirieran. El derrotado gobierno de la alianza nunca había abusado de este tratado, que les había sido impuesto, y necesariamente, aunque con suma cortesía, rechazó la oferta de ayuda de la Armada Imperial. Lennenkamp también había ignorado por la fuerza el tratado hasta el punto en que sus manos estaban atadas.

En cualquier caso, la vista de ambos lados era extremadamente estrecha y su miopía solo empeoraba. Desde la posicion de Yang, casi lo había logrado. Si el caos y la confusión escalaban aún más, tanto la capacidad del gobierno de la alianza para mantener el orden público como la capacidad de la oficina del alto comisionado imperial para hacer frente a la crisis serían cuestionadas. Otra solución era pedir una tregua antes de que la situación se intensificara más allá de Heinessen, aplaudir y acabar con todo. Pero ni Lebello ni Lennenkamp tenían tal audacia, por lo que nadaron desesperadamente, cayendo por una cascada hacia la catástrofe.

Yang no pudo evitar simpatizar, al mismo tiempo que percibió un factor contribuyente en todo esto: a saber, que Schenkopp estaba avivando las llamas.

“Algunas personas simplemente no pueden dejar las cosas en paz”, se dijo Yang, alborotándose el cabello oscuro en su celda de detención en la Oficina del Fiscal Público.

La puerta de acero se abrió y entró un hombre que tenía escrito «Poster militar» escrito por todas partes. Corte al rape, mirada aguda, boca obstinada. El teniente era un poco más joven que Yang.

«Es la hora, almirante Yang».

La voz y la expresión del oficial eran más sombrías que pensativas. Yang sintió que su corazón hacía una danza inexperta. Su peor miedo se había disfrazado y manifestado, listo para llevar a Yang al lugar más frío imaginable.

«Todavía no tengo hambre».

“No es hora de comer. Desde ahora,no tendrá que preocuparse por la comida o la nutrición nunca más”.

Al ver que el oficial había sacado un bláster, Yang respiró hondo. Esta fue una de las predicciones que no le gustó mucho que se hiciera realidad.

«¿Tiene alguna última petición, Su Excelencia?»

«De hecho sí la tengo. Siempre quise probar un vino blanco añejo del 870 antes de morir”.

El teniente tardó cinco segundos completos en tratar de procesar el significado de las palabras de Yang. Cuando por fin comprendió, su expresión se enfureció. Era sólo el año 799.

«No puedo conceder peticiones imposibles».

Yang cambió de táctica expresando una duda fundamental.

«¿Por qué tengo que morir en primer lugar?»

El teniente enderezó su postura.

“Mientras siga con vida, siempre será el talón de Aquiles de la alianza. Por favor, da tu vida por tu país. Es una muerte digna del héroe que eres.”

“Pero el talón de Aquiles es una parte indispensable del cuerpo humano. No tiene sentido señalarlo”.

“Guárdeselo para la otra vida, almirante Yang. Solo enfréntalo como un hombre. Puedo asegurarte que morir así no avergonzará tu renombre. Sé que soy indigno, pero estoy aquí para ayudarte.”

El que dijo esas palabras tembló con un narcisismo extremo, mientras que el que era forzado a una muerte indeseable no sintió alegría ni emoción profunda. Mientras miraba el cañón del arma con un sentimiento más transparente que el miedo, se dijo a sí mismo que estaba listo. El teniente posó para el efecto, respiró hondo y estiró el brazo derecho. Apuntó al centro de la frente de Yang y apretó el gatillo.

Pero el rayo de luz atravesó el espacio vacío, explotó en la pared opuesta y se dispersó en partículas de luz. Conmocionado por su fracaso, la mirada del teniente recorrió la habitación en busca de una presa que debería haber sido acorralada. Yang, una fracción de segundos antes de ser asesinado, cayó al suelo, silla y todo, mientras evadía el rayo láser.

Como dirían más tarde los que saben, incluso Yang quedó impresionado con su propia actuación. Pero solo había huido a un callejón sin salida. Una vez que cayó al suelo, no hizo ningún intento de moverse. Al  ver la crueldad reflejada en el rostro de su verdugo, parecía que solo había logrado mover el lugar donde iba a morir un metro hacia abajo.

“Eres patético, Su Excelencia. ¿Y tienen el descaro de llamarte ‘Milagro Yang’?”

Mirando hacia el abismo de la muerte, Yang estaba furioso. Y justo cuando estaba a punto de responderle algo a su asesino, el brillo de la puerta de acero que se abría detrás del teniente llamó su atención. Un momento después, un rayo de luz brotó del grueso pecho del hombre. El grito del teniente golpeó el techo cuando echó la cabeza hacia atrás, su cuerpo fornido dio media vuelta y cayó de cabeza al suelo. Yang se subió a la orilla de la vida para ver cabello castaño dorado, ojos color avellana llenos de lágrimas y labios que gritaban repetidamente su nombre. Yang estiró los brazos y abrazó el esbelto cuerpo de quien lo salvó.

«Te debo mi vida. Gracias —dijo al fin.”

Frederica solo asintió, apenas capaz de comprender las palabras de su esposo. Una verdadera explosión de emociones se había licuado en lágrimas. Él le secó las lágrimas, pero ella siguió llorando como la niña que había conocido brevemente hace once años.

“Espera, estropearás ese hermoso rostro tuyo. Oye, no llores…”

Yang acarició el rostro de su esposa, sintiéndose aún más desconcertado que cuando estaba siendo atacado por la retaguardia por una flota de diez mil naves, cuando un intruso grosero apareció para tomar el control de la situación.

«Nuestro querido mariscal, hemos venido por ti».

Con audacia refinada, el ex comandante del regimiento Rosen Ritter saludó. Yang sostuvo a Frederica con su brazo derecho, solo que ahora le devolvió el saludo sin vergüenza.

«Mis disculpas por todas las horas extra que habeis hecho por mi culpa».

«Fue un placer. Incluso una vida larga tiene poco significado si uno no la vive plenamente. Por eso estoy aquí para salvarte.”

Schenkopp había llevado sus acciones tácticas al extremo. Había informado a los militares que había tomado al presidente como rehén y les había dado algo de tiempo para responder, mientras rescataba a Yang por la fuerza. Rockwell había sido engañado. Al demorarse, había acomodado las acciones de Schenkopp para que fructificaran. Pero ni siquiera Schenkopp podría haber predicho que Rockwell llegaría tan lejos como lo hizo para aprovechar esta rara oportunidad de «lidiar con» Yang. En teoría, habría tenido tiempo más que suficiente para rescatar silenciosamente a Yang, cuando en realidad había llegado justo a tiempo.

“Bueno, tal vez no te sea de mucha utilidad, pero por favor, toma este blaster por si acaso”, dijo el comandante Reiner Blumhardt, entregándole su arma.

Técnicamente hablando, el comandante Blumhardt era ahora el comandante oficial del regimiento Rosen Ritter. Si bien era natural que un comandante de regimiento de la decimotercera generación como Schenkopp ascendiera a almirante, no pudo convertirse en comandante de un regimiento. El comandante del regimiento de la decimocuarta generación, Kasper Rinz, había liderado la mitad de sus tropas y se había lanzado a la flota de Merkatz, siendo considerado como desaparecido en combate durante la guerra. Al regresar a la capital, Blumhardt había recibido la notificación de que iba a ser el comandante interino del regimiento, pero dado que la alianza se había rendido al imperio, las posibilidades de mantener en funcionamiento una organización compuesta por jóvenes refugiados eran escasas. Probablemente era mejor simplemente disolver el regimiento por completo que ser objeto de un castigo vengativo. De la misma manera que Yang era responsable de Merkatz y los demás, Schenkopp era responsable de sus hombres, y ese día había unido su futuro al de ellos. Ya no había vuelta atrás.

Fuera de la puerta, había señales de guardias en movimiento.

“Somos el regimiento RosenRitter”, dijo Blumhardt con orgullo a través de un megáfono. “Si aún desea luchar contra nosotros, entonces escribid sus testamentos y venid a nosotros. O podemos escribir sus testamentos por vosotros, con vuestra propia sangre.

Era un farol, pero la formidable trayectoria de Schenkopp y los Rosen Ritter fue suficiente para sembrar el miedo en los guardias de la Fiscalía Central. Su beligerancia se extinguió rápidamente, tan efímera como su valentía y audacia. Aunque el gobierno de la alianza solía exagerar la ferocidad de Schenkopp y su pandilla para infundir miedo en las naciones enemigas, ahora eran sus antiguos aliados los que tenían miedo de las espinas.

En el momento en que Yang se cambió a su uniforme militar en el asiento trasero de un vehículo terrestre que viajaba apresurado a través de la noche, terminó su breve período como pensionista. Volvió a ser el hombre que una vez había sido en la Fortaleza de Iserlohn. Frederica miró feliz la figura galante de su marido.

«¿Le importaría decirme de qué se trató el ‘trabajo voluntario’ de esta noche, Vicealmirante Schenkopp?» preguntó Yang al principal infractor mientras su esposa ajustaba su boina negra

“Siempre he tenido un gran interés en cómo los hombres que siguen las órdenes y la ley como usted piensan y actúan cuando escapan del tipo de esclavitud bajo la que estaba. ¿No es esa razón suficiente?”

Sin responder, Yang jugueteó con el dispositivo de emisión de onda corta que estaba disfrazado como un gemelo, algo que Frederica había pegado a la chaqueta safari que le había dado cuando lo arrestaron. Había alertado a su esposa sobre su ubicación y le había salvado la vida. Mientras ponía este accesorio al que estaba tan endeudado en su bolsillo, la mente de Yang estaba en otra parte. En su lugar, hizo una pregunta no relacionada.

“Siempre me has apoyado, diciéndome que debería tomar el poder por las riendas. Pero, ¿qué sucede cuando tomo el poder en mis propias manos y mi carácter cambia?

“Si cambias, no serás diferente a cualquiera que te haya precedido. La historia se repetiría y serías solo otro personaje en los libros de texto que preocupará a los futuros estudiantes de secundaria durante los siglos venideros. De todos modos, ¿por qué no probar un bocado antes de criticar el sabor?

Yang se cruzó de brazos y gimió en voz baja.

Incluso su estudiante de la Academia de Oficiales, Dusty Attenborough, asintió con una mueca. “El vicealmirante Schenkopp tiene razón. Almirante Yang, al menos tiene la responsabilidad de luchar por aquellos que lucharon por usted. Ya no le debes nada al gobierno de la alianza. Es hora de que vayas con todo».

«Suena como una amenaza para mí», se quejó Yang, solo medio serio.

Desde el momento en que le salvaron la vida, Yang había dejado de ser de su propiedad.

“Estás siendo demasiado optimista”, continuó Yang. “Cualquiera que piense que puede sobrevivir con el imperio y la alianza como sus enemigos está más que loco. Mañana, muy bien podría ser parte de una procesión fúnebre”.

“Bueno, supongo que eso podría pasar. No eres inmortal. Si tuviera que morir, no me importaría salir de esa manera por mi propio pie. Prefiero morir como oficial del estado mayor del almirante Yang, el famoso rebelde, que como esclavo de un esclavo del imperio. Al menos mis descendientes me recordarán con cariño”.

En este punto, fue el estómago de Yang, no su boca, el que protestó. No había comido en más de medio día. Con una mirada de complicidad, Frederica sacó una canasta.

“Traje unos sándwiches. Aquí tienes, querido.”

 «Wow gracias.»

«Por supuesto. También tengo té negro.”

¿Con brandy?

«Por supuesto.»

«¿Vamos a tener un picnic ahora?» murmuró Attenborough, acariciando su barbilla.

Schenkopp respondió con una sonrisa amarga.

«Ni siquiera. Un picnic sería mucho más complicado”.

Cuando la figura de Yang Wen-li se apoderó del centro de su visión, João Lebello reflexivamente miró dos veces. Fue gracias a él que el primer ministro de la alianza necesariamente defendió la dignidad y abogó por la justicia. Al ver la figura eufórica de Lebello hinchada de orgullo, fue Yang quien no pudo reprimir un suspiro. Si bien respetaba a Lebello como figura pública, simplemente no podía aceptarlo como hombre.

Su escondite seguro era una habitación en un edificio que los Rosen Ritter había montado audazmente a menos de un kilómetro del Hotel Shangri-La, que albergaba la oficina del alto comisionado imperial. Su propietario quebró antes de que se terminara y el edificio había estado abandonado desde entonces. Sus paredes interiores de hormigón desnudo estaban insonorizadas. Como espacio de bienvenida para un primer ministro, dejaba mucho que desear.

El prisionero en cuestión fue el primero en hablar.

“Almirante Yang, ¿es consciente de los crímenes que ha cometido, ¿verdad? Quebrantar la ley con fuerza, herir nuestra santidad nacional, despreciar el orden público. ¿Necesito continuar?”

“¿Y cómo he violado la ley?”

«¿De verdad vas a engatusarme para que te perdone después de haberme encarcelado ilegalmente de esta manera?»

«Ah, ya veo.»

Una sonrisa amarga cruzó el rostro de Yang, como la de un profesor asistente que acaba de señalar un error gramatical en el ensayo de un estudiante. Attenborough se rió de Lebello. Fue entonces cuando Lebello entendió. Se puso pálido por la humillación.

«¡Si no quieres aumentar tus crímenes, te sugiero que me liberes de inmediato!»

Yang se quitó la boina negra y se alborotó el cabello, adoptando la expresión de un profesor de teatro que examina la actuación de su protegido. Intimidado, Lebello relajó los hombros.

“¿Tienes alguna demanda? Si es así, solo dímelo.”

 «La verdad.»

Lebello no dijo nada.

«Es una broma. Nunca pediría algo tan inútil. Sólo te pido que garantices nuestra seguridad. No indefinidamente, sino dentro de un período de tiempo determinado”.

“Ustedes son enemigos públicos del estado. No puedo hacer ningún trato que desafíe a la justicia”.

«¿Estás diciendo que mientras exista el gobierno de la alianza de planetas libres, mis amigos y yo nunca conoceremos la paz?»

Lebello no respondió de inmediato, ya que había percibido algo parecido al peligro en el tono de Yang.

“Si ese es el caso, también debo convertirme en un discípulo del egoísmo. Si es necesario, incluso podría vender mi propia nación al imperio por casi nada”.

“¡¿Crees que te permitiría hacer algo así?! Como almirante, también ocupó un cargo importante en el estado. ¿Tu conciencia no alberga vergüenza?”

“Ahora hay una buena pieza de lógica”, intervino Schenkopp, fijando su mirada en Lebello. “¿Está bien que una nación venda individuos, pero no al revés?”

Yang se aclaró la garganta un poco.

«Entonces, ¿al menos considerarías mi propuesta?»

«¿Propuesta?»

“Tomamos como rehén al comisario Lennenkamp y luego abandonamos el planeta Heinessen. El gobierno de la alianza seguirá los movimientos de perseguirnos sin hacerlo realmente. Asumiré toda la responsabilidad por cualquier conflicto con el imperio. Si la alianza se inclina ante el imperio y les pide que delaten y arresten a Yang Wen-li, terminarán salvando las apariencias”.

Lebello reflexionó en silencio sobre la propuesta de Yang. Su interés propio corría por un laberinto en su corazón, buscando una salida segura.

“Tengo una condición más. Espero que no castigues a nadie que haya permanecido en el gobierno de la alianza. Aquellos que sirvieron bajo mi mando—Cazellnu, Fischer, Murai, Patrichev y muchos otros además—no tuvieron absolutamente nada que ver con toda esta terrible experiencia. Si me puede jurar, por toda la dignidad que le ha otorgado la alianza del gobierno y la democracia, que no les ocurrirá ningún daño, entonces me iré de Heinessen. Por supuesto, lo dejaremos en libertad, presidente, y dejaremos de molestar a la gente. ¿Suena razonable?”

No fue el gobierno sino la parte sobre «la gente» lo que habló de los sentimientos de Yang. Lebello suspiró. Parecía que había encontrado una salida después de todo.

“Almirante Yang, no tengo intención de disculparme con usted. Se me ha confiado la más pesada de las responsabilidades en los momentos más difíciles. En aras de asegurar la supervivencia de la alianza y las generaciones venideras, recurriré a cualquier método, sin importar cuán turbio sea. Estoy, por supuesto, resignado a cualquier censura que surja de mis acciones”.

“En otras palabras, estás de acuerdo con mi propuesta de tomar como rehén a Lennenkamp”, fue la respuesta del siempre prosaico Yang. “Entonces eso es todo. Vicealmirante Schenkopp, lo dejo al mando”.

«Usted puede contar conmigo.»

Schenkopp asintió felizmente. Lebello no quería nada más que llamarlos belicistas, pero en cambio preguntó cuándo podía esperar recuperar su libertad.

“Cuando Su Desafortunada Excelencia Lennenkamp pierda la suya”.

Un miembro del grupo, el Capitán Bagdash, que había estado observando desde un costado, se acercó a Schenkopp y le susurró al oído.

“No me corresponde a mí decirlo, pero no creo que debas confiar en ellos. No solo el presidente Lebello, sino todos esos hombres poderosos de los que se rodea. Solo se inclinan ante el mejor postor”.

«¿Eso significa que negarán la propuesta del almirante Yang?»

“Dirán ‘sí’, aunque solo sea porque no ocultaron el incidente en sí y quieren imponer mano dura al almirante Yang ya todos los responsables. Pero, ¿quién sabe cómo podría cambiar la situación? Si les beneficia, no me extrañaría que borraran a Lennenkamp y a todos nosotros con él”.

Bagdash era un experto en inteligencia y actividades subversivas, y una vez había pertenecido al bando que antagonizaba a Yang, por lo que incluso después de haber ingresado su nombre como oficial de estado mayor de Yang, constantemente estaba visto con malos ojos. En este caso, sin embargo, había sido fundamental en la recopilación y el análisis de información, y en la planificación del ataque a Lebello, y gracias a esos servicios prestados había establecido un punto de apoyo y confianza dentro del grupo. Tal vez habían perdido su oportunidad después de todo.”

“Lo que me preocupa es el persistente afecto del almirante Yang por el gobierno democrático de la alianza. Me preocuparía si pensara que su castigo tendría algún efecto positivo en la alianza».

“Creo que todo saldrá bien. Incluso si ahora se arrepiente y regresa, puede despedirse de su pensión. Tendrá que dejarlo y volverse autosuficiente”.

«¿Y tú? ¿Te has rendido?

“Renunciar es una de mis cualidades redentoras. Fue lo mismo cuando Su Excelencia Schenkopp vio mis planes hace dos años.

“El sol saldrá en cualquier momento”.

Desde las espesas nubes de verano, la estrella Bharlat lanzó sus primeros rayos. La noche se retiraba rápidamente, pero dejaba caos a su paso, sin intentar disipar las profundas sombras negras. El tráfico fue interceptado en toda la ciudad cuando las tropas de la alianza y la policía se volvieron locas bajo una cadena de mando rota.

«Muy bien, entonces, ¿comenzamos nuestro asalto al amanecer?» Schenkopp recogió su casco.

“Al Hotel Shangri-La”

El comandante Blumhardt rompió el pavimento de su memoria, en cuya parte inferior se registró alguna información beneficiosa. Sonrió a sabiendas, confiado en su éxito, reuniendo a los comandantes de su compañía y repartiendo sus órdenes tácticas.

El Hotel Shangri-La se había convertido en una especie de bastión, rodeado como ahora por un mar de soldados imperiales completamente armados. Siguiendo las instrucciones de Lennenkamp, obtuvieron el control de lugares clave en las calles de la ciudad de la capital de la alianza de Heinessen y asumieron la formación de batalla, declarando fácilmente la ley marcial. Desde que la capital de la alianza se había convertido en prisionera de guerra de un supuesto grupo de soldados rebeldes, cualquier tontería como la estima por la soberanía había sido tirada a la basura.

La alianza, naturalmente inconsciente de la situación que se gestaba en el imperio, había asaltado su propia capital.

Alrededor de la medianoche, el gobierno de la alianza había estado tratando desesperadamente de evitar que el conocimiento de estos desarrollos llegara a la Armada Imperial. Después de la medianoche, las fuerzas de ocupación de la Armada Imperial en Heinessen estaban ansiosas por filtrar información a sus aliados

Lennenkamp, que había tomado posición en el decimoquinto piso del hotel, tenía la intención de hacer frente a la situación utilizando las fuerzas terrestres de Heinessen, en otras palabras, los dieciséis regimientos de soldados bajo su mando. Y si eso no fuera suficiente para apagar las llamas, entonces esas llamas saltarían a través del abismo del universo y se encenderían en la antorcha del Almirante Steinmetz estacionada en el sistema estelar Gandharva.

En ese caso, la tarea de subyugar volvería a Steinmetz, y se denunciaría el manejo ineficaz de Lennenkamp. Si Lennenkamp, después de reprimir a la camarilla de Yang y esclavizar al gobierno de la alianza, no podía obtener una nueva posición y poder acorde con su logro, entonces el caos de la noche anterior no tendría sentido.

El grupo de soldados rebeldes, incluso con el formidable regimiento Rosen Ritter en su núcleo, ascendía a poco más de mil. Los funcionarios del gobierno de la Alianza habían dejado que la ira se apoderara de ellos cuando intentaron apresurar la ejecución de Yang, solo para ser vencidos en su propio juego. Incluso Lennenkamp no podía comprender completamente sus movimientos, sin saber que Lebello ya lo había vendido a Yang.

A las 5:40 am, la gruesa alfombra bajo los pies de Lennenkamp se onduló por un momento, seguida por el sonido de explosiones amortiguadas. Si no fuera por el temprano paisaje urbano que se vislumbraba fuera de su ventana, podría haberse engañado al pensar que había recibido un impacto directo de un cañón de una nave de guerra enemigo. Justo cuando estaba considerando la posibilidad de un terremoto, un oficial pálido por la conmoción irrumpió en su oficina y anunció que el decimocuarto piso directamente debajo de ellos había sido ocupado por soldados no identificados. Lennenkamp se puso en pie de un salto.

Casi como por arte de magia, Schenkopp y sus hombres atravesaron los conductos de comunicaciones subterráneos y luego el pozo de reparación del ascensor, que recorría verticalmente todo el edificio, para llegar al decimocuarto piso. Volaron dos ascensores y tres escaleras, pero se enfrentaron a las fuerzas imperiales en la parte superior de la escalera oriental, que apenas habían logrado obstruir. Un oficial imperial con insignia de capitán les gritó.

“¡Detened vuestra inútil resistencia! Si no salis, os haré nadar en un mar de vuestra propia sangre.

“Lástima que no traje mi traje de baño”.

La presión arterial del oficial se disparó al haber sido ridiculizado.

“Voy a pasar eso por alto. Ahora rendios. Si os negais, puedo asegurarte que no nos contendremos”.

«Entonces muéstranos lo que tienes».

«Muy bien. Preparaos para poner vuestras migajas donde está teneis la boca, ratas de alcantarilla”.

«Igual va para usted. Deberías haberlo pensado dos veces antes de explotar las cosas sin escuchar todo lo que tu oponente tiene que decir”.

La boca abierta del capitán fue tapada por un puño invisible. El anuncio de un subordinado apenas lo detuvo antes de que gritara en represalia.

“No tan rápido, no podemos usar armas de fuego. La concentración de partículas cefiro ha alcanzado una masa crítica”.

El capitán apretó los dientes ante la astucia del enemigo e inmediatamente pasó al Plan B. Cinco de los granaderos armados de su compañía fueron llamados al hotel. ellos necesitarían abrirse camino usando el combate cuerpo a cuerpo y rescatar al alto comisionado de su confinamiento.

Schenkopp observó con calma a través de su casco cómo una multitud de brillantes trajes de batalla de color gris plateado se reunía al pie de las escaleras. Estas figuras, que parecían haber dejado el miedo en el útero, eran la definición viva de la valentía. Incluso Blumhardt pensó lo mismo, y la insensibilidad y el orgullo de los soldados imperiales cuando se acercaron hicieron que todo su cuerpo se pusiera al rojo vivo. Cuando se dio la orden de cargar, los soldados imperiales subieron las escaleras en estampida. El soldado del frente sostenía un hacha de guerra de cristal de carbono que brillaba a la luz. Schenkopp saltó sobre él, desencadenando lo que los románticos acérrimos conocerían como la «cascada roja». La primera sangre se derramaría del cuerpo de este infeliz soldado. Schenkopp se agachó bajo el tomahawk mientras cortaba el aire. En el momento siguiente, balanceó su propio tomahawk oblicuamente, cortando el casco y las costuras del uniforme del soldado para encontrar la yugular debajo. Mientras la sangre brotaba por todas partes, el soldado cayó y una voz llena de ira y odio brotó desde abajo.

“Vicealmirante”, gritó Blumhardt, “es peligroso para usted estar al mando desde el frente”.

«No hay necesidad de preocuparse. Planeo vivir hasta los ciento cincuenta. Todavía me quedan ciento quince años. No voy a morir aquí”.

“Aquí tampoco hay mujeres.”

Blumhardt, muy consciente de los gloriosos logros de Schenkopp fuera del campo de batalla, sabía que sus palabras no se tomarían a broma. De todos modos, Schenkopp no tuvo tiempo de objetar. El espantoso sonido de muchos pasos llegó corriendo por las escaleras.

Schenkopp y Blumhardt entraron de inmediato en un ciclón de bramidos y chillidos, impactos metálicos, sangre y chispas entremezcladas. Mientras los hachas de guerra de cristal de carbono dibujaban arcos en el aire, los soldados imperiales fatalmente heridos caían por las escaleras, cubiertos de sangre.

Schenkopp no estaba dispuesto a cometer el error de enfrentarse a varios enemigos al mismo tiempo. Sus cuatro extremidades y cinco sentidos estaban bajo el control perfecto de su sistema nervioso central, orquestando ataques cortantes cortos pero severos contra cada oponente, evitando la fatiga de la batalla en cada turno.

Esquivando un ataque con un giro de su alto cuerpo, contraatacó con otro en el cuello. A medida que cada enemigo fatalmente herido caía al suelo, Schenkopp ya estaba pasando al siguiente.

Un hacha levantaba viento, mientras que otro cortaba ese viento. El choque de las cuchillas hizo volar chispas y fragmentos de cristal de carbono, mientras que la sangre a borbotones pintaba un morboso rompecabezas en el suelo y las paredes. Se produjo una gran cantidad de dolor, interrumpido solo por la muerte. Schenkopp al principio evitó los chorros de sangre de sus víctimas, pero finalmente ya no pudo privilegiar la estética sobre la defensa perfecta. Su traje de batalla gris plateado, que recordaba a una armadura medieval, estaba cubierto de varios tipos de sangre diferentes, frescos de sus enemigos derrotados. Incapaces de soportar sus pérdidas, las tropas imperiales se retiraron escaleras abajo, incluso mientras rechinaban los dientes con pesar. Schenkopp palmeó a Blumhardt en el hombro.

“Lennenkamp es todo tuyo. Llévate solo diez hombres contigo.”

“Pero, Su Excelencia…”

«¡Hazlo ahora! La arena en el reloj de arena es mucho más preciosa que cualquier diamante”.

«Comprendido.»

Después de que Blumhardt desapareciera con diez soldados, Schenkopp lideró a los veinte que quedaron atrás. Schenkopp posó en lo alto de las escaleras, balanceando provocativamente un tomahawk pulido con sangre humana.

«¿Qué ocurre? ¿No hay nadie que se presente ante Walter von Schenkopp?”

Schenkopp estaba realizando esta pequeña actuación con la esperanza de que les diera algo de tiempo.

Un joven soldado, lleno de determinación, pero obviamente sin experiencia, subió corriendo las escaleras. Aunque blandió su tomahawk con mucho vigor, Schenkopp pudo ver cuán inútil fue el ataque.

Sus tomahawks chocaron, destellando con chispas. El resultado se decidió en un momento cuando uno de las hachas de guerra cayó al suelo. El soldado con un tomahawk en la garganta experimentó la risa de Schenkopp como si fuera la del diablo.

“¿Tienes novia, jovencito?”

El soldado guardó silencio.

«Bueno, ¿y bien?»

«S-sí».

«ya Veo. Entonces sigue mi consejo: no desperdicies tu vida tan fácilmente”.

Schenkopp empujó el mango de su tomahawk en el pecho del joven soldado, enviándolo rodando por las escaleras, dejando su breve grito colgando en el aire sobre el rellano. Nuevos gruñidos de ira surgieron del pie de las escaleras. Mientras Schenkopp y sus hombres ahondaban en ese foso, Blumhardt y los suyos irrumpían en la habitación de Lennenkamp. Rodearon la puerta e hicieron pasar a través de un foso mucho menos profundo de sangre humana.

La valiente pero inútil resistencia de los soldados imperiales alcanzó su movimiento final en cuestión de segundos. Ocho cadáveres cayeron al suelo, dejando solo al consul.

La luz surgió del blaster en la mano derecha de Lennenkamp. No fue un solo destello, sino un fuego continuo y rápido con una puntería perfecta. Después de todo, había comenzado como soldado.

Uno de los miembros de Rosen Ritter recibió un golpe en el centro del casco y cayó de costado.

Había estado demasiado cerca para evadir el disparo. Blumhardt dio la vuelta ágilmente y cortó el flanco derecho de Lennenkamp, enviando su bláster al suelo con un solo ataque, luego clavó la culata de su bláster en la barbilla del comisario.

Lennenkamp impidió su caída poniendo ambas manos sobre su escritorio, su voz bramando desde una boca ensangrentada.

«¡Solo mátadme ya!»

“No voy a matarte. Eres mi prisionero.”

«¿Crees que un oficial de bajo rango, y mucho menos un alto almirante, se resignaría a convertirse en un prisionero vergonzoso?»

“Espero que lo estés. No me interesa tu estética ni tu orgullo. Tu vida es todo lo que me importa. Te necesitamos con vida.”

Las palabras de Blumhardt desencadenaron algo en Lennenkamp. El comisario gimió.

«Veo. ¿Planeas tomarme como rehén a cambio del almirante Yang?

Si bien esa no fue una idea del todo precisa, Blumhardt tampoco estaba equivocado.

«Espero que se sienta honrado de que lo reconozcamos en igualdad de condiciones con Yang Wen-li».

El que dijo esas palabras no tenía idea de cuánto habían ofendido a Lennenkamp. No fue por miedo sino por humillación que Lennenkamp palideció hasta las puntas de su espléndido bigote.

«No vayas a pensar que valoro mi vida tanto como para negociar con personas como tú».

“Eso no es lo que tenía en mente, pero tú no eres quien hará la negociación. Serán tus subordinados.”

“Pareces un Oficial RosenRitter, ¿eso significa que originalmente eras un hombre del imperio? ¿No estás traicionando a tu patria?”

Blumhardt miró a Lennenkamp, pero no porque esas palabras le causaran una profunda impresión.

“Mi abuelo era un pensador republicano, y por eso fue capturado por el ministerio del interior imperial, torturado y finalmente asesinado. Si mi abuelo fuera un verdadero republicano, entonces supongo que tuvo una muerte honorable. Pero mi abuelo era solo un gran quejica”.

Blumhardt esbozó una media sonrisa.

“La única forma en que puedo pagar esa ‘bondad’ es con resistencia. De todos modos, el tiempo es más precioso que las esmeraldas. Ven conmigo”, instó el comandante.

La metáfora era precisa. Ya podía escuchar la rapsodia del combate cuerpo a cuerpo flotando desde el piso de abajo. Schenkopp y sus hombres habían subido corriendo desde el piso catorce, eliminando a más enemigos.

Tres minutos más tarde, los soldados imperiales, empapados en sangre, sudor y venganza, irrumpieron en la oficina de Lennenkamp y la encontraron vacía. Todo el propósito detrás de su rescate había desaparecido junto con el que estaban tratando de matar. Schenkopp y sus hombres usaron la misma ruta por la que habían venido e hicieron su escape exitoso, aunque no tan silencioso. Inmediatamente después, hubo una explosión en el pozo de reparación del ascensor, y la única ruta por la que las fuerzas imperiales podrían haberlos perseguido se cerró ante sus propios ojos.

IV

Lennenkamp estaba mirando una habitación vacía. Techo arriba, piso abajo, paredes al frente. En ese espacio, la desesperación vestía una túnica negra, cantando melancólicamente una canción de ruina. Lennenkamp todavía estaba en el escondite de la fuerza rebelde. Las paredes y el suelo de hormigón desnudo estaban insonorizados. Comparado con su magnífica oficina en el Hotel Shangri-La, las diferencias eran asombrosas.

El consul imperial encarcelado pensó que este era el final. Cuando fue arrastrado aquí, todo tenía sentido. No solo había perdido contra la camarilla de Yang, sino que también había sido vendido por Lebello, quien supuestamente representaba los intereses del gobierno de alianza. ¿Pero cómo podría volver a mirar a su Kaiser a los ojos? El Kaiser había tolerado su fracaso contra Yang Wen-li y le había dado un puesto de cónsul.

Lebello se esforzó por cumplir con las expectativas de tanta magnanimidad y confianza. Por el bien del plan de 1000 años de la nueva dinastía, eliminó obstáculos y despejó el camino para que el imperio subyugara todo el territorio de la alianza. Hasta que lo llevaron aquí, había visto un camino que se abría a una posición superior. Pero después de estar en la misma habitación que Yang y Lebello, Lennenkamp se dio cuenta de que lo habían engañado. El presidente había estado medio desviando la mirada a espaldas de Yang, tal vez por culpa, pero Lennenkamp había perdido la voluntad de reprenderlo en ese momento. Era la única manera de evitar el desprecio tanto del enemigo como del aliado.

Su visión originalmente estrecha se había vuelto aún más estrecha. Con los ojos desprovistos de cordura y abiertos solo por un retorcido deseo de prestigio, Lennenkamp miró hacia el techo.

El soldado que le había llevado el almuerzo a Lennenkamp lo encontró colgado del techo veinte minutos después. Había dejado de respirar, balanceándose lentamente de izquierda a derecha con su uniforme militar. Al ver esto, el soldado colocó con cautela su bandeja de cerámica en un rincón de la habitación y dio la  alarma con su voz. El cuerpo, muerto por suicidio, fue bajado por el comandante Blumhardt y los hombres que acudieron en su ayuda.

Un soldado calificado para ser médico se sentó a horcajadas sobre el torso de un hombre que estaba más de diez rangos por encima de él, alcanzando los límites de lo que sus libros de texto y su experiencia le dijeron que se podía hacer con un respirador artificial.

«Lo siento, no puedo revivirlo».

«Fuera de mi camino, lo haré».

Blumhardt hizo su propia inspección del cuerpo, pero el resultado fue el mismo. Contra todos sus esfuerzos, Lennenkamp había cerrado definitivamente la puerta a la vida. Cuando por fin el comandante se puso de pie, con la tez tan pálida como la del difunto, la puerta se abrió y escupió a Schenkopp, que acababa de regresar de liberar a Lebello, aún atado de pies y manos, en un parque público. Una ligera muesca apareció en la hoja de su valentía habitual, y su expresión se volvió grave. Lamentó tener que retrasar el cumplimiento de su promesa, pero en este punto era innecesario.

“La muerte de Lennenkamp debe mantenerse en secreto. Esos bastardos del gobierno de alianza aprovecharían esta oportunidad única para movilizar un ataque total en un santiamén. Haz lo que sea necesario para que viva de nuevo”.

Sin un rehén, la Armada Imperial no tendría motivos para no atacar a los «rebeldes». Pero con Lennenkamp muerto, la verdad sería enterrada junto con él. En cuanto al gobierno de alianza, quería prender fuego a todas las realidades y rumores por igual.

Cuando se enteró de la muerte de Lennenkamp, Yang lo pensó y finalmente tomó una decisión con cara de quien traga una medicina amarga.

“Oficialmente, el almirante Lennenkamp debe mantenerse con vida. Por profano que sea, no hay otra manera.”

Este incidente le garantizó, pensó Yang, un asiento especial en el infierno. A Frederica se le ocurrió una sugerencia. Si aplicaran un poco de maquillaje en la cara del difunto, podría convencer a la gente de que solo se había desmayado. No parecía una mala idea.

Pero, ¿quién iba a hacer ese repugnante  trabajo?

“Puedo maquillarle”, intervino Frederica. “Después de todo, fui yo quien lo sugirió, y como mujer soy adecuada para la tarea”.

Los hombres intercambiaron miradas, pero estaba claro que estaban fuera de su elemento en lo que respectaba al maquillaje, a pesar de su coraje. Y así, de manera un tanto inarticulada, dejaron que la única mujer del grupo comenzara.

“Esta es mi primera -y última, espero- experiencia maquillando un cadáver. Si tan solo fuera un poco más guapo», murmuró Frederica, «entonces no me sentiría tan mal desperdiciándolo».

No era propio de Frederica burlarse de los muertos, pero era la única forma en que podía soportar el morbo de esta tarea, a pesar de ser ella quien se lo proponía. Mientras abría su kit de maquillaje y se ponía a trabajar, la puerta se abrió y Yang vislumbró un rostro incómodo.

“Frederica… yo, eh… no quise que tú…”

“Si eso es una disculpa, no quiero escucharlo”.

Frederica se adelantó a su esposo mientras sus manos trabajaban sin descanso.

“No me arrepiento de nada, ni estoy enfadada contigo. No han pasado ni dos meses desde que nos casamos, y no han sido más que entretenidos. Mientras esté contigo, nunca volveré a llevar una vida aburrida. Por favor, no me defraudes, cariño”.

«Entonces, ¿la vida de casada es entretenida para ti?»

Yang se había quitado la boina negra y alborotado su cabello negro rebelde. La hermosa joven que ahora era su esposa nunca dejaba de asombrarlo. Su vida juntos nunca pareció tan aburrida en primer lugar.

«Sea como fuere», murmuró Yang indiscretamente, «este no me parece el momento adecuado para una conversación así».

Era la misma emoción que Frederica había sentido antes. Un tercero había estado arrojando una sombra profunda y turbia sobre su intercambio de cortesías.

Incluso cuando el alto almirante Helmut Lennenkamp, el consul del Imperio Galáctico, estaba en el mismo planeta que Yang Wen-li, su corazón estaba a cientos de miles de años luz de distancia en la muerte. Cuando Yang pensó en la afligida familia de Lennenkamp, no pudo reprimir un mal sabor de boca. El número de personas que buscaban vengarse de él había aumentado una vez más.

Yang negó con la cabeza y cerró la puerta a la desagradable responsabilidad de su esposa. Pensó para sí mismo: Ser forzado a una muerte involuntaria o una vida involuntaria: ¿qué está más cerca de la felicidad?

Capítulo 8. El Final de las vacaciones

I

EL 30 DE JULIO DE ESTE AÑO—SE 799 y año uno del Nuevo Calendario Imperial—en la capital imperial de Odín, llegaron dos informes, uno malo y otro bueno.

El primero era del oficial al mando de la fuerza punitiva de la Tierra, August Samuel Wahlen.

“Se nos ordenó por mandato imperial, ir a la Tierra, suprimir la sede principal de la organización terrorista conocida como la Iglesia de Terra y arrestar a sus fundadores y líderes. Pero cuando atravesamos la fortaleza de la Iglesia de Terra, esos mismos fundadores y líderes volaron su propia sede y se enterraron, haciendo imposible la captura. Lamento humildemente informarle que no pude cumplir completamente con mi deber”.

Dos batallones de reconocimiento al mando del comandante Konrad Rinser, siguiendo la información de Wahlen sobre los puntos de entrada y salida, lograron infiltrarse en la fortaleza y comenzar su ataque total. Una de sus tareas fue seguir a un grupo de comerciantes independientes de Phezzan representados por un «niño de cabello rubio».

Peregrinos vestidos de negro se acercaron a los soldados imperiales completamente armados con cuchillos y armas de fuego pequeñas. Estupefactos por su imprudencia, los soldados imperiales devolvieron el fuego de inmediato, derribando a los fanáticos religiosos y sus armas primitivas, caminando con dificultad sobre sus cadáveres a medida que se adentraban en el recinto.

Normalmente, tal matanza unilateral habría intoxicado a los soldados que vivían para el sabor de la sangre y las llamas. Pero sus estómagos emocionales fueron probados hasta sus límites. Mientras los creyentes, que habían sido infectados en cuerpo y mente por el fanatismo y la tioxina, estaban firmemente en el bolsillo de la muerte, los soldados vomitaron, rieron histéricamente y hasta rompieron en llanto.

Al llegar al octavo estrato por debajo de la superficie, las fuerzas imperiales supieron que habían entrado en la parte más profunda de este laberinto subterráneo.

Incluso aquí, los creyentes resistieron con todo lo que tenían, y cualquier advertencia por parte de las fuerzas imperiales para que se rindieran fue respondida con disparos. Tras un tercer intento fallido, las fuerzas imperiales desistieron de detener a los altos mandos, empezando por el Gran Obispo, y optaron por exterminarlos a todos.

A pesar de su abrumadora potencia de fuego, mano de obra y tácticas de batalla, las fuerzas imperiales acababan de enfrentarse a una de las luchas más duras que jamás habían librado, aunque solo fuera porque la Iglesia de Terra tenía la ventaja de jugar en casa y porque ninguno de los creyentes temía la muerte. Llenaron los pasajes con agua, ahogando vivos tanto a sus propios soldados como a enemigos e incluso se martirizaron con granadas de gas nervioso, llevándose consigo a tantos como pudieron.

«¿Son completos idiotas?» gritaron los oficiales imperiales sobre estos creyentes de la iglesia que carecían de cualquier concepto de la muerte.

Ni siquiera se estaban matando entre ellos. Bajo la lluvia de disparos imperiales, los creyentes de la iglesia se estaban suicidando, enterrándose en la tierra al volar las partes más profundas de su santuario.

«¿Realmente conseguimos acabar con todos?»

«Quién sabe…»

Tales fueron los intercambios de susurros entre los soldados después, sintiéndose todo menos orgullosos de su victoria. Todos los rostros estaban pálidos, vencidos por sombras de cansancio.

El Gran Obispo, por supuesto, no vio los cadáveres de la mayoría de sus seguidores, enterrados como estaban bajo trillones de toneladas de tierra. Pero nada podía enterrar toda su lujuria y malicia. Todo el terreno dentro de un radio de diez metros de la fortaleza se derrumbó, desmoronando la montaña sagrada desde dentro.

Cuando Julian conoció por primera vez a ese almirante llamado Wahlen, su complexion se veía débil. Julian sabía que era por una herida grave, pero al ver que su rostro valiente no se alteraba, no pudo evitar admirarlo en el fondo. Y aunque, por supuesto, Julian poco adoraba tanto como el lado “absolutamente poco heroico” de Yang Wen-li, sentía cierta atracción por el efecto diferente de una fortaleza tan dura como el hierro de Wahlen.

«Según el Comandante Rinser, usted ayudó considerablemente en nuestra captura de la sede de la Iglesia de Terra».

«Sí, absurdamente, fuimos atrapados por los seguidores de la Iglesia de Terra, y aunque en parte teníamos nuestras propias razones, estábamos más que felices de ser de ayuda».

Como Julian consideraba a este almirante Wahlen un hombre digno de respeto, le dolía un poco tener que ocultar su verdadero carácter.

“Me gustaría darle una muestra de mi aprecio. ¿Hay algo que desees tener?”

«Solo que podamos regresar a salvo a Phezzan».

“Estaré más que feliz de compensarte por cualquier daño que hayas sufrido por todo este desagradable asunto. No hay necesidad de ser modesto”.

Si se negaba, podría levantar sospechas por ser demasiado frugal. Julian tuvo cuidado de recibir descaradamente el buen favor del comandante, calculando la cantidad exacta de daños y presentárselo al almirante Wahlen al día siguiente. También dijo que deberían recompensar al Capitán Boris Konev. Un solo disco óptico era toda la recompensa que necesitaba.

Todo estaba grabado ahí. La historia de la Tierra, un planeta que había perdido su hegemonía sobre la humanidad al unir vengativamente su deseo y su maldad en un verdadero tapiz de poder de Gobelinos que abarca nueve siglos.

Esto había pasado a manos del almirante Yang y había sido útil en el largo viaje de Julian hasta la Tierra. Julian había liderado las fuerzas imperiales, eliminando obstáculos humanos y materiales, y eso los había llevado a descubrir finalmente la «sala de referencia» que había estado buscando. Derribando a los fanáticos que empuñaban cuchillos de izquierda a derecha, llegaron a la sala de datos inesperadamente moderna, donde les tomó cinco minutos recopilar la información requerida. Aunque lograron borrar los registros restantes para que no cayeran en manos imperiales, la sala de datos quedó enterrada de todos modos, lo que significaba que terminaron haciendo el doble de trabajo por nada.

Cuando Julian se alejó de Wahlen, de pie en el borde del acantilado y mirando el terreno hundido, Boris Konev se paró a su lado.

“Debajo de todo eso yacen los cuerpos de los creyentes”.

“Para un culto religioso, nada es más barato que la vida de sus seguidores. Es lo mismo con los líderes y sus ciudadanos, los estrategas y sus soldados. Vale la pena enfadarse, tal vez, pero no sorprenderse.

A Julian le resultaba cada vez más difícil tolerar las duras palabras de Boris Konev. Por otra parte, Boris estaba de mal humor, ya que había perdido a un miembro importante de la tripulación en el tumulto.

«Una vez dijiste que el almirante Yang era diferente».

El capitán se encogió de hombros.

“Está bien querer a Yang como ser humano. Yo también le aprecio. También es natural respetarlo como táctico. Pero el táctico lleva una existencia maldita. El mismo Yang lo sabe, estoy seguro, así que no es nada por lo que debas preocuparte. Tú también lo sabes, así que te perdono por criticar a los soldados”.

Olivier Poplan los observaba desde una corta distancia.

«Ese Julian es un misterio para mí», murmuró el piloto estrella en voz baja, inclinando la cabeza hacia un lado.

Incluso él, y los mayores preocupados por Julian, parecían obligados a designarse a sí mismos como tutores del niño.

“Es su virtud”, respondió Mashengo, con una expresión cliché pero persuasiva. “Normalmente no es habitual en alguien tan joven”.

Su cuerpo estaba envuelto en varios lugares con geliderm, una membrana de plástico ultradelgada que se usaba como vendaje, lo que le daba la apariencia de una cebra descomunal. Aunque nadie dentro de la Iglesia de Terra superó su fuerza y habilidades de lucha, el área de la superficie de su cuerpo era lo suficientemente amplia como para haber soportado una cantidad poco envidiable de metralla.

«¿Virtud? Hmm, tiene mucho que aprender.

Poplan se encogió de hombros. Era ingenioso y ágil, incluso en tierra, y había salido ileso de la batalla sin apenas rasgarse la ropa. Pelear con los pies en el suelo le resultaba sumamente indeseable, pero su estilo se había ganado incluso el respeto de Mashengo.

«¿Cómo puede haber llegado a la mayoría de edad sin tener al menos diez o veinte aventuras en su haber?»

Sus voces no llegaron a los oídos de Julián, por lo que el cabello rubio del niño voló con vientos terrenales en la cima del acantilado.

Julian había venido a la Tierra con un objetivo en mente. Pero ni una sola vez a partir de entonces deseó volver a la Tierra. Dondequiera que necesitara regresar, vivir y morir, la Tierra ciertamente no era ese lugar.

Julian no era el único que pensaba de esa manera. Para la mayoría de la gente, la Tierra pertenecía al pasado. Estaba bien considerarlo como un museo. Pero revivirlo como un centro de poder político y asuntos militares no le hizo ni una pizca de bien a la humanidad. Como Yang Wen-li bromeó una vez: “Nuestras extremidades han crecido demasiado para que regresemos a nuestra cuna”. Aunque el pasado de la humanidad estaba en la Tierra, su futuro estaba destinado a desarrollarse en otros lugares.

El 1 de agosto, Una parte de las naves de la flota de Wahlen abandonaron la Tierra y con rumbo a la capital imperial de Odín. La Infiel cortó una figura galante, aunque modesta, a cuestas. Tanto Julian como Poplin pensaban lo mismo que podrían echar un vistazo a la base de operaciones del enemigo, ya que estaba en camino.

II

Aproximadamente a la vez que el informe de Wahlen, la información procedente de la capital de la Alianza de Planetas Libres, Heinessen, era extremadamente siniestra.

El consul Lennenkamp había sido secuestrado y muchos incidentes relacionados conmocionaron a los principales estadistas del imperio. Incluso después de escapar de las garras de la muerte en más de una ocasión y conquistar muchos mundos de estrellas fijas, los generales más valientes del imperio no estaban acostumbrados a ser sorprendidos.

Junto con el informe oficial, llegó un apéndice urgente del subordinado del almirante Lennenkamp, el capitán Ratzel, a su viejo amigo Neidhart Müller.

Los ojos color arena de Müller se llenaron de un color intenso.

«¿Está afirmando que el almirante Lennenkamp actuó injustamente como Cónsul?»

“Ya sea por los principales estadistas de la nación o por un superior al que estaba obligado, se extralimitó. Por sus acciones equivocadas, el almirante Lennenkamp inclinó la balanza cuando ya estaba equilibrada”.

Según lo que dijo Ratzel, Lennenkamp había confiado en un aviso anónimo, a pesar de no tener evidencia que lo respaldara, y obligó al gobierno de la alianza a arrestar a Yang Wen-li. De ser cierto, entonces había cruzado la línea tanto en público como en privado.

“¿Estarías dispuesto a testificar ante una asamblea?”

“Si, sin importar que sea corte marcial o juicio”.

Müller asintió ante la confianza de Ratzel y, con esa información en la mano, se presentó ante una asamblea de los principales líderes militares.

En el pasillo que conducía a la sala de conferencias, se encontró con Wolfgang Mittermeier. Ratzel habló de su testimonio mientras caminaban uno al lado del otro.

«Ya veo. Después de todo, había algo turbio entre bambalinas”.

Mittermeier chasqueó la lengua, lamentando la superficialidad del corazón de Lennenkamp.

El propio Lennenkamp, por supuesto, solo había hecho lo que hizo por lealtad al Kaiser Reinhard. Pero desde el punto de vista de Mittermeier y los demás, la su impaciencia y la miopía de su visión eran preocupantes.

Wolfgang Mittermeier, también conocido como «Lobo del vendaval», era un verdadero militar. Había sido su anhelado deseo luchar contra enemigos heroicos en pie de igualdad, pero se oponía fundamentalmente a la tortura.

En la reunión del consejo, solo podían asistir aquellos funcionarios con un rango superior al de alto almirante, con una excepción. El Kaiser Reinhard tenía un poco de fiebre y se abstuvo de la reunión, pero esperaba un informe completo sobre los resultados de su debate libre cuando esta terminara.

Müller, que siempre exigió hablar primero, presentó las quejas del capitán Ratzel.

“Esto concierne a la dignidad del imperio, particularmente a la imparcialidad de su postura. Sin fijarnos en el imperio o la alianza, preferiríamos que se te ocurriera algo con lo que el público pudiera estar de acuerdo. Si puedo dar mi propia opinión sobre el asunto creo que lo primero que debemos hacer es determinar el paradero de quienes sembraron la situación con su información anónima”.

El comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial, Mittermeier, respaldó los sentimientos de Müller.

“Parece que el Capitán Ratzel tiene razón. Debemos proteger la dignidad de Su Majestad el Kaiser, ante todo, castigando a estos informantes desvergonzados. Si podemos demostrar que las acciones de Yang Wen-li fueron en legitima defensa contra una injusticia que le fue impuesta, eso podría darnos suficiente margen para averiguar que hacer”.

Sin revelar ni un ápice de su propia estrategia, intervino Oberstein.

“Él solo estaba tratando de eliminar a Yang Wen-li como un peligro para la seguridad futura de nuestra gran nación. Tal vez no pudo evitar recurrir al subterfugio.”

«¡¿Nuestra nación fue fundada sobre subterfugios?!» gritó Mittermeier con cada fibra de su ser. “No, se fundó en la fidelidad. Si no apuntamos a eso al menos, ¿cómo vamos a explicar a nuestros soldados y ciudadanos el significado de esta nueva dinastía? Yang Wen-li puede ser nuestro enemigo, pero también es universalmente conocido. ¿Cómo planeas justificar ante las generaciones futuras que lo eliminamos no con honor, sino a través de la traición?”

“Un discurso espléndido, Mariscal Mittermeier. ¿Necesito recordarte tu participación en el complot para purgar al duque Lichtenlade hace dos años? ¿Todavía te duele la conciencia?”

Una rabia incontrolable ardió en los ojos de Mittermeier. ¿A dónde quería llegar el mismísimo cabecilla de la purga del duque Lichtenlade sacando el tema ? Antes de que pudiera decir tanto, el hombre sentado a su lado levantó una mano ligeramente y contuvo a su colega.

Era el secretario general del Cuartel General del mando Supremo, el mariscal Oskar von Reuentahl. Una luz aguda emitida por sus ojos desiguales, chocando de frente con la luz que sale disparada de los ojos artificiales del secretario de defensa.

“La purga del duque Lichtenlade fue una competencia pareja. Un paso atrás, y habríamos sido los corderos del sacrificio. No deberíamos avergonzarnos solo porque atacamos primero. Pero, ¿es eso lo que sucedió esta vez? ¿No estamos tratando de acusar a un soldado retirado que lleva una cómoda vida de civil de un crimen inexistente? ¿Por qué deberíamos involucrarnos con los criminales desvergonzados de una alianza interesada? Con el debido respeto, Secretario de Defensa, ¿es este el tipo de comportamiento vergonzoso que debemos acatar, independientemente de la filosofía en la que se base?”

La elocuencia de Reuentahl no solo era aguda, sino que también coincidía con los sentimientos de la mayoría de los hombres de la sala, por lo que se encontró con murmullos de aprobación por todos lados.

Mecklinger, el almirante artista habló:

“Si la relación entre Yang Wen-li y el gobierno de la alianza es irreparable, ¿no le correspondería a la Armada Imperial extender una mano de bienvenida? Deberíamos apelar a él contra más para evitar un daño mayor y enviar investigadores de inmediato para que se ocupen de la situación. Estaría feliz de irme a la capital de la alianza de Heinessen bajo esos auspicios”.

«Parece que no has entendido algo aquí». El secretario de Defensa Oberstein no mostró signos de sentirse incómodo en el banquillo. “Mi problema con el crimen de Yang Wen-li no tiene nada que ver con la información anónima, sino con el hecho de que él y sus hombres lograron secuestrar a Lennenkamp, el representante oficial de Su Majestad el Kaiser, y salirse con la suya. Si ese crimen queda impune, ¿cómo espera mantener la dignidad del imperio y de Su Majestad? Me gustaría que lo tuvieras en cuenta.

Mittermeier volvió a abrir la boca.

“Me duele decir esto, pero al menos Lennenkamp debe rendir cuentas por confiar negligentemente en un aviso anónimo y asumir la responsabilidad de intentar ejecutar a un hombre inocente sin una pizca de evidencia. Si vamos a salir de esto con nuestra dignidad intacta, ¿no deberíamos revelar la verdad y compensar los errores que hayamos cometido?”.

El jefe de la Oficina de Seguridad doméstica, Heidrich Lang, se opuso a  esto.

“El Alto Almirante Lennenkamp fue gentilmente designado por Su Majestad el Kaiser. Su Excelencia Comandante en Jefe, castigar a Su Excelencia Lennenkamp dañaría la reputación de Su Sagrada e Inviolable Majestad el Kaiser. Te aconsejo que lo tomes en consideración.”

«¡Silencio, patán patético!» La reprimenda no vino del latigazo de la lengua de Mittermeier, sino de Reuentahl. “¿Así que ahora vas a bloquear el sólido argumento del comandante en jefe no por tus propias opiniones sino por el buen nombre de Su Majestad el Kaiser? ¡No intentes ser más de lo que eres! ¿Por qué se debe permitir que el jefe de seguridad doméstica ingrese a una reunión restringida a altos almirantes en primer lugar? No solo eso, ¿tienes el descaro de interrumpir un debate entre mariscales del imperio? Conozca su lugar. ¡Fuera de mi vista en este instante! ¿O te gustaría probar mi bota de camino a la puerta?

Lang se convirtió en una escultura de color fluorescente. Si hubiera tenido derecho, habría caído en desgracia, pero le faltaba el departamento de gracia, pensó Mecklinger. Lang finalmente miró a Oberstein en busca de apoyo, temblando levemente y sin obtener lo que estaba pidiendo.

«Vete hasta que se termine la reunión».

Ante las palabras del secretario de defensa, Lang se inclinó fría y mecánicamente. Luego, con un paso tan desinflado como él estaba, salió de la sala de conferencias, con una ola de risa burlona pisándole los talones. En su pálido corazón, decidió que era Reuentahl, cuando en realidad eran Kessler y Wittenfelt.

Lang esperó en una habitación separada hasta que terminó la conferencia. Cuando Oberstein apareció una hora más tarde, había abandonado su compostura habitual. El rostro de Lang estaba cubierto de sudor y no podía evitar que el pañuelo en su mano temblara.

“Bueno, nunca me han humillado tanto. En realidad, si solo fuera yo, ni siquiera me importaría, pero arrastrar el nombre de Su Excelencia por el barro también… Es como si nos estuvieran bañando con insultos».

“Reuentahl no fue el único al que no le gustó tu línea de razonamiento. A mi tampoco.” Von Oberstein se mostró indiferente. No tenía intención de aceptar la traicionera sedición de Lang. “Fui descuidado al permitirte asistir sin el consentimiento de los demás. Parece que ni el secretario del interior ni el comisionado de la policía militar aprueban que estés cerca de mí”.

«No es propio de ti preocuparte por esas cosas».

“No me importa que me desprecien. Pero me importa interponerme en el camino de los demás.”

Lang dio la vuelta a su pañuelo y volvió a secarse el sudor, entrecerrando los ojos.

«Yo también. Aun así, dada la agresividad de la conducta del mariscal Reuentahl, ¿no deberíamos abofetearlo con un demérito, por si acaso?»

La expresión de Oberstein estaba completamente en blanco. Lang no supo lo que había detrás hasta que el claro discurso de Oberstein rompió el silencio.

“Reuentahl fue indispensable en la fundación de esta nación. Lennenkamp no puede compararse con la confianza de Su Majestad el Kaiser en Reuentahl. Seguramente  puedes hacerlo mejor que simplemente seguir el mal ejemplo de Lennenkamp y repudiar a otros sin evidencia”.

Los ojos de Lang se llenaron de una luz aceitosa mientras mostraba algunos dientes de su boca torcida.

«Comprendido. Entonces permítame buscar esa evidencia. Evidencia incontrovertible…”

Desde la dinastía anterior, Lang había demostrado una habilidad excepcional en dos áreas. Castigar a los culpables e imputar los delitos a los inocentes. Pero los había llevado a cabo como deberes oficiales, y nunca por un deseo personal de venganza. O, al menos, no debería.

Pero ahora, por el bien de su reputación gravemente herida, Lang se vio asaltado por una determinación impropia e inútil de buscar el punto más débil del joven almirante heterocromático y derribarlo.

III

Un Kaiser Reinhard ligeramente febril yacía acostado en la cama, mientras su asistente Emil atendía todas sus necesidades.

Reinhard pensó que podría deberse a los malos genes, pero según Emil, con todas las guerras y los asuntos gubernamentales exigiendo su atención, sería extraño que no se sintiera mal de vez en cuando.

“Si fuera yo”, dijo el futuro médico del Kaiser, “estaría al borde de la muerte”.

«De cualquier manera, me he sentido bastante fatigado estos días».

«Es porque trabaja demasiado».

Reinhard sonrió gentilmente al chico.

«¿Oh? ¿Estás diciendo que debo descuidar mis deberes?

Incluso la broma más pequeña hizo que Emil se pusiera rojo brillante, por lo que el Kaiser siempre jugaba con él como si fuera un pájaro pequeño. Solo que este pequeño pájaro cantaba en lenguaje humano, ocasionalmente expresando cosas sabias.

“Perdone mi descaro, Su Majestad, pero como solía decir mi difunto padre, una llama más brillante se apaga más deprisa. Así que, por favor, trate de tomárselo con un poco más de calma. Solo quiero decir eso.»

Reinhard no respondió de inmediato. Lo que le asustaba no era quemarse, sino la idea de arder en vano. Una distinción que probablemente Emil era demasiado joven para comprender.

«En cualquier caso, en este momento debería concentrarse en tomar una Kaiserin y formar una familia».

El chico obviamente estaba relatando algo que había escuchado de segunda mano.

“Ya es bastante difícil protegerme. No me gustaría cargar más a mis guardias con una Kaiserin y un príncipe heredero en los que pensar”.

Ese era generalmente el alcance del sentido del humor de Reinhard. Como broma, era tan plano como él y apenas una expresión superficial de sus verdaderos sentimientos. A Emil no le importaba.

El gran chambelán de Reinhard entró para anunciar la llegada del secretario de Defensa  Oberstein. Ahora que el consejo de los más altos líderes militares había llegado a una conclusión, había venido en busca de la aprobación de Reinhard. Como el Kaiser todavía estaba aletargado por la fiebre, recibió a su invitado en el salón contiguo a su dormitorio.

Oberstein le informó sobre los detalles de la reunión. La reacción violenta contra las acciones precipitadas de Lennenkamp fue inesperadamente severa, y muchos insistieron en una investigación sobre la verdad del asunto. Pero debido a que la alianza claramente carecía de la capacidad de mantener su propio orden, hicieron una moción para preparar sus tropas para ser movilizadas en cualquier momento. Reuentahl no dijo nada acerca del destierro de Lang de la sala de conferencias.

«Es mi culpa por nombrar a Lennenkamp en primer lugar», murmuró Reinhard. “Y pensar que no podría mantener su posición ni siquiera por cien días. Supongo que hay quienes solo podrán demostrar sus habilidades cuando los tenga atados en corto con la correa”.

Varias caras, tanto vivas como muertas, se alinearon en su mente.

Oberstein ignoró el sentimiento.

«Pero esto nos da carta blanca para subyugar por completo a la alianza, ¿no es así?»

“¡No sobrepases tus límites!”

La violencia en la voz de Reinhard era tan intensa como su buena apariencia. De repente se puso furioso. Oberstein hizo una reverencia, menos por miedo que por el deseo de no irritar a un enfermo. Reinhard contuvo el aliento y ordenó que, por consideración a Lennenkamp, el almirante Steinmetz actuaría como representante del consul y que negociarían con Yang Wen-li.

“Debemos escuchar el testimonio de Lennenkamp. Solo entonces sabremos cuál es la mejor manera de tratar con Yang. Vigile de cerca los movimientos del gobierno de la alianza, y si surge algún disturbio, Steinmetz empleará cualquier contramedida que considere necesaria”.

Con esto, despidió a su secretario de Defensa.

El estado mental de Reinhard nunca fue simple. Si bien no pudo reprimir una ira repugnante hacia el comportamiento vergonzoso de Lennenkamp, Reinhard fue quien lo colocó en una oficina importante impropia de un simple militar. Aunque Reuentahl fue el primero en presentarlo como candidato para ese escaño, Reinhard también votó por él al final. Por lo tanto, la responsabilidad final recaía solo en Reinhard.

O tal vez esperaba que Lennenkamp fallara todo el tiempo, pensó Reinhard para sí mismo. Cuando se enteró de los disturbios provocados por el trágico fracaso de Lennenkamp, Reinhard tuvo que admitir que cada célula de su cuerpo palpitaba de emoción. Después de sentarse en el trono solo unos días, ya había comenzado a sentir la asfixia de un equilibrio solemne. Al final, su trono no era más que una jaula dorada, y parecía que sus alas eran demasiado grandes para caber.

Como arquitecto, Reinhard poseía abundante genio. Dos años atrás, había aplastado la Coalición de los nobles, purgado al Duque Lichtenlade y tomado las riendas del poder como dictador. Desde entonces, había llevado a cabo importantes reformas políticas, sociales y económicas. La clase noble, que había monopolizado los privilegios y la riqueza, perdió cinco siglos de gloria inmerecida, mientras que el pueblo disfrutaba de los beneficios de un sistema fiscal y de todo el proceso..

Las mansiones y castillos de la nobleza se convirtieron en hospitales, escuelas e instituciones de bienestar, convirtiéndose en parte integral del paisaje metropolitano.

Esas reformas eran las que había cultivado en su corazón desde que era un niño. Pero si bien Reinhard estaba feliz de verlas realizadas, nada de eso lo emocionaba. El buen gobierno era su deber y responsabilidad, no un privilegio. Se había esforzado por ser alguien que no descuidaba los requisitos de su posición, un gran gobernante que se había convertido en tal adquiriendo poder en lugar de esperar a que se lo entregaran. Pero, ¿eran la armonía y la estabilidad algo incongruentes con sus intenciones originales?

Reinhard se había sorprendido a sí mismo pensando que el poder ya no era necesario. Lo que era necesario para él era algo completamente diferente. Pero estaba desinflado por el hecho de que todavía tenía que sostener ese algo más con sus propias manos. Sabía que era algo que nunca recuperaría. No veía nada más que guerra por delante, y por primera vez se sintió renovado. Solo en el fragor de la batalla podía creer que su propia vida se reponía.

Reinhard probablemente sería recordado para siempre como un Kaiser beligerante. Ese pensamiento cayó suavemente como la primera nieve en su corazón, pero no había forma de cambiar quién había nacido para ser. Nunca fue uno para el derramamiento de sangre, sino para la colisión de un propósito e ingenio más grandiosos. Llamó a su principal secretaria privada, Hildegard von Mariendorf, que había regresado al palacio imperial, para derogar un edicto.

Mientras trabajaba en el edicto, Hilda se dio cuenta de que tal vez Reinhard necesitaba un rival en su vida. Sintió un poco de ansiedad por este trágico pensamiento. No quería nada más que apuntar la brújula de su vasta fuerza vital en la dirección correcta, más por su propio bien que por el del imperio. O tal vez, pensó, había llegado a la cima demasiado rápido, incluso si era bueno para él encontrarse con un enemigo que, como Rodolfo el Grande, podría convertirse en un gran objeto de su negación.

Ella misma admiraba las habilidades de Yang Wen-li y no se atrevía a odiarlo.

Reinhard leyó la carta que le había dictado, pero de repente le dedicó una sonrisa pícara.

“Fräulein, ¿su letra se volvió más rígida mientras estaba bajo arresto domiciliario?”

Otro chiste cuestionable.

El 8 de agosto, el edicto del Kaiser Reinhard se emitió de la siguiente manera:

La capital del Imperio galáctico se trasladará a Phezzan. Odin está demasiado lejos del territorio de la alianza. El conde Franz von Mariendorf gobernará como mi regente en

Odín.

Además, Reinhard ordenó que de entre sus diez ministros del gabinete, sus ministros  de defensa e industria lo seguirían a Phezzan, donde serían trasladados a nuevas oficinas. De entre sus oficiales de más alto rango, Kessler (comisionado de la policía militar y comandante de las defensas de la capital), Mecklinger (quien, como recién nombrado “comandante supremo de la retaguardia”, se reservó el derecho de inspeccionar casi todo el antiguo territorio imperial), y Wahlen (ahora en camino de regreso a casa tras  de cumplir con sus deberes en la Tierra) fueron los únicos que se quedaron atrás en Odín. El núcleo del imperio, en particular su poder militar, se estaba trasladando a Phezzan, y no, agregó,de forma temporal. Los Mariscales Mittermeier y Reuentahl fueron los primeros en enterarse de que el joven Kaiser tenía la intención de trasladar la capital a Phezzan.

La transferencia debía completarse dentro de un año, momento en el cual el propio Kaiser se mudaría a la capital imperial el 17 de septiembre. El mariscal Mittermeier debía partir antes de esa fecha, el 30 de agosto, mientras que el mariscal Reuentahl y los otros almirantes viajarían con el Kaiser.

Después de retirarse de la presencia del Kaiser, Mittermeier discutió estos acontecimientos con su amigo.

“Phezzan, ¿eh? Veo. Está pensando a otro nivel. Es perfecto para absorber esa tierra en el nuevo territorio y gobernarlo”.

Reuentahl asintió en silencio, reflexionando sobre un asunto privado. Debido a que era soltero, no pasaba nada si se alejaba de Odín en cualquier momento, dada la formación de batalla adecuada. Pero luego estaba Elfriede von Kohlrausch, esa joven violenta que se había convertido en un elemento fijo en su casa. ¿Seguiría al hombre al que supuestamente odiaba hasta Phezzan, o le robaría sus objetos de valor y se escondería? De cualquier manera a él no le importaba. Dependía de ella.

“Aún así —escupió Mittermeier—, el error de Su Majestad no fue utilizar a Lennenkamp sino a  Oberstein. Ese bastardo puede creerse un servidor leal, pero a este ritmo, eliminará a aquellos con los que no se lleva bien, uno por uno. Y al final, provocará una ruptura en la dinastía”.

Reuentahl movió sus ojos dispares en dirección a su amigo.

“Estoy contigo en eso. Lo que me preocupa es la fisura que veo entre Su Majestad el Kaiser y Oberstein. Quién sabe lo que podría pasar cuando no se llevan bien…”

 Reuentahl no pudo reprimir una sonrisa amarga, ya que este nivel de preocupación era extraño incluso para él. ¿No deseó él mismo en un momento una posición suprema con muchos subordinados a sus ordenes? Pero seguramente había un método detrás de tal locura. Había algo desconcertante en ver a un hombre al que valoraba tanto ser degradado como un títere, no muy diferente de Oberstein.

IV

Cuando Julian pensó en Yang mientras estaba en la Tierra, ¿acaso un efecto mariposa hizo que Yang estornudara en rápida sucesión? Ningún registro oficial podría confirmar eso.

Yang, que dejó en libertad a João Lebello y tomó como rehén al difunto Helmut Lennenkamp, abordó un crucero llamado Leda II y abandonó el planeta Heinessen. Junto a él estaban Frederica, Schenkopp, Attenborough y sus antiguos subordinados, ahora liberados del arresto domiciliario. Era el 25 de julio. Attenborough se desempeñó como capitán del crucero, pero usando a Lennenkamp como excusa, había logrado obtener una gran cantidad de armas y provisiones del gobierno de la alianza. Dejando planes para lo que seguiría a Yang, silbó, como un pirata espacial de buen humor.

Frederica G. Yang cambió su delantal con estampado de flores por una boina negra y un uniforme militar, de pie valientemente junto a su esposo como su asistente.

En el momento de su partida de Heinessen, Yang pensó en presentar sus respetos al almirante Bucock, pero desistió de la idea.

El ex-comandante en jefe de la armada espacial, retirado y convaleciente también se había ganado las sospechas del gobierno de la alianza. Incluso una reunión individual era demasiado arriesgada, ya que podría comprometer la ya frágil posición del viejo almirante. En cualquier caso, llegaría el día en que se encontrarían de nuevo, por lo que Yang reprimió este deseo.

Sin embargo, Yang se puso en contacto con el vicealmirante Alex Cazellnu. Era un hombre cuyas afiliaciones siempre habían sido claras, y si Yang no lo contactaba, podría despertar sospechas de algún pacto secreto preexistente entre ellos. Una vez que Cazellnu, que hasta ese momento se encontraba nominalmente desterrado al cuartel general de los servicios de retaguardia, supo de la situación, se puso en contacto con su familia. Se arrancó la insignia y la colocó sobre su escritorio, arrojándose bajo el mando de Yang.

«Sin mí a su lado», dijo, «ese maldito de Yang nunca lo logrará».

El almirante Rockwell, sabiendo que se quedaría atrás como gerente general interino de los servicios de retaguardia, trató de disuadirlo de que se fuera, pero Cazellnu miró al almirante por encima del hombro y solo resopló por la nariz.

El exjefe de Estado Mayor Murai, el vicecomandante Fischer y el subjefe de Estado Mayor Patrichev ya no estaban en Heinessen, pero estaban adscritos a sus respectivos puestos fronterizos, lo que hacía imposible contactarlos.

En el verano de ese año, la flota de Willibald Joachim von Merkatz había asegurado 464 buques de guerra y 80 buques insignia. Lo que le faltaba a la flota en equilibrio organizativo, lo compensaba con su poder de fuego y fuerza avanzados.

Y aunque era diminuta en mano de obra, muchos soldados altamente experimentados con experiencia real en combate se unieron al frente de batalla. Eran, por supuesto, demasiado orgullosos para jurar lealtad al Imperio Galáctico, pero cuando el teniente comandante Hamdi Ashur, quien tenía el rango más alto entre ellos y era conocido por su superioridad como operador táctico de la flota, fue conducido a lo largo del puente del buque de guerra de Merkatz, el Shiva, se refirió completamente al derecho de mando de Merkatz.

“Si bien no estoy en desacuerdo contigo acerca de enarbolar la bandera de la revuelta contra el imperio, ¿bajo qué pretexto opera esta flota? ¿Es la democracia? ¿Otra dictadura dinástica como la de la dinastía Lohengramm? ¿Militarismo, incluso?

Cuando el comandante Bernhard von Schneider volvió a mirar a Merkatz, el almirante invitado exiliado le indicó a Ashur que continuara.

“Sé que es grosero de mi parte decirlo, Su Excelencia Merkatz, pero una vez usted mismo ocupó un alto rango en la Armada Imperial. Además, mientras yo estaba desterrado a otro país, usted se desempeñó como secretario de defensa del legítimo gobierno imperial galáctico. El propósito del gobierno legítimo debería haber sido restaurar la autoridad inherente de la línea Goldenbaum, pero no puedo ser parte de tal objetivo”.

Los soldados recién reclutados se movieron inquietos detrás de él. No solo porque Ashur era su oficial al mando, sino también porque había demostrado ser un personaje carismático.

“Permítanme ser claro en ese punto. El propósito de este ejército no es restaurar la dinastía Goldenbaum”.

“Escuché que nunca se retracta de lo que dice, almirante. Te creo. Pero, aunque puede que no sea mi lugar decirlo, cuando se trata de reunir a soldados dedicados a la democracia, su buen nombre, almirante Merkatz, carece de cierto atractivo.

«Entonces, ¿a quién reconocerías para liderar este ejército de voluntarios en contra del imperio?» respondió Schneider.

Ashur inclinó ligeramente su rostro moreno y viril.

“El almirante Bucock tiene los logros y la popularidad necesarios para los soldados de la democracia, pero a su edad es difícil imaginarlo como un abanderado del futuro. Los sucesivos exdirectores del Cuartel General Operativo Conjunto, Stolet y Lobos, son hombres del pasado. Y así, espero un hombre más joven con su propio carisma y dignidad”.

«¿El Almirante Yang Wen-li?»

“No gafes su nombre. En cualquier caso, esto no es algo que veamos realizado hoy o mañana. Seguiré sus órdenes por ahora, almirante Merkatz. Usted puede contar conmigo.»

Debido a que carecían de la cantidad necesaria de hombres para la cantidad de naves que tenían, Ashur consintió cuando se le pidió que ayudara a operar la flota y preparó a sus hombres para la tarea. Schneider murmuró mientras los veía irse.

“Ciertamente tiene mucho que decir. Parece bastante fiable, en cualquier caso.

Merkatz esbozó una rara sonrisa amarga.

«¿Sabes? El está en lo cierto. No estoy calificado para ser un abanderado de la democracia. Hace unos dos o tres años, estaba luchando contra las fuerzas democráticas como soldado de una nación despótica. Si tomara la democracia como mi bandera tan tarde en el juego, las generaciones futuras me verían como un hombre sin integridad”.

“Su Excelencia, ¿no está sobreinterpretando las cosas? Todo el mundo sabe que las circunstancias te obligaron a tomar la mano y que siempre trataste de sacar lo mejor de las cosas a pesar de todo”.

“Sin importar lo que me depare la posteridad, la verdad del asunto es que nadie más que Yang es capaz de unir a los soldados de la democracia. Es por eso que incluso su propio aliado, el gobierno de la alianza, le tiene miedo”.

Sus acciones generaron rumores de irresponsabilidad. Nunca imaginaron que Yang y su camarilla escaparían de Heinessen. Merkatz cambió rápidamente de tema.

«¿Y aún se desconoce el paradero de Su Majestad?»

Por “Su Majestad”, Merkatz no se refería al joven soberano de cabello dorado Reinhard von Lohengramm, sino al trigésimo séptimo Kaiser de la línea Goldenbaum, Erwin Josef, entronizado a los cinco años de edad y secuestrado a los siete. Schneider escondió avergonzado su mirada.

“Eso es correcto, lamento decirlo. Sé que es difícil de escuchar, pero dadas las circunstancias cualquier investigación es casi imposible.

Merkatz lo sabía. Si habían logrado escapar repetidamente de la detección de la Armada Imperial, entonces no tenía mucho sentido iniciar una investigación o búsqueda oficial. Las impotentes Fuerzas Armadas de la Alianza no podían tomar a la ligera la capacidad de Steinmetz para delatar a un enemigo.

Sin embargo, el hecho de que Merkatz estuviera obsesionado con la búsqueda del ex niño Kaiser era porque sabía que había una falla en la mente del niño antes de su desaparición. Su ego había estallado con frecuencia, incluso sacando sangre de aquellos encargados de cuidarlo. Con cada gota de sangre derramada, el espíritu humano se había desvanecido del blasón Goldenbaum. Aunque tal violencia errática estaba en su naturaleza, era un crimen de las circunstancias que no se corrigiera, y eso había sido responsabilidad de los adultos que lo rodeaban.

La restauración de la línea real de Goldenbaum era inútil. Para empezar, el espíritu humano no lo deseaba. Lo que sí deseaba Merkatz era que Erwin Josef creciera sólidamente en cuerpo y mente, y que viviera una vida pacífica como un ciudadano anónimo bajo cualquier sistema político en el que se encontrara. Pero esto probablemente sería incluso más difícil que el sueño imposible de restaurar la línea real. Y, sin embargo, quería hacerlo realidad. Esto, y darle a Yang Wen-li los recursos militares esenciales que necesitaba para hacer su gran reaparición en el escenario. Estos son los dos últimos trabajos que necesito terminar antes de morir, pensó Merkatz.

En el puente del crucero Leda II, los tres vicealmirantes de la flota Yang —Cazellnu, Schenkopp y Attenborough— trataron a su comandante con lenguas afiladas, como lo habían hecho incluso en su reciente boda.

“Solo puedo esperar que el poder estelar de Yang Wen-li alcance sus propios límites”, dijo Schenkopp. “No es que él mismo sea consciente de ello. Ya es bastante difícil hacer que se pare al otro lado de la cortina”.

«Habla como un maestro preocupado por un mal estudiante, vicealmirante Schenkopp «.

“En realidad, una vez pensé en convertirme en maestro. Pero odiaba que me dieran deberes”.

«¿Pero supongo que te gusta darlo?» reprendió Cazellnu con una carcajada.

Aquí estaba un hombre que, a pesar de tener un puesto honorable como director de servicios de retaguardia en un planeta distante, lo había rechazado con un resoplido y se había unido al viaje. Perder sus habilidades administrativas superiores sería una semilla de arrepentimiento para las Fuerzas Armadas de la Alianza después de perder a Yang Wen-li.

“Aún así, Vicealmirante Schenkopp, usted pudo ver a través del truco infecto del gobierno bajo la intensa presión de contar con muy poca (o ninguna) información”.

En respuesta al elogio de Cazellnu, Schenkopp intentó una expresión impropia.

“Bueno, tal vez el gobierno simplemente no pensó tan lejos. O tal vez fue solo mi imaginación salvaje”.

«Oh, ahora nos lo dices».

“Así es, vicealmirante Attenborough. Y en este punto, no importa si era cierto o no. Estoy tan seguro ahora como lo estaba entonces de que el gobierno de la alianza estuvo involucrado en una conspiración maliciosa. No es como si te hubiera mentido ni nada parecido.”

«Incluso si avivaste las llamas».

A pesar de su réplica sarcástica, Attenborough de repente se puso ansioso mientras rebobinaba la película de reminiscencias.

«¿Estás triste porque las cosas resultaron como lo hicieron?»

“Lejos de eso, vicealmirante Cazellnu”, dijo el más joven de los tres, sacudiendo la cabeza.

“Solo soy un novato, todavía no tengo treinta años, y sin embargo la gente ya me llama ‘Su Excelencia’. Esa es la bendición y la maldición de estar bajo el mando del almirante Yang. Será mejor que lo hagamos responsable de eso.

Alex Cazellnu se quitó la boina negra y miró hacia arriba.

“La gente nos llama ‘fuerza rebelde’, pero desde mi punto de vista, no somos más que un grupo de fugitivos”.

Los otros dos no se opusieron.

Sin importar que uno lo llamara mariscal, líder de una fuerza rebelde o fugitivo, Yang Wen-li era Yang Wen- li. Salvando el espacio entre la silla de comandante y el escritorio con las piernas extendidas, una boina negra cubriéndole la cara, no se había movido en más de dos horas.

Sentada a menos de cinco metros de su esposo, Frederica G. Yang estaba demostrando una diligencia contrastante al recopilar datos sobre el crucero Leda II, la flota Merkatz y la «fuerza rebelde» de Yang, para que tuvieran un plan táctico listo en cualquier momento.

Desde que rescató a su esposo, Frederica no había pensado en el futuro. Todo lo que sabía era que, independientemente del camino que eligiera Yang Wen-li, ella también lo recorrería como su media naranja. Yang, por otro lado, todavía no tenía una idea clara de qué hacer después de escapar de Heinessen. Él no había sido el que había instigado todo este caos en primer lugar.

“Yang y su esposa saben cómo defenderse”, concluyó Dusty Attenborough, “y, sin embargo, no han pensado en las consecuencias. Si tan solo pudiéramos darle un empujón a su ambición”.

Attenborough había captado una parte de la verdad, pero desde el punto de vista de Yang, no había razón para ser criticado por uno de los cabecillas que lo había engañado.

Y mientras la resistencia había permanecido en el planeta Heinessen, tomada como rehén por el gobierno de la alianza y las fuerzas imperiales de ocupación, ellos también serían absorbidos por los mil millones de ciudadanos de Heinessen. Al final, Yang había sido dejado de lado por el gobierno al que se suponía que debía servir, su única opción ahora era huir.

La existencia de Lennenkamp, muerto y almacenado dentro de una cápsula de preservación, era lo único que se interponía entre ellos y la aniquilación total. Cuando se hiciera pública la muerte de Lennenkamp y entregara el cuerpo a la Armada Imperial, un nuevo peligro seguramente les sobrevendría

Sin embargo, muchos generales de renombre antes que él habían atravesado las puertas de la purga y el exilio a manos de las mismas patrias a las que regresaron sanos y salvos del campo de batalla. Un logro significativo era suficiente para poner celosos a un millón de personas. Las escaleras se volvían más estrechas a medida que uno las subía y provocaba lesiones más graves cuando uno se caía.

En cierto imperio antiguo, cuando un general era arrestado por traición, le preguntaba a su emperador sobre la naturaleza de su crimen. El emperador desvió la mirada.

“Todos mis cortesanos dicen que orquestas una rebelión contra mí.”

“Eso no es cierto en absoluto. ¿Dónde está la evidencia?

«Pero seguramente, ¿al menos has pensado en rebelarte contra mí?»

“Nunca se me pasó por la cabeza”.

«Ya veo. Pero podrías rebelarte si quisieras. Eso es suficiente crimen”.

Aquellos que portaban espadas más grandes tenían que tener cuidado de no ser cortados en la otra dirección. Al final, la espada en sí era una tercera fuerza a tener en cuenta.

El hecho de que uno construyera una tercera fuerza no significaba que pudiera mantenerla. Como en la visión fundamental de Yang, si el poder político y el económico no iban de la mano, la vela de la rebelión se apagaría rápidamente. ¿Dónde deberían poner su base? ¿Cómo iba a enfrentarse a las Fuerzas Armadas de la Alianza, y mucho menos a la Armada Imperial? ¿Cuándo debería anunciar oficialmente la muerte de Lennenkamp? ¿Y qué pasaba con los suministros? ¿y la Organización? ¿las Negociaciones diplomáticas…?

Necesitaba más tiempo. No para morir en la oscuridad, sino para madurar y fermentar. Tiempo que Yang no pudo tener. Era más indispensable para él que el poder y la autoridad.

Yang tenía muchas metas a corto plazo. Agruparse con Merkatz para establecer una cadena de mando con un ejército republicano unificado. Darle la bienvenida a Julian de la Tierra y obtener información sobre la Iglesia de Terra. ¿Y después de eso? Aunque había tomado como rehén a João Lebello y forzado a Helmut Lennenkamp a quitarse la vida para evitar una muerte inmerecida, ¿cómo debería ejercer ese derecho?

Estas vagas imaginaciones aparecieron como figuras translúcidas en la conciencia de Yang. Aceptó que la hegemonía universal era solo del Kaiser Reinhard. Para compensarlo, establecería su autonomía republicana en un planeta fronterizo en preparación para la inevitable erosión y colapso de la Dinastía Lohengramm. Allí nutriría el brote de una democracia panhumanista. El tiempo necesario para el crecimiento y el avance cualitativo de tales ideales democráticos era mucho más largo que el que necesitaba para sí mismo.

Una vez que la humanidad estuviera intoxicada por la droga de una nación soberana, no existiría ningún sistema social en el que la nación no sacrificara individuos. Pero los sistemas sociales en los que el sacrificio de individuos por parte de las naciones era difícil de lograr y parecía estar a la altura de su valor previsto. No todo se lograría durante la vida de Yang. Pero él podía sembrar las semillas. No era rival para Ahle Heinessen y su marcha de diez mil años luz.

Aun así, Yang era más consciente que nunca de su propia omnipotencia inevitable. Si tuviera alguna habilidad para predecir el futuro, estaba en su capacidad para hacer de la Fortaleza de Iserlohn, tácticamente inexpugnable, una base de gobierno democrático, a pesar de tener que abandonarla para salvar la Alianza de Planetas Libres y garantizar su libertad de movimiento.

Pero no tenía sentido arrepentirse ahora. Para empezar, durante la batalla de Vermillion que siguió, ignoró la orden del gobierno pero no pudo acabar con Reinhard von Lohengramm. Al final, Yang actuó lo mejor que pudo. Él también quería la inteligencia y los recursos de Phezzan.

«Phezzan, ¿eh?»

Yang no sabía que el Kaiser Reinhard tenía planes para trasladar la capital a Phezzan y convertirla en el centro del universo. Tampoco sabía que Phezzan estaba íntimamente relacionado con la Iglesia de Terra y, de hecho, había actuado como su títere. Pero era un elemento indispensable en sus planes a largo plazo. Idealmente, pensó, podría usar a Boris Konev como intermediario para tomar prestado el poder de los comerciantes independientes. Pero eso también tendría que esperar hasta que Julian regresara. Yang interrumpió su caminata a través de un laberinto de especulaciones mientras se quitaba la boina de la cara.

«Frederica, una taza de té negro».

Luego volvió a colocarse la boina en la cara. Nadie pudo escuchar las palabras que murmuró bajo ella.

“¡Dos meses, solo dos meses! Si las cosas hubieran ido según lo planeado, no habría tenido que trabajar por otros cinco años…”

Después de ser liberado por la “fuerza rebelde”, João Lebello naturalmente quería negociar con una armada imperial enfurecida, pero antes de eso dio las siguientes instrucciones al comité de defensa nacional.

“Quiero una carta que reincorpore al almirante Bucock a su puesto anterior. Es posible que lo necesitemos si vamos a acabar con Yang y su pandilla».

Aunque Lebello estaba ansioso por abrir un camino de un solo sentido hacia la villanía, su sentido del deber de proteger la independencia y la soberanía de la alianza de la coerción del imperio solo se había fortalecido. Los futuros historiadores también reconocerían que trazó una línea entre las élites que intentaron engañar a Yang Wen-li. En última instancia, Lebello creía en su país, mientras que Yang no. Tal vez la pared se había vuelto demasiado gruesa entre estos dos quienes idealmente habrían trabajado juntos. Pero Lebello estaba realmente reacio a que sus logros fueran recordados por la posteridad solo en relación con Yang Wen-li.

Mientras las estrellas reflejadas centelleaban en sus ojos índigo, Katerose von Kreutzer, llamada Karin, estaba de pie en la plataforma de observación del buque de guerra Ulysses. Sus mejillas estaban sonrojadas por haber terminado su entrenamiento, su pulso ligeramente elevado por encima de lo normal. Con una pierna estirada y la otra ligeramente flexionada, su espalda apenas tocaba la pared – Justo como su padre, como según su madre solía decir- . Ella pensó que era molesto. ¿Quién no usaba esta pose en algún momento? Si fuera un hombre no importaría, pero como mujer, no le gustaba que la compararan con un hombre que nunca había conocido.

Karin aplastó el vaso de papel que había contenido su bebida alcalina enriquecida con proteínas. Trató de quitarse de encima el rostro imaginario de su padre, solo para reemplazarlo por otro. Como acababa de conocer a ese chico de cabello rubio dos años mayor que ella, estaba reacia a recordarlo.

«¿Qué tiene de especial ese debilucho de todos modos?»

Murmurando un insulto que no creía necesariamente, Karin volvió a centrar su atención en el vasto océano de estrellas, sin darse cuenta aún de que, en algún lugar entre esas olas, el crucero de su padre se acercaba.

El año SE 799 ya había resultado traumático para la humanidad, y aún le quedaba un tercio antes de que terminara. Ningún año en la historia, al parecer, había sido tan codicioso a la hora de dar tiempo para tener un respiro. Fuera lo que fuera lo que se había puesto en marcha, la gente no tenía forma de saber si las cartas estaban a su favor. Todos estaban hartos de la guerra, pero aún no se habían acostumbrado a la paz.

El 13 de agosto, una entidad autónoma en un sistema estelar cerca del Corredor Iserlohn declaró su secesión de la alianza gobernada por el imperio.

El Fácil.

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