Prólogo I. En la noche eterna II. La batalla de Astarte. III. El brillo decadente del imperio IV. El nacimiento de la flota XIII V. El ataque a Iserlohn VI.A cada hombre, su estrella VII. La farsa entre escenas VIII . Muerte en el frente IX . Amritser X . Un nuevo prólogo
Prólogo: un esbozo de la historia de la galaxia
Fue en el año 2801 que la humanidad declaró la formación de la Federación Galáctica, relocalizando el punto crucial de su autoridad política de Tierra (Tercer planeta del sistema solar) a Teoría ( Segundo planeta del sistema Aldebarán). En este mismo año, la humanidad resetea el calendario al año 1 de la era espacial y comenzó a expandirse inexorablemente a los más lejanos confines de la galaxia. Tras las guerras y el caos que habían sido tan severamente característicos del siglo anterior – que habían llevado el desarrollo espacial a un parón- la energía que se abrió paso fue la más explosiva.
La teoría del salto subespacial, el control gravitacional y la tecnología del control inercial fueron las tres gracias que hicieron posible el vuelo interestelar, y fueron refinadas dia a día mientras la humanidad espoleaba sus naves hacia horizontes desconocidos y navegaban sobre oceanos rebosantes de estrellas.
“¡Adelante! ¡Y siempre adelante!”
Esas fueron palabras familiares para la gente de esos días. Era fácil ver que la conciencia de la raza humana misma había entrado en un periodo de exuberancia.
Y así, con una voluntad resuelta y una pasión deslumbrante, la humanidad se enfrentó a cada dificultad que se puso en su camino.
Incluso frente a grandes privaciones, no se volvían indulgentes con los consuelos del pesimismo. En su lugar superaban los obstáculos con buen ánimo. La humanidad en esa edad era lo que quizás podría llamarse una legión de optimistas irremediables.
“¡Una edad dorada! ¡ Rebosante de emprendimiento y renovación”
Quizás. Pero aunque ese periodo quizás pueda describirse con dichos términos, no quiere decir que su apariencia fuera perfecta, libre de imperfecciones. Entre estas imperfecciones estaba la existencia de los piratas interestelares; deforme progenie de los mercenarios que una vez fueron empleados por la Tierra y Sirius en su batalla por la hegemonía de los años del siglo 28. Entre esos piratas había un número de individuos que robaban a los ricos, daban a los pobres y cantaban las alabanzas de la libertad. Ellos, y sus batallas contra la marina federal que les perseguían proporcionaron infinito material a los programas de entretenimiento de solivision 3D.
Los hechos, sin embargo, eran mas prosaicos. La mayoría de esos piratas eran nada más que criminales sindicados, confabulados con políticos corruptos y hombres de negocios para recolectar y consumir bienes mal adquiridos. Para la gente en particular, que vivía en los mundos fronterizos, los piratas eran nada menos que una caja de pandora llena de problemas. Naturalmente ellos a menudo acosaban las rutas de envíos que conectaban los systemas exteriores. Las naves espaciales recien puestas en servicio eran destruidas, los envíos de suministros se retrasaban, y las mercancías que llegaban a su destino alcanzaban un precio exorbitante, ya que al precio de las mercancías se le debía sumar el de la protección de las naves. La seriedad de este problema no puede ser subestimada. Ya que la insatisfacción y la incertidumbre se acumulaban; la confianza en la capacidad de gobierno de la federación se fue erosionando y el resultado fue un deterioro en el entusiasmo de la gente por desarrollar la frontera.
En el año 106 de la era espacial el gobierno finalmente desplegó un esfuerzo serio para eliminar a los piratas y gracias al trabajo de los almirantes M. Chauffrin y C. Wood, este objetivo se alcanzaría dos años mas tarde. Aunque no quiere decir que fuera sencillo. Como el almirante Wood , conocido por su lengua afilada, escribiría más tarde en sus memorias:
Tenía competentes enemigos frente a mí, incompetentes aliados detrás de mí, y tenía que luchar con ambos a la vez. Demonios, ¡ni siquiera estaba seguro de poder contar conmigo mismo!
Después de que el Almirante Wood se trasladara al mundo de la política, fue conocido como “ese insensible, cabezota vejestorio” que impulsó una incansable y tenaz guerra contra políticos y empresarios corruptos.
Estas enfermedades sociales continuaron estallando sin interrupciones. Sin embargo, fueron- si consideramos a la totalidad de la humanidad como un único individuo- realmente nada más que el equivalente a unas simples irritaciones cutáneas. No hay forma de prevenirlas o eliminarlas, pero mientras se proporcione un tratamiento adecuado; no hay razón para que esas enfermedades lleven a la muerte del paciente. Y así fue , que sin levantarse de esa mesa de operaciones la humanidad gozó de buena salud durante los siguientes dos siglos.
Dejada atrás por esta prosperidad y desarrollo estaba Tierra, una vez la soberana de toda la humanidad. Este planeta ya había sido despojado de sus recursos, sufriendo la pérdida de tanto su potencial como real poder político y económico. Su población se desplomó , dejando nada mas que que un desgastado e inútil estado basado en tradiciones que se desvanecían. Su soberanía todavía era reconocida, apenas, gracias a que era inofensiva.
Las colonias interestelares que le habían sido arrebatadas, por Sirius y otros; la riqueza acumulada que había poseído durante los días en los que todavía dominaba la galaxía- todo se había perdido en algun lugar a lo largo del camino.
Y así al fin las células cancerosas comenzaron a multiplicarse y la sombra de un estancamiento medieval cayó sobre la faz de la sociedad humana.
Los corazones y las mentes de la gente, pasaron a ser dominados no por la esperanza y la ambición sino por el cansancio y el agotamiento. La actividad, el optimismo, y la iniciativa dieron paso a la pasividad, el pesimismo y el proteccionismo. En los campos de la ciencia y la tecnología, los nuevos descubrimientos e invenciones simplemente se detuvieron. El gobierno democráticamente elegido de la república perdió su capacidad de mantener la disciplina y declinó en una oligarquía interesada en nada mas que las concesiones y las luchas políticas. Se desecharon los planes de desarrollo de las regiones fronterizas. El premio potencial que suponían incontables mundos habitables fue simplemente ignorado, junto a instalaciones a medio construir que fueron prácticamente abandonadas. La vida social y la cultura decayó. La gente perdió de vista sus valores y se rindió a la drogadicción, el alcoholismo, la promiscuidad y el misticismo. Las tasas de criminalidad se pusieron por las nubes, mientras que las tasas de arresto bajaron en proporción inversa. La tendencia de reducir el valor de la vida humana y ridiculizar el valor de la moralidad creció de forma pronunciada.
Por supuesto, muchos lamentaron este fenómeno, sin ser capaces de sentarse tranquilamente mientras la humanidad en su decadencia marchaba hacia el mismo destino miserable que había esperado a los dinosaurios.
Ellos pensaban que era necesario un drástico tratamiento para la enfermedad colectiva que sufría la humanidad, y en esto no estaban equivocados. Pero cuando eligieron su forma de medicar el problema, la mayoría optó no por una terapia a largo plazo que requiriese perseverancia y templanza, sino que bebieron a grandes tragos un elixir de acción rápida de múltiples efectos secundarios. Esta era la poderosa droga llamada “Dictadura”.
Y así, se preparó la escena para el ascenso de Rudolf von Goldenbaum.
Rudolf von Goldenbaum nacio en una familia de tradición militar en el año 268 de la era espacial, y como cualquiera esperaría, el tambien entró en el servicio.
Mientras estudiaba en la escuela de oficiales de la fuerza espacial, era la imagen encarnada de un estudiante modelo. Con un poderoso cuerpo de 196 centímetros y un peso de 99 kilogramos, la gente que le veía a menudo tenia la impresión de estar contemplando una torre de acero.
Su poderosa complexión no contenía la mas minima pizca de grasa, o la más ligera huella de vulnerabilidad. Recibió su primer puesto como Alférez a la edad de 20 años, como oficial adjunto a una guardia que patrullaba las lineas de logística de Rigel, como el oficial de asuntos legales. En ese puesto se aplicó a fortalecer la disciplina militar, desterrando los “cuatro males”, del alcohol, el juego, las drogas y la homosexualidad. Incluso cuando estos problemas enredaban a sus oficiales superiores, no mostró piedad. Persiguiéndolos con inexpugnable lógica y regulaciones hábilmente esgrimidas. Sus avergonzados superiores respondieron promocionándole al grado de Subteniente y transfiriéndole posteriormente a Betelgeuse.
Esta era una peligrosa region conocida a menudo como “la calle principal de los piratas espaciales”, pero Rudolf von Goldenbaum entró con buen ánimo. Con el tiempo, las diferentes alianzas de piratas que allí habían fueron llevadas a la destrucción por sus ingeniosos e incansables ataques, dando así testimonio de las astutas vías de aquel que llegó a ser conocido como “la reencarnación del almirante Wood”.
El entusiasmo por la ferocidad de Goldenbaum- incluso aquellos que deseaban rendirse y enfrentarse a un juicio fueron incinerados junto con sus naves- fue naturalmente objeto de crítica, pero las voces alabando sus éxitos podían escucharse más alto.
Los ciudadanos de la federación galactica conocían bien el sofocante sentimiento de vivir como parte de una generación que iba a ninguna parte, y alegremente dieron la bienvenida a este joven y enérgico nuevo héroe. La apariencia de Rudolf llegó como una supernova resplandeciente a un mundo que había estado envuelto en gruesa niebla.
En el año 296 de la era espacial, Rudolf; quien había llegado al rango de Contralmirante a la edad de 28, se retiró de los militares para entrar a la arena política, ganando un asiento en el parlamento. Fue entonces cuando se convirtió en líder de un partido político de nuevo cuño llamado “Alianza de reforma nacional”, que atrajo a muchos jóvenes políticos debido a su popularidad. En el transcurso de unos pocas legislaturas, su poder había crecido a pasos agigantados y en medio de una compleja mezcla de apoyo fervoroso, incertidumbre, oposición y despreocupación decadente, Rudolf tuvo éxito en construir una sólida base política.
Fue elegido primer ministro por voto popular, y entonces – aprovechando el vago desarrollo del texto constitucional en relación a la prohibición que prohibía ejercer múltiples cargos de forma simultánea- fue asignado como jefe de estado por el parlamento. Había sido una regla no escrita que ningún individuo debería mantener más de un cargo a la vez. Ambos cargos poseían por si mismos un poder limitado, pero al estar unidos bajo un mismo individuo, una temible reacción química tuvo lugar. Ahora esencialmente no había nadie que pudiera entrometerse en el camino del poder político de Rudolf von Goldenbaum. Como escribió el historiador D. Sinclair una generación después:
El ascenso de Goldenbaum era la chocante prueba histórica de que fundamentalmente, la gente tiende a no preferir el pensamiento independiente y la responsabilidad que lo acompaña, sino la subordinación ; acompañada de su exención de responsabilidad. En una democracia las masas que eligen a gobernantes incapaces, tienen la culpa por ese mal gobierno; pero ese no es el caso en una monarquía. En lugar de reflejar sus propios errores, la gente es libre de hablar mal de líderes que son incluso más irresponsables que ellos.
Sin importar que su teoría sea válida o no, es cierto que la gente de la generación de Rudolf le apoyaba.
“¡Gobierno fuerte! ¡Líderes poderosos! ¡Orden y revitalización!” En algun lugar a lo largo del camino, el jóven y fuerte líder que había gritado estos eslóganes se convirtió en un dictador conocido como “administrador perpetuo”, que no permitía la existencia de críticas. Para el año 310 de la era espacial, cuando se nombró a sí mismo como el “sagrado e inviolable Kaiser del imperio Galáctico”, no pocos ciudadanos se encontraron maldiciendo su estupidez por no aprender las lecciones de la historia. En cuanto a los que habían sido consistentemente críticos desde el principio, nadie podía culparlos por sentirse profundamente resentidos. Pero los números que gritaban de alegría habían sido mucho mayores.
Hassan el Sayyid – Uno de los políticos de la facción repúblicana de esa época- escribió lo siguiente en su diario el día de la coronación de Rudolf: “Aquí en mi habitación puedo escuchar a la muchedumbre reunida en el exterior gritando ‘Hail, Rudolf’ Me pregunto cuantos días necesitarán para darse cuenta de que estan aclamando a su propio verdugo”
La publicación del diario sería más tarde prohibida por las autoridades imperiales. Fue también en este día que el calendario de la Era espacial fue abolido, comenzando así el primer año del calendario imperial. Es en este momento que la Federación Galáctica colapsó y el Imperio Galáctico (junto a la dinastía Goldenbaum) nació.
No puede ponerse en duda que este hombre- que como Kaiser Rudolf I del Imperio Galáctico se había convertido en el primer monarca absoluto del sistema político que unía a toda la humanidad- poseía talentos extraordinarios. Con la fuerza sin límites de su liderazgo político y la fortaleza de su voluntad, reforzó la disciplina , mejoró la eficiencia del gobierno y purgó a los oficiales corruptos.
Todo esto, era de forma acorde a los estandares que Rudolf se había puesto a sí mismo, pero el vulgar, decadente, alicaído y malsano estilo de vida y entretenimiento se desvaneció, y las tasas de crimen y delincuencia juvenil se desplomaron ante la faz de una severa – incluso cruel- actividad judicial. En cualquier caso, el mal que había envuelto a la sociedad humana fue arrasado.
Y aún así, el gigante de acero (Forma en que a algunos les gustaba llamar a Rudolf) no estaba satisfecho. Su sociedad idealizada era una con un alto grado de unidad, regulada y gestionada de forma ordenada por poderosos líderes.
Para Rudolf- Que tenía gran confianza en si mismo y tenia una fé inmensa en la justicia que él mismo impartía – las críticas y la oposición eran nada mas que contaminantes extraños que perturbaban la unidad y el orden de la sociedad. Como una consecuencia natural, la cruel supresión de las fuerzas opositoras dio comienzo. En el año 9 del calendario imperial, esto creó la oportunidad para la promulgación del acta para la eliminación de Genes inferiores.
¡El fuerte consume al débil!¡Los más aptos sobreviven!¡La excelencia vence mientras que la inferioridad es derrotada! ¡Esta es la providencia del universo!
Con esas palabras, Rudolf expresó esas creencias a sus súbditos.
La sociedad humana no es una excepción. Cuando el numero de aberraciones supera una masa crítica, la sociedad pierde vitalidad y se torna débil. Mi ardiente deseo es una prosperidad eterna para la humanidad. Por tanto, la eliminación de dichos elementos que podrían debilitar a la humanidad como especie es mi sagrada obligación como gobernante de la humanidad.
Especificamente, esto significó una esterilización forzosa de los discapacitados físicos, aquellos por debajo de la línea de pobreza y aquellos que no sobresalieran. Significó eutanasia para los discapacitados mentales. Significó que las medidas sociales enfocadas al apoyo de los débiles fueron eliminadas.
Para Rudolf, la debilidad era un pecado imperdonable y los miembros más débiles de la sociedad que usan su debilidad como escudo para pedir que cuiden de ellos, no eran nada más que objetivos de su odio.
Cuando este proyecto de ley fue mostrado a la gente, incluso las muchedumbres que hasta ese momento habían adorado y seguido ciegamente a Rudolf se avergonzaron de sí mismas, como cabría esperar. El numero de aquellos que podían declararse con confianza como seres superiores no era tan grande. Todos pensaban…. Pero esto no es un poco demasiado arbitrario?
Los políticos de la casí desvanecida facción republicana todavía se aferraban al parlamento, y ellos dieron voz a la voluntad de la gente, criticando severamente al Kaiser. Debido a esto, este decidió llevar a cabo un contraataque decisivo.
Inmediatamente y permanentemente disolvió el parlamento.
El año siguiente el ministro imperial de interior creó la oficina para el mantenimiento del orden público, que llegó a ejercer un feroz poder contra los crímenes políticos. Ernst Falstrong, quien era ministro de interior, así como un aliado cercano de Rudolf dirigió la oficina él mismo, arrestando, encarcelando y castigando- no de forma acorde a la ley, sino a su propio juicio. Tal era el impío matrimonio de la autoridad y la violencia. Estos dos pronto dieron a luz a un niño, conocido como terrorismo de estado, que creció en un santiamén, convertido en un gigante que engulló a toda la sociedad humana.
En esa época, era frecuente esta broma de humor negro: “Si no quieres ser ejecutado, no seas arrestado por la policía. ¡Haz que te arresten los de orden público en su lugar, porque ellos no ejecutan a nadie!”
Es un hecho que de todos aquellos a los que la oficina arrestó por crimenes políticos y de pensamiento, ni uno solo de ellos fueron formalmente ejecutados. Sin embargo, aquellos que fueron disparados sin un juicio o que murieron bajo torturas, que desaparecieron para ser llevados a colonias penales en asteroides estériles, o que fueron convertidos en mentalmente incapaces por medio de lobotomías o masivas dosis de drogas; quienes murieron en prision de enfermedades o accidentes…. La cuenta total de estos asciende a 4000 millones de personas. Pero como este numero era apenas un 1,3% de la población del imperio, con un total de 300000 millones, la oficina fue capaz de clamar de forma espúrea que “hemos eliminado un conjunto de elementos peligrosos por el bien de la mayoría absoluta”
Por supuesto, esa mayoría absoluta no incluia los esos 4000 millones que temblaron encogidos de miedo ante su destino o aquellos otros, incontables, que tragaron sus quejas en ese opresivo silencio.
Rudolf aplastó a aquellos que se le opusieron, y a la misma vez eligió y otorgó privilegios especiales a cierta gente de capacidad superior, creando una aristocracia que apoyara a la familia imperial. Pero …¿Era un signo de la inferioridad del conocimiento del propio Rudolf que todos ellos fueran blancos con viejos apellidos germánicos?
Basado en su fuerte hoja de servicios, Falstrong recibió el titulo de conde, pero en su viaje de vuelta a casa; se encontró con un ataque terrorista llevado a cabo por un grupo republicano clandestino. Conoció su trágico final con el resplandor de una bomba de neutrones. Rudolf le lloró, y con la ejecución de veinte mil sospechosos , buscó consolar el alma de aquel que tan bien le había servido.
En el año 42 del calendario imperial, la vida de Rudolf que en ese momento contaba 83 años de edad, llegó a su fin. Se dijo que su cuerpo era más fuerte que nunca, pero el estrés fisiológico había puesto una pesada carga en su corazón. El Kaiser no murió plenamente satisfecho. Con su Kaiserine Elisabeth, tuvo cuatro hijas, pero no llego a tener un heredero varón. En su senectud, su concubina Magdalena dió a luz a un niño, pero se dijo que había nacido idiota.
Sobre este episodio, los registros públicos imperiales no dicen nada, pero podríamos conjeturar que dichos rumores que circulaban eran casi con toda probabilidad ciertos, puesto que no solo Magdalena, sino también sus padres, sus hermanos y hasta los doctores y enfermeras que atendieron su parto fueron ejecutados posteriormente.
Debió haber sido un golpe fatal para Rudolf, quien había promulgado el acta para la eliminacion de genes inferiores, y pretendía el desarrollo de una forma superior de humanidad. Para él, el gen lo decidía todo y para prevenir el colapso de su sistema de creencias, Magdalena tenia que morir. Simplemente no podía ser posible que el Kaiser tuviera una estructura genética susceptible de producir retraso mental. La culpa tenía que caer completamente en Magadalena.
Tras las muerte de Rudolf, la corona del imperio galactico descanso sobre la cabeza de Sigismund, hijo mayor de Katharina, la hija mayor de Rudolf. Y así, a la edad de veinticinco, y con la ayuda de su padre Joachim, Señor de Neue-Staufen, el joven Kaiser gobernó la galaxia.
Con la muerte de Rudolf I , las revueltas republicanas emergían en cada esquina. Se creía que con la desaparición de su liderazgo y su fiera personalidad, el imperio se desmoronaría poco después; sin embargo esa clase de pensamiento era demasiado optimista. Los aristócratas, líderes militares y burócratas que Rudolf había fomentado durante los ultimos cuarenta años formaban tres pilares mucho más fuertes que qualquier esperanzada estimación republicana.
Estas fuerzas fueron lideradas por Lord Joachim von Neue-Staufen, quien era no solo el padre del Kaiser, sino el primer ministro. Haciendo alarde de un sereno y frío liderazgo, esperable del hombre elegido por Rudolf para ser el marido de su hija, Joachim aplastó las débiles fuerzas insurrectas como si fueran cáscaras de huevo bajo su pie.
Más de quinientos millones que habían participado en las revueltas murieron, y de entre sus familias más de diezmil millones fueron arrojados a la servidumbre, tras serles revocada su ciudadanía. “En la supresion de fuerzas opositoras, sé riguroso”, decían las regulaciones imperiales, que fueron seguidos al pie de la letra.
Las fuerzas republicanas así una vez más tuvieron que afrontar un largo invierno. Ante la faz de tan poderosos dictadores, se pensaba que este durísimo invierno se alargaría para siempre. Tras la muerte de Joachim, Sigismund gobernó directamente. Y tras su muerte. Sigismund sería sucedido por su hijo mayor, Richard; quien a su vez sería sucedido por su hijo mayor; Ottofried. La más alta posición de autoridad se pasaba únicamente a los descendientes de Rudolf, y parecía como si la herencia fuera la única cosa que pudiera determinar la transición de poder.
Sin embargo, profundamente bajo la gruesa capa de hielo, una corriente de convección se movía en silencio. En el año 164 del calendario imperial, los repúblicanos del sistema Altair – quienes habían sido denunciados como un clan rebelde, reducidos a un estatus de esclavitud y condenados a trabajos forzados- escaparon con éxito empleando una nave espacial que construyeron con sus propios medios.
Su plan no había sido como uno que sus ancestros hubieran estado cuidadosamente refinando por generaciones. El número de planes que habían sido propuestos, había sido igual al número de planes que habían terminado fallando.
Las tumbas de repúblicanos solo habían aumentado, y en lugar de elegías, solo la risa cruel de la oficina para el mantenimiento del orden público podía oírse entre las lápidas. Era un ciclo que se repetía sin cesar, hasta que finalmente hubo un éxito. Y desde su concepción hasta su ejecución solo pasaron tres meses.
Literalmente había empezado como un juego infantil. Un hijo de esclavo que estaba minando molybdeno y antimonio en el cruel frío de Altair 7 se había escapado de la vista de sus supervisores y estaba jugando a tallar pequeños barcos de hielo que después hacía flotar en el agua. Un joven, llamado Arle Heinessen le había estado mirando distraídamente y la imagen reverberó en el fondo de su mente como una revelación divina.
¿No era ese planeta solitario despues de todo, un almacen inagotable de materiales que podían usarse para construir una nave espacial?
En Altair VII , la cantidad promedio de agua no era demasiado grande. Abundaba allí de forma natural más el hielo seco, que el agua congelada en forma de hielo. Heinessen escogió una gargantuesca masa de hielo seco que estaba enterrada en un valle, de 122 kilómetros de lóngitud , 40 de anchura y treinta de altura. Tras vaciar el centro, construyó un area de propulsión para albergar los motores y un área para vivir. Pronto comenzó a parecer como si pudiera volar. La parte más complicada del plan, de hecho fue como conseguir los materiales para construir una nave espacial de verdad. No sería bueno tratar de obtener esos materiales ilegalmente, puesto que si la oficina para el mantenimiento del orden público se enteraba de ello, simplemente podrían arrestar y asesinar a todos los implicados.
Sin embargo, ese mundo tenía tambien recursos naturales que no atraerían la atención de la oficina. Con la temperatura de cero absoluto del espacio exterior no había temor de que el hielo seco se sublimara en gas. Si pudieran aislar el calor generado por las áreas de propulsión y hábitat, un vuelo de larga duración podría ser posible. Durante ese tiempo, podrían buscar asteroides y planetas deshabitados para obtener los materiales necesarios para construir una nave interestelar. No había necesidad de seguir volando en la misma nave que usaran para partir. Y así su nave blanca y centelleante tallada en hielo seco, fue bautizada como la Ion Fazegas, en honor del chico que había construido ese barco de hielo. Cuatrocientos mil hombres y mujeres entraron en esa nave y escaparon del sistema altair. Este fue el primer paso en el largo viaje que después los historiadores llamarían la marcha de los diez mil años luz.
Tras sacudirse de encima la implacable persecución de la fuerza militar del imperio, se ocultaron bajo la superficie de un planeta sin nombre y allí construyeron una flota de ochenta naves interestelares. Entonces ellos se dirigieron al núcleo interior de la galaxia. Los profugos enfrentaron una peligrosa inmensidad rebosante de gigantes rojas, enanas marrones, quasares y estrellas de neutrones. En esos momentos la mala voluntad de la providencia chocaba repetidamente en sus cabezas, una y otra vez.
En medio de ese viaje de durezas, perdieron a su líder Heinessen por culpa de un accidente. Su querido amigo Kim Hua Nguyen le sucedió como líder. Para el tiempo en que este hombre se había vuelto anciano y su vista fallaba habían al fin superado dichas regiones tan peligrosas, y al fin encontraron su futuro en un cúmulo estable de estrellas. Más de medio siglo había pasado desde que dejaron atrás Altair.
A las estrellas de esos nuevos mundos, les dieron los nombres de dioses de la antigua fenicia: Barlat, Astarté, Melqart, Hadad y otros. Establecieron su base en el cuarto planeta del sistema Barlat, al que llamaron con el nombre de su fallecido líder Heinessen, para que sus hazañas fueran siempre recordadas.
La marcha de los diezmil años luz acabó en el 218 de la era imperial. Pero esta gente que había escapado del yugo de una dictadura, eligió abolir el calendario imperial y revivir el cómputo de la era estelar, usado por la antigua federación en su lugar. De esto se enorgullecían, y es que se consideraban los herederos de la Federación galáctica. Rudolf y su clase no eran nada mas que despreciables traidores al gobierno de la democracia. De esta manera se declaró solemnemente el establecimiento de la Alianza de planetas Libres, en el año 527 de la era estelar. La primera generación de sus ciudadanos era de aproximadamente ciento sesenta mil personas. Más de la mitad de sus camaradas habían perecido durante la larga marcha.
Era un número demasiado pequeño como para verdaderamente decir que la humanidad había sido dividida, pero los fundadores de la alianza de planetas libres poseían incomparable diligencia y pasion, y con ese poder; la satisfacción de sus necesidades materiales fue rapidamente conseguida. La natalidad se premió y la población creció. Se estableció un gobierno estructurado y la capacidad industrial y agrícola creció continuamente. Era como si la era dorada de la federación hubiera regresado.
Entonces, en el 640 de la era espacial, las fuerzas del imperio galáctico y la alianza de planetas libres se encontraron por primera vez en forma de una lucha entre naves de batalla de ambos lados. Desde el punto de vista de la Alianza, tal encuentro era una posibilidad para la que se habían estado preparando por largo tiempo. Para el lado imperial, sin embargo, fue como un relámpago inesperado, así que la victoria en esa batalla fue para la Alianza. Sin embargo, justo antes de que un golpe directo proveniente de un cañón de neutrones convirtiera la nave insignia de la flota imperial en una bola de fuego y destrucción, un comunicado de emergencia fue enviado a la capital del imperio.
Los burócratas imperiales buscaron entre los viejos registros guardados en los computadores de los archivos y aprendieron que mas de un siglo antes, había habído un incidente que incluía esclavos que habían escapado de Altair. Así que no habían muerto en el espacio después de todo. ¡Habían vivido y prosperado! Una fuerza fue reunida para parar la insurrección. Grandes naves de batalla fueron despachadas al bastión de los rebeldes….y entonces esas naves fueron completamente derrotadas.
Hay muchas razones por las que la marina imperial fue tan rotundamente derrotada pese a sus mayores números. La campaña a larga distancia había causado que la fátiga, tanto física como mental, arraigara en los soldados y oficiales imperiales. Además el problema de reaprovisionamiento fue tomado demasiado a la ligera. Por no hablar de que sabían demasiado poco sobre el área donde estaban luchando y que subestimaron la fuerza de su enemigo y su voluntad de lucha. Su estrategia fue descuidada… mientras que la Alianza tenía comandantes capaces. Y podríamos seguir con esta lista.
Pao Lin – Comandante en jefe de la flota de la alianza- era un mujeriego, bebedor y un glotón, y a pesar de los estadistas de la alianza (que daban gran importancia a un estilo de vida sencillo y austero), eran propensos a mirar muy fríamente su comportamiento; el hombre era un genio cuando se trataba de tácticas y estrategia.
Yusuf Topparole- su jefe de personal, que le asistía en su trabajo- era conocido tambien como “Yusuf el controlador”, ya que estaba constantemente quejandose de todos los asuntos, grandes y pequeños, diciendo “¿Por qué tienes que darme tantos problemas?”
Topparole, sin embargo, también era un preciso y acertado teórico que podría haber haber sido conocido también como un ordenador viviente. Ambos hombres no contaban todavía cuarenta años de edad cuando – en los bordes exteriores del sistema Dagón- dirigieron la mayor operación envolvente de la historia, aniquilando al enemigo y convirtiéndose en los mayores héroes de la alianza desde su fundación
Para la Alianza era una oportunidad de expandirse. Cuando elementos descontentos dentro del imperio se enteraron de la existencia de un poder independiente que resistía a la hegemonía, huyeron del imperio en manadas. Buscando un hogar donde pudieran vivir en paz, inundaron la alianza.
En los tres siglos que siguieron a la muerte del Kaiser Rudolf, la base del imperio, aunque una vez hubiera sido firme, se volvió indulgente, y la influencia de la oficina para el mantenimiento del orden público, que antes no había escatimado en esfuerzos para oprimir a la gente, tambien se había desvanecido. Las voces de descontento dentro del imperio se oían cada más más.
Los hombres y mujeres que huían a la Alianza eran aceptados siguiendo la máxima de “no rechazar al que viene”, pero no todos ellos tenían ideales republicanos. Entre aquellos que huían habían incluso algunos aristócratas y miembros de la familia imperial que venían, tras ser derrotados en una intriga de la corte. Así, la población de la Alianza creció demasiado rápido.
Era una progresión inevitable, quizás, que la naturaleza de la alianza comenzaría a cambiar más y más. El imperio y la alianza estuvieron en un estado de guerra crónica desde su primer contacto, pero de tiempo en tiempo tenían periodos de paz incierta también. Producto de esto fue el establecimiento del Dominio de Phezzan. Era una suerte de ciudad-estado establecida en el sistema estelar Phezzan, que estaba justo exactamente entre los dos poderes. Estaban bajo la soberanía nominal del Kaiser Galáctico y pagaban tributo al imperio, pero en lo concerniente a sus asuntos internos, eran prácticamente autónomos hasta el punto de que se les permitía establecer relaciones diplomáticas y comerciales con la Alianza de planetas libres.
El Imperio galactico, al convertirse en el unico gobernante de la humanidad, no reconocía la existencia de ningun gobierno legitimo fuera de su esfera de influencia. En los documentos oficiales la alianza aparecía no con su nombre oficial, sino como la fuerza rebelde. La flota espacial de la alienza eran rebeldes y el jefe del alto consejo (el jefe de estado de la alianza) era el caudillo rebelde.
Con tales regulaciones teniendo lugar en el imperio, la diplomacia y el comercio con la alianza habrían estado fuera de toda cuestión, pero Leopold Laap, un poderoso comerciante nacido en Terra- que poseía una pasión que no podría ser llamada menos de extraordinaria, buscó el establecimiento de este particular dominio feudal. Con peticiones y persuasión – y sobre todo, exorbitantes sobornos- el asunto fue decidido.
Representando al dominio estaba el Landesheer (terrateniente) o señor feudal, vasallo del Kaiser y que gobernaba en su nombre. Supervisaba el comercio con la alianza y a veces jugaba un papel diplomático. Al monopolizar el comercio exterior, el dominio acumuló una riqueza inmensa, y aunque fuera pequeño, su poder se convirtió en imposible de ignorar.
Sería falso decir que nadie trabajó nunca para la concordia entre el imperio y la alianza. Manfred II, coronado en el 398 de la era imperial (707 de la era espacial) era uno de los numerosos hijos ilegítimos del Kaiser Helmut. Tras escapar de las garras de los asesinos, pasó su infancia en la alianza de planetas libres, creciendo en una atmósfera liberal.
Debido a esto, parecía que su coronación podría pronto traer consigo charlas de paz y libre comercio entre ambas potencias, así como indicios de reforma política en el seno del imperio. Sin embargo esas esperanzas se convirtieron en nada, ya que este joven y popular Kaiser sería asesinado en el transcurso de un año, y las relaciones entre ambas potencias se enfríarían inmediatamente. El asesino de Manfred II era un aristócrata reaccionario, pero también había un argumento convincente, oculto entre bastidores que sugería que las manos de Phezzan estaban involucradas, buscando salvaguardar su monopolio sobre los derechos del comercio exterior.
Y así al final del octavo siglo de la era espacial (Quinto siglo de la era del imperio galáctico) el imperio galáctico, indisciplinado y descontrolado debido simplemente a su inmenso tamaño- y la Alianza de planetas libres- que tras haber perdido los ideales de su periodo fundacional, continuaba con la lucha por mera inercia. Con Phezzan de por medio, y de acuerdo a los calculos de ciertos economistas el poder nacional relativo de los tres estados es tal como sigue:
Imperio Galáctico 48% Alianza de planetas Libres 40% Dominio de Phezzan 12%
El equilibrio de poder era precario.
Además la población total de la humanidad , que en época de apogeo y prosperidad de la federación galáctica se contaba por un total de trescientos mil millones de personas, se había desplomado hasta unos cuarenta mil debido a los largos años de caos.
Así pues, la distribución era de veinticinco mil millones de almas residiendo en el imperio, trece mil millones en la Alianza y dos mil en Phezzan.
“Sería genial si algo funcionara, pero no parece que vaya a hacerlo”
Era una declaración que describia bastante bien la situacion.
Lo que cambió la situación fue la aparición de un joven en Odín, el tercer planeta del sistema Valhalla. Llamado así por el rey de los dioses nórdicos, Odin era el hauptplanet (Planeta principal) al que Rudolf había movido la capital del Imperio. El nombre de ese jóven de belleza gélida y semblante intrépido era el Conde Reinhard von Lohengramm.
Su apellido, originariamente había sido Müsel. Nació en el 467 CI (CE 776) en el seno de una familia empobrecida que era aristócrata solo de apellido. Su vida cambio cuando tenía diez años, y su hermana mayor; Annerose (que contaba 15 años entonces) fue llevada al palacio del Kaiser Friedrich IV. Reinhard, un joven con cabello dorado y ojos de un gélido color azul se convirtió en teniente comandante de una división de guardias imperiales a la edad de quince, recibiendo ascensos acelerados gracias a su propio talento y al favor del que gozaba Annerose con el Kaiser.
Cuando cumplió los veinte, recibió el título de Conde Lohengramm y fue ascendido al cargo de alto almirante de la marina imperial. Esta suerte de gestión del personal extrema es típica de dictaduras, pero con el rango viene la responsabilidad. Si hubiera sido un noble de demostrado abolengo, no habría tenido necesidad de probarse a sí mismo, pero ya que Reinhard era nada más que el hermano pequeño de la favorita del Kaiser, no tenía otra opción más que hacerlo.
Casi a la misma vez, la alianza consiguió un nuevo estratega. Este era Yang Wen-Li, nacido en 767 CE y alistado a la edad de veinte años. Él nunca aspiró a una carrera militar, y de no haber sido por una serie de coincidencias que le empujaron en dicha dirección, el nunca habría llegado al final de su vida como un creador de historia, sino como un mero espectador de la misma.
“Hay cosas que puedes hacer y cosas que no”
Esa era la reflexión favorita de Yang. Con el destino, tenía una disposición mucho más pasiva que Reinhard, pero por otro lado tenía una gran adaptabilidad e inventiva. Aún así, permaneció incomodo con la guerra y el trabajo de un soldado de perseguirla, y por el resto de su vida las autoridades militares nunca estuvieron libres de su petición de abandonar su rango y retirarse.
Al comienzo de 796 CE (487 CI) Reinhard lideraba una flota de veinte mil naves en una expedición. Su objetivo era subyugar a los rebeldes – que audazmente se referían a sí mismos como la alianza de planetas libres- y cimentar su posición personal a través de ese logro.
Los militares de la alianza habían organizado una flota de cuarenta mil naves para interceptarle. Uno de los oficiales de personal en la flota se llamaba Yang Wen-li. El Conde Reinhard von Lohengramm contaba veinte ese año, y Yang Wen-li veintinueve.
Capítulo 1: En la noche eterna
El capitán de la marina imperial Siegfried Kircheis se congeló un momento cuando pisó el puente. Las profundidades del espacio se abrían ante él, salpicadas de incontables puntos de luz – abrumadoramente masivos, pareciendo envolver su cuerpo por completo.
Por un momento estuvo allí en silencio, pero en un instante la ilusión de que flotaba en un mar de negrura infinita desapareció. Kircheis sabía que el puente del acorazado Brunhilde estaba construido en la forma de un hemisferio gigantesco, cuya mitad superior era una única pantalla. Llevando de nuevo sus sentidos lejos del vasto cielo y de vuelta al suelo, Kircheis echó otro vistazo al puente.
La iluminacion en la vasta cámara era extremadamente tenue, creando una oscuridad crepuscular. La tripulacion se movía de acá para allá entre incontables pantallas, consolas, instrumentos, ordenadores y dispositivos de comunicación de todos los tamaños. Los mivimientos de sus cabezas y miembros le traían a la miente bancos de peces migratorios surcando las corrientes.
Las fosas nasales de Kircheis detectaron la leve traza de un olor casi imperceptible, uno con el que los soldados que estaban en el espacio estaban familiarizados, que se producía por la mezcla del oxígeno reciclado, el ozono emitido por la maquinaria y la adrenalina excretada por los tensos soldados que pronto entablarían combate.
El joven pelirrojo se volvió al centro del puente y caminó hacia él con pasos largos. A pesar de que ostentaba el rango de capitán, Kircheis no llegaba a veintiun años de edad. Cuando vestía de paisano, no era nada más que un joven “atractivo , pelirrojo lary alto” como susurraban las oficiales femeninas de retarguardia.
De vez en cuando, le molestaba que su edad y su rango estuvieran tan desproporcionados el uno con el otro. El no podía aceptar sus circunstancias en la calmada y fría manera que lo hacía su oficial al mando.
El conde Reinhard von Lohengramm estaba recostado en su sillón de mando en ese momento que estaba inclinado ligeramente hacia atrás mientras miraba intensamente al mar de estrellas que inundaba la gran pantalla del puente de mando. Kircheis sintió una suave resistencia en el aire mientras se acercaba. Una barrera a prueba se sonido estaba alzada. Las conversaciones que tuvieran lugar en un radio a cinco metros de Reinhard serían inaudibles para cualquiera que estuviera fuera de la barrera.
“¿Mirando a las estrellas, excelencia” Le preguntó
Un momento después de oír la Voz de Kircheis, Reinhard movió su línea de visión y devolvió el sillón de mando a su posición original. A pesar de que todavía estaba sentado, su uniforme- funcional, negro con adornos plateados aquí y allí- dejaban clara la masculinidad de sus esbeltos y bien balanceados miembros. Reinhard era un joven atractivo. Uno podría incluso decir que su atractivo no tenía igual. Su cara redonda y ovalada estaba adornada por un múltiples mechones de cabello dorado ligeramente rizado, y sus labios y el puente de su nariz tenían un aire de elegancia que traían a la mente la sensación de estar contemplando una escultura tallada por las manos de algún antiguo maestro artesano
Pero lo que nunca podría ser reflejado en una escultura sin vida, serían sus ojos- de un azul glacial que brillaban con una luz semejante al filo de una espada intensamente pulida, o el resplandor de alguna estrella congelada en el cosmos. “Hermosos ojos llenos de ambición”- era un cotilleo muy habitual entre las damas de la corte. “Peligrosos ojos ambiciosos”, susurraban los hombres.
De cualquier manera, era cierto que esos ojos poseían algo más que la perfección pétrea de una escultura.
Mirando a su leal subordinado, Reinhard respondió “Si, me gustan las estrellas”. Entonces añadió “¿Te has vuelto a hacer mas alto?”
“Sigo midiendo lo mismo que hace dos meses, excelencia: 190 centímetros. No creo que vaya a crecer más”
“Ciertamente, siete centímetros más alto que yo es mucho”, respondió Reinhard. En el sonido de su voz había el tono de un estudiante extremadamente competitivo. Kircheis sonrió débilmente. Hasta hace seis años, no habían habido diferencias entre sus alturas. Pero cuando el estirón de Kircheis empezó a poner distancia entre la altura de él y la de Reinhard, el muchacho rubio se había frustrado verdaderamente. “¿Vas a dejar a tu amigo detrás y a crecer tu solo?- Se quejaba a veces. Este era el lado infantil de Reinhard, del que solo Kircheis -y solo otra persona más- sabía.
“Ya veo”, respondió Reinhard. “Entonces, ¿Qué te trae aquí?”
“Si, señor. Es la formación de batalla de la fuerza rebelde. De acuerdo a informes de tres de nuestras naves de vigilancia, se acercan a nuestras fuerzas desde tres direcciónes a velocidad uniforme. Podría usar la pantalla de su consola?”
El joven alto almirante asintió con la cabeza, y Kircheis movió sus manos ritmicamente sobre la consola. En la pantalla que ocupaba la mitad izquierda de la consola de mando de Reinhard, aparecieron cuatro flechas flotantes, posicionadas en las partes superior, inferior ,izquierda y derecha de la pantalla, y todas avanzaban hacia el centro. Solo la flecha de la parte inferior de la pantalla estaba coloreada de rojo. Las otras tres eran verdes.
“La cuarta flota del enemigo se encuentra justo frente a nosotros, estimamos que su fuerza es de 12,200 naves. Esta a 2200 segundos luz de nosotros. A nuestra velocidad actual, haremos en seis horas.”
Kircheis movió su dedo por la pantalla. En la parte derecha estaba la segunda flota de la alianza, con una fuerza de 15,200 naves; aproximandose desde una distancia de 2,400 segundos luz. En el lado derecho estaba la sexta flota cuya fuerza ascendía a 13200 naves, que avanzaba desde una distancia de 2050 segundos luz.
Con el desarrollo del sistema de campo antigravitatorio- junto con toda clase de dispositivos permeables al radar, las ondas electromagnéticas y los materiales que volvían al radar inútil a la hora de determinar posición y fuerza de las unidades enemigas, siglos atrás, los militares galácticos habían vuelto a confiar en métodos clásicos, como la vigilancia humana mediante el uso de naves de exploración o satélites de vigilancia. Tras calcular las diferencias de tiempo y factorizar la distancia, la información de inteligencia reunida de esta forma podía usarse para obtener la posición del enemigo. Añadiendo a esto, las estimaciones obtenidas referidas a las emisiones de calor y masa y una útil- aunque imperfecto- cálculo del tamaño de la fuerza enemiga podía ser obtenido.
“Así que en total 40,000 naves, ¿eh? Dos veces el tamaño de nuestra flota”
“Están tratando de envolvernos al venir por tres dirección diferentes”
“Y supongo que esos viejos generales seniles que estan de nuestro lado han palidecido, o quizás se han puesto rojos.” Reinhard permitió que una rencorosa sonrisa se dibujara en su cara. A pesar de que le acababan de decir que estaban siendo rodeados por una fuerza que les doblaba en tamaño, ni una pizca de pánico apareció en la expresión de Reinhard.
“Pálidos, sin duda”- Repondió Kircheis “Los cinco almirantes han venido aqui, apurados, para solicitar una reunión con su excelencia”
“¿Oh?¿Después de que cerraran sus bocazas diciendo que ni siquiera querían ver mi cara?”
“¿Te niegas a reunirte con ellos?”
“No. Los vere…Para iluminarles”
Los cinco hombres que aparecieron ante Reinhard eran el Almirante Merkatz, los vice-almirantes Staden y Fogel, y los contraalmirantes Fahrenheit y Erlach. Ellos eran los “viejos generales seniles” de quién Reinhard había hablado, aunque quizás el término fuera demasiado duro. Merkatz- el más viejo de ellos- no llegaba a 60, y el más joven – Fahrenheit- tenía solo 31. No es que ellos fueran demasiado viejos, sino que Reinhard y Kircheis eran demasiado jóvenes.
“Tiene nuestro agradecimiento, su excelencia”, dijo Merkatz, hablando por todos ellos “por permitirnos ofrecer nuestra opinión” Merkatz había entrado al servicio mucho antes de que Reinhard naciera, y tenía amplios conocimientos y experiencia tanto en combate como en la administración militar. Su altura, era media y su complexión de huesos gruesos y ojos somnolientos le daban la apariencia de un hombre de mediana edad nada destacable, pero su hoja de servicios y su reputación eran mucho mayores que los de Reinhard.
Tomando la iniciativa, Reinhard respondió con amabilidad “Entiendo lo que quieren decir, señores” Solo en apariencia, seguía la misma etiqueta que Merkatz había empleado “Desean traer a mi atención nuestra desventaja circunstancial”
“Lo hacemos, su excelencia”- Respondió el vicealmirante Staden, avanzando medio paso adelante. Staden tendría unos cuarenta, era delgado como un cuchillo y daba la impresion de ser un hombre con una mente muy afilada. Como soldado, era el tipo de “Oficial de personal” que sobresalía en teoría táctica y hacer discursos.
“El enemigo tiene el doble de naves que nosotros. Además están tratando de envolvernos por tres direcciones. Esto significa que en terminos de preparación para la batalla, ya estamos por detrás del enemigo”
Los ojos azules de Reinhard brillaron fríamente cuando miró directamente al vicealmirante. “En otras palabras, ¿ dice que perderemos?”
“No he dicho nada similar, excelencia. Pero es un hecho que estamos en desventaja en términos de preparación. Si mira a la pantalla, lo entenderá”
Siete pares de ojos se fijaron en la pantalla de la consola de Reinhard. Las posiciones de las dos fuerzas opuestas, como Kircheis le había mostrado a Reinhard, estaban allí indicadas. Desde el exterior del campo repelente de sonido, los soldados dirigían miradas profundamente curiosas a los oficiales de alto rango. Luego, ante la mirada del vicealmirante Staden, todos desviaron la vista apresuradamente. Después de detenerse para aclararse la garganta, el vicealmirante comenzó a hablar nuevamente.
“Hace muchos años, una flota que era el orgullo del imperio fue llevada a la más lamentable derrota por los rebeldes de la así llamada Alianza de planetas libres. Es la misma formación que usaron entonces”
“Habla de la aniquilación de Dagón ¿correcto?”
“Si. Fue una derrota ciertamente lamentable” Un profundo, pesado suspiro escapó de los labios del vicealmirante. “ La victoria en esa batalla pertenecía por derecho al verdadero gobernante de la humanidad- su alteza el Kaiser del imperio galáctico- y a sus leales sirvientes, los oficiales y soldados de nuestra fuerza militar. Pero ellos fueron atrapados sin previo aviso por el truco astuto de las fuerzas rebeldes y al final eso causó la muerte de un millón de nuestros mejores, más bravos y más brillantes, tuvieron muertes sin sentido. Si- en la próxima batalla- fuéramos a seguir los pasos de aquellos que nos precedieron, traeríamos gran pena a su alteza, así que- en mi limitado pensamiento, pero ¿no sería más sabio realizar una retirada honrosa ahora, antes de que apresurarnos impetuosamente y avanzar en pos de un logro?”
Estúpido pensamiento desde luego, charlatán peor que incompetente. Pensó Reinhard. Pero cuando abrió la boca, dijo “ Reconozco su elocuencia, señor. Sin embargo , no puedo aceptar su argumento. La retirada está fuera de la cuestión”
“Pero….¿Por qué?¿Podríamos escuchar su razonamiento?”
la mirada que surgió de los ojos de Staden parecían añadir …niñato incapaz de aprender, pero sin pensar en ello, Reinhard respondió. “Porque estamos en una posición de ventaja táctica arrolladora sobre nuestro enemigo”
“¿Qué quiere decir?” El temblor de las cejas de Staden era perceptible. Los almirantes miraron fijamente al joven comandante- Merkatz atónito, y Fogel y Erlach en un completo shock.
Solo Fahrenheit- el mas joven de los cinco- tenía una mirada de interés brillando en sus ojos de color aguamarina. Nacido en la baja aristocracia, Fahrenheit expresaba abiertamente que se había convertido en soldado para poder comer. Tenía una sólida reputación como un planificador de gran movilidad, capaz de ataques a gran velocidad, aunque se decía que le faltaba tenacidad a la hora de interceptar ataques.
“Parece que tiene una opinión que es dificil de entender para lerdos como nosotros. Estaríamos agradecidos si pudiera explicarse en mas detalle”
La voz del vicealmirante Staden chirrió en los oídos de Reinhard. Te arrancaré esa irritante lengua tuya el dia después de mañana, pensó Reinhard. Pero respondió igualmente a su petición: “Dije que tenemos la ventaja por dos razones. Primero, las fuerzas enemigas estan divididas en torno a estos tres vectores, mientras que nuestras fuerzas están concentradas. Mientras que el enemigo tiene la ventaja en términos numéricos, tenemos la ventaja sobre cualquiera de esas tres divisiones del enemigo.”
Los almirantes escucharon sin decir nada.
“En segundo lugar, cuando se trata de movernos de un campo de batalla al siguiente, nuestra fuerza- localizada en el centro- puede tomar una ruta más corta que cualquiera de ellas. Para que ellos se muevan sin luchar con nosotros, tendrían que tomar un gran rodeo. De esa manera, tiempo y distancia son nuestros aliados”
El silencio de los almirantes se prolongó.
“En otras palabras, superamos al enemigo en movilidad y concentración de potencia de fuego. Si estas no son condiciones para la victoria ¿como las llamarían?”
Reinhard terminó de hablar con un tono de voz agudo y cortante. Kircheis pensó por un momento que los cinco almirantes se habían congelado allí mismo. Reinhard había cambiado el pensamiento de esos viejos y más experimentados militares dentro de su cabeza.
Reinhard subyugó al sorprendido e inmovil Vicealmirante Staden con una mirada irónica, presionando su ventaja.
“No estamos en peligro de ser envueltos. Tenemos una buena oportunidad de destruir al enemigo en cada vector. Me dicen que no aprovechemos dicha oportunidad al máximo y que realizamos una retirada sin sentido, pero hacerlo no solo sería meramente pasivo, sino criminal. ¿Por qué? Porque nuestra mision es prestar batalla con las fuerzas reveldes y destruirlas. “Una retirada honorable” dijo usted. Pero ¿dónde está el honor si fracasamos en completar la misión que su majestad imperial nos ha encomendado?¿No se asemeja a eso la justificacion de un cobarde, señor?”
Ante la mención de su majestad imperial, una ola de tensión corrió a través de los cuerpos de cuatro de los almirantes, excluyendo Fahrenheit. Reinhard pensó que todo eso era absurdo.
“Como usted diga, Comandante” Comenzó Staden, tratando de suplicarle. “Pero aunque su excelencia pueda llamarlo “buena oportunidad”, usted es el único que lo cree así. Incluso desde el punto de vista de las meras tácticas del sentido común. Es imposible de aceptar. Por una estrategia que no ha sido previamente probada…”
Este no solo es incompetente, es un imbécil, concluyó Reinhard. Una operación sin precedentes no puede aparecer en los registros. Su registro comenzará con la inminente batalla ¿no? Hablando en voz alta le dijo, “Entonces señor, mañana verificará la prueba y el registro con sus propios ojos. ¿Es eso aceptable?”
“¿Está seguro del éxito?- Inquirió Staden.
“Lo estoy. Pero solo si siguen mi estratega por completo”
“¿Qué clase de estrategia? Pregunto Staden, sin hacer esfuerzos para ocultar sus sospechas.
Reinhard dirigió una mirada a Kircheis por un momento y entonces comenzó a explicar la operación. Dos minutos después, el interior del campo insonorizado estaba lleno con el sonido de los gritos de Staden.
“Eso suena bien sobre el papel, pero no hay forma de que funcione, Excelencia. Esta clase de…”
“¡Suficiente!No necesitamos mayor debate. Su majestad imperial me nombró comandante de esta operación. Su obediencia a mis ordenes debe ser interpretada como una prueba de su lealtad a su majestad ¿No es ese el deber de un soldado imperial? No lo olvide, soy su oficial al mando.
Hubo un momento de silencio.
“Toda autoridad sobre vuestras vidas recae en mis manos. Si deseais por vuestro propio acuerdo desafiar la voluntad de su majestad, muy bien. Simplemente usaré la autoridad que el Kaiser me ha conferido para retiraros del deber y castigaros severamente por insubordinación. ¿Están preparados para llegar a tales extremos?
Reinhard lanzó una mirada a los cinco hombres de pie frente a él. No respondieron.
II
Los cinco almirantes partieron. Ellos ni aceptaban ni consentían, pero encontraban dificil oponerse a la autoridad del Kaiser. Solo la expresión de Fahrenheit podría ser interpretada como favorable hacia el plan de Reinhard en la próxima batalla, pero las expresiones de los otros cuatro iban en diferentes grados diciendo : “¿Cómo se atreve ese mocoso a blandir la autoridad del Kaiser?”
Para Kircheis, se formaban circunstancias en las que era un poco difícil permanecer en silencio. Incluso sin todo eso, Reinhard ya tenía mala reputación como un joven advenedizo. Desde el punto de vista de esos comandantes veteranos, Reinhard no era nada más que un diminuto asteroide que no emitía ninguna luz propia, y que usaba la influencia de su hermana Annerose para conseguir su poder del Kaiser.
Sin embargo, no es como si esta fuera la primera campaña de Reinhard. En los cinco años que habían pasado desde su enlistamiento, el había emergido como victorioso de un gran número de batallas. Pero si alguien fuera a decir eso a los comandantes, ellos solo dirían algo como “estaba en una buena unidad” o “el enemigo era demasiado débil”
Y porque era dificil de decir que Reinhard fuera humilde y cortés en todos los asuntos, su antipatía hacia él solo se había hecho mayor, y ahora en las sombras el era ampliamente conocido como “ese insolente niñato rubio”
“¿Está seguro sobre esto?” Le preguntó el joven oficial pelirrojo a Reinhard con unos ojos azules en los que había una nota de inquietud.
“Déjame tranquilo”- Respondió calmadamente su oficial al mando. “¿Qué pueden hacer ellos? Son cobardes que no pueden siquiera hacer un comentario desagradable de forma individual- tienen que venir en grupo. No tienen el valor de desafiar la autoridad del Kaiser”.
“Pero el poco coraje que tengan podría reunirse en las sombras”.
Reinhard miro a su ayudante de campo y emitió una suave carcajada divertida. “Sigues siendo igual de aprensivo. Pero no hay nada de lo que preocuparse. Incluso si están llenos de preocupaciones ahora, la situación cambiara en un solo día. Y le mostraré a ese idiota de Staden una copia enmarcada de ese ‘registro’ que le gusta tanto”
Tras decir que había tenido suficiente de esa charla, Reinhard se levantó de la silla e invitó a Kircheis a ir a su cabina para tomarse un descanso. “ Bebamos una copa, Kircheis. Tengo algo de buen vino. Se supone que es un raro añejo del 410”
“Suena maravilloso”
“Bien, entonces vayamos. Y por cierto, Kircheis —“
“¿Si, excelencia?”
“Esa cosa de “excelencia”. No hay necesidad de ir llamándome eso cuando no hay nadie más con nosotros. Háblame como siempre”
“Entiendo lo que dice, pero—“
“Si lo entiendes, solo hazlo. Porque cuando la batalla acabe y volvamos a Odín, la gente te llamará ‘Excelencia” a ti también”
Kircheis no dijo nada.
“Serás promovido a comodoro. Espéralo con ganas”
Dejándo el puente al Capitán Reuschner, Reinhard marchó a su habitación privada. Siguiéndole tras él, Kircheis reflexionaba sobre lo que su oficial al mando le había estado diciendo.
Cuando la batalla acabe y volvamos, serás promovido a comodoro… Parecía que la derrota no estaba para nada en la mente de aquel joven almirante rubio. Para cualquiera salvo para Kircheis, esas palabras probablemente serían tomadas por una arrogancia inútil. Pero Kircheis sabía que Reinhard solo había estado hablando movido por el puro afecto a un querido amigo.
Un pensamiento se cruzó por la mente de Kircheis: ¿ya han pasado diez años desde que nos conocimos por primera vez? Al conocer a Reinhard y a su hermana Annerose, su destino había cambiado para siempre.
El padre de Siegfried Kircheis era un oficial menor que trabajaba en el ministerio de justicia, hostigado por un ajetreo diario de jefes, papeleos y ordenadores para ganar solamente 40,000 marcos imperiales al año. Era un hombre amable y ordinario cuyos únicos dos placeres eran criar alguna especie de orquídeas baldurianas en su estrecho jardín y beber cerveza negra después de cenar. Mientras que su pequeño hijo pelirrojo había conseguido de alguna forma aparecer en el borde inferior del cuadro de honor de la escuela, era bueno en los deportes y era el orgullo y alegría de sus padres.
Un día, un hombre y sus dos hijos se mudaron a la casa de al lado, que había estado prácticamente abandonada.
El joven Kircheis se había sorprendido cuando escucho que aquel hombre de mediana edad sin espíritu era un aristócrata, pero cuando vio a aquella pareja de hermanos de cabellos rubios, lo creyó. Son tan hermosos, había pensado entonces.
Al día siguiente conoció al hermano menor. El chico, llamado Reinhard era de la misma edad de Kircheis, nacido solo dos meses más tarde de acuerdo al calendario estándar de la era espacial. Cuando el niño pelirrojo le dijo su nombre, las bien formadas cejas del niño rubio se levantaron.
“¿Siegfried? Que nombre más vulgar”
Ante una respuesta tan inesperada el chico pelirrojo solo podía conmocionarse sin saber como responder. Pero Reinhard había continuado, añadiendo: “Pero Kircheis es un buen apellido. Muy poético. Así que he decidido que te llamaré por tu apellido”
Por otra parte, su hermana mayor Annerose había abreviado su nombre, llamándole “Sieg”. Las características de su cara guardaban una fuerte semejanza con los de su hermano pequeño, pero eran un paso mas delicados, y su sonrisa delicada era infinitamente gentil. Cuando Reinhard se lo presentó, la sonrisa de ella había sido como la luz del sol moteada que fluía a través de los árboles.
“Sieg, por favor, sé un buen amigo para mi hermano”
Desde ese día hasta entonces, Kircheis había obedecido esa petición con lealtad.
Mucho había pasado desde entonces. Un día, un lujoso coche que Kircheis nunca antes había visto paró junto a la casa de sus vecinos y un hombre de mediana edad que vestía con bellos ropajes salió de él.
Durante toda la noche la lagrimosa voz de un indomable Reinhard había arremetido incesantemente contra su padre.
“¡Has vendido a mi hermana!” Le gritó
A la mañana siguiente, cuando Kircheis se pasó por allí con el pretexto de pedirle a Reinhard que caminara a la escuela con él, Annerose le había dicho con una triste aunque amable sonrisa, “mi hermano no puede ir más a la escuela contigo. Sé que ha sido por poco tiempo, pero gracias por ser su amigo”
Entonces la hermosa joven le había besado en la frente y le había dado un torta de chocolate casera. Ese día el chico pelirrojo no había ido al colegio. En su lugar, había llevado la torta cuidadosamente a una reserva natural y con cuidado de no ser visto por ningún robot de patrulla, se había sentado en la sombra de algunas conniferas- Pinos marcianos, se llamaban, por razones que nadie sabía- y allí había permanecido durante largo tiempo mientras comía la torta. Mientras contemplaba separarse de Annerose y Reinhard, las lágrimas se acumularon en sus ojos y se las limpió con las manos, dejando a lo largo de su cara manchurrones de un marrón oscuro.
Al oscurecer, volvió a casa, preparándose para una regañina. Pero sus padres no le dijeron nada. Las luces de la casa de los vecinos estaban apagadas.
Un mes mas tarde, Reinhard vino de visita sin avisar, llevando el uniforme de la academia militar imperial para infantes. El muchacho rubio había hablado al conmocionado y emocionado Kircheis con el apesadumbrado tono de un adulto.
“Voy a ser un soldado” Le había dicho. “Es la manera más rápida de progresar. Y tengo que progresar en el mundo para poder liberar a Annerose. Kircheis, ven a la misma escuela que yo ¿de acuerdo? Solo hay patanes en la academia.
Sus padres no se opusieron a la idea. Quizás ellos habían estado esperando que su hijo fuera capaz de progresar en el mundo de esa forma, o quizás se hubieran dado cuenta que su hijo había sido seducido por aquella pareja de hermanos. De cualquier manera, Kircheis decidió entonces que tomaría el mismo camino que Reinhard.
La mayoría de los estudiantes de la academia eran hijos de aristócratas, y el resto eran hijos de oficiales eminentes. Estaba claro que Kircheis había sido admitido unidamente debido al fervoroso deseo de Reinhard y a la intervención de Annerose.
Las notas de Reinhard normalmente le ponían en lo alto de la clase y Kircheis también lo estaba. No solo por su propio bien, sino por el de Reinhard y Annerose, no podría permitir que sus notas bajaran. De vez en cuando los padres y hermanos mayores de los estudiantes venían de visita. Todos ellos aristócratas de alto estatus, pero Kircheis no sentía respeto por ellos. Podía oler el hedor de hombres que se habían vuelto arrogantes tras revolcarse en sus propios privilegios.
“Míralos, Kircheis” Le susurraba Reinhard. Cuando veía a esos nobles su voz de llenaba con un intenso odio y desprecio. “No han llegado a estar donde están hoy a través de ningún esfuerzo propio… sino que han heredado su autoridad y fortuna de sus padres por su sangre, y no están avergonzados por ello. El universo no existe para ser dominado por gente así”
“Reinhard…”Comenzaría Kircheis
“¡Es cierto, Kircheis! No hay ni una pizca de razón por la que debamos estar a favor de esos tipejos”
“Esa clase de conversación había tenido lugar entre ellos no pocas veces, pero en una ocasión, Reinhard dijo algo que le dio a su amigo pelirrojo el sobresalto de su vida.
Ellos justo habían hecho un saludo cortés- un saludo que era deber sagrado de todos los súbditos imperiales- ante una de las estatuas del Kaiser Rudolf que se elevaban con altivez sobre cada barrio de la capital. Nadie se atrevía a no actuar de otra manera, puesto que los ojos de las estatuas eran complejas cámaras de vídeo y el ministerio de interior siempre estaba vigilante por elementos peligrosos que pudieran burlarse de la autoridad imperial. Justo tras ese saludo Reinhard comenzó a hablar apasionadamente.
“Kircheis, ¿lo has pensado alguna vez? La dinastía Goldembaum no se remonta hasta el amanecer de la humanidad. Fue fundada por ese arrogante y despótico Rudolf. Y el hecho de que hubiera un fundador indica que antes de que si hiciera con el poder, no había familia imperial y que él no era nada más que un único ciudadano solitario. Al comienzo, Rudolf era un advenedizo ambicioso y nada más. Pero con el tiempo terminó por reclamar titulos tales como los de “sagrado Kaiser inviolable’ “
¿Qué esta intentando decirme? Se preguntaba Kircheis mientras su corazón empezaba a latir más deprisa.
“¿Crees que lo que fue posible para Rudolf, es imposible para mi?” Le preguntó Reinhard
Entonces, con pensamientos que le arrebataron el aliento, Kircheis le devolvió la mirada a los Ojos azules de Reinhard, que se asemejaban a joyas. Era invierno, justo antes de que entraran en el servicio militar.
III
…desde el siglo XX y a través de las tribulaciones del siglo XXI, uno puede encontrar muchos ejemplos de ese rampante desarrollo tecnológico que amenazó con robarle a la humanidad su identidad. En particular la capacidad de replicar seres humanos a través de la clonación- fruto de la ingeniería genética- fue una vez erróneamente creído como una garantía de vida eterna pese al hecho de que solo se habían demostrado sus posibilidades teóricamente. Cuando la clonacion se unió a idead como el darwinismo social, terribles ideologías que otorgaban un escaso valor a la vida humana bulleron por la superficie del planeta conocido como Tierra. La opinión de que aquellos que portaban genes inferiores no estaban cualificados para tener descendencia, y de que las razas inferiores debían ser purgadas para la mejora cualitativa de la raza humana comenzó a tener una influencia creciente. Era el primer brote de las afirmaciones que Rudolf von Goldenbaum haría en tiempos posteriores…
El trozo de texto que aparecía en la diminuta pantalla de la consola de pronto se hizo más tenue y se desvaneció. Más rápido de lo que uno pudiera pulsar el botón de control, otro texto apareció:
“Commodoro Yang, el comandante le llama. Por favor, repórtese al puente de mando tan rápido como le sea posible”
Con su lectura interrumpida, el comodoro Yang Wen-li agarró la boina de su uniforme y pasó una mano a través de su rebelde cabello negro. Era un oficial subalterno de la segunda flota de la alianza de planetas libres, ocupando un asiento en una esquina del puente de la nave insignia; el Patroklos. Ya que había estado disfrutando de una lectura privada en una consola originalmente intencionada como un ordenador táctico, no tenía sentido sentirse molesto.
La notación del nombre de Yang era “E”. Era una tradicion que venía de los días de la federación. La gente cuyos apellidos se escribian antes del nombre , eran “E”, que significaba “del este”, mientras que aquellos cuyos nombres venían antes que sus apellidos eran llamados “O” , que significaba “del oeste”.
Por supuesto en esa dia y era, despues de que las razas se hubieran mezclado tanto como lo habían hecho, el nombre de una persona era un vago indicador de su ascendencia directa.
El joven de 29 años, con su cabello negro, ojos negros, altura y complexión media, daba más la impresion de un estudioso despreocupado que la de un soldado. Al menos esa era la impresion que uno podría describir si le presionaran al respecto. La mayoría de las personas que le miraban, veían poco más que un hombre tranquilo. La mayoría de la gente era incapaz de creer su rango cuando lo oían
“Comodoro Yang, reportandose como ordenó, señor”
El comandante de la flota, el vicealmirante Paetta giro sus ojos poco amistosos sobre el joven oficial que estaba saludandole. Era un hombre de mediana edad, cuyas caracteristicas severas hacían imposible imaginarle en otra clase de trabajo que no fuera la vida militar”
Observando a Yang de nuevo, simplemente dijo “he estado ojeando el plan táctico que envió” , aunque lo que quería decir era ¿Como demonios en el mundo puede un niño afeminado como este estar simplemente dos rangos por debajo de mi?
“Es una idea muy interesante”- continuó “pero muy cauta. Y me pregunto si no es quizás demasiado pasiva”
“No me diga”- respondio Yang. Lo dijo en un tono de voz muy calmado, pero con un poco de reflexión podría haber parecido una cosa muy desconsiderada que decirle a un oficial al mando. Aunque el Vicealmirante Paeta no se había dado cuenta.
“Como ustéd mismo ha anotado” continuo “sería muy difícil perder con esta estrategia. Pero no hay sentido si simplemente no perdemos. Debemos ganar. Nos acercamos al enemigo desde tres direcciones y ademas de eso duplicamos sus numeros. Todas las condiciones se han alineado para una gran victoria, así que ¿por qué se concentra en maneras de evitar la derrota?”
“Bueno, si, pero no es como si ellos ya estuvieran rodeados”
Esta vez Paeta se dio cuenta. Sus cejas se levantaron a la vez, en signo de irritacion, haciendo que se formara un espléndido pliegue vertical en mitad de su frente.
Yang estaba tan relajado como siempre.
Nueve años antes, al graduarse de la Academia de oficiales de la fuerza de defensa nacional, Yang había sido un nada destacable alferez de nuevo cuño. Se había graduado en el puesto 1909 de una clase de 4840. Pero ahora ciertamente no podría ser llamado como un comodoro no destacable. El era uno de los dieciseis oficiales de toda la alianza que habían alcanzado el almirantazgo antes de los treinta.
Era imposible que el vicealmirante Paeta no estuviera al corriente de la hoja de servicios del joven comodoro. En nueve años, Yang había participado en mas de un centenar de operaciones de combate. Y a pesar de que no había estado a menudo en batallas a larga escala que involucraran a miles de naves como esta, no había sido tampoco un niño jugando con petardos. Por encima de todo eso, había sido el brillante héroe de la evacuación de El Fácil. Pese a su juventud era el héroe de una batalla histórica, y aun así el vicealmirante Paeta no tenía para nada esa impresión de el. Aún así, cuando los salarios de los oficiales eran calculados por los servicios de retarguardia en los cuarteles generales, era claro que estaba siendo bien pagado de acorde a su registro.
“En cualquier caso este plan táctico es rechazado”
Paeta le devolvió los papeles a Yang y añadió innecesariamente “Déjeme añadir que no es nada personal”
IV
El padre de Yan Wen-li, Yang Tai-ling, era conocido como un hombre de gran capacidad entre los muchos comerciantes y mercaderes de la alianza de planetas libres. Debajo de su sonrisilla inofensiva, los engranajes de una mente afilada para los negocios giraban, y desde el día en que se había establecido como dueño de una pequeña nave comercial, su fortuna había crecido constantemente.
«Es porque adoro mi dinero», decía a los amigos que le preguntaban el secreto de su éxito. “Sale al mundo y hace su fortuna, y luego regresa a casa como un niño fiel. Las monedas de bronce se convierten en plata. Las de plata se convierten en oro. ¡Todo depende de su educación!
Como él mismo parecía pensar que se trataba de una broma ingeniosa,aprovechaba para contarla cada vez que tenía la oportunidad, y finalmente adquirió el apodo de «experto en crianza financiera». Sería difícil afirmar que este título siempre se habló con intencionado afecto, pero el mismo Yang Tai-Long parecía bastante contento con él.
Además, Yang Tai-Long era un coleccionista de arte antiguo. Su residencia estaba a rebosar de pinturas, esculturas y cerámicas de los días anteriores a la era estelar. Cuando no ocupaba una oficina y comandaba una flota de naves comerciales interestelares, el siempre estaba ocupado en casa admirando y abrillantando sus antiguedades.
Después de que su hobby hubiera metastatizado, hubieron rumores de que incluso había escogido una antigüedad como esposa. Tras divorciarse de su primera mujer- que había tenido una inclinacion por derrochar dinero- se había casado con otra mujer de considerable belleza, que era la viuda de un soldado. Entonces fue cuando nacio su hijo Yang.
Yang Tai-long estaba en su estudio, en casa cuando recibió la noticia de que era un chico. Sus manos pararon un momento de abrillantar un vaso antiguo y murmuró: “Huh, entonces cuando ya no esté aquí, todas estas obras de arte serán suyas”
Y sus manos continuaron con la labor de limpieza.
Cuando Yang Wen-li tenia cinco años, su madre murió. La causa era una enfermedad cardíaca aguda, y desde que ella siempre había sido muy sana hasta ese punto, su muerte súbita comprensiblemente vino como un shock para Yang Tai-long. Dejó caer un adorno de león de bronce al suelo, pero inesperadamente lo levantó y encolerizó a toda la familia de su esposa al pronunciar estas palabras:
“Gracias a dios que no estaba limpiando nada que pudiera romperse…”
Yang Tai-long había perdido dos esposas – una por divorcio y otra por fallecimiento- y no tenía deseos de casarse otra vez. Asignó una doncella para que cuidara de su hijo, pero cuando la doncella estaba de descenso o cuando el chico era dificil de manejar, Yang Tai-long le sentaría junto a él y se pondrían a limpiar una pieza de porcelana juntos.
Cuando los parientes de su difunta esposa venían de visita y encontraban a padre e hijo abrillantando porcelana juntos, se horrorizaban y al final surgió la afirmación de que el niño debería ser salvado de vivir con un padre tan irresponsable. Cuando arrinconaron al padre y le preguntaron que era más importante para él-Su hijo o sus antigüedades- el había respondido:
“Bueno, el arte requirió un gran desembolso de calidad, sabe…”
Pero por la otra parte, conseguí a mi hijo gratis. Esa era la implicación.
La familia entera, enfurecida por estas palabras, se estaba preparando para llevar el asunto de la custodia del niño a los tribunales, pero Yang Tai adivinó lo que estaban haciendo, y se llevó al niño con él, y tras abordar una nave comercial interestelar desaparecieron de Heinessen. La familia, tras darse cuenta de lo absurdo que sería alegar ante un tribunal que un padre había secuestrado a su propio hijo, se encogió de hombros y no hizo nada más alla de rastrear donde había ido la nave. “Oh…bueno” dijeron- “El hecho de que se haya llevado al niño con él debe significar que al menos tiene un corazón que le late en el pecho”
De esa forma, Yang Wen-li pasó la mayor parte de sus primeros dieciséis años de vida dentro de las entrañas de una nave estelar. Al principio, el joven Yang enfermaba y tenía fiebres cada vez que experimentaba un salto warp, pero con el tiempo se fue acostumbrando y fue capaz de aceptar con serenidad sus circunstancias. Una vez que satisfizo su interés en la ingeniería, volvió su atención a otra dirección: la Historia.
El chico veía vídeos, leía copias electrónicas de libros antiguos y le encantaba escuchar acerca de las reminiscencias del pasado, pero en particular tenia un profundo interés en el más perverso usurpador de toda la historia: Rudolf.
Como Yang Wen-li estaba en la Alianza de planetas libres, Naturalmente Rudolf era convertido en la mismísima encarnación del mal. Pero al escuchar lo que la gente decía sobre él, el chico había empezado a tener dudas. Si Rudolf hubiera realmente sido un villato asi, se preguntó, entonces ¿por que la gente le había apoyado y le había dado poder?
“Porque era deshonesto hasta el tuétano” Engañó a la gente.
“¿Por qué la gente fue engañada?”
“Porque Rudolf era un mal hombre, ¿ves?”
Estas respuestas no satisfacían al muchacho para nada, pero la vision de su padre era diferente a la de otros con los que hablaba. El respondía a las preguntas de su hijo de esta manera:
“Porque la gente quería el camino sencillo, lo más fácil”
“¿Lo fácil?”
“Exactamente. No querían arreglar sus problemas con su propio esfuerzo. Esperaban a que apareciera de algun un santo o un superhombre para que cargase con todos sus problemas. Y esa es aquello de lo que Rudolf se aprovechó. Escucha. Quiero que recuerdes esto: Son aquellos que empoderan a un dictador aquellos que tienen la mayor parte de la culpa. Pero aquellos que no le apoyaron directamente- que simplemente lo ven todo pasar sin decir nada- tambien son igualmente culpables. Pero escucha, ¿No te parece que deberías cambiar tus intereses a una clase de cosa más ….rentable?”
“¿Mas rentable?”
“Si, como el dinero o el arte. Arte para el alma, dinero para los bolsillos”
A pesar de comentarios tales como esos, Yang tai-long nunca trató de imponer su negocio o sus hobbies a su hijo, así que este se vio cada vez mas absorbido por la historia.
Unos pocos días antes del decimosexto cumpleaños de su hijo, Yang tai-long murió como resultado de un accidente en el reactor de fusión nuclear de su nave. Yang wen-li había decidido tomar el examen de acceso para el departamento de historia de la universidad memorial de Heinessen, tras haber recibido la aprobación de su padre.
“¿Y por qué no?” Le había dicho “no es como si nadie hubiera hecho dinero con la historia”
Con esas palabras el padre le había dado al hijo su bendición para que caminase por el camino que amaba.
“Pero nunca desprecies al dinero. Si lo tienes, puedes apañártelas sin tener que agachar tu cabeza ante gente que no te gusta, y no tienes que comprometer tus principios solo para salir adelante en la vida. Pero como los políticos, es mejor si lo manejamos bien y no hacemos únicamente lo que nos parezca con él”
Al final de su vida de 48 años, Yang Tai-Long le había dejado a su hijo su empresa y su gran coleccion de obras de arte.
Tras lidiar con el funeral, estuvo muy ocupado con asuntos mundanos como herencias e impuestos. Y entonces descubrió una verdad terrible: las obras que su padre había estado coleccionando tan apasionadamente antes de su muerte, eran casi sin ninguna excepcion ; falsificaciones.
De los vasos etruscos a los retratos de estilo rococó a los caballos de bronce de la dinastía Han, todo valía menos que un simple dinar, como le dijo el tasador público del gobierno mediante un subordinado inexpresivo.
Y eso no era todo. Antes de su muerte, su padre había hipotecado la propiedad de la compañía para cubrir sus deudas. Al final , Yang estaba solo y desamparado con nada mas que una montaña de basura.
Pero como había hecho cuando era un niño, Yang aceptó la situación con una sonrisa irónica, mezclada con un suspiro. Pensaba que era bastante extraño que a su padre embaucador le faltara un ojo para el valor solo cuando se trataba de sus amadas obras de arte.
Si, solo si, hubiera estado recolectando falsificaciones a sabiendas, Yang sintió que eso habría sido típico de su padre. En cuanto a la compañía, Yang nunca había tenido el deseo de hacerse cargo del negocio , por lo que no le importaba demasiado perderla.
En cualquier caso, había un problema incluso mayor. No le quedaba a la mano suficiente dinero para permitirse el coste de ir a la universidad de élite a la que se suponía que iba a ir pronto. Debido al estado crónico de guerra con el imperio galactico, Las asignaciones militares enormemente costosas estaban presionando el presupuesto nacional, y los fondos para la educación en humanidades, que no tenían aplicaciones militares directas, seguían reduciéndose. Era difícil obtener una beca. Parecía que no hubiera ninguna institución donde uno pudiera estudiar historia gratis….y aun así la había. Y esa era la Academia de oficiales de la fuerza de defensa nacional y su departamento de historia militar.
Justo antes de la fecha límite, Yang envió su formulario de registro y pese a que los resultados de su examen de entrada no le colocaban precisamente a la cabeza de la clase, de alguna manera había aprobado.
V
De esta manera, Yang Wen-li ingresó a la escuela de oficiales por completo de forma muy oportuna. A pesar de que tanto para el patriotismo como para el militarismo beligerante para él le resultaban extraños , su rumbo había sido establecido. Tiró casi toda la montaña de basura que había heredado de su padre -aunque guardó algunas cosas- y se mudó al dormitorio de la escuela de oficiales, literalmente, con las manos vacías.
Siendo sus motivos lo que eran, no había forma de que Yang fuera un estudiante de alto nivel. Estudió diligentemente su historia militar, y toda la amplia gama de historia no militar que componían los antecedentes, pero escatimó lo más posible en los otros temas
Particularmente en las áreas de entrenamiento con armas, clases de vuelo e ingeniería mecánica, los temas aburridos, estaba perfectamente feliz de obtener calificaciones que bastaban para salvarle del mero fracaso. Sin embargo, si fallaba, existía el peligro de ser expulsado, e incluso si no fuera expulsado, las pruebas de recuperación tomarían un tiempo precioso. El punto es que mientras no suspendiera, estaba bien. Su objetivo no era ser el director los cuarteles generales de la armada espacial , el secretario de la armada espacial o el jefe de personal. Quería ser investigador en la Oficina de recopilación de Historia Militar. Prácticamente no tenía ningún interés en avanzar como soldado.
Sus notas en historia militar eran sobresalientes y combinadas con sus mediocres notas en las asignaturas practicas, producían un total que era la misma imagen de “normal”. Sin embargo, las notas de Yang en Simulaciones tácticas y estratégicas no eran malas para nada. Las notas en esta clase eran determinadas al enfrentar a los estudiantes en simulaciones virtuales. Los instructores se sorprendieron un día cuando el primer estudiante de la clase, un chico llamado Wideborn, que era conocido como el estudiante más brillante que se había conocido en la ultima década de la academia….había sido derrotado por Yang wen-li.
Yang concentró sus fuerzas en un punto, cortó las lineas de suministro de su oponente y optó por una postura puramente defensiva. Wideborn, usando una gran variedad de tácticas penetró bastante dentro de las líneas de Yang, pero cuando se quedó sin suministros no le quedó más opción que retirarse. Tanto el juicio del ordenador como la puntuación del instructor le dieron la victoria a Yang.
Wideborn, cuyo orgullo había sido herido; estaba furioso. “Habría ganado si hubiera jugado limpio y me hubiera atacado de frente. Quiero decir, todo lo que hizo fue moverse adelante y atrás para escaparse ¿no?”
Yang no discutió. Para él, la clase compensaba sus bajas notas en ingeniería mecánica, y con eso estaba completamente satisfecho.
Pero esa satisfacción, sin embargo, iba a durar poco tiempo.
Al final de su segundo año, Yang fue convocado por un instructor y fue ordenado cambiar especializacion a estrategia militar.
“No solo eres tú” le había dicho el instructor para tratar de consolarle “ lo estan haciendo con todo el departamento de historia militar, así que cada estudiante asignado allí debe cambiar de especialización. Venciste a ese Wideborn en las simulaciones. Eso es un logro. Deberías cambiar de departamento de todas formas, para poder aprovechar tu talento”
“Vine a esta escuela porque quería estudiar historia militar” objetó Yang “no creo que sea justo reclutar estudiantes y desmantelar su departamento antes de que se gradúen”
“Cadete Yang, puede no estar todavía en servicio activo, pero desde el momento en que entró en esta institución , se convirtió en un soldado. Así es como se trata a los suboficiales. Y como soldado, debe seguir sus ordenes”
Yang no dijo nada
“Pero escucha, no hay forma en que esto sea un mal trato para ti. Estrategia militar es un departamento lleno de estudiantes de alto nivel. Estudiantes que intentan entrar, pero no irse después a otro departamento. Es la realidad aquí, de hecho, es muy raro que alguien sea trasladado allí”
“Estoy honrado, señor….pero ¿le parezco un estudiante de alto nivel?”
“Cuidado con ese sarcasmo. De todas formas, si no te gusta tienes el derecho de marcharte, claro. Pero si hicieras eso, tendrías que devolver todos los gastos que se han acumulado hasta ahora, matriculas, y cuotas escolares. Solo los soldados estudian gratis.”
Yang estaba estupefacto. No podía evitar recordar las palabras de su difunto padre acerca del dinero. Verdaderamente, con gente siendo así, no se podía ser libre en esta vida.
A la edad de 20, Yang se graduó en el departamento de estrategia militar con notas mediocres y recibió su comisión como Alferez. Un año mas tarde sería promovido a subteniente, pero eso era normal para los graduados de la academia de oficiales, no quería decir que su hoja de servicios fuera particularmente destacable. Habia sido asignado a una oficina de los cuarteles gnerales de operaciones conjuntas, conocida como oficina de registros y estadísticas. Nadie se distinguía en combate allí. Pero para Yang era muy agradable tener un trabajo que implicara estar rodeado de viejos registros.
Sin embargo y de forma simultanea con su promoción a subteniente, Yang recibió ordenes para cumplir con su deber en primera linea. Partió a su nuevo puesto como oficial en las fuerzas estacionadas en el territorio de El facil.
“Cuando una cosa se vuelve loca, todo se vuelve loco”- se quejo el joven teniente.
Pese a que nunca había buscado activamente convertirse en soldado, allí estaba el, llevando una boina negra con una estrella de cinco puntas de color blanco , una bufanda de color blanco marfil plegada dentro de su cazadora negra: un uniforme militar extremadamente funcional.
Ese año, el 788 de la era estelar, La batalla de El facil aceleró enormemente el rumbo de la vida del subteniente Yang wen li. El telón se alzó en esa batalla con una escena de traicionera desgracia para la marina espacial de la Alianza. Para la batalla, ambos bandos habían despachado en las cercanías un millar de naves, y tras tomar un 20% de bajas, se habían retirado temporalmente. Yang no hizo nada durante la lucha, todo lo que hizo fue sentarse en su silla estática del puente de la nave insignia y observar como transcurría la batalla. Ni siquiera le preguntaron su opinión.
Sin embargo, mientras las naves de la alianza volvían a la base, fueron atacadas por la retarguardia. La flota imperial, mientras pretendía regresar a su base, había llevado a cabo un rápido cambio de rumbo para cargar contra la flota de la alianza, que había relajado y guardia y les había estado mostrado su flanco.
Brillantes lanzas de energía rasgaban la negrura del espacio y novas en miniatura resplandecían y se desvanecían en un instante. La energía desencadenada por la destruccion de varias naves se convirtio en un remolino, empujando a varias naves de acá para alla. El contraalmirante Lynch, comandante de la flota de la alianza- debió estar en estado de pánico. Sin tratar calmar la confusión de sus aliados, su nave insignia voló de vuelta a El Facil a toda velocidad.
Tras conocer que su comandante había huido, la flota aliada perdió su voluntad de lucha, y las naves que habían estado librando batallas aisladas con los enemigos a su alcance comenzaron a despegarse y salir corriendo del campo de batalla, una tras otra.
Algunos de ellos eligieron rutas de retirada independientes y huyeron totalmente del sistema El Facil, mientras que otros siguieron a su nave insignia y escaparon a El facil. Las naves que tardaron en retirarse enfrentaron uno de dos destinos: aniquilacion o rendicion. Casi todos escogieron lo segundo.
Aquellas fuerzas supervivientes que habían huído a El Facil, todavía se contaban por 200 naves y 50000 soldados, pero la flota imperial se adquirió refuerzos , construyendo una fuerza que sumaba hasta tres veces ese numero, planeando saltar ante la oportunidad de liberar ese territorio de las garras de las fuerzas rebeldes de un solo barrido. La población civil del planeta, de tres millones, estaba acobardada en medio de esa tensa situacion. Ya era demasiado tarde para parar la caída de El Facil.
Los civiles fueron a negociar con los militares buscando la creación e implementación de un plan de evacuación planetaria. El oficial al cargo que apareció ante ellos fue el subteniente Yang Wen-li. El era demasiado joven y su rango era demasiado bajo. ¿Les tomaban los militares en serio? Los civiles tenían sus dudas, pero Yang hizo un buen trabajo con todo lo que se suponía que debía hacer, pese a que seguía rascándose la cabeza de una forma que inspiraba de todo menos confianza. Entre el caos de la inminente invasión imperial adquirió naves civiles y militares y realizó los preparativos para la evacuación. Incluso si Yang no hubiera estado allí, cualquier oficial competente podría haber hecho esto. Aparentemente Yang calmo a los ansiosos civiles mientras esperaba la ocasión de partir.
Al día siguiente llegó un mensaje urgente que sorprendió a todos. El contraalmirante Lynch estaba huyendo de El Facil con sus subordinados directos y los suministros militares. Había abandonado a subordinados y civiles en el camino.
En ese momento Yang dio instrucciones de evacuar a los aterrador civiles, en direccion opuesta al rumbo de Lynch.
“No hay necesidad de preocuparse” les dijo “ el contraalmirante esta desviando la atencion de la flota de nosotros. Podemos huir si únicamente usamos el viento solar de forma relajada y evitamos el uso del radar y cosas así”
Con esa decisión distraída, el joven subteniente convirtio a su comandante de flota en una distracción. Y su predicción fue acertada. El contraalmirante y los otros fueron detectados por la flota imperial, que había estado afilando sus garras en anticipacion de una jugada como esa. Tras estas corriendo de acá para allá como animales cazados, las naves de la alianza alzaron una bandera blanca y fueron hechas cautivas.
Mientras tanto el convoy de naves liderado por Yang dejó el sistema El Facil y fueron en línea recta para un territorio de retaguardia. Fueron detectados por el Imperio, pero gracias a la nocion preconcebida de que unas naves de evacuación estarían equipadas con sistemas de antidetection que aparecerían en el radar, las naves fueron consideradas como un largo hervidero de meteoritos y asteroides, y no objetos hechos por el hombre; por lo tanto se escaparon justo en las narices del enemigo.
Más tarde cuando los oficiales de la flota imperial supieron de esto, las copas de vino que habían sido alzadas para bridar por su victoria se estrellaron contra el suelo. Yang llegó al nuevo territorio con tres millones de civiles y los aplausos de bienvenida le esperaban.
Como una lluvia de meteoris, las palabras de alabanza a la compostura y atrevimiento de Yang llovieron desde los altos jefes de los militares. No tenían eleccion. Después de todo la Flota de la Alianza había perdido esa batalla , huido del enemigo y abandonado a los mismos civicles que se supone debían proteger. Para borrar tal desgracia y deshonor, los líderes de la alianza necesitaban un heroe. Así comenzaron las proclamas: Yang Wen-li: “¡Modelo para los hombres luchadores de la Alianza!” ,”¡ Un guerrero que brilla con la luz de la justicia y la humanidad”!. “¡Que todos los soldados de la alianza alaben a este joven heroe!”
El 12 de junio de ese año, a las 9 (hora estandar) Yang fue ascendido a Teniente. Más tarde en el mismo día, a la 13, fue convertido en teniente comandante. Las normas militares decían que dobles promociones no eran permitidas para oficiales vivos, pero este tratamiento inusual fue arreglado por los aquellos en los escalones más altos de la jerarquia.
Yang mismo no estaba tan emocionado con ello que la gente que le rodeaba. Encogiendo sus hombros, solo murmuraba. “¿Qué en el mundo es todo esto? Y eso era todo. Lo unico que le hacía feliz sobre todo ello era la subida de salario que acompañaba a los ascensos, lo que significaba que podía llenar su biblioteca con todos los libros de historia que había querido siempre.
Sin embargo, esta fue la vez en la que Yang sintió por primera vez un interés real en la estrategia militar. Basicamente la naturaleza fundamental del combate no ha cambiado en lo mas minimo en los ultimos tres o cuatro mil años, pensó yang, comparando sus experiencias con su conocimiento de historia militar. Antes de ir al campo de batalla lo que cuenta es el aprovisionamiento. Y una vez allí, es la calidad de los comandantes. La victoria o la derrota depende de estas dos cosas.
Habían muchos proverbios antiguos que enfatizaban la importancia de los comandantes “un general audaz no tiene soldados cobardes” por ejemplo, o “cien ovejas lideradas por un león triunfaran sobre un centenar de leones liderados por una oveja”
El joven teniente comandante de 21 años sabía mejor que nadie la razón de su éxito. Era porque los militares imperiales – y de la alianza también- tenían fe ciega en la tecnología y los instrumentos, y el resultado de ello eran nociones preconcebidas como “si aparece en el radar no debe ser una nave enemiga”
Nada era más peligroso que la sabiduria osificada. Y cuando pensaba sobre ello, ¿ No era tambien la razón por la que había sido capaz de vencer a Wideborn en el simulador entonces? Había sido capaz de sorprender a un oponente que se había aferrado a la idea de un asalto frontal decisivo.
Conocer la psicología de su enemigo. Era el punto mas importante de la estrategia militar. Y después de ese, el reaprovisionamiento en el campo de batalla es absolutamente esencial para hacer buen uso de tus recursos. Llevado a extremos no necesitas ni atacar la fuerza enemiga para nada- era suficiente cortar sus lineas de suministro. Si el enemigo no podría luchar, no tendrían más opción que retirarse.
El padre de Yang había enfatizado el valor del dinero en cada aspecto de su vida. SI tratabas a todos los militares como un solo individuo, el dinero estaría en la linea de suministros. Cuando pensaba acerca de ello de esa forma, las palabras de su padre resultaban ser muy valiosas después de todo.
Tras esto, casi cada vez que Yang participaba en operaciones de combate, conseguiría un logro inesperado de alguna clase. Y con esos logros vinieron las promociones a commandante, después capitán y a la edad de veintinueve. Comodoro. Wideborn, su viejo compañero de clase era contraalmirante , pero porque como un capitán se había aferrado a su estrategia ortodoxa, realizado un ataque frontal y así…. Recibido una promoción doble especia de forma póstuma.
Y ahora Yang Wen-Li estaba en la region estelar Astarte. De pronto un alboroto estalló en el puente. Y no uno agradable. Había sido causado por un mensaje recibido por una nave de vigilancia.
“La flota imperial no esta en el área predicha. Estan acelerando rápido e interceptaran a la cuarta flota.”
“¿Qué?” Grito Paetta. Su voz era estridente y teñida de histeria. “¡Es una locura… No lo harían!”
Yang se acercó a su consola y recogió el documento que yacía allí casi avergonzado. Un documento de papel. Cuatro mil años desde su invencion por los antiguos chinos , pero a la humanidad todavía no se le había ocurrido un mejor soporte sobre el que escribir. El documento era el plan operacional que había enviado antes. Hojeó entre las páginas. Lineas de texto escritas en las letras impersonales de su procesador de texto saltaron a el.
…Si el enemigo desea tomar acción agresiva, podrían ver estar circunstancias no como una amenaza de acción envolvente, sino como una oportunidad única de atacar nuestras fuerzas divididas y destruirlas de forma individual. Si esto pasara, el enemigo iniciaría la ofensiva contra la cuarta flota, que está posicionada directamente frente a ellos. Numéricamente es la más pequeña y por tanto la más fácil de atacar y derrotar. Además tras derrotar la cuarta flota, el enemigo podría atacar a su discrección a la segunda o sexta flota. Una forma de resistir a esta estrategia sería: Tras encontrarles y entablar combate, la cuarta flota debería devolver una tibia resistencia por un tiempo y comenzar una lenta retirada. Mientras el enemigo les persigue, la segunda y sexta flota les atacan por detrás. Cuando el enemigo trate de virar, la segunda y sexta flotas devuelven una ligera resistenia mientras se retiran y esta vez la cuarta flota ataca por detrás. Repetir hasta la extenuación del enemigo. Entonces rodear y destruir. Esta estrategia tiene una alta probabilidad de éxito, pero prestar gran atencion a la concentracion de fuerzas, comunicacion y flexibilidad en avance y retirada puesto que son aspectos esenciales.
Yang cerró el fichero y echó un vistazo al gran monitor. Cientos de millones de estrellas le devolvían la mirada, fríamente.
El joven comodoro casi había empezado a silbar, pero se paró y empezó a trabajar ocupadamente en su consola.
Capítulo 2: La batalla de Astarte
I
El vicealmirante Pastolle, comandante de la cuarta flota de la alianza se desconcertó cuando escuchó el informe: “ Naves de guerra imperiales acercándose rápidamente”
La totalidad de la pantalla principal del puente de mando de la nave insignia de la flota, el Leónidas estaba cubierto de puntos de luz a medida que se formaban, su luminosidad aumentaba por momentos a medida que aumentaban cada vez más. Era una vista amenazadora- los corazones de todos los que la veían se aceleraron y sus bocas se quedaron sin saliva.
El vicealmirante se sentó recto en su silla de mando. “Qué pasa aquí?! Gruñó en voz baja “¿Que creen los imperiales que están haciendo?¿Por qué ellos…?”
Algunos de los presentes , aunque eran unos pocos, pensaban que eran unas preguntas ridículas. La fuerza imperial pretendía traer su poder al completo y ejercerlo sobre la cuarta flota. Eso mismo debería hacer sido obvio. Pero el liderazgo de la alianza nunca hubiera imaginado un ataque tan atrevido ejecutado por un enemigo acorralado que estaba a punto de ser acorralado por tres lados.
Atrapados en una formación cerrada y enfrentados a un enemigo más numeroso, la fuerza imperial se rendiría a sus instintos defensivos (o así habían razonado) contrayendo sus líneas de batalla y concentrando su fuerza en una formación compacta. Contra esto las fuerzas de la alianza podrían llegar desde tres lados a una velocidad uniforme, rodeándolos como una red finamente hilada, para concentrar su fuego y lentamente – pero con toda seguridad- destrozar su capacidad de ofrecer cualquier clase de resistencia.
Así era como se había desarrollado la aniquilación de Dagon, 156 años atrás. Aún hoy día se cantaban alabanzas a los dos grandes generales que entonces habían emergido victoriosos. Este enemigo, sin embargo no había actuado para nada de acuerdo a los cálculos de la alianza.
“¿Que demonios es esto?¿Ha estudiado acaso su comandante tácticas?¿Por qué lucharía así en una batalla?”
Necias palabras seguían emanando de la boca del vicealmirante. Se levanto de su silla de mando y se limpio el sudor de las cejas con el dorso de la mano. Se mantenía en todo momento una temperatura constante de 16.5 grados en toda la nave, no debería haber empezado a sudar.
“Comandante ¿que hacemos?”
La voz del oficial del puente que le llamaba era chillona y carecía de compostura. Ese tono chirrió en los nervios del vicealmirante. ¿No habían sido sus oficiales los insistentes en que el avance triple era una táctica invencible? El único problema era que hacer los planes de resguardo en caso de contingencia también era su responsabilidad. ¿Que querían decir con ese ¿que hacemos?. Y aún así, ese no era ni el momento ni el lugar para perder la compostura.
La flota de naves imperiales ascendía a veinte mil naves mientras que la cuarta flota de la alianza contaba únicamente con doce mil. Los planes de la alianza habían descarrilado por completo. Se supone que debían rodear al enemigo con tres flotas. Pero ahora la cuarta flota iba a tener que luchar sola contra una fuerza aplastantemente mayor.
“Mensajes de emergencia a la segunda y sexta flotas: “Contacto enemigo en el sector α7.4, β3.9, γ menos 0.6, solicitando apoyo inmediato.”
El vicealmirante dió la orden pero el teniente comandante Nann , jefe de comunicaciones de la nave insignia Leónidas, respondió con acciones desesperadas y una expresión acorde. Las señales de saturación de la flota imperial devoraban la red de comunicaciones de la flota de la alianza. Flotando en el vacío espacial, decenas de miles de boyas electromagnéticas de saturacion, desplegadas a las órdenes de Reinhard estaban en funcionamiento.
“¡En ese caso, envíad mensajeros!¡Dos de cada para cada flota!” Mientras gritaba estas palabras, un fogonazo de luz proveniente de la pantalla del puente tiñó de blanco por un instante la cara del vicealmirante. El ataque enemigo había comenzado, sus cañones de rayos de neutrones disparaban descargas sincronizadas. Su vasta energía y los estallidos de luz que los acompañaban eran tales que parecía que la retina de los ojos de los soldados pudiera quedar completamente chamuscada.
Destellos de chispeante y colorida brillantez – Las chispas que volaban en esos instantes cuando los rayos enemigos chocaban contra los campos de neutralizan de energía- hacían erupción en toda la flota de la alianza. Las partículas a baja energía colisionaban a velocidades increíbles, aniquilándose mutuamente en un fenómeno canibalistico.
El vicealmirante gritó, agitando los brazos de forma salvaje. “Formación de vanguardia, ¡devuelvan el fuego!¡Todas las naves, preparense para una guerra total”
Aunque la orden del vicealmirante Pastole no había sido interceptada, en el puente de la nave insignia de la flota imperial, la Brünhilde ; Reinhard no podía evitar contemplar como se desarrollaba la acción contra la flota enemiga con una mezcla de indiferencia e desprecio brillando en sus ojos azul gélido. Parecía pensar (aunque no lo dijera a viva voz) “Tus respuestas son lentas, tonto incompetente”
“¡Lanzad los cazas!¡Nos disponemos a operar en combate cercano!” Ordenó el contralmirante Farhenheit. Una afilada vitalidad brillaba en su cara y resonaba en su voz, nacida de la excitación de la batalla; haciendo pareja con una confianza que venía de haber tomado la iniciativa. Incluso si el “mocoso rubio” termina consiguiendo el mérito de esta batalla, lo importante es ganar!”
Las naves de un solo pasajero y alas cruzadas clase caza, conocidas como Valkirias, fueron lanzadas desde sus hangares, una tras otra. En el instante en que se alejaron de los canales de lanzamiento, gracias al impulso; ya alcanzaban una gran velocidad sin necesidad de necesitar catapulta o pasarela. Las valkirias eran naves pequeñas, así que su poder ofensivo no era tan grande, pero su maniobrabilidad era excelente y eran extremadamente efectivos en un combate aéreo.
La alianza tambien tenian cazas dirigidos por un solo pasajero , parecidos a la valkirias; conocidos como espartanos. Habían fogonazos proveniente de reactores de fusión explotando en cada esquina, y remolinos de energia desatada agitaban las naves de ambos bandos en olas crecientes. Nuevas subgrupos de rayos de energia azotaban todo el campo de batalla, y las valkirias se alzaban esquivando entre ellos como angeles de la muerte cubiertos de plata brillante.
Los espartanos de la alianza no igualaba a las valkirias en habilidad de combate, pero una terrible desventaja dominó más allá de sus ojivas, y encontraron rayos que los esperaban en el momento en que salieron de sus hangares, con el objetivo de destruir a ambos, luchador y piloto.
Una hora despues de que la batalla iniciara, la vanguardia de la cuarta flota había sido destruida casi por completo por la devastadora arremetida del escuadron imperial bajo las ordenes de Fahrenheit. De las 2600 naves que componian la vanguardia, ni un 20% todavía participaba en combate. Algunas naves habían sido vaporizadas por las explosiones de los reactores de fusión, mientras que otras habían evitado explotar pero habían resultado severamente dañadas como para continuar con la lucha, y otras habían editado solamente tenían un ligero daño estructural pero vagaban inútilmente por el espacio debido a la muerte de casi toda su tripulación. En esa terrible condición, el colapso de la linea frontal no parecía lejos.
En el caso del acorazado Nestor, el daño se había limitado a un único punto en la parte baja de la nave, pero el misil de neutrones que habia penetrado había explotado en el interior, desatando una gran ola de intensas partículas mortales que habían barrido a través de toda la nave, convirtiendo a Nestor en un instante en un ataúd para 660 soldados y oficiales.
Por era razón , un vacio Nestor seguia siguiendo las ultimas introducciones introducidas en el navegador astronómico del puente, y mientras se precipitaba mediante los raíles invisibles de la inercia, rozó a otra nave, la Lemnos. Los cañones frontales de la Lemnos desataban una lluvia de fuego dirigido a una nave enemiga, que fueron interceptados por la Nestor en rango cercano. El impacto produjo un instante después una explosión muda. La energía del reactor de fusión de la Nestor al explotar rasgó a través del campo de neutralizacion y golpeó a la Lemnos de frente.
Hubieron dos flashes de luz blanca, uno siguiendo al otro, como gemelos al nacer, y al desvanecerse ni siquiera quedaba un fragmento de material inorganico. La tripulación del Lemnos había destruido una nave aliada y recibido muerte como recompensa.
“¿Que estáis haciendo?”
Ese grito era del vicealmirante Pastolle.
Pero el que murmuraba con desdén, “¿Qué estais haciendo” era el contralmirante Fahrenheit. Ambos habían estado contemplando la misma escena a través de las pantallas de sus respectivas naves insignia. En las palabras de uno había un grito de pánico y desesperación mientras que las palabras del otro se burlaban, con toda la confianza que viene de un margen cómodo. La diferencia en esas dos voces era al mismo tiempo la diferencia entre las circunstancias de sus respectivas fuerzas.
II
En ese momento, la segunda y la sexta flotas de la alianza se tambaleaban del shock, tras haberse enterado de ese súbito cambio de circunstancias. Incluso así, no habían decidido cambiar el plan de batalla original y seguían avanzando al campo de batalla a la misma velocidad que antes.
El vicealmirante Paetta, comandante de la segunda flota, estaba sentado en la silla de mando de su nave insignia, El Patroklos, sacudiendo una rodilla fuera de la linea de visión de la tripulación del puente. La irritación y la impaciencia continuaban golpeando sin parar. El estado psicológico del comandante de flota se reflejaba en sus subordinados y el aire del puente parecía estar cargado de electricidad
Entre todos ellos, el vicealmirante se percató de un hombre y solo un hombre que no parecía especialmente alterado. Tras la más leve de las vacilaciones, gritó su nombre: “¡Comodoro Yang”
“¿Señor?”
“¿Cómo le parecen las cosas ahora? Deme su opinión , por favor”
Tras haberse levantado de su silla, Yang se quitó la boina de la cabeza y se rascó su cabello negro con una mano. “El enemigo esta probablemente tratando de destruir nuestras fuerzas individualmente antes de que podamos agruparnos. Y como la cuarta flota es la más pequeña numéricamente hablando, es natural que ellos traten de deshacerse de ella primero. Es su obligación decidir que objetivo es el más urgente, y claramente están aprovechando la iniciativa”
“¿Piensa que la cuarta flota puede resistir?”
“Ambas fuerzas han tenido un choque frontal, lo que significa que la ventaja es para el lado con mayores números y además el que ejecuta el golpe inicial”
La expresión y el tono de voz de Yang parecían de pura indiferencia. Mientras el vicealmirante Paetta le observaba , seguía abriendo su puño y cerrándolo con firmeza como tratando de exorcizar ese enojo que le producía.
“En cualquier caso, tenemos que ir al campo de batalla lo antes posible y reforzar a la cuarta flota, con algo de suerte deberíamos ser capaces de atacar al enemigo desde la retaguardia. Si lo hacemos podríamos cambiar las tornas de una sola vez.”
“Probablemente no funcionará, señor”
Yang sonaba igual de despreocupado que siempre, lo que casi hizo que Paetta ignorase sus palabras.
El vicealimrante había empezado a girar su cabeza hacia la pantalla, pero se paró y miro al joven oficial. “¿Que le hace decir eso?
“La lucha habrá acabado para cuando lleguemos allí. El enemigo dejara el lugar de la batalla y antes de que la segunda y la sexta flota puedan reagruparse, trazarán un círculo alrededor de una o la otra y lanzarán un ataque ahí. Como la sexta flota es la más pequeña de las dos, es casi seguro de que será en la que se centraran. El imperio ha tomado la iniciativa y ahora mismo todavía la tienen. No creo que necesitemos hacer más lo que ellos esperan. “
“Entonces, ¿Qué propone?”
“Un cambio de tácticas. En lugar de reagruparnos con la sexta flota en ese sector del espacio, reagrupémonos con ellos ahora sin un momento que perder y preparemos una batalla en ese sector. Al combinar nuestras flotas seremos 28000 y podríamos desafiarles con una probabilidades mejores que un 50/50”
“…Lo que significa es que quiere que mire hacia el otro lado mientras la cuarta flota es masacrada?”
En la voz del vicealmirante había una nota de reproche deliberado, es una cosa muy fría que decir. Pensaba.
“Incluso si nos vamos ya, no llevaríamos a tiempo”
El tono de Yang era brusco, supiera lo que pensaba su superior o no.
“Pero no puedo abandonar allí a un aliado”
Ante las palabras del vicealmirante, Yang se encogió de hombros ligeramente. “Entonces su táctica de atacar a cada flota por separado convertirá a las tres flotas en presa fácil”
“No necesariamente. La cuarta no caerá sin dar una buena lucha. Si pueden seguir resistiendo…”
“Le acabo de decir que era inútil, pero…”
“Comodoro Yang, La realidad es mas que solo frió calculo. El comandante enemigo es el Conde Lohengramm. Es joven e inexperto. Pero el vicealmirante Pastolle es un guerrero experimentado forjado en batallas incontables. Comparado con eso….”
“Comandante, puede tener poca experiencia como dice, pero su plan táctico…”
“Suficiente, comodoro” Le cortó el vicealmirante, incomodo. No podía refrenar su disgusto por el joven oficial que simplemente no le daría la respuesta que quería. El vicealmirante señaló a Yang que se volviera a sentar, y dirigir su vista a la pantalla.
III
Había pasado cuatro horas desde el inicio de la batalla. En este punto, la cuarta flota de la alianza, apenas podría llamarse así. No había niguna formación de batalla ordenada y bien organizada. Tampoco cadena de mando. Nada más que unos dispersos focos de resistencia desesperada: unas escasas naves aisladas en cada esquina que libraban una batalla perdida.
La nave insignia Leónidas, era un trozo de chatarra colosal que flotaba en el vacío del espado. Dentro no quedaba nada con vida. El cuerpo del comandante Pastolle había ido a parar al espacio por la diferencia de presión causada por la apertura en el casco del puente de una ráfaga de fuego enemigo concentrado. En que condición estaría su cuerpo y donde flotaba a la deriva, nadie lo sabía.
Mientras tanto, Reinhard sabía en ese momento que había asegurado una victoria completa. El informe vino de Merkatz por la pantalla de comunicaciones.
“La resistencia organizada ha terminado. A partir de este punto, vamos a proceder a acabar con los rezagados, pero…”
“Eso no será necesario”
“¿Señor?” Los estrechos ojos de Merkatz se estrecharon todavía más.
“La batalla solo está acabada en un tercio del total. Deje a los supervivientes, debemos guardar nuestra fuerza para la siguiente batalla. Pronto recibirá instrucciones. Hasta entonces, reorganice nuestras formaciones”
“Como desee, su excelencia”
Con una solemne inclinación de cabeza, La imagen de Merkatz se desvaneció de la pantalla de comunicaciones.
Reinhard miró a su pelirrojo jefe adjunto.
“Hasta el ha cambiado un poco su actitud”
“Si, debe tener poca elección al respecto”
El primer round ha sido una gran victoria, Pensó Kircheis. Incluso el Almirantazgo tendrá que admitir que el plan táctico de Reinhard ha funcionado bien. Los soldados se sentirán confiados y el enemigo se paralizará al ver su formación imbatible destrozada.
“¿A que flota piensas que deberíamos atacar ahora, Kircheis?¿La flota de estribor o de babor?”
“Es posible rodearlas y ponernos por detrás de cualquiera de las dos, pero seguramente ya has decidido ¿no?”
“Mas o menos”
“Su sexta flota, posicionada a estribor, debe tener la menor fuerza, ¿correcto?”
“Exactamente” Una sonrisa satisfecha apareció en los labios del joven comandante rubio.
“El enemigo podría estar esperándolo. Es la única preocupación leve que tengo, pero…”
Reinhard negó con la cabeza. “No hay peligro de eso. Si se dan cuenta de lo que hacemos, no seguirán con un plan de batalla que use fuerzas divididas. Trataran de reagruparse tan pronto como puedan. Después de todo, juntos todavía nos superan ampliamente en numero . Que no lo hayan hecho es prueba de que no comprenden la intención de nuestra flota. Nos moveremos a la retarguardia de la sexta flota y les atacaremos. ¿Cuantas horas necesitaremos?”
“Menos de cuatro”
“Mirate, ya lo habías averigurado” Dijo Reinhard sonriendo de nuevo. Cuando sonrilo, su cara era como la de un niño. Pero lo que borró la sonrisa de su rostro en un latido era el darse cuenta de que parios pares de ojos les miraban con atencion. Reinhard no enseñaría esa sonrisa a nadie más que a Kircheis.
“Comunicaselo a toda la flota. Cambiad gradualmente nuestro rumbo en el sentido de las agujas del rejoj mientras avanzamos a atacad la sexta flota del enemigo por su flanco popa-estribor”
“Como desee” Contesto Kircheis, pero miraba a su rubio oficial superior como si tuviera algo que decir.
Reinhard unió sus cejas en un gesto de sospecha y le devolvió la mirada “¿Alguna objección?”
“No era eso. Me preguntaba si podríamos dejar que los soldados tuvieran un descanso, ya que tenemos algo de tiempo libre”
“Oh, por supuesto. No me había dado cuenta”
Reinhard emitió la orden para que los soldados recibieran un descanso de hora y media, que se tomaran a lo largo de dos turnos. Durante ese tiempo, comerían y descansarían en las camas-tanque. Una cama tanque era en esencia un gran acuario hecho de plastico ligero y lleno de 30 centímetros de un agua fuertemente salina, mantenida a 32 grados constantes. Quien flotara en su interior disfrutaría de una perfecta paz y tranquilidad, aislados de todo color, luz, temperatura, sonido y cualquier estímulo esterno. Dormir una hora en un tanque, tenía el mismo efecto para la mente y el cuerpo que ocho horas en una cama. No había nada igual para restablecer soldados desfallecidos en cuerpo y espíritu por las durezas del combate
En las pequeñas escuadras en los que no había suficientes camas tanque (o no habían) a veces se usaban estimulantes, pero a menudo no solo eran peligrosos para el cuerpo, sino que tenían un efecto negativo en la misma organización militar. Soldados caídos en la drogadicción no tenían ningún valor como recurso humano, así que de forma acorde, esta medida solo era tomada en la peor de las circunstancias.
Los heridos también estaban siendo tratados. Era ampliamente conocido desde los últimos años del siglo 20 dc, que los electrones podrían estimular las células, aumentando la capacidad natural de sanación de un paciente a grandes saltos. Añade a eso el desarrollo de la tecnología cyborg….era una era en la que el 90% de los soldados heridos que veían a un médico militar podían salvarse. Aunque por supuesto podría ser posible que fueran llevados a un estado en que la muerte fuese vista como algo mejor…o incluso deseable.
En cualquier caso las tripulaciones de la marina imperial fueron visitadas por un periodo temporal de paz y tranquilidad. Un alegre bullicio se arremolinaba en torno a los comedores de cada nave. Pese a que el alcohol estaba prohibido, los soldados estaban en un estado de embriaguez producto de la batalla en el que la comida sabía mejor de lo que de hecho era. “ Incluso nuestro joven comandante es bastante bueno ¿no crees?” susurraban algunos aquí y allá. “Pensaba que estaba aquí como un adorno, sin nada mas que su buen aspecto. Pero realmente es un buen táctico. Quizás el mejor desde los viejos días del Almirante Wood…”
La pregunta del porque y el para quien, ellos y sus inadvertidos, desconocidos enemigos se mataban uno al otro no se escuchaba entre los soldados esa vez. Simple y honestamente se alegraban de sobrevivir y se su victoria. Pero a las pocas horas, una porción de supervivientes se unirla a los rangos de los recién caídos.
IV
“Señas de una nave identificadas a las 4:30, identificación imposible”
Cuando el informe, emitido por un destructor de la retaguardia, fue recibido; el vicealmirante Moore (Comandante de la sexta flota de la alianza) estaba en medio de un almuerzo con sus oficiales. Sosteniendo el cuchillo sobre su filete de gluten, el vicealmirante le puso mala cara al oficial que había entregado el mensaje. Sujeto en su lugar por una mirada mas afilada que el cuchillo, el oficial se sentía aterrado. El vicealmirante Moore era ampliamente conocido por ser un hombre justo pero brusco.
“¿A las 4:30 dice?”
La voz del vicealmirante era igual de afilada que su mirada, en ese momento.
“S-Si, señor. A las 4:30. No sé decir aún si es un contacto amistoso o no”
Pese a sus cáusticos comentarios, Moore interrumpió su almuerzo y se alejó de sus sobresaltados oficiales. Cuando los miró sus fuertes hombros temblaron mientras se reía.
“¡Mirad esas caras de cervatillos asustados! El enemigo esta en la dirección a la que vamos, no pueden estar justamente en 0430, ¿O si?”
El vicealmirante siguió hablando con una voz fuerte. “Vamos con toda celeridad al campo de batalla. Sin duda la flota esta haciendo lo mismo. En ese caso podemos atacar al enemigo por detrás, desde estribor y babor. Tenemos una muy buena oportunidad de ganar- no, de hecho definitivamente ganaremos. Desde la perspectiva de los números y la formación…”
“Pero comandante…”
El hombre interrumpiendo el arranque de elocuencia del vicealmirante era uno de sus oficiales, el teniente comandate Lapp. Se estaba limpiando un chorretón de grasa de la boca con una servilleta.
“¿Qué?”
“¿Y si el enemigo ha desplazado el campo de batalla? Tal cosa no es completamente incier….”
“¿Quiere abandonar a la cuarta flota?”
“Es difícil de decir, señor, pero los suboficiales están proyectando la posibilidad de que la cuarta flota ya haya sido derrotada”
Las cejas gruesas del vicealmirante se unieron en un gesto de enfado. «Esa es una proyección audaz y muy desagradable, ¿no es así, Comandante? Toda esa grasa parece haberle dejado la boca demasiado suelta, como una máquina bien engrasada».
Avergonzado, el Teniente Comandante Lappe guardó su pañuelo.
Para entonces, habían recorrido la circunvalación del interior del barco hasta el puente, cuando inesperadamente el sistema de control gravitacional se quedó atrás por un momento, y ambos casi tropezaron. Había sido forzado por un agudo cambio de rumbo, aunque un dispositivo de medición estaba registrando energía direccional suficiente para destruir el barco justo detrás del casco.
«¡Enemigo atacando el flanco de estribor de popa!»
Los canales de comunicación de la Sexta Flota estallaron en gritos de sorpresa, que fueron inmediatamente borrados por la estática.
Los oficiales se estremecieron, pues las transmisiones confusas testificaron elocuentemente que el enemigo estaba muy cerca.
«¡No pierdan la cabeza, gente!»
Las palabras del Vicealmirante Moore estaban medio dirigidas a sí mismo. Sus arrepentimientos lo abofetearon con fuerza sobre su gruesa papada.
Las naves de vanguardia de la flota no fueron desplegados en la retaguardia. No había forma de que las viejas naves allí pudiesen soportar un ataque por detrás.
¡La fuerza imperial está detrás de nosotros! ¿Significa eso que la Cuarta Flota fue destruida? ¿O el imperio había preparado una gran fuerza separada?
«Intercepten y abran fuego».
Cuando la confusión se apoderó de su corazón, el vicealmirante emitió un mínimo de órdenes, que aún no podían resolver su confusión.
La fuerza imperial ,comandada por Merkatz, un experimentado almirante; había asumido una formación de ataque pulcra y ordenada y había lanzado el ataque a la Sexta Flota de la Armada de la Alianza. Cañones de rayos de neutrones lanzaban relucientes destellos de muerte contra los campos de fuerza de baja potencia lanzados por las antiguas naves de la alianza, atravesando los campos y empalando las naves.A través de su pantalla, Merkatz contempló una escena de bolas de fuego deslumbrantes, floreciendo y desvaneciéndose en medio de la eterna oscuridad.
Era un espectáculo que se había vuelto familiar para él en los últimos cuarenta años, pero esta vez sintió algo profundo y poderoso que nunca antes había sentido.
Merkatz ya no veía a Reinhard como una simple rubia muñeca de porcelana. Esa victoria inicial no había sido casualidad. Fue el resultado adecuado de un cambio audaz en el pensamiento, basado en una perspicacia aguda y una cuidadosa toma de decisiones. Permitir que las fuerzas de uno sean atacadas desde tres direcciones, sólo para lanzar ataques separados sobre una fuerza dividida antes de que pueda cerrar la red.
No había forma de que pudiera haber hecho eso. Sus compañeros de armas de los viejos tiempos eran los mismos. Esto sólo era posible para un hombre joven, que aún no estaba encadenado por los convencionalismos. La era de los viejos soldados como nosotros puede que ya haya pasado. Sin querer, había pensado tal cosa.
Incluso durante su momento de reflexión, la batalla se hacía más feroz.
La fuerza imperial perforó las filas de la alianza como un taladro, ganando cada vez más terreno tanto en los intercambios de cañonazos como en los combates cuerpo a cuerpo. Parecía que toda la fuerza estaba en lo alto, aprovechando al máximo la ventaja que venía con las primeras bajas causadas. La fuerza de la alianza estaba lanzando un contraataque desesperado, pero con los comandantes incapaces de recuperarse de su confusión, había pocas esperanzas de que se produjera un repunte.
El vicealmirante Moore, de pie, congelado como una escultura de un templo en medio del piso del puente, gritó: «¡Vengan todas las naves!». Por fin se había decidido. Hasta entonces, sólo había estado diciendo una y otra vez, como para si mismo: «¿Qué está pasando?
«¡Comandante! Incluso si nos damos la vuelta, no causaremos más que confusión. Creo que deberíamos avanzar a toda velocidad mientras hacemos un cambio de rumbo en el sentido de las agujas del reloj hacia el enemigo por detrás».
La sugerencia del teniente comandante Lappe chocó con la robusta estructura del vicealmirante y rebotó sin sentido.
«En el momento en que golpeamos la parte trasera del enemigo, la mayoría de nuestras naves serían destruidas. Gira y dispara.»
«Sí, pero-«
«¡Cállate!»
El Vicealmirante Moore dio un grito de enojo que hizo temblar todo su cuerpo, y el comandante de teniente cerró la boca, entendiendo claramente que su oficial al mando había perdido la cabeza.
Cuando el gigantesco casco de Pergamum, buque insignia de la Sexta Flota, comenzó a hacerse realidad, los otros buques que lo seguían hicieron lo mismo. Pero no fue una maniobra fácil de realizar mientras estaba bajo fuego. El experimentado Merkatz saltó sobre la confusión de su enemigo de inmediato.
Los cañones de haz de la fuerza imperial golpearon con fuerza con cascadas de rayos resplandecientes que recorrían el cielo como lluvias de meteoritos. En cada trimestre, los campos de fuerza neutralizadores de energía se sobrecargaron y colapsaron, y las naves de la alianza fueron destruidas.
Las oleadas de energía que ya se habían visto en el espacio de batalla anterior estaban empezando a formarse de nuevo en éste, y el Vicealmirante Moore y el Teniente Comandante Lapp por igual tenían la sensación de que las naves de la alianza solo estaban siendo sacudidas por ellos.
«Múltiples naves pequeñas se acercan rápidamente a Pergamum», gritó un operador. Una de las pantallas mostraba un gran enjambre de valkirias, y en poco tiempo ocuparon las pantallas de numerosas consolas. Demostrando ágilmente su maniobrabilidad, llegaron en haces de fuego a quemarropa.
«Va a ser una pelea de perros. Lanza a los espartanos».
Esta orden también llegó demasiado tarde y les costó mucho. Los valkirias habían estado esperando el momento en que los espartanos se separaran de sus portadores. Cuando un torrente de rayos brillantes estalló sin piedad, la nave de combate de la alianza se voló en bolas de fuego, privada incluso del derecho a morir en batalla.
«¡Comandante, mire eso!» Un operador estaba apuntando a una de las pantallas. Un acorazado imperial se acercaba a ellos. Y detrás de él, y detrás de lo que estaba detrás, uno sobreponiéndose al otro, se podían ver las sombras de más naves. El puente estaba impregnado de un aire opresivo de amenaza.
Pergamum estaba ahora rodeada de múltiples anillos de naves.
«Están enviando una señal visual», informó el operador en un susurro.
«Mira a ver si puedes decodificarlo.» El Vicealmirante Moore se quedó callado; la orden había venido del Teniente Comandante Lapp. Incluso su voz era baja y seca.
«Decodificando…’Están completamente rodeados y sin ningún medio de escape. «Ríndase y le prometo que le trataré con amabilidad». ”
El mensaje decodificado se repitió una vez y luego terminó, e incontables miradas e incontables silencios se clavaron en el inmenso cuerpo del Vicealmirante Moore. Cada uno de ellos pedía una decisión del comandante de la flota.
«Ríndete,» dice…» La cara del vicealmirante se tornó de color borgoña mientras gruñía su respuesta. «¡Olvídalo! Puedo ser un fracasado, pero no seré un cobarde».
Veinte segundos después, un destello blanco envolvió la nave insignia.
V
La acumulación de malestar estaba a punto de alcanzar el punto de saturación.
Una nube de tormenta invisible parecía colgar sobre el puente de la Patroklos, buque insignia de la Segunda Flota de la Armada de la Alianza. ¿Cuándo se formaría un arco para atacar al enemigo? Cuando se dieron las órdenes de asumir una formación de batalla de fase uno, toda la tripulación se estaba cambiando a trajes espaciales. Aún así, el malestar pasaba a través de sus trajes, haciéndoles sentir la carne de gallina.
«La Cuarta y Sexta Flota han sido aparentemente destruidas.»
«Estamos solos aquí afuera. Y ahora la fuerza del enemigo es mayor que la nuestra».
«Quiero información. ¿Qué está pasando? ¿Cuál es la situación actual?»
Hablar fuera de turno estaba prohibido, pero si no decían algo, el malestar sería insoportable. Esto no estaba en el plan. ¿No iban a atrapar a un enemigo de la mitad de su tamaño en un movimiento envolvente para aniquilarlos, y entonar después una canción de victoria…?
De repente, la voz de un operador sonó a través del puente desde su micrófono.
«Flota enemiga acercándose.»
«De la una o las dos en punto…» Yang murmuró. Aunque sólo se hablaba a sí mismo, el siguiente informe llegó como una respuesta:
«Rumbo 0110, elevación menos once grados, acercándose a alta velocidad.»
Yang no respondió a la tensión que entonces se apoderó del puente del buque insignia Patroklos en sus garras.
Todo esto había sucedido tal y como él lo había anticipado. La fuerza imperial había golpeado a la Sexta Flota de la alianza en su flanco de estribor de popa y perforado a fondo para emerger de la proa por su lado de babor, trazando una curva natural mientras giraba su punta de lanza hacia el último enemigo que le quedaba, la Segunda Flota. Con la Segunda Flota avanzando en línea recta, sólo faltaba que la flota imperial apareciera para atacarles siguiendo una dirección entre la una y las dos.
«A sus puestos de combate» ordenó la Vicealmirante Paetta, y Yang pensó: «Eres demasiado lento».
Esperar a que el enemigo viniera a ti y luego contraatacar era la táctica ortodoxa, pero en este caso, era imposible ignorar el hecho de que los pensamientos de Paetta estaban enclaustrados. Las medidas que debían adoptarse también requerían un calendario adecuado para su aplicación. Con maniobras rápidas, no habría sido imposible golpear a la fuerza enemiga por detrás y luego coordinar con la Sexta Flota para atraparlos en un movimiento de pinza.
En la batalla, era imposible sacrificar a nadie. Sin embargo, al mismo tiempo, el efecto de la victoria se redujo en proporción inversa a las pérdidas crecientes. Fue al encontrar el punto que hizo compatibles ambas proposiciones que la táctica como disciplina encontró su razón de ser. En otras palabras, significaba obtener el máximo efecto por las mínimas pérdidas, o para decirlo con más frialdad, encontrar la manera más eficiente de asesinar a tus camaradas. Yang se preguntó dudoso si su comandante lo entendía.
Era demasiado tarde para hacer algo por los que ya habían sido sacrificados. Y desde el principio, esto no era algo que se podía esconder bajo la alfombra diciendo: «No se podía evitar». Los líderes militares deberían estar colgando sus cabezas avergonzados por su pobre liderazgo táctico. Pero eso vendría más tarde, después de todo lo que se dijo y se hizo, en lo que tenían que pensar ahora era en cómo evitar una reproducción expansiva de su error y en cómo encontrar alguna forma de convertir un desastre en una bendición.
Si el arrepentimiento pudiera traer de vuelta a los oficiales y soldados muertos, el latón de los instrumentos de viento derramaría lágrimas por kilolitro. Pero en última instancia, no estarían haciendo nada más que tocar elegías, ¿no?
«¡Todos los barcos, abran fuego!»
Nadie sabía si esa orden era anterior o posterior. Un destello de luz lo suficientemente fuerte como para hacer creer a la gente que sus retinas habían sido fritas les robó la visión a todos los que estaban en el puente.
Con un retraso de medio instante, el cuerpo del Patroklos fue empujado por un explosivo estallido de energía, luego lanzado y girado en todas direcciones.
Los ruidos de las cosas que caían y los objetos que chocaban se superponían con gritos y gritos de ira. Ni siquiera Yang pudo evitar caer. Le dieron un duro golpe en la espalda y le sacaron el viento. Mientras el comunicador de su casco recogía un caótico batiburrillo de ruidos y voces y un fuerte flujo de aire de los alrededores, Yang enderezó su respiración y cubrió sus ojos ciegos con las palmas de sus manos protegiéndolos, aunque después del hecho.
¿Y quién necesitaba un apósito por eso? El no poder ajustar la capacidad de fotoflujo de las pantallas no fue un error fácil de perdonar. Si este tipo de cosas siguieran sucediendo, sería una maravilla que no perdieran.
«… ¡Aqui la torreta de popa! Puente, por favor, responda. ¡Esperando órdenes!»
«- Sala de máquinas. Esta es la sala de máquinas. Puente, responda por favor…»
Por fin Yang abrió los ojos. Una niebla esmeralda colgaba sobre todo su campo de visión.
Se sentó y notó a la persona que estaba a su lado. Un líquido espeso y pegajoso, profundamente hueco, cubría todo, desde la boca hasta el pecho.
«Comandante», dijo Yang en voz baja, mirando de cerca la cara del vicealmirante. Plantó con firmeza ambas piernas y se puso en pie.
Una fisura atravesaba ahora una sección del mamparo, y la presión del aire estaba cayendo rápidamente. Parecía que unos pocos que no habían encendido sus botas magnéticas habían sido succionados. La abertura, sin embargo, estaba siendo sellada rápidamente por un agente adhesivo vaporizado soplado contra ella por la pistola de operaciones del sistema de auto-reparación.
Yang miró alrededor del puente. Esto era un desastre; casi nadie seguía de pie. Después de confirmar que el comunicador de su casco seguía funcionando, Yang empezó a dar instrucciones.
«El comandante Paetta está herido. Que vengan al puente un cirujano militar y los paramédicos, por favor. Oficiales de operaciones, averigüen el alcance de nuestros daños y comiencen las reparaciones. Por favor, dense prisa. Torretas de popa, todas las naves ya están en combate, así que no deberían necesitar instrucciones particulares – hagan sus tareas asignadas. Sala de máquinas: ¿Han dicho algo?»
«Estaba preocupado por las cosas en el puente, señor. No hay daños aquí.»
«Bueno, gracias a Dios por eso.» Había una nota de sarcasmo en su voz. «El puente está operativo, como pueden oír. Ahora quiero que te calmes y te concentres en tus deberes».
Echó otro vistazo alrededor del puente.
«¿Hay algún oficial aquí que no esté herido?»
Un hombre se adelantó con un paso un poco peligroso. «Estoy bien, Comodoro.»
«Tú eres, um…»
«Teniente Comandante Lao, del equipo de oficiales de Estado Mayor.» La cara de ojos pequeños y nariz pequeña que se asomaba por el casco del traje espacial parecía de la misma edad que Yang. Además, dos astronavegadores y un operador levantaron las manos y se pusieron de pie, pero eso fue todo.
«¿Nadie más?»
Yang abofeteó su casco donde estaba su mejilla. El liderazgo de la Segunda Flota había sido esencialmente eliminado.
Un cirujano vino corriendo con un equipo de paramédicos. Rápida y eficientemente, revisaron a la Vicealmirante Paetta y le dijeron a Yang que una costilla rota le había perforado el pulmón cuando su pecho se estrelló contra la esquina de un panel de control.
«Ha tenido bastante mala suerte», opinó el médico innecesariamente. Por otro lado, no se podía negar que la suerte de Yang había sido buena.
«Comodoro Yang…» El Vicealmirante Paetta llamó a su joven oficial de Estado Mayor, asediado por tormentos tanto físicos como mentales. «Tome el mando de la flota…»
«¿Yo, señor?»
«Eres el oficial de más alto rango que sigue de una pieza. Muéstrame… lo que vales como táctico…» El vicealmirante dejó de hablar repentinamente; había perdido el conocimiento. El médico de la marina llamó a un coche robot que servía de ambulancia.
«Le tiene en gran estima, ¿verdad?», dijo el teniente Lao, impresionado.
«¿Lo hace? Me pregunto.»
El Teniente Comandante Lao, ignorante de los choques de opinión entre el vicealmirante y Yang, echó un vistazo dudoso a esa respuesta. Yang se acercó al tablero de comunicaciones y accionó el interruptor para la comunicación externa. Parecía que las máquinas eran más robustas que la gente.
«Atención, todas las naves. Al habla el segundo al mando de la flota, el Comodoro Yang Wen-Li, oficial de estado mayor «
La voz de Yang corrió por los espacios vacíos, atravesando el vacío.
«El buque insignia Patroklos ha recibido un golpe, y el Vicealmirante Paetta está gravemente herido. Por orden suya, tomaré el mando de la flota».
Aquí se detuvo por un instante, dando a sus camaradas el tiempo que necesitaban para recuperarse de la conmoción.
«No os preocupéis. Si seguís mis órdenes, todo estará bien. Si queréis volver vivos a casa, necesito que mantengáis la calma y hagais lo que os pida. En este momento, nuestro bando está perdiendo, pero lo único que importa es ganar en el último momento».
Vaya, hasta yo estoy hablando muy alto. Yang sonreía irónicamente, pero sólo por dentro; no dejó que saliera a la superficie. En la posición de comandante, tenías que inflar tu pecho incluso cuando te apetecía colgar la cabeza.
«No vamos a perder. Todas las naves: concéntrense en destruir sus objetivos uno por uno hasta que les envíe más instrucciones. Cambio.»
Esa transmisión también estaba siendo monitoreada por las fuerzas imperiales. En el puente del buque insignia Brünhild, Reinhard levantó ligeramente sus cejas finamente formadas. «¿No vas a perder? Si siguen tus órdenes, ¿estarán bien? Parece que las fuerzas rebeldes también tienen gente que puede decir muchas bravuconadas». Dijo con una mirada semejante a un destello frío ,como un trozo de hielo cobijado en sus ojos. «En este punto, ¿cómo piensa compensar su débilidad? …Hmm, no importa. Vamos con «Muéstrame lo que tienes». ¡Kircheis!»
«Señor.»
«Reagrupa nuestras filas. Dígale a todas las naves que asuman una formación de aguja. ¿Entiendes por qué?»
«¿Piensas hacer un avance frontal?»
«Correcto, como esperabai.»
A través de Kircheis, la orden de Reinhard fue transmitida a todos los barcos de la fuerza imperial.
De no ser por su casco, Yang se habría quitado la boina para rascarse el pelo negro en ese momento. Cuando había poca diferencia en la fuerza, la táctica más efectiva para el bando atacante era el avance frontal o el cerco parcial. Había estado pensando que elegirían al más agresivo de los dos, y parecía que se las había arreglado para dar en el clavo.
«Teniente Comandante Lao.»
«Sí, Comandante en funciones, señor.»
«El enemigo está asumiendo una formación de aguja. Van a hacer un avance frontal».
«¡Un avance frontal!»
«Están de buen humor después de eliminar la Cuarta y Sexta Flota. La fuerza imperial probablemente no pensará en otra cosa».
El Teniente Comandante Lao miró desesperadamente a Yang mientras le proporcionaba su comentario. La debilidad de la fuerza de la alianza -de la que la expresión de Lao era representativa- era el verdadero fruto de las tácticas agresivas del imperio, reflexionó Yang.
«¿Cómo piensas contrarrestarlo?»
«Tengo algo en mente.»
«¿Pero cómo nos comunicamos con las otras naves? Existe el peligro de que el enemigo esté escuchando nuestras transmisiones. Las señales del flash tienen el mismo problema, y los transbordadores tardarían demasiado».
«No te preocupes, usa múltiples canales y dile a todas las naves que abran los circuitos C4 de sus computadoras tácticas. Eso será suficiente. Si eso es todo lo que decimos, el enemigo no debería entenderlo aunque lo recoja».
«Comandante en funciones, señor, ¿significa eso que… Su Excelencia ya había elaborado un plan e introducido los datos… mucho antes de que esta batalla comenzara?»
«Aunque hubiera preferido que se desperdiciara», dijo Yang. Quizás en su tono de voz había una pequeña nota de autojustificación. Las miradas heladas habían sido la recompensa estándar para los profetas de la desgracia, incluso cuando Casandra era reina de Troya.
«No importa, date prisa y transmite mis instrucciones».
«Sí, señor, ahora mismo.»
El Teniente Comandante Lao salió corriendo hacia el asiento del oficial de comunicaciones reocupado. Con sólo cinco oficiales ilesos, era imposible dirigir el puente, por lo que se convocó a unos diez hombres de otros departamentos. Los buques de guerra no llevaban exceso de personal, lo que significaba que los patrulleros estarían escasos de personal en otros lugares. Sin embargo, no se podía evitar.
Tomándose su tiempo, la fuerza imperial preparó la formación de aguja y luego comenzó su carga. Los barcos de la alianza los recibieron con armas de fuego, pero los barcos imperiales no les prestaron ninguna atención. A medida que la distancia entre las dos bandos se reducía , los rayos en continua erupción comenzaron a tejer innumerables patrones de barras entrecruzadas.
Comandado por Fahrenheit, el escuadrón de vanguardia del imperio no se ralentizó cuando se sumergió en las filas de la alianza.
«¡Todos los barcos enemigos nos están atacando!»
La voz de la operadora era aguda y aguda.
Yang miró el panel del techo. Un monitor de ángulo obtuso de 270 grados fue insertado allí. Mientras las naves enemigas aceleraban y cerraban la distancia, parecían estar saltando ferozmente hacia la garganta de la alianza. Sus movimientos eran dinámicos y precisos. Frente a ello, las fuerzas de la alianza que los interceptaron no pudieron evitar parecer perezosos y deslucidos.
Bueno, veamos qué pasa.
En la silla de mando, Yang se cruzó de brazos. No estaba tan tranquilo como parecía. En la actualidad, las acciones del enemigo estaban dentro de los límites de las predicciones de Yang. El problema era lo que harían sus aliados. Todo estaría bien si siguieran su plan, pero un paso en falso y las cosas se saldrían de control, y toda la flota se pondría en fuga. ¿Y qué haría entonces?
Ráscate la cabeza y haz como si estuvieras avergonzado, se dijo Yang, respondiendo a su propia pregunta. No podía predecirlo todo, ni había un movimiento infaliblemente correcto que pudiera hacer. No era responsable de cosas que estaban más allá de su poder.
VI
El panel de proyección que formaba el techo estaba cubierto de luces pulsantes. El acorazado Patroklos estaba ahora en medio de un remolino de rayos de partículas. Las rayos les llegaban de proa a popa, babor y estribor, hacia arriba y hacia abajo, con un grosor que se asemejaba más a los palos que a las lanzas.
La propia Patrulla también había abierto fuego, enviando exhalaciones de muerte y destrucción que golpeaban a sus enemigos. Un inmenso desperdicio de energía humana -o energía material- se justificaba como el camino hacia la victoria y la supervivencia.
«¡Se acerca el acorazado enemigo! A juzgar por su modelo, probablemente sea Wallenstein».
Wallenstein ya había sufrido considerables daños estructurales, al parecer al haber cargado directamente a través del fuego. Su batería principal medio estropeada apuntó a Patroklos desde el principio, pero la respuesta de Patrokllos, esta vez, llegó rápidamente.
«¡Disparen todos los cañones principales! ¡El objetivo está justo enfrente de nosotros!»
La orden fue dada por el Teniente Comandante Lao, quien temporalmente se desempeñaba como jefe de artillería.
Los cañones delanteros de Patroclo escupieron rayos sincronizados de neutrones, dando un golpe directo a Wallenstein, muerto en su sección media.
Después de un instante de agonía, el gigantesco acorazado de la Armada Imperial voló en pedazos. En el circuito de comunicaciones del casco de Yang se escucharon gritos de alegría, pero sus notas finales se transformaron en gritos de horror renovado. La siguiente nave enemiga, Kärnten, se estrelló altaneramente a través del brillante remolino blanco de la explosión de fusión, revelando su majestuosa forma. Yang reconoció de nuevo la dignidad y la grandeza existente en la formación de la Armada Imperial, así como su fuerte espíritu de lucha.
Estaba claro que su poderosa voluntad de luchar nació de sus abrumadoras victorias. Por un momento, Yang se sintió cautivado por la idea de que podría estar siendo testigo del momento en que nacía un gran general.
«Algunos generales son llamados’sabios’ y otros’feroces’, pero un comandante que trasciende esas categorías -que inspira en sus hombres una fe inquebrantable- es alguien a quien yo llamo’grande’.”
Yang había leído esas palabras en un libro de historia. Reinhard von Lohengramm debe ser todavía muy joven, pero al menos está en camino de ser «grande». Es una amenaza para las fuerzas de la alianza y muy probablemente también para las viejas estructuras de poder de la Armada Imperial ”.
Yang cruzó los brazos hacia el otro lado y saboreó la pequeña satisfacción que pudo al pensar que probablemente estaba sentado justo en medio de la corriente de la historia.
Incluso durante ese intervalo, el estado del campo de batalla cambiaba momento a momento.
Kärnten y Patroklos habían intercambiado fuego, pero en medio de la confusión de la batalla, se habían separado, sin que ninguno de los dos hubiese dado un golpe mortal.
Yang cambió su mirada hacia el modelo de campo de batalla simulado que la computadora táctica mostraba en su monitor. Las formas simplificadas mostraban la distribución y condición de ambas fuerzas.
Ocasionalmente se producían movimientos ondulantes hacia atrás en la flota de la alianza, pero en general el despliegue mostraba el avance de la fuerza imperial y la retirada de la fuerza de la alianza.
Esos movimientos fueron aumentando gradualmente en velocidad. El imperio avanzó, la alianza retrocedió. Las diminutas ondas de propagación inversa desaparecieron, y cuanto más se simplificaba la imagen simulada, más se amplificaba el efecto. A los ojos de casi todo el mundo, el imperio parecía dispuesto a tomar la victoria de la mano, y la derrota de la alianza por la cola.
«Parece que hemos ganado», murmuró Reinhard.
Mientras tanto, Yang también asintió hacia el Teniente Comandante Lao.
«Parece que va a funcionar», dijo, sin vocalizar su aliviado «¡Gracias al cielo!
Lo que preocupaba a Yang era si los barcos de su propio bando seguirían o no sus instrucciones. Tenía confianza en la operación planeada. En ese momento ya no había forma de ganar. Sin embargo, todavía era posible terminar esto sin perder. Pero eso sólo podría suceder si las otras naves siguieran el plan.
Sin duda había comandantes de escuadrón obstinados que despreciaban la idea de obedecer a un joven e inexperto comandante como Yang, pero ante la ausencia de cualquier otro plan de batalla efectivo, no había más remedio que aceptar las órdenes de Yang. Pero si el deseo de sobrevivir les motivaba más que cualquier sentido de lealtad, Yang no tenía la menor objeción.
Una pizca de desconcierto comenzó a aparecer en la cara de Reinhard.
Se levantó de su asiento, puso ambas manos sobre la consola de mando, y miró fijamente a la pantalla superior. La irritación estaba empezando a hervir por todo su cuerpo. Sus aliados avanzaban, y sus enemigos retrocedían. Al ser golpeada por el ataque frontal, la flota de la alianza se estaba dividiendo a la izquierda y a la derecha. Las escenas dibujadas en la pantalla, la simulación que la computadora táctica estaba reconstruyendo en su monitor, los informes de estado que llegaban de la vanguardia, todos describían exactamente la misma situación.
Pero aún así, un sonido de truenos lejanos estaba empezando a retumbar débilmente en la parte de atrás de su mente. Se dio cuenta de un sentimiento enfermizo que le consumía los nervios, del tipo que se siente justo antes de darse cuenta de que alguien te acaba de jugar una mala pasada.
Puso el puño que había cerrado con la mano izquierda contra la boca, apoyando los dientes ligeramente sobre la segunda articulación del dedo índice. Y en ese instante, sin razón alguna, intuyó lo que su enemigo tenía en mente.
«¡No!»
Ese grito bajo, ahogado por los gritos de los operadores, no llegó a oídos de nadie.
«¡Su fuerza se ha dividido a babor y a estribor! «¡Van a pasar por delante de nosotros por los dos flancos!»
En medio de una conmoción, Reinhard llamó a gritos a su ayudante pelirrojo.
«¡Kircheis! Nos han engañado. El enemigo quiere separarse por ambos flancos y dar la vuelta por detrás. Están usando nuestro avance frontal contra nosotros. ¡Malditos sean!»
El joven de pelo dorado golpeó con su puño contra la consola de mando.
«¿Qué vamos a hacer? ¿Invertir el curso e interceptar?»
La voz de Kircheis no había perdido nada de su fría ntereza. Eso tuvo un efecto calmante en los nervios de su oficial al mando momentáneamente enfurecido.
«No seas absurdo. ¿Quieres que sea más imbécil de lo que era el comandante de la Cuarta Flota?»
«En ese caso, todo lo que podemos hacer es avanzar.»
«Exactamente.» Reinhard asintió con la cabeza y dio órdenes a su oficial de comunicaciones. «¡Todas las naves, a toda máquina! Peguense a la parte trasera del enemigo que tenemos por delante de nosotros. Después ve girando a la derecha. ¡Y date prisa!»
VII
Treinta minutos más tarde, ambas formaciones se extendieron en forma de anillo. Fue una visión extraña. La vanguardia de la alianza se enfrascó en un feroz asalto a la cola de la flota imperial, mientras que la vanguardia imperial estaba atacando una de las colas de la flota bifurcada de la alianza.
Visto desde lejos, en las profundidades del espacio, podría haber parecido como dos serpientes brillantes y gigantescas que intentaban tragarse la una a la otra, cada una desde la cola de la otra hacia arriba.
Mirando el modelo simulado en la pantalla, el Teniente Comandante Lao dijo admirado en dirección a Yang: «Nunca he visto una formación de batalla como ésta».
«Me imagino que no…. Es la primera vez para mí, también.»
Pero las palabras de Yang sólo eran verdaderas a medias. Cuando la humanidad había vivido sólo en la superficie de un planeta remanso llamado Tierra, este tipo de formación había aparecido en los campos de batalla un sinnúmero de veces. Incluso las brillantes tácticas empleadas por el conde von Lohengramm tenían precedentes en las guerras terrestres. Desde la antigüedad, para bien o para mal, los genios militares tomaron inevitablemente el escenario durante las épocas de guerra, volviendo la espalda lo que había sido un pensamiento táctico ortodoxo hasta su llegada.
«¡Mira esta miserable excusa para una formación de batalla!»
El grito de enojo resonó en el puente de Brünhilde. Reinhard suprimió su voz y gruñó.
«¿Así que nos enfrentamos a una batalla de desgaste?»
Se le entregó un informe sobre la muerte de un oficial de alto rango. El Contraalmirante Erlach se había quedado boquiabierto con la nave en la que había estado. Ignorando la orden de Reinhard de avanzar a toda velocidad, había estado tratando de dar la vuelta e interceptar la fuerza de la alianza cuando en medio del turno su nave había recibido un impacto directo de un cañón de rayo de neutrones.
¡¿Qué clase de imbécil trata de dar la vuelta a un barco justo delante de los enemigos que le están pisando los talones?! Sólo puede culparse a sí mismo. Pero aún así, no se puede negar que esto arroja una ligera sombra sobre la victoria del imperio.
Yang había comprendido desde el momento en que lanzó esta operación que se convertiría en una batalla de desgaste. El comandante de la flota imperial, el conde von Lohengramm no era ningún tonto. No era probable que continuara una batalla infructuosa que no hacía nada más que aumentar el derramamiento de sangre y la destrucción. Ese había sido el plan: forzar al enemigo a tomar esa decisión….
«El enemigo debería empezar a retirarse pronto», le dijo Yang al Teniente Comandante Lao.
«¿Vamos a perseguirles?»
«… no lo hagamos.» El joven comandante agitó la cabeza. «Sigamos su ejemplo, cuando se retiren, nosotros también. Hemos hecho todo lo que hemos podido hasta ahora, no hay forma de que podamos seguir luchando».
También se mantenía en esos momentos una conversación en el puente de la Brünhild.
«Kircheis, ¿Qué piensas ahora mismo?»
El joven pelirrojo le transmitió sus pensamientos.Era una respuesta reservada pero inequívoca.
«¿Tú también lo crees?»
«Si continuamos luchando, el daño en ambos lados sólo aumentará. Eso no serviría para nada militar».
Reinhard asintió con la cabeza, aunque un poco de insatisfacción se deslizó por sus mejillas juveniles. Incluso si aceptaba el razonamiento, no estaba satisfecho emocionalmente.
«¿Eso es frustración?»
«Nada de eso, aunque quería una victoria más inequívoca. Es una pena, es como dejar los toques finales de una pintura.»
Típico de tí decir eso, pensó Kircheis mientras esbozaba una media sonrisa inconsciente que se forma alrededor de su boca.
«Aniquilaron dos de sus flotas atacando a sus fuerzas por separado, incluso cuando estaban rodeadas en tres bandos por una fuerza dos veces más grande que la nuestra. Y aunque la flota restante dio la vuelta y nos cubrió las espaldas, aún así luchaste hasta el punto de paralizarlos. ¿No es suficiente? Esperar más sería pecar de codicioso.»
«Lo sé. Y también está la idea de dejar algo para el día siguiente».
Aunque las dos flotas continuaron disparándose la una a la otra, la formación por fin se extendía gradualmente hacia afuera horizontalmente a medida que las dos fuerzas comenzaban a distanciarse entre sí una vez más. La velocidad del fuego también disminuyó, y la densidad de las energías que se desataban se diluyó abruptamente.
«Es bastante bueno. Mejor de lo que esperaba.» En la voz de Reinhard había una mezcla de irritación y alabanza. El joven comandante de pelo dorado estaba muy pensativo, y al cabo de unos minutos llamó a su ayudante.
«¿Cómo se llamaba el comandante de la Segunda Flota, el hombre que se hizo cargo a mitad de camino?»
«Comodoro Yang Wen-li.»
«Así es, Yang. Envíale un mensaje a mi nombre.»
Kircheis, sonriendo, preguntó: «¿Qué clase de mensaje debo enviar?»
«Le felicito, Comandante, por una batalla valientemente librada…. Le deseo suerte hasta el día de nuestro próximo encuentro…» Algo por el estilo debería estar bien.
«Como desees.»
Kircheis transmitió la orden de Reinhard al oficial de comunicaciones, quien respondió con una ligera y curiosa inclinación de la cabeza. Kircheis le devolvió una sonrisa agradable. «Como usted, Oficial…. No tengo prisa por volver a luchar contra un oponente tan duro. Es mejor tener victorias fáciles que encontrarnos con enemigos a los que alabar».
«Por supuesto, señor», contestó el oficial de comunicaciones asintiendo con la cabeza.
Sonaron nuevas órdenes de Reinhard: «Volvemos a Odín. Todas las naves, en formación.»
Después de añadir algunas órdenes adicionales – «Pararemos momentáneamente en la Fortaleza de Iserlohn a lo largo del camino… Calcularemos el daño a amigos y enemigos lo antes posible»- Reinhard bajó la parte trasera de su silla de mando hasta que estuvo mirando hacia el techo hemisférico casi directamente y cerró los ojos.
Sintió que el cansancio venía burbujeando desde debajo de la superficie de su conciencia. Debería estar bien dormir un rato. Sólo un breve descanso. Kircheis me despertaría si algo sucediera. Sólo tienes que dejar los ajustes para el viaje de vuelta a casa al sistema de astrología inercial…
Para el líder de una fuerza derrotada, delegar las operaciones del escuadrón a comandantes de menor rango y tomar una siesta eran lujos no permitidos. La mayor obligación de Yang era la recuperación de los que quedaban, por lo que tuvo que correr de espacio de batalla en espacio de batalla en busca de supervivientes de la Cuarta y Sexta Flota. Como con la mayoría de las cosas, la parte más difícil es recoger los pedazos cuando termina, pensó Yang mientras se quitaba el casco de su traje espacial y bebía leche enriquecida con proteínas de un vaso de papel.
«Tiene un mensaje de la flota imperial, Asistente del Estado Mayor, quiero decir, Comandante en funciones, señor…»
La cara del Teniente Comandante Lao, que había venido a informarle, estaba llena de curiosidad. Esta batalla no ha sido más que una sorpresa de principio a fin, decía su expresión.
«Léelo por mí.»
«Um, de acuerdo. Aquí va: Mis felicitaciones a usted, Comandante, por una batalla valientemente librada… Suerte hasta el día de nuestro próximo encuentro. Alto Almirante Reinhard von Lohengramm, Marina Imperial Galáctica. «Cambio. ”
«Luchó valientemente, dice. Me siento muy honrado.»
La próxima vez que nos encontremos te haré polvo, así es como Yang tomó el mensaje.
El infantilismo era como probablemente debería llamarlo, pero no despertó ninguna mala voluntad de su parte.
«¿Qué debo hacer? ¿Debo enviar una respuesta?»
Yang respondió a la pregunta del Teniente Comandante Lao en un tono poco entusiasta. «Dudo que realmente esperen algo así. No importa, sólo ignóralo».
«… Sí, señor.»
«En vez de eso, apúrense y lleven a los sobrevivientes a bordo. Quiero salvar a todos los que podamos».
Después de despedirse del Teniente Comandante Lao, Yang volvió la mirada hacia su consola. La propuesta de operaciones que había presentado al Vicealmirante Paetta antes del inicio del combate yacía en el suelo debajo de él. Una amarga sonrisa adornó la boca de Yang. Nunca había esperado que se demostrara que tenía razón. ¿A cuanto ascendería el número de muertos? Yang podía imaginar las caras en el cuartel general militar, con todos los pelos de punta.
Así concluyó la batalla de Astarté.
Por parte del imperio, 2.448.600 efectivos participaron en combate; la alianza desplegó 4.065.900 efectivos. El imperio desplegó más de veinte mil naves, y la alianza más de cuarenta mil. Las muertes en el lado del imperio fueron más de 153.400; para la alianza ese número excedió los 1.508.900. Más de 2.200 barcos imperiales se perdieron o fueron destruidos, mientras que la alianza perdió más de 22.600. Las pérdidas de la alianza se elevaron a entre diez y once veces las del imperio. La invasión del imperio al sistema de Astarté, sin embargo, había sido desviada por un estrecho margen.
Capítulo 3: El brillo decadente del Imperio.
Más allá de una pared elegantemente curvilínea hecha de cristal especial, una densa profusión de rocas de forma extraña sobresalía hacia arriba, sin parecer nada más que campanas de templo. El crepúsculo desplegaba sus alas sin sonido sobre el fondo del cielo, y para aquellos que las miraban, las partículas de la atmósfera árida parecían haber teñido todo el campo de visión con profundidades desconectadas de azul.
El hombre que estaba parado inmóvil junto a la pared, con las manos cruzadas detrás de su cintura, giró solo su cabeza mientras miraba a la parte de atrás de la estancia. Al final de su línea de visión había una gran consola de color blanco tiza, al lado de la cual había un hombre de mediana edad que estaba de pie con una postura impecable.
«Así que lo que me estás diciendo, Boltec,» el hombre de la pared retumbó solemnemente con una voz profunda y masculina, «es que el imperio ganó, pero no ganó en exceso.»
«Así es, Señor terrateniente. La alianza fue derrotada, pero no resultó en un colapso total de su fuerza militar».
«Entonces, ¿recuperaron el equilibrio?»
«Recuperaron el equilibrio, se defendieron y hasta lograron sangrar un poco la nariz del imperio. En general, poco importó para la victoria del imperio, pero como la alianza no se quedó ahí y se la llevó, tampoco… creo que puedo decir que fue un resultado satisfactorio para nosotros, los de Phezzan. Pero, ¿qué dice usted, Landesherr?»
El hombre de la pared -Adrian Rubinsky, quinto en ostentar el título de landesherr (ndt: Señor feudal o terrateniente) en Phezzan- se dio la vuelta para mirar hacia el interior de la habitación. Era un hombre de aspecto inusual. Aunque parecía tener unos cuarenta años, no tenía ni un pelo en la cabeza. Su piel era oscura. Sus cejas, ojos, nariz y boca eran grandes, y aunque difícilmente podía ser llamado guapo, tenía una mirada que no podía evitar dejar una impresión vívida y poderosa en los demás. Su cuerpo rebosaba de un espíritu y una vitalidad abrumadores, y fue bendecido no sólo por su estatura, sino también por sus anchos hombros y sus robustas costillas.
Cinco años llevaba en el cargo, siendo despreciado por el imperio y la alianza como el «Zorro Negro de Phezzan», era el gobernante de por vida de este estado comercial intermediario.
«No puedo estar tan satisfecho, Boltec.» La ironía de la mirada y del tono con el que el extraño landesherr respondía a su ayudante de confianza. «Este resultado se produjo por casualidad, no porque trabajáramos para conseguirlo. No podemos confiar en que la buena suerte siempre esté ahí en el futuro. Necesitamos intensificar la recopilación y el análisis de datos, y llenar nuestra mano con más cartas de triunfo para el futuro».
Rubinsky, vestido casualmente con un cuello alto negro y un traje verde claro, no era la imagen del gobernante de una nación cuando se acercaba a la consola en un tranquilo paseo.
Las manos de Boltec bailaban a través de la tabla, y en la pantalla central de la consola apareció un gráfico. «Esta es la distribución de ambos ejércitos, mostrada desde arriba. Eche un vistazo, por favor.» Era exactamente el gráfico que Kircheis le había mostrado a Reinhard tres días antes. Las fuerzas imperiales eran rojas y las fuerzas de la alianza verdes. Desde proa, babor y estribor, tres flechas verdes se acercaban a una roja. Si las flechas se cambiaran por puntos, se vería como un solo punto rojo dentro de un triángulo cuyos vértices fueran verdes.
«En términos de números, el imperio tenía veinte mil, y la alianza cuarenta mil en total. Numéricamente, la alianza tenía una ventaja abrumadora.»
«Lo hicieron también en términos de posicionamiento. Estaban listos para rodear la fuerza imperial desde tres ángulos diferentes. Excepto que… espera un minuto. ¿No es esto…?» Rubinsky apretó un grueso dedo contra el costado de su frente. «¿No es esta la misma formación que la alianza usó en la Aniquilación de Dagón hace más de cien años? Así que eso es todo, querían vivir ese sueño una vez más, ¿no? Esa gente nunca evoluciona.»
“Pese a que desde un punto de vista táctico el plan tenía sentido”
“¡Hah! Sobre el papel, cada plan es perfecto. Pero en una lucha real lo que importa es el oponente. El comandante de la flota imperial….era ese “mocoso rubio” del que he estado oyendo, ¿verdad?”
“Sí, señor. El conde Reinhard von Lohengramm”
Rubinsky dejó salir de sus boca, una risa engreída. Hace cinco años, cuando su predecesor Walenkov murió repentinamente, y Rubinsky, entonces de 36 años, tomó las riendas del poder por primera vez, la oposición apoyó a un candidato experimentado de unos cincuenta años de edad, haciendo un escándalo sobre cómo un hombre de treinta y tantos era demasiado joven para ser jefe de Estado. Y ahora aquí estaba el conde Reinhard von Lohengramm, dieciséis años más joven de lo que había sido en ese momento. Para los soldados viejos que no podían hacer otra cosa que hablar de precedentes y costumbres, parecía que había comenzado una era muy desagradable.
«¿Puede adivinar el landesherr cómo el conde Lohengramm salió de esta trampa?»
Algo en el tono de Boltec decía que estaba disfrutando de aquello.
El terrateniente ojeó a su ayudante y observó fijamente el monitor. Entonces, como si fuera la cosa más sencilla del mundo, expuso su razonamiento: “Se aprovechó de sus fuerzas divididas y se encargó de ellos uno a uno. Es la única forma»
El ayudante del terrateniente miró al objeto de su fidelidad política, como si le hubieran dado una bofetada en la cara. «Fue justo como dice. Su perspicacia me sorprende, señor.»
Rubinsky, con una sonrisa relajada, incluso descarada, aceptó el cumplido.
«A menudo hay situaciones en las que los profesionales no pueden seguir el ritmo de los aficionados. Ven más las desventajas que las ventajas, y más los peligros que las oportunidades. Un especialista examinará esta formación y pensará que la derrota es inevitable para la fuerza imperial rodeada. Pero la red aún no se ha cerrado, y se puede ver la vulnerabilidad de las fuerzas dispersas de la alianza».
«Es como dice, señor.»
«En resumen, lo que sucedió es que la alianza subestimó la capacidad de Reinhard von Lohengramm como comandante. No es que pueda decir que realmente los culpe. De todos modos, ¿puedes darme un resumen detallado de cómo se desarrollaron las cosas?»
La imagen en la pantalla, obedeciendo las órdenes de Boltec, cobró vida y comenzó a cambiar. La flecha roja se giró hacia una de las flechas verdes e hizo una línea recta a gran velocidad, luego, después de aplastarla, se giró hacia otra flecha verde y la destruyó a su vez. El landesherr entrecerró los ojos y observó atentamente cómo se giraba una vez más para enfrentarse a la tercera flecha verde. Ordenó a Boltec que se detuviera y, aún mirando la pantalla, suspiró.
«Un perfecto golpe uno-dos. Una estrategia activa y dinámica. Y una ejecución espléndida, pero…» Se calló e inclinó la cabeza. «Pero si las cosas llegaran a este punto, el imperio debería haber tenido una victoria casi perfecta. Volver al juego después de que las cosas hubieran llegado tan lejos no sería fácil para la alianza. La clara consecuencia de esto es que la fuerza de la alianza se está desmoronando completamente y está siendo puesta a volar. ¿Quién estaba al mando de la formación de la tercera flota de la alianza?»
«Vicealmirante Paetta, al principio. Pero después de que la batalla comenzó, fue gravemente herido cuando su buque insignia recibió un golpe. Después, el Comodoro Yang Wen-li, un oficial de Estado Mayor que era el oficial de mayor rango en ese momento, tomó su lugar».
«¿Yang Wen-li? He oído ese nombre en alguna parte…»
«Estuvo a cargo de la evacuación de El Facil hace ocho años.»
«Ah, sí, ese tipo», reconoció Rubinski. «Recuerdo haber pensado en ese momento que la alianza también tenía un hombre muy interesante en sus filas. Entonces, ¿cómo movió sus fuerzas el héroe de El Facil?»
En respuesta, el ayudante de Rubinsky manipuló la exhibición para mostrar a su superior la etapa final de la Batalla de Astarté.
La flecha verde dividida a la derecha y a la izquierda. Como si tratara de adelantarse a eso, la flecha roja cargó hacia delante, intentando un avance frontal. La flecha verde, que parecía partida por la mitad, corrió hacia atrás a lo largo de ambos lados de la flecha roja, se unió detrás de ella y lanzó un ataque desde su parte trasera.
Rubinsky hizo un tono bajo en la parte de atrás de su garganta. No esperaba ver a un comandante de la alianza usando tácticas tan refinadas. Además, el hecho de que pudiera comprender la situación y manejarla con tanta serenidad, incluso ante la perspectiva de que su fuerza se desmoronara por completo, significaba que no era un comandante ordinario , al igual que el conde Lohengramm.
El quinto terrateniente de Phezzan tenía la mirada clavada en la pantalla desde hacía tiempo.
«Eso que acabo de ver ha sido una magia muy emocionante”
Por fin, Rubinsky hizo un gesto para que apagara la pantalla. Después de hacerlo, Boltec dio un paso atrás y esperó sus siguientes instrucciones.
«Yang Wen-li, ¿verdad? Póngase en contacto con la oficina de nuestro alto comisionado en Heinnessen, y dígales que reúnan datos sobre ese comodoro lo antes posible. Lo que pasó en El Facil no fue casualidad, ahora puedo verlo muy claramente».
«Me encargaré de ello, señor».
«No importa nada la organización, no importa como sea la máquina, lo que la dirige, en última instancia, es el personal. La habilidad y competencia de los responsables puede convertir a un tigre en un gato, e incluso puede hacer lo contrario. Y en lo que el tigre hunde sus colmillos también depende del domador. Es vital que consigamos un perfil de este hombre».
Y al hacerlo, Rubinsky estaba pensando que mientras enviaba a su ayudante desde la habitación, encontramos una manera de usarlo.
Alrededor de la estrella conocida como Phezzan únicamente orbitaban cuatro planetas. Tres eran gigantes gaseosos, y sólo el segundo planeta poseía una dura corteza planetaria. La composición de su atmósfera -casi el 80 por ciento de nitrógeno y casi el 20 por ciento de oxígeno- difería poco de la del lugar de nacimiento de la humanidad. La mayor diferencia era que originalmente carecía de dióxido de carbono, por lo que la vida vegetal nunca había existido allí.
Tampoco había mucha agua. Incluso el proceso de terraformación, habiendo avanzado desde las algas verde-azules hasta la diseminación de las semillas de las plantas superiores, aún no había convertido todo el paisaje en campos fértiles y verdes. Sólo las regiones bien irrigadas de la superficie del planeta estaban adornadas con coloridos cinturones de verde. Las regiones rojas eran terrenos baldíos de cantos rodados y arena, donde los paisajes erosionados ofrecían vistas espectaculares de extraños accidentes geográficos.
Phezzan era el nombre de la estrella así como el nombre del segundo planeta. Era también el nombre del sistema en su conjunto y el nombre de su órgano autónomo de gobierno, establecido en el año 373 del imperio, que lo tenía como su territorio. Su fuerza militar consistía en una pequeña flota de patrulleras, y sus dos mil millones de Phezzaneses, cuyas pasiones siempre estaban concentradas en hacer aumentar los beneficios , habían dominado durante mucho tiempo las rutas comerciales entre el Imperio Galáctico y la alianza. Aunque subordinada al imperio como formalidad, conservó una independencia política de facto casi completa y, en términos de poder económico, mostró un vigor superior al de las dos grandes potencias.
Phezzan trazó el curso de la historia, y sin el ejercicio del poder militar, en su lugar utilizó la estrategia y el poder de su riqueza. Construir gigantescas naves de guerra y enormes cañones, a través de un derramamiento de sangre que en última instancia invita al agotamiento del poder nacional y a la ruina de la sociedad, ese tipo de tonterías que podrían dejar a las dos grandes potencias. Carentes de medios para protegerse a sí mismos, salvo a través de la matanza y la destrucción, ¿no eran el Imperio Galáctico, con su monarquía absoluta, y la Alianza de Planetas Libres, con su república democrática; ambos en esencia imbéciles impulsados por la costumbre rígida? Entonces que ambos bailen en la palma de la mano de Phezzan, intoxicados por la legitimidad de sus respectivas ortodoxias.
Aún así, había algo sobre el Conde Lohengramm y sobre Yang, sobre sus respectivos ascensos a la escena galáctica, que parecía augurar la llegada de una nueva era. Phezzan tendría que vigilarlos de ahora en adelante. Aunque los sobrestimara, siempre era mejor mantener la nariz en el suelo y la mano llena de triunfos.
II (Recomiendo leer con el himno imperial de fondo )
La noche envolvía el hemisferio occidental del planeta capital del imperio, Odin con manos suaves y delicadas.
Ya fuera, territorio imperial o de la alianza, los mundos en constante movimiento nunca podrían escapar a la cambiante guardia del día y la noche. Ni siquiera el gran Kaiser Rudolf, que había intentado dominar el espacio galáctico y todo lo que había en él, podía detener la revolución de los cuerpos celestes. Además, el movimiento de estos cuerpos celestes no tenía períodos uniformes; mientras que un planeta podía rotar una vez cada dieciocho horas y media, el período de rotación de otro podía ser de cuarenta horas, cada uno afirmando su propia y preciosa individualidad.
Por otra parte, incluso cuando la humanidad había habitado en su lugar de nacimiento original de Sol III, los relojes corporales internos de los seres humanos habían estado funcionando en un ciclo de veinticinco horas, una hora más que el período de rotación de ese mundo. Cada individuo ajustó esto para una vida vivida en incrementos de veinticuatro horas. Era una costumbre que el reloj de veinticuatro horas había establecido. Cuando la humanidad alcanzó el nivel interestelar , eso había significado enfrentar el difícil problema de adaptarse psicológicamente a días y noches de duración muy variable.
Dentro de naves espaciales, en ciudades flotando en el espacio, en planetas que por cualquier número de razones requerían un ambiente artificial, esto no era un gran problema. Simplemente se sincronizaba el entorno con un estilo de vida de veinticuatro horas. La iluminación artificial hacía que el día fuera brillante y la noche oscura. En este tipo de lugares, podrían ajustar la temperatura para que sea la más baja justo antes del amanecer, y entre el verano y el invierno cambiaban no sólo la temperatura, sino también la duración de las noches.
Además, en los mundos en los que los períodos de rotación eran extremadamente largos o cortos, un día de veinticuatro horas podía aplicarse por reglamento. La gente empezaba a decir: «Hoy será de noche todo el día. «En este planeta, se pueden ver puestas de sol dos veces al día».
El problema ocurrió más bien en planetas con períodos de rotación similares a los de la Tierra de 21.5 horas o 27 horas, donde después de mucho ensayo y error, la población se dividiría en una facción a favor de dividir el período orbital en veinticuatro divisiones iguales y usar el tiempo local planetario, y otra a favor de soportar las diversas inconveniencias de usar el sistema estándar de veinticuatro horas. Cualquiera que fuera la decisión que tomaran, no habría otra cosa que hacer que no fuera fortalecer los nervios y acostumbrarse a ello.
Veinticuatro horas es un día, y 365 días es un año. Este llamado calendario estándar fue utilizado tanto en el imperio como en la alianza. El 1 de enero en el Imperio Galáctico era también el 1 de enero en la Alianza de Planetas Libres .
«No hay necesidad de permanecer encadenados a los lazos de la Tierra para siempre», era un estribillo común. «La humanidad ya no gira alrededor de la Tierra, y el calendario de la Era Espacial ya está en vigor. ¿No deberíamos establecer nuevos estándares para mantener el tiempo?»
Entre los que pensaban eso de «viejo igual a malo» había algunos que argumentaban así, pero cuando se les preguntaba cuáles deberían ser estos nuevos estándares, nunca hubo una respuesta en la que todos pudieran estar de acuerdo. En última instancia, la antigua costumbre recibió la mayor cantidad de apoyo -si no necesariamente la más entusiasta- y continuaba hasta el día de hoy.
Los «lazos con Tierra» se extendían también a pesos y medidas. Un gramo era igual a un centímetro cúbico de agua, pesado bajo la gravedad de la Tierra a 4 grados centígrados. De la misma manera, un centímetro era aproximadamente igual a una cuatromilmillonésima parte de la circunferencia terrestre. Estas unidades también eran de uso común para toda la sociedad de la humanidad que abarca las estrellas.
El Kaiser Rudolf había hecho un esfuerzo para cambiar las unidades de peso y medida. Buscando estandarizar todas las unidades, había definido la altura de su propio cuerpo como un kaiser-faden y su propio peso corporal como un kaiser-centner. Sin embargo, este sistema nunca se puso en marcha. No porque fuera totalmente ilógico, sin embargo. Kläfe, que era el jefe del tesoro en ese momento, pidió una audiencia con el Kaiser, en la que presentó respetuosamente un único dato. Se trataba de un cálculo de prueba del gasto que sería necesario para cambiar las unidades de pesos y medidas, partiendo del supuesto de que para ello sería necesario cambiar cada chip de ordenador y cada dispositivo de medición en toda la galaxia asentada. En ese momento, la unidad monetaria acababa de ser cambiada de créditos a marcos imperiales, y la historia cuenta que el número de ceros alineados en ese papel había sido suficiente para desalentar incluso al siempre obstinado Rudolf.
De esta manera, el metro y el gramo sufrieron su existencia continuada, aunque la teoría que prevalecía actualmente era que la estimación de Kläfe había sido una cifra obviamente inflada y que Kläfe, cuya mansedumbre había sido considerada su única gracia salvadora, se había atrevido de hecho a una sutil muestra de resistencia a la ilimitada auto-deificación de Rudolf.
El majestuoso palacio de Neue Sans Souci , residencia oficial del Kaiser del imperio galáctico, se revelaba bajo el cielo nocturno.
(Nota del traductor: Neue Sans Souci significa literalmente “Sin preocupaciones.” Del frances. Claramente, yo lo veo como una declaración de intenciones. Además, Sans Souci es el nombre del palacio de Federico II de Prusia, situado en Postdam. Y ya sabemos que el Imperio galáctico está más que inspirado en Prusia…¿no?)
Edificios grandes y pequeños, independientes e interconectados, innumerables fuentes, bosques naturales y artificiales, jardines de rosas hundidos, esculturas, macizos de flores, miradores y una interminable sucesión de césped fueron envueltos en luz plateada pálida por ingeniosos efectos de iluminación diseñados con cuidado para no irritar el nervio óptico.
Este palacio era la encrucijada política de un gobierno que gobernó más de mil sistemas estelares. Las oficinas del gobierno estaban dispuestas alrededor de su perímetro, pero no había ningún edificio alto entre ellas. Sus oficinas principales estaban bajo tierra, ya que era un acto imperdonable de falta de respeto para un súbdito que miraba desde una alta posición al palacio del Kaiser. Incluso los muchos satélites que orbitaban los cielos de Odín nunca pasaban directamente sobre el palacio.
Más de cincuenta mil chambelanes y damas de honor trabajaban en el palacio. Era una época en la que el uso de personas para realizar tareas fácilmente automatizadas demostraba la altura de la propia posición y la grandeza de la propia autoridad. Cocinar, limpiar, guiar a los visitantes, mantener los jardines, cuidar a los ciervos en libertad, todo esto era realizado por manos humanas. Este era el lujo de un rey. No había carreteras de circunvalación ni escaleras mecánicas en el palacio. Tenías que usar tus propias piernas para caminar por sus pasillos y subir o bajar sus escaleras. Esto era cierto incluso para el propio Kaiser.
«Rudolf el Grande» había creído que la fuerza física también era un requisito para gobernar. ¿Cómo podría uno soportar la carga de este vasto imperio si ni siquiera podía caminar con sus propios pies?
Dentro del palacio había varias salas de audiencias, y esa noche la Sala de la Perla Negra estaba repleta de incontables funcionarios de alto rango. Esta noche se celebraría una ceremonia para otorgar el cetro de mariscal imperial al conde Reinhard von Lohengramm, que había herido gravemente a las fuerzas rebeldes en la batalla de Astarté, haciendo hizo brillar gloriosamente en ese campo de batalla la luz de la autoridad del Kaiser.
(Nota del traductor: En la serie se usa el termino Almirante de flota, en vez de mariscal.Sin embargo, he llegado a la conclusión de que me gusta el termino mariscal, suena muy «antiguo». Asi que se queda en Mariscal.)
Un mariscal imperial no sólo estaba un rango por encima de un alto almirante, sino que venía acompañado de una pension vitalicia de 2,5 millones de marcos imperiales al año. Un mariscal imperial tampoco era punible por ningún en virtud del derecho penal por ningún delito, salvo por alta traición, y podía establecer un almirantazgo en la que podía contratar o despedir a personal a su antojo.
En la actualidad, sólo había cuatro mariscales imperiales que disfrutaban dichos privilegios, aunque esta noche se convertirían en cinco cuando el conde Reinhard von Lohengramm se sumara a ellos. Además, el conde Lohengramm también sería nombrado vicecomandante en jefe de la Armada Espacial Imperial, poniendo la mitad de las dieciocho flotas bajo su mando.
«Después le mejorarán el título de nobleza. De conde a marqués», susurraban así unos a otros en los recovecos de la vasta Sala de las Perlas Negras. Junto con el fuego, el gran amigo de la humanidad a través de los tiempos había sido el chismorreo. Aquellos que adoraban a este amigo existían en todas las épocas y bajo todas las circunstancias, sin excepciónes. No faltaba ni en el lujoso palacio ni en la casa humilde.
Posicionados lo más cerca posible del trono del Kaiser, los que ocupaban las posiciones más altas del imperio eran los aristócratas vecinos inmóviles, los oficiales civiles y militares de alto rango y los que tenían múltiples títulos. Separados por una alfombra roja de seis metros de ancho -doscientos artesanos la habían tejido a lo largo de 450 años-, habían formado dos filas. Por un lado había una fila de funcionarios civiles, con el Marqués Lichtenlade ocupando el puesto más alto.
(Ndt: En la serie, Lichtenlade era príncipe ¿No? En fin. Traducciones)
El marqués Lichtenlade, ministro de Estado del gobierno imperial, presidía las reuniones del gabinete como primer ministro imperial en funciones. Era un anciano de setenta y cinco años, con la nariz puntiaguda y el pelo plateado como nieve recién caída, poseía un destello en el ojo, más severo que penetrante. A su lado se encontraban el ministro de Finanzas Gerlach, el ministro del Interior Flegel, el ministro de Justicia Lump, el ministro de Ciencia Wilhelmj, el ministro del Palacio Interior Neuköln, el secretario jefe del gabinete Kielmansek, y otros como ellos, sentados en filas.
En el lado opuesto había filas de oficiales militares: El Mariscal Imperial Ehrenberg, que fue ministro de asuntos militares; el Mariscal Imperial Steinhof, secretario general del Cuartel General del Comando Militar Imperial; el Mariscal Imperial Krasen, comisionado de Estado Mayor; y el Mariscal Imperial Mückenberger, comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial; El almirante Ovlesser, comisionado del Cuerpo de Granaderos Blindados; el almirante Ramusdorf, comisionado de la Guardia Imperial; el almirante Klammer, comisionado de la policía militar; los comandantes de las dieciocho flotas…
Ante el claro y resonante sonido de una anticuada trompeta, toda la asamblea comenzó a enderezar su postura. Hubo un crujido de hojas en el viento, y luego se calmó. La voz del coordinador de las ceremonias golpeó los tímpanos de los asistentes, anunciando la entrada del Altísimo Honorable.
«Gobernante de toda la humanidad, soberano de todo el universo, defensor del orden y las leyes que gobiernan el reino celestial, Kaiser del sagrado e inviolable Imperio Galáctico, Su Alteza, Friedrich IV!»
La solemne melodía del himno nacional del imperio se engrosó tras su última palabra. Todos los presentes inclinaron profundamente sus cabezas, como si algo les presionara el cuello. Tal vez algunos de ellos estaban contando por debajo de su respiración. Cuando lentamente levantaron la cabeza, su Kaiser estaba sentado en su lujoso trono dorado.
Friedrich IV, trigésimo sexto Kaiser del Imperio Galáctico. A los sesenta y tres años, era un hombre que daba la impresión de estar extrañamente agotado. Aunque no era muy anciano, había algo en él que hacía que la gente quisiera llamarlo «viejo». Casi no tenía ningún interés en los asuntos de estado. Tampoco parecía tener la capacidad o la voluntad de usar activamente el poder absoluto que tenía. El Kaiser Friedrich IV: un hombre débil que apenas había heredado un brillo crepuscular de su poderoso antepasado Rudolf, su polo opuesto.
El Kaiser había perdido a su Kaiserinne diez años antes. No había sido una enfermedad intratable, sino un resfriado que había empeorado y se había convertido en neumonía. El cáncer había sido conquistado en la lejana antigüedad, pero eliminar el resfriado común de la lista de enfermedades había sido imposible, como lo expresó tan maliciosamente un historiador de la alianza, «incluso para la gloria y el poder de Rudolf el Grande».
Desde entonces, el Kaiser había concedido a una de sus amantes el título de condesa (o Gräfin) Grünewald, convirtiéndola en su esposa de facto, aunque se abstuvo de hacerla Kaiserinne. Pero como esa señora no era de alta alcurnia, se abstenía de asistir a las funciones oficiales del estado y, como de costumbre, no mostró su adorable rostro ante la corte esa noche. El verdadero nombre de la condesa von Grünewald era Annerose.
En una voz sonora, el coordinador de la ceremonia llamó al hombre del momento para que avanzara.
“Lord Reinhard, Conde Lohengramm!
Esa vez no había necesidad de inclinarse profundamente, así que todos aquellos reunidos volvieron sus ojos hacia el joven oficial que caminaba por la alfombra, entre ambos grupos.
Habían suspiros de admiración provenientes de las doncellas nobles. Incluso aquellos que albergaban hostilidad hacia él (la mayor parte de los asistentes) no podían sino reconocer su incomparable atractivo.
Su cara era como la de una muñeca creada con las mas perfecta porcelana Baici, aunque sus ojos eran demasiado afilados para una muñeca, su expresión era demasiado intensa y fuerte. Si no fuera por la indulgencia del Kaiser hacia la hermana mayor de Reinhard, Annerosse, y la expresión de Reinhard en ese momento, los murmullos y chismorreos acerca de sodomía entre el soberano y el súbdito habrían sido inevitables.
Con un paso enérgico digno de un oficial del ejército, Reinhard pasó a través de la mezcla de las emociones variadas de los espectadores, llegando al fin a pararse ante el trono, donde con una reverencia que no se sentía en ningún lugar de su corazón, se inclinó sobre una rodilla. En esa postura, esperaba ser agraciado por las palabras de su soberano. En las funciones oficiales, no se permitía que los súbditos se dirigieran al Kaiser.
«Conde Lohengramm, sus recientes hazañas militares han sido verdaderamente espléndidas», dijo el Kaiser, hablando con una voz desprovista de originalidad o carácter.
«Si me permite el atrevimiento, fue por la gracia de la autoridad de Su Majestad.»
La respuesta de Reinhard también había carecido de originalidad, pero eso se debió al cálculo y a la moderación. Incluso si dijera algo inteligente, no estaba hablando con alguien capaz de entender la inteligencia, y hacerlo solo avivaría las hostilidades de los presentes. Para Reinhard, ese trozo de papel que el Kaiser tomó del director de ceremonias y comenzó a leer en voz alta era mucho más importante.
“En virtud del reconocimiento de vuestro éxito en la subyugación de las fuerzas rebeldes del sistema estelar Astarte, nombro a vuestra merced, Conde Reinhard Von Lohengramm, Mariscal imperial. Además, os nombro vicecomandante de la armada espacial y emplazo la mitad de sus naves bajo vuestro mando. Decretado el 19 de marzo, del año 487 del calendario imperial, por Friedrich IV, Kaiser del imperio Galáctico”
Reinhard se levantó y ascendió la escalinata , e inclinándose profundamente recibió su carta de nombramiento. Al mismo tiempo, recibió el bastón de mando de un mariscal imperial. En ese instante, el conde Reinhard von Lohengramm se convirtió en mariscal imperial.
Incluso cuando una brillante sonrisa apareció en su rostro, Reinhard no sintió ninguna satisfacción en su interior. Esto no era más que el primer paso en el largo camino que tenía que recorrer, el camino hacia el lugar de ese tonto torpe que había usado su poder para arrebatarle a su hermana.
«Hmph. ¿Un mariscal imperial de 20 años?»
Ese murmullo apenas audible había venido del Alto Almirante Ovlesser, comisionado del Cuerpo de Granaderos Blindados. Era un hombre grande y bien formado, cuya edad se acercaba al medio siglo; Tenía en el pómulo izquierdo una cicatriz de color púrpura vivo tallada por el láser de un soldado de la alianza . Deliberadamente la había dejado parcialmente sin curar, anunciando al mundo que era un general feroz y endurecido en la batalla.
«¿Desde cuándo la gloriosa Armada Espacial Imperial fue reducida a un juguete de niños, Excelencia?»
El hombre al que le susurró tan provocativamente era aquel a quien Reinhard acababa de robarle la mitad de los hombres bajo su mando.
El Mariscal Imperial Mückenberger, comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial, arqueó ligeramente una ceja gris.
«Eso dice, señor, pero no puede negar que mocoso rubio es un táctico talentoso. Es un hecho que destruyó a las fuerzas rebeldes a pesar de ser superadas en número, y su talento ha silenciado incluso a veteranos endurecidos por la batalla como Merkatz».
«De hecho, parece como si le hubieran arrancado los colmillos.» Echando una mirada hacia el Almirante Merkatz, en silencio. en medio de una fila de oficiales militares, Ovlesser hizo una crítica despiadada. «Si bien es cierto que el mocoso los derrotó, una victoria por sí sola podría ser una casualidad. Si me preguntas, todo lo que puedo pensar es que el enemigo no sabía lo que estaba haciendo. La victoria y la derrota son en última instancia relativas, después de todo».
«Está hablando muy alto, Almirante»
Aunque hablaba con reproche, el mariscal imperial no había negado el contenido de lo que había dicho el alto almirante. El logro de Reinhard no fue algo fácil de aceptar para los altos nobles y los viejos almirantes de la guardia.
El tiempo y el lugar eran lo que eran, sin embargo, el mariscal imperial aparentemente sintió la necesidad de cambiar el tema. «Sobre ese enemigo en particular, por cierto, ¿has oído hablar de un comandante llamado Yang?»
«Déjame pensar… No recuerdo a nadie con ese nombre. ¿Qué pasa con él?»
«En la reciente batalla, fue el hombre que detuvo la desintegración de la fuerza rebelde y provocó la muerte del Contraalmirante Erlach.»
«¿Oh?»
«Parece poseer una gran aptitud para el trabajo de general. Tengo información de que hasta nuestro cachorro rubio torció la nariz a causa de ese hombre».
«¿Y no te alegras de oírlo?»
«Lo sería si esto fuera sólo por Reinhard. Pero, ¿crees que eligen a quién se van a enfrentar cuando van a la batalla?»
Como era de esperar, había una nota de asco en la voz del mariscal imperial, ante la cual Ovlesser se encogió torpemente de hombros.
En la sala de la perla negra, la música empezaba a sonar de nuevo. Era «Las valkirias aman vuestro coraje», una pieza compuesta en alabanza a los oficiales militares que dieron todo de sí al servicio del Kaiser y de la patria. El telón estaba empezando a caer sobre ,lo que para los nobles de alta alcurnia había sido una ceremonia muy desagradable.
El capitán Sigfried Kircheis, junto con otros soldados de la clase de oficiales de campo, estaba esperando en la Sala Amatista, que estaba separada por un amplio pasillo del lugar de la ceremonia misma.
Kircheis, como no era ni noble ni almirante, carecía de las cualificaciones necesarias para entrar en el Salón de las Perlas Negras. Sin embargo, en los últimos dos días se había decidido que sería ascendido a contra-almirante, (sin pasar por comodoro) a una posición en la que se le llamaría «Excelencia». Cuando eso ocurriera, ya no estaría excluido de las ceremonias elegantes.
Cada vez que Reinhard sube un escalón en la jerarquía, me arrastran detrás de él… Kircheis temblaba un poco. Aunque no se consideraba carente de talento, la velocidad de su ascenso era ciertamente extraordinaria, y sería desastroso pensar que se debía enteramente a su propia capacidad.
«Capitán Sigfried Kircheis, ¿correcto?» Dijo una suave voz a su lado.
Un oficial que parecía estar en la treintena estaba de pie en la línea de visión de Kircheis. Llevaba una insignia de capitán. Era un hombre alto, aunque no tan alto como Kircheis, con ojos marrones pálidos, un cutis blanco enfermizo y muchas canas tempranas en su oscura cabellera.
«Así es, ¿y quién es usted?»
«Capitán Paul von Oberstein. Es la primera vez que nos encontramos».
Al pronunciar estas palabras, Kircheis se sorprendió al ver una extraña luz que brotaba de sus ojos.
«Le pido perdón…» murmuró el hombre que se hacía llamar Oberstein. Había leído de la expresión de Kircheis lo que había pasado. «Algo debe estar mal con mis ojos artificiales. Lo siento si le he asustado. Me aseguraré de que los reemplacen mañana, si me es posible».
«¿Son artificiales? Lo siento, entonces soy yo quien debería pedirte perdón».
«No, en absoluto. Gracias a estas cosas, con sus chips fotónicos integrados, puedo apañarmelas sin ningún tipo de discapacidad. Pero simplemente no parecen durar mucho, ¿no? «
«¿Fue herido en batalla?»
«No, he sido así desde que nací. Si hubiera nacido en la generación de Rudolf el Grande, habría sido capturado y eliminado por la Ley de Eliminación de la genes inferiores».
Las vibraciones del aire se convirtieron en sonidos que apenas alcanzaban los límites inferiores de la audición humana y, sin embargo, eso era suficiente para que Kircheis se quedara boquiabierto. Huelga decir que los comentarios que suenan críticos con respecto a Rudolf el Grande eran motivo de acusaciones de lesa majestad.
«Tiene usted un buen comandante, capitán Kircheis -añadió Oberstein con voz un poco más fuerte-, pero no era más que un susurro. «Y por un buen comandante, me refiero a alguien que pueda aprovechar al máximo el talento de sus subordinados. Hay muy pocos de ellos en el servicio ahora mismo. Pero el conde Lohengramm es diferente. Es más que impresionante para alguien tan joven. Es algo difícil de entender para las poderosas familias de alto nivel, sin embargo, atrapadas en su mentalidad obsesionada con el linaje…»
El detector de trampas de Kircheis sonaba como loco en el fondo de su mente. ¿Cómo podía estar seguro de que este hombre Oberstein no era una marioneta enviada por alguien que esperaba que Reinhard cometiera un error?
«Digame, ¿en qué unidad trabaja?», dijo, cambiando de tema.
«Hasta ahora, he estado en el Departamento de Procesamiento de Datos del Cuartel General, pero recientemente recibí órdenes de servir como oficial de Estado Mayor en la flota estacionada en Iserlohn.»
Oberstein sonrió poco después de su respuesta. «Parece estar en guardia, Capitán.»
En ese instante, un avergonzado Kircheis estaba a punto de decir algo cuando vio a Reinhard entrar en la habitación. La ceremonia había terminado, al parecer.
Reinhard comenzó a decir: «Kircheis, mañana…», pero entonces se dio cuenta del hombre pálido que estaba de pie junto a su subordinado.
Oberstein saludó y se presentó, luego, después de breves y convencionales palabras de felicitación, se dio la vuelta y se marchó.
Reinhard y Kircheis salieron al pasillo. Esta noche se alojarán en una pequeña casa de huéspedes en un rincón fuera del camino de los terrenos del palacio. Fue una caminata de quince minutos a través de los jardines para llegar allí.
«Kircheis», dijo Reinhard mientras salían bajo el cielo nocturno, «Voy a encontrarme con mi hermana mañana. Estoy seguro de que tú también vienes».
«¿Está bien que vaya contigo?»
«¿Por qué tan reservado en este punto? Somos una familia.» Reinhard sonrió como un niño, pero luego retrocedió y bajó un poco la voz. «Por cierto, ¿quién era ese hombre? Hay algo en él que me molestó un poco».
Kircheis dio una breve visión general de la situación y además opinó que él era «de alguna manera, un tipo extraño».
Las cejas perfectamente formadas de Reinhard se habían arrugado ligeramente mientras escuchaba. «Un tipo extraño», estuvo de acuerdo. «No sé qué tiene en mente para acercarse a ti de esa manera, pero valdría la pena estar en guardia. Por supuesto, con tantos enemigos como tenemos, estar en guardia tampoco es fácil».
Los dos hombres sonrieron a la vez.
III
La residencia de la Condesa Annerose von Grünewald se encontraba en otro rincón del Palacio de la Neue Sans Souci, aunque para visitarla era necesario un paseo de diez minutos en una limusina decorada con llamativos adornos que sólo se utilizaba en la corte.
Para alguien como Kircheis, caminar habría sido más fácil, pero cuando el Ministerio del Interior del Palacio enviaba un vehículo terrestre como muestra de la generosidad de Su Alteza Imperial, no había nada que hacer más que usarlo. La mansión a la que estaban destinados estaba a orillas de un lago que crecía, densamente rodeada de tilos , construido en un estilo arquitectónico simple y limpio que se adaptaba bien a su ocupante. Cuando vio la esbelta y elegante figura de Annerose de pie en el porche, Reinhard saltó del coche que aún se movía y se apresuró a correr hacia ella.
«¡Annerose! ¡ hermana mayor!»
Annerose saludó a su hermano menor con una sonrisa que era como la luz del sol en la primavera.
«¡Reinhard! Es maravilloso que hayas venido. Y hasta Sieg está aquí.»
«Lo importante es que usted también tiene buen aspecto, Señorita Annerose.»
«Gracias. Ahora entrad, los dos. Te he estado esperando durante los últimos días.»
Ah, ella no ha cambiado nada desde los viejos tiempos, pensó Kircheis. Esa gentil bondad, esa pureza intacta… imposible de estropear, aunque todo el poder del Kaiser pudieran estuviera contra ella.
«Voy a preparar un poco de café. Tomad un poco de pastel de ciruelas también. Lo horneé yo misma, así que no estoy segura si será de vuestro gusto o no. Probad esto y decidme».
«Alinearemos nuestros gustos con él pastel», respondió Reinhard riendo. La sala de estar era del tamaño adecuado, y un ambiente relajado y acogedor llenaba ese espacio. Los tres jóvenes compartían por igual la ilusión de que los espíritus del tiempo habían retrocedido diez años en el tiempo.
El tintineo de las tazas de café al tocarse unas a otras, el mantel limpio, el aroma de un ligero toque de esencia de vainilla que se mezclaba con el pastel…. se reflejaban en todas estas cosas una alegría singular.
Annerose llevaba una pequeña sonrisa mientras cortaba y repartía el pastel con movimientos hábiles y fluidos.
«De vez en cuando, alguien me dice que la cocina no es lugar para una condesa, pero no importa lo que digan, lo disfruto tanto que no puedo evitarlo. Aunque es mucho trabajo duro no depender mucho de las máquinas».
Se preparó el café y se vertió la crema. Hubo tarta casera y conversación sin la más mínima preocupación por otras cosas. Por una vez, sus corazones estaban tranquilos.
«Reinhard siempre quiere salirse con la suya, Sieg. Sólo puedo imaginar todos los problemas por los que debe pasar.»
«No, no en…»
«Puedes decir lo que piensas.»
«Reinhard, deja de burlarte de él. ¡Oh! Acabo de acordarme. Tengo un delicioso vino rosado que me dio la vizcondesa Schafhausen. Está en el sótano, así que me pregunto si podrías ir a buscarlo. Pero lamento enviar a Su Excelencia el Mariscal Imperial a hacer recados”
«Ahora eres tú la que me está tomando el pelo. Pero sí, Milady, ya sea para hacer recados o lo que sea, considérame a tu servicio».
Reinhard se puso de pie y se fue, relajado y tranquilo. Annerose y Kircheis se quedaron atrás. Annerose volvió su pequeña sonrisa hacia el mejor amigo de su hermano menor.
«Sieg, gracias por estar siempre ahí para mi hermano.»
«No es nada en absoluto. Yo soy el que siempre está siendo cuidado por él. Como no soy un aristócrata, me parece demasiado, ser capitán a mi edad».
«Pronto serás un contraalmirante. Me he enterado de las noticias, Felicidades».
«Muchas gracias.»
Los lóbulos de las orejas de Kircheis empezaron a enrojecer.
«Mi hermano nunca lo dice, y tal vez él no se da cuenta, pero Sieg…él realmente depende de ti. Así que por favor, de alguna manera, cuida bien de él de ahora en adelante, también.»
«Me honra que alguien como yo…»
«Sieg, deberías reconocer más tus propios talentos. Mi hermano tiene talento. Probablemente un talento que nadie más tiene. Pero no es tan maduro como tú. Se parece un poco a un antílope que se concentra tanto en la velocidad de sus piernas que corre directo hacia un acantilado sin darse cuenta. Lo conozco desde que nació, así que puedo decir cosas así».
«Señorita Annerose…»
«Por favor, Sieg, te lo ruego. Vigila a Reinhard, no dejes que pierda el equilibrio en esos acantilados. Si ves las señales, regáñale. Si la advertencia viene de ti, te escuchará. El día que deje de escucharte será el día en que mi hermano deje de ser mi hermano. Habrá demostrado por sí mismo que, por mucho talento que haya tenido, carecía de la habilidad para perfeccionarlo».
Esa sonrisita ya había desaparecido del hermoso rostro de Annerose. En sus ojos de zafiro, de un azul más profundo que los de su hermano, flotaba la sombra de algo así como el dolor. Una hoja invisible se deslizó sobre el corazón de Kircheis. Así es, las cosas no son las mismas que hace diez años. Reinhard y yo ya no somos niños del vecindario, y Annerose ya no es esa niñita tan hogareña. La amante favorita del Kaiser, el mariscal imperial y su principal ayudante. Nosotros tres, de pie entre la fragancia y el hedor del poder imperial…
«Si está dentro de mis posibilidades, haré lo que sea, Señorita Annerose.»
De alguna manera, la voz de Kircheis logró obedecer la voluntad de su maestro mientras luchaba por contener sus emociones.
«Por favor, cree en mi lealtad hacia Reinhard. Nunca haré nada que traicione sus deseos, Señorita. Annerose».
«Gracias, Sieg. Lo siento, siempre te pido demasiado. Pero aparte de ti, no hay nadie en quien pueda confiar. Por favor, ¿encontrarás alguna manera de perdonarme?»
Quiero que los dos dependan de mí, murmuró Kircheis en su corazón. Desde aquel momento hace diez años, cuando te oí decir: «Por favor, sé un buen amigo de mi hermano», es lo que siempre he querido….
¡Hace diez años! De nuevo, Kircheis sintió ese dolor en su corazón.
Si hubiera tenido su edad actual hace diez años, nunca habría entregado a Annerose en manos del Kaiser. No importa lo que cueste, habría tomado a esos dos hermanos y huido, probablemente a la Alianza de Planetas Libres. Y para entonces, podría ser un oficial del ejército de la alianza. Pero en ese entonces, no tenía la habilidad y le faltaba una clara comprensión de sus propios deseos. Ahora las cosas eran diferentes. Pero diez años o más en el pasado, no había nada que pudiera hacer. ¿Por qué las personas no pueden tener la edad que necesitan en los momentos más importantes de sus vidas?
«Podrías haber puesto esto en un lugar más fácil de encontrar.»
Esas palabras anunciaban el regreso de Reinhard.
«Sí, su arduo trabajo es muy apreciado. Pero tus esfuerzos en la búsqueda traen su propia recompensa. Iré a buscar los vasos».
Tiempos como estos eran fugaces, aunque tenerlos en absoluto era una bendición. Kircheis se dijo a sí mismo. La siguiente batalla, que seguramente se avecinaba, no era algo a lo que pudiera permitirse renunciar.
Capítulo 4. El nacimiento de la flota XIII
I
El edificio del Cuartel General Operativo Conjunto de la Alianza de planetas libres se extendía cincuenta y cinco pisos sobre el nivel del suelo y ochenta pisos por debajo de él, situado en la zona climática caducifolia del hemisferio norte del planeta Heinessen. A su alrededor se ubicaban de manera ordenada los edificios del Cuartel General de Ciencia y Tecnología, el cuartel General de Servicio de retarguardia, el Centro de Mando, el control de defensa espacial, la academia militar y el Centro de Mando de Defensa de la Capital. Estos edificios formaban una zona que era el centro de los asuntos militares, a unos cien kilómetros del corazón de la capital, Heinessenpolis.
En un salón de actos que ocupaba el espacio de cuatro de los pisos subterráneos del edificio del cuartel general de operaciones conjuntas, estaba a punto de comenzar un homenaje para aquellos que habían muerto en la batalla de Astarte. Era una hermosa tarde con un cielo azul y despejado, dos días después de que la fuerza de la alianza enviada al sistema Astarté hubiera regresado como un remanente agotado, habiendo perdido el 60% de su fuerza. El carril que se dirigía hacia el vestíbulo estaba lleno de multitudes de asistentes. Estaban presentes las familias de los fallecidos y desaparecidos, así como el personal gubernamental y militar. Entre ellos se encontraba también la figura de Yang Wen-Li.
Mientras respondía apropiadamente a la gente que se acercaba a hablar con él, Yang levantó la vista para ver la gran extensión del cielo azul. Aunque no podía verlos, innumerables satélites militares volaban silenciosamente sobre el espacio por encima de las muchas capas de la atmósfera.Entre ellos estaban los doce satélites interceptores que juntos formaban el «Collar de Artemisa», ese gigantesco motor de asesinato y destrucción controlado por el Centro de Mando y Control de Defensa Espacial, del que se jactaban los líderes militares de la Alianza: «Mientras tengamos esto, el planeta Heinessen es inexpugnable.» Cada vez que lo escuchaba, Yang recordaba la historia pasada y cómo la mayoría de las fortalezas, apodadas «inexpugnables», se habían derrumbado en medio de las devoradoras llamas del juicio. ¿Realmente pensarán que ser militarmente fuerte es algo de lo que presumir?
Yang se abofeteó ligeramente ambas mejillas con sus manos. Se sentía como si no estuviera completamente despierto. Había dormido dieciséis horas seguidas, pero se había mantenido despierto durante sesenta horas antes de eso.
Tampoco comía bien. Su estómago no se sentía muy bien, así que todo lo que había consumido era una sopa de verduras que Julián había calentado para él.Se había desmayado en la cama tan pronto como regresó a la vivienda oficial, luego se marchó para acudir a ese lugar , apenas una hora después de despertarse, y ahora que lo pensaba, no podía recordar haber tenido ninguna conversación decente con el joven del que se había convertido en guardian.
Oh, bueno, supongo que esto me convierte en un fracaso como padre….
Mientras pensaba así, alguien le dio una palmadita en el hombro. Cuando se dio la vuelta, el Contraalmirante Alex Cazellnu, su superior de la academia, estaba allí de pie, sonriendo.
«Parece que el héroe de Astarte aún no se ha despertado completamente.»
«¿Quién es el héroe?»
«La persona frente a mí. Probablemente no has tenido tiempo de ver las noticias todavía, pero eso es lo que todo el campo del periodismo está escribiendo sobre ti».
«¿Yo? Solo soy un general derrotado.»
«Así es», dijo Cazellnu. «La Marina de la Alianza fue derrotada. Por eso necesitamos un héroe. Aunque con una gran victoria, la cosa no habría llegado tan lejos como «necesitar»uno , ¿sabes? Eso es porque cuando perdemos, tenemos que apartar los ojos del público del panorama general. Probablemente fue lo mismo con El Facil».
El tono irónico era muy característico de Cazellnu. Era un hombre de treinta y cinco años, de mediana estatura y aspecto saludable, que trabajaba como ayudante superior y segundo al mando del mariscal Sidney Stolet, director del Cuartel General Conjunto de Operaciones Militares de la Alianza. Con más experiencia en el trabajo de oficina que en el servicio de primera línea, era un hombre de gran habilidad cuando se trataba de organizar proyectos y tratar con la burocracia; no había duda de que su futuro estaba en el puesto de director en el Cuartel General de retarguardia .
«¿Está bien que estes aquí?», preguntó Yang. «Siendo ‘ayudante general’ (aunque eso signifique ‘chico de los recados’) pensé que estarías ocupado, pero…» Bajo un ligero contraataque, el burócrata militar capaz devolvió una sonrisa sutilmente formada.
«Bueno, este programa está siendo dirigido por la Oficina de Ceremonias. No es para los soldados y ni siquiera para las familias. El más emocionado por todo esto es su excelencia el Presidente del Comité de Defensa. Porque si se me permite decirlo, todo esto es un espectáculo político para el presidente, ya que su objetivo es dirigir la próxima administración».
La cara del presidente del Comité de Defensa, Job Trünicht, apareció en los recuerdos de ambos.
Un político alto, guapo y joven de 41 años. Un hombre enérgico, resuelto y que formaba parte de la faccion militarista, que abogaba por la lucha contra el imperio. La mitad de los que lo conocieron lo elogiaron como un orador elocuente. La otra mitad lo odiaba por ser un sofista.
El actual jefe de Estado de la alianza era el Presidente del Consejo Supremo, Royal Sunford. Un político anciano que se había alzado de la a través de la lucha política para ser un moderador, sobre todo estaba dedicado a hacer respetar los precedentes y los procedimientos. Ya que de alguna forma carecía de vigor, la luz del escenario estaba comenzando a brillar sobre Trünicht como el lider de la siguiente generación.
«Pero tener que escuchar a la palabrería estúpida e insípida de ese hombre es peor que pasar la noche en vela», dijo Cazellnu con asco. Aunque él estaba en el ejército, su opinión era sobre el asunto era la minoritaria. Trünicht puede haber sido un sabueso publicitario, pero hablaba apasionadamente de proporcionar un mayor presupuesto a los militares y de aplastar el imperio, y entre aquellos cuyo afecto se ganaba, muchos eran soldados uniformados. Yang también era uno de la minoría.
Dentro del auditorio, los dos hombres estaban sentados muy separados. Cazellnu se sentaba detrás del Director Stolet en los asientos reservados para los invitados de honor, mientras que Yang estaba al frente y en el centro, justo debajo del podio.
La ceremonia había comenzado de una forma convencional, y procedía de una forma convencional. El Presidente del consejo Sundford dejó el escenario tras la monótona lectura de de un discurso sin emoción, preparado para él por burócratas. Entonces el consejero Trünicht apareció sobre el escenario. Ante la mera aparición de ese hombre, el aire en el auditorio se volvió cargado y la gente comenzó a aplaudir, mucho más fuerte que el aplauso para el Presidente Sundford.
Trünicht, que no llevaba ningún discurso preparado- llamó la atención de los 60.000 asistentes con una voz rica y sonora.
“Ciudadanos y soldados! ¿Cual es el propósito para el que nos hemos apresurado para reunirnos en este lugar? Para dar paz a ese millón y medio de espíritus heroicos que tan valientemente entregaron sus vidas en la región estelar Astarte. Puesto que fue para proteger la libertad y la paz de su país, que ellos entregaron sus valiosas vidas.”
Sólo estaba en este punto del discurso, y Yang ya estaba deseando poder taparse los oídos. Se preguntaba si esta situación, en la que los oyentes se inclinaban ante palabras vacías y floridas, mientras su interlocutor se sentía perfectamente a gusto exhibiéndolas, había sido parte de la herencia de la humanidad desde los días de la antigua Grecia.
«Acabo de decir,’sus preciosas vidas'». Y verdaderamente, la vida es algo que siempre debe ser respetado. Pero, amigos, murieron para mostrar a los que nos quedamos atrás que aún existen cosas más preciosas que la vida de un individuo. ¿Cuales son? Son nuestro país y nuestra libertad! Sus muertes fueron hermosas, precisamente porque se apartaron y dieron su vida por una causa grande y noble. Eran buenos maridos. Eran buenos padres, buenos hijos y buenos novios. Tenían derecho a tener una vida larga y satisfactoria. Sin embargo, dejando de lado ese derecho, partieron al campo de batalla y allí entregaron sus vidas. Ciudadanos, si se me permite el atrevimiento de preguntar… ¿por qué murieron un millón y medio de soldados?»
«Porque el comando operacional de los líderes apestaba», murmuró Yang, siendo en ese momento su voz un poco fuerte para un comentario privado. Expresiones de asombro aparecieron en las caras de algunas de las personas que lo rodeaban, y un joven oficial de pelo negro le echó un vistazo. Los ojos de Yang se encontraron con esa mirada de frente, y su dueño, nervioso, miró rápidamente hacia el podio.
Y desde donde estaba mirando, el discurso del presidente del comité de defensa todavía se alargaba más. La cara de Trünicht estaba enrojecida, había un brillo de autointoxicación en sus ojos.
«Sí, ya he dicho la respuesta. Fue en defensa de la patria y de la libertad que entregaron sus vidas! ¿Hay alguna muerte más digna que esta de la palabra «noble»? ¿Hay algo más que nos hable tan elocuentemente de lo mezquino que es vivir sólo para uno mismo y morir sólo para uno mismo? Todos ustedes deben recordar que el país es lo que hace posible al individuo. Eso es lo que excede incluso a la vida en importancia¡Tengan en cuenta esta verdad! Y lo que quiero decir en voz alta es lo siguiente: ese país y esa libertad merecen ser protegidos, incluso a costa de vidas humanas. ¡Que nuestra batalla es justa! A aquellos de ustedes que se autodenominan pacifistas, exigiendo que hagamos las paces con el imperio… a aquellos de ustedes que se autodenominan idealistas, pensando que es posible coexistir con el absolutismo tiránico, les digo, ¡despierten de sus delirios! Cualquiera que sea su motivación para lo que hace, el resultado es una pérdida de la fuerza de la alianza, y eso beneficia al imperio. En el imperio se suprimen las ideologías antibélicas y pacifistas. Es porque nuestra alianza es una nación libre en la que incluso se permite la oposición a la política nacional. ¡No se aprovechen de eso! No hay nada más fácil que abogar por la paz con palabras».
Hay una cosa, pensó Yang;Esconderse en un lugar seguro y abogar por la guerra. Yang podía sentir la excitación de la multitud que lo rodeaba, aumentando a cada momento como un río que se elevaba. El había tenido suficiente, pero los agitadores, al parecer, nunca querían apoyo, sin importar la época o los tiempos.
«Si puedo ser tan audaz, todos aquellos que se oponen a esta guerra justa para derribar el absolutismo tiránico del Imperio Galáctico están minando al país. Son indignos de su ciudadanía en nuestra orgullosa alianza! Sólo aquellos que luchan sin miedo frente a la muerte para proteger nuestra sociedad libre y nuestra administración que la garantiza, son verdaderos ciudadanos de la alianza. ¡Los cobardes que carecen de esa preparación avergüenzan el espíritu de estos héroes! Esta alianza fue forjada y construida por nuestros antepasados. Conocemos la historia. Sabemos cómo nuestros antepasados pagaron por su libertad con sangre. Nuestra patria, con su gran historia! ¡Nuestra patria libre! ¿No nos levantaremos y lucharemos para defender lo único que vale la pena defender? ¡Luchemos, ahora, por la patria! ¡Salve la alianza! ¡Salve a la República! ¡Abajo el imperio!»
Con cada grito del presidente del comité de defensa, la razón de los oyentes se desvanecía como la paja. Agitadas olas de exuberancia elevaron los cuerpos de sesenta mil personas que se levantaron de sus asientos para unirse a Trünicht en sus vítores, con sus bocas abiertas de tal manera que probablemente pudieran verse hasta sus muelas.
“¡Salve la Alianza!¡Salve a la república! ¡Abajo el imperio!”
Un bosque de de incontables brazos hizo que las boinas danzaran en el aire. Hubo un capricho de aplausos y vítores. En medio del frenesí, Yang permaneció en silencio, decididamente sentado. Sus ojos negros se fijaron fríamente en el guerrero que estaba en el podio. Los dos brazos de Trünicht se elevaron en respuesta a la excitación de todo el auditorio, y luego su mirada se posó en la primera fila de espectadores. Por un instante, el brillo de sus ojos se volvió duro, mostrando asco, y las comisuras de sus labios se apretaron. Había reconocido a ese joven oficial en su campo de visión que aún estaba sentado. Si Yang hubiera estado sentado en la parte de atrás, probablemente no lo habrían notado, pero estaba en la primera fila, un rebelde descarado sentado justo debajo de la nariz del sublime patriotismo encarnado.
Un oficial de mediana edad le gritó a Yang: «Oficial, ¿por qué no estás de pie?» Llevaba una insignia del comodoro, igual que Yang.
Cambiando su mirada, contestó Yang en voz baja. «Este es un país libre. Debería ser libre de no levantarme cuando no quiera. Sólo estoy ejerciendo esa libertad».
«Bueno, entonces, ¿por qué no quieres ponerte de pie?»
«Estoy…ejerciendo mi libertad de no responder.»
Yang sabía que era una respuesta inteligente, incluso para él. Cazellnu probablemente se habría reído y habría dicho: «Eso fue bastante incómodo, incluso como una muestra de resistencia». Yang, sin embargo, no tenía entusiasmo por comportarse como un adulto aquí. No quería ponerse de pie, no quería aplaudir y tampoco quería gritar «¡Salve a la alianza! Si no conmoverse por el discurso de Trünicht era suficiente para merecer la crítica de su patriotismo, ¿qué otra respuesta podría dar salvo: «lo que tú digas»? Los adultos nunca fueron los que gritaron que el emperador estaba desnudo; siempre fue un niño.
«¿Qué intentas…?»
Justo cuando el comodoro de mediana edad comenzaba a gritarle de nuevo, Trünicht, en el podio, bajó los brazos. Hizo un leve gesto hacia la multitud, ambas manos abiertas, y mientras lo hacía, el nivel de excitación bajó, y una silenciosa quietud empezó a sofocar todo el ruido. La gente bajó la cabeza.
Incluso el comodoro de mediana edad que había estado mirando a Yang tomó asiento, sus gruesas y carnosas mejillas temblando de descontento.
«¿Damas y caballeros?»
El presidente del comité de defensa volvió a abrir la boca en el podio. Entre los gritos y el largo discurso, su boca se había secado, dejando su melodiosa voz, ronca. Después de toser una vez, comenzó a hablar.
«Nuestra arma más poderosa es la voluntad unificada de todo el pueblo. Con nuestro país libre y nuestro sistema de gobierno republicano elegido democráticamente, no podemos imponerles ningún objetivo, por muy noble que sea. Cada uno de ustedes tiene la libertad de oponerse al Estado. Pero esto debería ser obvio para toda la gente consciente: la verdadera libertad significa dejar de lado nuestros egoísmos mezquinos, unirnos y avanzar como uno solo hacia una meta común. Damas y caballeros…»
La razón por la que Trünicht cerró la boca en ese momento no fue por su boca seca. Fue porque había visto a una mujer caminando por el pasillo hacia el podio, sola. Era una mujer joven de pelo castaño claro, y lo suficientemente guapa como para que la mitad de los hombres con los que se cruzaba en la calle giraran la cabeza al verla pasar. A ambos lados del pasillo por el que pasaba, surgió un bajo y sospechoso movimiento de susurros, extendiéndose hacia fuera a través de la multitud como ondulaciones. ¿Quién es esa mujer? ¿Qué está haciendo?
Yang, al igual que los demás oyentes, también miró a la mujer, pensando que cualquier cosa era mejor que mirar la cara de Trünicht, pero cuando la vio no pudo evitar levantar las cejas ligeramente. Era una cara que recordaba muy bien.
«Señor Presidente del Comité de Defensa», dijo, llamando al podio con una voz de mezzosoprano que tenía un timbre agradable y persistente. «Mi nombre es Jessica Edwards. Soy -o fui- la prometida de Jean Robert Lapp, oficial de la Sexta Flota, que murió en la batalla de Astarté».
«Vaya, eso es…» El elocuente «líder de la nueva generación» se encontró sin palabras. «… es una pena terrible, señora, pero…»
El presidente del comité de defensa miró ,confuso a su alrededor en el vasto salón de asambleas, sin que sus palabras llegaran a ninguna parte. La multitud de sesenta mil oyentes respondió con sesenta mil silencios. Todos ellos contenían el aliento mientras miraban a esta joven, desolada por su prometido.
«No necesito su consuelo, Presidente, porque mi prometido murió noblemente defendiendo a su país.»
Jessica calmó en silencio la incomodidad del presidente, y una expresión de alivio descuidada apareció en la cara de Trünicht.
«¿Es eso cierto? Bueno, entonces, deberías ser considerada un modelo a seguir para todas las mujeres jóvenes en el frente de la casa. Un espíritu tan loable será recompensado con creces».
En ese momento, Yang quería cerrar los ojos ante ese hombre tan desvergonzado. Todo lo que podía pensar era: «Nada es imposible si no tienes vergüenza».
Jessica, por otro lado, parecía serena.
“Muchas gracias. Vine hoy aqui porque hay una pregunta- y solo una pregunta- que me gustaría que usted respondiera”
“¿Oh? ¿Qué clase de pregunta sería esa? Espero que sea una que pueda responder…”
“¿Dónde esta usted?”
Trünicht parpadeo. Así también lo hicieron muchos de los espectadores, incapaces de discernir la intención de la pregunta.
“¿Qué dijo?”
“Mi prometido fue al campo de batalla para proteger a su país, y ahora no está en ningún lugar de este mundo. Consejero Trünicht, ¿dónde esta usted ahora? Usted, con su elogios a la muerte ¿dónde esta?”
“Señorita…” el consejero y presidente del comité de defensa pareció acobardarse ante la vista de todos.
“¿Y su familia?- Continuó la joven, incansable. “He ofrecido a mi prometido como sacrificio. A usted, que predica a la gente la necesidad de sacrificarse le pregunto ¿dónde está su familia? No niego ni una sola de las palabras que ha dicho aquí hoy, ¿pero las está viviendo?”
“¡Seguridad!” Gritó Trünicht, mirando a derecha y despues a izquierda. “Esta señorita esta muy afectada. Escolténla a otra habitación. Mi discurso ha terminado. ¡Himno nacional! Toquen el himno nacional.”
Alguien agarró a Jessica del brazo. Ella iba a tratar de zafarse, pero se rindió al ver la cara del hombre .
“Vamos” le dijo Yang Wen-li en voz baja. “No creo que este sea un lugar en el que debas estar…”
Una música conmovedora, con una gran capacidad de exaltar, comenzaba a llenar el salón de actos. Era «Bandera de la Libertad, Gente de la Libertad», el himno nacional de la Alianza de Planetas Libres.
Amigos míos, algún día, al opresor derrocaremos,
Y en mundos liberados,
Levantaremos la bandera de la libertad.
Ahora, luchamos por un futuro brillante;
Hoy, luchamos por un mañana fructífero.
Amigos, cantemos; el alabanza al alma de la libertad .
Amigos, cantemos; el espectáculo del alma de la libertad.
La multitud comenzó a cantar al ritmo de la musica. A diferencia de los gritos caóticos de hace unos momentos, esta era una melodía rica y unida.
Desde mas allá de la oscuridad de la tiranía
Con nuestras manos , traigamos el amanecer de la libertad.
Las espaldas giraron en el podio, Yang y Jessica caminaron por el pasillo hacia la salida. Los asistentes miraron a los dos mientras pasaban, luego inmediatamente volvieron la mirada hacia el podio y continuaron cantando. Cuando la puerta que se había abierto silenciosamente ante ellos se cerró sobre sus espaldas, escucharon la línea final del himno nacional:
Oh, somos gente de la libertad,
Por la eternidad inconquistable…
II
El ultimo rayo de un sol que estaba poniéndose en el horizonte, se desvanecía, y la tierra estaba cubierta con el aire frío de una noche relajada. La luz azul plateada de los magníficos enjambres de estrellas comenzaba a brillar. En esta época del año, una constelación que se decía que se asemejaba a un cinturón de seda en espiral era particularmente vívida.
El puerto espacial de Heinessenpolis estaba lleno de ajetreo.
En su vasto vestíbulo, se apiñaba gente de todo tipo. Los que habían completado su viaje, los que estaban a punto de partir. Los que habían venido a despedir a alguien, los que habían venido a recoger a alguien. Ciudadanos normales con trajes normales, soldados con boinas negras, técnicos con sus trajes combinados. Oficiales de seguridad parados en puntos estratégicos y mirando furiosos a las grandes multitudes, empleados de puertos espaciales sobrecargados caminando rápidamente, niños corriendo como locos de emoción. Los coches robotizados se abrían paso como ratones a través de los huecos en las paredes interpuestas de los seres humanos, transportando equipaje.
“Yang”, dijo Jessica Edwards al hombre joven sentándose a su lado.
“¿Hmm?”
“Debes haber pensado que soy una mujer horrible”
“¿Qué te hace decir eso?”
“La mayoría de esas familias afligidas estaban sentadas allí en silencio, aguantando su pena, pero fui y monté una escena frente a toda esa gente. Es natural que te ofendas al pensarlo”
No hay un solo ejemplo de cosas que mejoren por aguantarlas en silencio, pensó Yang. Alguien necesita criticar a los que ejercen el liderazgo y hacerles responsables. Pero cuando abrió la boca para hablar, todo lo que dijo fue, “No, para nada”
Ambos se habían sentado en uno de los sofás del vestíbulo. Jessica le había dicho eso cuando se encaminaba desde Heinessen al mundo vecino de Terneuzen en un transporte de línea que despegaba en una hora. Allí trabajaba como profesora de música de una escuela . Si el teniente comandante Jean-Robert Lapp hubiera sobrevivido, hubiera planeado dejar ese trabajo tras la inminente boda.
«Has recorrido un largo camino, ¿verdad, Yang? dijo Jessica, mirando como una familia de tres personas que pasaba frente a ella.
Yang no contestó.
«Escuché todo lo que hiciste en Astarte. Y tus logros antes de eso… Jean Robert siempre quedó impresionado. «Eres el orgullo de su promoción, como diría él.»
Jean Robert Lapp era un buen hombre. Jessica tomó una sabia decisión al elegirlo, pensó Yang con un toque de tristeza. Jessica Edwards: hija del sobrecargo de la Academia de Oficiales, que asistía a la escuela de música. Ahora era una instructora de música que había perdido a su prometido…
«Aparte de ti, todo el almirantazgo debería estar avergonzado. Debido a su incompetencia, más de un millón de personas han muerto en una sola batalla. Moralmente, también, deberían estar avergonzados.»
Eso no es del todo correcto, pensó Yang. Dejando a un lado los actos de barbarie, como la ruptura de la tregua y la matanza de no combatientes, no había un terreno fundamentalmente alto o bajo moralmente entre un gran general y un estúpido. Cuando un general tonto mata a un millón de aliados, un gran general mata a un millón de enemigos. Esa era la única diferencia, y si se veía desde el punto de vista del pacifismo absoluto -el tipo que decía: «No mataré, aunque signifique matarme a mí mismo»-, no había diferencia entre los dos. Ambos eran asesinos en masa.
De lo que un estúpido general tenía que avergonzarse era de su falta de habilidad; la cuestión no tenía nada que ver con el concepto de moralidad. Esto, sin embargo, era algo que Jessica era poco probable que entendiera, incluso si Yang lo explicaba, ni tampoco pensó que era algo para lo que se debía buscar comprensión. Los anuncios de embarque del puerto espacial obligaron a Jessica a levantarse del sofá. La salida de la nave en el que iba a viajar, se acercaba.
«Adiós, Yang, y gracias por venir a despedirme.»
«Cuídate».
«Avanza todo lo que puedas en el escalafón, ¿de acuerdo? Y tan lejos como Jean Robert pudiera haber llegado”
Yang observó atentamente cómo Jessica desaparecía por la puerta de embarque.
Avanzar en el escalafón ¿eh? Me pregunto si se da cuenta de que es lo mismo que decirme: «Ve a matar a más gente». Probablemente no, definitivamente no. Eso también sería lo mismo que decirme que le hiciera a las mujeres del imperio lo mismo que le hicieron a ella. Y cuando eso suceda, ¿sobre quien recaerá la tristeza y la rabia de las mujeres del imperio….?
“Discúlpeme, pero ¿es usted el comodoro Yang Wen-li?” Dijo una voz. Yang se giró lentamente, para encontrar a una señora de aspecto refinado aunque entrada en años, que llevaba de la mano a un chico de cinco o seis años
“Eso es correcto, er….”
“Ah si, lo que pensé. Aquí, Will, este hombre es el héroe de Astarté. Dile hola”
Tímidamente, el chico se escondió tras la anciana.
“Soy la señora Mayer. Mi marido y mi hijo (el padre de este niño) fueron soldados y murieron honorablemente en batalla con el imperio. Me emocioné mucho escuchar de sus logros en las noticias, y ser capaz de conocerle en un lugar así es mas de lo que podría hacer esperado”
Yang no sabía que decir.
Me pregunto que clase de aspecto tiene mi cara ahora mismo, pensó.
“Este niño dice que también quiere ser un soldado. Que va a derrotar al imperio y vengar a su papá…Comodoro Yang, sé que es una insolencia pedírselo, pero me pregunto si le dejaría estrecharle la mano a un héroe. Creo que sería una forma de darle ánimos para el futuro.”
Yang no podía mirar a la anciana directamente. Quizás tomando su falta de respuesta como un asentimiento, la anciana trató hacer que su nieto estuviera frente al joven almirante. El niño, sin embargo se aferró al vestido de su abuela y no quería apartarse, aunque miraba a Yang a la cara.
“¿Qué pasa, Will? ¿Piensas que puedes convertirte en un valiente soldado actuando así?”
“Señora Mayer” dijo Yang, quitándose mentalmente el sudor de la frente “ Cuando Will crezca y se convierta en adulto, habrá paz. No habrá ninguna necesidad de hacer que se convierta en soldado… Cuídate, chico.”
Con una leve inclinación, Yang se giró sobre su talón y salió de ese lugar caminando con rapidez. Huyó, para ser mas precisos. Pero esta era una retirada en la que no veía deshonor.
III
Cuando Yang regresó a su alojamiento de oficial en el bloque 24 de la calle puente de plata, su reloj mostraba las 20:00 hora estandar de Heinessen. El area al completo era un distrito residencial para oficiales de alto rango solteros o que tenian familias pequeñas, y el refrescante aroma de la clorofila natural flotaba con la brisa.
Aún así, los edificios e instalaciones no necesariamente podían ser llamados nuevos o lujosos. Había mucho terreno y abundancia de plantas verdes, pero eso se debía a una falta crónica de fondos necesarios para nuevas construcciones, reformas y renovaciones. Después de bajarse de la acera-lateral de baja velocidad, Yang cruzó un césped común pobremente cuidado. Con un crujido, como si se estuviera quejando por el por exceso de trabajo, la puerta principal, equipada con escáneres de identificación, dio la bienvenida al maestro de la Residencia de Oficiales B-6.
Ya es hora de que se reemplace esta cosa, aunque tenga que pagarla de mi propio bolsillo, pensó Yang. Incluso si negociara con Contabilidad, no me llevaría a ninguna parte.
«Bienvenido de nuevo, Comodoro.» El joven Julian Mintz salió al porche a recibirlo. «Me preguntaba si no volvería. Menos mal que lo hizo. He hecho el estofado irlandés que le gusta».
“Y eso hace que merezca la pena volver a casa con el estómago vacío. ¿Pero por qué pensabas que no volvería?”
“El contraalmirante Cazellnu me llamó” contesto el muchacho, tomando la boina del uniforme de Yang. “Dijo:Ese pillo se escabulló en mitad de la ceremonia de la manita con una chica guapa”
Yang esbozó una mueca mientras ponía el pie en el recibidor “Pero…ese Cazellnu, sera hijo de…”
Julian Mintz tenia 14 años y era el protegido de Yang. Su altura era muy normal para su edad, con cabello rubio, ojos castaño oscuro y facciones delicadas. Cazellnu y los otros a veces se referían a él como “el paje de Yang”.
Dos años antes, Julian había pasado a vivir bajo la proteccion de Yang, de acuerdo con la Ley regulatoria especial referente a los hijos de soldados, comúnmente conocida como ley travers por el político que la había propuesto.
La alianza de planetas libres había estado sumida en un estado de guerra con el imperio galáctico por un siglo y medio. Eso significaba una generación crónica de muertos en batalla y otras victimas de guerra. La ley Travers había sido concebida como una herramienta que pretendía matar dos pájaros de un tiro: asistir a huérfanos de guerra sin parientes cercanos y asegurar recursos humanos para la contienda.
Los huérfanos eran criados en los hogares de los soldados, los guardianes recibían en préstamo una suma de dinero para cubrir los gastos de la crianza y los huérfanos iban al colegio hasta los quince años de edad. Ese era el momento para ellos de decidir su rumbo futuro; sin embargo si se presentaban como voluntarios para los militares y se convertían en soldados o se enrolaban en la academia de oficiales, o alguna escuela técnica (o de otra índole) adscrita al ejército, la devolución de las cuotas del soporte infantil no serían exigidas.
Para los militares, incluso las mujeres eran un recurso humano indispensable en el servicio de retarguardia, vitales para las operaciones de reaprovisionamiento, contabilidad, transporte, comunicaciones, control de tráfico espacial, inteligencia y gestión de instalaciones.
“En resumen, puedes pensar en ello como en el sistema de aprendices que apareció en la edad media. Algo más vicioso, quizás, ya que usa dinero para tratar de restringir el futuro de la gente”
Cazellnu, quien en ese tiempo estaba asignado en los cuarteles generales de retarguardia, se lo había explicado a Yang tal cual, con una sana dosis de sarcasmo.
“En cualquier caso, la gente no puede vivir sin comer. Eso es un hecho, ¿no? Lo que significa que necesitamos a un procurador de alimentos. Así que venga….puedes acoger a uno, al menos”
“Ni siquiera tengo familia propia”
“Exacto, lo que significa que no estas llevando a cabo tu obligación social de apoyar a una esposa y a un hijo. Mira, el gobierno incluso corre con los gastos- Sería una vergüenza que no pudiéramos hacerte tomar una responsabilidad así ¿cierto, soltero alegre?”
“Entendido…pero solo uno”
“Si quieres, puedes tener dos”
“Uno es suficiente”
“¿De verdad? Bueno, entonces tendré que encontrarte a uno que coma por dos”
Cuatro días después de que tuviera lugar esa discusión entre ellos, el muchacho llamado Julian había aparecido en el recibidor de la casa de Yang.
Ese mismo día, Julian había asegurado para sí mismo su lugar en la casa de Yang. Dado que el miembro más antiguo (y único) de esa casa apenas era lo que podría llamarse un gerente hábil e industrioso en los asuntos domésticos, las cosas estaban en un estado ciertamente terrible. Pese a que Yang poseía un domcom portátil (nota: abreviatura de domestic comunicator), el nunca introducía los datos necesarios para controlar sus diversos aparatos domésticos, así que no solo había terminado por convirtirse en un trasto inútil, sino que todos los electrodomésticos habían adquirido una capa de polvo.
Al parecer, también por su propio bien, Julián tomó la decisión de poner en forma el entorno de la casa. Dos días después de convertirse en residente de la casa de Yang, su joven maestro se había marchado en un corto viaje de negocios. Cuando regresó una semana después, encontró su casa bajo la ocupación de una fuerza federada de limpieza y eficiencia.
“He configurado los datos en el domcom en seis categorías”El comandante de esta fuerza de ocupación, de doce años de edad, se había presentado ante el jefe de la casa, quién se había quedado allí parado, congelado y con la mirada aturdida.
«Veamos, 1 es la gestión del hogar, 2 es el control de electrodomésticos, 3 es la seguridad, 4 es la recopilación de datos, 5 es el estudio del hogar y 6 es el entretenimiento. La contabilidad de la casa y la selección del menú diario en el 1; el aire acondicionado, los dispositivos de limpieza y la lavadora en el 2; la alarma antirrobo y el extintor en el 3; y las noticias, el tiempo y la información de compras en el 4…. Por favor, recuérdelo, Capitán».
Yang, que era capitán en ese momento. Sin decir palabra, se había sentado en el sofá de lo que también era su sala de estar y comedor, preguntándose qué le iba a decir a este pequeño invasor que sonreía inocentemente.
«Me adelanté y limpié eso también. Y también he lavado las sábanas. Yo, ah, creo que me las he arreglado para poner las cosas en orden en el interior, pero si hay algo con lo que no esté contento, por favor dígamelo. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?»
«¿Puedes traerme una taza de té?»
Yang se había remojado la garganta porque estaba pensando me remojare la garganta con mi té favorito, y entonces empezaré a quejarme, pero el muchacho se había apresurado a ir a la cocina y había vuelto con un juego de te que estaba tan limpio que parecía completamente nuevo. Entonces, ante sus propios ojos, Julian había preparado un te Shillong con una destreza sorprendente.
Yang había tomado un sorbo del té que tenía ante él, y optó por rendirse al joven. Así de buenos eran su aroma y sabor. Julian le había dicho que su difunto padre había sido un teniente en la armada espacial. Siendo incluso aun más aficionado que Yang al té, había enseñado a su hijo todo acerca de variedades de té y su preparación.
Seis meses despues de que Yang hubiera aceptado las labores domesticas de Julian, Cazellnu, quien había venido para jugar una partida de ajedrez 3d, miró por la habitación y opinó así :” esta es la primera vez en tiempos de la historia escrita, que tu casa está así de limpia ¿no? Creo que es cierto lo que dicen, que un niño es tan maduro como sus padres incompetentos.”
Yang no pudo responder de ninguna manera a eso.
Otros dos años habían pasado desde ese momento. Julian había crecido mas de diez centímetros desde entonces y empezaba a parecer un poco más mayor. Aparentemente sus notas estaban bien. Aparentemente, porque su guardián siempre le había dicho que mientras que no suspendiera, él no necesitaba reportarle cada detalle. Y también porque el protegido aparecería cada cierto tiempo con premios, medallas y cosas similares. En palabras de Cazellnu, “era un estudiante que había sobrepasado a su maestro.”
“Hoy en la escuela me preguntaron que estaria haciendo en un año”
Era inusual que Julian dijera algo como eso mientras Yang estaba comiendo.
La cuchara de Yang dejó de moverse en para recoger cucharadas de estofado, y miró al chico. «La graduación es en junio del año que viene, ¿no?»
«Hay un sistema en el que puedes obtener créditos y graduarte seis meses antes.»
«¿Lo hay?», dijo su irresponsable guardián, impresionado. «¿Así que planeas convertirte en soldado?»
«Sí, soy hijo de un soldado, después de todo.»
“Ninguna ley dice que un hijo tenga que continuar con la carrera de su padre. De hecho, mi padre era comerciante”
“Si hay alguna clase de trabajo que quieras hacer, deberías hacerlo,” le había dicho Yang. Yang había recordado la ingenua cara de Will, el chico con el que se había encontrado en el puerto espacial.
“Pero si no entro en los militares, tendrás que devolver todo el dinero de …”
“lo devolveré”
“¿Que harás qué?”
“No menosprecies a tu guardián en ese sentido. Tengo suficiente ahorrado para cubrirlo. Ahora lo primero de todo, no tienes ninguna necesidad de graduarte antes de tiempo. ¿Por que no te diviertes un poco en lugar de eso?”
Las suaves mejillas del joven enrojecieron de vergüenza. “No podría dejarte semejante carga”
“No me respondas así, chico. La cosa sobre los niños es,: Aprovecharse de los adultos, asi es como crecen”
“Muchísimas gracias, pero aun asi…”
“¿Pero , que? ¿Tantas ganas tienes de ser un soldado?”
Julian miró a la cara de Yang, sospechosamente. “De alguna manera suenas como si no le gustaran los soldados”
“No me gustan”
La respuesta clara y concisa de Yang, sorprendió al joven. “Pero si eso es cierto ¿por qué se convirtió en uno?”
“Muy sencillo. No tenía talento para hacer otra cosa”
Yang acabó de comer el estofado y limpio su boca con su servilleta. Julian limpio la mesa y uso la domcom para encender el lavavajillas de la cocina. Entonces trajo el juego de te y comenzo a preparar un te rojo con hojas de Shillong.
“De todas formas, piensalo un poco antes de decidirte. No hay nada por lo que apresurarse”
“Si, señor. Eso hare. Pero comodoro, decían en las noticias que el conde von Lohengramm se unió a los militares a los quince años de edad.”
“Aparentemente es cierto”
“Enseñaron su cara y era increiblemente atractivo. ¿Sabías eso?”
Yang había visto la cara del conde Reinhard von Lohengramm cierto numero de veces, no directamente, pero en hologramas y similares. Incluso había oído rumores de que era mas popular que cualquier oficial de la alianza entre las oficiales femeninas del servicio de retarguardia. Y parecía bastante probable. Yang tampoco había visto antes a un joven tan atractivo tampoco.
«Pero ni siquiera yo puedo ser tan feo. ¿No es cierto, Julian?»
«¿Quiere leche con el té o prefiere brandy?»
«Brandy».
Fue entonces cuando la lámpara del sistema de seguridad comenzó a parpadear y a hacer un sonido nervioso. Julian se dio la vuelta en el monitor. Muchas formas humanas se mostraban en su pantalla infrarroja. Todos ellos llevaban capuchas blancas sobre sus cabezas, con sólo sus ojos expuestos.
«Julian».
«¿Sí, señor?»
«¿Hay algún tipo de moda en estos días donde payasos como esos hacen visitas a domicilio?»
«Son el Cuerpo de Caballeros Patrióticos.»
«No conozco ningún circo con ese nombre».
«Es un grupo extremista de nacionalistas. Hacen todo tipo de cosas para acosar a la gente que dice o hace cosas contra el país o la guerra. Se han vuelto muy conocidos últimamente…. Pero esto no tiene sentido, ¿por qué vendrían a irrumpir aquí? Incluso usted ha sido elogiado por ellos. No hay razón para que le critiquen, ¿verdad?»
«¿Cuántos hay?», preguntó Yang con indiferencia.
Julian leyó un número en la esquina de la pantalla.
«Cuarenta y dos han entrado en las instalaciones. Ah, cuarenta y tres…. y ahora cuarenta y cuatro.»
«¡Comodoro Yang!» Una voz fuerte que resonaba por medio de un megáfono hizo que una pared de vidrio reforzado vibrara ligeramente.
«Sí, sí, ya te oí…», murmuró Yang, aunque no había forma de que lo escucharan fuera.
“Somos el cuerpo de caballeros patrióticos-un grupo de gente que verdaderamente aman a su país- ¡Nosotros le condenamos! Ha hecho gala de acciones disruptivas y dañinas no solo hacia la unidad de los objetivos militares y dañino con su espíritu de lucha. Quizás sus logros militares le han hecho arrogante. Estoy seguro de que sabe de que estamos hablando.”
Yang casi podía sentir la mirada de un sorprendido Julián aterrizando en su mejilla.
«Comodoro Yang, ha mostrado desprecio por un servicio conmemorativo sagrado. Cuando todos los presentes respondieron al apasionado discurso del presidente del comité de defensa jurando derribar el imperio, ¿no asumió usted, y sólo usted, al permanecer sentado, una actitud de ridículo hacia la determinación de toda la nación? ¡Condenamos su arrogancia! Si tiene algo que decir en su defensa, venga aquí y dígalo delante de nosotros. Debo mencionar que llamar a seguridad es inútil. Tenemos una forma de desactivar su sistema de comunicación».
Ya veo, reconoció Yang. Parece que esa encantadora tentadora del patriotismo, Su Excelencia Trünicht, está al acecho detrás de estos Caballeros Patrióticos o como quiera que se llamen. Ambos discursos son más delgados que un consomé barato, y notablemente similares sólo en sus exageraciones.
“¿De verdad hizo eso, Comodoro?” Pregunto Julian.
“Emmm, si. Mas o menos”
“¡Otra vez no! ¿Por qué…? ¡Incluso si estas en contra, cosas como esas no pasarían si unicamente les dejara ver como se levanta y aplaude con el resto! Los elementos ajenos solo pueden ver la superficie, lo sabe.”
“Suenas como Cazellnu, chico”
“No necesita meter al almirante Cazellnu en esto- hasta un niño tiene ese sentido común.”
“¿Que pasa?” Dijo la voz dl exterior. “¿No sale al exterior? ¿Queda un poco de vergüenza en su corazón? Pero incluso si se arrepiente, no podemos reconocer su sinceridad a menos que nos lo diga frente a nosotros”
Yang chasqueó la lengua , y estaba a punto de ponerse en pie cuando Julian le tiró de la manga.
“Comodoro, no importa lo enfadado que este, no debe usar armas”
“Deja de sacar conclusiones así, chico. Antes de todo, ¿que te hace pensar que no intento tener una charla con ellos?”
“Pero…no lo pretende”.
Yang no tenía respuesta para eso.
En ese momento, la ventana de cristal reforzado comenzó a resquebrajarse con un sonido agudo. Ese no era la clase de cristal que pudiera romperse tirandole piedras. Un momento despues, una bola de metal del tamaño de una cabeza humana atravesó la habitación para estamparse en una estanteria del muro opuesto, destrozando algunos recipientes de cerámica alineados alli. La bola rodó y cayó al suelo
con un pesado estruendo.
“¡Cúbrete, es peligroso!”
Mientras Yang gritaba esas palabras y Julian brincaba tras el sofa con el domcom en la mano, la esfera de metal explotó convirtiendose en miles de fragmentos de metralla. Muchos sonidos disconrdantes sonaban a la vez desde cada esquina de la habitacion mientras las luces, los platos y las sillas eran destrozadas.
Yang se había quedado sin palabras. Los caballeros patriotas habían usado un lanzagranadas para disparar una clase de bomba sin explosivo que los ingenieros militares usaban para arrasar pequeños edificios cuando habia riesgo de incendio.
Que los daños hubieran sido tan limitados como habían sido queria decir que la bomba había sido configurada en su nivel mas débil de poder destructuvo. De otro modo, todo en la estancia habría quedado reducido a pilas de escombro. Aun ignorando todo eso ¿que hacia un grupo de civiles con equipamiento militar de ese tipo?
Yang tuvo una idea, y chasqueó los dedos pese a que no hizo un buen sonido.
“Julian , ¿cual era el interruptor para el sistema de aspersores?”
“Es 2-A-4. ¿Estamos contraatacando?”
“Necesito enseñarles una cosa o dos sobre modales”
“¡Agarralo!”
“¿Y bien?¿Listo para hablar con nosotros ahora? Si no responde, le mandaremos otro—“
Esa voz del exterior , cada vez más energica se tornó en un chillido. Los aspersores, con la presión del agua configurada al máximo , golpearon a los hombres del exterior ataviados con mascaras blancas, con gruesos látigos de agua. Empapados, como si estuvieran atrapados en un inesperado aguacero, corrían de un lado a otro a través de las cortinas de agua, en todas direcciones.
«¿Empezais a ver por qué da miedo que un caballero se enfade contigo? ¡Estáis confiando únicamente en los números, matones!»
Mientras Yang se quejaba, la sirena distintiva de la policía de seguridad se hizo audible a lo lejos. Lo más probable es que los residentes de las casas de los otros oficiales hubieran llamado.
Aún así, el hecho de que las autoridades no se hubieran movilizado hasta ahora podría significar que esos autodenominados y arrogantes Caballeros Patrióticos eran un grupo inesperadamente poderoso. Si Trünicht estuviera realmente detrás de ellos, no sería difícil imaginar por qué.
Los Caballeros Patrióticos se dispersaron apresuradamente. Probablemente no estarían de humor para cantar canciones de victoria esa noche. Los oficiales de policía, que finalmente llegaron con sus uniformes azules combinados, posteriormente describieron a los Caballeros Patrióticos como un grupo de personas con un ardiente amor por su país, algo por lo que Yang se ofendió.
“Si de verdad son lo que dicen que son, ¿por que no se presentan voluntarios para el servicio militar? ¿Rodear una casa con un menor, de noche y causando un gran escandalo es algo que hacen los patriotas? Y aparte de todo eso, si lo que estan haciendo es justo ¿ocultar sus caras no es en si mismo una afrenta contra el sentido común?”
Mientras Yang refutaba a los oficiales de policia, Julian apagó los aspersores y empezó a limpiar el desastre.
“Te ayudaré”le dijo Yang tras despachar a los inutiles oficiales de policia.
Julian le ahuyentó con la mano “No, solo se pondrá en medio. Lo sé. Sientese en esa mesa, por favor”
“¿En la mesa?”
“Acabaré en un momento”
“¿Qué voy a hacer en la mesa?”
“Bueno, hoy a hacerle algo de té. Así que por favor, bebáselo”
Yang, gruñendose a si mismo, se subió a la mesa, y se sentó con las piernas cruzadas, pero pronto se indigno cuando vio a Julian recoger un fragmento de cerámica.
“Eso era Porcelana Wanli roja. La unica pieza real de entre todas las cosas de mi padre”
Cuando Cazellnu llamó en el Visiofono a las 22:00, Julian había terminado de limpiar la habitación.
“Hola, chico. ¿Puedes pasarme a ese guardián tuyo?”
“Está aquí”
Julian apunto a la mesa, donde el cabeza de familia estaba sentado con las piernas cruzadas, saboreando su té. Cazellnu se quedó mirando la escena por cinco segundos y entonces, lentamente preguntó.
“Sentarse encima de una mesa era una costumbre en tu casa, ¿no?”
“Solo algunos días de la semana”, le respondió Yang desde lo alto de la mesa, provocando una mueca en su interlocutor.
“Bien, lo que sea. Hay un asunto urgente sobre la mesa. Me gustaría que vinieras al cuartel general de operaciones ahora mismo. Se ha mandado un coche a por tí, y debería estar por allí en cualquier momento”
“¿Ahora?”
“La orden viene directamente del director Stolet”
Cuando Yang devolvió la taza al plato, el clink era ligeramente mas alto de lo normal. Julian se quedó congelado en su sitio durante un segundo, pero volvió en si mismo y se apresuró a buscar el uniforme de Yang.
“¿Qué necesita el director de mi?”
“Todo lo que sé es que es urgente. Te veré pronto en el cuartel general”
Cazellnu terminó la llamada. Yang se cruzó de brazos y se perdió en sus pensamientos durante un momento. Cuando se dio la vuelta vio a Julian con el uniforme en ambas manos. Mientras se cambiaba llegó el coche oficial desde el cuartel general . Yang no podría evitar pensar que esa iba a ser una noche ocupada en varios aspectos.
Cuando se disponía a dejar el vestíbulo, Yang le echó una mirada a Julian. “Probablemente regresaré tarde, no me esperes despierto”
“Si, Comodoro” respondió Julian, aunque de alguna forma Yang sintió que el chico no iba a hacer lo que le habían dicho.
“Julian, lo que ha pasado esta noche probablemente sera algo de los que nos reiremos eventualmente. Pero a corto plazo, quizás no. Poco a poco, parece que nos acercamos a tiempos muy malos”
Yang mismo no entendia conscientemente porqué había dicho tal cosa, tan de pronto. Julian miro directamente al joven almirante.
“Comodoro, yo… yo digo muchas cosas impertinentes, pero por favor no se preocupe por cosas como esas. Quiero que haga lo que usted crea correcto. Creo, mas que nadie más, que usted tiene razón.”
Yang se quedó mirando al joven y aunque quería decir algo, el final solo alborotó el pelo rubio del muchacho. Se dió la vuelta y comenzó a caminar hacia el coche. Julian no se movió del porche hasta que las luces traseras del vehiculo se fundieron con la negrura de la noche.
IV
El mariscal Sidney Stolet, director de los cuarteles generales conjuntos del cuerpo militar de la Alianza de planetas libres, era un hombre negro de mediana edad, que casi llegaba a los dos metros de altura. Pese a que no era la clase de hombre cuyos talentos fueran inmediatamente evidentes, era capaz, tanto como gestor de una organización militar como estratega, y la gente confiaba en su plano, pero digno carácter. Aunque no era inmensamente popular, si era muy apoyado.
Director de los cuarteles generales conjuntos era el punto mas alto al que hombres y mujeres de uniforme podría aspirar, y en tiempos de guerra, el individuo con dicha posicion tambien recibia el titulo de comandante en jefe sustituto de las fuerzas militares de la alianza. El comandante en jefe era el jefe del alto consejo, que ostentaba la jefatura del estado. Bajo el, el consejero del comité de dedensa estaba a cargo de la administración militar y el director de los cuarteles generales conjuntos supervisaba el mando militar.
Desafortunadamente en la alianza, estas dos figuras no estaban necesariamente en buenos terminos. El lider de la administración militar y el lider del mando militar tenían que cooperar con el otro. A menos que lo hicieran seria imposible hacer que los engranajes de la maquinaria militar de la alianza funcionaran suavemente y con eficacia. Incluso asi, sus personalidades chocaban, y no se podía hacer nada acerca de que no se gustaran. La relacion entre Trünicht y Stolet a menudo se describida como una neutralidad armada.
Cuando Yang puso el pie en su oficina, el mariscal Stolet le saludó con una sonrisa nostálgica. Tiempo atrás, cuando Yang era estudiante de la academia de oficiales, el mariscal había sido el director de dicha institución.
“Sientese, contraalmirante Yang”
Yang hizo lo que Stolet le decía sin reservas. El mariscal profundizó directamente en el asunto en cuestión.
“Te he hecho venir porque hay algo de lo que necesito informarte. Tu carta de nombramiento sera formalmente redactada mañana, pero vas a ser ascendido a contraalmirante. No es una oferta no oficial…ya esta decidido. Imagino que conoces la razón de ese ascenso ¿no?
“¿Por qué perdí?”
La respuesta de Yang hizo que el mariscal de mediana edad esbozara una sonrisa dolorida.
“Bueno, no has cambiado un apice desde los viejos tiempos. Una expresion suave y una lengua afilada. Tambien eras asi en la academia de oficiales.”
“Pero eso es un hecho¿no es así, profe—, quiero decir, Director?
“Me pregunto ¿por qué piensas así?”
“Hay un antiguo ensayo militar que dice que anegar a alguien a base de recompensas es prueba de que hay problemas. Aparentemente porque hay una necesidad de desviar los ojos de la gente de la gente.”
Yang habló sin una pizca de disculpa, haciendo que el mariscal volviera a esbozar el mismo gesto. Este cruzó los brazos y miró atentamente a su antiguo alumno.
“En cierto sentido, tienes razón. Hemos sufrido una derrota enorme, una que no tiene precedentes en tiempos recientes y tanto militares como civiles están disgustados. Y para suavizar los ánimos, hace falta un héroe. En otras palabras….usted, contraalmirante Yang.”
Yang sonrió un poco, pero no parecía para nada complacido.
“Probablemente no te guste, convertirte en un héroe artificial. Pero para un soldado, es también una clase de misión. Aparte de eso, tus logros realmente te hacen apropiado para un ascenso. Y si pese a eso no te promoviéramos, se cuestionaría si el cuartel general y el comité de defensa realmente pretenden recompensar los éxitos y castigar los errores”
“Sobre el comité de defensa…¿cuales son los deseos del consejero Trünicht?”
“En este caso, sus deseos como individuo no presentan un problema. Incluso si es el presidente del comité, debe pensar en su posición como figura pública”
Eso era probablemente cierto, en lo concerniente a su imagen pública. Pero a Yang le parecía que el lado “personal” de Trünicht había envalentonado a los caballeros patriotas a movilizarse contra él.
“Por cierto, hablando de otro asunto. Ese plan de operaciones que enviaste al vicealmirante Paetta antes del combate… me pregunto, ¿piensas que nuestras fuerzas hubieran ganado en caso de llevarlo a cabo?”
“Si, probablemente” Respondió Yang con tanta modestia como pudo.
El mariscal Stolet se acarició el mentón, sumido en sus pensamientos.
“Pero es posible que podamos usar ese plan en otra ocasión, ¿no? Y cuando esa ocasión se presente…devolvérsela al Conde Lohengramm.”
“Dependería del conde Lohemgramm. Si sus éxitos le han hecho arrogante, puede ser que no resista la tentación de intentar derrotar otra vez una fuerza grande con una pequeña. Entonces, quizás podríamos reaprovechar el plan. Sin embargo…”
“¿Sin embargo?”
“Sin embargo, no creo que eso vaya a pasar. Derrotar una gran fuerza con una pequeña, a primera vista parece espectacular, pero está fuera de toda sinfonía con la táctica ortodoxa, y tiene más en común con los trucos de magia que con la estrategia militar. Encuentro difícil de creer que el Conde Reinhard von Lohengramm no sea consciente de eso. La próxima vez que venga al ataque, probablemente sea liderando una fuerza mucho mayor”
“Eso es cierto- conseguir una fuerza mayor que la de tu enemigo es la base de la táctica militar. Un aficionado, sin embargo sería más receptivo a lo que tú llamas trucos de magia. Pensará que eres incompetente si no puedes destruir una fuerza grande con una pequeña. Así que al padecer una derrota tan grande con un enemigo que tenía la mitad de su tamaño…”
Yang podía percibir angustia en las facciones oscuras del mariscal. Sin importar como Yang era percibido, era natural que el gobierno y la ciudadanía vieran a la totalidad de los militares de forma negativa.
“Contraalmirante Yang, si piensa detenidamente sobre ello, nuestras fuerzas no cometieron ningún error en términos de táctica básica. Enviamos al doble de la fuerza enemiga al campo de batalla. Pese a eso ¿Por qué perdimos tan desastrosamente, como hemos perdido?”
“Porque arruinamos la aplicación de esa fuerza.” La respuesta de Yang era simple y directa.
“Pese a preparar números superiores, no aprovechamos al máximo esa ventaja. Nos sentimos seguros en el tamaño de esa fuerza que enviamos al campo de batalla”
“¿Y?”
“Con la excepción de la era de…la llamada guerra del pulsador, y ese periodo de monstruoso desarrollo en la electrónica del radar, siempre han habido dos principios fijos para el uso de tropas en el campo de batalla: Concentrar tu fuerza y moverla rápido. Y podemos añadir una tercera, Nunca crees una fuerza innecesaria. El conde von Lohengramm ha practicado dichos principios a la perfección”
“Hmmm”
“Por otro lado, mira a nuestras fuerzas” continuó Yang “Mientras la cuarta flota estaba siendo aplastada por el enemigo, los otros dos perdieron el tiempo siguiendo el plan inicial. El reconocimiento de los movimientos del enemigo y el análisis de esa información fue insuficiente. Las tres flotas tenían que luchar solas y sin refuerzos. Es lo que pasa cuando olvidas los principios de la concentración de fuerzas y el movimiento rápido.”
Yang paro de hablar. Para él, hablar tanto era , ultimamente, una rareza. ¿Era porque se sentía nervioso?”
“Ya veo. Y veo tu capacidad de discernimiento. “ Asintió repetidamente el mariscal “Sin embargo hay otra cosa, que no ha sido decidida. Es una oferta. Algunos cambios organizacionales van a ser hechos en ciertas partes de los militares. Se añadirán nuevas fuerzas a los remanentes de la cuarta y la sexta flota para crear la Decimotercera Flota. Y tú serías nombrado primer comandante de dicha flota”
Yang ladeó su cabeza a un lado. “¿Los nombramientos como comandante de flota no eran para los vicealmirantes?”
“La nueva flota es aproximadamente la mitad del tamaño de una normal. Sobre las 6400 naves y un personal de 740.000 hombres. Y la primera misión de esa nueva flota es la captura de la fortaleza Iserlohn.”
Dijo el director Stolet con un tono de voz terriblemente distraído.
Tras un momento, Yang lentamente abrió su boca para confirmar lo que acababa de escuchar.
“Con media flota….¿me está diciendo que vaya a tomar Iserlohn?”
“Es cierto”
“¿Usted cree que eso es posible?
“Creo que si tú no puedes hacerlo, es imposible para cualquier otro”
“Creo en ti. Puedes hacerlo. Los viejos clichés tradicionales. Censo Yang. Era imposible decir a cuanta gente se le había estimulado el ego de esa manera por esos susurros dulces para terminar arruinando sus vidas mientras trataban de lograrlo imposible. Y a los que se encargaban de susurrar tampoco les achacaban ninguna responsabilidad, tampoco.
Yang permaneció en silencio.
“Imagino que no te sientes confiado ¿No?”
Cuando el director dijo eso, Yang fue todavía menos capaz de responder. Si carecía de de confianza, habría dicho eso directamente. Pero Yang tenía confianza y esperanza de tener éxito. Si él hubiera estado al mando de los asaltantes de Iserlohn, las fuerzas de la Alianza probablemente no habrían tenido que recibir el deshonor de recibir seis derrotas y perder a tantos hombres. La razón por la que no podía responder pese a eso era que no le gustaba que el mariscal Stolet jugara con él.
“Si consiguieras lograr tan destacable logro, de liderar la nueva flota y capturar la flota Iserlohn” dijo el director Stolet, mirando intencionadamente, casi sugestivamente a la cara de Yang “ No importaría lo que piensen de tí personalmente, hasta el Presidente del comité de defensa no tendrá más remedio que reconocer tu habilidad para lograr resultados.”
Lo que quería decir que la posición de Stolet se reforzaría con respecto a la de Trünicht. Lo que pasaba tenía más que ver con el reino de la política que con la estrategia militar. ¡Menudo zorro taimado, el director!
“Haré lo poco que pueda” respondió Yang tras un largo silencio.
“¿De verdad?¿Lo harás?” El director Stolet asintió, aparentemente satisfecho. “Bien, entonces. Dale la orden a Cazellnu de que se de prisa y tenga la nueva flota organizada y equipada. Si hay algún suministro que necesites, pídeselo, sea lo que sea. Te ayudaré tanto como pueda.”
Me pregunto cuando iremos al campo de batalla-pensÓ Yang. El director debe tener otros 70 días o así, de mandato. Y si quiere optar a un nuevo nombramiento, significa que la operación debe llevarse a cabo antes de eso. Si asumimos que treinta días son necesarios para la operación misma, entonces nos iremos en unos 40 días, como máximo”
Trünicht no se opondria a esa clase de decisiones personales en la operación. Esto era porque probablemente no había forma de tomar Iserlohn con solo media flota, y cuando la misión acabara en fracaso , podría encargarse públicamente de Yang y Stolet. Hasta podría pedir un brindis, diciendo que Yang y los otros habían cavado sus propias tumbas.
Una vez mas, Yang no sería capaz de beber el té de Julian por un tiempo. Para él, era una pena.
Capítulo 5. El ataque a Iserlohn.
I
Iserlohn.
Ese era el nombre dado a esa fortaleza vital del imperio galáctico. Localizada a 6250 años luz de la capital imperial, en Odín; estaba Artena, una estrella en plenitud, originariamente un sol solitario sin planetas propios. Su importancia astrográfica había llevado al imperio galáctico a construir en su órbita un mundo artificial de 60 kilómetros de diámetro para su uso como base de operaciones.
Cuando se veía la galaxia directamente desde arriba, Iserlohn aparecía situado justo en la punta de una región triangular donde la influencia del imperio galáctico se adentraba en la Alianza de planetas libres. Esta amplia franja de territorio, una zona difícil para la navegación , era el cementerio interestelar conocido como el espacio Sargasso, donde los fundadores de la alianza de planetas libres habían perdido una vez a tantos de sus camaradas. Posteriormente, este trozo de historia, que los dirigentes del imperio habían encontrado muy satisfactoria, había jugado un papel importante a la hora de fortalecer su resolución para construir una fortaleza militar en dicha región, desde la cual amenazar a la alianza.
Estrellas variables, gigantes rojas, campos gravitatorios irregulares…a través de densas concentraciones de estos peligrosos fenómenos, había un estrecho corredor seguro en medio del cual estaba Iserlohn. Viajar de la alianza al imperio sin usar este area significaba usar una ruta a traves del dominio Phezzaní, y el uso de esa ruta para operaciones militares era indudamente un problema.
El corredor Iserlohn y el corredor de Phezzan. Tanto políticos como tácticos habían intentado de todas las maneras posibles tratar de descubrir si una posible tercera ruta que conectara la alianza y el imperio podría ser descubierta, pero los defectos en los sistemas estelares y la interferencia (visible e invisible) desde el imperio y Phezzan, habían frustrado esas intenciones. Desde la perspectiva de Phezzan, el mismo valor de su existencia como un puesto comercial a mitad de camino estaba en juego, y el descubrimiento de un posible tercer corredor, no era algo que fueran a contemplar de brazos cruzados.
Debido a esto, la materialización del plan de las fuerzas armadas de la Alianza (resumido en las palabras: ¡Tenemos que invadir el territorio imperial!) era dependiente de la lucha para capturar Iserlohn. Desde la construcción de su construcción, la alianza se había atrevido a lanzar seis ataques a gran escala con el objetivo de tomarla, solo para ser fracasar en cada intento. Esta serie de fracasos habían dado pie a que los militares imperiales hicieran alarde de que “el corredor iserlohn estaba poblado de cadáveres de rebeldes”.
(Nota del traductor: Parte de este párrafo ha sido traducido de forma bastante libre, porque principalmente no le encontraba sentido al fragmento. << Across four and a half centuries, they had dared six times to launch large-scale attacks to take the fortress>> Literalmente sería: A lo largo de cuatro siglos y medio, se atrevieron a lanzar seis veces ataques a larga escala para tomar la fortaleza. ¿Cual es el problema? Pues es fácil de ver si tenéis fresco el prólogo. La guerra Imperio-Alianza tiene unos 150 años como mucho, y la fortaleza Iserlohn apenas unos 30 en ese punto de la historia. Y aunque eso no quita que no hayan librado batallas anteriormente por esa zona, antes de que la fortaleza estuviera allí (El desastre dagón, por ejemplo), pero no tiene sentido hablar de “ataques a la fortaleza” en un contexto en que esta no esta.)
Yang Wen-li había tomado parte dos veces en operaciones militares cuyo objetivo era tratar de tomarla. Había sido teniente comandante durante la quinta operación, y capitán durante la sexta. Dos veces había sido testigo de un número de muertes masivas, y había llegado a darse cuenta de la estupidez que suponía tratar de abrirse paso a traves de mera fuerza bruta.
No podemos tomar Iserlohn atacándola desde el exterior. Yang había pensado en medio de una flota lista para volar. Pero teniendo en cuenta eso, ¿cómo podríamos hacerlo?
Además de ser una fortaleza, Iserlohn cobijaba una flota con una fuerza de 15000 naves. El comandante de la fortaleza y el comandante de la flota eran ambos Almirantes. ¿No había ninguna clase de apertura del que pudiera aprovecharse?
La reciente incursión avanzada del Conde Lohengramm también había usado la fortaleza como base avanzada de operaciones. Sin importar que, Yang tenía que derribar esta ominosa fortaleza militar del imperio. Y además, solo recibido media flota para hacerlo.
“Francamente, no pensé que aceptarías esta misión” Dijo el contralmirante Cazellnu mientras hojeaba un documento referente a la organización de la flota. Estaban en su oficina de los cuarteles generales conjuntos. “El consejero y el director cuentan con esto…por sus propias razones. Seguramente puedes ver a través de ambos.”
Sentado frente a él, Yang se limitó a sonreír sin responder. Cazellnu estampó sus papeles sobre la mesa con revuelo y miró con profundo interés a su antiguo compañero novato de la academia de oficiales.
“Nuestras fuerzas han tratado seis veces de tomar Iserlohn , y seis veces hemos fallado. ¿Y me estas diciendo que vas a hacerlo con solo media flota?”
“Bueno, pensé que podría probar”
Los ojos del antiguo superior de Yang en la academia se estrecharon muy ligeramente ante tal respuesta.
“Así que piensas que hay una oportunidad. ¿Qué vas a hacer?”
“Es un secreto”
“¿Incluso para mí?”
“Empezar a actuar de forma arrogante es lo que te hace apreciar esta clase de cosas”, dijo Yang.
“Tienes razón. Dime si necesitas cualquier suministro que pueda preparar para ti. Ni siquiera pediré un soborno.”
“En ese caso una nave imperial, por favor. Deberíamos tener alguna nave capturada ¿no? Y también, si puedes prepararme unos doscientos uniformes imperiales…”
Los ojos de Cezellnu se abrieron de la sorpresa.
“¿Cual sería la fecha de entrega?”
“En…los próximos tres días.”
“…No voy a pedirte que me pagues las horas extra, pero al menos vas a invitarme a Coñac.”
“Te compraré dos botellas. Y por cierto, tengo una petición más…”
“Que sean tres ¿Qué pasa?”
“Es sobre esos extremistas llamados los caballeros patriotas”
“Si, lo he oído. Debe haber sido horrible”
Como Julian estaría solo en casa por un tiempo, Yang solicitó que se hicieran los arreglos necesarios para que la policía militar patrullara el vecindario en su ausencia. Había pensado dejar al chico con alguna otra familia, pero era improbable que Julian, el oficial al mando de la casa cuando Yang no estaba; lo hubiera aceptado. Cazellnu dijo que se encargaría de ello en un momento, y miró a Yang mientras parecía recordar algo.
“Oh, si. El alto comisionado de Phezzan. Últimamente ha estado haciendo muchas preguntas sobre ti”
“¿Oh?”
La entidad especial conocida como Phezzan tenía un interés por Yang que era un poco diferente del que tenía por otros. Ese dominio había sido la creación de un gran mercante de nacimiento terrano llamado Leopold Laap, pero habían muchas cosas sobre su trasfondo y fuente de fondos que eran ciertamente turbias ¿Había alguien por alguna razón causado que Laap creara esa entidad conocida como Phezzan? Yang habiendo intentado y fallado en convertirse en historiador, pensaba en cosas así también. Naturalmente no había hablado de esto a nadie más.
“Parece que has atraído el interés del zorro negro de Phezzan. Podría intentar conseguir conseguir tu talento”
“Me pregunto si el té de Phezzan es bueno”
“Con sabor a veneno, probablemente…por cierto ¿como va la planificación? Preguntó Cazellnu.
“Las cosas que salen como dice un plan son muy raras en este mundo. Aunque no puedo hacer uno apropiadamente.”
Con esas palabras, Yang se marcho. Le esperaba una montaña de trabajo.
No era solo que personal y naves de la flota decimotercera , siendo la mitad de lo normal fuera algo anormal. Muchos de sus oficiales y soldados eran supervivientes de los remanentes de la cuarta y la sexta flota que habían sido tan sonoramente derrotados en Astarte; el resto eran nuevos reclutas que carecían de experiencia en batalla. Yang podría ser un prometedor contralmirante, pero no dejaba de ser un muchacho que no llegaba a los 30…y las palabras de sorpresa, decisión y conmoción de almirantes mas experimentados habían alcanzado sus oídos: Parece un bebe que todavía lleva pañales, intentando golpear a un león en un combate a muerte con sus manos desnudas. Debería ser divertido de ver. Si te han forzado, te han forzado. Pero si vas por tu propia voluntad….¡madre mía!
Yang ni siquiera se enfadó. Tendrías que ser un optimista irremediable para no tener dudas sobre esta operación, pensó.
El único que había respaldado a Yang era el Vicealmirante Alexander Bucock, oficial al mando de la Quinta Flota. Un almirante de pelo blanco, poco sociable, de setenta años de edad, conocido por ser un individuo testarudo con mal carácter. Cuando era saludado por gente como Yang, devolvía un saludo desinteresado con una mirada sospechosa que casi decía: «¿De dónde ha salido este novato?». En el Venado Blanco -un club para oficiales de alto rango- sus compañeros almirantes habían estado usando a Yang y a la Decimotercera Flota como motivo de múltiples bromas cuando ese «viejo espeluznante» había dicho: «Espero que no terminen quedando en ridículo después. Podríais estar mirando a un brote de secuoya y reídos de él solamente por no ser alto.”
Enmudecieron por completo. Habían recordado la capacidad que Yang había demostrado en Astarté y en batallas previas. Ante las palabras del anciano almirante, su mentalidad de grupo se había desvanecido. Los almirantes habían vaciado sus vasos para después separarse, no sin albergar un sentimiento extraño en el pecho, de haber dicho algo que no podrían arreglar después…
Yang, a cuyos oídos había llegado la historia; no hizo ningún esfuerzo particular para agradecer al vicealmirante Bucock. Sabía que si lo intentara, el almirante de pelo blanco se reiría a carcajadas.
Pese a que la oposición del almirantazgo subsistió por un tiempo, la situación general no había mejorado demasiado. El sombrío hecho todavía permanecía: esa media flota híbrida, compuesta de supervivientes derrotados y reclutas verdes, iba a atacar una fortaleza impenetrable.
Yang invirtió un gran esfuerzo a la hora de escoger a su oficiales ejecutivos. Como su vice comandante eligió al comodoro Edwin Fischer, un habilidoso y experimentado oficial que había luchado bien en la cuarta flota. Como jefe de personal escogió al comodoro Murai, un hombre carente de originalidad pero poseedor de una mente precisa y bien ordenada. Como asistente, nombró al Capitán Fyodor Patrichev, que tenía reputación de buen luchador.
Yang recibiría consejo sensato de Murai, y le usaría como consejero para la toma de decisiones y planificación de operaciones. Patrichev se dar coraje a las tropas. Y Fischer la flota de forma precisa.
Creo que puedo estar satisfecho con las asignaciones que he hecho hasta ahora, pero no sería mala idea encontrar un ayudante de campo, pensó Yang. Le hizo una petición a Cazellnu para encontrar a un “joven oficial prometedor” y un comunicado llegó más tarde que decía: “Tengo justo la persona. Promoción del 794, mejor de su año.- Muchísimo mejor estudiante que tú- ahora mismo, en el departamento de analisis de datos, en los cuarteles generales conjuntos.”
El oficial prometedor que apareció ante Yang poco después era una bonita joven con ojos de color avellana y cabello castaño dorado con una ondulación natural. Hasta un simple uniforme militar negro y marfil le quedaba bien. Yang se quitó sus gafas de sol y se la quedó mirando fijamente.
“Se presenta la Subteniente Frederica Greenhill. He sido asignada para trabajar como ayudante de campo para el contralmirante Yang.”
Esa fue su introducción.
Yang se puso sus gafas de sol para ocultar su expresión, pensando que seguramente debe haber una cola negra y puntiaguda escondida en la parte trasera de los pantalones del uniforme de Alex Cazellnu. Ella era hija de Dwight Greenhill, subdirector del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, y tenía la reputación de poseer una memoria extraordinaria.
Y así fue como se decidieron las asignaciones de personal para la Decimotercera Flota.
II
El 27 de abril del 796, El contralmirante Yang, comandante de la decimotercera flota de las fuerzas armadas de la Alianza de planetas libres, estableció la ruta para atacar Iserlohn.
Oficialmente, este viaje iba a ser la primera maniobra a gran escala de la nueva flota, que se llevaría a cabo en un sistema estelar de retarguardia, en la dirección opuesta a la de la frontera imperial de la alianza. Salieron de Heinessen por medio de una navegación de impulso 50-C, en dirección opuesta a la de Iserlohn, y después de tres días, volvieron a calcular la ruta y ejecutaron ocho saltos de largo alcance y once de corto alcance, entrando finalmente en el Corredor Iserlohn.
“Cuatro mil años luz en 24 días. No está mal.” Murmuró Yang. Pero no solo era eso. El hecho de que una flota reunida y prefabricada tan a prisa hubiera sido capaz de alcanzar el destino sin perder una nave, era digno de elogio. Por supuesto, este éxito se debía a la experta mano del vicecomandante , el Comodoro Fischer, elogiado por su magistral operación en operaciones de flota.
“La flota tiene un experto en eso, así que…” Diría Yang, dejando los asuntos relevantes a Fischer. Cuando él decía algo, el solamente asentiría en aprobación.
La mente de Yang se concentraba solo en una cosa: como capturar la fortaleza Iserlohn. Cuando había revelado su plan a sus tres oficiales ejecutivos, ellos se habían encontrado sin palabras.
Fischer, en su mediana edad tardía, con su pelo plateado y su bigote; Murai , un delgado hombre de aspecto nervioso, cercano en edad a Fischer; y Patrichev con largas patillas en su cara redondeada y un uniforme que parecía a punto de estallar, por el mero hecho de llevarlo puesto. Los tres simplemente devolvieron la mirada a su joven comandante por unos momentos.
Pasó un momento y Murai preguntó la pregunta obvia:”¿Y si no funciona, entonces que?”
“Entonces todo lo que podemos hacer es correr con el rabo entre las piernas”
“Pero si hacemos eso…”
“¿Entonces que? No se preocupe de eso. Tomar Iserlohn con media flota es una petición excesiva, para empezar. Los que terminarán avergonzados frente a todos serán el director Stolet y yo”
Tras despedir a los tres, Yang llamó a su ayudante; la subteniente Frederica Greenhill.
En su posición de ayudante personal, Frederica había sabido del plan de Yang antes que el resto, pero no había tenido objeción alguna, ni mostrado signo alguno de ansiedad o nerviosismo. Todo lo contrario, había predicho un éxito con una certeza que sobrepasaba las expectativas del mismo Yang.
“¿Que te hace tan confiada?” Yang no pudo evitar preguntarlo, pese a que era consciente de que era una cosa extraña que decir.
“Porque, almirante, fue también exitoso en El fácil, hace 8 años”
“Pero eso sigue siendo una base terriblemente endeble para afirmarlo, ¿no crees?”
“Puede… pero en esa ocasión, Almirante, tuvo éxito en plantar una confianza absoluta en el corazón de una niña.”
Como respuesta, él le dirigió una mirada interrogativa.
La oficial de cabello castaño dorado respondió a su dubitativo superior: “Estaba en ElFacil con mi madre en esa época. Era el hogar de la familia de mi madre. Recuerdo claramente a un joven subteniente que estaba mordisqueando un bocadillo mientras organizaba los procedimientos de evacuación. Apenas había tenido tiempo de comer. Ese subteniente, sin embargo, haya olvidado con toda seguridad a la chiquilla de catorce años que le llevó café en un vaso de papel cuando se ahogó con ese bocadillo ¿no?”
Yang no tenía una respuesta preparada.
“¿Y lo que dijo después de que su vida fuera salvada tras beber ese café?”
“¿Qué dijo?”
«No soporto el café. Habría estado bien si hubiera sido té». ”
Sintiendo el comienzo de un ataque de risa, Yang aclaró su garganta en voz alta para sacarla de su cuerpo.
«¿Dije algo tan grosero?»
“Ciertamente, lo dijiste; mientras aplastabas el vaso vacío con la mano”
“¿En serio? Me disculpo. Aunque tienes que encontrar un mejor uso para tu memoria”
Las palabras sonaban ciertamente razonables, aunque no eran nada más que un reflejo de la frustración que sentía. Frederica había descubierto 6 imágenes de entre 14.000 tomadas de Iserlohn, en las que el estado anterior y posterior a la batalla no coincidía en las imágenes; probando de paso la utilidad de su poder memorístico.
“Llama el Capitán Schenkopp “ Dijo Yang.
Exactamente tres minutos más tarde, el Capitán Walter von Schenkopp apareció frente a Yang. Era el Capitán del regimiento de los RosenRitter , o “Caballeros de la rosa” perteneciente al departamento de guerra terrestre de las fuerzas armadas aliadas. Era un hombre de unos treinta años con una apariencia refinada, aunque los de su propio genero normalmente se referían a él como un “Hijo de puta pretencioso”. Nacido de una respetable familia de aristocrátas imperiales, el normalmente hubiera estado en el campo de batalla llevando un uniforme de almirante imperial.
Los RosenRitter habían sido primeramente establecidos por hijos de aristócratas que habían desertado del imperio a la alianza, y tenía una historia de medio siglo. Esa historia estaba parcialmente escrita en letras de oro y parcialmente en borrones de tinta negra. El regimiento había tenido anteriormente doce capitanes. Cuatro habían muerto en batalla, luchando contra su antigua patria. Dos se habían retirado tras convertirse en almirantes. Seis habían regresado a su anterior patria, algunos con discreción y otros cambiando de bando en mitad del combate.
Había gente que murmuraba cosas como:”Ese tío tiene mala suerte. Como es el capitán numero 13, probablemente será el séptimo traidor.” En cuanto a la razón de que el numero 13 diera mala suerte, no había consenso. Una teoría decía que era porque la guerra termonuclear que casi había erradicado a la humanidad en Terra (Llegando a ser el estímulo que llevaría a los supervivientes a abolir por completo las armas de fisión nuclear) había durado trece días. Otros clamaban que era porque el fundador de una antiquísima religión, extinta mucho tiempo atrás había sido traicionado por su decimotercer discípulo.
“Schenkopp se presenta, señor”
Su respetuoso tono de voz era un pobre encaje para su expresión descarada. Mientras Yang miraba a ese antiguo ciudadano imperial, que sería tres o cuatro años mayor que él, pensó :
“Adoptar una actitud artificial como esa podría ser su forma de tantear a la gente. E incluso si es así, no puedo permitirme seguirle la corriente en cada punto…”
“Hay algo que necesito hablar con usted”
“¿Algo importante”
“Probablemente lo sea. Es sobre la captura de Iserlohn” Respondió Yang.
Por unos pocos segundos la linea de visión de Schenkopp vagabundeó por la habitación.
“Eso es extremadamente importante. ¿Está bien que lo consulte con un oficial menor como yo?”
“Solo puede ser contigo. Quiero que escuches bien.” Yang comenzó a describirle el plan.
Cinco minutos después, Schenkopp había terminado de escuchar la explicación de Yang y tenía una mirada extraña en sus ojos marrones. Parecía estar tratando de eliminar y contener un gran shock.
“Déjame adelantarme para decir esto, Capitán: Esto no es un plan en pleno sentido de la palabra. De hecho, es más bien un truco barato,” dijo Yang quitándose su boina negra y haciéndola girar en su dedo.
“Pero si vamos a ocupar la impenetrable Iserlohn, creo que es la única manera. Si esto no funciona, está más allá de mis habilidades”
“Está en lo cierto- probablemente no hay otra manera” Dijo Schenkopp, mesándose la barbilla “Cuanta más gente depende de esas resistentes fortalezas, mas tienden a fastidiarla. Existe una posibilidad de éxito…salvo por…”
“¿Salvo por qué?”
“Si, como los rumores sugieren…me fuera a convertir en el séptimo traidor, todo habría sido por nada. Si eso fuera a pasar, ¿qué haría?”
“Tendría un problema”
Schenkopp esbozó una sonrisa dolorida al ver la mirada seria de Yang.
“Si, por supuesto- Eso sería un problema. Pero ¿es todo lo que sería? Seguramente pensaría en alguna forma de contrarrestarlo.”
“Bueno, si. Pensé sobre eso”
“¿Y?”
“No se me ocurrió nada. Si nos traicionas, tiraré la toalla y regresaremos a casa. No habrá nada más que pueda hacer”
La boina se deslizó del dedo de Yang y se cayó al suelo. La mano del antiguo ciudadano imperial la alcanzó y la recogió, para una vez que le sacudió un polvo que ni siquiera se había llegado a adherir; devolvérsela a su oficial superior.
“Disculpa”
“Sin problema. Entonces ¿estas diciendo que tienes confianza absoluta en mi?”
“Siendo honesto, no confío mucho en mi mismo” respondió Yang planamente “ pero a menos que confíe en ti, el plan mismo se acabará antes de empezar. Así que confiaré en tí. Es el gran prerequisito.”
“Ya veo,” Dijo Schenkopp, pese a que la apariencia de su rostro dijera que no le había necesariamente tomado a Yang la palabra. El comandante de los Rosen Ritter miró de nuevo a su superior con una clase de mirada que parcialmente trataba de discernir las verdaderas intenciones de Yang, así como las suyas propias.
“¿Puedo preguntarle algo, almirante?”
“Dispara”
“Las ordenes que recibió esta vez eran prácticamente imposibles. Le dijeron que tomara media flota, con tropas indisciplinadas, que más bien son una masa alborotada- y tomar Iserlohn. Incluso si lo rechazara, no habrían muchos que le culparan. El hecho de que accediera, quiere decir que ya tenia este plan en mente. Sin embargo, me gustaría saber que hay en su cabeza, por debajo de todo eso. ¿Ansía honores?¿O un ascenso?”
La luz de los ojos de Schenkopp era afilada e implacable.
“No creo que fuera ansía por un ascenso precisamente” dijo Yang. Su respuesta era totalmente indiferente, como si hablara de otra persona “ Me parece suficiente que me llamen “Excelencia” antes de los 30. Porque en primer lugar, si sigo vivo al final de esta misión, mi intención es retirarme”
¿Retirarse?”
“Si, bueno. Tengo la pensión y también la paga de retiro… debería ser suficiente para que yo y otra persona vivamos con un estilo de vida cómodo aunque modesto”
“¿En serio dice que se retirara bajo esas condiciones?”
Yang sonrió ante el sonido de la voz de Schenkopp. Parecía estar luchando por entenderlo.
“Con estas condiciones: Si nuestras fuerzas ocupan la fortaleza, eso cortará la que es probablemente la unica ruta del imperio para invadirnos. Mientras la alianza no decida hacer algo estúpido como usar la fortaleza como una plataforma para su propia invasión a gran escala, ambos poderes serán incapaces de chocar incluso si quieren. Al menos no a gran escala.”
Schenkopp escuchó en silenció.
“En ese punto, dependerá de la habilidad diplomática del gobierno de la alianza, y ya que habremos ganado un importante punto estratégico , podríamos ser capaces de obtener un tratado de paz satisfactorio con el imperio. Y en lo que a mi respecta, puedo retirarme con mi mente en paz si eso pasa.”
“Aunque me pregunto si esa paz puede durar”
“La paz duradera nunca ha existido en la sociedad humana, asi que no aspiro a eso. Aun así, han habido periodos de pal y prosperidad que se han alargado a lo largo de varias décadas. Si tenemos que dejar alguna clase para la próxima generación, lo mejor que podemos darles es paz. Y mantenerla será la tarea de la próxima generación. Si cada generación recuerda su responsabilidad hacia las futuras generaciones , puede mantenerse una paz a largo plazo. Si se olvidan, arruinaran ese legado, y la raza humana volverá a la casilla de salida. Aunque eso también está bien”
Yang se caló en la cabeza la boina con la que había estado jugando.
“En resumen, todo a lo que realisticamente aspiro es a una paz que se extienda por las siguientes décadas. Pero incluso en esas condiciones, un periodo de paz así de extenso sería mucho mejor que una guerra que durara la décima parte. Hay un chico de 14 años viviendo en mi casa, y no quiero verle arrastrado a un campo de batalla. Así es como me siento.”
Cuando Yang cerró la boca, se hizo el silencio. Aunque no duró mucho.
“Discúlpeme, almirante, pero o es un hombre excepcionalmente honesto o el mayor sofista desde los tiempos de Rudolf el grande”Schenkopp esbozó una sonrisa irónica “en cualquier caso, ha sido una respuesta mejor de lo que esperaba. Lo daré todo, también, por una paz no-tan-duradera.”
Ninguno de los dos hombres eran de los que se estrechaban la mano con emoción después de decir (u oír cosas así) así que desde allí la conversación derivó inmediatamente a asuntos de negocios, mientras discutían los detalles de la operación.
III
Habían dos almirantes en los militares apostados en Iserlohn. Uno de ellos era comandante de la fortaleza ,el Almirante Thomas von Stockhousen, y el otro el comandante de la flota de Iserlohn; almirante senior Hans Dietrich von Seeckt. Ambos tenían cincuenta años de edad, y mientras que la altura también era un aspecto que ambos compartían, la cintura de Stockhousen era una talla mas estrecha que la de Seekt.
No estaban en términos amistosos, pero esto tenia menos que ver con la responsabilidad individual de cada uno que con la tradición. Eran dos comandantes, con un rango similar, en el mismo espacio de trabajo.
Era una maravilla cuando no se peleaban entre ellos.
Los conflictos emocionales se extendían naturalmente incluso a las tropas bajo su mando. Desde el punto de vista de la guarnición de la fortaleza, la flota era como un molesto huésped que peleaba afuera, y luego volvía corriendo cuando las cosas se ponían peligrosas, buscando un lugar seguro donde esconderse: un hijo pródigo, por así decirlo. Y si se les preguntaba a los tripulantes de la flota, dirían que las tropas de la guarnición de la fortaleza eran un montón de «topos espaciales» escondidos en un escondite seguro y divirtiéndose jugando a la guerra con el enemigo.
Dos cosas apenas salvaban la brecha entre ellos: su orgullo como guerreros «apoyando la fortaleza inexpugnable de Iserlohn» y su entusiasmo por luchar contra el «ejército rebelde». De hecho, cuando llegaron los ataques enemigos, compitieron sin descanso por el éxito, aun cuando se despreciaban y maldecían unos a otros. Esto resultó en el logro de enormes éxitos militares.
Cada vez que las autoridades militares proponían combinar las oficinas de la fortaleza y del comandante de la flota para unificar la cadena de mando, se rechazaba la idea. Ello se debió a que la disminución del número de puestos a nivel de comandante planteaba un problema para los oficiales de alto rango y también a que no existían ejemplos previos de conflictos entre los dos que condujeran a un resultado fatal.
Era el 14 de Mayo del calendario estelar. Los dos comandantes, Stockhausen y Seekt estaban en su sala de conferencias. Originariamente, esto había sido parte de un salón para oficiales de alto rango, pero al estar a la misma distancia de ambas oficinas, se había remodelado como una sala de reuniones a prueba de sonido. La medida se había tomado porque a ninguno le gustaba la idea de ir a la oficina del otro, y ya que ambos estaban en la misma fortaleza no tendría sentido emplear comunicaciones visuales.
Por los últimos dos días, las comunicaciones en las cercanías de la fortaleza habían sido confusas. No cabía duda de que se acercaba una fuerza rebelde. Sin embargo, aún no ha habido nada como un ataque. Los dos comandantes se estaban reuniendo para discutir qué hacer al respecto, pero la conversación no avanzaba en una dirección necesariamente constructiva.
«Dice que deberíamos lanzar la flota ya que los rebeldes están ahí fuera, Comandante, pero no sabemos dónde están, así que, ¿cómo va a luchar contra ellos?»
Así habló Stockhausen, a lo que Seeckt respondió:
«Por eso es por lo que deberíamos salir: para averiguar dónde se esconden. Si los rebeldes vienen a atacar, es probable que movilicen una gran fuerza».
Con las palabras de Seeckt, Stockhausen asintió, en un gesto de completa seguridad en sí mismo. «Que terminará con ellos siendo rechazados de nuevo. Los rebeldes nos han atacado seis veces, y seis veces han sido repelidos. Incluso si están a punto de volver, sólo significará que seis veces se convertirán en siete».
«Esta fortaleza es realmente asombrosa», dijo el comandante de la flota, insinuando que no es porque el comandante de la fortaleza fuera particularmente capaz.»En cualquier caso, es un hecho que el enemigo está cerca. Me gustaría movilizar a la flota e ir a buscarlos».
«Pero si no sabes dónde están, no tienes forma de encontrarlos. Espera un poco más».
Justo cuando la conversación empezaba a dar vueltas, hubo una llamada de la sala de comunicaciones. Decía que se había detectado una extraña transmisión. Aunque la interferencia era feroz y la transmisión se desvanecía, al final se reveló la siguiente situación:
Desde la capital imperial, Odín, se había enviado a Iserlohn un único crucero ligero de clase Bremen que transportaba comunicados vitales, pero había sido atacado por el enemigo dentro del corredor y en la actualidad estaba siendo perseguido. Estaban buscando el rescate de Iserlohn. Los dos comandantes se miraron el uno al otro. En un gruñido de la parte posterior de su gruesa garganta, Seeckt dijo: «No está claro en qué parte del corredor se encuentran, pero en este momento no tenemos más remedio que movernos».
«¿Pero es realmente una buena idea?»
«¿Qué quieres decir con eso? Mis tropas son muy diferentes de los topos espaciales que sólo quieren seguridad».
«¿Qué se supone que significa eso?»
Los dos habían llegado a la sala de reuniones de las operaciones conjuntas y ocuparon sus asientos, con los rostros disgustados uno al lado del otro.
Seeckt dio órdenes de lanzar la flota a sus propios oficiales de Estado Mayor, y Stockhausen miró en otra dirección mientras explicaba la situación. Cuando Seeckt terminó de hablar, uno de sus oficiales se levantó de su asiento.
«Un momento, por favor, Su Excelencia.»
“Ahh, Capitán Oberstein…”dijo el Almirante Seeckt sin una pizca de buena voluntad en su voz. Odiaba a su nuevo oficial de estado mayor. Ese cabello entrecano, esa rostro pálido y sin sangre, esos ojos artificiales que a veces emitían un brillo extraño. Nada de eso le gustaba. “Es un personaje muy sombrío, pensaba.
“¿Tiene la misma opinión?”
Al menos en la superficie, Oberstein parecía inperturbado por el tono impertinente de su oficial superior.
“La tengo”
“Bien, oigamosla” Dijo Seeckt con reparos.
“Bien, en ese caso se lo diré. Podría ser una trampa.”
“¿Una trampa?”
“Si, señor. Para atraer a la flota lejos de Iserlohn. No deberíamos salir, sino observar la situación sin hacer un movimiento precipitado.”
Seeckt resopló con desdén. “Así que lo que quiere decir, Oficial, es que si salidos, el enemigo esta esperando ysi luchamos seremos derrotados.”
“Eso no es lo que quería decir”
“Bien entonces ¿que quiere decir? Somos soldados, luchar es nuestro deber. En lugar de buscar nuestra seguridad personal, deberíamos pensar proactivamente maneras de destruir al enemigo, y mas importante ¿Qué podemos hacer si no podemos ayudar a un aliado en problemas?”
Sentía antipatía hacia Oberstein, y tenia que considerar su propia apariencia frente a Stockhausen, que observaba el desarrollo con una sonrisa irónica. Además, Seeckt era un líder de armas y gloria, del tipo que no soportaba esperar y quedarse al margen cuando el enemigo estaba ante él; no estaba en su naturaleza permanecer encerrado en la fortaleza y esperar un asalto. Creía que si lo hacía, una carrera dedicada a las naves de guerra se desperdiciaría.
«No lo sé, Almirante Seeckt, su oficial de Estado Mayor tiene razón. No conocemos las posiciones precisas de nuestros enemigos ni de nuestros aliados, y el peligro es grande. ¿Qué tal si esperamos un poco más?»Fue la opinión de Stockhausen la que decidió el asunto. Seeckt lo dijo sin rodeos.
Por fin la flota de Iserlohn, compuesta por quince mil naves grandes y pequeñas, comenzó a salir del puerto.
Stockhausen observó las salidas a través de la pantalla del monitor de control de tráfico del puerto en la sala de mando de la fortaleza. La visión de los acorazados como enormes torres a sus lados y los elegantes destructores aerodinámicos lanzándose en formaciones ordenadas, partiendo hacia un campo de batalla en el vacío del espacio, era verdaderamente magnífica.
«Hmph. Espero que vuelvas más inteligente», murmuró Stockhausen. No se atrevía a decir cosas como «morir» o «perder», ni siquiera en broma. Esa era su manera de ejercer la moderación.
Pasaron unas seis horas, y luego, una vez más, llegó una transmisión. Era del crucero ligero de clase Bremen en cuestión, y las siguientes palabras fueron extraídas de la estática: «Finalmente hemos llegado cerca de la fortaleza, pero seguimos siendo perseguidos por las fuerzas rebeldes. Solicito bombardeo de artillería para cubrir nuestra aproximación.»
Mientras ordenaba a los artilleros hacer preparaciones para el fuego de cobertura, la expresión de Stockhausen se volvió un tanto amarga. ¿Adonde se había marchado ese imbécil de Seeckt?”
Las grandes palabras estaban bien, pero ¿no era capaz de ayudar a un aliado que estaba solo?
«¡Tenemos imágenes de la nave en pantalla!», informó uno de sus hombres. El comandante dio órdenes de aumentar y proyectar la imagen.
El crucero ligero de clase Bremen se acercaba a la fortaleza con toda la inestabilidad de un borracho. Los múltiples puntos de luz que se podían ver en su fondo eran, por supuesto, naves enemigas.
«¡Prepárense para disparar!», ordenó Stockhausen.
Sin embargo, justo antes de entrar en el campo de tiro de los cañones principales de la fortaleza, los barcos de la fuerza de la alianza se detuvieron por completo. Estaban flotando -a tiempo, parecía- más allá de una frontera invisible, y cuando vieron que el crucero ligero de clase Bremen se dirigía hacia el puerto, guiados por una señal de la sala de control de tráfico del puerto de la fortaleza, empezaron a girar sus narices en aparente resignación.
«Chicos prudentes, saben que es inútil.»
Los soldados imperiales estallaron en una risa estridente. Su confianza era tan inquebrantable como la fortaleza era inexpugnable. Habiendo entrado a puerto, y atracado por medio de campos magnéticos, el crucero ligero clase-Bremen era un espectáculo trágico que contemplar. Con sólo mirar su exterior, era posible divisar una docena de áreas dañadas. La espuma de choque blanca salía de las grietas en el casco como los intestinos de un animal, y el número de grietas finas era imposible de contar, incluso con los dedos de las manos y de los pies de cien soldados.
Los coches impulsados por hidrógeno y cargados con personal de tierra vinieron corriendo hacia ella. No se trataba de tropas de la fortaleza, sino de tropas bajo el mando de la Flota de Iserlohn, y simpatizaban desde el fondo de sus corazones al ver la miserable condición de la nave.
Se abrió una escotilla en el crucero ligero y apareció un oficial de aspecto joven, con vendas blancas alrededor de su cabeza. Era un hombre guapo, pero su pálida cara estaba manchada con una sustancia rojiza y negra.
«Soy el capitán Larkin, comandante de esta nave. Me gustaría ver al comandante de esta fortaleza.»
Hablaba el idioma oficial del imperio de forma clara y articulada.
«Sí, señor», dijo uno de los oficiales de mantenimiento, «Pero, ¿qué está pasando ahí fuera?»
El capitán Larkin dio un suspiro de frustración.
«Nosotros mismos no estamos muy seguros. Venimos de Odín, sabes. Sin embargo, parece que de alguna manera su flota ha sido destruida.»
El capitán Larkin, que miraba con incredulidad a la tripulación de tierra, gritó: «Parece que, de alguna manera, las fuerzas rebeldes han encontrado una nueva forma de pasar por el pasillo. Esto amenaza no sólo a Iserlohn sino también a la supervivencia del propio imperio. Rápido, ahora, llévame con el comandante.»
El almirante Stockhausen, que había estado esperando en la sala de mando, se levantó de su silla cuando vio a cinco oficiales del crucero ligero entrar en la sala rodeados de personal de seguridad.
«Explica la situación, ¿qué está pasando ahí fuera?» Mientras Stockhausen caminaba hacia el capitán con largas zancadas, su voz era más aguda de lo habitual. Ya se le había informado, y si las fuerzas rebeldes habían ideado una forma de atravesar el corredor, ello significaba que se pondría en tela de juicio el significado mismo de la existencia de Iserlohn y le correspondería a él desarrollar alguna forma de contrarrestar los movimientos de las fuerzas rebeldes.
Como Iserlohn era en sí mismo una construcción fija, era exactamente en tiempos como estos cuando era necesaria la flota de Iserlohn. Y Seeckt, ese jabalí salvaje, había salido corriendo con él. Stockhausen tenía problemas para mantener un aire de calma.
«Esto es lo que ha pasado…» La voz de este capitán Larkin era baja y débil, así que Stockhausen, sintiéndose impaciente, se acercó al hombre. «Esto es lo que ha pasado: ¡Su Excelencia, Stockhausen, se ha convertido en nuestro prisionero!»
Un instante congelado se derritió, y para cuando los guardias de seguridad, con agudas maldiciones, desenfundaron sus blasters, el brazo del Capitán Larkin envolvió el cuello de Stockhausen, y apuntó un arma de fuego de cerámica -invisible para el sistema de seguridad de la fortaleza- al costado de su cabeza.
“Pero , tu…»Gruñó el comandante Lemmrar, jefe del equipo de seguridad de la sala de mando, con la cara rojiza cada vez más roja. «Eres amigo de esos rebeldes. ¿Cómo te atreves a intentar algo tan escandaloso…?»
«Voy a pedirte que me recuerdes. Soy el capitán Walter von Schenkopp, del regimiento Rosen Ritter. Tengo las dos manos ocupadas ahora mismo, así que no puedo quitarme el maquillaje para saludarte como es debido». El capitán se rió como si fuera invencible. «Para ser honesto, no pensé que las cosas saldrían tan bien. Me aseguré de falsificar una tarjeta de identificación antes de venir, pero nadie la revisó. Es una buena lección que aprender, que no importa cuán seguro sea el sistema, todo depende de la gente que lo maneje».
«¿Y para quién es esa lección, me pregunto?» Con estas palabras siniestras, el comandante Lemmrar apuntó con su blaster tanto a Stockhausen como a Schenkopp. «Planeaban tomar rehenes, pero no piensen que ustedes los rebeldes son lo mismo que los soldados imperiales. Su Excelencia el Comandante es un hombre que teme la deshonra más que la muerte. ¡No hay ningún escudo aquí para protegerte!»
«Su Excelencia el Comandante parece molesto por haber sido tan sobrestimado.» Sonriendo con desprecio, Schenkopp miró a uno de los cuatro hombres que lo rodeaban. Ese hombre sacó un disco de cerámica, lo suficientemente pequeño como para llevarlo en la mano, de debajo de su uniforme imperial.
«Sabes lo que es eso, ¿verdad? Es un emisor de partículas Cefiro».
Schenkopp habló, y fue como si una corriente eléctrica hubiera pasado por la amplia cámara.
Las partículas Cefiro fueron nombradas por su inventor, Karl Seffl, un investigador en química aplicada, quien había sintetizado las partículas para la extracción de minerales y la realización de obras de ingeniería civil a escala planetaria, por lo que -para decirlo brevemente- estas partículas eran como un gas que reaccionaría a una cantidad determinada de calor o energía, desencadenando una explosión dentro de un rango controlable. Sin embargo, la humanidad siempre ha adaptado las tecnologías industriales al uso militar.
La cara del comandante Lemmrar parecía casi completamente oscurecida. Los Blasters, que disparaban rayos de energía, se había vuelto imposibles de usar. Si alguien dispara, todos caerían juntos. Las partículas de Cefiro en el aire serían encendidas por el rayo, reduciendo a cenizas a todos los presentes en la habitación en un instante.
«Comandante C…»
Uno de los guardias de seguridad había levantado la voz en lo que parecía un chillido. El comandante Lemmrar, con los ojos llenos de una luz vacía, miró al almirante Stockhausen. Schenkopp aflojó un poco el brazo, y después de respirar dos veces, el comandante de la Fortaleza de Iserlohn se rindió.
«Tú ganas. No se puede evitar, nos rendimos».
Schenkopp dio un suspiro de alivio en su corazón.
«Muy bien, todos: ya saben qué hacer.»
Como se les ordenó, los subordinados del capitán se ocuparon de sus tareas. Se modificaron los programas de control de tráfico portuario, se desactivaron todos los sistemas de defensa y se liberó gas durmiente en toda la fortaleza por medio del sistema de aire acondicionado. Los técnicos que se habían estado escondiendo dentro del crucero ligero de clase Bremen desembarcaron y ejecutaron estas operaciones con habilidad y eficiencia. Mientras que sólo un pequeño grupo de personas se daba cuenta de lo que estaba sucediendo, Iserlohn estaba siendo invadido, como si fuera un cáncer, y sus funciones se paralizaron en un instante.
Cinco horas más tarde, los soldados imperiales fueron liberados de un sueño nublado como una sopa de judías y quedaron aturdidos sin palabras para encontrarse despojados de sus armas y ser hechos cautivos. Sumando todo el personal de combate, comunicaciones, abastecimiento, médico, mantenimiento, control de tráfico, técnico y de otro tipo, su número total ascendía a quinientos mil. Con sus fábricas gigantescas para la producción de alimentos y otras necesidades, Iserlohn estaba equipada con un entorno y unas instalaciones capaces de mantener a una población, incluido el personal de la flota, que superaba el millón de personas. La intención del imperio de que Iserlohn debía ser una «fortaleza eterna» tanto en nombre como en el de los demás, era evidente.
Sin embargo, los oficiales y tropas de la Decimotercera Flota de las Fuerzas Armadas de la Alianza ya estaban al mando. La Fortaleza de Iserlohn, que en el pasado había consumido como un vampiro la sangre de millones de soldados de las Fuerzas Armadas de la Alianza, cambió de manos sin que se derramara una sola gota de sangre nueva.
IV
La Flota imperial había estado vagando por el interior del corredor, lleno de obstáculos y peligros, buscando al enemigo.
Los oficiales de comunicaciones habían estado trabajando arduamente para contactar a la fortaleza y, por fin, palideciendo, llamaron al comandante Seeckt. Una vez eliminadas las persistentes olas de interferencias, por fin habían restablecido las comunicaciones, pero lo que habían recibido de la fortaleza era una transmisión que decía: «Ha estallado un motín entre los hombres». Solicitando ayuda».
«¿Un motín dentro de la fortaleza?» Seeckt chasqueó la lengua. «¿No puede ese incompetente de Stockhausen controlar a sus propios hombres?»
Los sentimientos de superioridad de Seeckt estaban siendo cosquilleados por la cortés petición de ayuda. Cuando pensó en cómo esto dejaría a su colega en deuda con él en gran medida, se sintió aún más encantado.
«Apagar el fuego a nuestros pies tiene prioridad. Todas las naves, regresen a Iserlohn inmediatamente.»
«Espere un momento», respondió una voz a la orden de Seeckt.
La voz era tan silenciosa que arrojó una nube de tristeza sobre el puente, y sin embargo permaneció en toda la habitación. Cuando Seeckt vio al oficial que había salido antes que él, una expresión brotó de su rostro de odio abierto y oposición. Ese pelo entrecano , esas mejillas mortalmente pálidas, ¡es el Capitán Oberstein otra vez!
«No recuerdo haberle pedido su opinión, Capitán.»
«Soy consciente de ello. Sin embargo, si me permite…»
«… ¿Qué quieres?»
«Esto es una trampa. Creo que sería mejor no volver».
Seeckt se quedó en silencio durante un largo momento.
Sin decir una palabra, el comandante se abrió paso en su mandíbula y miró con odio a un desagradable subordinado que decía cosas desagradables en un tono de voz desagradable.
«Me parece que todo lo que ves es una trampa en tus ojos.»
«Excelencia, por favor escuche.»
«¡Ya es suficiente! Todas las naves, den la vuelta y diríjanse a Iserlohn a velocidad de combate dos. Esta es una gran oportunidad para poner a esos topos espaciales en deuda con nosotros».
Su amplia espalda se alejó de Oberstein.
«No merece la pena hablar con hombres pequeños que están llenos de ira pero no tienen verdadero coraje .»
Escupió esas palabras con desprecio, y Oberstein se volvió y abandonó el puente. Nadie intentó detenerlo.
Después de subir a un ascensor exclusivo que sólo reaccionaba a las huellas de voz de los oficiales, Oberstein comenzó a descender a través de la inmensa nave, equivalente en tamaño a un edificio de sesenta pisos, yendo hacia su nivel más bajo.
«¡La flota enemiga ha entrado en el rango de fuego!»
«Cañones principales de la fortaleza cargados y listos.»
«¡Objetivo alcanzado! Podemos disparar en cualquier momento».
Voces tensas llenaban el aire de la sala de mando de la Fortaleza de Iserlohn.
«Apuntales un poco más.»
Yang estaba en la mesa de mando de Stockhausen. No estaba sentado en la silla del comandante, sino sobre la mesa, con las piernas cruzadas, y en esa posición indecorosa miraba fijamente a un grupo de puntos brillantes que se acercaba y cubría la pantalla gigante de la pantalla táctica. Por fin, respiró hondo y dijo: «¡Fuego!»
La orden que Yang había dado no había sido pronunciada en voz alta, sino a través de sus auriculares, fue transmitida con precisión a los artilleros.
Y Dispararon. Los artilleros observaron como masas de luz -blancas y rebosantes de brillo- saltaban y se precipitaban sobre el enjambre de puntos centelleantes.
Más de cien barcos de la vanguardia de la flota imperial tomaron el asalto de la batería principal de Iserlohn de frente y fueron aniquilados al instante. El exceso de calor y la alta concentración de energía ni siquiera les dio tiempo a explotar. Después de que la materia orgánica e inorgánica por igual hubiera sido vaporizada, no quedaba nada excepto un vacío casi perfecto.
Los barcos que habían explotado eran los de segundo rango de la fuerza imperial y los que flanqueaban la vanguardia. Las naves en la periferia fueron golpeadas por las energías y enviadas fuera de curso, e incluso las naves posicionadas fuera de esa región fueron sacudidas violentamente en el período posterior. Gritos y chillidos ocupaban los canales de comunicación de las naves imperiales que habían sobrevivido a aquel primer ataque.
«¿Por qué están disparando a sus aliados?»
«No, eso no está bien. Tienen que ser esos tipos que se amotinaron…»
«¡¿Qué hacemos?! No podemos contraatacar. ¿Cómo nos alejamos de las armas principales?»
Dentro de la fortaleza, tanto los oficiales de la fuerza de la alianza como las tropas habían jadeado y permanecido en silencio, con sus ojos clavados en la pantalla. Habían visto por primera vez el poder destructivo y diabólico de la batería principal de Iserlohn, apodada “Martillo de Thor”.
La fuerza imperial al completo estaba dominada por un sentimiento de terror. El arma principal de la fortaleza, que hasta ese momento había sido un inigualable y poderoso ángel de la guarda, se había convertido en una porra implacable en manos de un demonio, y que se abalanzaba sobre sus cabezas.
“¡Contraataque!¡Quiero un barrido sincronizado de todos los cañones principales!” Aulló Seeckt con una voz que resonaba como un trueno. En su propia manera ese grito había tenido el efecto de devolver la disciplina a las confusas tropas. Los pálidos artilleros se abalanzaron sobre sus consolas para sincronizar sus sistemas de apuntado automático, y pulsaron los botones de las pantallas táctiles. Cientos de rayos trazaron líneas geométricamente perfectas a través de la negrura del espacio.
Era imposible, sin embargo, destruir el muro externo de Iserlohn con el mero poder de los cañones de una flota. El bombardeo golpeó la cubierta externa, pero los rayos fueron reflejados, dispersándose futilmente.
La humillación, derrota y terror que los oficiales y tripulación de las fuerzas armadas de la alianza habían probado en tiempos pasados había sido devueltos , con intereses a las fuerzas imperiales.
Las llamaradas de luz diez veces más gruesas que los rayos de los cañones de las naves estallaron una vez más desde la Fortaleza de Iserlohn, y de nuevo causaron la muerte y la destrucción a gran escala. Gigantescos agujeros habían aparecido en las columnas de la flota imperial, demasiado anchos para ser cerrados fácilmente. Los bordes estaban adornados con las cáscaras arruinadas de los barcos y fragmentos de los mismos.
Después de haber sido atacada sólo dos veces, la fuerza imperial estaba medio paralizada. Los supervivientes habían perdido la voluntad de luchar y apenas podían permanecer donde estaban.
Yang miró hacia otro lado de la pantalla y se frotó alrededor de su estómago. Su sensación era, si no llegamos tan lejos, no podemos ganar esto.
El Capitán Schenkopp, mirando la pantalla que estaba junto a Yang, tosió a propósito.
«Esto no es lo que usted llama combate, Excelencia. Esta es una masacre unilateral».
Yang, que se volvió hacia el capitán, no estaba enojado.
«Lo sé. Tienes toda la razón. Pero no vamos a comportarnos como el imperio. Capitán, intente aconsejarles que se rindan. Si no quieren hacer eso, diles que se retiren y que no los persiguiremos».
«Sí, señor.» Schenkopp miró al joven oficial superior con gran interés. Otros soldados también podrían ir tan lejos como para aconsejar la rendición, pero probablemente no le dirían al enemigo que escapara. ¿Era esto una fortaleza o una debilidad del más extraño de los tácticos, Yang Wen-li?
En el puente de la nave insignia, un oficial de comunicaciones gritó:
«Excelencia, hay una transmisión de Iserlohn!» Seeckt miró al hombre con los ojos inyectados de sangre, a lo que dijo:
«Iserlohn está ocupado por la alianza, es decir, por las fuerzas rebeldes, después de todo. Su comandante, el Contraalmirante Yang Wen-li, dice lo siguiente:
«No hay nada que ganar con más derramamiento de sangre. «Ríndanse». ”
«¿Rendirse, dice?»
«Sí. Y otra cosa:’Si no quieres rendirte, entonces retrocede, no perseguiremos'». ”
Por un momento, las caras alrededor del puente volvieron a cobrar vida. ¡Huir! Por fin, una opción inteligente! Sin embargo, esas expresiones de ánimo fueron borradas por un feroz grito de ira.
«¡¿Cómo podríamos hacer tal cosa?!» Seeckt estampó en el suelo sus botas del uniforme. Ceder a Iserlohn a los rebeldes, perder casi la mitad de los barcos bajo su mando, volver a enfrentarse a Su Majestad, el Kaiser en la derrota? ¿Eso es lo que este comandante rebelde le estaba diciendo que hiciera? Para Seeckt, eso era imposible. Mejor romperse como una joya inestimable, decía el dicho, que llevar una vida larga y vergonzosa como un vulgar azulejo. El último honor que le quedaba era el de la joya destrozada.
«Oficial de Comunicaciones, transmita lo siguiente a las fuerzas rebeldes.»
Mientras los oficiales y la tripulación que rodeaban a Seeckt escuchaban el contenido de su mensaje, el color se les drenaba de la cara. La fiera luz en los ojos de su comandante atravesó sus rostros.
«A mi orden, todas las naves trazarán rumbos de colisión y atacarán a Iserlohn. Seguramente ninguno de ustedes envidiará nuestras vidas en un momento como éste».
El puente estaba en silencio. Nadie le respondió.
Mientras tanto, en Iserlohn, Schenkopp le dijo a Yang: «Hay una respuesta de las fuerzas imperiales».
Llevaba el ceño fruncido.
«No conoce el corazón del guerrero; morir y cumplir la causa del honor es el camino que conocemos; vivir manchado de desgracia es un camino que no conocemos.»
«Hmm», dijo Yang.
«Lo que quiere decir es que bajo estas circunstancias, todo lo que pueden hacer ahora es cargar con todas las naves para que mueran gloriosamente, y al hacerlo, devolver el favor de su Alteza Imperial.»
«¿El corazón del guerrero?»
La Subteniente Frederica Greenhill sintió el sonido de una amarga ira en la voz de Yang. De hecho, Yang estaba furioso. ¿Quieres morir para expiar la derrota en la batalla? Bonito y elegante. Pero si vas a hacer eso, ¿por qué no puedes morir solo? ¿Por qué te llevas a tus subordinados contigo por la fuerza?
Es por culpa de hombres como éste que la guerra no puede terminar, pensó Yang. Ya he tenido suficiente. Basta de tratar con hombres como éste.
«Todas las naves enemigas están cargando», gritó un operador.
«¡Artilleros! ¡Concentren el fuego en el buque insignia de la flota enemiga!»
Era la primera vez que Yang daba una orden tan incisiva. Frederica y Schenkopp miraron a su comandante, cada uno con su propia expresión.
«Este es el último bombardeo. Si pierden el buque insignia, el resto de ellos huirá».
Con mucho cuidado, los artilleros apuntaron a su presa. Innumerables flechas de luz fueron desatadas por la fuerza imperial, pero ni siquiera una tuvo efecto. Las vistas estaban perfectamente alineadas.
Y fue entonces cuando un solo transbordador de escape fue expulsado de la popa del buque insignia imperial. La humilde salpicadura de plata rápidamente se derritió en la oscuridad.
¿Alguien lo había notado? Después del espacio de otro aliento, las mortíferas y redondeadas columnas de luz apuñalaron a través de la oscuridad por una tercera vez.
En su punto focal estaba el buque insignia imperial, y parecía como si una región circular del espacio se hubiera separado del resto. El almirante Seeckt, con su voz enfadada y su cuerpo corpulento, había sido reducido a partículas que sólo se podían medir en micras, junto con sus desafortunados oficiales de Estado Mayor. Cuando las naves imperiales sobrevivientes se dieron cuenta de lo que había sucedido, comenzaron a mover sus narices una tras otra y a retirarse del campo de tiro de la batería principal de la Fortaleza de Iserlohn. Ya que el comandante que pedía sus nobles y bellas muertes había desaparecido, no había razón para tirar sus vidas a la basura en un combate temerario, o mejor dicho, en una matanza unilateral.
En medio de ellos estaba la sombra del transbordador de escape que llevaba al capitán Oberstein. A medida que avanzaba en el semiautomático, volvió a mirar por encima de su hombro la forma esférica de la colosal fortaleza que iba menguando en la distancia.
En el momento anterior a su muerte, ¿gritó el almirante von Seeckt «Salve a su Majestad Imperial» o algo así? Qué absurdo. Sólo los vivos pueden vengarse.” Ah, bueno, pensó Oberstein en su corazón. Si tuviera habilidades de liderazgo y el poder para hacer las cosas además de su ingenio, podría recuperar Iserlohn en cualquier momento. O incluso si dejaran a Iserlohn en las manos de la alianza tal y como estaban las cosas, perdería todo su valor cuando la propia alianza fuera destruida.
¿A quién debe elegir? No había nadie con talento entre los aristócratas de sangre azul. ¿Debería elegir al joven rubio del conde Reinhard von Lohengramm? No parecía haber nadie más…
Pasando junto a los barcos de sus camaradas que huían, el transbordador se alejó volando en medio de la noche.
Dentro de la Fortaleza de Iserlohn, sin embargo, un volcán de alegría y emoción estaba en erupción, y cada espacio abierto estaba ocupado por voces de risas y cantos, sin prestar atención a la clave o escala. Los únicos que se mantuvieron en silencio fueron los prisioneros aturdidos que se habían enterado de sus circunstancias, y el director del gran espectáculo, Yang Wen-li.
«¿Subteniente Greenhill?»
Cuando Frederica respondió a su llamada, el joven almirante de pelo negro estaba bajando al suelo desde la mesa de mando.
«Contacta con la Alianza. Diles que se acabó, que ganamos, e incluso si me dicen que lo haga de nuevo, no puedo. Ocúpate del resto. Voy a buscar una habitación vacía y dormir un poco. En cualquier caso, estoy agotado».
«¡Yang el mago!»
«¡Milagro Yang!»
Una tormenta de vítores saludó a Yang Wen-li, que había regresado a Heinessen, la capital de la Alianza de Planetas Libres.
La gran derrota en la Región Estelar de Astarte que había ocurrido recientemente fue rápidamente olvidada, y la ingeniosa treta de Yang y el perspicaz juicio del Mariscal Stolet al nombrarlo fueron elogiados hasta los límites de lo que podía concebir el lenguaje florido. En la ceremonia cuidadosamente preparada y en el banquete que siguió, le lanzaron a la cara una imagen de si mismo tan inverosímil que estaba cansado de ello.
Cuando por fin quedó libre, Yang regresó a casa con una expresión exasperada en la cara y vertió brandy en un té que Julian le había preparado. A los ojos de ese joven, la cantidad parecía un poco excesiva.
«Son todos iguales: nadie entiende», se quejó el héroe de Iserlohn mientras se quitaba los zapatos, se sentaba con las piernas cruzadas en el sofá y sorbía su té, que a esas alturas se había convertido en su mayor parte en brandy . «Magia y milagros, no tienen idea de lo duro que trabaja la gente. Sólo dicen lo que les da la gana. Las tácticas que utilicé han existido desde la antigüedad. Es una forma de separar la fuerza principal del enemigo de su base y eliminarla por separado. No he usado nada de magia, sólo agregué un poco de especias a eso, pero si me equivoco y caigo en sus halagos, puede que me digan la próxima vez que vaya a Odín desarmado y la tome solo».
Y antes de que eso ocurra, dimitiré, aunque no lo dijo.
«Pero todos dicen cosas maravillosas de ti.» Mientras hablaba, Julián movió casualmente la botella de brandy fuera del alcance de Yang. «Creo que está bien estar honestamente contento, como ellos quieren que lo estés tú.»
«Sólo te elogian cuando ganas», respondió Yang en un tono que no era ni alegre ni lo que Julian quería que fuera. «Si sigues luchando, al final pierdes. Hablar de cómo se vuelven contra ti cuando eso sucede puede ser divertido si es otra persona a la que le está pasando. Y por cierto, Julian, ¿puedes al menos dejarme beber todo el brandy que quiera?»
Capitulo 6: a cada hombre su estrella
I
¡Iserlohn ha caído!
Ante el sonido de la desastrosa noticia, un escalofrío corrió por todo el imperio galáctico.
“Pero se suponía que era inexpugnable…”
Con expresión pálida, el mariscal Ehrenberh, ministro de asuntos militares, murmuró esas palabras y después se sentó, inmóvil , frente a su mesa.
“No puedo creerlo. El informe debe estar equivocado”
El almirante de flota Steinhof, comprandante supremo de los cuarteles militares imperiales, lanzó un áspero gruñido y tras verificar los hechos se retiró en silencio.
Incluso el Kaiser, Friedich IV , conocido por albergar escaso interés o energía en los asuntos de estado, había pedido una explicación al ministro de estado, el Marqués Lichtenlade, a través de Neuköln, ministro del palacio interior.
“El territorio imperial debe ser sagrado e inviolable para cualquier enemigo externo, y así de hecho siempre ha sido. Sin embargo nuestra falta de previsión , por haber permitido que tales circunstancias molestaran el corazón de su majestad, la vergüenza que hoy sentimos no conoce límites.”
Las noticias llegaron al Almirantazgo de Lohengramm, que esa había sido la temorosa respuesta del marqués.
“Algo esta mal con esa linea de razonamiento, Kircheis”, dijo Reinhard a su confiable ayudante en su oficina. “Ni una pulgada de territorio imperial debe ser invadido por enemigos externos, dice. Pero ¿desde cuando son los rebeldes un poder externo e igual? Es porque no ve las cosas por lo que son, que dice contradicciones como esas”
Reinhard, habiendo establecido su almirantazgo y asegurado bajo su mando la mitad de las naves de la Armada Espacial Imperial, se enfrentaba diariamente a las asignaciones de personal.
Al reclutar jóvenes oficiales, como política fundamental su preferencia se había decantado hacia aristócratas de bajo rango y plebeyos. La media de edad de los comandantes del frente se había desplomado. Oficiales enérgicos y jóvenes como Wolfgang Mittermeier, Oskar von Reuental, Karl Gustav Kemp, and Fritz Joseph Wittenfelt eran ahora almirantes de nuevo cuño, y el almirantazgo había adquirido vida con espíritu y energía juveniles.
Sin embargo, Reinhard había sido incapaz de quitarse de encima los días anteriores un sentimiento de insatisfacción que sentía. Había reunido a comandantes que tenían valor y destreza táctica de sobra, pero no había sido capaz de encontrar gente para sus vacantes de personal administrativo.
Reinhard tenía pocas expectativas de los oficiales administrativos de cuño noble que hubieran sido estudiantes de honor en la escuela de oficiales. Sabía demasiado bien que las habilidades militares no eran algo que se enseñara en un aula. Mientras que los soldados natos eran a veces brillantes en sus días de colegio- Como el mismo Reinhard había sido- lo opuesto nunca sería cierto.
No podía poner a Kircheis como administrativo. Reinhard necesitaba que actuara como su representante y que a veces tomara el mando de algunas flotas. Cuanto estuvieran juntos, podía hacer que Kircheis le diera su opinión con su visión de conjunto, para así tomar decisiones juntos. Ese era el deber que su más confiable ayudante debería desempeñar.
Solo unos días antes, Reinhard había despachado a Kircheis al sistema Kastrop para que fuera en su lugar a sofocar la revuelta que había estallado allí. Esto había sido organizado así para dejar a Kircheis conseguir logros propios y dejar claro a todos que iba a ser el vicecomandante de las fuerzas que comandaba Reinhard.
Reinhard había solicitado al Marques Lichtenlade, Ministro de estado, que las órdenes del Kaiser fueran entregadas a Kircheis.
Al principio el marqués Lichtenlade no había mirado favorablemente esta idea. Sin embargo, el marques tenía a un ayudante llamado Waitz que le ofreció su opinión: “¿Por que no dejarle? El contra almirante Kircheis es el mas cercano de los ayudantes del Conde Lohengramm. Si tuviera éxito en sofocar la rebelión del duque Kastrop, recompensarle (y ponerle en deuda con usted) podría ser beneficioso más adelante. Si falla, la culpa ira al conde Lohengramm por recomendarle. Todo lo que tendrá que hacer es ordenar al conde hacer la subyugación el mismo , y si su subordinado fallara una vez, no podría ir por ahí fanfarroneando cuando el asunto este resuelto.”
“Hmmm. Ya veo, tiene sentido”
Aceptando ese razonamiento, el marqués había comenzado el procedimiento por el cual la orden de subyugación de la rebelión Kastrop sería entregada por el Kaiser a Kircheis. Reinhard envió una recompensa monetaria más tarde a Waitz en privado. El marques nunca supo que había sido Reinhard el que había pedido a Waitz que le aconsejara como había hecho.
De esta forma, Kircheis recibió sus ordenes del Kaiser. Esto significaba que iba como un soldado del imperio. En el almirantazgo de Reinhard, se adelantó a colegas de su mismo rango para ser abiertamente reconocido como un número dos. Naturalmente, esto era nada más que una formalidad. Para hacerlo real, Kircheis necesitaba logros militares reales.
De esta forma la rebelión del sistema Kastrop había comenzado:
En un momento anterior, ese mismo año, la vida del Duque Eugen von Kastrop había llegado a un inesperado final por causa de un accidente en su nave espacial privada.
Como aristócrata tenía el derecho de establecer impuestos en sus dominios privados, y por mera rutina había reunido el poder que venía de una vasta riqueza. Además, como uno de los súbditos de mayor rango de la corte había servido como ministro de finanzas por quince años. Durante su servicio, había usado la autoridad de ese puesto para incrementar su riqueza personal y de vez en cuando había sido envuelto en vergonzosos escándalos de sobornos a oficiales públicos. Cuando se trataba de los crímenes de la aristocracia, sin embargo, el tejido legal era de un entramado desgastado y lleno de agujeros. Cuando las cosas habían alcanzado el punto por el que incluso esos agujeros eran demasiado pequeños para que el Duque Kastrop se escabuyera por ellos, él había continuado evitando las manos del castigo mediante la hábil aplicación de su riqueza y poder.
El Conde Rugue, ministro de asuntos judiciales en ese momento, había descrito sus abusos irónicamente como un “espléndido hechizo” del que se podría inferir que incluso a ojos de nobles como él, el hombre había ido demasiado lejos. Como era un pilar del gobierno imperial, encontraron inconveniente que no siguiera las reglas para oficiales públicos mas de cerca. La insatisfacción publica con el súbdito podría fácilmente en una insatisfacción de todo el sistema al completo.
Ahora, el duque había muerto. Para los ministros de finanzas y de asuntos judiciales, era una oportunidad idónea. El consenso general era: “Mejor ir allí y azotemos públicamente al muerto”
Eso era imperativo para mostrar a la poblacion que hasta las grandes familias nobles no podían escapar de la ley, y para sujetar bien las riendas de todos los pequeños Kastrop que existían en la aristocracia, demostrando el poder de la ley imperial y la administración pública. Naturalmente, los fondos públicos que el Duque se había embolsado y los sobornos que había aceptado ascendían a una vasta suma , y si pudiera integrarse dicha cantidad a la tesorería nacional, el sufrimiento de las arcas públicas , agotadas por las expediciones militares, podrían aliviarse por un tiempo.
Pese a que había algunos entre los burócratas del ministerio de Finanzas que hablaban de gravar fiscalmente a la aristocracia, eso significaría cambiar una política nacional en vigor desde los días de Rudolf el Grande , que podría invitar a insurrecciones o a un golpe de estado en el gobierno. Si el Duque Kastrop fuera el único objetivo, sin embargo, habría poca oposición entre la aristocracia.
Se mandaron investigadores del ministerio de finanzas publicas al sistema Kastrop. Y ahí es cuando empezaron los problemas.
El duque tenía un hijo, de hombre Maximilian, que pendiente de la aprobación del Kaiser; iba a heredar el título y las propiedades de su difunto padre. Debido a las presentes circunstancias, el ministro de estado (Marques Lichtenlade) había elegido posponer el proceso de sucesión y solo reconocer la herencia cuando el ministerio de finanzas hubiera concluido su investigación y sustraído la porción que el anterior duque había obtenido de forma ilícita.
Maximilian se opuso. El hijo del vasallo jefe y aristócrata de alto rango, era un joven egoísta criado rodeado largamente de riquezas y privilegios, y que carecía de las habilidades políticas de su difunto padre, incluso en el sentido negativo de la palabra. Literalmente, soltó a sus perros de caza, para que persiguieran a los investigadores; y los expulsó del territorio. Estos perros eran “Cabezas de cuerno” a los que el procesamiento genético había otorgado cuernos cónicos en la frente. Eran bestias salvajes, símbolo del lado violento de la autoridad aristocrática.
Este joven poco imaginativo no tenía idea de que sus acciones habían sido una bofetada a un gobierno imperial que daba gran importancia al prestigio y a la apariencia de dignidad. La parte abofeteada no iba a tolerar ese insulto sin más.
Cuando un segundo grupo de investigadores fue también expulsado igualmente, el ministro de finanzas, el Vizconde Gerlach envió una petición al ministerio de estado para convocar a Maximilian a la corte.
Al recibir una severa convocatoria escrita, Maximilian se dio cuenta por primera vez de que sus acciones eran vistas como problemáticas. Careciendo de un juicio equilibrado, lo dominó un terror extremo. Estaba seguro de que si viajaba a Odín, no volvería a ver su hogar.
En la familia del Duque Kastrop habían muchos parientes y parientes políticos, que preocupados por la situación se interpusieron para tratar de mediar una solución. Esto, sin embargo solo exacerbó las sospechas de Maximilian.
Cuando uno de sus parientes, el conde Franz von Mariendorf- un hombre conocido por su naturaleza suave y neutral, fue a tratar de razonar con él, Maximilian lo encarceló haciendo que se desvaneciera cualquier esperanza de una resolución pacífica. Maximilian, habiendo perdido por completo la cabeza comenzó a reunir un ejército privado que consistía principalmente de las fuerzas de seguridad del ducado. Fue entonces que el gobierno imperial decidió enviar una fuerza para aplastar su rebelión. La flota, dirigida por el Almirante Schmude partió de Odín al mismo tiempo que los militares del imperio y la alianza chocaban en la región estelar de Astarte. La fuerza de Schmude fue fácilmente derrotada.
Aunque Maximilian estaba lejos de ser un adulto responsible, todavía poseía un poco de talento puramente militar, y la fuerza enviada contra él había subestimado demasiado a su oponente, entablando combate sin trabajar demasiado la parte estratégica. Mientras que estos fueron algunos de los factores que les llevaron a la derrota, el resultado final fue que la fuerza enviada a restaurar el orden fue derrotada al momento de aterrizar y el Almirante Schmude había muerto en Batalla.
La segunda fuerza enviada a Kastrop había fallado, y Maximilian; que estaba perdiendo el control; había procedido a anexionar el vecino condado Mariendorf y había hecho planes para tallar un dominio semi-independiente para sí mismo en una esquina del imperio. Pese a que Franz, el jefe de la familia que gobernaba el Condado Mariendorf, había sido encarcelado por Maximilian, sus fuerzas de seguridad mantenían una lucha sostenida contra la fuerza invasora y solicitaban Ayuda a Odín.
Así estaba la situación cuando Kircheis fue ordenado que fuera a sofocar la rebelión. Le tomó diez días dominar un levantamiento que se había alargado por medio año.
Primero, Kircheis hizo ver que se dirigía al condado Mariendorf en su ayuda, para girar bruscamente en dirección al Ducado Kastrop. Un conmocionado Maximilian , no dispuesto a quedarse inmóvil mientras le despojaban de su base, rompió el asedio del condado Mariendorf y se apresuró a volver al ducado con todas sus fuerzas. Con eso, Kircheis había rescatado al condado del peligro que había enfrentado. Además, su “viaje” al Ducado Kastrop no había sido nada más que una distracción.
Maximilian, frenético por la amenaza de su principal fortaleza fue negligente al proteger su flanco. Kircheis ocultó su flota en una región traicionera de un cinturón de asteroides, les dejó pasar para lanzar un súbito ataque en un retarguardia sin defender, con un efecto devastador.
Maximilian se retiró del campo de batalla solo para ser asesinado a manos de sus subordinados, esperando un castigo menor. Sus fuerzas restantes se rindieron entonces.
Así, la rebelión llegó a un abrupto final. Pese a que se había dicho que había tomado diez días aplastarla, seis de esos días habían sido el viaje desde odín y había tomado dos dias lidiar con los resultados, así que en realidad solo dos días se habían usado en combate.
La habilidad táctica que Kircheis había mostrado en la insurrección había sido extraordinaria. Reinhard quedó satisfecho y los almirantes de su almirantazgo asintieron en aprobación, mientras que los altos nobles quedaron atónitos. Una cosa era que solo Reinhard tuviera tal deslumbrante talento, pero que su mano derecha fuera un hombre tan similarmente talentoso era algo amargo que aceptar.
Sin embargo, un logro militar seguía siendo un logro militar. Kircheis fue ascendido a vicealmirante y recibió una brillante Zeitwing de un dorado resplandeciente – una medalla con forma de aguila bicéfala. En calidad de primer ministro en funciones, El marques Lichtenlade, ministro de estado le hizo entrega a Kircheis del título y la medalla y alabó sus logros, animándole a que fuera agradecido con el favor de su majestad y a que sirviera al Kaiser con incluso mayor devoción.
Kircheis, sabía todo lo que había pasado entre bambalinas, así que para él la adulación con la que Waitz había alentado al marqués Lichtenlade era simplemente absurda, aunque no dejaría que ninguno de esos sentimientos aflorase, por supuesto.
Aún así, Kircheis estaba pensando. Me pide lo imposible, diciéndome que me entregue de forma devota al servicio del Kaiser. ¿No había sido el Kaiser Friedrich IV, quién había secuestrado al objeto de su verdadera devoción ante sus propios ojos para quedárselo para sí mismo? No eran el imperio, la casa imperial, o el Kaiser por lo que Kircheis luchaba.
Siegfried Kircheis, ese joven alto y pelirrojo era muy popular con las mujeres de palacio, desde hijas de duques a las jóvenes criadas que iban cumpliendo tareas . Era completamente inconsciente de esto, sin embargo, y solo lo hubiera considerado una molestia si se hubiera percatado de ello.
Fue mientras que Reinhard y Kircheis estaban asegurando sus respectivas posiciones que apareció ante ellos el Capitán Oberstein con su pelo semiplateado.
II
¡Necesito personal de apoyo! Últimamente ese deseo de Reinhard se iba haciendo más fuerte, dia a dia. Pero la clase de oficiales que buscaba no eran necesariamente especialistas en asuntos militares. Para eso bastaban Reinhard mismo o Kircheis. En su lugar , buscaba a gente con una fuerte aptitud para las maniobras políticas y conspirar . Reinhard podía preveer esa clase de problemas contra los nobles de la corte- conspiraciones y batallas de ingenio , para decirlo de forma llana- siendo desde ese momento algo necesario.
Kircheis no era adecuado para ser el confidente de Reinhard en esos asuntos. No era un problema de intelecto, sino uno de personalidad y procesos de pensamiento.
Reinhard comprobó su ficha mental del hombre que acababa de darle su pistola laser al guardia para pasar desarmado a su oficina. No había nada en ella que decía que viera a ese hombre favorablemente.
“Capitán Paul von Oberstein, ¿no? ¿Que asunto podría tener usted conmigo?”
“Primero, me gustaría hablar a solas con usted” solicitó el invitado no deseado, con una actitud que rayaba la arrogancia.
“Solo estamos nosotros tres aquí”
“Cierto. El vice almirante Kircheis también esta aquí. Por eso se lo pido”
Ambos hombres se quedaron mirando al visitante- Kircheis en silencio y Reinhard con una mirada afilada.
“Hablar con el Vice almirante Kircheis es como si hablara conmigo. ¿No sabía eso?”
“Soy consciente”
“Así que quiere hablar de algo que no quiere que se oiga. Pero si después se lo cuento, el resultado será el mismo”
“Su excelencia es libre de hacerlo, por supuesto. Las logros de un conquistador , sin embargo, no se consiguen sin gente talentosa de todos los ámbitos. Creo que uno debería decirle a A lo que A necesita oír, darle a B deberes propios para B….y así…”
Kircheis miró a Reinhard y dijo discretamente “ Su excelencia, quizás sería mejor si esperara en la otra sala…”
Reinhard asintió con una expresión pasiva y Oberstein finalmente comenzó a profundizar en el tema del que había venido a hablar.
“Para ser honesto, excelencia. Estoy en una posición un poco complicada en este momento. Creo que está al tanto, pero…”
“Eres el desertor de Iserlohn. Es natural que te critiquen, y más cuando el Almirante Seekt murió tan heroicamente”
La respuesta de Reinhard era fría. Oberstein sin embargo no mostró indicios de que le afectara.
“Para legiones u Oficiales al mando, soy solo un despreciable desertor y nada mas. Sin embargo, excelencia tengo mi propia parte de la historia y me gustaría que la oyera”
“Ha venido a la persona equivocada. ExplÍqueselo al tribunal militar, no a mi”
Oberstein, único superviviente de la nave insignia de la flota de Iserlohn, se enfrentaba a una sentencia máxima por el simple hecho de haber sobrevivido. Había fallado al ejecutar su deber de asistir a su comandante y guardarle de cometer errores, y además había buscado su propia seguridad- esas eran las razones para el proceso judicial y las miradas frías, pese a que también estaba el hecho de que las circunstancias requirieran como cabeza de turco a un individuo presente en el momento de la caída de Iserlohn.
Ante la respuesta indiferente de Reinhard, Oberstein inesperadamente tocó su ojo derecho con su mano. Cuando la bajo, había un hueco vacío en esa parte de la cara. El hombre de cabello parcialmente ceniciento mostró un pequeño objeto al joven mariscal. Un cristal casi esférico que descansaba en la palma de su mano derecha.
“Mire esto, excelencia”
Reinhard miró, pero no dijo nada.
“Lo habrá oído del vice almirante Kircheis, pero mis ojos son biónicos, como este. Si hubiera nacido en tiempos de Rudolf…me habrían matado al nacer, de acuerdo a la Ley de eliminación de genes inferiores.”
Después de colocar su ojo biónico desprendido de nuevo en su cavidad, el brillo en la mirada de Oberstein se dirigió a Reinhard de frente, pareciendo que se dirigía directamente a la propia línea de visión del almirante.
“¿Lo entiende?” Le dijo. “Los odio a todos. Rudolf el grande, sus descendientes y todo lo que han traído con ellos… la dinastía Goldenbaum y el mismo imperio galáctico.”
“Valientes palabras”
Por un momento, el joven mariscal imperial fue dominado por una claustrofóbica tensión en el pecho.
Incluso sospechas ilógicas despertaron en él, ya que se preguntaba si la funcionalidad de los ojos biónicos de Oberstein incluía el poder de abrumar la voluntad de los demás o si quizás había activado algún componente que aplicaba presión psicológica.
Aunque la voz de Oberstein era baja y toda la habitación estaba equipada con dispositivos de insonorización, sus palabras sonaban como un trueno de primavera fuera de temporada.
“El Imperio Galáctico- Y con ello me refiero a la dinastía Goldenbaum- debe ser destruido. Si fuera posible, lo haría con mis propias manos. Sin embargo carezco de la perspicacia , del poder. Lo que puedo hacer es contribuir en el ascenso de un nuevo Kaiser, eso es todo. Me refiero a usted, excelencia. Al Mariscal Imperial Reinhard von Lohengramm”
Reinhard podía prácticamente oír la ruptura del aire, previa a un trueno; en cada palabra.
“¡Kircheis!”
Mientras se levantaba del asiento, llamó a su más antiguo amigo y consejero. El muro se abrió sin un solo sonido y allí apareció la alta figura del joven pelirrojo. El dedo de Reinhard apuntaba a Oberstein.
“Arresta al Capitán Oberstein. Ha mencionado palabras de rebelión contra el imperio. Como soldado imperial no puedo pasarlo por alto”
Los ojos brillantes de Oberstein brillaron con intensidad. El joven pelirrojo había desenfundado su pistola más rápido de lo que parecía humanamente posible, para apuntarla al centro del pecho de Oberstein. Desde sus días de la escuela preparatoria militar, pocos habían superado a Kircheis en puntería.
Incluso si Oberstein hubiera sostenido una pistola y hubiera podido resistirse, hubiera sido inutil.
“Asi que al final….así es su discernimiento…” murmuró Oberstein. Una amarga sombra de decepción y autoreproche se deslizó por una cara que había tenido poco color para empezar. “Bien, vaya por ese camino estrecho únicamente con el Vicealmirante Kircheis para guiarle”
Sus palabras eran parcialmente actuadas y parcialmente sentidas de corazón. Echó un vistazo a la silenciosa figura de Reinhard y entonces se giró a Kircheis.
“ViceAlmirante Kircheis, ¿puede dispararme? Estoy desarmado, como puede ver. Incluso así ¿Puede dispararme?”
Pese al hecho de que Reinhard no había ordenado nada más, Kircheis que seguía apuntando al pecho de Oberstein, había dudado en poner fuerza sobre el dedo del gatillo.
«No puede hacerlo. Ese es el tipo de hombre que es usted. Merecedor de respeto, pero no puede pretender que el respeto por sí solo les ayude en el trabajo de conquista. Cada luz tiene una sombra que la sigue… ¿Nuestro joven Conde Lohengramm todavía no lo ve?»
Reinhard, que seguía mirando fijamente a Oberstein, hizo un gesto para que Kircheis guardara su arma. Muy levemente, su expresión estaba cambiando.
«Eres un hombre que dice lo que piensa.»
«Me honra que lo digas».
“Y el Almirante Seeckt…¡cuanto debe de haberle odiado!¿Me equivoco?”
“El almirante no era un hombre que inspirase lealtad en sus hombres” Respondió Oberstein sin guiñar siquiera un ojo. Supo en ese momento que había ganado su apuesta.
Reinhard asintió.
“Muy bien, entonces. Le compraré a esos nobles”
III
El ministro de asuntos militares, el secretario general de los cuarteles generales y el comandante en jefe de la armada espacial eran conocidos colectivamente como el triunvirato de las fuerzas armadas imperiales. (NDT: el traductor usa en realidad el término “Three directors general of the Imperial armed Forces. Pero me gusta lo de triunvirato. No solo como referencia a la serie, sino a la historia de Roma; así que me ciño a ese término). Para un ejemplo de un hombre que ostentara a la vez los tres cargos sería necesario retrotraerse un siglo al tiempo del príncipe imperial Ottfried, el único hombre que lo había hecho.
Ottfried también había sido primer ministro imperial, y desde entonces los ministros de estado eran nombrados como primeros ministros interinos, sin emitir nunca un nombramiento oficial para el puesto, siendo la razón que los vasallos tendían a evitar emular cualquier precedente establecido por ese particular Kaiser.
En sus días de príncipe Imperial, Ottfried había sido un joven capaz y prometedor, pero tras acceder al trono y convertirse en el Kaiser Ottfried III, se vió encuento en un remolino de repetidas conspiraciones palaciegas que solo daban rienda suelta a sus sospechas. Reemplazó cuatro veces a su Kaiserinne y cinco veces a su sucesor, hasta que al fin, un miedo terrible a morir envenenado causó que se abstuviera de comer casi todo el tiempo. Finalmente murió de hambre teniendo unos cuarenta y algo años de edad.
Los tres miembros del Trinvirato, el ministro de asuntos militares Ehrenberg, el secretario general de los cuarteles generales, Steinhof y el comandante de la armada espacial, Mückenberger entregaron sus dimisiones a la misma vez al primer ministro en funciones, el marqués Lichtenlade, ministro de estado. Hicieron esto para tomar la responsabilidad por la pérdida de Iserlohn.
“No buscan evitar responsabilidades o aferrarse a la posición. Creo que su elegancia en este asunto es digna de ser elogiada. Sin embargo, si los tres puestos quedaran vacantes, eso querría decir que al menos uno de ellos sería para el Conde Lohengramm. Seguramente no quieran pavimentar su camino al ascenso ¿cierto? Están bastante cómodos financieramente, así que ¿por qué no renuncian a su salario el próximo año en su lugar, por ejemplo?”
Cuando el ministro de estado hablo así, el mariscal Steinhon, por cuya cara creció una expresión de angustia, respondió:
“No es que no hayamos considerado eso, pero somos soldados. Lamentaríamos demasiado si dijeran de nosotros si dijeran que nos hemos aferrado a nuestros puestos y nos equivocamos cuando deberíamos haber renunciado. Por favor, acepte nuestras cartas de renuncia“
A regañadientes, el marqués Lichtenlade se dirigió a la corte y consiguió que el Kaiser Friedrich IV comenzara con las cartas de renuncia de los tres directores generales.
El Kaiser, que había estado escuchando al ministro de estado con la misma apatía de siempre, dió instrucciones a su chambelán para convocar a Reinhard desde su almirantazgo. El problema de convocarlo cuando el problema podría haberse solventado con una llamada de visiofono en minutos, era una de las formalidades que la conspicua demostración de poder del Kaiser, requería.
Cuando Reinhard apareció en el palacio imperial, el Kaiser le mostró al joven mariscal imperial las tres cartas de renuncia, y con la misma entonación que una persona usaría al dejar a un niño escoger un juguete, le preguntó que puesto querría. Después de una breve mirada hacia el ministro de Estado, que estaba de pie sin moverse y con una mirada infeliz en su rostro, respondió Reinhard.
“No puedo despojar a alguien de su cargo cuando no es por un logro propio. La pérdida de Iserlohn fue por los errores de los almirantes Seeckt y Stockhausen. El primero ha pagado sus pecados con su vida y el otro esta ahora mismo en una prisión enemiga. No creo que nadie más deba ser culpado. Humildemente ruego a su majestad que no culpe a los tres jefes del triunvirato.”
“Hmmm. Que magnánimo.”
El Kaiser miró al ministro de estado, que estaba sorprendido ante el inesperado giro de los acontecimientos.
“El conde ha hablado ¿Qué dice usted?”
“Su humilde vasallo está impresionado por la aguda perspicacia del conde, que vá más alla de la habitual sabiduría de la juventud. Los tres directores generales han hecho grandes cosas por la nación, y por mi parte también me gustaría pedirle que se les tratara con amabilidad”
“Si eso es lo que ambos tienen que decir, no administraré ningún castigo duro. Aunque al mismo tiempo, no se puede evitar ningún castigo…”
“En ese caso, Alteza; me pregunto que diría a hacerles renunciar a sus salarios por el siguiente año y entregar esos fondos a la fundación de apoyo a las familias de los soldados caídos.
“Si, algo así estaría bien. Le dejo los detalles al ministro de estado. ¿Es todo lo que quiere hablar?”
“Si, alteza”
“En ese caso, ambos pueden irse. Tengo que ir a mi invernadero a cuidar mis rosas.”
Ambos hombres se retiraron.
No pasaron ni cinco minitos, antes de que uno de ellos regresara en secreto. Ya que el Marqués Lichtenlade, de 75 años de edad había vuelto a media carrera, necesitaba un momento para recuperar su aliento. Pero para cuando estuvo frente al jardín de rosas del Kaiser, había recuperado la compostura física.
Allí, entre gruesos muros de arbustos rosales que llenaban el invernadero con salvajes y abundantes espirales de color y fragancia el Kaiser estaba de pie, inmóvil, como un viejo árbol marchito. El anciano aristócrata se le aproximó y cuidadosamente se puso de rodillas.
“Si me permite, Alteza.”
“¿Qué pasa?”
“Digo esto consciente de que puedo ganarme su disgusto, pero…”
“¿Es acerca del conde Lohengramm?”
La voz del Kaiser estaba carente de filo, intensidad o pasión. Era como el sonido de arena llevada por el viento- la voz de un viejo sin vida.
“Quiere decir que le estoy dando demasiado poder y prestigio al hermano pequeño de Annerose”
“¿Su Alteza ya lo sabía?”
Lo que también había sorprendido al ministro de estado había sido lo inesperadamente lucido que había sido el pronunciamiento de esas palabras por parte del Kaiser.
“Ese hombre no conoce el miedo. No se detendrá en obtener el poder de un vasallo jefe- quizás se deje llevar y conspire para usurpar el trono ¿Es eso lo que estabas pensando?”
“Solo con la mayor de las reservas he dejado que cruzara mis labios”
“¿Y qué si lo hace?”
“¿Majestad?”
“No es como si la dinastía Goldenbaum hubiera estado presente desde el inicio de la humanidad. Igual que no hay tal cosa como un hombre inmortal, tampoco hay un estado eterno. No hay razón por la que el Imperio galáctico no acabe en mi generación “ (NDT: este párrafo denota que en el fondo, Friedrich tenía un agudo entendimiento de los acontecimientos que él mismo había contribuido a desencadenar)
Su risa baja y reseca hizo estremecer la médula espinal del ministro de Estado. Las profundidades del vacío que acababa de vislumbrar helaron su alma hasta lo más profundo de su ser.
«Si todo va a ser destruido de todos modos, entonces su destrucción debería ser al menos espectacular…» La voz del Káiser se calló como la cola ominosa de un cometa.
IV
Los tres directores debían admitir, aunque a regañadientes , que le debían un favor a Reinhard, aunque les resultara ofensivo. Así que no estuvieron en posición de rechazarle cuando Reinhard les solicitó la exención de responsabilidades del capitán Paul von Oberstein en la pérdida de Iserlohn, y su transferencia a su almirantazgo. Apenas podían tomar duras medidas contra otros cuando apenas disfrutaban de la gracia de la generosidad del Kaiser. También estaba el hecho de que no veían la retención o el despido de un capitán como algo importante. En cualquier caso, era un resultado satisfactorio para Oberstein.
Como Reinhard había rechazado los puestos, la opinión entre la élite se había dividido a la mitad entre los favorables -”Sorprendentemente poco egoísta ¿no?” y los negativos -”Solo quiere tener buena apariencia de cara al publico”.
Reinhard mismo no prestaba atención a ninguno de los puntos de vista. La dictadura era suya, para tomarla cuando quisiera (NDT. Referencia a la historia de Roma. Cuando el primer triunvirato se disuelve con la muerte de craso, y tras la guerra entre césar y pompeyo, César se nombra Dictador de Roma a perpetuidad) Hasta entonces, simplemente le dejaba los puestos a viejos débiles. Y en cuando a lo que él pretendía,esa clase de posición era solo un trampolin para él.
En el día en que Reinhard asumió el más noble de los roles, no habría satisfacción incluso si tuviera los tres puestos del triunvirato para él solo.
“¿Qué pasa, Kircheis?Parece como si tuvieras algo que decir”
“No estas siendo muy amable ¿no? Pretender no saber lo que es”
“No te enfades. Es sobre Oberstein ¿no? Sospeche un momento que podría ser una herramienta de los altos nobles, pero no es la clase de hombre que los aristócratas puedan manejar. Tiene una mente afilada y demasiadas peculiaridades”
“¿Pero puedes manejarle, Lord Reinhard?”
Reinhard inclinó un poco la cabeza. Cada vez que lo hacía, un mechón de su brillante y dorado cabello se deslizaba hacia el otro lado.
«Hmmm… No espero amistad o lealtad de ese hombre. Sólo trata de usarme para lograr sus propias metas».
Reinhard extendió sus largos y flexibles dedos y tiró juguetonamente del pelo de su mejor amigo, tan rojo como si estuviera teñido de rubíes fundidos. Reinhard hacía este tipo de cosas de vez en cuando cuando cuando no había nadie más cerca. Durante su infancia, describía el pelo de Kircheis según su capricho: cuando se peleaban -un estado que nunca duraba mucho tiempo- decía cosas malas como: «¿Qué le pasa a ese pelo rojo? Parece sangre». Luego, después de que se reconciliaban, él lo alababa, llamándolo «muy bonito, como una llama ardiente».
“Del mismo modo, voy a usarle por su cerebro. Sus motivos son irrelevantes. Si no puedo controlar a un hombre solitario como él, no tengo esperanzas de poder controlar el universo entero ¿No crees?”
La política no es sobre procesos o sistemas, es sobre los resultados- creía Reinhard.
Tomar el Gobierno de la república galáctica y convertirse en Kaiser no era lo que convertía a Rudolf en imperdonable; era que hubiera usado sus vastos y nuevos poderes para el mas necio de los propósitos: la auto deificacion. Esa era la verdadera cara de Rudolf, un ansia de poder enmascarada de heroísmo.¡Qué gran ayuda podría haber sido para el avance de la civilización si tan sólo hubiera usado esos vastos poderes de la manera correcta! En lugar de desperdiciar su energía en conflictos derivados de diferencias políticas, la humanidad podría haber dejado sus huellas por toda la galaxia. Hoy, la humanidad gobernaba sólo una quinta parte de este vasto reino de estrellas, incluso teniendo en cuenta el poder rebelde.
La responsabilidad de este bloqueo en el camino de la historia humana recaía exclusivamente en la melomanía de Rudolf. ¿Un «dios viviente»? Lo mejor que se podía llamar a ese hombre era un demonio propagador de la peste.
Se necesitaba una autoridad y un poder inmensos para destruir el viejo sistema y forjar un nuevo orden. Pero Reinhard no cometería los mismos errores que Rudolf. Se convertiría en Kaiser. Sin embargo, no entregaría ese título a sus descendientes.
Rudolf había creído ciegamente en las líneas de sangre y en el gen. Pero no se podía confiar en los genes. El padre de Reinhard no había sido ni un genio ni un gran hombre. Carente tanto de la capacidad como de la voluntad de vivir de acuerdo con sus propios esfuerzos, había sido un inútil que había vendido a su adorable hija a los poderosos para llevar una vida de consuelo y autocomplacencia. Hace siete años, cuando la bebida excesiva y el jolgorio culminaron en la muerte repentina de su padre, Reinhard no había tenido las lágrimas que debería haber llorado. Aunque le había dolido el corazón ver esas lágrimas brillantes cayendo de las mejillas de porcelana de su hermana, su pena y dolor habían sido exclusivamente para su hermana.
Como ejemplo de genes poco confiables,uno no necesita mirar más allá del estado actual de la familia imperial Goldenbaum. ¿Quién iba a imaginar que en el cuerpo decrépito de Federico IV fluía hasta un milímetro de la sangre de Rudolf? La sangre de la Casa Goldenbaum ya estaba nublada y no podía ser reconocida.
Cada uno de los nueve hermanos y hermanas de Friedrich IV estaban muertos. Empezando con su emperatriz, Friedrich IV había fecundado a seis mujeres, por un total de 28 veces. Pero de esos 28, seis embarazos habían acabado en aborto, y nueve en partos de bebés muertos, mientras que de los trece que habían nacido, cuatro habían nacido antes de su primer cumpleaños, cinco habían muerto antes de la edad adulta y dos habían muerto en la adultez. Solo dos hijas seguían vivas: La Marquesa Amalia von Braunschweig y la Duquesa Christine von Littenheim (ndt: En la serie, Braunschweig y Littenheim tienen los títulos invertidos. Me hace gracia) Ambas se habían desposado con poderosos aristócratas de antiguas familias, y de ambas habían nacido niñas.
Aparte de ellas, el principe Imperial Ludwig, que había muerto una vez adulto, había dejado trás de sí un niño. Este era Erwin Joseph, que era en el momento presente el unico niño de la familia imperial. Como apenas tenía cinco años, sin embargo, no había sido nombrado príncipe todavía.
El Kaiser Friedrich IV que parecía haber absorbido toda la decadencia del palacio en su persona, era para Reinhard nada mas que un objeto de odio amargo y escarnio. Aunque en dos puntos solamente, Reinhard le aprobaba.
El primero era que el Kaiser, tras haber vivido las muertes de muchas amantes como consecuencia de un parto difícil, temía perder a Annerose, y por eso ella nunca se había quedado encinta. Otro factor en esa decisión era la presión de los altos nobles, preocupados por la disputa sucesoria que podría surgir si Annerose fuera a dar a luz. Desde el punto de vista de Reinhard, el pensamiento de su hermana llevando en su vientre a un hijo del Kaiser era demasiado repugnante como para contemplarlo siquiera.
La otra cosa era que el numero de solicitantes del trono fuera tan extremadamente pequeño. El Kaiser solo tenía tres nietos. Todo lo que tenia que hacer era eliminar a esos tres. O podría casarse con una de las nietas, aunque solo fuera por mantener las apariencias.
De cualquier forma, Oberstein probaría su utilidad. Con un entusiasmo y tenacidad oscuros, ese hombre tendería trampas y complots en torno a aristócratas y a la familia imperial y si fuera necesario no albergaría dudas para asesinar a mujeres o niños. Era porque Kircheis había recalcado esto inconscientemente que despreciaba a ese hombre, pero aun así, Reinhard le necesitaba.
Se preguntaba si Annerose y Kircheis le mirarían ahora con amabilidad, por tener necesidad de un hombre como Oberstein. Aun asi, era algo que tenía que hacer.
V
La reunión de estrategia económica del Terrateniente de Phezzan, se celebró en su residencia oficial.
“Finanzas Universo- Una marioneta en la alianza, operada por nuestro gobierno- se ha asegurado derechos de excavación para los yacimientos de gas natural sólido del séptimo y el octavo planetas del sistema Bharatpur” Dijo un ayudante “La cantidad total de reservas extraibles ascienden a 48 millones de kilómetros cúbicos, y esperamos alcanzar la rentabilidad en los dos primeros años de explotación”
Como Rubinsky asintió, el ayudante continuó con su informe.
“También, en lo que concierne a la Naviera Santa cruz, una de las compañías de transporte interestelar mas grandes de la Alianza, nuestro porcentaje de acciones que poseemos ha alcanzado un 41.9 %. Como la propiedad se divide entre mas de 20 personas, no se han dado cuenta de lo que pasa. Aun así, hemos superado en participación al fondo estatal de inversiones de la alianza, que esta en lo alto de las listas de accionistas.”
“Bien hecho, pero no te duermas hasta haber alcanzado más de la mitad.”
“Ciertamente. Mientras tanto, en el Imperio nuestra participación en el capital social de los proyectos de desarrollo agrícolas de la zona estelar de la séptima frontera han sido aprobados. Es ese del que hablamos antes, – Dicen que van a transportar unos 200 quadrillones de toneladas métricas de Agua desde Eisenherz II a ocho mundos áridos e incrementar la población de alimentos en un número suficiente para sostener a 5000 millones de personas.”
“¿Como es el desglose de la participación en el capital social del proyecto ?”
“Nuestro gobierno tiene tres empresas títere que tienen en conjunto un 84% de participación. Tenemos de facto la propiedad. Ahora, en el asunto de la fabrica de radio metálico de Ingolstadt…”
Después de que Rubinsky hubiera escuchado el resto del informe, envió fuera al ayudante por un rato y se quedó mirando el escenario tras el muro, que mostraba la belleza de un paisaje lóbrego y desolado.
En ese momento, todo iba sobre ruedas. En el imperio y la alianza, los líderes parecían pensar que la guerra solo podía hacerse con Naves disparándose unas a otras misiles subluminales en el espacio. Eso significaba que mientras esos dogmatistas obstinados se veían envuelto en una espiral interminable de asesinatos mutuos, las bases socioeconómicas de ambas potencias caería en manos de Phezzan. Incluso ahora, casi la mitad de los bonos de guerra que ambos países emitían, eran comprados directamente o indirectamente por Phezzan.
En cada rincón del universo donde la humanidad había puesto el pie, Phezzan gobernaba económicamente. Un día, los gobiernos del imperio y de la alianza no harían más que generar beneficios económicos para Phezzan y ejecutar políticas en su nombre. Todavía les llevaría un poco más de tiempo llegar a ese punto, pero cuando esto ocurriera, sólo les quedaría medio paso antes de la fase final de su objetivo….
Sin embargo, la situación política y militar no es, por supuesto, algo que pueda tomarse a la ligera. En resumen, si el imperio y la alianza logran la unificación política de sus vastas hegemonías, la posición especial de Phezzan perdería todo su significado. En la antigüedad, las ciudades comerciales, tanto terrestres como marítimas, habían cedido ante el poder militar y político de las dinastías unificadas recién surgidas, y esa historia probablemente podría repetirse.
Si eso sucediera, el camino que conducía a las metas de Phezzan se cerraría permanentemente. El nacimiento de algo así como un nuevo Imperio Galáctico tenía que ser prevenido por todos los medios necesarios.
Un nuevo Imperio Galáctico ….
El pensamiento le dio a Rubinsky una nueva sensación de tensión. El actual Imperio Galáctico de la Dinastía Goldenbaum ya chirriaba con la degeneración de la edad, y revigorizarlo era casi imposible. Incluso si se separara y se convirtiera en un grupo de pequeños reinos, e incluso si de ahí naciera un nuevo orden, ¿cuántos siglos se necesitarían para que esto ocurriera?
La Alianza de Planetas Libres, por otro lado, había perdido los ideales de su época de fundación y estaba a la deriva en la inercia. El estancamiento de su economía y la falta de desarrollo de su sociedad han dado lugar al descontento de las masas, y no hay fin a la hostilidad por las desigualdades económicas entre los diversos planetas que componen la alianza. A menos que un líder increíblemente carismático apareciera y reconstruyera un sistema de poder centralizado, las cosas seguirían como estaban sin salida a la vista.
Cinco siglos antes, un joven Rudolf von Goldenbaum, con un corpulento cuerpo rebosante de deseo de poder, se había apoderado de la organización política de la república galáctica para convertirse en el sagrado e inviolable Kaiser. Por medios legales, había surgido un dictador. ¿Llegaría el día de su regreso? Si se hiciera cargo de la estructura de poder ya existente, el cambio sería posible en un corto período de tiempo. Incluso si no fuera legal…
Un golpe de estado. Para aquellos que estaban cerca del centro del poder político y militar, existía este método clásico pero efectivo. Sólo por esa razón, la idea tenía su atractivo.
Rubinsky apretó un botón en su consola y llamó a su ayudante.
«¿Las probabilidades de un golpe de estado en ambos países?»
La pregunta del Terrateniente le había sorprendido.
«Si esa es su orden, me ocuparé de la investigación inmediatamente, pero… ¿ha recibido algún tipo de comunicado urgente que sugiera tal cosa?»
«Nada de eso. Se me acaba de ocurrir. Aún así, no hay nada malo en examinar todo tipo de posibilidades».
Es ofensivo que aquellos cuyas mentes y espíritus son tan completamente corruptos puedan hacer lo que quieran con un poder que ni siquiera merecen, pensó el gobernante de Phezzan. Aún así, era necesario que los sistemas políticos del imperio y la alianza continuaran en sus formas actuales por ahora. Al menos hasta el día en que se lograran los verdaderos objetivos de Phezzan, que ni el imperio ni la alianza podrían llegar comprender.
VI
El alto consejo de la Alianza de planetas libres se componía de 11 consejeros. Los miembros incluían al presidente del consejo, el vice presidente (que también era jefe del comité de asuntos domésticos) el secretario, el jefe del consejo de defensa, el jefe del consejo de finanzas, el jefe del consejo de Ley y orden, el jefe del comité de recursos naturales, el jefe del comité de recursos humanos, el jefe del comité de desarrollo económico, el jefe del comité de desarrollo de sociedades regionales, y el jefe del comité de Navegación. Todos estaban reunidos en una sala de reuniones en un edificio magnífico cuyos muros exteriores eran de color perla.
La sala de decisiones carecía de ventanas y estaba rodeada de gruesos muros y otras salas, como la Anti Sala (para establecer comunicación con gente de fuera de la Alianza), la sala de cartas, donde se recopilaban documentos, informes y otros materiales; la sala de inteligencia, para el procesamiento de datos, y la sala de operaciones desde la que se controlaban los mecanismos de la alianza. Además, estas estaban rodeadas en el exterior por la antecámara de los guardias de seguridad, que tenía una forma de Donut que rodeaba todas esas estancias.
“Es esto lo que llamarías un asiento de un gobierno abierto?” Pensó João Lebello, jefe del comité de Finanzas mientras se sentaba frente a su asiento en una mesa redonda de siete metros de diámetro. Esto no era algo que hubiera comenzado a pensar de forma súbita, cada vez que pasaba por los rayos infrarrojos del corredor para entrar a esa sala, le asaltaba esa pregunta.
Ese día, durante la reunión del 6 de agosto del año 796 de la era espacial, uno de los asuntos a discutir era la cuestión de la aprobación de una propuesta de plan militar que había sido enviado por los militares. Este plan, que consistía en usar la ocupada Iserlohn como una cabeza de puente para invadir el imperio, había sido entregado al consejo en persona por un grupo de jóvenes oficiales de alto rango. Para Lebello, esto apestaba a extremismo.
La reunión comenzó, y Lebello adoptó una fuerte posición contra la expansión de la guerra.
“Es una manera extraña de ponerlo, pero hasta el día de hoy el imperio galáctico y nuestra alianza han mantenido su guerra justo apenas en el rango que nuestras finanzas son capaces de tolerar. Sin embargo…”
Las anualidades de las compensaciones económicas para las familias de los soldados muertos en la batalla de Astarte iba a requerir un desenbolso anual de diez mil millones de Dinares. Si las llamas de la guerra fueran a extenderse mas todavía, ni las finanzas nacionales ni la estructura económica del país en las que estas se apoyaban serían capaces de evitar el colapso fiscal. No importaba tampoco que las finanzas públicas estuvieran en ese momento en Déficit de gasto.
Irónicamente, Yang había contribuido a los problemas financieros. Había hecho 5 millones de prisioneros de guerra en Iserlohn, y solamente el hecho de alimentarlos iba a ser un desembolso considerable.
“Para apuntalar nuestras finanzas tenemos las elecciones que siempre hemos tenido: incrementar la emisión de bonos o subir los impuestos. No hay otra vía”
“¿Y sobre un incremento de la cantidad de papel moneda?” Preguntó el vice presidente del consejo
“¿Sin los números para respaldarlo? En pocos años siguiendo esa política y los tendríamos que usarlos al peso en lugar de por su valor nominal. Personalmente no quiero ser recordado como el infame economista que no tenía un plan y dio lugar a una era de hiperinflacción”
(ndt: https://en.wikipedia.org/wiki/Hyperinflation_in_the_Weimar_Republic )
“Pero salvo que ganemos la guerra, no podemos asegurar que tengamos un mañana, menos todavía unos pocos años para continuar con esa política.”
“Entonces en ese caso, debemos poner fin a la guerra misma”
Lebello dijo esas palabras con una voz fuerte y la estancia quedó sumida en un silencio sepulcral.
“Gracias a la estrategia del almirante Yang tenemos Iserlohn. El imperio ha perdido su base de avanzadilla para invadirnos. ¿No creen que es una oportunidad excelente para llevar a cabo un tratado de paz con ellos en términos favorables?”
“Pero esta es una guerra justa contra una monarquía absoluta. No debemos heredar las estrellas junto a esa calaña. ¿Realmente cree que podemos parar solo porque no es económico?”
Algunas personas introdujeron sus propios argumentos en la discusión.
¿Una guerra justa? João Lebello, Jefe del comité financiero del gobierno de la Alianza de planetas libres, se cruzó de brazos, insatisfecho.
Océanos de sangre derramada, bancarrota nacional, masas empobrecidas. Si sacrificios tales como esos eran necesarios para traer justicia, entonces la justicia parecía un dios avaricioso, exigiendo incansablemente un sacrificio tras otro.
“Tengamos un pequeño descanso…” Escucho que decía el presidente en una voz carente de lustre.
VII
Tras un almuerzo la reunión se reanudó.
Esta vez, fue Huang Rui- Jefe del comité de recursos humanos, que tenía responsabilidades administrativas concernientes a educación, empleo, conflictos laborales y seguridad social- quien estaba empleando una aproximación directa al problema. También estaba en contra demás operaciones militares.
“Como jefe del comité de recursos humanos, debo decir…”
Huang era un hombre pequeño, con una voz aguda. Con su complexión rubicunda y sus cortos pero ágiles extremidades, daba la impresión de ser un hombre que tenía energía de sobra.
“Para empezar no puedo sino sentirme incomodo por nuestra situación actual: Hay demasiadas personas de talento que terminan en los militares cuando podrían ayudar a crecer a nuestra economía y mejorar nuestra sociedad. Es también problemático que las inversiones que hacemos en los campos de educación y de adiestramiento laboral sigan reduciéndose. Como una evidencia de la reducción de los niveles de habilidad de los trabajadores me gustaría remarcar que los accidentes laborales se han incrementado un 30% en los últimos seis meses. En un accidente que envolvió un convoy de transporte en el sistema lumbino, se perdieron 400 vidas y 50 toneladas de radio metálico. Es posible que los periodos de adiestramientos mas cortos para los astronautas civiles hayan tenido mucho que ver con eso. Ademas tiene graves carencias de personal.”
Tenía una clara y brusca forma de hablar.
“En este punto tengo una propuesta. Del personal técnico que han sido forzados a trabajar para las fuerzas armadas me gustaría que cuatro millones del departamentos de transporte y comunicaciones volvieran a la vida civil. Como mínimo.”
La mirada de Huang recorrió a sus compañeros de consejo, para posarse en ultimo lugar en la cara del jefe del comité de Defensa, el consejero Trünicht. Sus ceño se crispó mientras respondía:
“Por favor, no haga demandas irrazonables. Si liberamos a tantos del servicio de retaguardia, la organización al completo se desmoronará como un castillo de naipes”
“Así dice el jefe del comité de defensa, pero al ritmo al que vamos, nuestra sociedad y economía se colapsarán antes que los militares. ¿Conoce la edad media de un operador que trabaje en un centro de distribución logística de la capital?”
“…No”
“42”
“No me parece un numero fuera de lo normal”
Huang golpeó la mesa con fuerza.
“¡Porque es una ilusión creada por los números reales! El 80” de ellos tienen o bien veinte años o menos, o más de 70. Haces la media aritmética y sale 42, pero la realidades que no tenemos un tronco de técnicos experimentados en sus 30 o sus 40 años de edad. Por toda la maquinaria de nuestra sociedad hay un debilitamiento de aquello que la hace funcionar. Espero haber hecho una profunda impresion en nuestros sabios consejeros, al tratar un asunto tan aterrador como este…”
Huang cerró la boca y volvió a mirar a todo el mundo. Aparte de Lebello, no había nadie que se enfrentara a esa mirada de frente. Uno tenía los ojos hacia abajo, otro despreocupadamente apartaba la mirada, y otro más miraba hacia el alto techo.
Lebello sustituyó a Huang.
«En resumen, ahora es el momento de dejar descansar a la gente y reconstruir sus fuerzas. Con la Fortaleza de Iserlohn ahora en nuestras manos, la alianza debería ser capaz de poner fin a las invasiones del imperio en su territorio. Y esta situación debería mantenerse a medio plazo. Y siendo ese el caso, ¿qué posible necesidad hay de lanzar un ataque de nuestra parte de forma voluntaria?»
Lebello hizo su apelación con fervor.
«Conducir a nuestros ciudadanos a sacrificios aún mayores de los que ya han hecho es abandonar incluso los principios básicos de la democracia. No pueden soportar la carga.»
Voces de refutación se alzaron, empezando por la presidenta del Comité de Navegación e Inteligencia, Cornelia Windsor, la única mujer entre los concejales. Acababa de prestar juramento hace una semana.
«No hay necesidad de complacer el egoísmo de los ciudadanos que no hacen ningún esfuerzo por comprender nuestro gran y noble propósito. ¿Y qué gran empresa ha tenido éxito sin sacrificio?»
«Señora Windsor, la gente empieza a preguntarse si estos sacrificios podrían ser demasiado grandes.» Lebello dijo esto para contrarrestar un argumento de manual, pero sus palabras no tuvieron ningún efecto.
«No importa cuán grande sea el sacrificio, aunque signifique la muerte de cada uno de nuestros ciudadanos, tenemos algo que debemos hacer.»
«Ese ya no es un argumento político.» Lebello había levantado la voz sin darse cuenta.
Ignorándolo casualmente, Madam Windsor se volvió hacia los asistentes y, con una voz fuerte que se escuchaba bien en la sala, comenzó a transmitir sus opiniones.
«Tenemos un noble deber. Un deber para derribar el Imperio Galáctico y rescatar a toda la humanidad de su opresión. ¿Cómo puedes decir que estamos caminando en el camino de la rectitud si nosotros, intoxicados con un humanitarismo barato, olvidamos ese gran propósito por completo?»
Con Cuarenta años recién cumplidos, era una mujer atractiva -Graciosa, con una especie de belleza intelectual- y en su voz había un hilo musical. Sólo eso elevó el peligro que Lebello sentía en ella a otro nivel. ¿El heroísmo barato no se agarraba a sus propios tobillos?
Justo cuando Lebello estaba a punto de hacer otro contraargumento, el Presidente Sunford, que había permanecido en silencio hasta ahora, habló por primera vez.
«Tengo algunos materiales aquí. ¿Podría todo el mundo mirar su terminal?»
Todos se sorprendieron un poco y, por un momento, todos los ojos se fijaron en el presidente -a menudo se decía de él que proyectaba «una sombra delgada»- antes de volverse a sus terminales como se les había ordenado.
«Este es el índice general de aprobación del público para este consejo. Definitivamente no es bueno».
El valor mostrado (31,9%) no estaba muy lejos de lo que los asistentes esperaban. No han pasado tantos días desde que el predecesor de la Sra. Windsor cayera en un vergonzoso caso de soborno y, como habían señalado Lebello y Huang, el estancamiento social y económico era un problema muy grave.
«Y por otro lado, aquí está nuestro índice de desaprobación.»
Hubo suspiros en el valor: 56.2 por ciento. No era inesperado, pero la decepción fue inevitable.
Observando las reacciones de todos los presentes, el presidente continuó. «A este ritmo, es dudoso que podamos ganar las elecciones a principios del año que viene. Puedo ver que estamos atrapados entre la facción pacifista y los más fuertes de la línea dura, y que nos quedamos cortos de una mayoría. Sin embargo…»
El presidente bajó la voz. Aunque era difícil decir si esto era intencional o no, fue muy efectivo para atraer la atención de sus oyentes.
«He hecho que la computadora haga algunos cálculos, y es casi seguro que si podemos asegurar una victoria histórica sobre el imperio en los próximos cien días, nuestro índice de aprobación aumentará un 15 por ciento como mínimo.»
Hubo un suave revuelo de voces en la habitación.
«Vamos a votar sobre la propuesta militar», dijo Madam Windsor. Después de unos segundos, varias voces se alzaron de acuerdo. Todo el mundo estaba pensando en mantener la presidencia de su comisión frente a volver a la oposición en caso de derrota electorales, y sólo durante este intervalo hubo silencio.
«Esperen un minuto.»
Lebello se levantó a medias de su asiento. A pesar de que estaba bajo una lámpara solar, sus mejillas estaban pálidas como las de un anciano.
«No tenemos ese derecho. ¿Lanzar una invasión innecesaria sólo para mantener el poder político?… no se nos ha dado tal derecho…»
Su voz temblaba y se rompía.
«Vaya, dices cosas tan bonitas.»
La fría y brillante risa de Madam Windsor resonó. Lebello se quedó sin palabras mientras miraba, atónito al ver a los políticos que estaban a punto de contaminar el espíritu del gobierno democrático con sus propias manos manchadas de sangre.
Desde su asiento, a cierta distancia, Huang miraba a la angustiada figura de Lebello.
«Te lo ruego, por favor, no pierdas los estribos», susurró, y estiró un grueso dedo hacia el botón de votación.
Seis a favor, tres en contra, dos abstenciones. Se requería una mayoría de dos tercios de los votos válidos emitidos para su aprobación, y los votos a favor tenían ese número; acababa de decidirse la invasión del territorio imperial.
Sin embargo, los resultados de la votación conmocionaron a los concejales, no porque la movilización hubiera sido aprobada, sino porque uno de los tres votos en contra había sido emitido por el presidente del Comité de Defensa, Trünicht.
Los otros dos votos, emitidos por el Presidente del Comité de Finanzas Lebello y el Presidente del Comité de Recursos Humanos Huang, eran de esperar. ¿Pero no era Trünicht reconocido por todos un militarista de linea dura?
«Soy un patriota. Pero eso no significa que esté a favor de ir a la guerra en todos los casos. Quiero que todos recuerden que yo estaba en contra de esta movilización».
Esa fue la respuesta que dio a los que lo interrogaron.
Ese mismo día, el Cuartel General de Operaciones Conjuntas rechazó oficialmente la carta de dimisión que había presentado el Contraalmirante Yang Wen-li, emitiendo en su lugar su carta de nombramiento con el rango de vicealmirante.
VIII
«Lo que estás diciendo es que quieres renunciar, ¿verdad?»
La respuesta del Mariscal Stolet cuando Yang presentó su carta de renuncia no fue muy creativa. Yang, sin embargo, no esperaba exactamente que tomara la carta con una mano mientras que con una floritura de la otra le entregaba su pensión de jubilación y su tarjeta de jubilación, por lo que le hizo el gesto más amable que pudo.
«Pero aún tienes treinta años.»
«Veintinueve». Yang puso especial énfasis en los veinte.
«Pero en cualquier caso, ni siquiera has vivido la tercera parte de la esperanza de vida media ¿No crees que es un poco pronto para dejar atrás su vida?»
«Excelencia, eso no es lo que estoy haciendo», objetó el joven almirante. No estaba abandonando su vida; la estaba volviendo a encarrilar. Todo hasta ahora había sido un desvío forzado contra su voluntad. Desde el principio, quiso ser un observador de la historia, no un creador de la misma.
El mariscal Sitolet entrelazó los dedos de ambas manos y apoyó su barbilla de aspecto robusto sobre ellos.
«Lo que nuestro ejército necesita no es su erudición como historiador, sino su competencia y capacidad como táctico. Y lo necesitamos desesperadamente.»
¿No me he permitido ya sus halagos una vez? Yang respondió en su corazón. De cualquier manera que él lo mirara, tenía que estar haciendo serios sobrepréstamos en su relación de crédito y débito con los militares. Sólo por tomar Iserlohn, creo que debería tener un pequeño cambio en mi camino, pensó Yang. Sin embargo, el asalto del Director Stolet se bifurcó en dos frentes.
«¿Qué va a ser de la Decimotercera Flota?»
Ante esta pregunta tan descabellada pero efectiva, la boca de Yang se abrió un poco.
«Esa es su flota, y acaba de formarse. Si dimites, ¿qué les pasará?»
«Bueno, ellos…»
El haber olvidado eso sólo puede describirse como un error descuidado. Había arruinado la operación, tenía que admitirlo. Una vez que te enredaste en algo, volver a soltarte no era un asunto sencillo.
Al final, Yang se retiró de la oficina del director, dejando su carta de renuncia con él, aunque estaba claro que no iba a ser aprobada. Indignado, se dirigió hacia abajo por medio de un ascensor gravitacional.
Sentado en un sofá de la sala de espera, Julian Mintz había estado mirando desinteresadamente a la gente uniformada que pasaba por aquí y por allá, pero cuando vio a Yang a lo lejos, se puso en pie con energía. Yang le había dicho que pasara por el cuartel general de camino a casa desde la escuela ese día. «¿Por qué no salir a comer por una vez? Además, tengo algo que quiero decirte». Eso fue todo lo que le dijo al chico. Quería sorprenderlo: «En realidad, acabo de dejar el ejército. De ahora en adelante, lo que me espera es la vida despreocupada de un pensionista».
Pero ahora, sin embargo, sus planes seguían en el aire, de modo que ese sueño dichoso se había desvanecido en una sola bocanada de la exhalación amarga de la realidad. Bueno, ¿qué le digo ahora? Inconscientemente relajando su ritmo, Yang estaba tratando de encontrar algo cuando una voz del equipo le llamó.
El capitán Walter von Schenkopp lo saludaba. Debido a sus recientes hazañas, Schenkopp estaba a punto de recibir un ascenso a Comodoro.
«Lo vi salir de la oficina del director, Excelencia. ¿Acaso vino a presentar su dimisión?»
«Claro que lo hice. Sin embargo, no hay duda de que será rechazada».
«Yo diría que sí. No hay forma de que el servicio le deje ir». El capitán, que una vez fue ciudadano del imperio, miraba a Yang con una expresión divertida. «Con toda seriedad, quiero que gente como usted se quede en casa, señor. Siempre da en el blanco en su evaluación de la situación, y también tienes suerte. Sirviendo a sus órdenes, puede que nunca me distinga en batalla, pero al menos las probabilidades de supervivencia parecen altas.»
Schenkopp estaba tranquilamente hablando de una evaluación de un oficial superior justo delante del hombre.
«He decidido cerrar las cortinas de mi vida muriendo de viejo. Quiero vivir hasta los 150 años, convertirme en un anciano tembloroso, y luego mientras exhalo mi último aliento, escuchar a mis nietos y bisnietos llorando felices por librarse finalmente de mí. No tengo ningún interés en morir en una llamarada de gloria. Por favor, manténgame con vida lo suficiente para hacer eso».
Dicho esto, el capitán volvió a saludar y sonrió a Yang, quien le devolvió el saludo con un ademán desmoralizado.
«Siento haberte hecho perder el tiempo. Mira, el chico apenas puede esperarte».
Cazellnu y Schenkopp poseían por igual una capacidad para nada pequeña para las púas sarcásticas, pero no había ninguna diferencia cuando Julián estaba cerca; tal vez había algo en él que les hacía simplemente solidarios.
Mientras Yang y Julian caminaban uno al lado del otro, Yang miró al niño, incapaz de reprimir un cierto grado de desconcierto avergonzado en su corazón. Fue algo tan extraño…. Experimentar emociones como las de un padre, incluso sin haber estado casado.
El ambiente del restaurante era mucho más relajado de lo que uno podría imaginar de un lugar llamado La Liebre de Marzo. La decoración a la antigua usanza unía todos sus muebles, y también había velas en las mesas cubiertas con telas tejidas a mano, y Yang estaba encantado. Sin embargo, su recompensa por haber descuidado la tarea de hacer una reserva -que apenas valía la pena llamar tarea, puesto que una llamada en el visiphone era suficiente- fue que no se llevaba bien con las pequeñas hadas de la suerte de esa noche.
«Lo siento mucho, pero estamos llenos hasta los tope.»
Así que fueron informados solemnemente por un camarero anciano que abundaba en dignidad, físico y hermosas patillas. Yang echó un vistazo al pequeño interior del restaurante, y enseguida quedó claro que el camarero no estaba mintiendo para inclinarse por las propinas. Bajo la tenue iluminación, el resplandor de la luz de las velas parpadeaba rítmicamente en todas las mesas. No se encendían velas para las mesas sin clientes.
«Oh bien. ¿Quieres probar en otro lugar?»
Mientras Yang se rascaba la cabeza pensativamente, alguien se levantó de una de las mesas junto a la pared con movimientos tan refinados como para ser llamado elegante. Era una mujer. Su vestido blanco perla brilló a la luz de las velas, apelando al ojo de Yang con un efecto de ensueño.
«¿Almirante?»
Cuando ella lo llamó, Yang inconscientemente se quedó inmóvil. Su ayudante, la Subteniente Frederica Greenhill, respondió con una ligera sonrisa.
«Hasta yo tengo ropa de civil. Mi padre dice que le gustaría que te unieras a nosotros, si no te importa».
Mientras ella hablaba, su padre se levantó y se paró detrás de ella.
«Buenas noches, Vicealmirante Yang.»
En una voz amistosa, el Almirante Dwight Greenhill, subdirector del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, le llamó. En el interior, Yang se sintió un poco incómodo al sentarse con un oficial superior, pero en ese momento no había rechazado la invitación.
«Es contraalmirante, Excelencia», dijo Yang mientras saludaba.
«Serás vicealmirante la semana que viene a más tardar. Es mejor que te acostumbres al nuevo título, ¿no?»
«¡Eso es maravilloso! ¿Es eso de lo que querías hablar?» Los ojos de Julian brillaban. «Me lo esperaba, pero aún así, son noticias maravillosas, ¿no?»
«Con una simple risa, Yang se distrajo de emociones extremadamente complejas, se recompuso y presentó a su pupilo a Greenhill y a su hija.
«Ya veo, así que eres el famoso estudiante de honor, ¿no? Y también ganaste la medalla de oro por la mayoría de los puntos conseguidos en la división junior de flyball. Haciéndolo bien en el aula y en la cúpula por igual.»
El Flyball era un deporte que se jugaba en una cúpula donde la gravedad se fijaba en 0,15 Gs. Era un deporte sencillo en el que el objetivo era lanzar una pelota a una canasta que se movía a intervalos irregulares a gran velocidad a lo largo de la pared. Sin embargo, el mismo tipo de encanto que se veía en la danza se veía en las figuras que peleaban por el balón en el aire, manejándolo mientras giraba lentamente.
«Julian, ¿es eso cierto?»
El guardián irresponsable de Julián miró al niño, sorprendido, y el niño asintió con la cabeza, con sus mejillas ligeramente rojas.
«El almirante debe ser el único que no lo sabía», dijo Frederica en un tono ligeramente burlón que hizo sonrojar a Yang. «Julian es una celebridad en esta ciudad».
Hicieron sus pedidos. Con tres copas de un vino tinto reserva del 670 y una de ginger ale, brindaron por el premio de Julian Mintz por marcar el mayor número de goles, y luego la comida llevada a la mesa. Fue después de haber traído muchos platos a su mesa que el Almirante Greenhill sacó a relucir un tema totalmente inesperado.
«Por cierto, Yang, todavía no tienes ningún plan para casarte, ¿verdad?»
Los cuchillos de Yang y Frederica chirriaron simultáneamente contra sus platos, y el anciano camarero, un aficionado a la vajilla tradicional china, levantó las cejas inconscientemente.
«Así es. Cuando llegue la paz, lo pensaré».
Sin decir nada, Frederica estaba serruchando con el cuchillo y el tenedor todavía bajados. Había un elemento de violencia muy leve en su manejo de las mismas. Julián miraba a su guardián con gran interés.
«Tenía un amigo que murió y dejó una prometida. Cuando pienso en eso, no puedo… no ahora mismo…»
Habló del Teniente Comandante Lapp, que había muerto en la Batalla de Astarté. El almirante Greenhill asintió con la cabeza y luego volvió a cambiar de tema.
«Conoces a Jessica Edwards, ¿no? Fue elegida como representante en las elecciones especiales de la semana pasada. Para el distrito electoral del Planeta Terneuzen».
Al igual que el Mariscal Stolet, las coloridas emboscadas de varios frentes también parecían ser el fuerte del Almirante Greenhill.
«¿Oh? Puedo imaginar el apoyo que debe haber recibido de la facción antibélica.»
«Así es. Y naturalmente hubo ataques del lado de la guerra…»
«Como, por ejemplo, del Cuerpo de Caballeros Patrióticos?»
«¿El Cuerpo de Caballeros Patrióticos? Escucha, esos tipos son idiotas. Nunca ha valido la pena hablar de ellos. Estás de acuerdo, ¿verdad? …esta ensalada de gelatina es fantástica».
«Estoy de acuerdo», dijo Yang, en referencia a la ensalada .
Que los Caballeros Patrióticos eran idiotas, Yang estaba dispuesto a permitirlo, pero no se podía decir con certeza que sus acciones exageradas y caricaturescas no eran el resultado de una dirección hábilmente planeada. Después de todo, la joven generación que había apoyado fanáticamente a Rudolf von Goldenbaum, ¿no había sido saludada desde el principio con muecas y sonrisas de lástima por la intelectualidad de la Federación Galáctica?
Quizás a la sombra de una gruesa cortina, fuera de la vista de los asientos de los espectadores, alguien esbozaba una sonrisa satisfecha incluso ahora.
IX
En el camino de regreso a casa, Yang estaba pensando en Jessica Edwards en el asiento de un taxi autopropulsado.
«Quiero seguir adelante, seguir siempre preguntando a los que tienen autoridad:’¿Dónde están? Cuando envían a nuestros soldados a las fauces de la muerte, ¿dónde están? ¿Qué están haciendo…? » «
Ese había sido aparentemente el clímax del discurso de Jessica. Yang no pudo evitar recordar la escena de la ceremonia conmemorativa que tuvo lugar después de la derrota en Astarte. Ni siquiera el presidente del Comité de Defensa, Trünicht, que se enorgullecía de su elocuencia, había podido resistirse a sus acusaciones. Eso solo debe haber sido suficiente para hacerla el centro de todo el odio y la hostilidad de la facción a favor de la guerra. Una cosa era cierta: el camino que había elegido sería un camino más traicionero que el Corredor Iserlohn.
El taxi se detuvo repentinamente. Normalmente, esto nunca debería haber pasado. Los coches nunca se movían de tal manera que la inercia ejerciera una fuerza innecesaria sobre el cuerpo humano, al menos mientras el sistema de control estaba en funcionamiento. Algo muy fuera de lo común acababa de ocurrir.
Abriendo la puerta manualmente, Yang salió a la calle. Un oficial de policía con uniforme azul se acercó corriendo ,con su enorme cuerpo balanceándose pesadamente. Reconoció la cara de Yang y, después de expresar su profunda emoción por poder conocer a un héroe nacional, explicó la situación.
«Se ha producido una anomalía en el ordenador de control de tráfico del Centro Municipal de Control de Tráfico», dijo.
«¿Una anomalía?»
«No conozco los detalles, aparentemente fue un simple error humano que ocurrió durante la entrada de datos. De todos modos, casi todos los lugares de trabajo tienen poca gente experimentada hoy en día, así que este tipo de cosas no son inusuales».
El oficial de policía se rió, pero entonces, ante la mirada directa y hostil de Julián, se obligó a poner en su cara una expresión solemne.
«Ah, pero no es momento de reírse de ello. Debido a esto, cada sistema de transporte público en este distrito va a ser detenido durante las próximas tres horas. Incluso las aceras automáticas y los maglevs están paralizados».
«¿Total?»
«Sí, total».
Por la actitud del oficial, casi parecía que estaba orgulloso de ello. Aunque a Yang le pareció gracioso, no era cosa de risa. Este accidente y las palabras del oficial se sumaron a algo que le provocó escalofríos en el corazón. El sistema que controlaba y dirigía su sociedad se había debilitado de manera alarmante. La influencia negativa de la guerra estaba erosionando constantemente el tejido social, de manera más suave y sin embargo más segura que las pisadas del diablo.
Desde su lado, Julian miró a Yang. «¿Qué hacemos, Almirante?»
«No hay nada que podamos hacer, caminemos», dijo Yang, y así se decidió. «Es bueno hacer esto de vez en cuando. A pie, volveremos en una hora. Será un buen ejercicio».
«Oh, es cierto.»
Los ojos del policía se abrieron de par en par ante esto. «¡Oh, no podía dejarle hacer eso! ¿Hacer que el héroe de Iserlohn vuelva a casa con sus propios pies? Enviaré a buscar un coche de tierra o un aerocoche. Por favor, use eso en su lugar.»
«No puedo dejar que hagas eso sólo por mí.»
«Por favor, no seas tímido.»
«No, creo que voy a ser tímido al respecto», dijo Yang.
Le costó un poco de esfuerzo evitar que su desagrado se manifestara en su cara o en su voz.
«Vamos, Julian.»
«Sí, sí, señor.»
Con esa alegre respuesta, el niño comenzó a dar saltos ágiles y luego se detuvo repentinamente. Yang le miró sospechosamente.
«¿Qué pasa, Julian? ¿No te gusta caminar?»
Quizás su voz era un poco aguda debido a su disgusto residual.
«No, no es eso.»
«Entonces, ¿por qué no vienes?»
«Esa es la dirección equivocada.»
Yang se dio la vuelta sin decir una palabra. Mientras el comandante de una flota espacial no se equivoque en el rumbo, no hay nada de qué preocuparse. Consideró decir eso, o algo similarmente antideportivo, y luego decidió no hacerlo. La verdad sea dicha, su confianza incluso le falló en ese punto de vez en cuando. Por eso Yang valoraba tanto la precisa gestión de flota de precisión del Comodoro Fischer.
Largas filas de coches maglev parados se extendían para formar largas paredes en las calles, y la gente que no podía hacer nada al respecto caminaba sin rumbo. Yang y Julian se enhebraron tranquilamente entre ellos.
«Las estrellas son realmente hermosas esta noche, Almirante», dijo Julián, levantando su mirada hacia el cielo estrellado. Las luces brillantes de innumerables estrellas formaban patrones demasiado complejos para ser asimilados, y lo atestiguaban con su parpadeo continuo que se reflejaba a través de la atmósfera del planeta.
lo que atestigua con su continuo parpadeo la existencia de la atmósfera del planeta.
Yang fue incapaz de despejar completamente su mente de los malos sentimientos.
Todo el mundo se dirigía hacia el cielo nocturno, tratando de agarrar la estrella que se les había dado. Pero la gente que conocía la posición exacta de su propia estrella era escasa. ¿Y qué hay de mí, Yang Wen-li? ¿He determinado claramente dónde está mi propia estrella? arrastrado por las circunstancias, ¿la he perdido de vista? ¿O podría haberme equivocado todo el tiempo sobre cuál es mi estrella?
«¿Almirante?», dijo Julián con voz clara y cristalina.
«¿Qué pasa?»
«Hace un momento, tú y yo estábamos mirando la misma estrella. Mira, ese azul grande».
«Hmm, esa estrella es…»
«¿Cómo se llama?»
«Está en la punta de mi lengua…», dijo Yang.
Si hubiera empezado a rastrear ese hilo de un recuerdo, seguramente podría haber llegado a la respuesta, pero Yang no tenía ganas de obligarse a hacerlo. No hay la más mínima necesidad de que este chico a mi lado mire a la misma estrella que yo, pensó Yang.
Un hombre debe agarrar una estrella que es para él y sólo para él. No importa cuán desafortunada pueda ser esa estrella.
Capítulo 7.La farsa entre escenas
I
En el dominio de Phezzan, los intereses del imperio galáctico eran cuidadosamente vigilados por un alto comisionado imperial. El conde Joachim von Remscheid, era el encargado de desempeñar esa tarea. El aristócrata de pelo blanco y ojos casi transparentes, había sido enviado a Phezzan desde Odín, mas o menos a la ves que Rubinsky había jurado el cargo de terrateniente, y era apodado a sus espaldas como “el zorro blanco”. Sin duda, era una burla al apodo que recibía Rubinsky: “Zorro negro”
Esa noche, el lugar al que Rubinsky había invitado a Remscheid de forma no oficial, no era ni la oficina del terrateniente, ni su oficina privada. Era un lugar que durante los cuatro siglos y medio previos había una pequeña depresión en una región montañosa con grandes depósitos de sal. Ahora era un lago artificial. A la orilla del mismo se levantaba una cabaña de montaña que no tenia conexión legal con Rubinsky, ya que su dueña era una de las muchas amantes del terrateniente.
Cuando alguien le preguntó una vez “Terrateniente, excelencia…¿cuantas amantes tiene usted?” Rubinsky lo pensó con una expresión seria en el rostro, sin responder directamente, hasta que al final dijo con una sonrisa animada que rozaba la audacia “Solo las cuento por docenas”
Aunque ciertamente exageraba, tampoco estaba contando cuentos chinos por completo. Su vitalidad de mente y cuerpo no contradecía en lo más mínimo la impresión que daba su apariencia exterior.
La filosofía de Rubinsky era que la vida debe ser disfrutada a lo grande. Licores con cuerpo, comidas que se derretían en la lengua, melodías que hacían temblar los hilos del corazón, y bellezas gráciles y flexibles: era un amante de todas ellas.
Estos, sin embargo, eran meros entretenimientos. Su mayor diversión estaba en otra parte, pues los juegos de intriga política y militar se jugaban con el destino de los hombres y de las naciones como chips intangibles, y ni el vino ni las mujeres podían compararse con la emoción que proporcionaban.
(NDT:Imagino que tanaka trata de comparar el gusto de Rubinsky por la política, con la explosión de ordenadores y microordenadores que se extendió por estados unidos, europa y japón durante los 80)
Incluso el engaño maquiavélico, suficientemente refinado, puede ser un arte, pensaba Rubinsky. Sólo lo peor de lo peor recurre a la amenaza de la fuerza armada. Las palabras en sus pancartas pueden diferir, pero en ese punto hay poca diferencia entre el imperio y la alianza. Ambos son hijos gemelos nacidos de un monstruo llamado Rudolf, pensó con malicia, y comparten un odio mutuo por el otro.
«Pues bien, como Su Excelencia el terrateniente se ha tomado tantas molestias para invitarme esta noche a esta velada, debe haber algo de lo que quiera hablar», dijo el conde Remscheid mientras dejaba su copa de vino sobre una mesa de mármol.
Disfrutando mientras miraba hacia atrás a la expresión reservada del hombre, Rubinsky contestó: «En efecto, lo hago, y creo que el asunto le parecerá de gran interés… La Alianza de Planetas Libres está planeando una ofensiva militar contra el imperio.»
El aristócrata imperial necesitó varios segundos para digerir el significado de esa respuesta.
«Su Excelencia quiere decir que la alianza-» fue lo que el conde comenzó a decir, pero se percató de sus propias palabras, y se corrigió a sí mismo: «¿Que los rebeldes están tramando ultrajes sin ley contra nuestro imperio?»
«Parece que después de capturar la orgullosa fortaleza del imperio de Iserlohn, el ansia de guerra de la alianza se está empezando a desbordar”
El conde entrecerró un poco los ojos. «Al ocupar Iserlohn, los rebeldes ahora tienen una cabeza de puente en territorio imperial. Eso es un hecho. Pero no significa que vayan a lanzar una invasión total de inmediato».
«Sea como sea, está claro que la alianza está preparando planes para un ataque a gran escala.»
«¿Qué significa’a gran escala’?»
«Una fuerza de más de veinte millones de personas. que en realidad podría superar los treinta millones».
«Treinta millones».
Los ojos casi incoloros del aristócrata imperial brillaban debido a la iluminación, con un brillo blanco.
Ni siquiera la armada imperial había movilizado nunca una fuerza tan numerosa de una sola vez. La dificultad de hacerlo no era sólo un problema de números, sino también de organización, gestión y capacidad para dirigirlo todo. ¿Tenía la alianza ese tipo de capacidad? Lo hicieran o no, se trataba de una información de inteligencia vital, pero…
«Pero, terrateniente, Su Excelencia, ¿por qué está compartiendo esta información conmigo? ¿Cuáles son sus objetivos?»
«Me sorprende un poco que Su Excelencia el Alto Comisionado me pregunte tal cosa. ¿Nuestro dominio ha hecho alguna vez algo que pudiera poner al imperio en desventaja?»
«No, no recuerdo tal cosa. Naturalmente, nuestro imperio confía plenamente en la lealtad y fidelidad de Phezzan».
Fue un intercambio con un vacío y una insinceridad que ambas partes conocían muy bien.
Por fin, el conde Remscheid se marchó. Viendo su coche oficial mientras corría a toda prisa por la pantalla de su monitor, una cruel sonrisa apareció en la cara de Rubinsky. El alto comisionado correría a su oficina y enviaría un mensaje de emergencia a Odín. La información que Rubinsky acababa de darle no podía ser ignorada.
Habiendo perdido a Iserlohn, los militares imperiales palidecerían ante esta noticia y comenzarían los preparativos para interceptar el ataque. Reinhard von Lohengramm sería casi con toda seguridad el enviado a interceptar ese ataque, pero esta vez Rubinsky quería que ganara para el imperio sin ganar demasiado. Si Reinhard se encargaba de ello, eso sería un problema, en realidad.
Rubinsky no había informado al imperio cuando recibió la noticia de que Yang iba a atacar Iserlohn con sólo media flota. Por un lado, nunca habría soñado que el intento tendría éxito, y por otro, tenía ganas de ver qué tipo de treta se le ocurriría a Yang. La conclusión había sido tal que podía incluso sorprender genuinamente a Rubinsky. Y pensar que tenía un truco como ese bajo la manga.
Sin embargo, no estaba en condiciones de dejarse impresionar y ya está. El equilibrio del poder militar se había inclinado hacia la alianza, y ahora necesitaba empujarla un poco hacia el imperio. Necesitaba que se pelearan entre sí, que se hirieran entre sí, más y más.
II
El marques Lichtenlade, ministro de estado y primer ministro imperial en funciones, recibió una visita, una noche en la mansión en la que vivía, por parte del Vizconde Gerlach, ministro de Finanzas.
La ocasión de la visita del ministro de finanzas fue para informar que se había completado una etapa de la limpieza del levantamiento del hijo del duque Kastrop. Hacer que un subordinado enviara un informe por visiofono desde su propia casa no era una tradición que existiera en el imperio.
«La tasación de las tierras y la fortuna del duque Kastrop se ha cumplido en su mayor parte. Después de la liquidación, el valor de la propiedad asciende a medio billón de marcos imperiales».
“Ciertamente ha estado ahorrando ¿no?”
«Por supuesto que sí. Aunque siento un poco de pena por el hombre cuando pienso en lo diligente que había ahorrado para pagarlo todo al tesoro nacional…»
Después de disfrutar suficientemente del aroma con cuerpo del vino tinto que tenía ante él, el ministro de finanzas lo tocó con los labios. El ministro de Estado dejó su vaso y cambió su expresión.
«Por cierto, hay un pequeño asunto que me gustaría discutir con usted.»
«¿Y qué podría ser?»
«Hace muy poco recibí un comunicado urgente del conde Remscheid sobre Phezzan. Dice que las fuerzas rebeldes realizarán una invasión masiva de territorio imperial»
«¡Las fuerzas rebeldes…!» El ministro de Estado asintió con la cabeza. El ministro de finanzas puso su vaso medio lleno sobre la mesa, haciendo que el vino restante se agitara violentamente. «Este es un problema serio.»
«Lo es. Pero al mismo tiempo, no puedo decir que no sea una oportunidad». El ministro de Estado se cruzó de brazos. «Ahora mismo tenemos la necesidad de pelear una batalla y ganar. Según el informe del ministro del interior, se está fomentando una vez más entre los plebeyos una especie de ambiente revolucionario. Parece que tienen una vaga idea de que perdimos a Iserlohn. Para acabar con todo eso, tenemos que destruir a los rebeldes y restaurar la dignidad de la familia imperial . Junto con eso, tenemos que dejar que los plebeyos tengan un poco de caramelo también. Un indulto especial para los criminales intelectuales, una reducción de impuestos, una disminución de los precios del licor, algo así».
«Deles demasiados beneficios y los plebeyos se aprovecharán de usted. He visto los escritos clandestinos de los radicales, están llenos de declaraciones escandalosas. Los seres humanos tienen derechos antes que deberes, y cosas por el estilo. ¿No crees que un perdón especial sólo los mimaría?»
«Es como usted dice, pero no podemos gobernar exclusivamente con el palo», dijo el ministro de Estado con cierto reproche.
«Es cierto, pero complacer a la gente más de lo necesario es… Pero no, dejemos eso para otro momento. Este informe de los rebeldes que invaden nuestro imperio, ¿Es Rubinsky la fuente del mismo?»
El ministro de Estado asintió.
«El Zorro Negro de Phezzan», dijo el ministro de finanzas, chasqueando la lengua en voz alta. «Últimamente, tengo la sensación de que los avaros de Phezzan podrían ser un peligro mucho mayor para el imperio que los rebeldes. No se sabe lo que podrían estar tramando».
«Estoy de acuerdo», dijo Lichtenlade. «Pero por ahora, es la amenaza rebelde con la que tenemos que lidiar. ¿A quién debemos asignar a la defensa?
«Ese mocoso rubio probablemente querrá hacerlo», dijo Gerlach. «¿Por qué no dejarlo?»
«Es mejor no tomar una decisión emocional. Suponga que lo dejamos: Si tuviera éxito, su reputación se elevaría a un nivel totalmente distinto, y la poder que tenemos que obstaculizarle se evaporaría. Si, por otro lado, fracasara, significaría una lucha contra las fuerzas rebeldes en condiciones extremadamente desfavorables -dentro del núcleo del imperio, lo más probable es que contra una enorme horda de treinta millones de personas cuya moral se elevaría debido a su victoria».
«Su Excelencia es demasiado pesimista», dijo el ministro de finanzas, quien se inclinó hacia adelante y comenzó a explicar su propia posición. «Aunque los rebeldes salgan victoriosos, no saldrán ilesos de la batalla con la fuerza del conde Lohengramm. El conde no es ningún incompetente y, sin duda, causará víctimas considerables al enemigo. Además, la fuerza rebelde estará en una campaña muy lejos de su base, incapaz de reabastecerse a voluntad. Además, carecerán de la ventaja geográfica. Por esta razón, las fuerzas imperiales podrán detener a un enemigo cansado de luchar, como quieran. Dadas las circunstancias, de hecho, puede que ni siquiera sea necesario salir a luchar contra ellos. Si simplemente libramos una batalla de desgaste, el enemigo sufrirá escasez de suministros y tensión psicológica, y al final no tendrá más remedio que retirarse. Si las fuerzas imperiales esperan ese momento para perseguir y atacar, la victoria vendrá con poca dificultad.»
«Ya veo», dijo el Ministro de Estado Lichtenlade. «Eso en caso de que el mocoso sea derrotado. Pero, ¿y si gana? Entre sus logros militares y su el favor de Su Alteza, es más de lo que podemos manejar, incluso ahora. Sólo puedo imaginar lo malcriado que se volvería si saliera victorioso».
«Creo que deberíamos dejar que se eche a perder. ¿Un hombre que se ha alzado por encima de su puesto? Podemos destruirle cuando queramos. No es como si estuviera con sus tropas 24 horas al día.»
«Hmm…»
«Una vez que la flota rebelde haya sido aniquilada, ese mocoso rubio también caerá», dijo fríamente el ministro de finanzas. «¿No aprovecharemos al máximo sus talentos mientras los necesitamos?»
III
12 de agosto del 796 (Calendario estelar).
En la capital de la Alianza, se estaba celebrando una reunión operativa para la inminente invasión del imperio. Reunidos en una sala de reuniones subterránea en los cuarteles generales conjuntos estaban el director Stolet, y 36 almirantes, lo que significaba que el jefe al mando de la flota 13, el recién nombrado vicealmirante Yang Wen-li estaba entre ellos.
Yang no tenía buen aspecto. Como le había dicho anteriormente al capitán Schenkopp, creía que la amenaza de guerra disminuiría si Iserlohn caía. La realidad, sin embargo, había tomado exactamente el rumbo opuesto -una que le recordó a Yang el hecho de que era joven, o más bien, ingenuo.Aun así, Yang no estaba naturalmente de humor para reconocer la lógica solidez de los argumentos a favor de esta movilización y expansión de la guerra.
La victoria en Iserlohn no había sido más que la jugada en solitario de Yang. No significaba que las Fuerzas Armadas de la Alianza fueran capaces de derrotar al imperio. La verdadera situación era que las tropas estaban agotadas hasta el punto de agotarse, y la riqueza y el poder de la nación que las apoyaba estaba disminuyendo.
Sin embargo, este hecho, que el propio Yang reconoció como un hecho , era uno que líderes políticos y militares simplemente no parecían entender. Las victorias militares eran como los narcóticos, y una dulce droga llamada «Iserlohn ocupado» parecía haber causado un repentino brote de alucinaciones bélicas acechando en los corazones de la gente. Incluso en la Asamblea Nacional, donde deberían haber prevalecido las cabezas frías, llamaban con una sola voz a la «invasión del territorio imperial». La manipulación de la información por parte del gobierno también fue hábil, pero….
¿Pagamos muy poco al tomar Iserlohn? Yang se preguntó. Si hubiera llegado a costa de un baño de sangre de decenas de miles, ¿habría dicho la gente: «Basta ya»?
Habrían pensado: «Hemos ganado, pero estamos muertos de cansancio. ¿No deberíamos descansar un rato, reexaminar el pasado, pensar en nuestro futuro y luego preguntarnos si realmente hay algo ahí fuera que haga que luchar valga la pena?
Eso no había pasado. «¿Quién hubiera imaginado que la victoria sería tan fácil?», pensó la gente. «¿Quién hubiera imaginado que los frutos de la victoria podrían ser tan deliciosos?» Era una ironía que el que hubiera puesto esos pensamientos en sus cabezas fuera el propio Yang. Esta era la última cosa que el joven almirante había querido, y en estos días el contenido de brandy de su té no hacía más que aumentar.
La orden de batalla de la fuerza expedicionaria aún no había sido anunciada al público, aunque ya estaba decidida.
El mariscal Lasalle Lobos, comandante en jefe de la Armada Espacial de la Alianza, ocupaba personalmente el puesto de comandante de la flota suprema. Como el segundo hombre uniformado después del director del Cuartel General Conjunto de Operaciones Stolet, su relación competitiva con Stolet se remontaba a más de un cuarto de siglo atrás.
El puesto de vice comandante en jefe había quedado vacante, y el Almirante Senior Dwight Greenhill – El padre de Frederica Greenhill- ocupaba el puesto de jefe de estado mayor conjunto. Bajo su mando estaban el Vicealmirante Konev, jefe de personal de operaciones; el Contraalmirante Birolinen, jefe de personal de inteligencia, y el Contraalmirante Cazellnu, jefe de personal del servicio de retaguardia. Este fue el primer trabajo en el frente en bastante tiempo para Alex Cazellnu, quien era conocido por su extraordinaria habilidad para el trabajo de oficina.
Bajo el mando del Jefe de Estado Mayor de Operaciones, había cinco oficiales de Estado Mayor de operaciones. Uno de ellos era el Contraalmirante Andrew Fork, un hombre brillante que se había graduado el primero de su clase en la Academia de Oficiales hace seis años; este joven oficial fue el arquitecto original del plan para la próxima expedición.
El personal de inteligencia y el personal del servicio de retaguardia estaban integrados por tres oficiales cada uno. A estos dieciséis se añadieron ayudantes de alto nivel y personal esencial de comunicaciones, seguridad y de otro tipo, y juntos formaban el centro de mando supremo.
Para empezar, ocho flotas espaciales debían movilizarse como unidades de combate:
La Tercera Flota, comandada por el Vicealmirante Lefêbres.
La Quinta Flota, comandada por el Vicealmirante Bucock.
La Séptima Flota, comandada por el Vicealmirante Hawood.
La Octava Flota, comandada por el Vicealmirante Appleton.
La Novena Flota, comandada por el Vicealmirante Al Salem.
La Décima Flota, comandada por el Vicealmirante Urannf.
La Duodécima Flota, comandada por la Vicealmirante Borodin.
La Decimotercera Flota, comandada por el Vicealmirante Yang.
Las Cuarta y Sexta Flotas, tras haber recibido duros golpes en la Batalla de Astarté, se habían unido recientemente a las fuerzas restantes de la Segunda para formar la Decimotercera Flota de Yang, por lo que sólo dos de las diez flotas que formaban la Armada Espacial de las Fuerzas Armadas de la Alianza -la Primera y la Undécima- se estaban quedando atrás en la patria.
A estas fuerzas se añadieron las tropas móviles blindadas conocidas colectivamente como unidades de combate terrestre, escuadrones de combate aéreo intra-atmosférico, escuadrones anfibios, unidades navales, unidades ranger y todo tipo de unidades de operación independiente. También iban a participar especialistas en armas pesadas del Cuerpo de Seguridad Nacional.
En cuanto al personal no combatiente, se debía movilizar el mayor número posible de personal de los ámbitos de la tecnología, la ingeniería, suministros, las comunicaciones, el control del tráfico espacial, el mantenimiento, procesamiento de datos, medicina y otras esferas.
El número total de personal movilizado ascendía a 30.227.400 personas. Esto significaba que el 60 % de todo el ejército de la Alianza de Planetas Libres iba a ser movilizado de una sola vez. Esa cifra también representaba el 0,23 por ciento de la población total de la alianza, que era de 13.000 millones de personas, en ese momento.
Con un plan operativo ante ellos, cuyo gigantesco alcance no tenía precedentes, incluso los almirantes que habían luchado valientemente en muchas batallas anteriores estaban, aquí y allá, visiblemente incapacitados para aclarar sus cabezas. Se limpiaban de la frente un sudor inexistente, bebían un vaso tras otro del agua helada preparada para ellos, o susurraban a sus colegas en los asientos de al lado.
A las 9.45 horas, el mariscal Stolet, director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, entró en la sala con su ayudante superior, el Contraalmirante Marinesk, y la reunión comenzó inmediatamente.
No había ningún sentido de gran exaltación en la expresión o voz del Mariscal Stolet cuando abrió la boca para hablar: «El plan que estamos discutiendo hoy para una campaña en territorio imperial ya ha sido aprobado por el Alto Consejo, pero…»
Todos los almirantes presentes sabían que él se había opuesto al despliegue.
«Los planes detallados para las acciones de la fuerza expedicionaria aún no están establecidos. El propósito de la reunión de hoy es concretar los detalles. No necesito recordarles en este momento que las Fuerzas Armadas de la Alianza son el ejército libre de una nación libre. Espero que con ese espíritu, lleven a cabo un vigoroso intercambio de ideas y discusión hoy».
Puede haber habido algunos presentes que por la falta de entusiasmo en los comentarios del director entendieron su angustia, y puede haber habido otros que también pudieron percibir en su entonación de profesor una resistencia pasiva-agresiva. El director cerró la boca, y por un momento nadie dijo nada. Era como si todos los presentes estuvieran hirviendo a fuego lento en sus propios pensamientos.
En el fondo de su mente, Yang estaba repitiendo algo que había oído de Cazellnu el otro día:
«En cualquier caso, pronto se celebrarán elecciones regionales unificadas. En el frente interno han tenido lugar una serie de escándalos, desde hace un tiempo. Si quieren ganar, tendrán que desviar la atención del público hacia el exterior. De eso se trata esta campaña militar».
Ese es un viejo truco que los gobernantes usan para distraer a la gente de su propio malgobierno, pensó Yang. Que mal se habría sentido el padre fundador Heinessen al enterarse de esto! Su deseo nunca había sido que se erigiera una estatua de cincuenta metros de altura en su honor; seguramente su esperanza era la construcción de un sistema de gobierno que no supusiera un peligro para su pueblo, en el que los derechos y libertades de los ciudadanos no se vieran menoscabados por los caprichos arbitrarios de los gobernantes.
Pero así como los hombres deben envejecer y enfermarse eventualmente, tal vez también, sus naciones deben volverse corruptas y decadentes con el tiempo. Aún así, la idea de enviar treinta millones de tropas al campo de batalla para ganar unas elecciones y conservar el poder durante otros cuatro años iba mas allá de la comprensión de Yang. Treinta millones de seres humanos, treinta millones de vidas, treinta millones de destinos, treinta millones de posibilidades, treinta millones de alegrías, tristezas , dolores y placeres…enviados a las fauces de la muerte, solo para aumentar las filas de los sacrificados, mientras que los que están en lugares seguros monopolizan todo el beneficio.
Aunque las épocas cambiaban, esta escandalosa correlación entre los que hacían la guerra y los que la forzados a pelear en ella, no había mejorado en lo más mínimo desde los albores de la civilización. En todo caso, los reyes y los campeones del mundo antiguo pueden haber sido ligeramente mejores, aunque sólo fuera por haber estado a la cabeza de sus ejércitos, exponiendo sus propias pieles a la amenaza de daño físico. Se podría argumentar también que la ética de los que se ven obligados a librar guerras sólo se ha degenerado….
«Creo que esta campaña es la hazaña más atrevida desde la fundación de nuestra alianza. No hay mayor honor para mí como soldado que el poder participar en él como oficial de Estado Mayor».
Esas fueron las primeras palabras que se pronunciaron.
La voz plana y monótona, como la de alguien que lee un guión, pertenecía al Contraalmirante Andrew Fork.
Sólo tenía veintiséis años, pero parecía mucho mayor que eso, y junto a él era Yang quien parecía un niño. La carne de sus pálidas mejillas era demasiado delgada, aunque no estaba mal mirando alrededor de los ojos y las cejas. Sin embargo, su manera de mirar a la gente con desprecio para después subir su mirada hacia arriba conspiraba con el pliegue de su boca para darle una impresión bastante sombría. Aunque, por supuesto, para Yang-cuya experiencia con la palabra «estudiante de honor» era nula- quizás se tendía a dar el epíteto de génio, a través de la lente del prejuicio.
El siguiente en hablar después de la larga y florida intervencion de Fork sobre el gran diseño militar -es decir, la operación que él mismo había bosquejado- fue el vicealmirante Uranff, comandante de la Décima Flota.
Uranff era un hombre bien construido, en la flor de la vida, descendiente de una tribu nómada de la que se decía que alguna vez había conquistado la mitad del mundo de la Tierra antigua. Tenía una tez oscura y unos ojos que brillaban con una inteligencia aguda. Su valiente liderazgo lo hizo destacar incluso entre los almirantes de la alianza y le hizo muy popular entre la ciudadanía.
«Somos soldados y como tales iremos a cualquier parte si se nos ordena. Si eso significa golpear la misma base de la tiranía de la Dinastía Goldenbaum, iremos, y con mucho gusto. Sin embargo, no hace falta decir que hay una diferencia entre un plan audaz y uno temerario. Una preparación minuciosa es esencial, pero antes me gustaría preguntar cuál es el objetivo estratégico de esta campaña. ¿Nos sumergimos en territorio imperial, peleamos una batalla, y luego damos por terminado el día? ¿Vamos a ocupar militarmente una parte del territorio del imperio y, de ser así, la ocupación será temporal o permanente? Y si la respuesta es «permanente», ¿se convertirá el territorio ocupado en una fortaleza militar? ¿O vamos a asestar un golpe destructivo a los militares imperiales y no volver atrás hasta que hayamos hecho que el Kaiser jure un juramento de paz? Y antes de todo eso, ¿se considera esta operación en sí misma a corto o largo plazo? Es una larga lista de preguntas, pero me gustaría oír las respuestas».
Uranff se sentó, y los mariscales Stolet y Lobos dirigieron sus miradas hacia el Contraalmirante Fork, instándole a responder.
«Penetraremos profundamente en el territorio del imperio con una gran fuerza. Sólo eso bastará para infundir terror en los corazones de los imperiales». Esa fue la respuesta de Fork.
«Entonces, ¿nos retiramos sin pelear?»
«Estoy pensando que debemos mantener un alto nivel de flexibilidad y lidiar con cada situación a medida que se presente.»
Las cejas de Uranff se juntaron, mostrando su insatisfacción. «¿No puedes darnos más detalles? Esto es demasiado abstracto».
«Lo que quiere decir es que nosotros simplemente nos movemos al azar, ¿correcto?»
El pliegue en el labio de Fork se hizo más pronunciado con ese comentario sarcástico. El Vicealmirante Bucock, comandante de la Quinta Flota, fue quien lo dijo. Era un verdadero veterano de las Fuerzas Armadas de la Alianza, varios grados más que el mariscal Stolet, el mariscal Lobos, el almirante Greenhill y otros. No era un graduado de la Academia de Oficiales, sino que se abrió camino, como un simple recluta, por lo que, aunque era más bajo que ellos en términos de rango, los superaba en edad y experiencia. Como táctico, su reputación lo colocaba en los límites de «competente».
Fork no respondió; aunque naturalmente sentía cierta reserva hacia el hombre, también estaba el hecho de que Bucock no había sido reconocido formalmente para hablar. Sobre esa base, Fork aparentemente había decidido ignorarlo cortésmente.
«¿Alguien más tiene algo…?», dijo forzadamente.
Después de un momento de vacilación, Yang pidió ser reconocido.
«Me gustaría escuchar la razón por la que la invasión ha sido fijada para este momento».
Por supuesto, Fork no iba a decir: «Por la elección». ¿Pero cómo respondería?
«Por cada batalla, existe algo llamado el momento de la oportunidad», dijo el Contraalmirante Fork, comenzando con orgullo una explicación del asunto a Yang. «Dejarlo pasar, en última instancia, sería desafiar al destino mismo. Algún día, lamentablemente, podríamos mirar hacia atrás y decir:’¡Si hubiéramos actuado entonces! Pero para entonces será demasiado tarde».
«En otras palabras, nuestra mejor oportunidad de atacar al imperio es ahora mismo. ¿Es eso lo que quiere decir, Comodoro?»
Yang tenía la sensación de que era ridículo pedir confirmación, pero lo hizo de todos modos.
“De hacer un ataque masivo”
Como le gustan sus técnicismos, pensó Yang.
«Los militares imperiales están aterrorizados por la pérdida de Iserlohn, no tienen idea de qué hacer. En este preciso momento de la historia, ¿qué otra cosa sino la victoria podría deparar a una fuerza de la alianza de una magnitud sin precedentes, formada por largas y majestuosas columnas, avanzando con la bandera izada de la libertad y la justicia ?»
Había un matiz de autointoxicación en su voz mientras hablaba, señalando a la pantalla tridimensional.
«Pero esta operación nos mete demasiado lejos en el terreno enemigo. Nuestra formación se alargará demasiado, y habrá dificultades con el reabastecimiento y las comunicaciones. Además, al golpearnos en esos largos y delgados flancos, el enemigo podrá dividir nuestras fuerzas con fácilidad».
La voz de Yang se acaloró mientras argumentaba, aunque esto no estaba necesariamente en sintonía con lo que realmente estaba pensando. Después de todo, ¿cuánto importaban los detalles de los problemas a nivel de ejecución cuando el plan táctico en sí mismo ni siquiera era sólido? Sin embargo, no soportaba no intentar decírselo.
«¿Por qué estás enfatizando el peligro de estar dividido? Un enemigo que se hundiese en el centro de nuestra flota sería sorprendido en un ataque con pinzas, y sin duda sería derrotado. El riesgo es insignificante.»
Los argumentos optimistas de Fork agotaron a Yang. Estaba luchando contra el deseo de decir: «Adelante, haz lo que quieras», Yang siguió contraatacando.
«El comandante de la fuerza imperial será probablemente el conde Reinhard von Lohengramm. Hay algo en su habilidad militar que está más allá de la imaginación. ¿No crees que deberías tener eso en cuenta y pensar en un plan un poco más cauteloso?»
Cuando terminó de hablar, el Almirante Greenhill contestó antes de que Fork pudiera hacerlo.
«Vicealmirante, soy consciente de que tiene una gran opinión del conde Lohengramm. Pero aún es joven, y hasta él debe cometer errores «.
Las palabras del Almirante Greenhill no impresionaron mucho a Yang.
«Eso es cierto. Sin embargo, los factores que dan como resultado la victoria y la derrota son, en última instancia, relativos entre sí… así que si cometemos un error mayor que él, es lógico que él gane y nosotros perdamos».
Y el punto principal, Yang quería decir, es que el plan en sí mismo está equivocado.
«En cualquier caso, eso no es más que una predicción», concluyó Fork. «Sobreestimar al enemigo, temerle más de lo necesario… es la cosa más vergonzosa de todas para un guerrero. Considerando cómo eso mina la moral de nuestras tropas y cómo su toma de decisiones y sus acciones pueden verse empañadas por ello, el resultado es, en última instancia, beneficioso para el enemigo, independientemente de su intención. Espero que sea más cauteloso al respecto».
Hubo un fuerte ruido en la superficie de la mesa de la sala de reuniones. El Vicealmirante Bucock la había golpeado con la palma de la mano.
«Contraalmirante Fork, ¿no cree que lo que acaba de decir ha sido irrespetuoso?»
«¿Cómo?» Mientras el anciano almirante lo pinchaba con una aguda mirada, Fork sacó pecho.
«Sólo porque no estuvo de acuerdo contigo y te aconsejó precaución, ¿crees que es aceptable ir por ahí diciendo que cómplice del enemigo?»
«Sólo estaba haciendo una declaración general. Encuentro muy irritante que eso se interprete como la difamación de un individuo».
La delgada carne de las mejillas de Fork estaba temblando. Yang podía verlo claramente. Ni siquiera tenía ganas de enfadarse.
«Desde el principio, el propósito de esta campaña es realizar nuestro gran y noble propósito de liberar a los veinticinco mil millones de personas en el Imperio Galáctico que están sufriendo bajo el peso aplastante del despotismo. Y tengo que decir que cualquiera que se oponga a ello está tomando partido por el imperio. ¿Estoy equivocado?»
Los que estaban en sus asientos estaban cada vez más callados en proporción inversa a su voz cada vez más aguda. No era que se hubieran conmovido por sus palabras, sino que el estado de ánimo se había estropeado por completo.
«Incluso si el enemigo tuviera la ventaja geográfica, la mayor fuerza de tropas, o incluso nuevas armas de un poder inimaginable, no podríamos usar eso como excusa para ser intimidados. Si actuamos basándonos en nuestra gran misión -como una fuerza de liberación, como una fuerza que está ahí para defender al pueblo- entonces el pueblo del imperio nos saludará con aplausos y cooperará voluntariamente…»
Mientras el discurso de Fork se prolongaba, Yang se hundió en una reflexión silenciosa.
«Esas nuevas armas de poder inimaginable» básicamente no existian. Las armas inventadas y puestas en práctica por uno de los dos bandos en un conflicto casi siempre habían sido al menos tratadas conceptualmente también en el otro bando. Tanques, submarinos, armas de fisión nuclear, armas de rayos… habían entrado en el campo de batalla de esta forma y la sensación de derrota experimentada por el bando que se había quedado atrás no se verbalizaba tanto en la forma de «¿Cómo puede ser esto? Entre individuos, había grandes desigualdades en los poderes de la imaginación humana, pero esas brechas se reducían notablemente cuando se veían como totales dentro de los grupos. En particular, las nuevas armas sólo son posibles gracias a la acumulación de poder tecnológico y económico, razón por la cual no hubo bombardeos aéreos durante el Paleolítico.
Además, mirando a la historia, las nuevas armas casi nunca habían sido el factor decisivo en la guerra, con la excepción de la invasión española del imperio inca, pero incluso eso había sido coloreado profundamente por haber explotado fraudulentamente una antigua leyenda inca. Arquímedes, que había vivido en la antigua ciudad-estado griega de Siracusa, había ideado todo tipo de armas, pero no habían sido capaces de detener la invasión romana.
«Inimaginable» era más bien una palabra que se pronunciaba cuando se producía un cambio radical en el pensamiento táctico. Ciertamente, hubo momentos en que estos cambios fueron desencadenados por la invención e introducción de una nueva arma. El uso masivo de armas de fuego, el uso de la fuerza aérea para gobernar el mar, la guerra móvil de alta velocidad utilizando combinaciones de tanques y aviones -todos ellos fueron ejemplos de ello. Pero las tácticas envolventes de Aníbal, los cargas de Napoleón contra la infantería enemiga, la guerra de guerrillas de Mao Tse-tung, el uso de las unidades de caballería por parte de Genghis Khan, la guerra psicológica e informativa de Sun Tzu, La falange hoplítica de Epamónidas… todos ellos habían sido ideados e implementados sin ninguna relación con el nuevo armamento.
Yang no tenía miedo de ninguna nueva arma del imperio. Lo que sí temía era el genio militar de Reinhard von Lohengramm y la suposición errónea de la propia alianza de que la gente del imperio buscaba la libertad y la igualdad más que la paz y la estabilidad en sus vidas. Eso no se podía contar ni pronosticar. No había forma de que un factor como ese se incluyera en el cálculo de los planes de batalla.
Con un toque de melancolía, Yang hizo una predicción: considerando lo insondablemente irresponsables que eran las motivaciones detrás de esta campaña, esa irresponsabilidad iba a extenderse también a su planificación y ejecución.
La distribución de la fuerza expedicionaria fue decidida. A la cabeza estarían la décima flota del almirante Uranff y en la segunda coumna la decimotercera de Yang. Los cuarteles generales para la fuerza expedicionaria estarían instalados en la fortaleza Iserlohn, y por la duración de la operacion, el comandante supremo de la fuerza expedicionaria también actuaría como comandante de Iserlohn.
IV
La reunión llegó a su fin sin haber dado ningún fruto en lo que respectaba a Yang. Justo cuando estaba a punto de regresar a casa, Yang fue parado por el Mariscal Stolet, director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, y se quedó atrás. Sin un sonido, los restos de energía desperdiciada se desviaba como una corriente de convección a través del aire.
«Entonces, debes estar muriendote por decir que debería haberte dejado retirarte», dijo Stolet. Su voz se había corroído,por todo el trabajo realizado que no había llegado a nada.
«Yo también fui ingenuo. Estaba pensando que si capturabamos Iserlohn, las llamas de la guerra retrocederían después. Sin embargo, aquí estamos.»
Yang se quedó en silencio, habiendo perdido de vista las palabras que debía decir. Por supuesto, no había duda de que en el cálculo del mariscal Stolet, la llegada de la paz habría asegurado su posición y fortalecido su influencia, pero en comparación con el aventurismo temerario y las maniobras políticas de la facción a favor de la guerra, era mucho más fácil simpatizar con él.
«En última instancia, supongo que me tropecé con mis propios cálculos. Si Iserlohn no hubiera caído, los halcones no estarían haciendo una apuesta tan peligrosa. En cualquier caso, podría decirse que esto es merecido en lo que a mí respecta, pero para ti he terminado provocando un verdadero desastre».
«… ¿Piensa retirarse?»
«Ahora mismo, no puedo. Sin embargo, una vez que termine esta campaña, no tendré más remedio que dimitir. Sin importar si fracasa o tiene éxito.»
Si la expedición fracasaba, el mariscal Stolet, como el hombre de uniforme de más alto rango, por supuesto se vería obligado a asumir la responsabilidad con su dimisión. Por otra parte, si lo lograba, sólo había un puesto más alto para recompensar al mariscal Lobos, comandante supremo de la flota de la fuerza expedicionaria, por su logro: el de director del Cuartel General Conjunto de Operaciones. El hecho de que el Mariscal Stolet hubiera estado en contra de esta campaña también lo perjudicaría; su expulsión tomaría la forma de una grácil reverencia para dejar paso al Mariscal Lobos. No importaba hacia dónde tirara el dado, su futuro ya estaba decidido. Todo lo que le quedaba a Stolet era prepararse para ello con elegancia.
«Sólo te lo digo porque las circunstancias son las que son, pero lo que espero es que esta expedición fracase con el menor número posible de bajas.»
Yang no dijo una palabra.
«Si es una derrota, por supuesto que habrá mucha sangre derramada por nada. ¿Pero qué pasa si ganamos? Está tan claro como el día, que los halcones aprovecharán la oportunidad, y ni la razón ni el cálculo político serán suficientes para hacerles aceptar la sumisión al gobierno civil por más tiempo. Luego se precipitarán y finalmente caerán en un desfiladero. Los libros de historia están llenos de naciones que fueron conducidas a la derrota final porque ganaron una batalla cuando no debían. Deberías saber todo sobre eso.»
«Sí…»
«La razón por la que rechacé tu renuncia fue porque pensé que podía contar contigo para entender si las cosas llegaban a ese punto. No es como si hubiera previsto nuestras circunstancias actuales, pero como resultado de ellas, tu presencia en el ejército se ha vuelto aún más vital».
Yang continuó escuchando en silencio.
«Sabes mucho de historia, y eso le ha dado cierto desprecio por la autoridad y el poder militar. No puedo decir que te culpe, pero ninguna nación organizada puede existir libre de esas cosas. Siendo así, el poder político y militar debe ser puesto en manos de personas competentes y honestas -no a aquellos que son el polo opuesto- para que el estado pueda ser controlado por la razón y la conciencia. Siendo un soldado, no me atreveré a hablar de política, pero hablando estrictamente de su papel en el ejército, el Contraalmirante Fork no es apto».La intensidad con la que pronunció esas palabras sorprendió a Yang. Por un momento, Stolet pareció que estaba luchando por controlar sus propias emociones.
«Llevó este plan de operaciones directamente al presidente del Consejo Superior a través de una ruta privada. El hecho de que los vendiera como una estrategia para mantenerse en el poder es suficiente para decirme que está motivado por un deseo personal, quiere ascender. Su objetivo es llegar a la cima del ejército, pero en la actualidad tiene un rival que es demasiado fuerte, y está ansioso por marcar un logro que lo pondrá por delante de esa persona. Se graduó el primero de su clase en la Academia de Oficiales y tiene una cosa graciosa sobre no percer contra un tipo normal y corriente”
Yang murmuró un «veo» casual para mostrar que estaba escuchando, y una sonrisa apareció en la cara del Mariscal Stolet por primera vez.
«A veces eres muy denso. Su rival no es otra persona, eres tú».
«¿Yo, señor?»
«Sí, tú.»
«Pero, Director, yo–«
«Esto no tiene nada que ver con cómo te evalúes a ti mismo. El problema está en lo que Fork está pensando y en el método que ha tomado para lograr sus objetivos. Tengo que decir que es demasiado político, en el sentido negativo de la palabra. Incluso si no fuera por eso» -aquí el mariscal suspiró -«debes haber captado algo de su carácter de la reunión de hoy. Muestra su talento no en logros reales, sino en un discurso elocuente, y lo que es peor, desprecia a los demás mientras trata de distinguirse. No tiene realmente el talento que cree que tiene, confiar el destino de alguien más que el suyo propio es demasiado peligroso».
«Hace un momento, decías que la importancia de que yo estuviera aquí había aumentado…» Dijo Yang pensativo. «¿Con eso me estás diciendo que me oponga al Contraalmirante Fork?»
«Fork no es exactamente el único. Cuando llegues a la posición más alta en el servicio, podrás obstaculizar y eliminar a personas como él por ti mismo. Eso es lo que espero que hagas. Aunque sé que no es más que una molestia para ti».
El silencio se aferró a la pareja como una pesada bata mojada. Yang tuvo que sacudir físicamente su cabeza para poder encogerse de hombros.
«Su Excelencia el Director siempre me asigna tareas que son demasiado grandes para mí. Decirme que tomase Iserlohn fue una de esas, también, pero…”
«Pero lo hiciste, ¿no?»
«Esa vez, lo logré, sí, pero…» Yang se detuvo y casi vuelve a callar, pero siguió adelante, diciendo: «No es que yo menosprecie a la autoridad y y el poder militar en la contemplación; no, la verdad es que esas cosas me aterran. La mayoría de las personas que ganan autoridad y poder militar se vuelven …feas, podría dar un montón de ejemplos. Y tampoco tengo la confianza para decir que no cambiaría».
«Dijiste que la mayoría de la gente. Lo que es exactamente correcto. No todo el mundo cambia.»
«En cualquier caso, pretendo ser un hombre discreto y mantenerme alejado del valor. Quiero hacer algún tipo de trabajo dentro del rango que puedo y luego vivir una vida relajada y relajada, ¿es eso lo que ellos llamarían alguien perezoso por naturaleza?».
«Así es. Perezoso por naturaleza.»
Mientras miraba a Yang, que se quedó sin palabras, el director Stolet Sonrió. Era una sonrisa divertida.
«Yo también he luchado mucho tiempo con esto. No es muy divertido trabajar duro solo y ver a otras personas viviendo una vida relajada y tranquila. Pero antes que nada, si no puedo hacer que hagas el trabajo duro adecuado a tu talento, eso es lo que yo llamaría injusto».
«… injusto, señor?»
Aparte de hacer muecas, Yang no conocía otra forma de expresar sus emociones. En el caso de Stolet, el director probablemente había decidido trabajar duro de buena gana y por su propia voluntad, pero Yang no creía que fuera así. En cualquier caso, lo cierto es que había perdido la oportunidad de dimitir.
V
Ante Reinhard se disponían los jóvenes almirantes adscritos al almirantazgo de Lohengramm: Kircheis, Mittermeier, Reuentahl, Wittenfeld, Lutz, Wahlen y Kempf, seguidos por Oberstein. Reinhard los consideraba lo mejor de lo mejor de los recursos humanos del ejército imperial. Sin embargo, necesitaba reunir aún más, tanto en calidad como en cantidad. Necesitaba que se dijera de su almirantazgo que un nombramiento allí significaba el reconocimiento de un individuo talentoso y capaz. La reputación del mismo ya era significativa, pero Reinhard quería que la superioridad de su almirantazgo fuera universalmente reconocida.
«He recibido el siguiente informe de la inteligencia militar imperial», dijo Reinhard, mirando alrededor de la reunión, haciendo que los almirantes enderezaran ligeramente su postura. «Recientemente, los rebeldes fronterizos de la llamada Alianza de Planetas Libres han logrado robar la base de primera línea del imperio de Iserlohn. Esto ya lo saben, pero desde entonces, los rebeldes han estado concentrando sus fuerzas en Iserlohn en grandes cantidades. Según nuestras estimaciones, hay doscientos mil buques y treinta millones de soldados; además, estas son estimaciones mínimas».
Murmullos de sorpresa e incluso de admiración se abrieron paso entre los almirantes. Comandar una flota gigante era la mayor ambición de un guerrero, y a pesar de que ésta pertenecía al enemigo, no podían evitar sentirse impresionados por su escala.
«Lo que esto significa es tan claro como el día, ni puede haber ni una pizca de duda: los rebeldes pretenden lanzar un ataque total dirigido al núcleo de nuestro imperio.» Los ojos de Reinhard parecían arder. «Tengo órdenes secretas del ministro de Estado: el deber de interceptar y defender al imperio de esta amenaza militar es mío. Las órdenes del Kaiser llegarán en un par de días. Como guerrero, no hay mayor honor que pueda esperar. Espero una buena y dura pelea de todos ustedes.»
Hasta ese momento, había estado hablando en un tono duro y formal, pero aquí sonrió de forma inesperada . Era una sonrisa llena de energía y espíritu, aunque no era la sonrisa de corazón puro y transparente que sólo mostraba a Annerose y Kircheis.
«En otras palabras, esto significa que todas las demás fuerzas son muñecos ornamentales que decoran el palacio imperial y con los que no se puede contar. Es una excelente oportunidad para ascensos y medallas».
Los almirantes también sonrieron. Al igual que Reinhard, compartían un odio común hacia los nobles de alta alcurnia que no hacían otra cosa que atiborrarse de posición y privilegios; no había sido sólo por sus talentos que Reinhard había seleccionado a estos hombres.
«Y ahora me gustaría hablar con ustedes sobre dónde debemos interceptar al enemigo…»
Mittermeier y Wittenfeld expresaron una opinión compartida: El ataque rebelde vendría a través del Corredor Iserlohn, así que, ¿por qué no golpearlos en el momento en que salieran de él para adentrarse en el territorio imperial? «Podemos determinar el punto donde aparecerá el enemigo, así que será posible golpear su vanguardia y crear una formación semi-envolvente, lo que nos dará la ventaja y hará que la lucha sea más fácil…»
«No…» Reinhard dijo, moviendo la cabeza. Luego procedió a explicar que el enemigo estaría esperando un ataque en el punto en el que salieron del corredor para atacar al corazón mismo del imperio. Sus fuerzas de élite se posicionarían en la vanguardia, y si la fuerza restante no salía del pasillo cuando fueran atacados, su fuerza se quedaría sin medios para atacarlos más.
«Deberíamos atraer al enemigo más profundamente», argumentó Reinhard, y después de una breve discusión, los otros almirantes estuvieron de acuerdo. «Atraemos al enemigo hasta lo más profundo del territorio imperial, y cuando sus filas y líneas de suministro se hayan alargado hasta el punto de ruptura, les damos con todo lo que tenemos. Yo diría que con tal estrategia, la victoria del equipo defensor está asegurada».
«Pero eso llevará mucho tiempo», dijo Mittermeier. Tenía una constitución firme, aunque pequeña, y ciertamente parecía un oficial joven y agudo. Tenía el pelo rebelde, de color miel y ojos grises. «Como esta es, según las propias palabras de la alianza, la hazaña más atrevida desde su fundación, es seguro que no escatimarán esfuerzos en la preparación de sus filas, equipos y líneas de suministro. Tomará una considerable cantidad de tiempo para que su material se agote y para que su espíritu de lucha disminuya».
La opinión bastante preocupada de Mittermeier era natural, pero Reinhard miró a sus almirantes y, con un brillo de firme confianza en sus ojos, dijo: «No, no tardará mucho». Le daría menos de 50 días. Oberstein, explica las bases de la operación.»
Cuando se le pidió, el oficial de Estado Mayor con el pelo canoso se adelantó y comenzó a explicar. Mientras lo hacía, un aire de asombrosa incredulidad se extendió entre los almirantes sin hacer ruido.
El 22 de agosto, SE 796, el Cuartel General de la Fuerza Expedicionaria de la Alianza de Planetas Libres en el Territorio Imperial fue establecido dentro de la Fortaleza de Iserlohn. Por esas mismas fechas, treinta millones de soldados desde la capital de Heinessen y los sistemas estelares circundantes estaban reuniendo columnas de naves de guerra y para dirigirse hacia un campo de batalla distante.
Capítulo 8: Muerte en las líneas del frente.
I
Durante el primer mes una emoción chispeante constantemente acompañaba a todas las flotas de la alianza. Cuando el calor de dicha compañía se enfrío, dejando atrás decepción e- incluso peor- impaciencia y ansiosas. Había una pregunta que los hombres no cesaban de preguntarse los unos a los otros – los oficiales en lugares donde ningún soldado podría oírlas y los soldados en lugares libres de oficiales.
¿Por qué el enemigo no se deja ver?
Con la décima flota del vice amirante Uranff a la cabeza, la fuerza aliada había penetrado quinientos años luz en territorio imperial. Doscientos sistemas solares cayeron en sus manos, de los cuales, apenas una treintena estaban habitados, aunque con poblaciones con bajo nivel de desarrollo tecnológico. Un numero cercano a los cincuenta millones de ciudadanos vivían en esos mundos. Los gobernadores coloniales, nobles fronterizos , oficiales gubernamentales y soldados que supuestamente debían estar gobernando a esa gente; había huido. Y la alianza virtualmente no había encontrado una resistencia destacable.
“Somos una fuerza de liberación” Eso fue lo que los oficiales de la fuerza de pacificación de la alianza anunciaron a las masas de granjeros y mineros abandonados a su suerte.
“ Os prometemos libertad e igualdad. No sufriréis mas bajo la opresión del despotismo. Tendréis plenos derechos políticos y comenzareis vuestras vidas de nuevo, como ciudadanos libres.”
Pero para su decepción, lo que habían encontrado esperándoles no eran los fervientes aplausos que habían visualizado. La aglomeraciones de gente no mostraban el mas mínimo interés, de hecho; y la apasionada elocuencia de los oficiales no parecía afectarles en lo más mínimo. Cuando los representantes de los granjeros hablaron, dijeron:
“Antes de que nos den cualquier clase de derechos políticos, preferiríamos que nos dieran el derecho a vivir primero. No tenemos comida. No hay leche para nuestros bebes. Los militares se lo llevaron todo cuando se marcharon. Antes de prometer libertad e igualdad , ¿Pueden prometer pan y leche?”
“Pu-pues claro,” responderían los oficiales, pese a que en su fuero interno quedasen desanimados por esas peticiones prosaicas. Sin embargo, eran una fuerza de liberación. Garantizar las necesidades vitales de multitudes que sufrían bajo el pesado yugo del gobierno imperial era un deber que eclipsaba en importancia al combate. Se repartieron víveres desde el departamento de suministro de cada flota, mientras se hacían nuevas solicitudes de avituallamiento al cuartel general de mando supremo de Iserlohn: El equivalente a 180 días de alimentos para 50 millones de personas, semillas de doscientas variedades de plantas, cuarenta plantas de producción de proteína artificial, sesenta plantas hidropónicas y las naves necesarias para transportarlas.
“Es el mínimo necesario para rescatar a la zona liberada de un estado de hambruna perpetua. Estas cifras crecerán se harán cada vez mas grandes, conforme se expanda la zona liberada”
El contralmirante Cazellnu, jefe de personal del servicio de retaguardia de la fuerza expedicionaria dejó escapar un gruñido involuntario ante la vista de ese numero, garabateado en el formulario de reaprovisionamiento. ¿El equivalente a 180 días de comida para 50 millones de personas? En grano solamente, ascendía a 10 millones de toneladas. Para moverlo, se requerirían 50 naves de transporte de 200.000 toneladas y lo más importante era que esa cantidad excedía por mucho la capacidad de producción y almacenaje de Iserlohn
“Incluso si vaciamos cada almacén de Iserlohn, eso solo ascendía a 7 millones de toneladas. E incluso con las plantas hidróponicas y de producción de proteínas operando a toda capacidad…”
Cazellnu cortó el informe de su subordinado: “No era suficiente. Lo sé”
El plan de reaprovisionamiento, diseñado para los 30 millones de soldados de la alianza, había sido trazado por el mismo Cazellnu y había estado muy seguro de su implementación.
Aunque ahora sería otro cantar, porque además ahora tenían que alimentar a una población no combatiente que casi duplicaba a la totalidad de la fuerza expedicionaria. Sería necesario hacer correcciones al plan para triplicar su escala, y tendría que hacerlo rápido. Cazellnu podía imaginar fácilmente las quejas de los departamentos de aprovisionamiento de las flotas, mientras se forzaban bajo una carga excesiva.
“Aun así, ¿son todos estos oficiales unos completos odiotas?”
Lo que le inquietaba era la nota adjunta al formulario de solicitud: Estas cifras aumentarán constantemente a medida que la zona de liberación se amplíe. ¿No significaba eso que la carga sobre el esfuerzo de reabastecimiento sólo iba a ser mayor? No era el momento del regodeo infantil por la expansión del territorio conquistado. Y además, había una tenue sugerencia de algo más en todo esto, de algo que era aterrador.
Cazellnu solicitó una reunión con el comandante supremo, el mariscal Lobos. En su oficina también estaba presente el contralmirante Fork del mando de operaciones. Lo esperaba, puesto que Fork disfrutaba de una mayor confianza por parte del comandante supremo que incluso su jefe de personal, el Almirante Greenhill. Habitualmente se podía ver a Fork, aun lado de su superior, sin perder detalle, y ultimanente habían habladurías sobre que “el comandante supremo es solamente un altavoz para el staff de operaciones. Cuando abre la boca, realmente habla por él el contralmirante Fork”
“Debe ser acerca de las peticiones de los equipos de pacificación” dijo el mariscal Lobos, acariciándose su carnosa papada. “ Lo que sea, estoy suficientemente ocupado sin lidiar con esto, así que sea rápido.”
Uno no llegaba al rango de mariscal siendo incompetente. Lobos era un hombre que sabía como obtener resultados en el campo de batalla, manejar el papeleo en una oficina, liderar grandes fuerzas y gestionar al personal. O al menos, había sabido hasta cierto punto de los cuarenta y tantos. Ahora, sin embargo su declive era evidente. Sobre todo era muy letárgico y su carencia de energía se hacía notar cuando se requerían un juicio claro, perspicacia y era necesaria tomar una decisión. Que era probablemente la razón por la que se permitía al contra almirante Fork que hiciera lo que quisiera, tomando todas las decisiones.
Habían algunas teorías que intentaban explicar la causa de que tan dotado comandante hubiera terminado así. Algunos decían que el agotamiento al que había sometido su cuerpo y mente desde su juventud había resultado en el inicio de una encefalomalacia o reblandecimiento cerebral; otros dijeron que era una enfermedad cardíaca crítica, o que nunca se había repuesto de perder el asiento de director de los cuarteles generales ante Stolet- Los hombres de uniforme desplegaban alas de imaginación mientras hablaban los unos con los otros.
Cuando esas alas se abrían de mas, surgieron teorías tales como la esa en la que Lobos- que nunca había conocido a una jovencita que no le cayera en gracia- había contraído una terrible enfermedad de una mujer con la que había compartido una noche. Esa tesis particular venía con un extra especial: el clamor de que la mujer que infectado al mariscal con tal enfermedad, era una espía del imperio. Sonrisas perversas aparecían en las caras de aquellos que oían el rumor, tras lo cual, sus hombros se encogerían como si hubieran sentido un escalofrío.
“Seré breve, excelencia. Nuestras fuerzas se enfrentan a una crisis. Una muy seria”
Cazellnu probó a atacar con una estocada directa, para ver como reaccionaba Lobos. El mariscal paró la mano que masajeaba su mentón y dirigió una mirada de duda al jefe de servicio de retarguardia. El contralmirante Fork torció sus labios pálidos ligeramente, pese a que esto era meramente por hábito.
“¿A que viene esto de pronto?”
No había remanente de sorpresa o sobresalto en la voz del mariscal, pero Cazellnu se pregunto si no era posible que no estuviera calmado, sino emocionalmente impedido.
“¿Es consciente de las peticiones de los equipos de pacificación?- Le preguntó Cazellnu, en un tono que podría haber sido un tanto desagradable. Fork claramente parecía pensarlo, pese a que no dijo nada en alto. Pero la curva de su labio se torció más. Quizás pretendía hacer algo con es o más tarde.
“Los conozco”- Dijo Lobos- “Y yo mismo pienso que piden demasiado, pero con nuestra política de ocupación…¿que elección tenemos?”
“Iserlohn no tiene los suministros en las cantidades que piden”
“Pues haga el pedido a Heinessen. Los contables se volverán histéricos, pero no pueden negarse a enviar lo que necesite”
“Si, señor. Lo enviarán. Pero una vez que esos suministros lleguen a Iserlohn, ¿qué piensa que pasará después?”
El mariscal empezó otra vez a masajearse la barbilla. No importa cuanto lo acaricies, no vas a quitarte de encima toda esa grasa, pensó Cazellnu.
“¿Qué quiere decir, Almirante?”
“Quiero decir que el plan enemigo es sobrecargar nuestra capacidad de reaprovisionamiento “- Dijo en un tono de voz bastante áspero, aunque lo que realmente quería hacer era gritarle “¡Es que no puedes verlo!”
“En otras palabras, el enemigo va a atacar a las flotas de transporte y cortar nuestras linear de suministros…¿es esa su opinión como jefe de retarguardia?” Inquirió el contralmirante Fork.
Era desagradable que le interrumpieran, pero Cazellnu asintió.
“Pero todo desde aquí a 500 años luz esta ocupado por nuestras fuerzas. No creo que haya necesidad de preocuparse tanto. Pero …añadiremos una escolta. Por si acaso.”
“Ya veo. Por si acaso, ¿no?”
Cazellnu dijo aquello con todo el sarcasmo que podía reunir. ¿Que le importaba lo que pensara Fork?
Yang, por favor. Regresa vivo- Pensó Cazellnu llamando a su amigo silenciosamente. No podía dejar de pensar. Es una lucha demasiado estúpida como para morir en ella.
II
En heinessen, capital de la alianza, un acalorado debate se desarrollaba entre las facciones que apoyaban y se oponían a las gargantuescas peticiones logísticas de la fuerza expedicionaria.
Aquellos a favor, decían; “El objetivo original de la fuerza expedicionaria era a liberar a un pueblo que sufría de la opresión del gobierno imperial. Rescatar a 50 millones de personas de la hambruna es obviamente un deber moral que debemos llevar a cabo también. Y además, cuando la gente sepa que nuestras fuerzas las han salvado, eso, junto a su oposición al dominio imperial, hará que la opinión publica vire inevitablemente a nuestra alianza. Por razones militares y políticas, las peticiones de la fuerza expedicionaria deberían ser satisfechas, para así entregar víveres a los residentes de la zona ocupada…”
Había, igualmente una contraargumentación:” Esta expedición ha sido pobremente planeada desde el inicio. Solamente el plan, había requerido un desembolso de 200.000 millones de dinares, un 5.6% del los presupuestos nacionales proyectados para ese año, y más de un 10% de el presupuesto de defensa.
Y aun con solo esos gastos, es seguro que se superara por mucho el presupuesto fijado, una vez que se hagan los asientos reales en la contabilidad nacional. Añadir a estos gastos la consolidación de la zona ocupada y una provisión de víveres para sus residentes, era el prelégomeno de una bancarrota nacional. Por tanto, la campaña debería acabar , pasando a abandonar los territorios ocupados y volver a Iserlohn. Tener la fortaleza en su poder ya era suficiente para bloquear invasiones imperiales…”
(NDT: Hagamos unos numeros rápidos. El presupuesto (que no el pib) ascendería a 3,571 trillones de “Dinares”. El presupuesto militar, a unos 2 billones. Si ponemos que el cambio Dolar/Dinar hipotéticamente hablando, fuese de 1; La alianza se gastaría en el ejército una cantidad que equivale a l doble del pib español, o la 1/6 del de los estados unidos americanos. Por otra parte, el gasto de defensa de esta ultima nacion asciente a 680.000 millones. Casi un billon, en este año de 2019. )
Llamamientos ideológicos, fríos cálculos y emociones se desbocaron, haciendo parecer que el fiero debate no terminaría nunca. Un informe- o mas bien un grito de súplica- llegó desde Iserlohn, para terminar de decidir el asunto: “Al menos dad a nuestros soldados la oportunidad de morir en batalla. Si gastáis cada día haciendo nada, solo les esperan deshonrosas muertes por hambruna”
Los suministros fueron reunidos de acuerdo a las peticiones del frente, y fueron enviados. Pero no mucho después, llegaron nuevas peticiones casi idénticas a las previas. La zona ocupada se había expandido y el numero de residentes en ella había ascendido al centenar de millones de personas. Naturalmente no había manera de evitar un incremento en el montón de suministros necesarios….
Aquellos que apoyaron las peticiones previas se sintieron humillados, como cabria esperar. Los opositores dijeron entonces “¿No tratamos de deciroslo?¿No veis que no tiene fin? Eran 50 y ahora son 100 millones. Y en poco siempo, 100 se convertirán en 200. El imperio quiere destruir las finanzas de nuestra alianza. El gobierno y los militares han caminado ciegamente hacia esto y no van a poder eludir la responsabilidad. No nos quedan opciones, salvo retirarnos.”
“El imperio usa a civiles inocentes como arma para resistir a nuestras fuerzas de invasion. Es una táctica horrible, pero considerando que lo hacemos en nombre de la liberacion y el rescate, uno solo puede admitir que es una táctica muy efectiva. Deberíamos retirarnos. De otro modo, nuestras flotas colápsarán bajo el peso de todos los ciudadanos hambrientos, y aplastada bajo un contrataque a gran escala cuando no les queden fuerzas”
Así habló Joao Lebello, jefe del comité de finanzas, en el alto consejo. Aquellos que habían apoyado la movilizacion no dijeron una palabra. En su lugar, permanecieron en sus asientos, abatidos o mejor dicho; aturdidos.
La señora Cornelia Windsor, jefa del comité de Inteligencia, había clavado sus ojos en la pantalla cenicienta de una terminal de ordenador, que no mostraba nada. Su atráactivo rostro se había vuelto rígido. En este punto, incluso ella sabía demasiado bien que no había nada más que hacer salvo retirar a las tropas. No se podría hacer nada con los gastos que se habían llevado hasta ese momento, pero las finanzas nacionales no podían aguantar más gastos.
Sin embargo, si se retiraban ahora sin logros militares destacables, ella perdería credibilidad por haber apoyado la intervención. No solo aquellos que se habían opuesto al despliegue desde el inicio, pero aquellos de la faccion pro-guerra que la apoyaban en ese momento, sin duda la harían responsible políticamente por ello, y perdería la silla del consejo que tanto había deseado desde que inició su carrera en política.
¿Que estaban haciendo esos incompetentes en Iserlohn? La señora Windsor estaba dominada por una rabia terrible. Rechinaba los dientes y apretaba los puños, causando que sus hermosas uñas; cuidadosamente cuidadas se hundieran en la palma de su mano.
No había otra opción salvo la retirada. Pero antes de eso, ¿Y si mostraban a todos una victoria militar sobre la marina imperial? En ese caso, ella podría guardar las apariencias y se podría evitar que la campaña evitara ser considerada como un símbolo de estupidez y derroche por futuras generaciones.
Ella miró al anciano jefe del consejo. Ese viejo, tan cabezota que ocupaba sin preocuparse el mayor asiento de poder de la nación…
El jefe del estado, ridiculizado como “aquel al que nadie eligió”. Al final de un juego sin gracia producido por la mecánica de la esfera política, había sido aupado a la cúspide sin realidad ninguna clase de esfuerzo propio, como un pescador que se encontraba a un pájaro playero luchando con una almeja; para tomarlos a ambos con facilidad. He sido engañada para apoyar esto porque habló de las próximas elecciones. Odió al presidente desde el fondo de su corazón por meterla en ese lío.
Por otra parte, el presidente del comité de defensa, Trünicht, se sentía muy bien consigo mismo debido a la claridad de su propia previsión. Había sido obvio para él que las cosas tomarían ese camino. Al presente nivel de fuerza militar y nacional, no había forma posible de que la alianza derrotada al imperio. En un futuro cercano la fuerza expedicionaria conocería la derrota. Una miserable derrota.
Y la presente administración perdería el apoyo de las masas. Sin embargo, El se había opuesto a aquel mal concebido despliegue militar, mostrándose como un hombre de verdadero coraje y discernimiento, no solo resultaría ileso de todo aquello; sino que adquiriría la reputación de verdadero estadista. Eso solo dejaría como competidores a Lebello y Huang. Pero ellos no tenían apoyos entre los militares o la industria de defensa. Con eso, en ultima instancia la presidencia del alto consejo podría ir a Trünicht.
Era lo que el quería. En su corazón sonreía de satisfacción. Le llamarían “mayor jefe de estado de la historia de la alianza….aquel que derribó al imperio.” Y solo el mismo iba a ser digno de tal honor.
Al final, en la sesión termino por rechazarse la retirada.
“Hasta que alcancemos alguna clase de resultado en el frente, no deberíamos hacer nada que agite a las tropas.” Ese era el argumento de la facción proguerra, comunicado en un tono de voz ligeramente avergonzado. Ese resultado resultaría en algo maravilloso para Trunicht. Aunque, claramente la clase de resultado con el que contaba, era muy diferente de aquel que los halcones esperaban.
III
“Hasta que reciban los suministros desde la patria, cada flota debe procurar los suministros que considere necesario localmente”
Cuando esa directiva fue comunicada a los líderes de cada flota, las caras de volvían rojas de rabia.
“¿Procurar suministros localmente?¡Están diciendo que nos convirtamos en saqueadores!”
“¿Que demonios piensan los de Iserlohn?¿Acaso piensan que se han convertido en piratas?”
“Cuando la linea de suministro falla, es el primer paso en el camino de una derrota estratégica. Militarmente, es mero sentido común. Intentan de forzar a la fuerzas de la vanguardia para que carguen con la culpa.”
“¿No decía el cuartel general supremo que los sistemas de reaprovisionamiento eran perfectos?¿Que ha pasado con toda esa palabrería?”
“¡Nos están diciendo que de alguna manera nos procuremos sobre el terreno algo que jamas estuvo ahí en primer lugar!”
Aunque Yang no se unió a este coro de quejas, estaba totalmente de acuerdo con ellas. El Cuartel General de mando Supremo se estaba comportando de una forma extremadamente irresponsable, pero como habían motivos irresponsables detrás del despliegue desde un principio, hubiera sido demasiado esperar que hubiera alguna responsabilidad en su ejecución y operación. Odiaba pensar por lo que Cazellnu debía estar pasando.
Aún así, estamos en nuestro límite, pensó. Gracias a haber seguido alimentando a los habitantes de la zona ocupada, la Decimotercera Flota estaba a punto de llegar al fondo de sus tiendas. El malestar y la insatisfacción del Capitán Uno, el jefe de suministros, explotó:
“Estos civiles no buscan ideales de justicia, solo les importan sus estómagos. Si la marina imperial les trae víveres, se postrarían en el suelo gritando, ‘salve a su majestad el Kaiser!’ Solo viven para satisfacer sus instintos más básicos. Así que ¿por qué debemos morirnos de hambre para alimentarlos?”
“Para no convertirnos en Rudolf.”
Habiendo respondido únicamente con eso, Yang llamó a la Teniente Frederica Greenhil, y la hizo abrir un canal de comunicación superlumínica con el Almirante Uranff, de la décima flota.
“Bueno,Yang Wen-Li , “Dijo aquel descendiente de aquellos olvidados clanes nómadas de críadores de caballos “es raro oír de ti. ¿Qué ocurre?”
“Me alegro de verle bien, Almirante Uranff.”
Era una mentira. Uranff, de complexión fuerte y ojos afilados mostraba signos de agotamiento y cansancio. Pese a ser muy alabado como un valeroso comandante, parecía que problemas de una naturaleza completamente diferente a las del valor y la estrategia, habían empujado a ese hombre a sus límites.
Cuando se le preguntó cómo se mantenían sus reservas de víveres, el disgusto de Uranff subió otro escalón.
«Sólo queda una semana. Si no hay reabastecimiento antes de eso, no tendremos otra opción que el requisamiento obligatorio-no, no tiene sentido disfrazarlo- saquear el territorio ocupado. La fuerza de liberación se sorprenderá cuando se entere de eso. Asumiendo que haya ahí abajo algo que saquear.»
«Acerca de eso eso, tengo una opinión que me gustaría compartir…» Yang dijo. «¿Qué tal si dejamos estas zonas ocupadas y nos retiramos?»
«¿Retirarme?» Las cejas de Uranff se movieron ligeramente. «¿Sin si siquiera entablar batalla al menos una sola vez? ¿No es eso un poco pasivo?»
«Deberíamos hacerlo mientras podamos. El enemigo está drenando nuestros suministros y esperando que nos muramos de hambre. ¿Y por qué crees que es eso?»
Uranff pensó por un momento. «Lo más probable es que nos golpeen con todo lo que tienen. El enemigo tiene la ventaja de jugar en casa, y sus líneas de suministro serán cortas».
«Hmm…» Uranff era famoso por su audacia, pero no era de extrañar que un escalofrío pareciera haber bajado por su columna vertebral. «Pero si nos retiramos de forma caótica, terminaremos invitando a la ofensiva enemiga, ¿no? En cuyo caso, empeoraríamos mucho las cosas».
«El gran prerrequisito es estar preparado para contraatacar. Si nos retiramos ahora, podemos hacerlo, pero si esperamos a que nuestros hombres y mujeres se mueran de hambre, será demasiado tarde. Lo máximo que podemos hacer es retirarnos ordenadamente antes de que eso ocurra».
Yang presentó su caso con vehemencia. Uranff escuchó en silencio.
«Además, el enemigo tendrá su previsión para el momento en que crea que estemos a punto de morirnos de hambre. Si nos ven retirarnos, y lo interpretasen como una retirada en toda regla para venir a por nosotros, habrían muchas formas de luchar contra ellos. Por otro lado, si piensan que es una trampa porque nos vamos demasiado pronto, bueno, eso también está bien, tal vez podamos retirarnos ilesos. Las probabilidades no son muy altas, sin embargo, y bajarán con cada día que pase».
Uranff pensó en ello, y no tardó mucho en tomar una decisión.
«Muy bien. Probablemente tengas razón. Empezaremos los preparativos para la retirada. Pero, ¿cómo deberíamos informar a las otras flotas?»
«Estoy a punto de llamar al almirante Bucock. Si consigo que se ponga en contacto con Iserlohn, debería tener más peso que si lo hago yo…»
«Muy bien, hagamos que esto pase tan rápido como podamos.»
Tan pronto como Yang terminó de consultar con Uranff, llegó un comunicado urgente.
«Ha estallado un motín civil en la zona de ocupación de la Séptima Flota. La escala es extremadamente grande. Fue causado por la suspensión militar de la distribución de alimentos».
Frederica tenía una expresión agonizante y frustrada al dar el informe.
«¿Cómo se las arregló la Séptima Flota?»
«Han reprendido temporalmente usando gas narcótico , pero aparentemente volvió a encenderse en el momento en que los efectos desaparecieron. Probablemente sea sólo cuestión de tiempo antes de que los militares escalen sus métodos de resistencia».
Yang no podía evitar pensar: «Todo esto se ha convertido en una tragedia».
Una invasión de la alianza que se llamaba a sí misma fuerza de liberación -una fuerza para proteger al pueblo- había convertido a las masas en sus enemigos. En esta fase del juego, probablemente ya no había manera de disipar la desconfianza mutua. Lo que significa que el imperio había logrado separar espléndidamente a las fuerzas de la alianza y al pueblo ocupado.
«Absolutamente espléndido, Conde Lohengramm.»
Yo no podría haber hecho esto…. llevándolo tan lejos, tan a fondo. Aunque supiera que podía ganar si lo hacía, no podría. Esa es la diferencia entre el Conde Lohengramm y yo, y esa es la razón por la que me aterra.
Porque algún día, puede ser esa diferencia la que lleve al desastre.…
Cuando el Vicealmirante Bucock, comandante de la Quinta Flota de la Alianza de Planetas Libres, hizo una llamada superlumínica al Cuartel General del Comando Supremo en Iserlohn, fue la cara pálida del Oficial de Estado Mayor de Operaciones Fork la que apareció en su pantalla de comunicaciones.
«Pedí una cita con Su Excelencia el Comandante Supremo. No recuerdo haber dicho que quería hablar contigo.El personal de operaciones no debería meter sus narices en lugares donde no han sido invitados».
La voz del viejo almirante era mordaz. En fuerza y seriedad, no había forma de que Fork se acercara a ella. El joven oficial de estado mayor se quedó atónito por un instante antes de responder con arrogancia:
» Las comunicaciones con Su Excelencia el Comandante Supremo, así como los informes y similares, todos pasan por mí. ¿Cuál es su razón para solicitar una cita?»
«No tengo que hablar contigo.»
Incluso Bucock olvidó su edad por un momento, asumiendo la postura de alguien que se preparaba para una pelea.
«Entonces no puedo conectarte.»
«¿Qué…?»
«No importa cuán alto sea tu rango, tienes que seguir las reglas. ¿Debería terminar esta transmisión?»
Usted mismo inventó esas reglas, ¿no? Pensó Bucock, aunque en este caso no tuvo más remedio que ceder.
«Todos los comandantes de flota en el frente quieren retirarse. Me gustaría obtener el consentimiento del Comandante Supremo en este asunto.»
«¿Dijiste «retirarse»?» Los labios del Contraalmirante Fork se retorcieron en la misma forma que el viejo almirante había estado esperando. «El Almirante Yang podría decir algo así, pero no esperaba oír a alguien tan renombrado por su coraje como usted, Almirante Bucock, argumentando por la retirada sin combatir.»
«Basta de golpes bajos», dijo Bucock. «No estaríamos en este lío si ustedes no hubieran presentado una propuesta de despliegue tan descuidada en primer lugar. Trata de sentirte un poco responsable».
«Esta es la oportunidad perfecta para matar a la Marina Imperial de un solo golpe. ¿De qué tienes tanto miedo? Si estuviera en tu lugar, no me retiraría».
Ese comentario insolente e irreflexivo desencadenó destellos como supernovas en los ojos del viejo almirante.
«¿Es eso cierto? Bien, entonces cambiaré de lugar contigo. Volveré a Iserlohn, y tú puedes venir al frente en mi lugar».
Los labios de Fork estaban llegando a un punto en el que no podían torcerse más.
«Por favor, no sugiera lo imposible.»
«Tú eres el que insiste en las imposibilidades. Y lo estás haciendo sin moverte del lugar seguro en el que estás sentado».
«¿Me está insultando, señor?»
«Estoy harto y cansado de escuchar palabras que suenan elevadas», dijo Bucock. «Si quieres demostrar tu talento, debes hacerlo con una hoja de servicios, no con discursos elocuentes. «¿Qué tal si lo intentas y averiguas si tienes o no lo que se necesita para dar órdenes a otros?»
El viejo almirante se imaginó que podía oír el sonido de la sangre drenándose de la estrecha cara de Fork. Lo que vio, sin embargo, no fue su imaginación. Los ojos del joven oficial de Estado Mayor perdieron la concentración cuando la confusión y el terror se extendieron por sus rasgos. Sus fosas nasales se abrieron, y su boca se abrió en un cuadrilátero doblado. Levantó ambas manos, escondiendo su cara de la vista de Bucock, y después de una pausa de aproximadamente un segundo, se oyó un grito que estaba entre un gemido y un grito.
Bucock miró boquiabierto mientras la imagen del Contraalmirante Fork se hundía debajo de la parte inferior de su pantalla de comunicaciones. En lugar de Fork, vio figuras corriendo de un lado a otro, pero por el momento no había nadie que le explicara lo que estaba sucediendo.
«¿Qué le ha pasado?», le preguntó al teniente Clemente, el ayudante que estaba de pie a un lado.
Pero Clemente tampoco lo sabía.
El viejo almirante tuvo que esperar frente a la pantalla durante unos dos minutos.
Por fin, un joven oficial médico con uniforme blanco apareció en la pantalla y saludó.
«Señor, soy el Teniente Comandante Yamamura. Soy oficial médico. Actualmente, Su Excelencia el Contraalmirante Fork está siendo tratado en la enfermería. Por favor, permítame explicarle la situación».
Algo sobre Yamamura golpeó a Bucock como un poco engreído. «¿Qué le pasa?»
«Ceguera neurogénica provocada por histeria conversiva».
¿»Histeria»?
«Sí, señor. Los sentimientos de frustración o fracaso le causaron una agitación anormal, lo que paralizó temporalmente sus nervios ópticos. Podrá volver a ver en unos quince minutos, pero en momentos como éste es posible que los episodios se repitan una y otra vez. La causa es psicológica, así que a menos que la causa pueda ser eliminada…»
«¿Qué se puede hacer al respecto?» Preguntó Bucock.
«No debes oponerte a él. No debes engendrar en él ningún sentimiento de fracaso o derrota. Cada uno debe hacer lo que dice, y todo tiene que ir a su manera».
«¿Habla en serio, Oficial Médico?»
«Estos son síntomas que a veces vemos en niños pequeños que crecen en ambientes donde siempre se salen con la suya y desarrollan egos anormalmente grandes. No es un problema del bien y del mal. Lo único importante es que su ego y sus deseos sean satisfechos. Por lo tanto, no será hasta que los almirantes se disculpen por su grosería, lo den todo en la ejecución de su plan, y se den cuenta de la victoria para que se convierta en un objeto de alabanza… que la causa de su enfermedad se resolverá».
«Bueno, estoy muy agradecido de oír eso.» Bucock no estaba de humor para perder los estribos. «Así que treinta millones de soldados tienen que pararse en las fauces de la muerte para curar la histeria de este tipo… Es maravilloso. Estoy tan conmovido que creo que me voy a ahogar en un mar de lágrimas».
El oficial médico esbozó una débil sonrisa. «Si nos centramos en el único punto de curar la enfermedad de Su Excelencia el Contraalmirante Fork, eso es lo que hará falta. Si ampliamos nuestra visión para incluir a todo el ejército, se presenta una forma diferente de resolver el problema, naturalmente».
«Exactamente, debería dimitir», ladró el viejo almirante. «Puede que sea lo mejor que haya pasado. Los militares imperiales estarían bailando de alegría si supieran que el estratega a cargo de treinta millones de tropas tiene la mentalidad de un niño llorando por chocolate».
Después de una ligera vacilación, Yamamura dijo: «En cualquier caso, no estoy autorizado a hablar de ningún asunto fuera de su condición médica. Pondré en la línea a Su Excelencia el Jefe del Estado Mayor Conjunto…»
La boda no oficial de políticos que esperaban una victoria electoral y un joven soldado brillante dado a los ataques infantiles de histeria ha resultado en la movilización de treinta millones de soldados. Tendrías que ser un masoquista autointoxicado o un belicista serio para escuchar eso y realmente querer luchar con más ahínco; pensó Bucock asqueado
«Almirante…» El hombre que reemplazó al oficial médico en la pantalla de comunicaciones fue el almirante Greenhill, el jefe de estado mayor adjunto de la fuerza expedicionaria. Había una profunda sombra de ansiedad en su apuesto y caballeroso rostro.
«Bueno, Almirante Greenhill, siento molestarle en un momento tan ocupado como este.» Una de las virtudes del viejo almirante era que la gente no podía odiarlo, incluso cuando era abiertamente sarcástico.
Greenhill sonrió de la misma manera que el médico de la marina. «Yo también lamento que hayas tenido que ver algo tan desagradable. Necesitaremos la sanción del Comandante Supremo, pero creo que le daremos al Contraalmirante Fork un poco de tiempo para que descanse y se recupere, de inmediato…»
«En ese caso, ¿qué hay de la propuesta de la 13ª Flota de retirada? Estoy 100% a favor. Los hombres del frente no están en condiciones para el combate, ni mental ni físicamente».
«Espera un momento. Esto también requiere la sanción del comandante supremo. Por favor, comprenda que no puedo darle una respuesta de inmediato».
El Vicealmirante Bucock le echó una mirada que decía que ya estaba harto de respuestas burocráticas.
«Sé que esto puede sonar indiscreto, Almirante, pero ¿ podría hablar directamente con el Comandante Supremo?»
«El comandante supremo está echándose una siesta ahora mismo», dijo Greenhill.
Las cejas blancas del viejo almirante se juntaron, y parpadeó rápidamente. Luego, lentamente, preguntó: «¿Qué acaba de decir, Almirante?»
La respuesta del Almirante Greenhill fue aún más solemne. «El comandante supremo está tomando una siesta. Sus órdenes son no despertarlo por nada salvo por causa de un ataque enemigo, así que le transmitiré tu petición cuando despierte. Por favor, espere hasta entonces.»
A eso, Bucock no intentó responder. Sus cejas temblaban tan ligeramente que el movimiento era casi indetectable. «Muy bien. Lo entiendo muy bien.»
Pasó más de un minuto antes de que el viejo almirante continuase, con una voz de emoción muy contenida. «Sólo estoy llevando a cabo el deber que tengo como comandante de primera línea hacia la vida de mis subordinados. Gracias por las molestias. Cuando el comandante supremo despierte, dígale que Bucock llamó y espera que haya tenido sueños placenteros».
«Almirante…»
Bucock cortó la transmisión desde su extremo, mirando con una pesada expresión a la pantalla de comunicación, que había mutado en una monótono sombra de color blanco grisáceo.
IV
Reinhard terminó de leer el informe del equipo de reconocimiento, asintió una vez y convocó al vicealmirante pelirrojo Siegfried Kircheis. A él le asignó una misión de gran importancia.
«Una flota de barcos de suministros será enviada desde Iserlohn al frente. Esa es la línea de vida del enemigo. Toma todas las fuerzas que te he dado y aplástalo. Dejaré los detalles a tu propia discreción.»
«Como desees.»
«Usa cualquier inteligencia, organización y suministros que necesites.»
Kircheis saludó, se dió la vuelta y empezó a irse, pero Reinhard de repente le detuvo. Su amigo miró hacia atrás con desconfianza, a lo que el joven mariscal imperial le dijo: «Esto es por la victoria, Kircheis».
Reinhard lo sabía. Sabía que Kircheis criticaba la durísima táctica que había empleado de dejar morir de hambre a la población de los territorios ocupados para encadenar las manos y los pies del enemigo. No se notaba en la cara de Kircheis, y mucho menos en sus palabras, pero Reinhard lo entendía demasiado bien. Sabía la clase de hombre que era Siegfried Kircheis.
Kircheis saludó una vez más y abandonó la habitación. Entonces Reinhard informó al resto de los almirantes.
«Mientras el Almirante Kircheis noquea a la flota rebelde, nuestras fuerzas lanzarán un ataque total. En ese momento, publicaré un informe falso de que la flota de reparto fue atacada, pero ahora está a salvo. Eso es para evitar que la fuerza rebelde pierda su última esperanza y recurra a las acciones de un animal acorralado. Al mismo tiempo, también es para evitar que se den cuenta de que hemos pasado a la ofensiva. Naturalmente se darán cuenta en algún momento, pero cuanto más tarde, mejor».
Miró al hombre que estaba sentado a su lado. Antes, siempre había sido un joven alto y pelirrojo a su lado. Ahora era un hombre con el pelo medio plateado, Paul von Oberstein. Aunque él mismo había tomado la decisión de poner a Oberstein allí, aún se sentía un poco extraño.
«Además, nuestro cuerpo de suministros proporcionará alimentos a la población en el momento en que se recuperen los territorios ocupados. Aunque esto fue permitido para oponerse a la invasión rebelde, nunca fue el deseo de nuestro ejército el llevar a los súbditos de Su Majestad a la inanición. Además, esta es una medida necesaria para demostrar a los residentes de la frontera que sólo el imperio es lo suficientemente responsable para gobernarlos».
La verdadera intención de Reinhard no era ganar corazones y mentes para el imperio, sino para sí mismo, aunque no había necesidad de salir de su camino para decirles eso aquí y ahora.
La flota de transporte de la alianza, bajo el mando del Almirante Gledwin Scott, consistía en cien buques de transporte de la clase de cien mil toneladas y veintiséis naves de escolta. En cuanto al número de escoltas, el Contraalmirante Cazellnu, jefe de personal del servicio de retaguardia, había argumentado: «Eso no es suficiente, al menos dales cien», pero la petición había sido denegada.
Las razones dadas habían sido que el imperio parecía poco probable que enviara una fuerza muy grande para atacar una flota de transporte y que despachar demasiados barcos dejaría a las fuerzas de seguridad de Iserlohn sin personal suficiente.
¿Qué clase de excusa es ésa, cuando estás sentado lejos de las líneas del frente en una fortaleza «inexpugnable»? Cazellnu estaba tan enfadado que estaba a punto de estallar.
El almirante Scott era mucho más optimista que Cazellnu. Cuando Cazellnu le dijo justo antes de la partida que buscara enemigos, Scott se había desentendido de la amonestación, e incluso ahora no estaba en su puente, sino en su camarote disfrutando de una partida de ajedrez tridimensional con un subordinado.
Cuando el oficial de Estado Mayor de la flota, el Comandante Nikolsky, vino a buscarlo, su cara estaba blanca como una sábana. Scott, que estaba a punto de poner a su oponente en jaque, preguntó enfadado: «¿Pasa algo en el frente? Oigo mucho ruido ahí fuera.»
«¿En el frente?» El comandante Nikolsky miró a su comandante, incrédulo. «Este es el frente. ¿No lo ve, Excelencia?»
Sostenido en la punta de sus dedos, un pequeño panel conectado a la pantalla principal del puente mostraba una nube de luz blanca en rápida expansión.
El Almirante Scott se quedó sin palabras por un momento. Ni siquiera él podía creer que eran amistosos. Una fuerza enemiga sorprendentemente grande les estaba envolviendo.
«Tantos…» Scott finalmente se fue. «¡No puedo creerlo! ¿Por qué tantos para una miserable flota de transporte?»
Mientras corría por el pasillo hacia el puente en un coche impulsado por hidrógeno conducido por Nikolsky, el almirante no paraba de hacer preguntas estúpidas. ¿No entiendes el sentido de tu propia misión? Nikolsky estaba a punto de responder, cuando el grito de un operador resonó abruptamente por los altavoces del pasillo:
«¡Múltiples misiles enemigos, acercándose!»
Un instante después, su voz se convirtió en un verdadero grito.
«¡Incapaz de responder! ¡Son demasiados!»
El buque insignia imperial Brünhilde-
Un oficial de comunicaciones se levantó de la silla de su estación y se volvió hacia Reinhard, con la cara sonrojada de la emoción. «¡ Tenemos un mensaje del Almirante Kircheis! Buenas noticias, señor. Flota de transporte enemigo aniquilada. Además, veintiséis buques de escolta fueron destruidos. Las pérdidas de nuestro bando se limitan a un acorazado con daños moderados y catorce valquirias…»
Gritos de alegría llenaron el puente. Aunque las repetidos retiradas de la Armada Imperial habían nacido de una necesidad estratégica, no obstante habían estado en retirada desde la caída de Iserlohn, y para sus soldados, esta era la emoción de la victoria que hacía tanto tiempo que no experimentaban.
«Mittermeier, Reuentahl, Wittenfeld, Kempf, Mecklinger, Wahlen, Lutz: sigan el plan y golpeen a las fuerzas rebeldes con todo lo que tengan.» Ordenó Reinhard a los almirantes reunidos que estaban esperando para cumplir sus órdenes.
Los almirantes respondieron con un caluroso «¡Sí, señor!» y estaban a punto de partir hacia el frente cuando Reinhard los llamó a todos a un alto y ordenó a un asistente que trajera vino para cada uno de ellos. Era una celebración anticipada de su victoria.
«La victoria ya está asegurada. Pero más que eso, tenemos que hacer que esta victoria sea perfecta. Las condiciones son las propicias para ello. No permitan que esos rebeldes advenedizos regresen vivos a casa. Que el favor de nuestro gran señor Odín esté sobre Ustedes. Prosit!» (Ndt: En aleman, Salud)
«¡Prosit!», gritaron los almirantes a coro. Luego, después de vaciar sus vasos, los arrojaron al suelo como era costumbre. Innumerables fragmentos de luz danzaron brillantemente sobre el suelo por un instante.
Después de que los almirantes se marchasen, Reinhard miró fijamente a su pantalla. Allí pudo ver un grupo de luces estériles e inorgánicas que eran infinitamente más frías y distantes que las manchas de luz dispersas en el suelo. Sin embargo, adoraba esas luces. Fue para apoderarse de esas luces y hacerlas suyas que él estaba donde estaba ahora mismo….
V
10 de octubre del calendario estelar, 16:00
El Almirante Uranff, quien estaba posicionando su flota en órbita sobre el Planeta Lügen de acuerdo a la estabilización del gradiente de gravedad, podía decir que el ataque enemigo se aproximaba. De los veinte mil satélites de reconocimiento que se habían colocado en toda la región, cerca de cien de ellos en la dirección de las dos en punto habían dejado de transmitir imágenes después de mostrar innumerables puntos de luz.
«Aquí vienen», murmuró Uranff. Sintió una corriente de tensión que lo atravesó hasta llegar a sus nervios terminales. «Operadora, ¿cuánto falta para el contacto con el enemigo?»
«Entre seis y siete minutos, señor».
«Muy bien, entonces. Prepárense para una guerra total. Oficial de comunicaciones: enviar mensajes al Cuartel General del Comando Supremo y a la Decimotercera Flota. «Nos hemos encontrado con el enemigo. ”
Sonaron las alarmas, y las órdenes y las respuestas volaron de un lado a otro a través del puente de la nave insignia.
«La Decimotercera Flota eventualmente vendrá a ayudarnos», dijo Uranff a sus subordinados. «Así es Milagro Yang. Cuando eso suceda, podemos atrapar al enemigo con una pinza. No dudéis de nuestra victoria.»
A veces los comandantes tenían que hacer creer a sus subordinados cosas que ellos mismos ni siquiera creían. Yang probablemente estará bajo el ataque de múltiples enemigos al mismo tiempo que nosotros y no tendrá el lujo de venir a ayudar a la Décima Flota, pensó Urannf.
El ataque masivo de la Marina Imperial había comenzado.
La Subteniente Frederica Greenhill miró a su oficial al mando, con tensión evidente en su cara blanca.
«¡Excelencia! Hay un mensaje superlumínico del Almirante Uranff.»
«¿Están siendo atacados?»
«Sí, señor. Dice que el combate con el enemigo comenzó en 16:07.»
«Así que por fin ha empezado…»
Una alarma sonó en ese momento, ahogando el final de sus palabras. Cinco minutos más tarde, la decimotercera flota intercambiaba disparos con una fuerza imperial dirigida por el almirante Kempf.
«¡Misiles enemigos acercándose desde las once en punto!»
Al grito del operador, el capitán Marino, capitán del buque insignia Hyperion, respondió con rapidez: «¡Expulsen los señuelos! ¡Apunten a las nueve en punto!»
Yang permaneció en silencio y se concentró en su propio trabajo, que era el mando operativo de la flota. La defensa y el contraataque a nivel de nave individual era la tarea de la capitán; si un comandante de flota se involucrara en esa medida, en primer lugar, sus nervios nunca se mantendrían.
Los misiles con ojivas de fusión activadas por láser cayeron sobre ellos como perros de caza feroces.
Para contrarrestarlos, se dispararon cohetes señuelo. Estos emitieron enormes cantidades de calor y radiación electromagnética para engañar a los sistemas de detección de los misiles. Los misiles del grupo giraron sus narices en ángulos agudos y fueron tras los señuelos.
Un resplandor ominoso llenaba constantemente el vacío negro mientras la energía chocaba con la energía y la materia chocaba contra la materia.
«¡Espartanos, prepárense para el lanzamiento!»
La orden fue transmitida, y una agradable tensión recorrió las mentes y los cuerpos de varios miles de tripulantes de cazas espartanos. Eran niños que podían hacer que el dios de la guerra Ares concediera sus peticiones. Eran poseedores de una confianza feroz en sus habilidades y reflejos, para quienes el miedo a la muerte no era más que un objeto de ridículo.
«¡Muy bien, salgamos y demos la vuelta!»
El hombre que dio este grito entusiasta a bordo del buque insignia Hyperion era el piloto ás, Teniente Waren Hughes.
En el Hiperión habían cuatro ases. Además de Hughes, estaban los tenientes Salé Aziz Cheikly, Olivier Poplin e Ivan Konev. Para mostrar sus títulos, cada uno tenía una marca de as de picas, diamantes, corazones o palos pintados con pintura especial en el casco de su spartaniano favorito. Tener el valor suficiente para pensar en la guerra como un deporte era probablemente uno de los factores que los había mantenido vivos durante tanto tiempo.
Después de saltar a su espartano, Poplin gritó al mecánico: «Voy a derribar cinco, ¡así que empieza a enfriar el champán!»
Pero la respuesta no fue la que esperaba:
«No hay forma de que eso suceda, pero al menos te traeré un poco de agua».
“Al menos intenta seguirme la corriente»Poplin refunfuñó, mientras él y los otros tres salían en pirueta hacia el espacio. Las alas de los espartanos brillaban con tonalidades arco iris, reflejando la luz de explosiones lejanas. Los misiles se precipitaron hacia ellos con intenciones hostiles, y las laséres enemigos salieron a su encuentro.
«¿Crees que puedes golpearme?» Gritó Poplin.
Los cuatro hombres estaban haciendo alardes similares. Era el orgullo de los guerreros que habían cruzado las líneas de la muerte muchas veces y aún así vivían para contar la historia que les hacia tenerlo.
Alardeando de habilidad divina, se balancearon bruscamente, esquivando los misiles. Los esbeltos troncos de los misiles intentaron seguirlos, pero incapaces de soportar el cambio repentino de la fuerza G, se separaron de sus centros. Más adelante, las valkirias imperiales bailaban a la vista, inclinando sus alas hacia adelante y hacia atrás como si estuvieran burlándose mientras venían en busca de un combate aéreo.
Hughes, Cheikly y Konev las despacharon con gusto, y una por una, las naves enemigas explotaron en bolas de fuego.
Sin embargo, uno de los ases de la alianza, Poplin, estaba rojo de ira y sospecha. A una velocidad de 140 rondas por segundo, disparaba al enemigo con balas recubiertas de uranio-238 . Estos tenían una excelente habilidad para perforar armaduras y se sobrecalentaron y explotaron al golpear un blanco; sin embargo, todos sus tiros fueron absorbidos por el vacío, sin golpear nada.
Sin su ayuda, los otros tres ya habían hecho la primera baja, destruyendo un total de siete combatientes enemigos.
«¿Qué pasa contigo?» El Vicealmirante Kempf, oficial al mando de la fuerza imperial, dijo con una fuerte exhalación de desprecio.
Kempf era un as del pilotaje, un héroe de muchas batallas que en su valkiria de alas plateadas había arrojado docenas de naves enemigas a los pies de la Parca. Aunque era extremadamente alto, la anchura de su cuerpo era tal que la gente no se daba cuenta. Su pelo castaño estaba cortado al rapé.
«¿Por qué pierdes el tiempo con enemigos como ése? Formen formaciones de media-envoltura a sus astas y llévenlos al campo de tiro de los acorazados!»
Esas instrucciones dieron justo en el blanco. Tres valkirias asumieron una formación de medio desarrollo a popa del espartano del Teniente Hughes y hábilmente maniobraron hasta el rango de fuego de un acorazado. Al darse cuenta del peligro, Hughes se inclinó bruscamente y envió una lluvia de balas U-238 a la cabina de un combatiente enemigo, y luego trató de atravesar el hueco que había abierto. Sin embargo, no había tenido en cuenta los cañones auxiliares del acorazado enemigo. Los láseres le golpearon…borrando a Hughes y a su nave de este mundo de un solo disparo.
Cheikly también fue derribado usando la misma táctica. Los dos ases restantes apenas lograron deshacerse de sus perseguidores, y se metieron en un punto ciego de los cañones de los acorazados.
El sentido de autoestima de Poplin había sido herido sin remedio. Ya era suficientemente malo que Konev hubiera enviado a cuatro enemigos a la tumba, pero Poplin, incapaz de derribar a un solo enemigo, no había hecho otra cosa que correr, esquivando de un lado a otro.
Cuando descubrió la razón por la que ni un solo disparo había dado en el blanco, su dolor se convirtió en furia. Cuando regresó a la nave nodriza, saltó de la cabina, corrió hacia un mecánico y lo agarró por el cuello.
«¡Traigan a ese jefe de mecánicos asesino! ¡Voy a matarlo!»
Cuando el Teniente Técnico Toda, el jefe de mecánicos, vino corriendo, Poplin dandole rienda suelta a su rabia.
«¡Las miras de mis armas están de nueve a doce grados fuera! ¡¿Les has hecho siguiera el mantenimiento apropiadamente, ladrón de sueldo?!»
Las cejas del teniente Toda se elevaron.
«Hago mi trabajo, los cuido bien. Después de todo, un humano se puede hacer gratis, pero una nave de combate cuesta mucho dinero».
«¿Se supone que eso es gracioso, imbécil?»
Poplin tiró al suelo su casco de piloto; se levantó del suelo y se elevó por los aires. Los ojos verdes de Poplin ardían de rabia. En contraste, la mirada de Toda se estrechó y agudizó. «¿Quieres dar una vuelta por ahi, libélula?»
«Adelante. He perdido la cuenta de cuántos imperiales he matado, pero cada uno de ellos era mejor hombre que tú. Incluso te daré una ventaja: una mano es suficiente para gente como tú».
«¡Escúchate! ¡Intentando culpar a otro por tus propios errores!»
Habían gritos dirigidos a ellos para que se controlaran, pero para entonces los puñetazos ya estaban volando. Se intercambiaron golpes dos o tres veces, pero finalmente Toda, empujado a una lucha puramente defensiva, empezó a tambalearse. Justo cuando el brazo de Poplin retrocedía de nuevo, sin embargo, alguien lo agarró.
«¡Basta ya, tonto!», dijo un disgustado Comodoro Schenkopp.
Las cosas se calmaron de inmediato. No había nadie que no reconociera al héroe de la captura de Iserlohn. Aunque, naturalmente, para el propio Schenkopp, fue terriblemente decepcionante no tener ningún otro papel en la lucha más que este.
El oficial al mando de la fuerza imperial que atacaba a la Décima Flota de Urannf era el vicealmirante Wittenfeld. Tenía el pelo anaranjado, largo y ojos marrones claros, y su cara estrecha parecía algo desequilibrada con la firmeza de su cuerpo. Su comportamiento combativo se podía ver en sus cejas arrugadas y en el brillo feroz de sus ojos.
Además, todas las embarcaciones bajo su mando estaban pintadas de negro y conocidas colectivamente como Schwarz Lanzenreiter, o Lanceros Negros. Esta fuerza era la encarnación misma de la fuerza rápida y violenta. Uranff había librado una dura y astuta batalla, causando un flujo constante de daño a esta fuerza. Sin embargo, había tomado la misma cantidad de dinero a cambio, no en porcentaje, sino en términos de números brutos.
Wittenfeld tenía una fuerza mayor que Uranff, y además, sus tropas no habían pasado hambre. Tanto el oficial al mando como sus subordinados estaban frescos y llenos de energía, y aunque estaban sufriendo muchas bajas, por fin lograron envolver por completo a la flota de la alianza. La Décima Flota, incapaz de avanzar o retirarse, no tenía forma de evitar el fuego concentrado de la flota de Wittenfeld.
«¡Fuego a discreción! «¡Si disparas, seguro que le dais a algo!»
Los oficiales de artillería de la fuerza imperial hicieron llover un monzón de rayos de energía y misiles sobre los barcos densamente agrupados de la flota de la alianza.
Los campos de neutralización energética se rompieron, y los cascos fueron golpeados por impactos insoportables. Los golpes finalmente irrumpieron en el interior de las naves, llenándolas de explosiones, y los soldados y oficiales fueron vaporizados por vendavales calientes y asesinos. Arrastrados por la gravedad planetaria, naves destrozadas que habían perdido propulsión estaban cayendo. Entre los habitantes del planeta, los niños olvidaron por un momento su hambre, cautivados por la belleza ominosa de las innumerables estrellas fugaces que gritaban a través del cielo nocturno.
VI
El potencial armado de la Décima Flota estaba casi agotado. Las condiciones eran terribles: El 40 por ciento de las naves se habían perdido, y la mitad de las naves restantes no podían seguir luchando.
El Contraalmirante Cheng, jefe de personal de la flota, se volvió hacia el comandante con la cara blanca como una sábana.
«Excelencia, ya no es posible continuar las operaciones de combate. Todo lo que podemos hacer ahora es decidir si rendirnos o huir».
«Así que es una deshonra o la otra, ¿no?» El Vicealmirante Uranff dijo, con una pizca de auto-desprecio. «Rendirme no está en mi naturaleza. Intentemos correr. Transmite la orden a todas las naves»
Pero incluso para correr, tendrían que abrir un camino sangriento a través de las líneas enemigas. Uranff reorganizó su fuerza restante en una formación de huso y la golpeó de golpe contra un punto del cerco. Uranff sabía cómo concentrar su fuerza y usarla.
Utilizando esta audaz e inteligente maniobra, logró sacar a la mitad de sus subordinados de las fauces de la muerte. Sin embargo, él mismo murió en combate. Su buque insignia había permanecido en el cerco hasta el final, y en el mismo momento en que intentó abrirse paso, recibió un impacto directo de un rayo enemigo en uno de sus tubos de misiles y voló en pedazos.
A lo largo de las líneas de batalla, las fuerzas de la alianza se tragaban la amarga sopa de la derrota.
El Vicealmirante Borodin, comandante de la Duodécima Flota, bajo el asalto del Vicealmirante Lutz, había luchado hasta que le quedaron apenas ocho naves, y cuando tanto la batalla como la huida se hicieron imposibles, se disparó a sí mismo en la cabeza con su propio blaster. El comando de la flota había pasado al Contraalmirante Connally, quien se retiró y se rindió.
Las otras flotas también estaban bajo ataque -la Quinta Flota de Reuentahl, la Novena de Mittermeier, la Séptima de Kircheis (que ya había destruido la flota de transporte), la Tercera de Wahlen, y la Octava de Mecklinger- y se habían amontonado al momento de la retirada.
La única excepción era la decimotercera flota de Yang. Había empleado una inteligente formación de media luna contra la flota de Kempf, esquivando los ataques del enemigo y desangrándolos con golpes alternados en sus flancos de babor y estribor.
Sorprendido por la inesperada cantidad de daño que estaba sufriendo, Kempf había decidido que era mejor apretar los dientes y elegir una cirugía drástica que mantener el rumbo y morir miserablemente por la pérdida de sangre. Eligió retirarse y reagrupar sus fuerzas.
Viendo que el enemigo se retiraba, Yang no hizo ningún intento de usar la abertura para continuar la ofensiva. Lo que importa en esta batalla es sobrevivirla, no ganarla, pensaba Yang. Incluso si derrotáramos a Kempf aquí, el enemigo seguiría teniendo la ventaja general. Al final acabaríamos siendo golpeados por todos lados cuando los otros regimientos se unieran contra nosotros. Lo que hay que hacer es huir lo más lejos posible de aquí mientras el enemigo se retira.
Con voz grave y solemne, Yang se dirigió a sus fuerzas:
«¡Atención! Todos las naves: ¡huyan!»
La Decimotercera Flota huyó. Pero de forma ordenada.
Kempf no pudo evitar sorprenderse cuando el enemigo -que tenía la ventaja- no sólo no lo persiguió, sino que comenzó a retirarse rápidamente. Aunque se había estado preparando para sufrir pérdidas considerables cuando le perseguíeran buscando continuar su ataque, en su lugar había sido engañado.
«¿Por qué no usan su ventaja y atacan?»
Kempf estaba pidiendo opiniones a sus oficiales y preguntándose en voz alta.
Las respuestas de sus subordinados se dividieron en dos campos: la hipótesis de que «la fuerza de la alianza debe estar corriendo en ayuda de otra fuerza que está en problemas» y la hipótesis de que «su objetivo es darnos un golpe mortal mostrándonos una abertura e invitándonos a ir irreflexivamente a la ofensiva».
El alférez Theodor von Rücke, un joven oficial recién salido de la escuela de oficiales, abrió la boca con temor.
«Señor, quiero decir, Comandante, creo que es posible que no quieran pelear y sólo estén tratando de escapar.»
Esta sugerencia fue completamente ignorada, y el alférez von Rücke se echó atrás, solo y con la cara roja de la vergüenza. Nadie, incluido él mismo, entendió que estaba más cerca de la verdad que ninguno de ellos. Kempf, que tenía mucho sentido común como estratega, llegó después de mucho pensar que la retirada del enemigo era una trampa, y abandonó la idea de un segundo contraataque, para reagrupar su flota.
Mientras tanto, Yang Wen-li y sus fuerzas continuaron su huida, llegando a una región del espacio que las fuerzas imperiales llamaron Zona de Guerra C. Allí, las fuerzas imperiales se enfrentaron de nuevo, y una nueva batalla comenzó a desplegarse.
Mientras tanto, la Novena Flota, comandada por el Almirante Al Salem, estaba bajo el asalto fulminante de la flota imperial de Mittermeier y había sido puesta a volar repetidamente. El Almirante Al Salem estaba luchando desesperadamente para evitar que la cadena de mando colapsara.
La rapidez de la persecución y el asalto de Mittermeier fue tal que la vanguardia de la flota imperial perseguidora y la retaguardia de la flota de la alianza que huía se mezclaron, con barcos de ambas fuerzas volando uno al lado del otro en paralelo. Un soldado tras otro se quedó atónito al ver las marcas de los barcos enemigos de cerca a través de los ojos de buey.
Además, las lecturas de alta densidad de materia detectadas en esa estrecha región del espacio enviaron a los sistemas de prevención de colisiones de cada nave a una sobrecarga. Fuera Cual fuera la dirección en la que intentaban girar, se encontraron con que el camino estaba bloqueado tanto por barcos enemigos como por barcos amigos, e incluso algunos barcos habían empezado a girar como resultado de ello.
No intercambiaron fuego. Era evidente que si se liberaban vastas energías con las naves tan juntas, se produciría una reacción en cadena imparable, y todas ellas perecerían juntas.
Sin embargo, se produjeron choques y colisiones. Esto se debía a que los sistemas de prevención de colisiones, incapaces de encontrar una dirección segura en la que avanzar, habían sido conducidos a un horrible estado de autonomía, lo que provocó que algunas naves pasaran al pilotaje manual para evitar que se volvieran locas.
Los astronavegadores estaban sudando mucho, y esto no tenía nada que ver con la función de control de temperatura de sus trajes de combate. Aferrados a sus paneles de control, podían ver al enemigo justo enfrente de ellos, luchando con el objetivo común de evitar colisiones.
El caos finalmente terminó cuando Mittermeier ordenó a sus subordinados que bajaran la velocidad y aumentaran la distancia entre las dos flotas. Por supuesto, todo esto significaba para las fuerzas de la alianza que la flota enemiga se estaba reagrupando y que en ese momento volvería a su estrategia de persecución y ataque. Mientras la fuerza imperial ponía una distancia segura entre ella y la flota enemiga, los barcos y soldados de la alianza se perdían constantemente en medio del diluvio de fuego enemigo.
El casco del buque insignia Palamedes también sufrió daños en siete lugares, y el comandante de la flota, el Vicealmirante Al Salem, resultó herido, con las costillas rotas. Su vice comandante, el Contraalmirante Morton, tomó el mando en su lugar y apenas mantuvo unida a la fuerza restante, recorriendo un largo camino hacia la derrota.
Las dificultades del camino hacia la derrota, por supuesto, no fueron sólo suyas.
Cada una de las flotas de la alianza estaba soportando la misma pena ahora. Incluso la decimotercera flota de Yang Wen-li ya no era una excepción.
Para entonces, el decimotercer de Yang, que se había retirado a una distancia de seis horas luz del lugar de la batalla inicial, se había visto obligado a luchar contra enemigos cuatro veces más numerosos. Además, Kircheis, comandante de las fuerzas imperiales de la Zona de Guerra C, ya había puesto a la Séptima Flota a correr por sus vidas y estaba comprometiendo fuerzas y suministros en su primera línea constantemente para desgastar la flota de Yang a través de un combate ininterrumpido. Esta táctica era ortodoxa, no el producto de una estrategia inteligente, pero era extremadamente fiable cuando se ponía en marcha, lo que hacía que Yang suspirara: «No hay apertura para atacar, no hay apertura para correr». Parece que el conde Lohengramm tiene gente excelente trabajando para él. Nada extraño ni excéntrico, sólo buenas tácticas».
No pudo evitar quedar impresionado. Porque aunque estaba usando tácticas ortodoxas, estaba claro que su fuerza de alianza numéricamente inferior estaba siendo llevada a la derrota.
Después de pensarlo, Yang decidió la táctica que debía tomar: abandonar el espacio que habían asegurado y cederlo a las manos del enemigo. Sin embargo, la retirada ordenada de Yang atraería al enemigo a una formación en U, y luego, cuando sus filas y líneas de suministro se estiraban hasta el punto de ruptura, contraatacaría desde tres lados con todas sus fuerzas.
«No hay otra opción. Y naturalmente, depende de que el enemigo vaya a por ello…»
Si hubiera tenido tiempo de acumular fuerza y una perfecta independencia de mando, la estrategia de Yang podría haber asegurado algún éxito y puesto fin al avance de la fuerza imperial. Sin embargo, al final no pudo hacer ninguna de las dos cosas. Mientras soportaba el feroz ataque de las fuerzas imperiales que se acercaban a un volumen abrumador, Yang estaba luchando por reagrupar su flota en la formación U cuando llegaron nuevas órdenes para él desde Iserlohn.
El día 14 del presente mes, Concentren las fuerzas en el punto A del sistema estelar Amritzer. Cese el combate inmediatamente y cambie de rumbo.
Cuando Yang escuchó esas instrucciones, Frederica vio una sombra de amarga decepción aparecer en su cara. Se fue en un instante, pero en su lugar suspiró.
«Es fácil para ti decirlo».
Eso fue todo lo que dijo, pero Federica comprendió lo difícil que sería retirarse en estas circunstancias, justo delante del enemigo. Tampoco se enfrentaban a un incompetente. Kempf estaba en la misma posición: si hubiera podido retirarse, lo habría hecho desde el principio. Estaba luchando porque no podía hacer otra cosa.
Yang siguió sus órdenes. Pero durante esa difícil retirada de combate, las bajas entre su flota se duplicaron.
En el puente de Brünhilde, buque insignia supremo de la flota imperial, Reinhard escuchaba el informe de Oberstein.
«Aunque el enemigo sigue huyendo, mantienen todo el orden que pueden y parecen estar dirigiéndose a Amritzer.»
«Eso está cerca de la entrada del Corredor Iserlohn. Pero no creo que esto sea un mero intento de huir ¿Qué te parece?»
«Que probablemente tengan la intención de reagruparse y retomar la ofensiva. Aunque es un poco tarde, parece que se han dado cuenta de la tontería de esparcir sus fuerzas tan escasamente por nuestro espacio».
«De hecho, es demasiado tarde.»
Rascándose con los dedos bien formados el pelo dorado que se derramaba desde la frente hasta las cejas, Reinhard sonrió con una sonrisita fría.
«¿Cómo responderemos, Excelencia?»
«Naturalmente, también reuniremos nuestras fuerzas en Amritzer. ¿Por qué negar al enemigo su deseo, si quieren convertir Amritzer en su cementerio?»
Capítulo 9: Amritzer
I
La voz de la estrella Amritzer se elevaba en un rugido silencioso. En ese terrorífico infierno de fusión nuclear en el que innumerables átomos colisionaban, se separaban y se reformaban, y la repetición incansable de ese ciclo arrojaba inimaginables cantidades de energía al cosmos. Varios elementos producían llamas multicolores que erupcionaban con estallidos dinámicos de movimiento medidos por la magnitud de decenas de miles de kilómetros, pintando los cielos de los mundos que miraban a esa estrella de rojos, amarillos y púrpuras (NDT: técnicamente, en una estrella solo hay fusión. O sea, átomos que se unen para formar elementos más pesados.)
“No me gusta nada esto”
Las cejas blanquecinas del Vicealmirante Bucock se juntaron cuando miró el panel de comunicaciones.
Yang asintió de acuerdo. «Es un color ominoso», dijo. «No hay duda de ello.»
«Bueno, el color también, pero es el nombre de la estrella, lo que no me gusta.»
«¿Amritzer, quieres decir?»
«La inicial es A, igual que Astarté. No puedo evitar pensar que es un mal augurio para nosotros”.
«No había pensado lo suficiente en ello como para darme cuenta.»
Yang no estaba de humor para tomar a la ligera la preocupación del viejo almirante. Después de medio siglo en aquellas profundidades vacías, había sensibilidades y heurísticas especiales que hombres como él desarrollaban. Yang se inclinaba más por hacer caso de las supersticiosas palabras del viejo almirante que de las decisiones del Cuartel General del Comando Supremo, que había designado a Amritzer como el lugar de la batalla decisiva.
Yang no se sentía muy animado en ese momento. Aunque había luchado duro y bien, esta retirada le había costado una décima parte de los barcos bajo su mando, al tiempo que ponía fin a su intento de contraataque. Todo lo que sentía ahora era cansancio. Mientras su flota era reabastecida por Iserlohn, mientras los heridos eran enviados de vuelta a la retaguardia, y mientras la formación era reagrupada, Yang se había ido a un tanque para descansar, pero mentalmente no le había refrescado en lo más mínimo.
Esto no va a funcionar, pensó. La Décima Flota, habiendo perdido a su comandante y más de la mitad de su fuerza, también había sido puesta bajo el mando de Yang. Parecía que incluso el Cuartel General del Mando Supremo había reconocido de alguna manera su habilidad -en la gestión de los restos de las fuerzas derrotadas, por lo menos-, pero no se sentía agradecido por esa responsabilidad añadida. Había límites tanto para sus habilidades como para su sentido de la responsabilidad, y por mucho que se esperara de él -o por mucho que se le retorciera el brazo- lo imposible seguía siendo imposible. No soy Agarre Yusuf , pero se confunden, ¿por qué tienen que hacerme pasar un mal rato?
«En cualquier caso», había dicho Bucock justo antes de terminar la transmisión, «me gustaría que el grupillo del Cuartel General del Comando Supremo saliera al frente y echara un vistazo a su alrededor. Quizá así entiendan un poco por lo que están pasando los hombres».
Había llamado para discutir algunos detalles referentes al posicionamiento de sus naves, pero la segunda mitad de la conversación se había convertido en una un vapuleo verbal dirigido al Cuartel General del Comando Supremo. Yang no tenía ganas de decirle que se había salido del tema. Él también sentía la misma exasperación.
«Por favor, coma algo, Excelencia.»
Yang se dio la vuelta desde el panel de comunicaciones, ahora en blanco, y vio a la Subteniente Frederica Greenhill parada allí sosteniendo una bandeja. En ella había un rollo de gluten asado relleno de salchichas y verduras, sopa de judías, una rebanada de pan de centeno fortificado con calcio, una ensalada de frutas ahogada en yogur y una bebida alcalina con sabor a jalea real.
«Gracias,» dijo, «pero no tengo apetito. Pero si me gustaría una copa de brandy…»
La mirada en los ojos de su ayudante negó la petición. Yang la miró, emitiendo objeciones.
«¿Por qué no?», dijo finalmente.
«¿No le ha dicho Julian que bebe demasiado?»
«¿Qué?¿ lo dos os habéis confabulado contra mí?»
«Estamos preocupados por tu salud.»
«No hay necesidad de preocuparse tanto. Aunque beba más de lo que acostumbro , sigue siendo apenas lo que la persona promedio consume. Estoy a miles de años luz de hacerme daño.»
Justo cuando Frederica estaba a punto de responder, sonó la voz áspera y chillona de una alarma: «¡Naves enemigas acercándose! ¡Naves enemigas acercándose! Naves enemigas acerca…»
Yang hizo un ligero gesto con una mano hacia su ayudante.
«Subteniente, parece que el enemigo se acerca. Si sobrevivo a esto, prometo comer sano por el resto de mi vida».
La fuerza de la alianza ya se había reducido a la mitad. La muerte de un valiente y brillante táctico como el Almirante Uranff había sido un golpe particularmente duro. La moral no era buena. ¿Cuánto tiempo podrían resistir a una Marina Imperial totalmente preparada que venía contra ellos, ávida de victoria y lista para emplear todas las tácticas adecuadas?
Reuentahl, Mittermeier, Kempf y Wittenfeld, valientes almirantes del imperio, alinearon las proas de sus acorazados y cargaron hacia adelante en una formación cerrada. Aunque esto tenía la apariencia del tipo de asalto de fuerza bruta que ignora los puntos más sutiles de la estrategia, Kircheis lideraban una fuerza separada para rodear a la retaguardia de la alianza, por lo que de hecho disfrazaba la intención del imperio de atrapar al enemigo en un movimiento de pinzas y era el tipo de ataque feroz que se necesitaba para evitar darle a la alianza la oportunidad de recobrar el aliento.
«Muy bien», ordenó Yang. «Todas las naves: velocidad máxima de combate.»
Así, la Decimotercera Flota comenzó a moverse.
El choque de las dos fuerzas estaba en marcha. Innumerables rayos y misiles se lanzaron unos contra otros, y la luz de las explosiones nucleares rasgó la oscuridad. Los cascos de las naves se desgarraron y salían despedidos a través del espacio vacío, dando vueltas en misteriosas danzas, llevados por vientos de pura energía. A través de sus remolinos, la Decimotercera Flota corrió altaneramente, corriendo hacia el enemigo que les esperaba.
El asalto de la Decimotercera Flota se llevó a cabo de acuerdo con un programa de desaceleraciones y aceleraciones que Fischer había calculado con la máxima precisión sobre la directiva de Yang. La Decimotercera Flota se alzó temiblemente por encima de la luz de las inmensas llamas de Amritzer, como una corona andrajosa enviada volando desde su sol por medio de la fuerza centrífuga.
Cuando el rápido asalto saltó hacia ellos desde ese ángulo inesperado, el comandante de la Armada Imperial que se comprometió a recibirlo fue Mittermeier. Era un hombre valiente, pero sin duda se había sorprendido; había dejado que Yang tomara la iniciativa. El primer ataque de la Decimotercera Flota fue, literalmente, un bombazo para el regimiento de Mittermeier.
Su potencia de fuego se concentraba en una densidad casi excesiva. Cuando un solo acorazado -y un solo punto en el casco de ese acorazado- era alcanzado por media docena de misiles de hidrógeno guiados por láser, ¿cómo podría defenderse?
La región que rodeaba al buque insignia de Mittermeier se convirtió en un envolvente enjambre de bolas de fuego, y Mittermeier, que también sufrió daños por su lado de babor, se vio obligado a retirarse. Sin embargo, incluso en la retirada, su extraordinaria habilidad como táctico era evidente en la forma en que estaba cambiando flexiblemente su formación, manteniendo el daño que había sufrido al mínimo, y esperando su oportunidad de contraatacar.
Yang, por otro lado, tuvo que contentarse con infligir un daño limitado, ya que no se atrevió a perseguir al enemigo demasiado lejos. Maldita sea, pensó Yang, ¡mira toda esa gente talentosa que tiene el Conde Lohengramm! Aunque si todavía tuviéramos a Uranff y Borodin de nuestro lado, probablemente podríamos haber luchado contra el imperio en igualdad de condiciones…
En ese momento, el regimiento de Wittenfeld llegó a toda velocidad, interponiéndose en el espacio entre las flotas Decimotercera y Octava, una región llamada Sector D4 por conveniencia. Era un movimiento que sólo podía describirse como atrevido o temerario.
«Excelencia, un nuevo enemigo ha aparecido a las dos en punto.»
La respuesta de Yang – «Uh-oh, eso es un problema»- difícilmente podría considerarse una respuesta adecuada. Sin embargo, Yang tenía un fuerte punto en común con Reinhard. Se recuperó rápidamente y empezó a dar órdenes.
A las órdenes de Yang, los acorazados de la flota, fuertemente blindados, se alinearon en columnas verticales para formar un muro de protección contra el fuego enemigo. Desde las brechas entre ellos, los cañoneros y los misileros -débilmente blindados pero con movilidad y potencia de fuego de sobra- desplegaron una despiadada descarga de fuego en retorno.
Uno tras otro, se abrieron agujeros por todo el regimiento de Wittenfeld. Aún así, no bajó la velocidad. Su contraataque fue muy intenso e hizo que la sangre de Yang se enfriase cuando una parte de la pared de acorazados se derrumbó.
Aun así, no hubo daños graves a la Decimotercera Flota en su conjunto, aunque las heridas sufridas por la Octava fueron profundas y amplias. Incapaz de contrarrestar la velocidad y la furia de Wittenfeld, el flanco de la octava flota no dejaba de hacerse más fino , y estaba perdiendo constantemente sus medios de resistencia; físicos como energéticos.
El acorazado Ulises había sufrido daños por el fuego de los cañones imperiales. Este daño era de la variedad «menor pero grave». Lo que había resultado destruido era el sistema de tratamiento de aguas residuales basado en microbios, y por esa razón, la tripulación se vio obligada a seguir luchando con los pies empapados en aguas residuales vomitadas por las cañerías . Esto seguramente sería una historia de guerra encantadora si volvían a casa a salvo, pero si morían en esas circunstancias , era difícil imaginar un camino más trágico e ignominioso que tomar.
Yang podía ver ante sus propios ojos una flota aliada a punto de disolverse en las profundidades. La Octava Flota era como un rebaño de ovejas, y el regimiento de Wittenfeld como una manada de lobos. Las naves de la Alianza volaron hacia aquí y hacia allá tratando de escapar, sólo para ser destruidas por aquellos ataques viciosos e incisivos.
¿Deberíamos ir a ayudar a la Octava Flota?
Incluso Yang tuvo su momento de duda. A juzgar por la enérgica acción del enemigo, estaba claro que si la Decimotercera Flota hacía un movimiento para ayudarles, las cosas degenerarían en una dura pelea, y su cadena de mando no se mantendría. Eso sería lo mismo que cometer suicidio. Al final, no pudo hacer nada más que ordenar cañonazos más concentrados.
«¡Adelante! ¡Adelante! Nike, diosa de la victoria, está enseñando sus bragas justo delante de vosotros!»
Las órdenes de Wittenfeld difícilmente podrían calificarse de refinadas, pero ciertamente elevaban la moral de sus hombres, y sin importar el fuego que venía del costado, el enjambre de lanceros negros dominó por completo el Sector D4. Parecía como si las fuerzas de la alianza se hubieran dividido en dos.
«Parece que hemos ganado», dijo Reinhard, permitiendo que el más leve indicio de emoción se deslizara en su voz mientras miraba hacia atrás a Oberstein.
Parece que hemos perdido, pensó Yang casi en el mismo instante, aunque no podía decirlo en voz alta.
Desde la antigüedad, las declaraciones de los comandantes habían poseído un poder aparentemente mágico para concretar lo abstracto; cada vez que un comandante decía: «Hemos perdido», la derrota seguía inevitablemente, aunque los ejemplos de lo contrario eran extremadamente raros.
Parece que hemos ganado.
Era Wittenfeld quien en ese momento, pensaba así . La Octava Flota de la alianza ya se desmoronaba; ya no había miedo de ser atrapado en un movimiento de pinzas.
«Bien, tenemos un paso adelante. Ahora es el momento de acabar con ellos».
Wittenfeld estaba pensando con entusiasmo, La Decimotercera Flota ha preservado mucha de su fuerza, pero yo daré un golpe mortal en un combate de cazas.
«Que todas las naves que puedan funcionar como naves nodriza desplieguen las valkirias. Todos los demás, cambien de cañones de largo alcance a cañones de corto alcance. Vamos a luchar contra ellos de cerca».
Sin embargo, esa intención agresiva había sido anticipada por Yang.
Cuando el poder de fuego de la fuerza imperial se debilitó temporalmente, Yang intuyó instantáneamente la causa: un cambio en su metodología de ataque. Aunque les hubiera tomado más tiempo, otros comandantes también podrían haber adivinado lo que Wittenfeld pretendía. Había actuado demasiado pronto. Cuando Yang vio el error, decidió aprovecharlo al máximo.
«Atraedlos», dijo. «Todos los cañones, prepárense para un bombardeo sostenido.»
Minutos más tarde, los papeles se habían invertido, y eran las fuerzas imperiales del Sector D4 las que se enfrentaban a una derrota inminente.
Al ver esto, Reinhard habló inconscientemente: «Wittenfeld se equivocó en eso. Ha desplegado sus valkirias demasiado pronto. ¿No ve que se han convertido en presa fácil para la artillería?»
Parecía que había aparecido una grieta en el comportamiento helado de Oberstein. Su rostro, naturalmente pálido, parecía iluminado por la cola de un cometa.
«Quería asegurar la victoria con sus propias manos, pero…»
La voz con la que respondió estaba más cerca de un gemido que de cualquier otra cosa.
Las fuerzas de la alianza, después de haber atraído al regimiento de Wittenfeld al alcance de la mano para un ataque a quemarropa, estaban llevando a cabo destrucción y matanza a voluntad. Lanzados desde cañones de rieles magnéticos, proyectiles de artillería de acero superduro perforaron la armadura de las naves enemigas, y los estallidos de la metralla de fusión y las ráfagas de fotones redujeron a valkirias y pilotos, a partículas microscópicas.
Destellos coloridos e incoloros se solapaban unos con otros, ya que a cada instante se abrían puertas hacia el mundo de las tinieblas, por las que pasaban cada vez más soldados.
Parecía que el negro de los lanceros negros, su orgullo y alegría, sugería el color de las mortajas funerarias.
El oficial de comunicaciones se volvió hacia Reinhard y gritó: «¡Excelencia! Comunicado del Almirante Wittenfeld-está solicitando refuerzos inmediatos.»
«¿Refuerzos?»
El oficial de comunicaciones retrocedió ante la respuesta punzante del joven mariscal de pelo dorado.
«Sí, Excelencia, refuerzos. El almirante dice que va a perder si las condiciones de la batalla siguen empeorando así».
El tacón de la bota de Reinhard resonó duramente contra el suelo. Si hubiera habido una silla de estación no asegurada cerca, probablemente la habría pateado.
«¿En qué está pensando?» Gritó Reinhard. «¿Que puedo sacar una flota de naves estelares de mi sombrero mágico?»
Un instante después, sin embargo, tenía su ira bajo control. Un comandante supremo tenía que mantener la calma en todo momento.
«Mensaje a Wittenfeld:’El Comando Supremo no tiene fuerzas sobrantes. Si enviamos naves de las otras líneas de batalla, toda la formación se desequilibrará. «Usa tus fuerzas actuales para defender tu posición con tu vida y cumplir con tus deberes como guerrero». ”
Tan pronto como cerró la boca, emitió una nueva orden.
«Interrumpid todas las comunicaciones con Wittenfeld. Si el enemigo se da cuenta de eso, se dará cuenta de la difícil situación en la que nos encontramos».
Los ojos de Oberstein siguieron a Reinhard mientras este volvía su mirada hacia la pantalla.
Duro y frío, pero la decisión apropiada, pensó el jefe de personal de pelo plateado. Sin embargo, ¿podría tomar la misma acción hacia cualquier hombre, sin respeto a la persona? Un verdadero conquistador no debe tener vacas sagradas que no este dispuesto a convertir en hamburguesas…
«Lo están haciendo bien, ¿no?» Reinhard murmuró mientras miraba la pantalla. «Ambos lados, quiero decir.»
Aunque su mando supremo estaba muy lejos de la retaguardia y su estructura de mando general carecía de fluidez, las fuerzas de la alianza estaban librando una buena batalla. Las maniobras de la Decimotercera Flota fueron particularmente impresionantes. Yang Wen-li era su comandante, Reinhard lo había oído. A menudo se decía que un gran general nunca tenía tropas débiles. ¿Aparecería ese hombre siempre de pie en el camino que debía recorrer?
Reinhard miró inconscientemente a Oberstein.
«¿Ha llegado Kircheis ya?»
“¿Todavía no”
El jefe de personal respondió de forma simple pero directa, pero entonces formuló una pregunta, que intencionalmente o no tenía un deje de sarcasmo. “¿Esta preocupado, excelencia?”
“Nada por el estilo, solo estaba comprobando”
Evitando así la pregunta, Reinhard cerró su boca y miró fijamente la pantalla.
En ese momento, Kircheis , que lideraba una enorme fuerza que ascendía a un 30% de la flota al completo, tomaba un gran desvío, rodeando el sol del sistema Amritzer para situarse en el flanco de las fuerzas de la alianza.
“Llevamos un poco mas tarde de lo previsto, ¡Vamos”!
Para escapar a la detección de las fuerzas de la alianza, el regimiento de Kircheis volaba cerca de la superficie del sol, pero sus sistemas de navegación se habían visto afectados por unos campos magnéticos y gravitacionales más poderosos de lo previsto, hasta el punto de que los astrólogos se habían visto obligados a elaborar sus cursos utilizando calculadoras percom primitivas. Por eso sus fuerzas habían perdido velocidad, aunque ahora finalmente habían alcanzado la región del espacio a la que se dirigían originariamente.
En la parte trasera de las fuerzas de la alianza había un profundo y amplio campo minado.
Incluso si las fuerzas imperiales dieran la vuelta a su popa, encontrarían su avance bloqueado por cuarenta millones de minas de fusión. Eso es lo que creían los líderes de la alianza. Yang no estaba del todo convencido, pero pensó que aunque el enemigo tuviera un medio eficaz para atravesar las minas, no podría hacerlo rápidamente, por lo que sería posible preparar una formación para contraatacar en el momento en que llegaran al espacio de batalla.
Sin embargo, las tácticas del imperio superaron incluso las expectativas de Yang.
La orden de Kircheis fue transmitida por la cadena de mando: «Liberar partículas de Céfiro direccionales».
El ejército imperial, un paso por delante de las Fuerzas Armadas de la Alianza, había logrado desarrollar partículas Céfiro que podían apuntar en una sola dirección. ¿Su primer despliegue? Esta batalla, ese momento.
Llevados por naves espías, tres dispositivos de emisión en forma de tubo se acercaron al campo minado.
«Háganlo rápido», dijo en voz alta el capitán Horst Sinzer, uno de los oficiales del Estado Mayor, «o tal vez no queden enemigos para nosotros».
Kircheis mostró el amago de una sonrisa irónica.
Las partículas densamente agrupadas penetraron en el campo minado como un pilar de nubes en el medio interestelar. Los sistemas de detección de calor y masa con los que estaban equipadas las minas no reaccionaron ante ellos.
«Las partículas de Cefiro han penetrado hasta el otro lado del campo minado.»
«Muy bien. ¡Enciéndalas!»
Al grito de Kircheis, la nave líder apuntó cuidadosamente tres cañones de haz, cada uno en una dirección diferente, y disparó.
Un instante después, el campo minado fue atravesado por tres enormes columnas de fuego. Después de que se apagara la luz candente, se abrieron agujeros a través del campo minado en tres lugares.
Tres pasadizos en forma de túnel -doscientos kilómetros de diámetro y trescientos mil kilómetros de largo- habían sido creados en medio del campo minado en muy poco tiempo.
«¡Todos las naves, a la carga! ¡Máxima velocidad de combate!»
Impulsados por las órdenes del joven almirante pelirrojo, las treinta mil naves bajo su mando atravesaron en carrera los túneles como enjambres de cometas y cayeron sobre la retaguardia indefensa de la alianza.
«Gran fuerza enemiga avistada a popa».
El enjambre de objetos luminiscentes era tan grande que era imposible determinar su número, e incluso mientras los operadores de la alianza los detectaban y gritaban alarmados, agujero tras agujero comenzaba a abrirse en las filas de la alianza debido a los disparos de cañón de la vanguardia del regimiento de Kircheis.
Asombrados, los comandantes de las fuerzas de la alianza perdieron el juicio. Su terror y confusión, amplificados muchas veces, infectaron a sus tripulaciones, y en ese instante, las líneas de la alianza se derrumbaron.
Las naves rompieron filas, y las fuerzas imperiales hicieron llover disparos de cañón contra las naves de la alianza, que comenzaron a dispersarse en desorden, golpeándolos despiadadamente, rompiéndolas en pedazos. El vencedor y los vencidos habían sido decididos.
Yang miró en silencio a la vista de sus aliados en plena huida. Simplemente es imposible que los seres humanos puedan anticipar todas las situaciones, se dio cuenta tarde.
«¿Qué hacemos, Comandante?» preguntó Patrichev, haciendo un fuerte ruido mientras tragaba con fuerza.
«Hmmm… Es demasiado pronto para huir», contestó con una voz que de alguna manera sonaba como si se estuviera hablando a sí mismo.
Por otra parte, la victoria estaba en el aire en la cresta de la insignia imperial Brünhilde.
«Nunca había visto cientos de miles de naves listos para volar». La voz de Reinhard era como la de un joven mientras sonaba. Oberstein respondió en forma prosaica:
«¿Deberíamos adelantar el buque insignia, Excelencia?»
«No, no lo hagamos. Si yo intercediera en este momento, se me acusaría de robar a mis subordinados la oportunidad de distinguirse».
Era una broma, por supuesto, y demostraba como de cómodo estaba Reinhard en ese momento.
Aunque la batalla en sí iba a echar el telón, la intensidad de la matanza y la destrucción no mostraban signos de disminuir. Los ataques fanáticos y los contraataques desesperados se repetían una y otra vez, y en los bolsillos localizados había incluso unidades imperiales que se encontraban en desventaja.
A estas alturas, nadie pensaba en cuanto significado había en la la victoria táctica; los que tenían la victoria ante ellos aparentemente se esforzaban por hacerla más completa, mientras que los que estaban al borde de la derrota parecían estar rezando para que pudieran expiar su ignominia, incluso si se llevaban a otro soldado enemigo con ellos.
Pero lo que sangraba a las victoriosas fuerzas imperiales incluso mas que el intenso combate era la resistencia organizada de Yang Wen-li, que se quedaba en el campo de batalla para que sus aliados pudieran escapar a territorio seguro.
Su técnica consistía en concentrar su poder de fuego en regiones localizadas para dividir la fuerza de la fuerza del imperio e interrumpir su cadena de mando para despues dar golpes a las fuerzas separadas de forma individual.
Los sentimientos embriagadores que hicieron noble y trágica belleza de la autodestrucción y de las joyas destrozadas, eran totalmente ajenos a Yang. Mientras cubría la huida de sus compatriotas, también estaba asegurando una ruta de salida para sus propias fuerzas y esperando su oportunidad de retirarse.
Oberstein, mirando de un lado a otro entre la pantalla principal y el panel táctico de la computadora, advirtió a Reinhard: «Alguien necesita reforzar al Almirante Wittenfeld- Bien sea el Admirante Kircheis o cualquiera otro. Ese comandante enemigo está apuntando a la parte más débil de la envoltura. Está planeando abrirse paso con un empujón repentino. A diferencia de antes, nuestras fuerzas pueden permitirse el lujo de prescindir de algunas naves ahora, y deberían hacerlo».
Reinhard se rascó su cabello dorado y rápidamente cambió su mirada: a la pantalla, a varios paneles diferentes, y a la cara de su jefe de personal.
«Tienes razón. Aún así, Maldito ese Wittenfeld-su fracaso fue sólo suyo. ¡Maldito sea para siempre por ello!»
Las órdenes de Reinhard saltaron por el vacío a través de FTL. Al recibirlos, Kircheis extendió sus filas, intentando desplegar otra línea de defensa en la retaguardia del regimiento de Wittenfeld.
Yang, que había estado esperando su oportunidad de retirarse, se dio cuenta de este movimiento de las fuerzas imperiales y por un instante sintió que su sangre había dejado de fluir. ¡Su salida se estaba cerrando! ¿Había llegado demasiado tarde? ¿Debería haber escapado antes?
Sin embargo, la suerte estaba del lado de Yang en esto.
Al ver el repentino movimiento del regimiento de Kircheis, los acorazados de la alianza que se encontraban en el camino de ese avance fueron capturados con pánico, y sin prestar atención al hecho de que estaban cerca de grandes masas, realizaron un salto warp.
Esto no fue necesariamente un hecho inusual. Las naves estelares que sabían que era imposible huir a veces elegían el miedo a lo desconocido por encima de una muerte segura y huían al subespacio con cursos imposibles de computar. Cuando la huida era imposible, la rendición también era una opción, y la señal para indicar tal intención también era conocida por ambas partes. Pero a veces la gente sumida en un frenesí de terror no pensaba en eso. Nadie sabía qué tipo de destino les esperaba a los que huían al subespacio. Era como el mundo de los muertos; no había consenso.
Sin embargo, eligieron su destino con sus propias manos, y para los demás, esto significó una grave desgracia. Los operadores de todos los regimientos de la flota imperial gritaron advertencias a todo pulmón al detectar que las naves que se encontraban por delante de la formación estaban desapareciendo, acompañadas de la erupción de violentas perturbaciones en el espacio-tiempo. Esos gritos se superponían a las órdenes gritadas de maniobras evasivas. La mitad delantera de la flota quedó atrapada en esas ondulaciones caóticas, y varias naves chocaron en medio de la confusión.
Por esta razón, Kircheis tuvo que dedicar tiempo a reorganizar su flota, lo que significó que se le dieron valiosos minutos a Yang.
Wittenfeld, deseoso de recuperar su honor, lideraba a un número numéricamente inferior de subordinados en valerosa batalla. Sin embargo, cada movimiento que hacía era en respuesta a un enemigo que aparecía frente a él, no con la vista puesta en la marea de la batalla en su conjunto.
Si hubiera estado prestando atención a los movimientos de Kirchei, podría haber sido capaz de adivinar lo que Yang estaba planeaba, incluso con las comunicaciones con Reinhard cortadas, y así cortar efectivamente el camino de retirada de Yang. Sin embargo, al carecer de una conexión orgánica con sus aliados, su fuerza era simplemente una unidad numéricamente más pequeña y nada más.
Ese fue el estado del regimiento de Wittenfeld cuando Yang de repente golpeó con toda la fuerza que le quedaba.
En su afán por compensar su error anterior, Wittenfeld estaba lleno de espíritu de lucha, y también era un hábil comandante. Pero en ese momento, también sufría de una falta crítica de la fuerza necesaria para aprovechar al máximo esas cualidades. Y tampoco tenía tiempo.
En el espacio de un instante, las naves que se encontraban a pocas filas del buque insignia de Wittenfeld habían sido atravesadas y destruidas. Aún así, el comandante seguía pidiendo a gritos un contraataque, y si los oficiales de Estado Mayor como el Capitán Eugen no lo hubieran detenido, sus fuerzas probablemente habrían enfrentado una aniquilación literal.
Yang llevó a la decimotercera flota de las Fuerzas Armadas de la Alianza fuera del campo de batalla a lo largo de la ruta de escape que había asegurado. Tanto Reinhard como Wittenfeld miraban mientras ese río de luces fluía hacia la distancia, todavía en orden: Wittenfeld desde cerca en un silencio aturdido, Reinhard desde lejos, temblando de rabia y decepción.
En el espacio entre ellos estaban Mittermeier, Reuentahl y Kircheis, el último de los cuales había tenido que renunciar a bloquear su retirada. Esos tres jóvenes y capaces almirantes abrieron canales de comunicación y comenzaron a hablar entre sí.
«Las fuerzas rebeldes tienen un buen comandante.»
Mittermeier lo alabó con un tono de voz directo, y Reuentahl estuvo de acuerdo.
«Sí, estoy deseando volver a verle.»
Reuentahl era un hombre muy guapo. Su pelo castaño oscuro era casi negro, pero lo que sorprendía a la gente cuando lo conocía por primera vez era el hecho de que sus ojos eran de diferentes colores. Su ojo derecho era negro y su ojo izquierdo azul. Se trataba de una condición fisiológica llamada heterocromía.
Nadie dijo: «Vamos tras ellos».
Todos sabían que la última oportunidad se había perdido y tenían el sentido común suficiente para no perseguirlos demasiado. La sed de batalla por sí sola no podía mantenerlos vivos, ni tampoco podía mantener vivos a sus subordinados.
«Las fuerzas rebeldes han sido expulsadas del territorio imperial, y probablemente huirán a Iserlohn. Eso es suficiente victoria por el momento. No van a tener ganas de lanzar otra invasión durante un buen rato y probablemente hayan perdido la fuerza para hacerlo».
Esta vez fue Mittermeier quien asintió con la cabeza ante las palabras de Reuentahl.
Kircheis seguía con los ojos las luces que desaparecían. ¿Qué pensaría Reinhard? Se preguntó. Al igual que en la batalla de Astarté, su victoria perfecta fue arrojada al suelo en la última etapa. No va a estar de un humor tan magnánimo como la última vez, ¿verdad?
«Mensaje del Comando Supremo» dijo el oficial de comunicaciones. «Regresen mientras se encargan de los rezagados. ”
II
“Caballeros, todos han realizado un trabajo soberbio”En el puente de la nave insignia Brünhilde, Reinhard expresó su agradecimiento a sus almirantes, que estaban de regreso.
Estrechó las manos de Reuentahl, Mittermeier, Kempf, Mecklinger, Wahlen y Lutz, alabando sus heroicas hazañas y prometiendoles ascensos. En el caso de Kircheis, simplemente le tocó el hombro izquierdo sin decir nada, pero entre ellos dos, eso era suficiente.
Fue entonces cuando Oberstein le informó acerca del regreso de Wittenfeld a la nave insignia, que la sombra de la incomodidad afectó a la grácil templanza del joven mariscal imperial.
El regimiento de Fritz Josef Wittenfeld, si podía todavía ser llamado así- apenas había regresado con las cabezas gachas. Ningún otro en la marina imperial había perdido más subordinados y naves en esa batalla que él. Sus colegas Reuental y Mittermeier habían estado en las zonas donde el combate había sido más denso, así que por su parte era imposible delegar la culpa en otros por sus grandes pérdidas.
La alegría de la victoria se convirtió en un silencio incómodo. Con la cara pálida, Wittenfeld se acercó a su oficial superior y, como si se estuviera preparando para lo peor, bajó la cabeza.
«Aquí es donde quiero decir que la batalla está ganada, y tú también luchaste heroicamente, pero ni siquiera puedo hacerlo.»
La voz de Reinhard sonó como el chasquido de un látigo. Valientes almirantes que no moverían siquiera una ceja frente a una enorme flota enemiga se agarraron inconscientemente el cuello, tras sentir un escalofrío.
«Comprende esto: impaciente por la gloria, te adelantas en un momento en que no debías haber avanzado. Ese paso en falso podría haber desequilibrado toda nuestra línea de batalla, y nuestra flota podría haber sido derrotada antes de que llegase la otra fuerza. Además, ha hecho un daño innecesario a los militares de Su Majestad Imperial. ¿Tienes alguna objeción a lo que acabo de decir?»
«Ninguna, excelencia»
Su respuesta fue de tono bajo y desprovisto de espíritu. Reinhard respiró una vez y luego continuó.
«Un clan de guerreros se mantiene recompensando a los buenos y castigando a los que fracasan. Cuando volvamos a Odín, te haré responsable. Pondré a su regimiento bajo el mando del Almirante Kircheis. Usted mismo está confinado a sus aposentos.»
Todo el mundo debe haber estado pensando, Eso fue duro. Un movimiento sin palabras se levantó como una nube, hasta que Reinhard la cortó con la palabra «¡Retírese!”, y comenzó a encaminarse a sus dependencias, a grandes zancadas.
Los colegas del desafortunado Wittenfeld se reunieron a su alrededor y comenzaron a decir palabras de aliento. Kircheis los miró y luego siguió a Reinhard. Mientras lo hacía, fue observado cuidadosamente por Oberstein.
Es un hombre capaz, se dijo en silencio el jefe de personal, pero será problemático si su relación con el conde Lohengramm llega a ser vista como una relación de privilegio excesivo. Un conquistador no debe estar atado por sentimientos personales.
En un pasillo vacío que sólo conducía a las habitaciones privadas del comandante supremo, Kircheis alcanzó a Reinhard y lo llamó.
«Excelencia, por favor, reconsidérelo.»
Reinhard se giró con una energía feroz. Un fuego ardía en sus ojos azules como el hielo. La ira que había estado reteniendo frente a otros, ahora iba a estallar.
«¿Por qué quieres detenerme? Wittenfeld no cumplió con sus propias responsabilidades. No tiene sentido defender su caso. Es natural que sea castigado».
«Excelencia, ¿está enfadado ahora mismo?»
«¿Y qué si lo estoy?»
«Lo que te estoy preguntando es: ¿qué es lo que te tiene tan enfadado?»
Incapaz de entender su significado, Reinhard miró hacia atrás a la cara de su amigo pelirrojo. Kircheis aceptó tranquilamente su mirada.
«Excelencia ….»
«Basta con el ‘Excelencia’,’ ya, ¿qué quieres decir? Dímelo claramente, Kircheis».
«En ese caso, Lord Reinhard, ¿es realmente por el fracaso de Wittenfeld por lo que está enfadado?»
«¿No es obvio?»
«No creo que lo sea, Lord Reinhard. Tu enfado está realmente dirigido hacia ti mismo. A usted, que ha asegurado la reputación del Almirante Yang. Wittenfeld solamente está atrapado en el fuego cruzado».
Reinhard empezó a decir algo pero luego se lo tragó. Un temblor nervioso corrió a través de sus puños cerrados. Kircheis lanzó un suspiro ligero y miró sin pensar al joven de cabello dorado, con los ojos llenos de amabilidad y consideración.
«¿Es realmente tan enloquecedor haber hecho del Almirante Yang un héroe?»
«¡Por supuesto que lo es!» Gritó Reinhard, aplaudiendo con las dos manos juntas. «Me las arreglé para soportarlo en Astarté. ¡Pero ya son dos veces seguidas y ya he tenido suficiente! ¿Por qué siempre aparece justo cuando estoy al borde de la victoria total y completa, para interponerse en mi camino?»
«Probablemente el también tenga sus quejas. Como: «¿Por qué no puedo enfrentarme al conde Lohengramm al comienzo de la batalla?».
Sobre esto, Reinhard no dijo nada.
«Lord Reinhard, por favor entienda que el camino no es nivelado y suave. ¿No es obvio que habrá dificultades a lo largo del camino para subir a los asientos más altos? El Almirante Yang no es el único obstáculo en su camino de conquista. ¿Realmente crees que por ti mismo puedes encargarte de todos?»
Para eso Reinhard no tenía respuesta.
«No puedes ganarte el corazón de los demás ignorando sus muchos logros por un solo error. Con el Almirante Yang delante de ti y los nobles a tus espaldas, ya tienes dos poderosos enemigos. Además de eso, estás haciendo enemigos incluso dentro de tus propias filas ahora.»
Durante un instante, Reinhard no hizo el más mínimo movimiento, pero al fin, con un profundo suspiro, la fuerza se fue de su cuerpo.
«Está bien», dijo. «Estaba equivocado. No castigaré a Wittenfeld».
Kircheis inclinó la cabeza. No fue sólo por el propio Wittenfeld que se sintió tan aliviado. También le alegró saber con seguridad que Reinhard tenía la amplitud de mente para aceptar palabras francas de reproche.
«¿Podrías decírselo a él de mi parte?»
«No, eso no servirá.»
Ante la pronta negativa de Kircheis, Reinhard reconoció lo que quería decir y asintió con la cabeza.
«Eso es cierto. No tendrá sentido si no se lo digo yo mismo».
Si Kircheis comunicara la intención de Reinhard de perdonar, Wittenfeld -que había sido reprendido por Reinhard- probablemente seguiría guardándole rencor, mientras sentía gratitud hacia Kircheis. La psicología humana era así. Por esa razón, la indulgencia de Reinhard no habría tenido sentido en última instancia, razón por la cual Kircheis se había negado.
Reinhard comenzó a girar sobre sus talones, pero luego se detuvo y habló una vez más con su amigo y ayudante de confianza.
«¿Kircheis?”
«¿Sí, Lord Reinhard?»
«… ¿Crees que puedo tomar este universo y hacerlo mío?»
Siegfried Kircheis miró directamente a los ojos azules como el hielo de su querido amigo.
«¿A quién sino a Lord Reinhard se le podría conceder tal deseo?
Las fuerzas de la Alianza de Planetas Libres se habían formado en filas de remanentes amedrentados y se habían puesto en camino hacia Iserlohn.
Los muertos y los desaparecidos se estimaban en aproximadamente veinte millones. Los números de sus computadoras estremecieron los corazones de los sobrevivientes.
En medio de la lucha a vida o muerte, sólo la Decimotercera Flota había preservado viva a la mayoría de su tripulación.
Yang, el mago, había obrado un milagro incluso aquí, y una luz similar a la fe religiosa brillaba en los ojos de sus subordinados mientras miraban al joven almirante de pelo negro.
El objeto de esa confianza absoluta estaba en el puente del buque insignia Hyperion. Ambas piernas estaban mal apoyadas sobre su consola de mando, los dedos entrelazados de ambas manos descansaban sobre su estómago, y sus ojos estaban cerrados. Bajo su piel joven, se se había estancado una pesada sombra de cansancio.
«Excelencia .…»
Se abrió los ojos y vio a su ayudante, la subteniente Frederica Greenhill, un poco indecisa.
Yang puso una mano sobre su boina negra del uniforme.
«Discúlpeme, actuando así delante de una dama.»
«Está bien. Pensé que podría traerte un poco de café o algo. ¿Qué te gustaría?»
«Un té estaría bien.»
«Sí, señor.»
«Con mucho brandy, si es posible.»
«Sí, señor.»
Frederica estaba a punto de empezar a alejarse cuando Yang la llamó inesperadamente .
«Subteniente… he estudiado un poco de historia. Así es como aprendí esto: En la sociedad humana, hay dos escuelas principales de pensamiento. Una dice que hay cosas que son más valiosas que la vida, y el otro dice que nada es más importante. Cuando la gente va a la guerra, usa la primera como excusa, y cuando deja de pelear, da la segunda como razón. Eso ha estado sucediendo por incontables siglos… por incontables milenios…»
Frederica, sin saber cómo responder, no respondió.
«¿Crees que tenemos incontables milenios de eso por delante?»
«Excelencia .…»
«No, no importa la raza humana en su conjunto. ¿Hay algo que pueda hacer para que toda la sangre que he derramado valga la pena?»
Frederica se quedó ahí parada, incapaz de responder. De repente, Yang parecía ligeramente desconcertado, como si hubiera notado su incomodidad.
«Lo siento, fue una cosa rara de decir. No lo pienses más».
«No, está bien. Iré a hacer té con un poco de brandy, ¿no?»
«Con mucho».
«Sí, señor, con mucho».
Yang se preguntaba si Frederica le dejaba tomar brandy como recompensa, aunque no la miraba cuando ella se iba. Volvió a cerrar los ojos y se murmuró para sí mismo:
«¿Podría el Conde Lohengramm aspirar a convertirse en un segundo Rudolf…?»
Por supuesto, nadie respondió.
Cuando Frederica regresó llevando una bandeja con el té, Yang Wen-li estaba profundamente dormido en esa misma posición, con su boina apoyada en la parte superior de su cara.
Capitulo 10. Un nuevo prólogo
I
La serie de batallas que habían llegado a conocerse como la Batalla de Amritzer -basada en el nombre de la región estelar en que tuvo lugar el encuentro final- había concluido con una derrota total de los militares de la Alianza de Planetas Libres. La fuerza expedicionaria de la alianza abandonó por completo los más de doscientos sistemas estelares fronterizos que, gracias a la retirada estratégica del Imperio Galáctico, habían ocupado temporalmente, y apenas lograron asegurar su primer premio del conflicto: la Fortaleza Iserlohn.
La alianza había movilizado una fuerza de más de treinta millones de personas, pero los supervivientes que regresaron a sus hogares vía Iserlohn eran menos de diez millones, y el porcentaje de los que no regresaron fue de un desastroso 70 por ciento.
Esta derrota naturalmente proyectó una inmensa sombra sobre cada faceta de la política, economía, sociedad y el ejército de la alianza. Las autoridades financieras se volvieron pálidas al calcular los gastos hasta el momento y los gastos por venir -incluidos los pagos de sumas globales a las familias en duelo, así como las pensiones. Las pérdidas sufridas en Astarté no habían sido nada comparadas con esto.
Una lluvia de críticas y censuras contra el gobierno y los militares de familias afligidas y la facción antibélica por haber lanzado una campaña tan temeraria. La ira de los ciudadanos que habían perdido a padres e hijos a causa de una estrategia electoral trivial y el ansia histérica de ascenso de un oficial de Estado Mayor hizo caer al gobierno y a los militares al suelo.
Entre la facción proguerra, incluso ahora había apologistas que defendían la invasión, diciendo: «Hablas del gran costo en vidas y tesoros, pero hay cosas dignas de mayor consideración que éstas. No debemos caer en ideologías cansadas de la guerra basadas en la emoción».
Sin embargo, no podían hacer nada más que callarse mientras las respuestas los arrinconaban:
«¡No importa el dinero! ¿De qué están hablando exactamente que valga más que las vidas humanas? ¿Proteger a los que están en el poder? ¿Ambición militar? Entonces, ¿estás diciendo que mientras veinte millones de soldados derramaban su sangre por nada -mientras que un numero mucho mayor a ese derramaba lágrimas por ellos en su país de origen-, la vida humana no era algo que mereciera respeto?
La facción a favor de la guerra no pudo responder, porque aparte de un número muy pequeño de personas sin conciencia, todos se sintieron de alguna manera avergonzados por el simple hecho de que vivían en condiciones de seguridad.
Los miembros del alto consejo de la alianza presentaron sus dimisiones en masa. La popularidad de la facción proguerra se desplomó, lo que significaba que la facción pacifista ganó popularidad en la misma medida. Los tres consejeros que votaron en contra de la invasión fueron alabados por su visión, y el el Consejero Trünicht fue nombrado jefe interino de la administración, ocupando ese cargo hasta las elecciones del año siguiente.
En el estudio en su casa, Trünicht levantó una copa para celebrar su propia previsión. No tendría que esperar mucho más antes de que la palabra «interino» desapareciera del título.
En el ejército, el mariscal Stolet, director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, y el mariscal Lobos, comandante en jefe de la armada espacial, renunciaron a la vez. Había un rumor que decía que Lobos, a través de sus propios fracasos, había arruinado a su rival Stolet.
El Vicealmirante Uranff y el Vicealmirante Borodin, los dos comandantes de flota que habían muerto valientemente en el campo de batalla, recibieron promociones dobles especiales y se les otorgó póstumamente el rango de mariscal. En el ejército de la alianza, no había rango de Alto almirante, y mariscal era el siguiente en la jerarquía por encima del almirante completo.
El Almirante Greenhill fue trasladado a la secretaría general del Comité de Defensa, donde, como director de investigaciones de campo, fue expulsado de la primera línea del esfuerzo por contrarrestar las actividades militares del imperio.
El Contraalmirante Cazellnu también fue transferido y partió de la capital de Heinessen para convertirse en comandante de la Base de Abastecimiento 14, ubicada dentro del territorio de la alianza. Alguien tenía que asumir la responsabilidad por el fracaso del esfuerzo de suministro en la batalla de Amritzer. Dejando a su familia en la capital, partió hacia una tierra fronteriza a quinientos años luz de distancia. Su esposa tomó a sus dos hijas pequeñas y se mudó de nuevo con sus padres.
Después de recuperarse, se le ordenó al Contraalmirante Fork que se uniera a la reserva, y allí parecía que su ambición había llegado a su fin. Todo ello provocó una alarmante escasez de recursos humanos en la dirección de las Fuerzas Armadas de la Alianza. ¿Quién podía llenar esos asientos?
Asumiendo el puesto de director en el Cuartel General Conjunto -y siendo ascendido en el proceso de de vicealmirante a almirante- fue Cubresly, quien había servido hasta ese momento como comandante de la Primera Flota.
Como no había participado en las batallas de Astarté o Amritsar, no era responsable de las derrotas.
Había construido un sólido registro de resultados en la provisión de seguridad para la capital y la defensa del orden público a nivel nacional, así como en su papel tradicional de reprimir las organizaciones de piratería espacial y mantener la seguridad de las rutas de navegación. Se había graduado con excelentes calificaciones en la Academia de Oficiales, donde se le consideraba como un hecho que un día llegaría a la cima más alta de las fuerzas armadas. Esa predicción se había hecho realidad a una velocidad con la que el hombre nunca había soñado.
Reemplazando a Cubresly como comandante de la Primera Flota estaba la Vicealmirante Paetta, que se había estado recuperando de sus heridas en la Batalla de Astarté.
Bucock fue instalado como comandante en jefe de la armada espacial y, naturalmente, ascendido a almirante en el proceso. Este experimentado almirante por fin había ocupaba un puesto digno de su experiencia, y su nombramiento fue muy elogiado tanto dentro como fuera de las fuerzas armadas. No importaba lo famoso que pudiera haber sido Bucock, había trabajado su camino desde que se enroló como un mero soldado raso, y sin que las circunstancias hubieran sido las que eran, probablemente nunca habría llegado a ser comandante en jefe de la armada espacial. En ese sentido, algo irónicamente positivo había salido de la desgracia de esa miserable derrota.
La forma en que Yang Wen-li iba a ser recompensado no se decidió de inmediato.
Había traído vivo a casa a más del 70 % del personal de la Decimotercera Flota, una tasa de supervivencia muy superior a la de cualquier otro regimiento de la fuerza expedicionaria. Nadie habría podido acusarle de haberse escondido en algún lugar seguro. La Decimotercera Flota había estado en medio de intensos combates todo el tiempo y había permanecido en el campo de batalla hasta el final, dándolo todo para que sus aliados pudiesen escapar.
Cubresly esperaba hacer de Yang su jefe de personal en el Cuartel General. Bucock le había dicho a Yang directamente y con certeza él prepararía la puesto de jefe de estado mayor de la armada espacial para él.
Por otro lado, la tripulación de los barcos de la Decimotercera Flota ya no podía imaginar tener ningún comandante más que Yang sobre ellos. Como dijo acertadamente Schenkopp: «Los soldados quieren un comandante que tenga habilidad y suerte. Para ellos, esa es la mejor manera de sobrevivir».
Mientras las cosas estaban todavía en el aire sobre su siguiente destino , Yang se tomó unas largas vacaciones y se marchó al planeta Mithra. Las cosas eran tales que si se quedaba en su residencia oficial en Heinessen, no podría poner un pie fuera de su puerta sin ser atestado por civiles y periodistas que querían conocer al héroe invicto, y con su visiofono sonando constantemente también, era imposible tener algo de descanso.
Su transmisor de texto comenzó a escupir letras , que llegaban con segundos de diferencia. Una de ellas fue una breve nota del cuartel general del Cuerpo de Caballeros Patrióticos – «Extendemos nuestras alabanzas a un gran almirante de nuestra amada patria»- ante la cual, Yang se echó a reír a carcajadas, mientras que una proveniente de la madre de un soldado de la Decimotercera Flota que había sido asesinado en combate -«Tú también eres amigo y aliado de los asesinos», lo dejó profundamente desanimado. En realidad eran sólo seis de una docena y media de la otra. El honor y la gloria eran cosas que sólo se construían sobre los cadáveres apilados de soldados desconocidos….
Julian había propuesto la escapada de vacaciones porque sentía que tenía que hacer algo. Además de sentirse deprimido, Yang había aumentado drásticamente su consumo de alcohol. Yang no era del tipo que se emborrachaba y hacía cosas malas, como perturbar la paz o meterse en peleas, pero tampoco bebía por placer, y no había forma de que su nivel de consumo pudiera ser bueno para su salud.
Yang, tal vez con cierto grado de autoconciencia al respecto, aceptó mansamente la sugerencia de Julian. Yang pasó tres semanas rodeado de una exuberante y verde belleza natural, perdió su interés por el alcohol y regresó a la capital para encontrar su carta de nombramiento esperándole.
Comandante de la fortaleza Iserlohn/ Comandante de la flota patrullera de Iserlohn/ Miembro del consejo supremo de personal de las fuerzas armadas aliadas.
Ese era el nuevo estatus que Yang Wen-Li había recibido. También fue ascendido a Almirante. Había cierto numero de ejemplos pasados de gente que había alcanzado el Almirantazgo antes de los treinta, pero esta era la primera vez que alguien había sido ascendido por los tres rangos del almirantazgo en apenas un año.
Debido a que la flota patrullera de Iserlohn se había creado al combinar los remanentes de la décima y la decimotercera, el termino común para denominarla, “La flota de Yang”, fue hecho oficial.
Era justo decir que las fuerzas armadas de la alianza habían mostrado su mayor aprecio hacia el joven héroe nacional. Sin embargo, todo eso era todo lo contrario de lo que Yang realmente quería. Había esperado poder retirarse, en lugar de recibir ascensos, y optar a una vida pacífica como civil en lugar de alcanzar el honor como un guerrero. Y aún así, Yang partió a Iserlohn, donde pasó a tomar el mando de la línea de defensa frontal de la Alianza.
Naturalmente, esto puso fin a su vida en Heinessen, y la pregunta de que hacer con el joven Julian le dio a Yang muchos quebraderos de cabeza. El había pensado pedirle a la familia de la señora Cazellnu que se hicieran cargo de él, pero Julian nunca había tenido la menor intención de dejar el lado de Yang.
Desde el mismo comienzo, Julian había decidido acompañar a su guardián. Yang le vio prepararse, y pese a albergar algunas dudas, decidió llevarle con él en ultima instancia. Eventualmente, alguien sería asignado a Yang para cuidar de sus necesidades personales, y si ese era el caso, entonces dejar ese trabajo a Julian le parecía algo más cómodo. Aunque no quería causar que el chico caminara por el mismo camino que él, tampoco quería separarse de él. Julian se convirtió en un trabajador civil para el ejército, y se le dio un estatus equivalente al de un soldado de primera clase. También recibía un salario.
Naturalmente, sin embargo, no solamente Julian siguió a Yang hasta Iserlohn.
Su ayudante personal era Frederica Greenhill. El vicecomandante de la flota patrullera de Iserlohn era Fischer. Schenkopp era comandante de defensa de la fortaleza. Murai y Patrichev le acompañaban como oficiales de personal, así como Lao, que había ayudado a Yang en la batalla de Astarte. El capitán de la primera división de defensa espacial de la fortaleza era Poplin. Ademas, los oficiales de personal de la décima flota también fueron con el. La alineación de la flota de Yang poco a poco tomaba forma.
Ahora, si puedo hacer que Cazellnu se encargue del papeleo, Pensó Yang, decidiendo llamarle tan pronto como pudiera venir.
Lo que le inquietaba, sin embargo, eran los movimientos de la marina imperial. Aparte del Conde Reinhard von Lohengramm , habían otros almirantes- retoños de grandes casas nobles- que habían sido inspirados por sus logros militares. ¿No estarían planeando incursiones incluso ahora, buscando atacar en una oportunindad en la que la capacidad de contraataque de las fuerzas armadas aliadas se había debilitado?
Afortunadamente dicha inquietud nunca se manifestó, puesto que una situación apremiante se había alzado dentro del imperio galáctico, sin dejarle libertad para lanzar campañas distantes.
El Kaiser Friedrich IV había muerto de forma súbita.
II
Habiendo obtenido una victoria espectacular en Amritzer, Reinhard regresó a la capital imperial de Odin para encontrar su superficie prácticamente enterrada bajo bosques de banderas de duelo.
¡La Muerte del Kaiser!
La causa de dicha muerte, se decía que había sido un infarto de miocardio. No solo el cuerpo del Kaiser se había debilitado por los años de desenfreno y despreocupación de su propia salud; la linea de sangre de la familia Goldenbaum misma se había vuelto oscura y lodosa, y había muerto de forma súbita, como si estuviera intentando demostrar en que clase de débiles e inferiores formas de vida se había convertido su familia.
¿Friedrich esta muerto? Murmuró Reinhard en su corazón, con una expresión tan sorprendida como podría tener, mientras miraba fijamente a los almirantes reunidos bajo su mando. Infarto….¿Muerte natural? Desperdiciada en ese hombre. Si hubiera vivido otros cinco- no, dos años más-, entonces le hubiera mostrado una muerte digna de sus muchos pecados.
Dirigió su mirada hacia Kircheis y se encontró con que sus ojos albergaban sentimientos similares. No tan intensos como los de Reinhard, pero posiblemente mas profundos. El hombre que diez años atrás les había despojado de su amable y bella Annerose había muerto. Visto a través de la luz de los recuerdos, todos esos años que habían dejado atrás , brillaban con un brillo abrumador y parecían estar bailando salvajemente en torno a ellos…
“Excelencia” Dijo una voz increíblemente fría, que devolvió a Reinhard a la realidad. No era necesario confirmar que era Oberstein.
“Friedrich esta muerto y no hay sucesor claro”
Todos los almirantes, salvo Reinhard y Kircheis perdieron el aliento por un segundo, alarmados del descaro con el que había despojado al Kaiser de sus títulos.
“¿Por qué estáis tan alarmados?” Dijo el oficial de personal mientras les miraba, con esos ojos artificiales que emitían esa luz tan inorgánica. El único hombre al que profeso lealtad es el mariscal imperial Reinhard von Lohemgram. Aunque hubiera sido Kaiser, Friedrich no merecía títulos floridos de ninguna clase”
Tras su declaracion, Oberstein se giro para mirar a Reinhard.
“Excelencia, Friedrich ha muerto sin un sucesor. Claramente habrá una disputa sucesoria entre sus tres nietos. Lo que se decida a corto plazo será solo temporal. Podría pasar antes o después, pero no se decidirá sin sangre.”
“Tienes razón” Dijo Reinhard tras un momento.
El joven mariscal le asintió con la mirada de un fiero e inteligente maquinador.
“Y mi destino se determinara por aquel a que decida apoyar. Así que dime, entonces, ¿cual de esos hombres que acechan tras los tres nietos vendrán a extenderme su mano?”
“El Marques Lichtenlade probablemente. Los otros dos tienen fuerzas militares propias, mientras que el marques Lichtenlade no. Buscara el apoyo de su excelencia con total seriedad.”
“Ya veo.” Los atractivos rasgos de Reinhard parecían brillar cuando mostraba una diferente clase de sonrisa de aquella que reservaba a Kircheis. “En ese caso veamos a cuanto podemos alquilar nuestro apoyo”
Se esperaba que el poder y la influencia del conde Reinhard von Lohengramm no se vería afectado por la súbita muerte del Kaiser. Sin embargo, el resultado había sido el contrario debido a que Erwin Josef, el nieto de cinco años del Kaiser había sido reconocido como próximo Kaiser por la mano del ministro de estado Lichtenlade. El niño era un descendiente directo de Friedrich IV, así que no había nada particularmente inusual en la sucesión misma. Incluso así, era demasiado joven para reinar y sobre todo, no tenia respaldo de los poderosos nobles. Por esas razones se pensaba que estaba en desventaja.
En un caso como ese, no hubiera sido inusual que Elisabeth von Braunschweig, la hija de 16 años de el Duque y la duquesa Braunschweig, o Sabine von Littenheim, la hija de 14 años del marqués y la marquesa Littenheim, se convirtieran en emperatriz con el respaldo del poder y el dinero de sus padres. Había un numero de precedentes similar. Si fuera a pasar, el padre de una emperatriz demasiado joven, la ayudaría con toda seguridad como regente.
El duque Braunschweig y el Marqués Littenheim tenían confianza y ambición, y así la situación dio paso a unas maniobras extraoficiales pero muy enérgicas para hacer sus predicciones realidad.
En particular, apuntaban a poderosas familias aristocráticas con jóvenes hijos solteros, y los cortejaban con sus maquinaciones “si apoyas a mi hija en su ascenso al trono- les decían- considerare convertir a su hijo en consorte de la nueva Kaiserina.”
Si dichas promesas verbales tuvieran que ser estrictamente honradas, las dos nietas del Kaiser se hubieran visto forzadas a desposarse con muchas docenas de maridos. Incluso si las niñas ya tenían prometidos de su gusto, sus deseos indudablemente serían ignorados.
Sin embargo, era el Marques Lichtenlade quien administraba el sello imperial y la emisión de decretos imperiales, y no tenia intenciones de permitir que poderosos parientes maternos convirtieran el imperio en su propiedad privada.
Lichtenlade estaba preocupado de la dirección a la que se encaminaba el imperio y por encima de eso, le encantaba su propia posicion y poder. Decidió presentar a Erwin Josef como heredero del difunto heredero del Kaiser (ndt: o sea, que es hijo del príncipe Ludwig), pero el mero pensamiento del gran poder esgrimido por aquellos que se oponían a su plan le dejaban con una imperiosa necesidad de fortalecer su propia posición. Su perro guardián debía ser fuerte, y sobre todo fácil de manejar.
Tras pensar mucho en el asunto, el marques se decidió por un hombre, aunque era difícil de decir que el sujeto fuera fácil de manejar. De hecho, era un hombre bastante peligroso. Pero en términos de fuerza bruta no podía poner pegas.
Así fue como el Conde Reinhard von Lohemgramm fue ascendido al rango de marqués por Lichtenlade, quien a su vez se convirtió en Duque. Fue también así como ocupó el cargo de comandante en jefe de la armada espacial imperial. Cuando la ascensión de Erwin Josef al trono se anuncio al publico, los nobles- comenzando por el mismo duque Braunschweig- pasaron a decepcionarse, y más tarde a arder de furia.
Pero el eje de poder creado por un apretón de manos que, por razones mutuamente egoístas, había sido intercambiado entre el duque Lichtenlade y el marqués Lohengramm resultó ser sorprendentemente firme. Esto se debió a que el primero necesitaba la fuerza militar del segundo y su popularidad entre los plebeyos, el segundo deseaba la autoridad del primero en el gobierno nacional y su influencia en la corte, y ambos necesitaban utilizar al máximo la autoridad del nuevo Kaiser para cimentar sus respectivas posiciones y poder.
Cuando se celebró la ceremonia de coronación de Erwin Josef II, los dos representantes de sus vasallos jefe, juraron respetuosamente su lealtad al niño Kaiser, que se encontraba sentado en el regazo de su niñera. En representación de las autoridades civiles estaba el duque Lichtenlade, que asumió el cargo de regente, mientras que el representante de las autoridades militares era Reinhard. Aunque les dolía hacerlo, los aristócratas, burócratas y oficiales militares reunidos no tuvieron más remedio que reconocerlos como los dos pilares gemelos de este nuevo orden.
Los nobles de alta alcurnia que habían sido excluidos del nuevo orden estaban literalmente rechinando los dientes. El duque de Braunschweig y el marqués de Littenheim estaban unidos por el odio que compartían hacia él.
El duque Lichtenlade, pensaron, era un anciano agotado que debería haber terminado su papel en los asuntos nacionales y salir del escenario con la muerte del káiser Friedrich IV. Por otro lado, ¿quién era el marqués Lohengramm? Puede que tenga un brillante historial de servicio, pero ¿qué era en realidad sino un cachorro advenedizo de una pobre familia, cuya nobleza era sólo de nombre, que había usado el favor del Káiser hacia su hermana para llegar a la prominencia? ¿Deberíamos quedarnos quietos y dejar que gente como esa monopolice nuestro gobierno nacional? Los nobles de alta alcurnia convirtieron su indignación privada en indignación pública y anhelaban el derrocamiento de este nuevo orden.
Mientras compartieran enemigos comunes tan poderosos, el eje Lichtenlade-Lohengramm probablemente permanecería firme como una fortaleza de acero y fuerte como un muro de hierro. Simplemente no había otra opción.
Reinhard, convertido en Marqués Lohengramm, inmediatamente ascendió a Siegfried Kircheis al rango de alto almirante y lo nombró vice comandante de la Armada Espacial Imperial.
El duque Lichtenlade también apoyó activamente este nombramiento, sin haber renunciado a la idea de hacer sentir a Kircheis en deuda con él.
El que tenía dudas sobre esto era Oberstein. Había sido ascendido a vicealmirante y ahora se desempeñaba como jefe de personal de la Armada Espacial Imperial y como secretario jefe del almirantazgo Lohengramm y un día se reunió con Reinhard para darle un consejo sincero.
«Es perfecto tener un amigo de la infancia, y también tener un segundo al mando capaz. Pero tener a ambos en la misma persona es peligroso. En primer lugar, no había necesidad de nombrarlo vice comandante en jefe. ¿No cree que debería tratar al Almirante Kircheis igual que a los demás?»
«Conozca su lugar, Oberstein, ya he tomado una decisión.»
El joven comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial silenció al oficial de Estado Mayor de ojos artificiales con este único comentario desagradable. Fue la astuta maquinación de Oberstein lo que Reinhard estaba pagando; no consideraba al hombre con el pelo cubierto de plata como un amigo con el que pudiera compartir su corazón. No le ponía de buen humor escuchar palabras ligeramente calumniosas contra el que era su otro yo.
Después de la muerte del Káiser, Annerose, la condesa Grünewald, se había retirado de la corte y se había mudado a una mansión en Schwarzen que Reinhard había preparado para que ellos compartieran. Cuando le dio la bienvenida a su hermana, Reinhard había hablado como un niño muy ansioso.
«No volverás a pasarlo mal, así que por favor, sé feliz, siempre.»
Viniendo de Reinhard, esta era una línea poco imaginativa, pero estaba llena de emoción sincera.
Sin embargo, Reinhard tenía otra cara -la cara de un intrigante ambicioso y sin corazón- que no quería que Annerose viera.
Conocía la alianza que se había formado secretamente entre el duque de Braunschweig y el marqués de Littenheim, y en su corazón la acogió con satisfacción.
Deja que explote. Haré que los ejecuten como rebeldes contra el nuevo Káiser y de un solo golpe le arrebataré a la alta nobleza de su fuerza e influencia.
Si pudiera destruir a los dos yernos de renombre de Friedrich IV, el resto de ellos no podrían hacer nada más que rendirse ante la ambición de Reinhard. Todas sus señorías se inclinarían ante el suelo y le jurarían obediencia. Y cuando eso ocurriera, naturalmente podría romper su alianza con el Duque Lichtenlade. Viejo zorro astuto, al menos por ahora, celebra haber llegado tan alto como puedas.
De la misma manera, el duque Lichtenlade no estaba pensando en hacer permanente su relación con Reinhard, aunque, al igual que Reinhard, contaba con que los planes del duque Braunschweig y el marqués Littenheim eventualmente colapsarían . Usando el poder militar de Reinhard, los aplastaría. Y una vez hecho ese trabajo, ya no le serviría para nada un individuo peligroso como Reinhard.
Por orden de Reinhard, Seigfried Kircheis avanzaba con los preparativos militares contra lo que se esperaba que fuera un levantamiento armado de una federación de nobles de alta alcurnia, con el duque Braunschweig y el marqués Littenheim a la cabeza.
Kircheis era consciente de la mirada fría y seca de Oberstein en su espalda, pero como no parecía haber grietas en su relación con Reinhard o Annerose, no tenía nada de qué avergonzarse y decidió no tomar más precauciones de las necesarias.
Kircheis estaba trabajando duro en el desempeño de sus deberes, mientras que al mismo tiempo disfrutaba de oportunidades para reunirse con Annerose que habían aumentado más allá de lo que lo habían hecho en años anteriores. Esto hizo que el paso de los días fuera satisfactorios y dichosos.
Si tan sólo esos días pudieran durar para siempre….
III
Por el tiempo en que ambas partes: imperio y alianza finalmente habían formado nuevas estructuras de poder y así, comenzado a subir jadeando, la escalera hacia el futuro, el terrateniente Rubinsky se sentó en una habitación interior de su residencia privada en el Dominio de Phezzan y decidió hacer una llamada.
La habitación no tenía ventanas, y estaba sellada herméticamente tras de paredes de plomo grueso. La habitación misma estaba polarizada.
Pulsó un interruptor rosa en su consola y se activó un dispositivo de comunicaciones. Era difícil elegir el dispositivo a simple vista, la razón es que la habitación en sí era el dispositivo de comunicaciones, creado para unir varios miles de años luz de espacio interestelar, cambiando las ondas cerebrales de Rubinsky en las longitudes de onda distintivas de las transmisiones superlumínicas, y enviándolas a su destino.
«Soy yo. Por favor, responda.»
Sus pensamientos asumirían la estructura de un lenguaje definido durante estas transmisiones periódicas de alto secreto.
«¿Quién es “yo”?”
La respuesta que le llegó desde más allá de los confines del espacio no podría haber sido más arrogante.
«El Terrateniente de Phezzan, Rubinsky. ¿Cómo está Su Santidad, Gran Obispo? ¿Está de buen humor?»
Rubinsky habló con una humildad difícil de creer.
«No tengo ninguna razón para estar de buen humor… no cuando mi amada Tierra aún no ha reclamado su legítima posición. Hasta el día en que la Tierra sea adorada por toda la humanidad, como en nuestro pasado lejano, mi corazón no estará libre de desazón.”
Rubinsky podía sentir en sus pensamientos el suspiro de un gran suspiro que utilizaba toda la caja torácica del obispo.
La Tierra.
La forma de un planeta flotando en el vacío a tres mil años luz de distancia se elevó en la parte posterior de la mente de Rubinsky para convertirse en una imagen nítida y vívida.
Un planeta atrasado, abandonado después de haber sido sometido al saqueo y destrucción. Decrépito y devastado, agotado y pobre. Con ruinas que salpicaban sus desiertos, montañas rocosas y bosques dispersos. Un pequeño número de personas apenas se ganan la vida, se aferrándose a un suelo contaminado que ha perdido para siempre su fertilidad. Escorias de gloria, y rencores precipitados. Un mundo tan impotente que hasta Rudolf lo había dejado en paz. El tercer planeta desde su sol, que no tenía futuro y nada más que pasado.…
Sin embargo, este mundo olvidado era el gobernante secreto de Phezzan. Porque era de la supuestamente empobrecida tierra de donde procedía el capital de Leopold Laap.
«Durante un largo intervalo de ochocientos años, la Tierra ha sido despreciada injustamente, pero el día del final de su humillación está cerca. Es la Tierra que es la cuna de la humanidad y el centro desde el cual todo el universo es gobernado, y en algún momento durante los próximos dos o tres años, el día finalmente llegará para que aquellos ingratos que abandonaron a nuestra madre tierra, la conozcan».
«¿Será tan pronto?»
«¿Dudas de mí, Terrateniente de Phezzan?»
Sus ondas cerebrales tocaban la melodía de una risa baja y sombría. La risa del gobernante religioso y político de la Tierra, conocido como el Gran Obispo, aterrorizó a Rubinsky e hizo que todos los pelos de su cuerpo se le pusieran de punta.
«El flujo de la historia es algo que se acelera. Particularmente en lo que respecta a los respectivos campos del Imperio Galáctico y la Alianza de Planetas Libres, las convergencias de sus autoridades políticas y poderes militares están avanzando. A eso, añadiremos un nuevo movimiento de masas entre el pueblo. El movimiento espiritual para regresar a la Tierra que ha estado al acecho sin ser visto en ambas potencias pronto aparecerá en las calles. El trabajo de organizarlos y recaudar capital se te ha dejado a ti, Phezzaní, y no debe haber errores».
«Por supuesto.»
«Fue para este propósito que nuestro gran maestro seleccionó el planeta Phezzan, envió allí a gente leal a la Tierra, y les encomendó la tarea de acumular riquezas. A través de la fuerza de las armas, no nos podemos oponer ni al imperio ni a la alianza. Es sólo a través del poder económico alcanzado a través del uso cuidadoso de su posición especial, que Phezzan domina la esfera secular, mientras que es a través de la fe que nuestra Tierra gobierna lo espiritual…. La galaxia será recapturada para la Tierra sin que se dispare un solo tiro. Es un gran proyecto que ha tardado siglos en realizarse. Y ahora, en nuestra generación, la sabiduría de nuestro maestro dará fruto…»
En ese momento, la polaridad de sus pensamientos se invirtió, y gritó con fuerza:
«¡Rubinsky!»
«Uh… sí?»
«Nunca me traiciones.»
Si hubiera estado presente una sola persona que hubiera conocido al terrateniente de Phezzan, sus ojos se habrían abierto de par en par al darse cuenta de que incluso este hombre podía estallar en un sudor frío.
«Eso es algo que nunca soñé que te oiría decir.»
«Sólo te estaba advirtiendo para que no sucumbieras a la tentación. Seguramente eres suficientemente consciente de la razón por la que el ilustre Manfred II, así como su propio predecesor como terrateniente, tuvo que morir».
Manfred II había creído en el ideal de la coexistencia pacífica entre el imperio y la alianza, y había intentado ponerlo en práctica como política. El predecesor de Rubinsky, Walenkov, había odiado ser controlado desde la Tierra y había intentado actuar de forma independiente. Ambos habían intentado actos perjudiciales para la Tierra.
«Gracias al apoyo de Su Excelencia pude convertirme en terrateniente. No soy un ingrato.»
«Si ese es el caso, entonces todo está bien. Ese merito te protegerá.»
Un tiempo después, la transmisión llegó a su fin, y Rubinsky salió a la terraza de mármol, donde, parado, miró hacia el cielo nocturno salpicado de estrellas. Que no pudiera ver la Tierra fue una suerte. La sensación de alivio, como si hubiera regresado a la realidad desde otra dimensión, estaba ayudaba a restaurar gradualmente su habitual e indomable confianza.
Si Phezzan hubiera pertenecido sólo a Phezzan, bien podría haber sido él mismo el gobernante de facto de la galaxia. Desafortunadamente, sin embargo, la realidad era diferente. Para los monomaniacos que trataban de revertir ochocientos años de historia y hacer de la Tierra el centro de toda la humanidad una vez más, Adrián Rubinsky no era más que un sirviente.
Sin embargo, ¿sería eso cierto a perpetuidad? En ninguna parte del universo había una razón absoluta y justa por la que eso tuviera que ser así.
«Bueno, entonces, ¿quién va a ser el último que quede en pie? ¿El imperio? ¿La alianza? …la Tierra….?» Mientras Rubinsky hablaba consigo mismo, las comisuras de su boca se volvieron hacia arriba, como la boca de un zorro (que era su apodo)
«¿O seré yo…?»
IV
«No vamos a poder evitar una batalla decisiva contra los altos nobles. Es una batalla que probablemente dividirá al imperio».
Ante las palabras de Reinhard, Kircheis asintió. «Estoy discutiendolo con Mittermeier y Reuentahl», dijo, «y la planificación de las operaciones está avanzando muy bien. Pero sólo hay una cosa que me preocupa».
«¿Qué harán las fuerzas rebeldes?»
«Exactamente.»
¿Qué pasaría si, mientras las fuerzas internas del imperio se dividieran entre el eje Lichtenlade-Lohengramm y el campo Braunschweig-Littenheim, los militares de la alianza aprovecharan el estado de guerra civil y emprendieran una segunda incursión? Incluso Kircheis, que confiaba en la planificación y ejecución de su operación, se sentía incómodo al respecto.
El joven de cabello dorado le dio a su amigo pelirrojo una sonrisa despreocupada.
«No te preocupes, Kircheis. Tengo una idea. No importa cuánta habilidad pueda presumir tener Yang Wen-li como estratega, esta medida asegurará que no pueda dejar Iserlohn».
«Y tu estrategia es…»
«En resumen, es esto.»
Sus ojos azul hielo parpadearon con entusiasmo, Reinhard se lanzó a su explicación.
V
«Puedo sentir la tentación», murmuró Yang. Perdido en sus pensamientos, ni siquiera había tocado el té que le habían traído. Cuando Julián entró para llevarse su taza, miró a Yang con los ojos muy abiertos, pero algo en el aire le impidió preguntar qué le pasaba. No dijo nada.
Aunque la situación política del imperio parecía haber tenido un breve respiro debido al rápido establecimiento del eje Lichtenlade-Lohengramm, no había manera de que la configuración actual pasara a ser un período de estabilidad. El bando de Braunschweig-Littenheim se iba a levantar con una fuerza armada o, más precisamente, se iba a ver acorralado en un rincón desde el que tendría que alzarse. Una guerra civil iba a estallar y dividir el imperio.
Y cuando eso sucediera, Yang haría una lectura ingeniosa de la situación e intervendría; por ejemplo, supongamos que uniera fuerzas con la gente de Braunschweig para derrotar al marqués Lohengramm en un movimiento de tenaza y luego le devolviera el favor al bando de Braunschweig con un solo golpe para aniquilarlos. El Imperio Galáctico probablemente caería.
O tal vez podría darle sus planes a Braunschweig, dejarle hacer la mitad de la lucha contra Reinhard, y luego golpear a ambos cuando ambos bandos habían alcanzado los límites del agotamiento, lo que probablemente podría hacer él mismo. Por su parte, Yang estaba bastante disgustado de que se enorgulleciera tanto de ser un táctico. Cuando murmuró, «Puedo sentir la tentación», eso era de lo que había estado hablando.
Si fuera un dictador, eso es lo que haría. Pero, ¿qué era él sino un soldado de una nación democrática? Había, por supuesto, restricciones sobre lo que podía hacer. Exceder esas restricciones sólo lo convertiría en el sucesor de Rudolf…
Cuando Julián se llevó la taza de té frío, preparó una nueva tetera y la puso sobre el escritorio de Yang, Yang se dio cuenta por fin.
«Oh, gracias», dijo.
«¿Tenías algo en mente?»
Cuando se le preguntó directamente, una mirada infantil de vergüenza apareció en la cara del almirante más joven de las Fuerzas Armadas de la Alianza.
«No es el tipo de cosas de las que puedo hablar con otras personas. Quiero decir, honestamente, si todo lo que la gente piensa es en ganar, no hay forma de saber cuán bajo pueden llegar».
Sin entender bien lo que Yang quería decir, Julian se quedó callado y esperó a que continuara.
«Por cierto,»dijo Yang,»entiendo que Schenkopp te ha estado enseñando a disparar¿Cómo va eso?»
«Por lo que dice el contralmirante, aparentemente soy un talento natural. ”
«Oh, eso está bien.»
«Pero, Comandante, usted nunca practica la puntería. ¿Está eso bien de verdad?»
Yang se rió. «Parece que no tengo talento para ello. No te preocupa hacer un esfuerzo, así que en este momento podría ser el soldado en activo con peor puntería».
«Bueno, en ese caso, ¿cómo te proteges a ti mismo?»
«Una pelea en la que un oficial al mando tiene que tomar un arma para defenderse ya está perdida. En lo único que pienso ahora es en cómo no terminar en esa situación».
«Ya veo. En ese caso, seré yo quien te defienda».
«Contaré con ello.» Sonriendo, Yang cogió la taza de té.
Mirando al joven comandante, Julián pensó: «Es quince años mayor que yo». En los próximos quince años, ¿puedo llegar a su nivel?
El niño tenía la sensación de que era una distancia demasiado grande.
La galaxia volvió a girar una vez mas, llevando consigo pensamientos, creencias y esperanzas en números imposibles de cuantificar..
Era el año 796 del calendario estelar, y 487 del cómputo imperial, y ni el marqués Reinhard von Lohengramm ni Yang Wen-li habían previsto nada de lo que aún les esperaba.
Fin del volumen 1