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Heroes en la Galaxia, Vol.2: Ambición

Indice: Personajes 1 2 3 4 5 6 7 8 9

Personajes.Imperio Galáctico

Reinhard von Lohengramm Mariscal Imperial. Comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial. Marqués. Un genio que gana batallas regularmente.

Siegfried Kircheis El consejero de confianza de Reinhard. Almirante principal. Vice comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial.

Annerose von Grünewald La hermana mayor de Reinhard. Condesa Grünewald.

Paul von Oberstein Jefe de Estado Mayor de la Armada Espacial Imperial. Vicealmirante.

Wolfgang Mittermeier Comandante de flota. Almirante. Conocido como el «Lobo del vendaval».

Oscar von Reuentahl Comandante de la flota. Almirante. Tiene ojos heterocromáticos.

Karl Gustav Kempf Comandante de flota. Vicealmirante.

Fritz Josef Wittenfeld Comandante de la flota Schwarz Lanzenreiter. Vicealmirante.

Hildegard von Mariendorf Hija del Conde Franz von Mariendorf.

Klaus von Lichtenlade Primer Ministro. Duque

Gerlach Vice Primer Ministro. Vizconde.

Otto von Braunschweig Líder de las fuerzas aristocráticas confederadas. Duque.

Ansbach El leal subordinado de Braunschweig.

Wilhelm von Littenheim Marques.

Wilibald Joachim von Merkatz Almirante muy experimentado en el ejército imperial. Comandante de las fuerzas aristocráticas confederadas. Almirante principal.

Bernhard von Schneider El ayudante de Merkatz.

Adalbert von Fahrenheit . Almirante en las fuerzas aristocráticas confederadas.

Ovlesser Comisionado del Cuerpo de Granaderos Blindados. Almirante principal.

Erwin Josef II, 37º Káiser del Imperio Galáctico.

Rudolf von Goldenbaum Fundador de la Dinastía Goldenbaum del Imperio Galáctico.

Alianza de Planetas Libres

Yang Wen-li Comandante de la Fortaleza Iserlohn. Comandante de la flota de patrulla de Iserlohn. Almirante. Comandante genio invicto.

Julian Mintz, hijo adoptivo de Yang. Civil empleado por el ejército; tratado como un soldado interino.

Frederica Greenhill La ayudante de Yang. Teniente.

Alex Cazellnu Director administrativo de la Fortaleza de Iserlohn. Contraalmirante.

Walter von Schenkopp Comandante de las defensas de la fortaleza de Iserlohn. Comodoro.

Edwin Fischer Vice comandante de la flota de patrullas de Iserlohn. Maestro de operaciones de flota. Contraalmirante.

Murai. Jefe de personal de Yang. Contraalmirante.

Fyodor Patrichev, subjefe de personal. Comodoro.

Dusty Attenborough Comandante de una división de la Flota Yang. Compañero de Yang en la academia. Contraalmirante.

Olivier Poplan Capitán de la Primera División Espacial de la Fortaleza de Iserlohn. Teniente comandante.

Cubresly Director del Cuartel General Conjunto de Operaciones . Almirante.

Alexander Bucock Comandante en jefe de la Armada Espacial de la Alianza. Almirante.

Sidney Stolet Ex director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas. Mariscal

Dwight Greenhill Director de investigaciones de campo en el Comité de Defensa. Almirante. El padre de Frederica.

Jessica Edwards Representante en la Asamblea Nacional. Cabecilla del movimiento antibélico. Vieja amiga de Yang.

Job Trünicht Jefe de Estado. Presidente del Consejo Superior.

Arthur Lynch Desertor que abandonó a los civiles del Planeta El Fácil.

Andrew Fork Antiguo jefe del estado mayor de inteligencia de la fuerza expedicionaria en territorio imperial.

Bagdash Agente del Departamento de Inteligencia Militar .Comandante.

Dominio de Phezzan

Adrian Rubinsky El quinto terrateniente. Conocido como el «Zorro Negro de Phezzan».

Nicolas Boltec El ayudante de Rubinsky.

Boris Konev Comerciante independiente. Capitán del barco mercante Beryozka.

Marinesk Oficial administrativo a bordo del Beryozka.

El Gran Obispo gobernante a la sombra de Rubinsky.

*Los títulos y rangos corresponden al estado de cada personaje al final de amanecer o su primera aparición en Ambición

Capítulo 1: Antes de la tormenta

Cien mil millones de estrellas brillaban con cien mil millones de luces. Sin embargo, aquellas luces eran débiles, y la mayor parte de la extensión infinita del espacio estaba dominada por una oscuridad profunda, color obsidiana.

Una noche sin final. Un vacío infinito. Frío que desafiaba a la imaginación. El universo no rechazaba a la raza humana…sino que mas bien ignoraba por completo su existencia. El universo era vasto, pese a que a los humanos nunca les pareciera tener espacio suficiente. Esto era debido a que el término “espacio” solo albergaba un significado dentro de un rango que pudieran percibir y en el que pudieran actuar.

Asimismo, los humanos dividían ese universo de forma prosaica, en regiones habitables e inhabitables, en regiones navegables e innavegables. Y aquellos con más extraña fortuna de entre todos los humanos (los soldados profesionales) lo dividían en regiones controladas por el enemigo y controladas por aliados, regiones que debían ser atacadas o defendidas; o regiones donde la batalla era fácil de librar y donde era difícil. Ninguna de esas divisiones tenía nombres, originariamente. Para distinguir zonas reconocibles, los diminutos humanos hablaban de ellas usando símbolos de su propia invención.

Entre todas las regiones del espacio, había una conocida como Corredor Iserlohn. Un largo y estrecho túnel que permitía un paso seguro por una región innavegable del espacio galáctico. A través de su interior volaba una nave solitaria. A la luz de una estrella de clase G0 (Nota del traductor: en términos astronómicos, hablamos de una estrella parecida al sol en términos de tamaño y temperatura), la suavemente delineada luz de su casco habría brillado con un resplandor gris plateado y la inscripción de su nombre, Ulises, habría resaltado con total claridad.

Ulises. Esta nave, llamada así en honor al héroe de las leyendas antiguas, pertenecía a la flota de la alianza de planetas libres estacionada en Iserlohn.

Seis meses atrás, el Ulises había formado parte de la octava flota de la Alianza. Dicha flota había tomado parte en la batalla de la región estelar Amritzer, la mayor confrontación militar de toda la historia del hombre; en la que el 90% de sus naves y personal se habían perdido para siempre. Con esa derrota había venido la disolución de la flota misma. Sus escasos supervivientes habían sido reasignados a otras flotas o bases de la marina espacial de la alianza. El Ulises, héroe de muchas batallas, había enfrentado muchas situaciones arriesgadas y vivido para contarlo. La nave en su misma era un héroe, al igual que su tripulación. Todo sea dicho, el nombre de la nave en esos momentos no era tanto un objeto de respeto, sino más bien un objetivo al que dirigir burlas benignas.

En la batalla de Amritzer, los daños que la nave había sufrido, habían sido ligero. Todo lo que había resultado destruido era el sistema de tratamiento bacteriano que se aplicaba a las aguas residuales, pero aquello solo había dado lugar a que la tripulación tuviera que pelear con los tobillos sumergidos en aguas negras regurgitadas.

Por ello, Lo que aguardaba a la nave a la vuelta, era una descripción muy indeseable:

«el acorazado con los retretes rotos».
El teniente-comandante Nilson , el capitán de la nave y su primer oficial, el subteniente Eda, apestaban cuando llegaron a Iserlohn, y los que les saludaron al llegar diciendo «Buen trabajo» y cosas por el estilo, lo hicieron en un tono que no se ajustaba a sus palabras. Sin embargo, ante una derrota numéricamente miserable en la que se había perdido 70% de los treinta millones desplegados, tal vez la gente necesitaba a Ulises -ya sea como el comienzo de una conversación o como el final de una broma- para no desquiciarse mentalmente. Aunque eso podría ser un frío consuelo para la tripulación, incluso suponiendo que fuera cierto.

En la actualidad, Ulises estaba fuera de la Fortaleza Iserlohn en servicio de patrulla. Estas misiones de patrulla habían servido durante mucho tiempo como entrenamiento para la tripulación, pero más allá de esta región del espacio, repleta de estrellas variables, gigantes rojas y campos gravitatorios irregulares, esperaba un peligro humano aún más vasto. El territorio de la Alianza de los Planetas Libres se extendía sólo hasta la región que rodeaba a Iserlohn; más allá estaba la vasta extensión de la frontera del Imperio Galáctico. En el pasado, esta región había sido testigo en muchas ocasiones de combates a gran escala y, de vez en cuando, se descubrían fragmentos de naves espaciales destruidas hace siglos.


El Capitán Nilson se levantó del asiento de mando. Un operador había informado del avistamiento de una nave espacial no identificada. El sistema de detección de enemigos de Ulises, como los de las otras naves, consistía en un radar, sensores de detección masiva, dispositivos de medición de energía, enjambres de satélites de vigilancia avanzada, y más, y todos ellos estaban respondiendo. Lo que habían detectado no era una flota sino una sola nave.

«No hay ningún amigo en este sector ahora, ¿verdad?»

«No, señor. Por el momento, no hay ni una sola nave amiga en este sector».

«Entonces el proceso de eliminación nos dice que es un enemigo. ¡Todos, alerta nivel uno!»

Las alarmas sonaron, y los niveles de adrenalina de los 140 tripulantes comenzaron a dispararse. Voces se alzaban agitadas, desde cada departamento de la nave -Distancia treinta y tres segundos luz- … Cañones de rieles acondicionados en verde … Cañones de calor listos … Ajustes de fotoflujo en pantalla completados – y el capitán, con una voz sorprendentemente resonante, ordenó que se enviara una transmisión dando la señal mutuamente comprensible:

«Detenga su nave. Si no lo hace, atacaremos».

Fue cinco minutos más tarde que una respuesta volvió a la tensa tripulación. El oficial de comunicaciones que la recibió ladeó su cabeza con perplejidad mientras le entregaba su tableta al capitán. Allí estaba escrito lo siguiente:

No deseamos intercambiar golpes. Buscamos negociaciones y humildemente le rogamos que honre esta petición.

«¿Negociaciones?» El Capitán Nilson murmuró, como si buscara confirmación de sí mismo. El primer oficial Eda se cruzó de brazos.

«Ha pasado un tiempo desde la ultima vez, pero me pregunto si podríamos tener un visitante».

Con lo que quería decir «un desertor».

«En cualquier caso, el examen detallado viene después. No se retiren de las estaciones de batalla todavía. Dígales que paren los motores y conecten su pantalla de comunicaciones».

El capitán Nilson se quitó la boina del uniforme, toda negra excepto por la marca blanca de cinco puntas de la estrella, y la usó para abanicar su cara. Sería mejor si se pudiera evitar una matanza mutua. Después de todo, incluso si ganara, no sería sin pérdidas. Miró fijamente la nave enemiga que había flotado a la vista en una de sus pantallas. No era tan diferente en apariencia de Ulises, y el Capitán Nilson se preguntó: ¿La gente de ahí dentro también estará esperando como nosotros, con los nervios a flor de piel?

Iserlohn era un planeta artificial situado en la frontera entre los territorios del Imperio Galáctico y la Alianza de los Planetas Libres, girando alrededor de la estrella Artena. Situado en el centro del corredor de Iserlohn, era imposible lanzar una incursión militar en el territorio de ambos lados sin pasar primero por él. Construido por el imperio y robado por la alianza, este mundo artificial tenía sesenta kilómetros de diámetro. Si su interior fuera cortado en finas rebanadas, podría ser dividido en varios miles de pisos. En su superficie había una armadura multicapa de acero ultra-templado, fibra cristalina y supercerámica, todo tratado con un revestimiento de espejo resistente a los rayos. Para asegurar la fortaleza, cuatro capas de esta armadura se apilaban una encima de la otra.

(Ndt: En la serie, la armadura de Iserlohn era de metal liquido. Era más guay XD)

Estaba equipado con cada una de las funciones que una base estratégica requería para funcionar: ataque, defensa, reaprovisionamiento, descanso, ocio de los soldados, meda, mantenimiento, comunicaciones, control del tráfico espacial y gestión de información. Su puerto espacial podía albergar a veinte mil naves, y sus talleres de reparación podía dar servicio a 400 naves simultáneas. Sus hospitales tenían 200.000 camas y sus arsenales podían manufacturar 7500 misiles de fusión por hora.

El numero combinado de soldados de la fortaleza y la flota de patrulla se elevaba a un total de dos millones, y unos tres millones de civiles adicionales vivían allí también de forma permanente. La mayoría eran familiares de soldados, pero también aquellos en los que los militares habían delegado la operación de las instalaciones de entretenimiento y vida diaria. Entre estos, había un numero de establecimientos que unicamente empleaban a mujeres.

Pese a que Iserlohn era una fortaleza militar, también era una gran ciudad con una población de cinco millones. De entre los mundos habitados de la galaxia, no pocos tenían poblaciones menores. Su estructura social también estaba bien desarrollada. Había escuelas que funcionaban desde el inicio, y además estaba bien servida de teatros, salas de conciertos, un centro deportivo de quince plantas, clínicas de maternidad, guarderías, reservorios de agua y sistemas de drenaje de residuos, reactores de hidrógeno que también actuaban como plantas de reciclado de agua fresca, vastos jardines botánicos que actuaban como parte del sistema de aprovisionamiento de oxígeno y como “terapia forestal” y ranchos hidropónicos que servían como fuentes primarias de proteína vegetal y vitaminas.

Sirviendo como comandante de la fortaleza y su flota estaba el hombre responsable de aquella ciudad gargantuesca en el espacio, el líder de sus fuerza militar, el Almirante de la marina espacial de la alianza de planetas libres, Yang Wen-Li.

II

Era difícil para la mayoría de la gente, imaginar a Yang Wen-Li como una de las figuras mas importantes dentro de la Marina espacial de la Alianza. No parecía un soldado, ni siquiera cuando iba de uniforme. No era un viejo pensativo de perfecta postura. Ni era un gigante musculoso. Tampoco tenía la apariencia de un frío genio calculador, o el perfecto semblante de un joven noble.

En ese momento, contaba 30 años de edad, pero parecía un par de años más joven de lo que realmente era. Su cabello y sus ojos eran negros; su altura y constitución eran medias, y mientras que no se podía decir que no fuera atractivo, su aspecto físico no sacaba a relucir el valor del raro talento que tenia.

Lo que resultaba extraordinario acerca de él no estaba fuera de su cráneo, sino dentro de él. El año anterior, en el 796 (Era espacial) había acaparado un completo monopolio de los éxitos militares de la Alianza. Había arrebatado al imperio la Fortaleza Iserlohn, cuya fama de inexpugnable era legendaria; y además lo había hecho sin derramar una sola gota de sangre de sus propias tropas. En las regiones de Astarté y Amritzer, las fuerzas armadas de la Alianza habían sufrido una aplastante derrota a manos del Almirante Imperial Reinhard Von Lohengramm, pero en ambos casos había sido la calma y el ingenioso mando operativo de Yang, el que había salvado a sus compatriotas de una aniquilación absoluta.

Si no hubiera estado ahí, los anales de guerra de la Alianza de planetas libres solo habrían necesitado una palabra para describir el año 796 – Derrota. Este hecho era admitido por todos. Era por esa razón que Yang había sido promovido de Comodoro a Almirante en menos de un año. El joven almirante, sin embargo, no se había emocionado en lo más mínimo por tan excepcional cadena de ascensos, puesto que aunque era un maestro de la contienda único en su especie; Yang todavía no había descubierto nada de valor en esa cosa llamada Guerra.

Mas de una vez había soñado con jubilarse para convertirse en un civil normal, aunque hasta ese momento había sido incapaz de hacerlo.

Ese día, disfrutaba un juego de ajedrez-3d en sus habitaciones privadas.

“ ¡Jaque!” Exclamó Julian Mintz

Yang, rascándose cabeza bien poblada de cabello negro; admitió la derrota. Por alguna razón no parecía que fuera a ser llamado un gran almirante cuando se tratase de Ajedrez-

“Bien. Así que con esta hacen…. ¿Diecisiete derrotas seguidas?” Suspiró Yang, aunque sin una pizca de frustración ni petulancia.

“Dieciocho” Le corrigió Julian, con una sonrisa. Todavía en mitad de su adolescencia, tenía mitad de la edad de Yang. Con sus ojos marrón oscuro y un pelo rubio con una tendencia a ondularse naturalmente, todos coincidían en que era un jovencito atractivo.

Tres años atrás, Julian había sido enviado a vivir con Yang de acuerdo a la Ley Travers, por la que hijos de soldados muertos en acción podrían ser enviados a los hogares de otros soldados. Era un estudiante de sobresaliente, un máximo goleador en el deporte del flyball y ya que tenía un rango equivalente a un soldado de primera, como empleado civil para el ejercito; había mostrado una gran maña en el manejo de armas de fuego. Aunque era un poco embarazoso para su guardián, también era un orgullo para Yang.

“La única pega de Julian es que adora el suelo que pisas- había opinado una vez Alex Cazellnu, compañero de año superior de Yang en la academia de oficiales; y que tenia una lengua extremadamente afilada. – Honestamente tiene un gusto horrible. Si no fuera por eso, no me importaría darle a mi hija en matrimonio.”

Cazellnu, de 36 años, tenia dos hijas; y la mayor tenía 7 años de edad.

Yang, que no había aprendido su lección, dijo “un juego más.”

“¿Realmente quieres una racha de diecinueve derrotas. No es que me importe, pero…”

Había sido Yang el que había enseñado a Julian a jugar. Pero en apenas seis meses, el discípulo había sobrepasado al maestro y desde entonces la diferencia entre sus respectivas habilidades solo se había acrecentado. Aun así

Aún así, cuando Julian se describía a sí mismo como “bueno en ajedrez”, no dejaba de ser algo más que una broma. Esta tendencia no se limitaba al ajedrez, tampoco, y las habilidades triviales no eran el problema; en un nivel más fundamental, Julián tenía en la cabeza que nunca podría acercarse a igualar a Yang en nada.

Con un suave sonido de aviso, una atractiva oficial femenina con ojos color miel y cabello marrón dorado apareció en la pantalla del visiófono.

“Comandante, aquí la teniente Greenhill” Ella había estado trabajando como ayudante de Yang desde el año anterior y recientemente había sido promovida.

“Estoy un poco ocupado ahora mismo ¿ Que pasa?” El tono de voz de Yang sonaba terriblemente poco entusiasta.

“Un acorazado imperial ha llegado con un mensajero. Desea verle con urgencia”

“¿Lo desea?”

Sin sonar terriblemente sorprendido, Yang pospuso el ajedrez y se levantó. Pero cuando estaba a punto de dejar la habitación, Julian le señaló:

“¡Excelencia, espere! Se olvida su arma.”

Estaba en la mesa, donde la había arrojado antes.

“No me hace falta, no me hace falta” dijo el joven almirante algo irritado, ignorando la sugerencia.

“Pero ir desarmado es demasiado-”

“Suponiendo que lleve un arma- le dijo Yang- y supón que la disparo…¿En serio crees que acertaría el disparo?”

“Er….no, señor”

“Pues por eso mismo, no tiene sentido que cargue con el arma ¿no?”

Yang comenzó a andar inmediatamente y Julián, presa del pánico, le siguió.

No es que Yang fuera atrevido e intrépido. Simplemente veía la capacidad humana como una cosa demarcada por lineas claras. El había sido el que había logrado que la inexpugnable Iserlohn fuera tomada con facilidad usando una treta que sus enemigos no habían podido prever. Eso le había enseñado que en lo que concernía al ser humano, no había perfección ninguna, ni tampoco garantías absolutas.

Yang, sin haber albergado la mas mínima intención de convertirse en un soldado, había aspirado en su lugar a ser un historiador; y había aprendido a través de sus estudios que no importaba la fuerza de una nación, eventualmente su colapso llegaría. No importaba la grandeza de los héroes, tras el poder la caída llegaba. Y el mismo principio se podía aplicar a la vida.

Un héroe que ha sobrevivido a infinidad de batallas muere por complicaciones de una simple gripe. El superviviente de una sangrienta lucha por el poder cae ante un asesino insignificante. El difunto Káiser Galáctico Ottfried III, temiendo los envenenamientos dejó de comer, y finalmente se consumió.

“Si se te acaba la suerte, se te acaba la suerte. No importa lo cuidadoso que seas”

Yang ni siquiera tenía guardias. Al recibir el encargo de dirigir Iserlohn, se le habían asignado 4 equipos de escoltas que le vigilaban por turnos. Sin embargo cuando empezaron a seguirlo al baño, Yang se hartó de ellos y pidió su resignación.

Por otro lado, Yang prestaba gran atención al funcionamiento del sistema de seguridad de la fortaleza. Las funciones de control fueron divididas entre tres estaciones diferentes, que puso bajo vigilancia mutua cruzada, de forma que el sistema no pudiera ser secuestrado sin tomar control simultaneo de las tres a la vez. Ademas, había ordenado instalar dispositivos de medición a los sistemas de aire acondicionado para controlar las condiciones la atmósfera local y así detectar posibles intentos de envenenar a la fortaleza.

Los sistemas de seguridad no reflejaban las intenciones originales de Yang. Había soldados que nunca se callaban acerca de la seguridad, así como subordinados nerviosos, burócratas preocupados con que el presupuesto no se gastara, políticos amantes de las inspecciones y periodistas acechando, esperando el mar mínimo error. Por esas personas a veces tenia que hacer de relaciones publicas y decir que el sistema de seguridad era perfecto.

“Puedo ver como la forma de pensar de la gente se vuelve mas corrupta cuanto más se alzan del suelo”- Le dijo un día Yang a Julian.

Hablando como si fuera el mayor de la habitación, le contesto “Si entiendes eso, no creo que te veas afectado por ello. Mientras que no hayan problemas innecesarios ¿no crees que es suficiente? Pero lo que me preocupa es que cuanto más se alza del suelo, más y más alcohol ingiere. Por favor, refrénese un poco.”

“¿De verdad bebo tanto?”

“Al menos cinco veces mas que hace tres años”

“¿Cinco? No puede ser tanto”

Ante los ojos dudosos de Yang, Julian había mostrado una gráfica que mostraba los gastos de compra de alcohol por tres años. El índice de 100 aplicado a tres años atrás, se había incrementado hasta 491. Y ya que el numero no incluía la cantidad de alcohol consumida fuera del domicilio, había margen para la insistencia de Julian en un incremento de tal cantidad (o incluso mayor).

Incapaz de ofrecer una replica, Yang había prometido controlar su consumo de alcohol, pese a que ambos tenían poca confianza en el tiempo que esa promesa terminaría durando.

Dos horas después, Yang tenia a su personal de operaciones reunido en la sala de conferencias. Esta era la sala en la que los comandantes de la fortaleza y la flota de Iserlohn (cuando estaba bajo control imperial) se reunían (y discutían) para después depararse.

El personal reunido alrededor de la mesa era el siguiente:

Contraalmirante Alex Cazellnu, director administrativo

Comodoro Walter von Schenkopp, comandante de defensa de la fortaleza.

Contralmirante Fischer, vicecomandante de la flota patrullera de Iserlohn.

Contra almirante Murai, jefe de personal

Comodoro Patrichev, subjefe de personal

Capitán Blood-Joe y comandante Lao; oficiales de personal.

Teniente Frederica Greenhill, ayudante del comandante.

También estaban presentes el teniente comandante Nilson, Capitán de la Ulises, y su primer oficial; el subteniente Eda.

Yang, llevo a cabo el ejercicio habitual de contemplar las caras de los oficiales , y abrió la boca para hablar. No era realmente lo suyo hablar de forma grave y con una cadencia solemne. De hecho, sonaba mas como si estuviera hablando con amigos mientras tomaba un té.

“Creo que ya lo sabéis, pero hay una nave imperial….el Crucero Brocken, que ha llegado al corredor como un mensajero, con una propuesta más que interesante. Quieren llevar a cabo un intercambio de dos millones de prisioneros de guerra entre el imperio y la alianza.”

“Así que también ellos lo pasan mal dándoles de comer a los suyos…”- Replicó Cazellnu con sarcasmo. De altura media, y constitución sana, era mas un burócrata militar que un soldado, con mucha mas experiencia en hacer la guerra desde un despacho que desde las lineas del frente. Era un maestro del papeleo, que manejaba con gran destreza las correcta ejecución de lineas de suministro, operar organizaciones y gestionar instalaciones. Tras la derrota de Amritzer, había tenido que asumir el fracaso de toda la linea logística de la operación, pese a que de hecho ese desastre había sido debido a la ingeniosa estrategia del Mariscal Imperial Reinhard Von Lohengramm- y de hecho había sido “castigado” , a un puesto remoto antes de que fuera reasignado a Iserlohn por petición de Yang.

Era justo decir que Alex Cazellnu era el alcalde de facto de la urbe de 5 millones de habitantes que era Iserlohn. Su capacidad para la gestión publica sería ciertamente útil incluso en organizaciones mayores y mas complejas.

“Probablemente sea parte de la razón” Dijo Yang “ y en cualquier caso, eso es algo que también me podrían echar en cara a mi.”

Al tomar Iserlohn, Yang había tomado el equivalente a la mitad de la población de la vasta ciudad como prisioneros de guerra.

El comodoro Schenkopp sonrió por el intercambio de palabras. De 33 años de edad y apariencia refinada, era quien había recibido el crédito por haber ejecutado con éxito el plan de Yang. Era un hombre de origen noble, que había llegado a la alianza desde el imperio tras la deserción de sus abuelos. Tenía valor e inteligencia de sobra, y un espíritu indomable que en ocasiones se interpretaba como peligroso. Pero nunca había dejado que le afectara, siempre había estado tranquilo; incluso ante la sospecha y las miradas.

“Aun así, no es cosa de risa” dijo Yang. “La frase ‘tener dificultades para alimentarlos’ trae consigo implicaciones serias. Circunstancias que podrían no estar muy lejos cuando realmente no tenga forma de hacerlo”

“¿Qué significa eso?”

“Para simplificarlo, deberíamos verlo como una señal de que Reinhard Von Lohengramm ha decidido finalmente entrar en un conflicto armado con la confederación de los altos nobles”

Cuando Yang pronuncio el nombre de aquel joven rubio, que la Marina espacial de la Alianza de planetas libres consideraba su mayor amenaza, un silencio mortal se asentó en toda la estancia.

Por los pasados meses, Yang había estado reflexionando sobre ello constantemente: Que hacer con el Marques Reinhard Von Lohengramm mientras se acercaba más y más al verdadero asiento del poder imperio galáctico.

Para que pudiera asegurarse un poder absoluto, habría tenido que destruir un poderoso grupo de altos nobles que le veían como un enemigo. Eso significaría el estallido de una guerra civil a gran escala. La información de la que Yang disponía no era ni mucho menos abundante, pero era suficiente para aclarar que Reinhard continuaba a paso firme sus preparaciones para dicho conflicto.

El principal problema era que Reinhard no solo estaba preparando el tablero para actuar dentro del imperio, sino dentro de la Alianza. Reinhard no permitiría que la confederación de aristócratas unieran fuerzas con la alianza, o permitir que la Marina espacial de la Alianza diera el golpe de gracia a ambos bandos una vez que se debilitaran. Las heridas que la marina espacial de la alianza había sufrido en la derrota de Amritzer no habían cicatrizado, apenas podían permitirse destinar efectivos para campañas externas… pero aparentemente Reinhard no iba a dejar nada al azar.

Así que…¿qué haría?

Yang trató de analizar las circunstancias a las que Reinhard había sido empujado. Habían ciertas limitaciones con las que cargaba, así que indudablemente haría sus planes de acuerdo a ellas.

Analizados y dispuestos, los resultados eran algo así:

1. las fuerzas de Reinhard estarían completamente ocupadas luchando contra la confederación aristocrática.

2. abrir una operación en dos frentes sería, por lo tanto una imposibilidad.

3.Debido a los puntos 1 y 2, el siguiente paso seria atacar a la Alianza por medio del subterfugio, mas que la fuerza militar.

4. Dividir al enemigo y ponerlo contra si mismo, es la esencia de la conspiración.

Habiendo Reinhard avanzado hasta esta etapa, Yang podía adivinar que movimiento vendría a continuación: ¡Encontraría una manera de rasgar las fuerzas armadas de la alianza desde dentro!

Era lo que haría. Era lo que tenia, que hacer. Incluso si Yang estuviera en los propios zapatos de Reinhard; no se le ocurriría otro curso de acción viable. Si las facciones de la alianza luchaban entre si, Reinhard era libre de presentar batalla a los nobles sin puedo a ser golpeado por detrás.

Bien entonces…. Lo que hará específicamente…. Para el momento en que los pensamientos de Yang habían avanzado hasta ese punto específico, había llegado a una conclusión.

Quizás lo estoy pensando en exceso. No podía evitarlo. Realmente no estaba tan lleno de confianza como otros lo veían.

Y aun así. El trabajo en el que estaba involucrado no era la persecución de verdad y humanidad. No era la obtención de algún valor absoluto. Era victoria o derrota. Era una competición. Ganar y perder eran apenas términos relativos, así que si estaba un paso por delante de su oponente, su trabajo estaba hecho. Eso lo hacía parecer fácil, pero adelantarse a un genio como Reinhard Von Lohengramm era algo extremadamente difícil.

Para Yang, solo había una cosa por la que se lamentaba.

Durante la batalla de Amritzer del año anterior, Yang había hecho gala de un rendimiento en el combate que nadie había sido capaz de igualar, pero no podía necesariamente decir que hubiera hecho su mejor esfuerzo confrontando al enemigo anterior. Incluso si se hubiera convertido en un combate de lucha libre, ¿ no debería de haber intentado de bloquear la retorica irresponsable y agresiva de los elementos militares más radicales?

Por supuesto, habría acabado perdiendo, incluso si hubiera forcejeado con ellos, reflexionó Yang con una mueca.

En cualquier caso, la propuesta de un intercambio de prisioneros había llegado desde el imperio, y Yang necesitaba pasar el reporte a la Capital de la Alianza: Heinessen; el planeta nombrado por el padre fundador de la nación. El gobierno probablemente aceptaría encantado. Los prisioneros de guerra no votaban, pero un soldado que regresaba del cautiverio si. Eso significaban 2 millones de votos, mas los votos de las familias. Sin duda una celebración grande pero vacía se organizaría para darles la bienvenida.

“Julian, ha pasado un tiempo, pero parece que podríamos volver a Heinessen por un tiempo”

Su voz parecía animada. Julián sintió que era muy extraño. Estaría lleno de ceremonias, fiestas, discursos y toda clase de cosas que Yang odiaba.

Pero ahora había una razón que Yang necesitaba para ir a Heinessen.

III

El intercambio no se realizo bajo los auspicios de los gobiernos implicados. Ambas naciones se reconocían a si mismas como la única autoridad legítima de toda la humanidad, y como tal no daban ningún reconocimiento oficial a la existencia del otro. Siendo ese el caso, no había forma de que se pudieran establecer relaciones diplomáticas.

Si esa cabezonería estúpida se diera entre dos personas, la gente se reiría con escarnio. Entre dos naciones, sin embargo, la gente aceptaba toda clase de corrupción en nombre de la dignidad y la autoridad. El 19 de febrero de ese mismo año, se llevó a cabo el intercambió de prisioneros en la fortaleza Iserlohn. Representantes de ambas marinas espaciales se presentaron, intercambiaron listas y formaron certificados.

La marina del Imperio galáctico y la marina de la Alianza de planetas libres de acuerdo a las leyes militares, determinan por la presente el retorno de todos los oficiales y soldados capturados a sus respectivos mundos de origen y sobre su honor se hará.

Alto almirante Siegfried Kircheis, Representante de la marina espacial Imperial. Año Imperial 488.

Almirante Yang Wen-Li, representante de la marina espacial de la Alianza de planetas libres, año espacial 797

Cuando Yang acabó de firmar, Kircheis se giró hacia él con una sonrisa juvenil.

“Aunque las formalidades sean necesarias, al mismo tiempo hay algo ridículo en ellas. ¿No cree, almirante Yang?”

“Totalmente”

Yang Observó a Kircheis. Yang mismo era joven, pero Kircheis era incluso mas joven (tenia 21). Era un atractivo joven, con cabello tan rojo como si estuviera teñido con rubíes disueltos; ojos azules placidos, anormalmente alto de estatura, y pese a que era conocido como uno de los mas intrépidos y poderosos almirantes imperiales, parecía haber dejado una profunda impresión en las mujeres de Iserlohn.

Yang le había enfrentado en combate directo en Amritzer, sabiendo que era la mano derecha del Marques Lohengramm – e incluso así, encontraba que ese joven era difícil de odiar.

Parecía que Kircheis se había formado una impresión similar de Yang. Su apretón de manos en el momento de la despedida no era solamente ceremonial.

Después de eso, Julian expresó su opinión “ Es un chico que tiene la capacidad de gustarle a todos el mundo, no?”

Yang asintió, pero al pensar en ello, le chocaba sentir mas simpatía por un comandante enemigo que por los políticos de su propio país. Por supuesto no era nada inusual acerca del enemigo al frente, que fuera mas directo que aquellos que se dedican a conspirar a tus espaldas. Y ademas, no era como si la presente configuración amigo enemigo estuviera asentada en piedra por toda la eternidad.

En cualquier caso, la ceremonia de bienvenida para los soldados le había dado a Yang la coartada publica que necesitaba para un regreso temporal a Heinessen.

IV

Yang y Julian llegaron a Heinessen cuatro semanas después de dejar Iserlohn. Habiendo evitado el puerto espacial central, que estaba terriblemente colapsado por aquellos dos millones de soldados que estaban de regreso, los familiares que venían a recibirlos y las hordas de periodistas, usaron en su lugar el puerto espacial numero 3, que servía exclusivamente a pasajeros locales y lineas de transporte de mercancías. Inmediatamente tomaron un taxi autónomo para dirigirse a los hogares de los oficiales. Al pasar frente a los almacenes y apartamentos de la calle Hutchison encontraron un bloqueo.

Los oficiales de policía trataban de llevar a cabo físicamente el trabajo de un sistema de trafico terrestre que evidentemente había colapsado. Pero Yang y Julian no podían ver la causa de la carretera cortada. Yang salió del taxi y se aproximó a un joven oficial, cuya inexperiencia era evidente con solo verle.

“Qué ha pasado?¿Por qué no podemos continuar?”

“No es nada. Por favor, no se acerque. Podría ser peligroso.”

Hablando de contradicciones, el oficial empujó a Yang con una expresión tensa en su cara. Yang iba vestido de civil, y el joven oficial aparentemente no le había reconocido. Por un momento, Yang sintió la ligera tentación de revelar su nombre y descubrir que estaba pasando, pero al final permaneció en silencio y regresó al taxi. Su rechazo a ejercitar su privilegios como militar habían sobrepasado su curiosidad.

El asunto solo se aclaro cuando regresaron a la casa de la calle Silver Bridge, vacía tras esos cuatro meses; tras un largo rodeo. Apenas habían elegido el canal de noticias en la pantalla holográfica del solovisor, que la escena se desató en la sala de estar.

“Por el momento, el estallido de la oleada de crímenes cometidos por los soldados que regresan, continua. Hoy, la tragedia ha golpeado en la calle Hutchison e incluso ahora, la situación permanece sin resolver. Han habido al menos tres muertos…”

La expresión sombría del presentador del programa de noticias contrastaba con la cadencia de su voz.

Los soldados que habían hecho uso de alucinógenos y estimulantes para escapar del miedo a la muerte en el campo de batalla, se volvían adictos y volvían a la vida civil. Un día, simplemente explotaban. El miedo y la locura se convertían en un magma invisible que eventualmente estallaba, quemándolo todo a su alrededor.

Yang tuvo una idea. Llamó a Julian y le hizo buscar algunos datos relacionados con las estadísticas de criminalidad, del servicio de datos. Lo habría hecho el mismo, pero no sabía demasiado bien como usar las bases de datos; no trataba deliberadamente de encargárselo todo a Julian.

Como había esperado. La tasa de crímenes había aumentado un 65% , mientras que los arrestos habían caído un 22%. Mientras la ruina del corazón humano progresaba, la calidad del cumplimiento de la ley también declinaba.

En el curso de esa larga guerra, habían habido millones de bajas. Los militares completaban sus necesidades con lo que quedaba. Como resultado, habían aparecido grandes carencias de recursos humanos en cada campo de la sociedad. Doctores, policías, administradores de sistemas, ingenieros informáticos… el numero de técnicos experimentados había descendido , siendo sustituidos por gente inexperta (o simplemente, dejando esa vacante sin llenar). De esta forma, la estructura de apoyo de los militares – la sociedad misma- se debilitaba. Una sociedad débil inevitablemente debilitaría a los militares. Y unos militares débiles, perderían soldados (debiendo buscarles nuevamente reemplazo.)

Uno podría decir que ese circulo vicioso era la acumulación de contradicciones hiladas juntas por la rueca que en cierto sentido, era la guerra. Me gustaría enseñarle esto a todos esos locos de la guerra que dicen tonterías como que la corrupción que viene por la paz les aterra mas que la destrucción que trae la guerra consigo, pensó yang.

¿Qué insistirían estar luchando por proteger mientras instaban al colapso de la sociedad?
¿Qué era lo que protegían?
Dejando a un lado los materiales que había obtenido, Yang se dio la vuelta y se puso boca arriba en su sofá. Después de meditar la pregunta, no pudo evitar preguntarse qué sentido tenía lo que él mismo estaba haciendo. Para Yang, no le llenaba el corazón de alegría pensar que todo podría no tener sentido.

La ceremonia se celebro en la tarde del día siguiente y termino con el habitual frenesí histérico de la turba militarista, carente por completo de elocuencia.

“Siento que he usado la paciencia de toda una vida en esas dos horas”, gruñó Yang a un Julian que le esperaba al salir del auditorio.

Realmente lo ha aguantado muy bien esta vez, pensó Julian. En el pasado, Yang había mostrado un cierto antagonismo en esas ceremonias e incluso había permanecido sentado mientras que el resto del auditorio se levantaba. Esa vez, su protesta no había ido más allá de murmurar “¿Qué demonios estáis diciendo?¡Es ridículo!” Demasiado bajo para que nadie lo pudiera escuchar.

Yang exhaló un largo suspiro, como tratando de expulsar los vapores ponzoñosos que había absorbido en el auditorio. Solo entonces se percató de la presencia de un grupo de cien personas que marchaba a través de la calle que tenían adelante. Llevaban largas túnicas blancas con franjas rojas y entonaban una especie de proclama, mientras sujetaban pancartas sobre las que se leían las mismas palabras:

“La tierra sagrada en nuestras manos”

“¿Quienes son?” Pregunto al joven oficial que estaba de pie junto a él.

“seguidores de la iglesia de Terra”

“¿Iglesia de Terra?”

“¿No has oído hablar de ellos? Es una religión que se está extendiendo como la pólvora últimamente. Su objeto de adoración es …el planeta Tierra mismo, aunque no sé si ese es el término correcto”

“¿Tierra…?”

“Si, Tierra, el lugar de origen de la humanidad….en un sentido es como la tierra sagrada definitiva. Justo ahora, está bajo el control del imperio galáctico. Quieren tomarla militarmente y construir una catedral para guiar las almas de la humanidad. Unirse a una guerra santa para ese propósito, sin importar los sacrificios que sean necesarios…”

Yang no podía creer lo que acababa de oír.

“No pueden ir en serio. Algo como eso es prácticamente imposible”

“No estaría tan seguro” Dijo Julian, girándose hacia él con inesperada vehemencia. “Tenemos la razón de nuestro lado y sobre todo tenemos a un gran guerrero como usted, Almirante Yang. Así que podemos destruir al tiránico imperio galáctico e incluso recuperar Terra. ¿Me equivoco?”

“No lo sé…” Le contestó yang, cuidando de no dejar que su mal humor saliera a relucir. “Nada tiende a ser tan fácil, ¿sabes?”

Las semillas del fanatismo existían en cada generación. Y con esas, esta ultima iteración sonaba excepcionalmente mala.

Claramente Terra era madre de toda la raza humana. Sin embargo, poniéndolo en términos extremos….apenas era nada mas que un objeto de sentimentalismo. Había dejado de ser el centro de la sociedad humana. Cuando el alcance de una civilización se expandía, su centro cambiaba. Era algo que la historia había probado.

¿De donde habrían tomado la idea de que podrían derramar la sangre de millones solo para tomar un agotado mundo fronterizo?

“Ahora que lo pienso”, Dijo Yang, “ me recuerdan a otro grupo.¿ Que hacen últimamente los caballeros patriotas?”

“Realmente no lo sé, aunque he oído que muchos de sus miembros se han unido a la iglesia de la tierra. Sus ideas se parecen mucho, así que no me parece antinatural.”

“Me pregunto si tendrán el mismo respaldo”, dijo Yang con una voz tan tenue que el oficial no pudo oírlo.

Yang, habiendo decidido descansar en casa hasta que tuviera que ir a la fiesta que tendría lugar esa tarde; tomó un taxi autónomo con Julian y cayó en un profundo ensimismamiento.

Mucho tiempo atrás, había existido gente conocida como cruzados, en Terra. Habían declarado que tomarían de vuelta la tierra santa, e invadieron otros países en nombre de dios- arrasando sus ciudades, saqueando sus riquezas y asesinando a sus gentes. Lejos de avergonzarse por esos actos inhumanos, se habían enorgullecido por tales logros al perseguir herejes.

Era una mancha en los registros históricos, resultado de la ignorancia, el fanatismo, autointoxicación e intolerancia, y era la amarga prueba del hecho de que todos lo que creían , sin dudar lo mas mínimo, en dios y la justicia podían convertirse en la más brutal y violenta de todas las gentes. ¿Eran dichos Terraistas intentando recrear a escala galáctica lo que había ocurrido más de 2400 años atrás?”

Un proverbio decía “La virtud se hace en soledad, mientras que la locura busca compañeros” Solo problemas esperarían a cualquiera que decidiera seguir a un grupo así.

Pero ¿Era este grupo para recapturar la tierra realmente nada mas que la estupidez que aparentaba en su superficie?”

Tras las cruzadas habían estado los hilos de los mercaderes venecianos y genoveses que planeaban debilitar la influencia de los no-creyentes para monopolizar el comercio entre el este y el oeste. La ambición respaldada por un frío calculo había apoyado ese fanatismo. Suponiendo que ese trozo de historia fuese a repetirse también

¿Podría ser que Phezzan, la tercera potencia, estuviera detrás de esto?

Yang se quedó estupefacto por ese pensamiento que le llegó en un fogonazo desde un rincón oculto de su mente. En el asiento del estrecho taxi, se movió tan inesperadamente que los ojos de Julian se abriesen de par en par, y le preguntase que le pasaba. Tras una vaga respuesta, Yang volvió a hundirse en sus pensamientos una vez más.

Desde el punto de vista de Phezzan, sería de lo más beneficioso que el imperio y la Alianza alcanzaran nuevos niveles de odio y matanza mutuas, en una disputa por la tierra. Hasta ese punto podía verlo. Sin embargo, si ambos lados fueran a colapsar,y hubiera un completo colapso del orden, ¿No sería Phezzan, una nación dependiente del comercio, la más afectada? A menos que la actividad se limitara a un rango que pudiera ser controlado por la voluntad y los cálculos de Phezzan, fomentar algo así no tendría fundamento. Y era seguro decir que la energía de un espíritu fanático terminaría liberándose del control y explotando. No había forma que Phezzan no fuera consciente de ello.

No podría creer que estuvieran tratando de recapturar la tierra militarmente y restaurar su gloria perdidas, pero…

“Simplemente no lo entiendo”, Murmuró Yang con un gesto involuntario. “¿Que está pensando Phezzan?” Entonces, divertido consigo mismo, pensó con remordimientos. “Me me preocupo mucho por nada- apenas es cierto que Phezzan tenga nada que ver con el Terraismo.

Llegaron a la residencia oficial de Yang, y queriendo una bebida para quitarse de encima el cansancio, llamó a Julian.

“¿Me pones un brandy?”

“Tenemos algo de zumo de verduras?”

Tras una pausa, Yang le miró y le dijo. “Ahora escucha. ¿Piensas que la inspiración viene del zumo de verduras?”

“Lo que importa es cuanto lo intentas”

“¡Ya! ¿De donde has recogido una expresión como esa?”

“Todos en Iserlohn son mis maestros”

Yang gruñó mientras la cara del viperino Cazellnu y de Schenkopp aparecían en su mente.

“Debería haber pensado algo más acerca del ambiente en el que te educas”

Julian sonrió y le recordó a Yang que era “solo un vaso” mientras le traía su brandy.

V

Si Yang la comparaba con la ceremonia que la había precedido, la fiesta suponía una mejora.

Pese a que los sosos discursos de políticos, financieros, y altos burócratas continuaban, apenas había contenido histérico o fanático . También en Iserlohn se celebraban fiestas con el propósito de mejorar las relaciones entre militares y civiles, pero al ser Yang el principal responsable de organizarlas, este había insistido en haber las cosas según su estilo personal. Al dar un discurso, diría algo como, “Por favor, disfruten la fiesta” y con eso acabaría todo. Tanto en los militares como en el sector privado había muchas personas notables que amaban dar discursos, pero cuando Yang hacía eso, el resto de personas no tenían más opciones que acortar sus discursos también.

“El discurso de dos segundos del almirante Yang” se había convertido en la especialidad de Iserlohn.

En esa fiesta, el almirante de Pelo negro, habiéndose convertido en un héroe de leyenda cuando era joven era un objeto de curiosidad para ciertas damas de celebridad que se veía forzado a usar su boca para propósitos ajenos a comer y beber toda la noche.

“Almirante Yang, ¿Por qué no luce sus medallas?”

“Bueno…esas cosas son mas pesadas de lo que parecen, así que cuando las llevo me termino inclinando un poco al caminar.”

“oh, vaya”

“El chico que tutelo me dice que parezco un viejo caminando con la espalda partida, así que…”

Las damas reían complacidas, pero el que les contaba eso no se lo pasaba precisamente bien.

El meramente lo hacía porque era parte del trabajo por el que le pagaban.

En una esquina de la sala de baile, espaciosa hasta el exceso, Julian había encontrado un asiento, y con nada más que hacer se dedicaba a observar a la muchedumbre caminar de un lado a otro. Los 10000 asistentes eran gente de renombre y realmente formaban una vista magnifica.

El jefe de estado de la Alianza, el presidente del alto consejo , Job Trünicht; estaba allí. Ampliamente conocido como un maestro de la retorica florida, Yang le odiaba tan profundamente que apagaba el solovisor cada vez que aparecía. Quizás, Trünicht parecía estar evitando también a Yang.

Eventualmente, Yang se escabulló de las mujeres que le rodeaban y se reunió con Julian.

“Creo que ya es hora de que nos vayamos de aquí”

“Si, almirante”

Todo se había preparado con antelación. Julian fue a recoger una bolsa que había custodiando el encargado de recepción, mientras que Yang iba al baño para ponerse un atuendo civil mas discreto. Su uniforme de gala fue a parar a la bolsa y ambos caminaron fuera del edificio sin que nadie más lo supiera.

El restaurante de Mikhailov- pese a que llamarlo así rompería el principio de la verdad en el marketing- era un modesto puesto de comida que abría todo el dia a la entrada del parque Courtwell, localizado en una esquina del centro donde habían muchos trabajadores técnicos.

Parejas pobres sin apenas nada más que juventud y sueños vendrían aquí para comprar comida beber, y sentarse para hablar en algún banco bajo la luz de las farolas. Era esa clase de lugar.

Cuando el negocio iba bien, el diligente Mikhailov , que incluso en sus días de militar había sido cocinero; apenas prestaba atención a la cara del cliente que tenía delante. Así que cuando la peculiar combinación de un viejo, un hombre joven y un muchacho se plantó frente a su mostrador (por no hablar del hecho de que la iluminación era muy tenue) no les prestó atención.

Los tres ordenaron pescado frito, patatas fritas , quiché y té de leche. Se sentaron juntos, ocupando la totalidad de uno de los bancos y empezaron a comer y beber. Era un picnic trigeneracional. Después de todo, ninguno de los tres había comido mucho realmente en aquella fiesta.

“Bueno, es una verdadera molestia escabullirse a un lugar asi solo para hablar sin que nos vean” dijo el mas viejo

“Yo lo he disfrutado bastante. Me recuerda a mis días en la academia de oficiales. Eramos muy imaginativos a la hora de encontrar nuevas maneras de romper el toque de queda”

Si se hubieran percatado de que el viejo era el Almirante Alexander Bucock, comandante en jefe de los cuarteles generales de la armada espacial, y que el joven no era otro que Yang Wen-Li, comandante de la fortaleza Iserlohn, Mikhailov y los otros clientes se habrían quedado sin habla. Los dos lideres militares se habían escabullido de la fiesta por separado para reunirse en ese lugar.

Había algo en ese sencillo almuerzo de pescado con patatas que le despertaban sentimientos cercanos a la añoranza. En sus días en la academia, Yang a veces se escapaba de los dormitorios con su compañero de fechorías, Jean Robert Lappe, para saciar sus apetitos adolescentes con comida grasienta y deliciosa de puestos como aquel.

Oh, vaya. Debería haber parado después del vino. Había estado pensando. Yang había pedido un aguardiente y apenas había salido del bar, se desplomó sobre el suelo, incapaz de moverse. El propietario había llamado a Jessica por él, y ella se había apresurado a llevarlo a la trastienda del bar para evitar que sus profesores le vieran. Alli le había tratado las heridas.

“¡Jean Robert Lapp!¡Yang Wen-Li! ¡Despertad! ¡Poneos derechos! A saber que pasara si no estamos de vuelta en los dormitorios para el alba!”

El café que Jessica había preparado a aquellos dos jóvenes con resaca, pese a ser negro, había tenido un sabor extrañamente dulce…

Ese mismo Jean Robert Lapp había muerto, durante la batalla de Astarté del año anterior. Jessica Edwards , su prometida; y que había estado a punto de casarse con él, había sido elegida delegada para el distrito electoral de Terneusen. Por esa razón ocupaba un asiento en la asamblea nacional, donde formaba parte de la vanguardia de la facción pacifista- antiguerra.

Todo había cambiado. Con el paso del tiempo, los niños se convertían en adultos, los adultos se convertían en viejos y las cosas que jamas podrían ser deshacerse solo se multiplicaban.

La voz del viejo almirante interrumpió los pensamientos de Yang.

“Bien, nadie nos reconocerá aquí. Oigamos lo que me tienes que decir”

“De acuerdo entonces” Dijo Yang lentamente, tras tragar su enésimo palito de pescado frito con ayuda de un sorbo de té con leche. “Es posible que haya un golpe de estado en este país en no mucho tiempo”

Lo dijo de forma casual, pero había sido suficiente para hacer que los dedos del viejo almirante se detuvieran a mitad de camino de su boca.

“¿Un golpe de estado?”

“Si”

Esa era la conclusión a la que Yang había llegado. Explicó directamente y en gran detalle la intuición referente a las intenciones del marques Reinhard von Lohengramm, así como el hecho de que cualquiera que terminase empezando el conflicto probablemente no sería consciente de que estaría siendo manipulado por el propio marqués. Bucock reconoció su razonamiento y asintió.

“Ya veo. Muy lógico. ¿Pero cree el marques que un golpe puede tener éxito?”

“Probablemente no le importe mucho que fracase. Desde su punto de vista, todo lo que importa es que nuestra fuerza militar esté dividida.”

“Ya veo.” El viejo almirante aplastó su copa de papel vacía con la mano.

“Aún así,” continuó Yang, “antes de poder fomentar un golpe, tienes que convencer a aquellos que lo llevarán a cabo de que este puede suceder. Esto significará tener un plan detallado que enseñarle. Uno que parezca muy viable con un sencillo vistazo.”

“Hmmm….”

“Una rebelión local, a menos que sea a gran escala y acompañada de una reacción en cadena que afecte a otras regiones no tendría la fuerza de agitar la autoridad del gobierno. El método mas eficiente sería tomar el control desde la capital, especialmente si pueden tomar a las autoridades como rehenes.”

“Eso es cierto”

“Pero el cuello de botella, es que el centro del poder político lo es también del poder militar. Si un levantamiento es enfrentado con una fuerza mas fuerte y organizada en el momento de estallar, fallará. Cualquier éxito que tuviera sería momentáneo.”

Yang se echo a la boca su ultimo trozo de patata frita antes de continuar.

“Lo que crea una necesidad de combinar orgánicamente la toma del eje político de la capital con la rebelión localizada”

Sentándose al lado de Yang, los ojos de Julián brillaban mientras la teoría del joven comandante se iba desplegando ante sus ojos. Ese había sido el resultado de la disputa mental de su cabeza por meses.

“En resumen” Dijo Bucock “Tienen que dividir las fuerzas presentes en la capital. Para ello, sembraran una rebelión en algún sector fronterizo. No habrá más opción que llevar a los militares para sofocarla. Pero su objetivo real sera tomar la capital. Hmmm…. Si saliera bien, saldría tan bien como en un cuadro”

“Aunque como dije antes, no tiene porque tener éxito en lo que concierne al marques. Mientras haya caos y división en la alianza, de forma que esta no pueda intervenir en los conflictos internos del imperio, será capaz de alcanzar sus objetivos.”

“Se le ocurren unas ideas muy problemáticas”.

“Para los que las ejecutan, si. Pero no es como si el que las diseñó tuvo que hacer un gran esfuerzo.”

Para ese joven turbio indomable, Yang imaginaba que esa clase de cosas no era más que un juego que tenía tras los almuerzos para facilitar su digestión.

“No creo que puedas decirme quien está envuelto en esto, ¿verdad?” Preguntó Bucock.

“Me temo que no”

“O sea, es muy probable que un golpe de estado estalle en breve y me estás diciendo que lo pare antes de que empiece.”

“Una vez que estalle necesitarías mucha fuerza militar y tiempo para sofocarlos. Dejaría cicatrices. Pero si puedes sofocarlo antes de que empiece , podrías arreglarlo con una simple compañía de policías militares.”

“Ya veo. Es una pesada responsabilidad”

“Y hay algo mas que me gustaría pedirle”

“¿Si?”

Inconscientemente, Yang bajó el tono de voz, haciendo que el viejo almirante se acercara a él. Sentado a cierta distancia de ellos, el joven Julian no podía oír lo que le había dicho. Se sentía un poco decepcionado , pero si era algo que pudiera oír; probablemente Yang se lo diría después. Lo que había oído hasta ahora había sido suficiente para acelerarle el corazón.

“De acuerdo”, Dijo Bucock asintiendo con firmeza “ Haré que te llegue antes de que dejes Heinessen. Por supuesto, sería mejor si algo asi no fuera útil”

Yang infló la bolsa de papel vacía en la que habían venido las patatas fritas, y la reventó con la mano. Estalló con un sonido fuerte, sobresaltando a la gente cercana.

“Lo siento, pero con las cosas como están, no puedo simplemente llevar este problema a otros.”

Yang tiró los restos de la bolsa de papel al suelo y un limpiador robótico semiesférico lo recogió, entonando la melodía de una canción que hacía sido popular veinte años atrás. Bucock le arrojó su bolsa al robot y se levantó.

“En fin, creo que hemos acabado. Marchémonos por separado. Cuidate”

Después de que el viejo almirante desapareciera en la noche de la ciudad, Yang y Julian también se levantaron. Un pensamiento se le ocurrió súbitamente a Julian mientras caminaba junto a Yang en dirección a la parada de Taxis.

¿Estaba la gente que planeaba ese golpe de estado reuniéndose en algún lugar secreto fuera de la vista de todos justo en ese momento, discutiendo en absoluto secreto sus planes?

Cuando se lo mencionó a Yang, esté sonrió con cierta diversión.

“Puedes apostar a que lo están haciendo. Con mejor comida que la que hemos tenido y una mirada más seria en sus caras”

VI

En una espartana habitación sin ventanas, carente de cualquier adorno que expresara la personalidad de su propietario. La iluminación era tan tenue que las facciones de la decena de hombres que se sentaban alrededor de la mesa de reuniones apenas eran distinguibles.

“Bien. Repasemoslo una vez más. 3 de abril, calendario estándar.”

Un punto rojo brilló en un cuadrante situado en el extremo inferior derecho de la carta estelar. Los hombres hablaban en susurros.

“Está a una distancia de 1880 años luz de Heinessen. Se localiza en medio del cuarto distrito fronterizo. Tiene puerto espacial, centro logístico y base de comunicaciones interestelares. No os olvidéis de la fecha. El líder de la rebelión en el sector, sera el señor Herbay…”

La oscura silueta del hombre que había sido mencionado, asintió con lentitud.

“El segundo ataque sera en el planeta Kaffah, el 5 de abril. A 2092 años luz de Heinessen, noveno distrito fronterizo….”

El tercer ataque tendría lugar en Palmeren el 8 de abril, y el cuarto en el planeta Schampool, el día 10. El hombre explicó como los cuatro levantamientos se localizaban en puntos de una esfera imaginaria que tenia en su centro a Heinessen, y mostró en la carta estelar la distancia entre todos ellos. El gobierno tendría que enviar fuerzas para suprimir esas rebeliones, y llevarlas en direcciones opuestas.

“Eso será suficiente para dejar Heinessen indefenso. Con un pequeño numero de tropas podremos tomar todos los puntos importantes.”

El alto consejo, la asamblea, el cuartel general de operaciones conjuntas, el centro de tráfico operado por los militares y otros objetivos que debían ser ocupados fueron nombrados, así como los tiempos para los asaltos y los nombres de los comandantes, y los diferentes números envueltos fueron reiterados. Sin embargo, estas cosas habían sido ya discutidas en reuniones mas de diez veces. Los asistentes eran totalmente conscientes de la totalidad del plan y del rol que tendrían en él. Además, compartían un entendimiento común y un sentido de crisis. Si las cosas seguían tal y como entonces, la alianza sería destruida. Dejando a un lado la escala de la derrota sufrida en Amritzer, el rápido avance de la corrupción política y el debilitamiento de la economía y la sociedad en su totalidad era el origen de dicho sentimiento de crisis.

Bajo ninguna circunstancia se podían dejar esos problemas a la presente cosecha de políticos, que se intercambiaban favores y poder político como jugadores de poker tirando fichas en un casino. Ese grupo debería ser purgado por completo. El hombre que presidía la mesa miró a todos los presentes:

“Con nuestras propias manos purificaremos nuestra patria de esa plutocracia que se ha sentado sobre nuestros ideales y ha alcanzado el pináculo de la corrupción. Es una batalla justa, una que no podemos evitar si queremos renovar nuestra nación.”

Controlaba su voz y su discurso totalmente, dibujando una fina linea que le separaba de un fanático, embriagado con sus propias ideas. Para mostrar su confianza en él, todos los presentes asintieron con un entusiasmo similar.

“Sin embargo ahora mismo, hay un individuo que va a suponer un problema”

El discurso se fue tornando mas formal, y el resto de hombres enderezaron su postura ligeramente.

“Dicho hombre, es el almirante Yang Wen-Li, comandante de la fortaleza Iserlohn. Es parcialmente debido a que no está en la capital que no le he convertido en uno de nuestros compatriotas. Pero si hay alguna opinión sobre dicho asunto…”

Cuando el hombre terminó de hablar comenzó a haber una discusión´.

“¿No estamos en posición de seducirle hacia nuestro bando? Su intelecto y popularidad serían extremadamente útiles. No podemos ignorar el valor estratégico de Iserlohn, igualmente.”

“Si no se nos une, podríamos tomar el control de todo el territorio, de Heinessen a Iserlohn.”

“Estamos a finales de marzo. ¿Crees que podemos hacer tiempo para intentar convencerlo?”

“No tenemos necesidad de atraer a un hombre así para que se nos una”

La voz que había hablado correspondía a la del más joven de los presentes. Pero era una voz extrañamente hosca, carente de espíritu. Había un ligero desajuste entre el tono fuertemente asertivo y la calidad de la voz. Viendo el estado de ánimo de los demás asistentes se resentía, el hombre a la cabeza de la mesa abrió la boca para hablar con reproche.


«Es mejor que no te dejes dominar por tus emociones. Sin embargo, también es cierto que no tenemos tiempo para tratar de ganarlo a nuestra causa. En su lugar, me gustaría considerar esto de nuevo después del levantamiento. Teniendo en cuenta la situación astrográfica, debería ser Yang quien se encargara de acabar con el levantamiento de Schampool…»
Incluso usando la navegación por pulso a la máxima velocidad de combate, tomaría cinco días para llegar a Schampool desde Iserlohn. Incluso si salía de Schampool inmediatamente y corría hacia la capital en el momento en que le llegaban los informes del golpe de estado, se necesitaría un mínimo de veinticinco días. Treinta días en total. En ese lapso de tiempo, podrían obtener el control completo de la capital, y lo más importante, mientras controlaran el Collar de Artemisa -un temible sistema de defensa espacial consistente en doce satélites de combate enlazados- recuperar Heinessen no sería una tarea fácil. Incluso «Milagro Yang» tendría problema


«Si podemos negociar con Yang bajo esas circunstancias, podríamos convencerlo más fácilmente de lo que esperábamos. Por ahora, debemos actuar según el plan, y una vez que el asiento del poder esté en nuestras manos, la autoridad de nuestro nuevo orden se magnificará».
«Me gustaría hacer una propuesta…» Al igual que antes, la joven pero sombría voz atrajo todas las miradas de la habitación. «Deberíamos enviar a uno de nuestros camaradas a Iserlohn y hacer que mantenga a Yang bajo vigilancia. Si comienza a tomar alguna acción que nos ponga en desventaja, debería ser eliminado.»
Hubo un momento de silencio, tras el cual se alzaron voces de acuerdo de varias de las figuras. Los factores que amenazaban el éxito debían ser eliminados.
¿»Quién se opone»? Muy bien, entonces se adopta la propuesta. Agilicemos la selección de nuestro agente».
Sin embargo, había un punto de reticencia en la voz del líder.
Un hombre que estaba sentado en una esquina, sin decir una palabra, dejó escapar un pesado suspiro. Un suspiro que apestaba a alcohol. Tenía en la mano una botella de whisky Rotherham, y su contenido había disminuido a la mitad desde que la reunión había comenzado.
Se llamaba Arthur Lynch.
Los gruñidos maliciosos salieron a la superficie del corazón de Lynch como burbujas en la cerveza. Baila, baila, baila… todos bailad como locos en la palma de la mano del destino. Si pierdes el equilibrio y te caes en el camino, o sigues bailando hasta el día de tu muerte, todo depende de la habilidad de cada hombre.
Si esperaba el éxito o el fracaso del golpe era algo de lo que ni siquiera Lynch estaba seguro. Tenía la sensación de que desde ese día, hace nueve años, ni siquiera su propio futuro podía ser de interés para él.
Hasta ese día, la vida de Lynch nunca había sido particularmente trágica. Había tenido éxitos moderados tanto en el trabajo de primera línea como en el de oficina, y había llegado a almirante a los 40 años. La gente le había llamado «Excelencia». Pero entonces había dado un pequeño paso en falso. Cuando había luchado contra el imperio en el sistema de El Facil, s extraños terrores se habían apoderado de él, y después de abandonar a los civiles en un intento de huir, se había convertido en un prisionero del imperio. Aún vivo, se había convertido en la vergüenza de la marina espacial de la alianza , y desde ese día había sido tachado de cobarde.
Bueno ahora, ¿cómo resultarán las cosas?
Lynch cerró los ojos. Más allá de una pesada cortina tejida de alcohol y aburrimiento, un solo planeta mostraba su vaga silueta.
De vuelta a Odín, capital del Imperio Galáctico, separada de este lugar por diez mil años luz de espacio vacío, el hombre que le había dado esta misión -Reinhard, el joven marqués Lohengramm- debía estar mirando el vasto mar de estrellas, con la aguda luz de la ambición brillando en sus ojos.


Capítulo 2. Punto de ignición

I

En noviembre del año anterior, Arthur Lynch había sido convocado a aparecer ante Reinhard von Lohengramm, comandante supremo de la marina imperial galáctica. Esto había sido poco después de que este Reinhard hubiera destrozado la fuerza invasora de la alianza en la batalla de la región estelar Amritzer.

Lynch había vivido en un bloque correccional situado en la frontera del imperio desde su vergonzosa captura en la región estelar El-Fácil.

No existían campos de prisioneros de guerra como tales dentro del imperio galáctico. En su lugar, los miembros capturados de la fuerza rebelde eran por asignados a instalaciones como aquella, destinadas a instaurar un pensamiento y moral apropiados por haber cometido maliciosos crímenes de pensamiento contra el dominio imperial.

En dichas instalaciones, los internos lograban cultivar suficiente comida para sobrevivir. Los militares imperiales vigilaban las fronteras y enviaban ropa y suministros médicos cada cuatro semanas. Interferían muy poco con esas colonias de prisioneros de guerra. Esto no debería denotar la generosidad de los militares imperiales, tanto como las carencias de financiación y personal. Pese al hecho de que había un sistema de conscripción funcionando, los recursos humanos no eran infinitos y su alcance no se extendía a cada rincón de la frontera. La situación era tal que cuando alguno de esos criminales de pensamiento eran lo suficientemente amables como para matarse unos a otros en alguna disputa interna, los militares agradecían los problemas que ello les había ahorrado.

En la Alianza, los prisioneros de guerra habían sido tratados como invitados, en primer lugar. Había sido una táctica de guerra psicológica, diseñada para educarles a través de la experiencia directa y enseñarles las bondades de una sociedad libre. Pero tras 150 años de guerra, sin embargo, la alianza no podía permitirse darse aires de grandeza. Por eso los cautivos eran tratados como algo a medio camino entre ciudadanos ordinarios y prisioneros.

Lynch y sus viejos subordinados habían vivido juntos en la misma colonia por algún tiempo, cuando se difundió por boca de otros soldados enviados al mismo bloque correccional las acciones de Lynch en el facil, haciéndolo objeto de frías miradas por parte del resto de internos.

Incapaz de defenderse ante tal amarga situación, Lynch recurrió al alcohol para escapar de aquello. También aprendió de los nuevos prisioneros que su mujer había hecho que retirasen su apellido del registro familiar y había vuelto a casa de sus padres con sus dos hijos. Mientras se hundía mas y más profundamente en la botella, más se hundía su reputación; hasta el punto de que aquellos que habían sido sus subordinados directos empezaron a mirarle abiertamente con odio y desprecio.

Bajo esas circunstancias había aparecido un único destructor de la marina imperial que le había llevado a la capital del imperio: Odín.

Al contrario de Yang Wen-Li, la apariencia de Reinhard von Lohengramm era excepcionalismo destilado.

Su edad en aquel entonces había sido de veinte años y en su esbelta figura se podía distinguir un exquisito equilibrio de gracia, fuerza y coraje. Su brillante y ligeramente rizado cabello dorado era más largo que el año anterior, y lo lucía en un estilo que recordaba a la melena de un león. No había ninguna imperfección en su piel de porcelana, y había una gracia exquisita en toda su persona. Era como si esta persona hubiera monopolizado todo el favor del dios de la creación.

Solo los destellos de luz en sus ojos azul hielo los hacían afilados, demasiado afilados. Demasiado intensos. Casi a semejanza de un ángel, o quizás los ojos del ángel caído Lucifer; que había pretendido sobrepasar al mismísimo Dios.

“Contraalmirante Lynch”

Con esas palabras, se había colocado una única silla frente al escritorio del marqués Lohengramm, en la que los guardias habían forzado a sentarse a ese prisionero solitario. Reinhard había sido consciente de la falta de calidez de su voz, pero no tenía intención de empezar de nuevo con ese desvergonzado y detestable despojo que se sentaba frente a él.

Tras un momento de duda, Lynch le preguntó :”¿Quién eres?”

“Reinhard Von Lohengramm” Le había respondido.

Los ojos enrojecidos y nublados de Lynch se abrieron de golpe :

“¿En serio? Pareces terriblemente joven, ¿no? ¿Conoces El-Facil? ¿Hace cuanto fue? Seguramente eras un niño cuando eso paso…. Y yo era contra-almirante”

A la izquierda de Reinhard había un alto y joven oficial pelirrojo cuyos ojos azules albergaban asco y pena. “¿Señor Reinhard, ¿Puede un hombre de su clase realmente sernos de utilidad?”

“Le haré útil, Kircheis. De otro modo su vida no tiene valor.” El joven mariscal rubio volvió sus ojos hacia Lynch con una mirada que le perforó como una espada de hielo.

“Escuche bien, señor Lynch; puesto que no me repetiré. Voy a delegar cierta misión en usted, y espero que la ejecute. Si tiene éxito, tendrá el rango de contraalmirante en la marina imperial”

La reacción de Lynch fue lenta. Llama parecían haberse encendido en lo recóndito de sus ojos vidriosos inyectados en sangre y Lynch había agitado su cabeza repetidamente como si tratase de zafarse de la neblina tóxica de alcohol que afectaba a su cerebro.

“Contralmirante….ha ha ha… ¿un contralmirante , dice?” Estaba sacando la lengua para lamerse los labios. “No suena un mal trato para nada. ¿Que tengo que hacer?”

“Infiltrarse en su mundo natal, seducir a los elementos descontentos dentro de sus fuerzas armadas y convencerlos para realizar un golpe de estado.”

El aire se enturbió por el sonido de la volátil risa de Lynch, por un buen raro.

“Heh, heh, heh, eso no va a pasar, muchacho. Algo así…es casi imposible. Quiero decir, tu eres el que está sobrio aquí ¿No?”

“Es posible y tengo el plan de operaciones aquí en mi mano. Síguelo al pie de la letra y tendrás éxito”

Esa luz apagada había empezado a brillar otra vez en los ojos de Lynch.

“Pero….si el plan fracasara, sería un hombre muerto. Absolutamente muerto. Me matarían….”

“Bien, pues si pasara ¡muere! – La voz de Reinhard había partido el aire como el chasquido de un látigo. “¿Piensas que tu vida vale algo tal y como estas ahora? Eres un cobarde. Huiste sin la mas mínima vergüenza, como una yegua asustada, abandonando a los hombres que debías liderar y a los civiles que debías proteger. No hay hombre vivo que pueda hablar bien de tí. ¿Y aún así te aferras a la vida como a un clavo ardiendo?”

Su voz revitalizó el espíritu apagado y tan mancillado por el alcohol de Lynch, despertando algo en el.

La energía mental de Lynch no era nada comparada a la de Reinhard, fuera en calidad o cantidad. Al sentarse ahí su cuerpo había comenzado a temblar, y sudar.

“Es cierto. Soy un cobarde”- había murmurado con una voz débil y distante “y es demasiado tarde para rescatar los restos de mi nombre…¿Así que porqué no aceptarlo todo? La cobardía. La desvergüenza….”

Alzó su cara. La vidriosidad de sus ojos no se había despejado, pero había en ellos un fuego que ardía; como el de una fragua.

“De acuerdo. Lo haré. Lo del rango es una cosa segura ¿no?”

En esa voz había una leve traza del espíritu que había tenido una década atrás.

II

Tras la partida de Lynch, Reinhard miró a su amigo pelirrojo. “Si esto tiene éxito, Yang estará demasiado ocupado con asuntos domésticos como para intervenir aquí”

“Cierto… y con su paz domestica rota, los rebeldes abandonarían cualquier plan que podrían tener contra nosotros.”

“Paz. ¿Sabes lo que es la paz, Kircheis?” La lengua de Reinhard goteaba veneno.

“Es una edad bendita en la que la incompetencia no está destinada a convertirse en el vicio más grande. Solo mira a esos aristócratas”

«Paz». ¿Sabes lo que es la paz, Kircheis?» La lengua de Reinhard goteaba veneno. «Se refiere a una bendita época en la que la incompetencia no se considera el mayor vicio. Sólo mira a esos aristócratas.»
El imperio estaba, en su superficie, en un estado de guerra continuo con la Alianza de los Planetas Libres, pero en medio de todo eso, los que tenían rango dentro de la aristocracia disfrutaban solos de «paz dentro de los muros de la fortaleza». Mientras en el más negro vacío a miles de años luz los soldados heridos caían, temblando de miedo a la muerte;Decadentes bailes se celebraban bajo los candelabros de cristal del palacio imperial con el más fino champagne, con venado asado empapado en vino tinto, con bavarois de chocolate … Había gatos persas de blanco puro, horquillas de perlas azules, adornos de pared de ámbar, jarrones de porcelana blanca transmitidos a través de los siglos, pieles de marta negra, largos vestidos adornados con salpicaduras de innumerables piedras preciosas, vidrieras ricas en color y luz …


¿Es esta… esta disparidad trágicamente absurda la verdadera realidad?
Eso fue lo que un chico con ojos azul hielo pensó la primera vez que apareció en uno de esos bailes. Sí, lo había pensado. Esta es la realidad.
Así que la realidad debe ser cambiada.
Esos pensamientos se habían convertido rápidamente en una firme convicción, y desde entonces, los salones de baile y las fiestas habían sido para él lugares para observar a los enemigos que algún día debía destruir. Después de muchas noches de observaciones de este tipo, Reinhard había llegado a una conclusión: no había nadie a quien temer entre estos de alta alcurnia con sus llamativos trajes.
Esa opinión se la había revelado a Kircheis y a ningún otro.

«No creo que debamos temer a ningún noble, tampoco», había respondido Kircheis. Fue por esta época que Kircheis comenzó a asumir un comportamiento más humilde hacia Reinhard. «Pero debemos tener cuidado con la nobleza.»
Ante esas palabras, Reinhard había mirado a su amigo con sorpresa.
La voluntad unificada de un grupo, aunque no fuera más que una colección de rencores personales contra un enemigo común, no era nada para tomar a la ligera. Al cruzar espadas con el enemigo delante de ti, alguien podría clavarte una daga en la espalda.
«Oh», había dicho Reinhard. «En ese caso, estaré en guardia.»
Esa parte afilada de su alma, que como la hoja de una espada estrecha era demasiado afilada para su propio bien, era mantenida envainada y custodiada por su querido amigo.
Otro había suavizado durante mucho tiempo sus bordes afilados y enfriado las emociones furiosas dentro de él: su hermana mayor (por cinco años), Annerose.

Encerrada a los quince años en el palacio del Káiser Freidrich IV, parecía en ese momento haber renunciado a todas sus perspectivas de futuro. Tras ser nombrada Gräfin (condesa) Grünewald por el Káiser , había recogido a Reinhard de la inestable cáscara en que se había convertido su padre, y dado apoyo y respaldo a Kircheis, el chico que era como un hermano para él, convirtiéndose en la principal benefactora de ambos.
Ahora sus antiguos dependientes, habiéndola superado en estatura, llevaban títulos de almirantazgo y corrían por las zonas de guerra de la galaxia. Sin embargo, cada vez que se presentaban ante ella, la pareja podía volver en un abrir y cerrar de ojos a los días de su infancia, a esos días brillantes de antaño, impregnados de una luz dulce y clara.

Desde que la vida completamente desordenada del anterior Káiser Friedrich IV llegó a su fin, las autoridades del Imperio Galáctico fueron visitadas por el equivalente político de un trastorno geológico intermitente.

Primero, el niño de cinco años Erwin Josef se había convertido en el nuevo Káiser. Aunque era el nieto del difunto Federico IV, su sucesión había provocado la ira y los celos de dos aristócratas de alta alcurnia: el duque Otto von Braunschweig y el marqués Wilhelm von Littenheim. Ambos estaban casados con hijas del difunto Friedrich IV, y sus esposas habían dado a luz a sus propias hijas. Estos hombres tenían la ambición de hacer Kaiserinne a sus propias y de gobernar el imperio ellos mismos como regentes.


Con el desmoronamiento de esas ambiciones, habían unido sus manos contra sus enemigos comunes y juraron venganza. Esos enemigos eran el niño Kaiser Erwin Josef II y los dos poderosos vasallos que lo apoyaban -el primer ministro imperial interino de setenta y seis años, el duque Klaus von Lichtenlade, y un marqués de veinte años llamado Reinhard von Lohengramm.
De esta manera, la división de la clase dirigente del Imperio Galáctico en dos facciones se hizo inevitable. Estaba la facción del Kaiser, el eje Lichtenlade-Lohengramm, y la facción anti-Kaiser, la confederación Braunschweig-Littenheim.
Muchos preocupados por el futuro del imperio, o por su propia seguridad personal, buscaban permanecer neutrales, pero el empeoramiento de las tensiones no les permitía quedarse al margen indefinidamente.
¿Con qué lado debo aliarme si quiero vivir? ¿Qué lado es el correcto para seguir como súbdito del imperio, y tiene posibilidades de ganar? En estos asuntos, su juicio y perspicacia se pusieron a prueba.
Las emociones se inclinaron desde el principio hacia Braunschweig y Littenheim, pero se sabía que Reinhard era un genio militar. Incapaces de decidirse fácilmente, estaban atrapados en el valle entre sus corazones y sus cabezas, tratando desesperadamente de adivinar en qué dirección soplarían los vientos.


«Los nobles corren como ratones, devanándose los sesos sobre qué lado será más ventajoso para alinearse. Es la gran comedia de los últimos tiempos”
A quien Reinhard hizo ese comentario un día fue al jefe de personal de la Armada Espacial Imperial, el Vicealmirante Paul von Oberstein.
«A menos que tenga un final feliz, no se puede llamar comedia.»
Oberstein era un hombre totalmente desprovisto de frivolidad, por lo que se creía que carecía totalmente de sentido del humor. Aunque todavía estaba en la mitad de sus treinta años, la mitad de su cabello ya se había vuelto blanco, y la luz fría rebosaba en sus ojos artificiales, que albergaban computadoras de fotones. Sus labios eran finos y apretados, y sus expresiones faciales no contenían nada que pudiera llamarse entrañable. El hombre también fingía ignorar su reputación, sin importar lo que se dijera de él.
«En cualquier caso, Su Excelencia debe ser paciente mientras ve a sus enemigos retorcerse, por supuesto.»
«Ciertamente. Me lo pasaré bien.»

Reinhard, por supuesto, no esperaba pasivamente. Empleando una serie de tácticas inteligentes, había incitado a los nobles de alta alcurnia a la ira ciega mientras aún no tenían una oración de victoria. Sus histéricas explosiones de indignación eran exactamente lo que Reinhard quería. Sus propios complots contra él fueron aplastados con la pura pasión de un joven que perseguía hermosas mariposas.

«No hay necesidad de arrinconar a los nobles», dijo Reinhard, mientras sus flexibles dedos jugaban con el pelo rojo de su amigo. «Es suficiente con hacerles creer que van a ser acorralados.»

De hecho, la riqueza y el poder militar de la nobleza habrían superado con creces el de Reinhard si se hubieran unido a él. Sin embargo, las respuestas de esos nobles acosados

—¡A este ritmo, seremos destruidos! Tenemos que luchar de alguna manera— carecían de razón y le parecían a Reinhard simplemente absurdas.

La mente de Reinhard ya no era la de un niño, pero algo de la infancia aún permanecía en su corazón. Odiaba a los que se oponían a él, pero cada vez que notaba alguna cualidad única en las palabras o acciones de sus oponentes, aunque fuera una cualidad que difícilmente podría llamarse atractiva, despertaba en él cierta curiosidad. En la actualidad, sin embargo, no podía ver tales cualidades entre los aristócratas, y en eso, se sentía un poco decepcionado.

III

El conde Franz von Mariendorf, un hombre consciente de modales amables, disfrutaba de la confianza de los aristócratas y de sus propia gente. Indeciso acerca de la mejor manera de lidiar con las circunstancias actuales, cada día se sentía como si estuviera sosteniendo su cabeza con las manos. Quería mantener la neutralidad el meyor tiempo posible, pero ¿sería acaso una opción?.

Un día, su hija mayor Hilda, regresó brevemente a casa desde la Universidad de Odín. Hildegard von Mariendorf acababa de cumplir 20 años.

Su pelo rubio de tonalidad ligeramente oscura había sido cortado para facilitar el movimiento de la joven. Había una especie de belleza dura en sus rasgos, pero no daba una impresión fría o dura, un hecho que probablemente se debía a la viva chispa de sus ojos verde-azulados. Esos ojos estaban prácticamente llenos de vida y de un intelecto vibrante, dando más la impresión de un joven aventurero.

Un anciano de mejillas rosadas y brillantes se encontró con ella en el salón de la mansión e inclinó su corpulento cuerpo hacia adelante en una reverencia.

«Señorita, es tan maravilloso ver que está bien.»

«Tú también te ves estupendo, Hans. ¿Dónde está papá?»

«Está en el solarium. ¿Debo ir y decirle que estás aquí?»

«No es necesario, iré yo misma. Oh, ¿puedes traer café, por favor?»

Aparte de una bufanda rosa atada alrededor de su cuello, la hija del conde estaba vestida de la misma manera que un hombre, y caminaba por el pasillo con un paso rítmico.

Un par de sofás habían sido colocados junto a la amplia ventana del solarium, y allí, a la luz del sol, el Conde Mariendorf se había sentado con la espalda encorvada hacia delante, perdido en sus pensamientos. Buscando el sonido de la voz de su hija, forzó una sonrisa y la hizo señas para que se acercara.

«¿En qué estabas pensando ahora, padre?»

«Oh, ah, nada de gran importancia.»

«Eso es tranquilizador, ¿no? decir que el destino del Imperio Galáctico y el futuro de la Familia Mariendorf no son de gran importancia.»

El Conde Franz von Mariendorf sufrió un gran escalofrío involuntario.

Su rostro se puso rígido, y miró hacia su hija. Con una expresión pícara, pero no meramente pícara, Hilda devolvió la mirada de su padre. Hans el mayordomo les trajo café en una bandeja de plata. Un largo silencio se extendió hasta que se retiró; fue la hija quien lo rompió.

«Entonces, ¿has decidido lo que vas a hacer, padre?»

«Espero permanecer neutral. Sin embargo, si no me queda más remedio que tomar partido por uno u otro lado, apoyaré al duque Braunschweig. Como noble del imperio, es mi…»

«¡Padre!»

Con un grito agudo y una mirada áspera, la hija había cortado en seco las palabras de su padre.

El padre de Hilda miró sorprendido a su hija. Sus ojos verde-azules brillaban intensamente. Albergaban una extraña belleza, como llamas que bailaban dentro de joyas.

«Hay un hecho del que la mayoría de la aristocracia está apartando sus ojos. Es que tan seguro como que cada humano nacido morirá algún día, la muerte viene para las naciones también. No ha habido una sola nación que escape a la destrucción final desde que la civilización surgió por primera vez en un pequeño planeta llamado Tierra. ¿Cómo puede el Imperio Galáctico, la Dinastía Goldenbaum, ser una excepción a ese fenómeno?»

«Hilda». ¡Basta, Hilda!»

«La dinastía Goldenbaum sobrevivió casi quinientos años», dijo la audaz hija del conde. «Gobernaron a toda la raza humana durante más de doscientos de esos años, haciendo lo que quisieron con su riqueza y poder. Mataron a gente, robaban a las hijas de otras casas, creaban leyes para su propia conveniencia…»

Estaba casi golpeando la mesa con su fervor.

«Han hecho lo que les ha dado la gana durante tanto tiempo. Si el telón cayera finalmente, ¿a quién culparías? Por otra parte, es natural estar agradecido por quinientos años de continua prosperidad. Pero incluso las leyes de la naturaleza dicen que no puede continuar para siempre.»

Era un ataque verbal digno de un revolucionario, y su padre, de modales suaves, al principio se quedó sin palabras. Al final, sin embargo, reunió el espíritu suficiente para un contraataque.

«Aún así, Hilda, eso no significa que haya ninguna razón para ponernos de parte del Marqués Lohengramm.»

«Oh, hay una razón.»

«¿Qué tipo de razón?» Su voz se llenó de dudas cuando hizo esa pregunta, y al mismo tiempo contenía un toque de súplica.

«Hay cuatro razones. ¿Me escuchará?»

Su padre asintió con la cabeza. La explicación de su hija fue la siguiente:

Primero: El Marqués Lohengramm se había puesto del lado del nuevo Káiser, y por orden de éste, tenía motivos para someter a los que se le oponían. En comparación con eso, el eje de Braunschweig-Littenheim se preparaba para librar nada más que una guerra privada cuyo objetivo no era nada mas que la mera ambición.

Segundo: El poder militar del Duque von Braunschweig y de los demás era grande, y tarde o temprano la mayoría de los aristócratas se consolidarían tras él. Por lo tanto, aunque la Casa Mariendorf participara, no sería vista como un aliado particularmente importante y no recibiría ningún tratamiento especial. El bando de Lohengramm, por otro lado, era la fuerza más débil, y si la Casa Mariendorf se alineaba con ella, sus fuerzas no sólo se fortalecerían, sino que también habría un impacto político, lo que significaba que era seguro que la Casa Mariendorf recibiría una cálida bienvenida.

Tercero: El duque Braunschweig y el marqués Littenheim sólo unieron sus fuerzas por el momento; carecían de una voluntad de cooperar a largo plazo. Y lo más importante, la cadena de mando de sus fuerzas militares no estaba unificada, y eso podría ser fatal. Por otro lado, el bando de Lohengramm operaba con un propósito y una estructura de mando unificada. Independientemente de lo que pudiera suceder en el camino hacia el final, era evidente quién saldría ganando al final.

Cuarto: Ni Reinhard von Lohengramm ni ninguno de sus principales subordinados eran de alta alcurnia, y por lo tanto era muy popular entre los plebeyos. Era imposible luchar en una guerra sólo con oficiales, y los soldados comunes de ambos bandos eran todos plebeyos. Entre los soldados rasos del campo del Duque Braunschweig, habían estallado disturbios y motines como resultado de la hostilidad acumulada hacia los oficiales de alta alcurnia. Incluso existía el peligro de un colapso desde el interior .

«¿Qué opinas, padre?»

Después de que Hilda concluyera así, el Conde Mariendorf permaneció en silencio, simplemente limpiándose el sudor de la frente. No podía discutir con la lógica de su hija.

«Creo que la Casa Mariendorf debería alinearse con el ganador, es decir, con el Marqués Lohengramm. Como prueba de nuestra lealtad, también deberíamos ofrecerle tierras y un rehén».

«La tierra no es un problema, por supuesto, dale un poco. Pero no le daré rehenes. Eso está fuera del…»

«¿Ni siquiera si el rehén lo desea?»

«Pero, ¿quién podría…»

A mitad de la frase, una mirada temerosa apareció en el rostro del Conde von Mariendorf. «No, tú no…»

«Sí. Iré.»

«¡Hilda!» su padre jadeó, pero ella siguió tranquilamente añadiendo azúcar y crema a su café. Estaba segura de que su cuerpo no estaba predispuesto al aumento de peso.

«Te estoy agradecida, padre. Me trajiste al mundo en la víspera de unos tiempos muy interesantes.»

El Conde Mariendorf miraba en silencio, atónito.

«No puedo impulsar la historia por mí misma, pero puedo observar con mis propios ojos cómo se mueve la historia y cómo la gente atrapada en ella vive y muere.»

Después de beber su café, Hilda se puso de pie y abrazó la cabeza de su padre, frotando su mejilla contra su pelo marrón y sin brillo.

«No te preocupes por mí, padre. Pase lo que pase, voy a proteger a la familia Mariendorf. No importa lo que tenga que hacer.»

«Entonces lo dejo en tus manos.» La calma comenzaba a volver a la voz del anciano Mariendorf. «Sea cual sea el resultado final, no me arrepentiré. Pero no es necesario que te sacrifiques por el bien de la Casa Mariendorf. En vez de eso, piensa en cómo puedes usar la Casa Mariendorf como una herramienta, para abrir un camino para tu propia supervivencia. ¿Harás eso?»

«Padre…»

«Cuídate mucho».

Inclinó la cabeza y besó la frente de su padre. Luego, como una mariposa, se dio la vuelta y dejó el solarium.

IV

Tras un viaje de seis días, Hilda llegó a Odín. O, desde su perspectiva; regresó. Había estado residiendo en Odín por cuatro años completos.

Hilda tomó un robocoche desde el puerto espacial al Almirantazgo Lohengramm. Quizás debido a que estaba de tan buen humor, no sentía ninguna clase de fatiga. En cualquier caso, una vez que la guerra acabara, podría descansar todo lo que quisiera.

“¿Tiene una cita, señorita?” Pregunto el joven oficial de aspecto aniñado junto a la ventana. La placa identificativa de su pecho tenia el nombre: Teniente von Rucke

“Me temo que no. Pero esto está relacionado con las vidas y esperanzas de mucha gente. Estoy segura de que su excelencia el mariscal accederá a verme… así que por favor ¿podría anunciarme?”

Ante la vista de la honesta expresión de la hermosa jovencita -de la cual, un 30% era una actuación –

El teniente se vio superado por su espíritu caballeroso. La había hecho esperar en el recibidor, pero tras hacer varias llamadas, la llamó; como si fuera el único al que se le había concedido la petición.

“Dice que la verá. Por favor, tome el ascensor numero 4 hasta la décima planta.”

“Muchísimas gracias. Siento haberle puesto en tal situación.” Dijo Hilda con una sinceridad absoluta, y entró en el ascensor (que tenía integrado un sistema de detección de armas).

Ese día, Reinhard esperaba la llegada de un informe concreto, pero no parecía que fuera a llegar, y recibió con interés la noticia de que una adorable y vivaz joven había venido para verle. Para Reinhard, por supuesto , las mujeres hermosas no eran algo que tuvieran que ser apreciado con demasiado entusiasmo. E incluso así, la vista de la belleza de Hilda, sencilla y natural, sin rastros visibles de maquillaje, le dejó ligeramente impresionado por lo poco que se parecía a la hija de un aristócrata.

“Es una pena que Kircheis no esté hoy con nosotros” dijo Reinhard una vez que ambos se sentaron en la sala destinada a las visitas. “¿Sabía que tiene un poco de historia con los Mariendorf?”

“Si, por supuesto. Salvo la vida de mi padre durante la rebelión Kastrop, el año pasado. Aunque nunca le he visto en persona.”

Tras un momento de silencio, Reinhard le dijo “Bien, ¿No había dicho que tenía negocios conmigo el día de hoy?”

Un joven que parecía un cadete del instituto militar les trajo café. Reinhard tenía la jarra de crema en la mano cuando Hilda habló,

“La familia Mariendorf se pondrá de su lado en la futura guerra civil, marqués Lohengramm”

For un segundo la mano de Reinhard se congeló. Pero completó la operación en una serie de movimientos improvisados.

“¿Guerra civil…?”

“Si, la que tendrá lugar contra la nobleza encabezada por el duque Braunschweig, que podría estallar mañana mismo dado lo que sabemos.”

“Eres una chica atrevida, ¿no? Suponiendo que algo así fuera a pasar, mi victoria no esta garantizada ¿Y aun así dice que me apoyara?”

Hilda controló su respiración y relató al joven mariscal imperial los puntos que anteriormente había explicado a su padre. Los ojos azul hielo de Reinhard brillaron.

«Tienes una perspicacia extraordinaria», dijo. «Muy bien. Si así están las cosas, me vendría bien un aliado. Su consideración será ciertamente recompensada. Prometo cuidar bien de la familia Mariendorf naturalmente, así como de cualquier otra familia con la que puedas hablar por mí.»

«Sus generosas palabras harán más fácil persuadir a nuestros conocidos y parientes, así como a nosotros mismos, milord.»

«¿Qué es eso? Acabas de convertirte en mi aliado. No podría tratarte con descortesía. Pagar tus esfuerzos y tu valor es lo más natural. Si hay alguna forma en que pueda serte de ayuda, por favor no dudes en preguntar.»

«En ese caso, entonces, si puedo aprovecharme de sus amables palabras, tengo una petición.»

«Por supuesto», dijo Reinhard. «Adelante.»

«En reconocimiento de nuestra lealtad… quisiera un documento oficial de garantía, reconociendo a la Casa Mariendorf y garantizando sus tierras y títulos.»

«¿Oh? ¿Un documento oficial?»

El tono de voz de Reinhard tenia ahora una cierta cautela. Miró a Hilda con una mirada ligeramente diferente de la que había tenido hasta ahora. La hija del Conde Mariendorf miró sin miedo al joven señor.

Reinhard lo pensó un momento, pero no tardó en tomar una decisión.

«Muy bien. Lo pondré por escrito y te lo haré llegar al final del día.»

«Tienes mi mayor gratitud». Respetuosamente, Hilda inclinó la cabeza. «La Casa Mariendorf jura a Su Excelencia nuestra absoluta lealtad y se esforzará en servirle en asuntos grandes y pequeños.»

«Cuento contigo, entonces. ¿Y Fraülein Mariendorf?»

«¿Sí?»

«¿Serán necesarios tales documentos de garantía para cualquier otra casa que pueda persuadir a unirse a nosotros?»

«Le pediría que se las diera a aquellos que lo soliciten por su propia voluntad. Para aquellos que no lo hagan, no veo la necesidad.»

Las palabras de Hilda salieron de su boca sin la menor duda.

«Bien, bien…» dijo Reinhard, sonriendo.

La intención de Reinhard era purgar completamente el imperio del viejo sistema que sirvió como estructura de apoyo de la Dinastía Goldenbaum. Durante cinco siglos, los aristócratas se habían atiborrado de privilegios, y Reinhard no tenía ninguna intención de permitirles sobrevivir en el nuevo régimen.

Una vez que su poder fuera absoluto, pretendía eliminar a todos los que no fueran los más útiles, o arrojarlos a las multitudes, quizás, si el pueblo pedía a gritos la sangre. Dejar que perezcan los que no tienen la capacidad de sobrevivir, esa había sido la creencia de Rudolf, a quien sus antepasados habían servido. Y ahora, en la presente generación, los pecados de los padres serían revisados.

Hilda había visto lo que se avecinaba y había venido a Reinhard buscando una garantía oficial escrita de su propia mano. A diferencia de una promesa hablada, una que se ponía por escrito no podía romperse fácilmente. No sólo dejaría una mancha en el honor de Reinhard, sino que invitaría a desconfiar de su propio sistema de autoridad.

Habiendo tomado tal medida en nombre de su propia familia, Hilda decía, «En cuanto a los otros aristócratas, matad y perdonad, dad y confiscad a vuestro gusto.» No hablaba desde una posición meramente egocéntrica, sino que decía: «Si me va bien a mí y a los míos, entonces a la mierda con el resto». Ella, en efecto estaba declarando que no se alinearía lateralmente con las viejas familias aristocráticas.

Los instintos políticos y diplomáticos de la joven dama eran incisivos, lo cual era aterrador.

De entre las miles de familias aristocráticas del imperio, un talento realmente digno de admirar había aparecido por fin, a la tierna edad de 20 años, y una mujer, nada menos. Por supuesto, Reinhard era sólo un año mayor que ella.

Es un signo de los tiempos, pensó Reinhard. La era del gobierno de lo viejo estaba llegando a su fin. Y no sólo en el imperio. En la Alianza de los Planetas Libres, el Almirante Yang acababa de cumplir treinta años, mientras que el terrateniente Rubinsky de Phezzan estaba todavía en los cuarenta.

Aún así, esa joven…

Reinhard miró fijamente a Hilda otra vez y empezó a decir algo.

Sin embargo, justo entonces, hubo una conmoción fuera de la puerta que apenas tuvo tiempo de registrar antes de que un oficial de alto rango irrumpiera dentro, con la cara sonrojada por la emoción. Su corpulento cuerpo era tan grande que podía bloquear la entrada por sí mismo.

«¡Excelencia! ¡Los nobles descontentos finalmente han empezado a moverse!»

Su voz fuerte era compatible con su complexión.

Karl Gustav Kempf, uno de los almirantes adjuntos al almirantazgo de Reinhard y antiguo piloto de caza, era conocido hoy en día como un oficial al mando audaz e intrépido.

Reinhard se puso de pie. Esta era la noticia que había estado esperando. Los ojos de Hilda se abrieron de par en par sin querer. Sus movimientos (de Reinhard) habían sido sorprendentemente ágiles y elegantes.

«Fraülein Mariendorf, he disfrutado de la oportunidad de conocerla hoy. Me gustaría cenar con usted alguna vez.»

Mientras Kempf seguía a Reinhard fuera de la habitación, pareció por un instante dirigir una mirada curiosa hacia Hilda.

V

Los nobles que se oponían al eje Lohengramm-Lichtenlade se habían reunido en Odín en la villa que el duque von Braunschweig tenía en el bosque de Lippstadt. Oficialmente, habían venido a asistir a una subasta de pinturas de antiguos maestros, con una fiesta en el jardín a continuación. En una sala subterránea, sin embargo, se habían recogido firmas en un «Rollo de Patriotas» oponiéndose a la tiranía del Marqués Lohengramm y el Duque Lichtenlade.

Esto se conocería en general el Acuerdo de Lippstadt, y la organización militar aristocrática a la que dio origen se llamó Coalición de Lippstadt de nobles.

En total, 3.740 nobles participaron. La fuerza combinada de sus ejércitos regulares y privados era de 25.600.000 naves. El líder de la coalición era el duque Otto von Braunschweig. El líder de la vice coalición era el marqués Wilhelm von Littenheim.

La lista que contenía cerca de cuatro mil nombres aristocráticos también criticaba mordazmente al duque Lichtenlade y al marqués Lohengramm, y en un lenguaje grandioso y exaltado declaró que el deber sagrado de proteger la dinastía Goldenbaum había sido dado a «los elegidos» de la clase tradicional aristocrática.

«El patrocinio divino del gran Señor Odín está sobre todos nosotros, y del triunfo de la justicia no puede haber duda alguna.»

Esas fueron las palabras con las que se concluyó la declaración.

«Me pregunto, ¿podría el gran Señor Odín ser realmente su patrón?»

Después de escuchar el informe de Kempf, Reinhard pronunció esas palabras con una gran dosis de sarcasmo y miró a su alrededor las caras de los subordinados que se habían reunido en la sala de reuniones.

Siegfried Kircheis estaba presente. Oberstein estaba presente. Los otros almirantes presentes también eran comandantes talentosos, la flor y nata de las fuerzas armadas.

«Si van a pedir ayuda a los dioses desde el principio, incluso el Señor Odín doblará su labio en señal de disgusto. Podría ser diferente si le ofrecieran un hermoso sacrificio de una virgen, pero conociendo al Duque Braunschweig, la tomaría para sí mismo.»

Mittermeier, Reuentahl y Wittenfeld levantaron sus voces entre risas.

La complexión de Wolfgang Mittermeier era un poco pequeña, pero con su físico firme y bien proporcionado, ciertamente se veía agudo y ágil. Tenía el pelo rubio despeinado del color de la miel, y unos vivaces ojos grises. Cuando se trataba de maniobras tácticas de alta velocidad, no tenía igual. En la Batalla de Amritzer del año pasado, había perseguido a una flota enemiga que había huido y se había movido tan rápidamente que la vanguardia de su propia flota se había mezclado en la cola de la formación enemiga que huía. Desde entonces, había sido honrado con un apodo: Wolf der Sturm – «el lobo de vendaval».

Oscar von Reuentahl era un hombre alto, con el pelo marrón tan oscuro que era casi negro. Era bastante guapo, pero lo que siempre sorprendía a la gente eran sus ojos. Gracias a una casualidad genética llamada heterocromía, su ojo derecho era marrón, y su ojo izquierdo era azul. Había realizado muchas hazañas atrevidas, tanto en Amritzer como en otras batallas, y era muy respetado por su habilidad como comandante de operaciones.

Fritz Josef Wittenfeld tenía el pelo algo más largo, rojizo-naranja y los ojos marrones pálidos. Algunos probablemente sintieron que algo estaba un poco fuera de lugar en el contraste de su cara estrecha y su poderosa complexión. Como táctico, le faltaba flexibilidad, lo que había perjudicado a sus camaradas de Amritzer.

Además de estos, entre los principales ejecutivos de Reinhard se encontraban los almirantes Cornelius Lutz, August Samuel WArlen, Ernest Mecklinger, Neidhart Müller y Ulrich Kessler. Cada uno era único a su manera, y todos ellos eran jóvenes. Juntos, formaban el activo más preciado de Reinhard.

Hablando de activos, últimamente hubo rumores de una inminente crisis financiera debido a la prolongada guerra y al caos en la corte. Pero cuando Reinhard dijo, «La crisis fiscal se resolverá de un solo golpe», no se limitaba a hablar de forma irresponsable. Aparte de los bienes de la familia imperial, quedaba una gran fuente de ingresos sin explotar: los bienes de los nobles.

Naturalmente, confiscaría todo lo que el duque Braunschweig y el marqués Littenheim poseían, y no perdonaría a los que se habían unido a su causa. Y una vez que aplicara un régimen de impuestos de sucesión, impuestos sobre los activos fijos e impuestos progresivos a los nobles que quedaran, el tesoro se desbordaría con una cantidad que superaría fácilmente los diez trillones de marcos imperiales. Los cálculos de prueba ya habían sido completados.

Habría una necesidad política de tratar con más delicadeza a los nobles que se pusieran de su lado, así que desde esa perspectiva, cuantos más nobles lo hicieran su enemigo, mejor. Exprimir por completo a los nobles haría algo más que simplemente satisfacer las necesidades fiscales del imperio. Los plebeyos habían acumulado cinco siglos de rabia y hostilidad hacia aquellos que vivían inmersos en estilos de vida extravagantes y poseían vastas fortunas sobre las que no pagaban impuestos.

Reinhard tenía que calmar esa ira, y tenía que usarla también.

Ciertamente, tenía el deseo de reformar la política y la sociedad. Pero para Reinhard, eso tenía que venir con el beneficio secundario del derrocamiento de la dinastía Goldenbaum. Todo esto no serviría de nada si la reforma política y social insuflara nueva vida a la Dinastía Goldenbaum.

La dinastía Goldenbaum que Rudolf fundó debe terminar en un derramamiento de sangre y devorada por las llamas del juicio. Ese era el juramento sagrado que había hecho de joven, el día en que su querida hermana Annerose había sido robada por un gobernante decrépito. También era un voto que Siegfried Kircheis compartía.

Eugen Richter y Karl Bracke eran considerados como líderes del grupo conocido alternativamente como la Facción de la Reforma y la Facción de la Civilización y la Ilustración. Una forma de mostrar la postura que habían asumido era omitiendo voluntariamente los von de sus nombres, a pesar de su noble nacimiento.

A principios de marzo fueron convocados por Reinhard y se les ordenó que redactaran un documento de gran visión de futuro llamado Plan de Reconstrucción Social y Económica. Había pasado un mes desde la firma del Acuerdo de Lippstadt.

Cuando dejaron la presencia de Reinhard, no pudieron evitar mirarse el uno al otro.

«Puedo leer lo que el marqués Lohengramm tiene en mente. Tiene la intención de presentarse como un reformador para ganar el apoyo del pueblo. Será un arma poderosa para competir con los altos nobles.”

Bracke asintió a las palabras de Richter.

«Lo que significa que nos está usando por el bien de su ambición. No puedo decir que me guste. No hay forma de decirle que no, pero ¿y si fingimos estar de acuerdo con él y luego lo saboteamos?»

«Ahora, espera un minuto. Aunque nos estén usando ahora mismo, no estoy seguro de que me importe. Si las reformas que hemos estado esperando todo este tiempo se implementan finalmente, ¿no es eso algo bueno, sin importar a nombre de quien se haga?»

«Bueno, eso es cierto, pero…»

«Visto de otra manera, también hay un sentido en el que estamos usando al Marqués Lohengramm. Podemos tener ideales y políticas, pero no tenemos la autoridad y la fuerza militar para implementarlas. El marques Lohengramm sí las tiene. Como mínimo, sería mucho mejor que un líder reaccionario como el duque Braunschweig. ¿Me equivoco, Karl?»

«No, definitivamente tienes razón en eso. Está claro que si el Duque von Braunschweig y los de su calaña toman las riendas del poder, llevarán al gobierno y a la sociedad en una dirección tradicionalista»

Richter le dio a Bracke una palmadita en el hombro.

«En resumen, nosotros y el marqués de Lohengramm nos necesitamos mutuamente. Con ese entendimiento, debemos cooperar cuando podamos y hacer lo que podamos para dirigir la sociedad en una mejor dirección, no importa cuán pequeño sea el efecto.»

Bracke inclinó su cabeza ante las palabras de Richter. «Pero una vez que ponga sus manos en el poder absoluto, el Marqués Lohengramm no necesariamente seguirá tomando una actitud civilizada e iluminada. No hay garantía de que no se convierta en un dictador despótico de la noche a la mañana.»

Richter asintió lentamente. «Es exactamente así. Y es contra ese mismo día que tenemos que llevar a cabo estas reformas ahora. Tenemos que cultivar una ciudadanía preparada para criticar y resistir a partir del día en que el Marqués Lohengramm abandone su postura como reformador.»

VI

La necesidad de organizar sus dispares fuerzas militares se cernía sobre las cabezas de los nobles que habían firmado el Acuerdo Lippstadt. Esto se debía a que un cuartel general de mando unificado, una estrategia unificada y un sistema de liderazgo y suministros unificado iban a ser esenciales si esperaban contrarrestar el genio de Reinhard.
En orden de prioridad, lo primero que había que hacer era decidir quién sería el comandante supremo de las unidades de combate. La composición y posición de esas unidades dependería de su pensamiento y planificación.


Al principio, el duque Braunschweig pretendía asumir él mismo el mando de las operaciones de combate, pero el marqués Littenheim argumentó que esta silla debía ser ocupada por un táctico profesional.
«Deberíamos hacer al Almirante Merkatz el comandante en jefe. Tiene un excelente historial y es muy respetado. Además, ¿qué clase de líder iría al frente en persona?»
Aunque era obvio que la verdadera intención del Marqués Littenheim era evitar que el Duque Braunschweig se anotara algún logro militar, el argumento en sí era tan sólido como podía ser y por lo tanto no podía ser ignorado.
«Bueno, si es el Almirante Merkatz, supongo que podría vivir con ello.»
Al encontrar a los demás aristócratas de acuerdo, el Duque Braunschweig tuvo que guardarse sus pensamientos para sí mismo y mostrarse como un hombre de mente amplia y disposición generosa. Extendiendo todas las cortesías, invitó a Merkatz a su villa y le rogó encarecidamente que se convirtiera en comandante en jefe de las fuerzas de la coalición.


El Alto Almirante Wilibald Joachim von Merkatz, era un experimentado guerrero de cincuenta y nueve años, tenía un brillante historial de servicio y un pensamiento estratégico impecable. En la batalla por la Región Estelar de Astarté, había luchado junto a Reinhard contra las flotas de la Alianza de los Planetas Libres. Fue conocido como uno de los primeros en reconocer el genio del hombre.
Merkatz no aceptó fácilmente la petición del Duque Braunschweig.
Se oponía fundamentalmente a esta guerra sin sentido y había tratado de preservar su neutralidad cuando el enfrentamiento se hizo inevitable.
Merkatz se negó, pero el Duque Braunschweig no aceptó un no por respuesta. El hecho de que Braunschweig se negara después de negociar en persona habría dejado una mancha en su autoridad como líder de la coalición.

Predicando una verdadera lealtad al imperio y a la familia imperial, el duque siguió tratando de persuadirlo. Poco a poco, comenzaron a aparecer en sus palabras matices de implícita amenaza, y cuando su alcance llegó a abarcar la seguridad de su familia, Merkatz finalmente cedió.
«En ese caso, acepto, por humilde que sea mi talento. Sin embargo, hay dos puntos en los que quiero el acuerdo de los aristócratas por adelantado: Que me cedan toda la autoridad en asuntos relacionados con el combate, y que se unifique la cadena de mando. Por consiguiente, obedecerán mis órdenes, sin importar cuán alta sea su posición o estatus, y serán castigados de acuerdo con las normas militares en caso de insubordinación. Deben aceptar estos puntos».
«Muy bien. Considérelos aceptados».


El Duque Braunschweig asintió con la cabeza y pronto celebró un banquete para entretener a su nuevo comandante en jefe.
Después de que esta fiesta terminara, Merkatz, el invitado de honor; volvió a su oficina esa noche. Su ayudante, un teniente comandante de pelo rubio apagado llamado Bernhard von Schneider, pensó que era extraño ver a Merkatz con un aspecto tan claramente apesadrumbrado.
«Excelencia, se ha convertido en comandante en jefe de las fuerzas de la coalición, y sus líderes han aceptado sus demandas. Tal vez sólo sea yo, pero ¿no es el sueño de un guerrero liderar una gran flota en una batalla contra un poderoso enemigo? ¿Por qué parece tan apagado?»
Merkatz esbozó una especie de risa triste.

«Schneider, todavía eres joven. El duque Braunschweig y los demás se han tragado las condiciones que yo establecí. Sin embargo, desafortunadamente, eso es sólo han aceptado de labios para afuera. Estarán interfiriendo en las operaciones de una forma u otra en poco tiempo. Y aunque intente juzgarlos por la ley militar, no se quedarán quietos para decidir someterse a ella. No pasará mucho tiempo antes de que me odien más que a Reinhard von Lohengramm.»

«Seguramente no…»

«El privilegio es el peor de los venenos. Pudre el alma. Los altos nobles han estado empapados de él durante docenas de generaciones. Se ha convertido en su segunda naturaleza el justificarse a sí mismos y culpar a alguien más. Hablo así ahora, pero yo mismo nací aristócrata ( aunque de bajo rango en lo más bajo de la jerarquía) , y no me di cuenta de nada de eso hasta que empecé a trabajar con soldados de bajo rango en la marina. Sólo espero que estos nobles puedan entenderlo antes de encontrar la espada del Marqués Lohengramm colgando en el aire sobre sus cabezas.»
Después de despedir al fiel oficial de pelo rubio apagado, Merkatz se volvió a su escritorio y, con torpes movimientos, se puso a trabajar en su procesador de textos. Estaba escribiendo una carta a su familia.
Era una carta de despedida.

VII

Entre los subordinados del duque Braunschweig había quienes buscaban evitar el choque entre las facciones pro y anti-Reinhard. No porque se mantuvieran en una posición de pacifismo absoluto, sino porque no veían ninguna esperanza de victoria si luchaban con Reinhard.

El comodoro Arthur von Streit era el más destacado de ellos. Buscó un encuentro con el duque Braunschweig y, aceptando en sí mismo una notoriedad temporal, argumentó que Reinhard debía ser asesinado para evitar la guerra.

El duque rechazó la propuesta con una sola palabra.

«Ridículo».

«Pero, Excelencia…»

«He reunido un ejército de varios millones, y pretendo enfrentarme a ese mocoso rubio de frente y aplastarlo. Eso es lo que le mostrará al Marqués Littenheim y a todo el imperio mi justicia y mis habilidades. ¿Asesinarás eso? ¿Tanto deseas arrastrar mi honor por el barro?»

«Excelencia, me duele decir esto, pero el marqués Lohengramm es un genio táctico. Aunque luchemos y ganemos, las bajas serán astronómicas, las llamas de la guerra engullirán todo el imperio, y el daño llegará también a la gente. Por favor, le ruego que lo reconsidere».

El serio alegato de Streit fue recompensado con gritos de ira.

«¿Aunque ganemos?» ¿Qué se supone que significa eso? No necesito hombres que no tengan fe en nuestra segura victoria. Si tu vida significa tanto para ti, ve a refugiarte en algún mundo fronterizo y cultiva vegetales o algo así.»

Después de que Streit se retirara consternado, un capitán llamado Anton Ferner ofreció su opinión al duque Braunschweig. Su argumento también era a favor de una campaña de terrorismo a pequeña escala, y hablaba con pasión, tratando de convencer a su señor.

«No hay necesidad de una fuerza de millones. Sólo présteme 300 soldados entrenados en operaciones encubiertas, y podrá ver usted mismo el último suspiro del Marqués Lohengramm»

«Silencio». ¿También quieres decirme que no puedo vencer a ese mocoso rubio?»

«Excelencia, lo que quiero decir es que si esto se convierte en una gran guerra que divide al imperio por la mitad, la catástrofe será simplemente demasiado grande, y el vencedor sin duda saldrá herido también. El marqués Lohengramm quiere construir de nuevo tras la destrucción, así que está dispuesto. Pero, Excelencia, en su posición, tiene la obligación de preservar el sistema. Para usted, no es suficiente con sólo ganar».

«¡No me hables con tanta insolencia!»

Ante la retahíla de rugidos furiosos, Ferner se retiró, pero eso no significaba que hubiera abandonado sus creencias. Despreciaba la obstinación de su maestro y sus maneras de dar rodeos, pero al igual de Streit, no se amedrentaría y lo dejaría así.

«Con las cosas como están, tendré que hacerlo yo mismo. Aunque no pueda matar al marqués Lohengramm, aún tengo la opción de tomar a su hermana, la condesa Grünewald, como rehén.»

Reunió armas de fuego y un grupo de trescientos soldados formado principalmente por sus subordinados inmediatos, y luego una noche, sin que su maestro lo supiera, intentó llevar a cabo un asalto a la residencia de Reinhard.

Sin embargo, terminó en fracaso. La finca Schwarzen donde vivían Reinhard y Annerose ya estaba bajo la cuidadosa vigilancia de cinco mil soldados armados dirigidos por el propio Kircheis. No había ninguna posibilidad de un ataque sorpresa en absoluto.

«Debía esperar eso mismo del marqués Lohengramm y de esa mano derecha que tiene. Supongo que no son de los que caen en trucos baratos de gente como yo».

Habiendo abandonado la idea, Ferner disolvió su equipo en el acto y se escondió. Era seguro que había incurrido en la ira del Duque Braunschweig, al haber movilizado tropas sin permiso

El duque Braunschweig, al enterarse de lo que había salido directamente de la boca de los soldados que volvían con las manos vacías, se enfureció e hizo que sus hombres buscaran el paradero del subordinado entrometido para castigarle.

Sin embargo, no se le encontró en ningún sitio.

«Humph». Ah, bueno, dondequiera que esté, no hay lugar de refugio en todo el universo para él ahora. Al final, morirá en una cuneta en algún lugar. ¿Le dejamos en paz?»

Las cosas avanzaban con rapidez, y salir de Odín y volver a su propio dominio tenía prioridad sobre la búsqueda de alguien de la calaña de Ferner. El plan de evacuación había sido elaborado por un comodoro llamado Ansbach. Se corrió la voz de que el Duque Braunschweig invitaría al Kaiser a una fiesta en su villa. Se enviaron invitaciones, pero la noche anterior a la fiesta, el duque escapó en secreto con su familia y un pequeño número de subordinados.

Cuando Reinhard se enteró de esto, supo al momento que había llegado el momento de llevar a cabo su propio plan, que había estado concibiendo durante meses.

Por orden de Reinhard, Wittenfeld, al frente de ocho mil soldados armados, ocupó todos los edificios del Ministerio de Asuntos Militares, y con el arresto del Mariscal Imperial Ehrenberg tomó el control de su capacidad para enviar órdenes formales a todo el ejército del imperio.

En cuanto a la facción anti-Reinhard, la mayor parte de su número ya había partido de la capital de Odín, dejando casi nadie para resistirse a Wittenfeld, aparte de un único capitán que se interpuso ante la puerta del despacho del ministro. El capitán sufrió graves heridas cuando Wittenfeld sacó su arma personal y le disparó.

El mariscal de pelo blanco con su anticuado monóculo no mostró ningún signo de turbación ni siquiera cuando vio a Wittenfeld entrar a zancadas por su puerta. Asumió una actitud imperturbable hasta el punto de la arrogancia.

«¿Y quién le dio permiso, novato advenedizo, para irrumpir en mi oficina? No sé lo que quieres, pero está claro que no sabes nada de un correcto decoro.»

Con una fría sonrisa en los ojos, Wittenfelt enfundó su arma y saludó con un respeto fingido.

«Perdone mi grosería. Lo que quiero, Excelencia, es que todos reconozcan que los tiempos están cambiando.»

Entre los dos había una diferencia de edad de medio siglo. El anciano pertenecía a un campamento que llevaba sus tradiciones a la espalda; el joven a uno que intentaba derribar esas tradiciones.

Después de que los dos hombres se miraran mutuamente durante un largo momento, los hombros del viejo mariscal se desplomaron.

A continuación, el Cuartel General del Mando Militar Imperial fue ocupado por la fuerza, y el mariscal Steinhof, el secretario general, también fue arrestado.

Para entonces, fuera de la atmósfera del planeta Odín, la órbita satelital estaba bajo el completo control de la flota de Kircheis, y las flotas de Kempf y Reuentahl estaban posicionadas más allá , en el espacio exterior, en situación de alerta total.

Hubo algunos entre los nobles que, al enterarse de que Odín había sido tomado por la facción de Reinhard, trataron de huir, pero los que llegaron cargando a los puertos espaciales fueron arrestados por los guardias de seguridad bajo el mando de Mittermeier. Incluso aquellos que se fueron en naves espaciales privadas encontraron imposible deslizarse a través de la red de vigilancia de Kircheis. Kircheis trató con cortesía a estos nobles capturados, aunque eso no disminuyó su sensación de derrota.

Los que corrieron a la finca del Conde Franz von Mariendorf pidiendo protección y mediación con Reinhard fueron los más inteligentes de todos. Estos fueron recibidos por Hilda, que se ganó su confianza con sus tonos lúcidos y confiados. Cuidándose de no parecer demasiado insistente, consiguió que de forma constante pero segura, quedasen en deuda con ella.

Entre los que no pudieron ser evacuados estaba el Comodoro Streit. Se había quedado atrás cuando su amo y señor había dejado Odín en secreto. Los hombres y mujeres de la Casa Braunschweig no lo habían abandonado intencionadamente; desde su punto de vista, simplemente lo habían olvidado.

Streit, arrestado y atado con esposas electromagnéticas, fue arrastrado ante Reinhard e interrogado.

«Se rumorea que usted aconsejó al duque Braunschweig que me asesinara. ¿Es cierto?»

«Es verdad».

Tal vez se había resignado a su destino; Streit no sentía ni un rastro de vergüenza.

«¿Por qué sugirió tal cosa?»

«Porque era obvio que si te dejábamos en paz, las cosas terminarían como están hoy. Si mi señor hubiera sido más decisivo, no sería yo quien llevara estas esposas, sino tú. Es una verdadera lástima que no lo fuera, no sólo para la Casa del Duque Braunschweig, sino también para la Dinastía Goldenbaum.»

Reinhard no se enfadó. Más bien, parecía que admiraba la valentía del hombre mientras lo evaluaba , y al final ordenó a un guardia que le quitara las esposas.

Mientras Streit se frotaba sus doloridas muñecas, no pudo evitar sentirse sorprendido.

«Odiaría matar a un hombre como tú,» dijo Reinhard. «Te voy a dar un salvoconducto de viaje, para que puedas ir al duque Braunschweig y cumplir tu juramento de lealtad.»

Esta generosa propuesta no fue recibida con gratitud incondicional.

«Si puedo convencerle de que escuche una petición egoísta, me gustaría permanecer aquí en Odín.»

«¿Oh? ¿Entonces no volverás con tu amo?»

«Sí, milord. Mi razón es esta…»

Había un tono de amargura en la voz de Streit. Aunque saliera de Odín y corriera hacia el duque Braunschweig, su amo no se alegraría de su llegada. En su lugar sospecharía de él y sin duda concluiría que fue debido a un acuerdo secreto con Reinhard que se le permitió marchar. Dependiendo de cómo fueran las cosas, había incluso la posibilidad de que fuera encarcelado o ejecutado. Como cuando huyó de Odín, el duque Braunschweig dejó atrás a muchos subordinados y vasallos y tendía a tener poco respeto por el sentido de la lealtad de sus seguidores.

«Ese es el tipo de hombre que es. Ciertamente no es estúpido , pero…»

El comodoro se alejó con un suspiro.

«Ya veo. En ese caso, ¿por qué no viene a trabajar para mí? Le nombraré contralmirante».

«Agradezco la oferta, pero no tengo ganas de enemistarme mañana con el señor al que he servido hasta hoy. Por favor, perdóneme.»

Reinhard asintió con la cabeza, le dio a Streit una tarjeta de identificación y lo dejó libre.

El Capitán Ferner también había sido uno de los que se retrasó en el vuelo. Escondido en el centro de la ciudad, había logrado evitar el arresto, pero eso no había tenido ningún efecto en el dilema en el que se encontraba. Después de considerarlo detenidamente, decidió entregarse voluntariamente a la policía militar, reunirse directamente con Reinhard, y de esta manera, abrirse camino.

Ferner, un hombre mucho más práctico que Streit, le dijo a Reinhard: «He renunciado a mi señor, el duque Braunschweig, así que, ¿y si me tomas como tu subordinado?» Tampoco trató de ocultar el hecho de la movilización de sus tropas y lo que había estado planeando.

«En ese caso, respóndame esto: ¿con que base su sentido de la lealtad le ha permitido abandonar a su señor tras tantos años?»

«Un corazón leal es algo que sólo se le da a alguien que puede comprender su valor. Dedicarse a un amo que no puede reconocer las cualidades de sus sirvientes sería como tirar una joya al barro. ¿No está de acuerdo en que eso sería una pérdida para la sociedad?»

«Un tipo descarado, ¿no?»

Reinhard sacudió la cabeza con incredulidad, pero reconociendo que no había nada siniestro en las palabras y hechos de Ferner, lo aceptó como oficial de personal. Si el hombre tenía tanto valor, era improbable que se atrofiara incluso bajo las ordenes de Oberstein, cuya cabeza fría la gente comparaba con el hielo. Oberstein no era del tipo que intimidase intencionalmente a sus subordinados, pero su comportamiento era demasiado severo y tranquilo, así que había un sentimiento entre sus jóvenes oficiales de estado mayor de que no podían ni siquiera hacer una broma descuidada.

Cuando Ferner se unió a sus filas, al principio fue objeto de miradas frías, pero rápidamente se adaptó. Conocía muy bien su posición y su papel. Estaba allí para trabajar como antiveneno. Y si era necesario y lo sería, también era un hombre que podía convertirse en un poderoso antídoto de acción rápida para el problema de Oberstein.

Reinhard añadió a sus deberes como comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial los de ministro de asuntos militares y comandante en jefe del Cuartel General del Mando Militar Imperial, alcanzando así plenos poderes dictatoriales, al menos en lo que a los asuntos militares se refiere.

El Kaiser Erwin Josef II le dio a Reinhard el título de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas Imperiales. Naturalmente, esta no fue la idea del niño de seis años sino la del que recibió el título.

Al mismo tiempo, un edicto imperial fue entregado a Reinhard. Decía: «Someter al Duque Braunschweig y a sus secuaces, que, habiéndose unido en una confederación privada para tramar una rebelión contra el Kaiser, se han convertido en traidores a la nación».

Era el 6 de abril. Ya habían llegado a Reinhard informes sobre la inusual serie de sucesos que se estaban produciendo dentro de la Alianza de los Planetas Libres.

Todas las piezas estaban en su sitio. Reinhard y Kircheis se dieron la mano con motivo de su separación temporal. Kircheis lideraba un tercio de todo el ejército como una fuerza separada.

«Muy pronto, Kircheis. Muy pronto el universo será nuestro.»

La expresión de Reinhard era de total intrepidez. ¡Cuanto había estimado Kircheis esa mirada, esos ojos, desde los días de su niñez!

Capítulo 3: La flota de Yang se mueve

El primer golpe contra la alianza de planetas libres impactó el 30 de marzo. No habían pasado muchos días desde que Yang dejara Heinessen.

Por tanto, poco tiempo había tenido el almirante Bucock, comandante en jefe de la armada espacial, para realmente progresar en su investigación de una posible trama que implicara un golpe de estado. Y tambien estaba el hecho de que al mando de vastas flotas había sido siempre donde el corazón del viejo almirante se ubicaba. Nunca había disfrutado la clase de trabajo que realizaba la policía militar. Sin embargo, para este punto había escogido un equipo de investigadores y había dado el primer paso para tratar de descubrir el lado oscuro de los militares.

Lo que Yang le había desvelado a Bucock había sido un trabajo de arte en lo que se refería al pensamiento lógico, pero eso no quería decir que tuviera pruebas físicas claras. Había sido por esta misma razón que Yang había transmitido sus preocupaciones a Bucock y a nadie más.

“Soy el unico en que ese jovenzuelo confía que no implique en esa clase de estupidez. Lo que significa que tengo que asegurarme de recompensar su confianza.”

El viejo almirante había perdido a su hijo en batalla en el transcurso de la larga guerra, no tenía nietos y vivía solo con su esposa. El sabor de la comida de aquel puesto callejero que había compartido con Yang y Julian era un apreciado recuerdo para él, aunque probablemente jamás se lo admitiría a nadie.

Marzo estaba a punto de llegar a su fin.

El almirante Cubresly fue quien se encontró con un inesperado infortunio.

Cubresly, director del cuartel general de operaciones conjuntas había asumido el rol a finales del año anterior. La posición había sido anteriormente (por un periodo de 5 años) del mariscal Stolet. Sin embargo había acabado dimitiendo, aceptando su parte de culpa por la histórica derrota de la alianza en la región estelar Amritzer.

El mismo Stolet había estado en contra de tan descuidada invasión, pero como oficial de uniforme numero 1, había sido imposible escabullirse. En la actualidad estaba lejos de Heinessen, dedicado a su huerto, en Cassina, su mundo natal.

El día en que había pasado, Cubresly que había terminado la inspección de las instalaciones militares del distrito estelar junto a Heinessen; acababa de regresar del puerto espacial militar a los cuarteles generales , flanqueado de su ayudante principal y cinco guardias.

Al entrar al vestíbulo, una figura se levantó de un asiento en la sala de espera de visitantes y se le acercó con pasos desequilibrados. Los guardias se tensaron por un momento, pero una sonrisa (o más bien una mueca con forma de sonrisa) se dibujo en la cara pálida del hombre, que probablemente no llegaba a los treinta todavía, y llamó al director.

“Almirante Cubresly, soy yo. Andrew Fork”

Tras una pausa momentánea, el reconocimiento iluminó la cara de Cubersly. “Pensaba que aún estaba en rehabilitación” Le dijo.

El comodoro Fork, el hombre directamente responsable del descuidado plan de la batalla de Amritzer, había sufrido un ataque de histeria nerviosa antes de la batalla , perdiendo la vista temporalmente. Tras la derrota había sido asignado a la reserva, y forzosamente hospitalizado. Había sido un durísimo golpe para el joven ás que se había graduado en lo mas alto de su clase de la academia de oficiales.

“Me han dado el alta. Y por esa razón he venido a ver a su excelencia para solicitarme mi vuelta al servicio activo”

“¿Servicio activo?” Cubresly inclinó su cabeza ligeramente en señal de sorpresa. Ordinariamente habría sido una total falta de decoro detener al director del cuartel general y tratar de hablar con él alli mismo; pero como conocía a Fork personalmente y como no tenía esa clase de actitud arrogante hacia un subordinado, decidió despacharlo allí mismo.

“¿Y que tiene que decir su médico?”

“Recuperación completa, por supuesto. No hay pegas en que regrese al servicio activo.”

“¿Es así? En ese caso, tiene que seguir el procedimiento formal. Obtenga el certificado médico y el certificado de garantía de su médico, déjelos en recursos humanos junto a un formulario de reassignación al servicio activo. Si se acepta formalmente la petición, su petición será aceptada.”

“Llevaría demasiado tiempo, señor. Si fuera posible , me gustaría volver a servir a mi país mañana mismo”

“El procedimiento formal lleva su tiempo, comodoro”

“Por eso he pensado que con un poco de ayuda de su excelencia…”

La mirada en los ojos de Cubresly se volvió muy afilada.

“Comodoro Reservista Fork, parece que hay algo que no entiende. Estoy autorizado a comprobar que se siguen los procedimientos, no a romper las reglas. He oído rumores sobre usted en ciertas ocasiones. Dicen que tiene tendencia a darse a si mismo tratamiento especial, y según yo lo veo…es difícil decir que esté totalmente recuperado.”

Las facciones de Fork se pusieron rígidas y su piel, que ya era pálida desde un comienzo, se puso blanca como el papel.

“Primero siga los procedimientos existentes. A menos que lo haga, no será capaz de llevarse bien con el resto de hombres incluso si regresa. Sería malo para usted y para los que le rodean. Se lo digo por su propio bien. Inténtelo otra vez y pruebe de nuevo.”

Cubresly no comprendió completamente el nombre de la enfermedad de Fork —Histeria por conversión. Significaba que el paciente necesitaba una completa satisfacción de su ego, causando que el sistema nervioso se desestabilizara. Sin importar cuanta razón y sinceridad hubieran en las palabras de Cubresly, no tenía significado para Fork. Como si fuera un tirano de tiempos ancestrales, solo estaba interesado en un si.

“Excelencia”

El ayudante de Cuberlsy, el Capitán Witty, dio una advertencia, mezclado con un grito, al ver un flash de luz blanca que resplandecía en la mano de Fork y penetraba ligeramente el costado derecho del director de los cuarteles generales conjuntos.

El Almirante Cubresly puso los ojos en blanco y se tambaleó cuando su firme y pesado cuerpo perdió el equilibrio. El Capitán Witty lo atrapó y evitó que cayera.
El Comodoro Fork ya estaba atrapado bajo los cuerpos apilados de varios guardias de seguridad. La pistola láser en miniatura que había escondido en su manga también había sido arrancada de sus manos.
«¡Llamad a un médico!» gritó Witty. En el calor de su ira, incluso gritaba a los guardias. «¡lentos! ¿Por qué no lo habéis agarrado antes de que disparara? ¡ Inútiles! ¡Por qué creen que están aquí!»
Los guardias se disculparon; Golpearon a un Fork cautivo realmente más de lo que era realmente necesario. El pelo revuelto de Fork se aferraba a su sudorosa frente. Debajo de ella, miraba fijamente a su propio futuro perdido, con los ojos enfocados en nada.

Cuando escuchó el informe, el almirante Bucock literalmente saltó de su silla. Nunca se había imaginado que el ataque sorpresa podría llegar de tal forma. El viejo almirante, por supuesto, no creyó ni por un segundo que se tratara de un incidente único y aislado.
«Entonces, ¿cómo está el director?»
«Sobrevivirá, señor. Sin embargo, dicen que necesita tres meses para recuperarse completamente y deberá descansar en cama por el momento.»


«Oh bueno, supongo que deberíamos contar nuestras bendiciones», murmuró Bucock.
Sintió algo parecido a un desagradable regusto. En el momento de la batalla de Amritzer, él había sido el que se había cebando en Fork por su incompetencia e irresponsabilidad, desencadenando su episodio. Si la intención de Fork hubiera sido vengarse, la víctima podría haber sido Bucock en lugar de Cubresly.


La noticia de que el Comodoro de Reserva Fork había asaltado y herido al Almirante Cubresly, director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas, aterrorizó a todo el Planeta Heinessen, y luego recorrió las redes de comunicación superlumínicas hasta llegar a cada rincón de la Alianza de Planetas Libres.
El incidente era tan vergonzoso para los militares que algunos incluso dieron voz triste a este peligroso pensamiento:
«Si este fuera el imperio, podríamos prohibir la cobertura de este tipo de cosas».
El asunto más urgente ahora era la necesidad de un líder en el Cuartel General de Operaciones Conjuntas. Había que nombrar un director en funciones o un sucesor de Cubresly.
Si la posición número uno entre los oficiales uniformados era director del Cuartel General Operativo Conjunto, entonces el número dos era comandante en jefe de la armada espacial.


Cuando el Comité de Defensa se enteró de que Bucock iba a asumir también las funciones de director interino, se negó en el acto. Darle a la misma persona los puestos número uno y número dos de la organización sería abrir un camino hacia los poderes dictatoriales. Este era un razonamiento sólido para el anciano almirante, pero interiormente, también pensó que era necesario mantener estos dos objetivos para los ataques terroristas bien separados el uno del otro.


Bucock no tenía miedo de ser blanco de los terroristas. Sin embargo, si fuera asesinado después de que ambas oficinas se hubieran unificado en su persona, entonces dos enormes organizaciones – la Armada Espacial de las Fuerzas Armadas de la Alianza y el Cuartel General de Operaciones Conjuntas – perderían a su jefe y se paralizarían. Si incluso una de esas dos no estuviera en funcionamiento, todo el ejército de la Alianza podría perder su capacidad de funcionamiento.
Al final, el elegido para ser director en funciones fue el mayor de los tres subdirectores, un tal almirante Dawson. Cuando Bucock escuchó la noticia, pensó para sí mismo: Quizá debería haber aceptado el trabajo después de todo.


Dawson no era tanto un hombre serio, como uno tímido y nervioso. Los puestos que había ocupado en su carrera incluían el de comandante de escuadrón de policía militar y director de la Oficina de Inteligencia del Comité de Defensa, pero cuando se había desempeñado como jefe de personal del Servicio de Retaguardia de la Primera Flota, se había comportado como un burócrata mezquino, advirtiendo contra el desperdicio de alimentos, yendo por ahí inspeccionando los cubos de basura de todas las cocinas de todos los barcos de la flota, y distrayendo a las tripulaciones con anuncios de cosas como cuántas docenas de kilos de patatas se habían tirado innecesariamente esa semana. También tenía la reputación de guardar rencores personales. Un hombre que lo había superado en la Academia de Oficiales en términos de clasificación de clases sólo aparentemente había sido degradado por algún tipo de error y terminó bajo el mando de Dawson – la historia era que lo había atormentado de forma interminable por ello.
En cualquier caso, sin embargo, el nombramiento ya era firme.
El siguiente incidente tuvo lugar al día siguiente.

Hubo un accidente en una base terrestre gestionada por el Cuartel General del Comando de Defensa de la Capital. Un viejo misil interplanetario explotó repentinamente mientras se inspeccionaba en el centro de mantenimiento.
La causa había sido un aislamiento inadecuado, que había permitido que una corriente eléctrica del sistema de propulsión fluyera hacia el fusible del cuerpo principal. Esto claramente implicaba un fallo en el sistema de producción de armas, pero lo que conmocionó al público fue que los catorce mecánicos atrapados en la explosión – y que murieron instantáneamente – eran menores de edad, prácticamente adolescentes.
¿Se había agotado tanto la reserva de recursos humanos?

Un escalofrío recorrió a la ciudadanía. Comprendieron la razón. Era porque la guerra había durado demasiado tiempo. Incluso dentro de las fuerzas armadas, los adultos desaparecían de todas partes excepto del frente…
Jessica Edwards, representante de la facción pacifista en la Asamblea Nacional, expresó sus condolencias a las familias de las víctimas y, tras criticar la falta de capacidad de gestión de los militares, criticó a la sociedad en su conjunto por continuar con la guerra.


«¿Qué futuro puede haber para una sociedad que sacrifica en el altar de la guerra a los jóvenes que deberían cargar con su futuro? ¿Puede una sociedad como esa ser llamada cuerda? Debemos despertar de este loco sueño y preguntarnos, ¿Cuál es el mejor rumbo, el más realista para nosotros ahora? Y esa pregunta sólo tiene una respuesta. La respuesta es paz…»

Bucock estaba viendo la transmisión dentro de su oficina en el Cuartel General del Comando de la Armada Espacial. Su ayudante, el teniente comandante Pfeifer, expresó su disgusto.
«Esa mujer dice lo que le da la gana, ¿no? No tiene ni idea de lo duro que trabajamos. Después de todo, si el imperio invadiera, no habría activismo pacifista contra la guerra ni tampoco libertad de expresión. Tiene mucho valor.»
«No, lo que dice es cierto», dijo el viejo almirante, poniendo fin al arrebato de lógica emocionalmente sesgada de su ayudante. «Una sociedad en la que los más viejos son los que mueren primero es una que yo diría que es viable, que funciona. Sin embargo, nuestra sociedad es una en la que un viejo soldado como yo sigue viviendo mientras mueren los jóvenes que están jodidos en alguna parte. Y si no hay nadie que lo señale, esa locura solo empeorará. La sociedad necesita gente como ella. Aunque no creo que quisiera casarme con una mujer que fuera tan buena oradora».


Ese último comentario era el tipo de broma que a Bucock le gusta hacer a menudo.
El mismo Bucock últimamente tenía una especie de ánimo que habría sido insoportable si no hiciera una broma de vez en cuando. Ese mismo día, había ido a presentar sus respetos al recién nombrado director interino del Cuartel General Operativo Conjunto. Dawson, catorce años menor que Bucock, se había puesto tan nervioso que era cómico, diciendo a Bucock en voz alta cosas totalmente innecesarias:

«Espero que incluso aquellos con un largo historial de servicio respeten el orden dentro de la organización y obedezcan mis órdenes».
Bucock casi se había puesto cascarrabias. Si el viejo almirante hubiera empezado a hablar de la posibilidad de un golpe de estado y de las medidas a tomar para evitarlo, el tímido director en funciones podría haber empezado a echar espuma por la boca.

En el cuarto oscuro, una conversación se mantenía en voz baja.
«El Comodoro Fork casi asesina al Director Cubresly. Sin embargo, sigue vivo.»
«Fork puede hablar muchísimo, pero solo eso . Siempre ha sido así. Incluso durante la pelea en Amritzer … «
En esa voz había un complejo entretejido de ridículo y decepción. Murmullos de acuerdo se elevaron desde todas las esquinas de la estancia.


«Pero al herir gravemente al director, nuestro objetivo de deteriorar la funcionalidad del Cuartel General de Operaciones Conjuntas se ha logrado al menos mínimamente. En ese sentido, Fork lo ha hecho bastante bien. Recuerden, el fracaso abyecto era también una posibilidad.»
«Aún así, confío en que no hay peligro de que hable de nosotros…¿verdad? Tal y como están las cosas, hasta la policía militar podría hacer la vista gorda ante la ilegalidad de la tortura o hacer uso de sueros de la verdad.»
«Probablemente lo harán. Aunque eso no es motivo de alarma. Ha sido sometido a un tratamiento de sugestión muy profundo: Fork planeó y ejecutó todo el asunto por sí mismo. No hubo órdenes ni sugerencias de nadie».

Debido a que esto gratificaba la imagen tan creída que que el propio Fork tenía de sí mismo, había sido un juego de niños hacer que el hombre mismo lo creyera, y las raíces de esa creencia se habían hundido profundamente en su mente. Salvo que se empleara un dispositivo imaginario que pudiera sondear las profundidades de la conciencia humana – que pudiera analizar y recrear una construcción representativa de la misma – no había manera práctica de desenmarañar la verdad detrás de sus acciones.

«Fork vivirá el resto de sus días como un loco en un hospital psiquiátrico. Es un futuro triste, pero hay mucha gente que está peor. Tenemos el deber de salvar nuestra patria, destruir el imperio, y extender la justicia a través el universo. Aquí no hay lugar para los sentimentalismos».
La voz resonó solemnemente, hablando casi como si su dueño tratara de convencerse a sí mismo.
«Lo más importante será lo que suceda ahora. Aunque Cubresly viva, en lo que concierne a su trabajo y su vida publica…durante los tres próximos meses, será como si estuviese muerto. En cuanto a su sustituto en la actuación, Dawson, es extraño que un hombre como él llegase a ser almirante de pleno derecho, y, dejando a un lado las habilidades de despacho, los hombres no confían en él. Por un tiempo al menos, el Cuartel General Operativo Conjunto va a estar plagado de brotes de confusión… lo que significa que no hay razón para retrasar la ejecución. Hagan todos los preparativos para el día D»

II

Ese año, los trece mil millones de habitantes de la alianza no carecieron de motivos que agitaran su miedo y ansiedad desde el final de marzo hasta la mitad de abril

30 de marzo: Intento de asesinato del director Cubresly

3 de abril: El planeta Neptis es ocupado por un levantamiento parcial de las fuerzas militares alli estacionadas.

5 de abril: revuelta armada en el planeta Kaffar.

6 de abril: La guerra civil a gran escala estalla en el imperio galáctico.

8 de abril: El planeta Palmerend es ocupado por las fuerzas rebeldes.

10 de abril: El planeta Schampool es ocupado por fuerzas armadas.

Desde un lugar muy alejado de Heinessen, Yang observaba cuidadosamente esos incidentes. Aunque sus predicciones no habían tenido en cuenta el intento de asesinado del director Cubresly, todo lo demás había pasado justo como había dicho. ¿Estaba bien que se autofelicitara por leer correctamente esa vez las cartas que bailaban en la mano del Marques Lohengramm?

Y aún así, desde el punto de vista de Reinhard, esto no era otra cosa que una acción preventiva. Incluso si fallaba, habría muchas oportunidades para retomar el terreno perdido. Para Reinhard, la importancia del plan se reducía a que simplemente, no perdía nada por probar. Y aún con esas toda la alianza de planetas libres estaba prácticamente patas arriba por ello.

¿Era el marques como algunos decían, un gran maestro a la hora de mover sus piezas a lo largo del tablero?” Yang se encogió de hombros. Ese joven rubio había sumido a la totalidad de la alianza en el caos sin movilizar un solo soldado ¿no?

Decir “He visto tus cartas” justo tras eso, solo le hacía sentir vacío. Yang no había sido capaz de pararle, ni había podido prever como las cosas se desencadenarían desde ese punto más alla de la probabilidad de un intento de golpe en la capital. Incluso el propio Reinhard, autor y director de este pequeño drama, probablemente no había puesto en el guion nada más allá de ese punto.

Lo que quería decir que lo que pasase a partir de ese momento dependería de las habilidades de los actores principales y secundarios. En ese caso, pensó Yang, ¿Quien será el rol protagonista? ¿Y quien será el cabecilla que apretará el gatillo del golpe? En cualquier caso, lo sabremos muy pronto, pero no puedo dejar de sentir una curiosidad terrible.

El 13 de abril llegó una transmisión superlumínica desde Heinessen que traía órdenes del Almirante Dawson: “Almirante Yang, movilice a la flota de patrulla de Iserlohn y sofoque con rapidez las revueltas en Neptis, Kaffar, Palmerend y Schampool” decía.

Yang, como cabría de esperarse, estaba muy sorprendido por esto. Había esperado una orden de mobilizacion más tarde o más temprano, pero solo por un lugar. Estaba seguro que la flota de Heinessen se movilizaría para lidiar con los otros tres.

Yang transmitió su preocupación: “Eso dejará la fortaleza Iserlohn vacía por un tiempo ¿Os parece bien?”

“En el presente, el imperio está sumido en un estado de guerra civil a escala total. El peligro de que ataquen la fortaleza Iserlohn con una gran fuerza es muy pequeña. Lo que pido de usted, Comandante Yang, es que lleve a cabo sus deberes como soldado sin preocupación ni reservas”

Ya veo, Pensó Yang impresionado. Así que hay gente en el mundo que piensan así también. Que pillan la causa y el efecto, la acción y la reacción….solo que magníficamente del revés. Cierto, no tienen ni idea de lo que está pasando de verdad, pero aún así…

La situación se había vuelto inesperadamente humorística. El almirante Dawson, director provisional del cuartel general conjunto tenía una reputación de ser un mediocre planificador táctico, y contrario a toda expectación, ello podría significar que era justo la clase de hombre que no haría exactamente lo que Reinhard quería.

Si un gran regimiento permaneciera en la capital sería un problema a la hora de llevar a cabo el plan, y causaría grandes problemas a los conspiradores. Incapaces de hacer sus movimientos incluso si quisieran, su plan podría no pasar nunca a la acción. Por supuesto, incluso si se vieran obstruidos por ello, simplemente probarían otra cosa, pero al menos por el momento… no serían capaces de golpear y hacer lo que quisieran con una capital indefensa, si la flota permanecía en ella

Por supuesto, todo esto acababa de resultar de esta manera. La intención de Dawson era probablemente exprimir a Yang y a sus subordinados hasta el hueso. Eso es lo que Yang había supuesto, pero lo que no podía entender era la razón por la que Dawson lo estaba haciendo. Aunque había oído que Dawson no era de los que olvidan un rencor personal, Yang nunca había conocido al hombre en persona; por lo tanto, no había manera de que pudiera haberle menospreciado.
La pregunta de Yang fue respondida por Julian. Nadie tenía los labios más cerrados que ese chico, así que a veces Yang le dejaba escuchar cuando pensaba en voz alta, era casi como hablar consigo mismo.
Cuando Julian escuchó a Yang preguntándose en voz alta sobre la motivación de Dawson, se rió y dijo que era fácil de explicar.
«¿Qué edad tiene Dawson?»
«Cuarentón, probablemente».
«Y usted tiene treinta años, Almirante, ¿no es así?»
«Sí, finalmente pasó.»
«Entonces eso lo explica. Los dos son almirantes de pleno derecho, aunque hay una diferencia de edad notable entre vosotros. Así que a menos que sean tan viejos como el almirante Bucock, él los envidiará».
Yang se rascó la cabeza.
«¿Es eso? Ya veo. Qué descuidado soy.»

Yang no tenía igual a la hora de adivinar los pensamientos de un enemigo en el campo de batalla, pero Julián acababa de señalar su punto ciego.
En el transcurso del año pasado, la prominencia de Yang había subido como la espuma, subiendo tres rangos: de comodoro a almirante. Para él, no era más que un quebradero de cabeza y una molestia , pero para los demás, en particular el tipo de gente para los que el rango y la posición lo eran todo, era sin duda un objeto de envidia y celos.

Esas eran la clase de personas que no podían reconocer la existencia de valores diferentes a los suyos, por lo que no había manera de que creyeran que el deseo de Yang era retirarse del servicio activo lo antes posible, vivir de su pensión y escribir un libro de historia en algún momento antes de morir.
Si eres el hombre al que llaman el Milagro Yang, veamos si puedes acabar con las cuatro insurrecciones tú solo. Si tienes éxito, está bien y es genial; si fracasas, puedo tratar contigo como quiera. Eso es probablemente lo que Dawson estaba pensando.
Si fracaso, quizás me dejen retirarme, era el pensamiento de Yang.
Fue justo cuando ese pensamiento escandaloso se le estaba ocurriendo a Yang que Julian habló de nuevo.
«Atacar esos cuatro lugares uno por uno va a llevar demasiado tiempo y será un gran dolor de cabeza, ¿no?»
«Tú lo has dicho», Yang estuvo de acuerdo con un fuerte asentimiento. «Sobre todo, va en contra de mi filosofía personal de ganar con el menor esfuerzo posible. ¿Cómo solucionarías esto?


Julian se inclinó hacia adelante. Últimamente, el interés de Julian por las tácticas militares se había hecho más fuerte.
«Qué tal esto: concentrar a los enemigos de los cuatro sitios en un solo lugar, y golpearlos allí.»
Yang se quitó su boina militar negra y miró al techo.
«Es una buena idea, pero tiene dos problemas. Uno es el método: ¿cómo consigues que los enemigos de cuatro sitios diferentes se trasladen al mismo lugar? El enemigo ha causado múltiples levantamientos simultáneos con el propósito de diluir las fuerzas del gobierno, así que no veo que vayan a desperdiciar esa ventaja voluntariamente. Después de todo, si ellos concentran sus fuerzas, sólo se deduce que nosotros también concentraremos las nuestras.»
Se puso la boina de nuevo en la cabeza con cierta ligereza.


«Y la otra cosa es que concentrar a los enemigos en un lugar va en contra de los fundamentos de la estrategia, que dicen que debes despachar a los diferentes regimientos de tu oponente uno por uno, sin dejar que se unan.»
«¿Así que es una mala idea?»
Julian parecía decepcionado. El chico había pensado que sus células cerebrales habían estado funcionando a toda velocidad.
Yang le ofreció una pequeña sonrisa.
«La idea está bien. Sólo tienes que pensar en cómo aplicarla. Bien, así que por el momento, dejemos de lado la cuestión de cómo atraerlos».
Lo pensó un poco y luego continuó.
«Los atraemos lejos de sus fortalezas, esa parte está bien. Pero en ningún lugar está escrito que tengamos que esperar a que se reúnan. Así que en lugar de eso, predecimos la ruta por la que el enemigo tratará de unirse, y los eliminamos uno a uno a lo largo del camino. Si las fuerzas enemigas y aliadas son aproximadamente del mismo tamaño numéricamente, nuestro bando puede dividirse en dos grupos: el primero puede golpear a los enemigos A y B a intervalos escalonados, y el otro puede golpear a C y D. La probabilidad de victoria sería muy alta, ya que estaríamos golpeando a cada formación enemiga con el doble de su propia fuerza.»
Julian asintió con apasionada intensidad.

«Hay otra forma de hacerlo, en la que toda la flota se mueve junta. Primero atacamos las formaciones enemigas A y B por separado, luego nos dirigimos al punto de encuentro del enemigo para enfrentarnos a las formaciones C y D. En ese punto, nos daría un multiplicador de fuerza si pudiéramos engañar al enemigo para que se equivocara de amigo y de enemigo o si pudiéramos dividir la flota en dos para atraparlos en un movimiento de pinza. Con este método, luchas contra el enemigo cuatro a uno al principio, luego dos a uno, así que las probabilidades de ganar son realmente bastante buenas.»

El chico suspiró con admiración, mientras que al mismo tiempo se sentía desesperadamente patético. El Almirante Yang diseñaba planes astutos a borbotones, como una fuente. Julian, por otro lado, no habría sido rival ni siquiera para un Yang de quince años. A pesar del hecho de que quería mejorar para poder ayudarle, sin importar cuán pequeño fuera el incremento… Julian no tenía intenciones de simplemente vivir complacido como el pupilo de Yang. Aunque nunca soñó con algo tan grandioso como convertirse en socio en igualdad de condiciones con él, quería, de alguna forma o manera, ser indispensable para Yang.
«Pero de todos modos, no quiero usar ninguna de esas estrategias esta vez. Después de todo, son soldados de la alianza, igual que nosotros. Aunque lucháramos y ganáramos, no dejaría más que cicatrices».
«Es cierto».
«Así que pensemos en cómo hacer que se rindan sin luchar. Así será más fácil.”
«Fácil para los soldados, pero difícil para los comandantes.»
«Ahora lo entiendes». Yang sonrió, pero su sonrisa no duró mucho. «Aún así, me imagino que más de la mitad de la gente viva ahora mismo lo tiene tan difícil como los comandantes, que hacen que mueran tantos soldados.»
Las voces que decían que Yang Wen-li había conseguido su posición con demasiada facilidad, habían llegado hasta los oídos del propio Yang. Esas voces venían de múltiples fuentes, parecía, y quizás Dawson había ayudado a difundirlas. En cualquier caso, sin embargo, si Yang hubiera tenido más tiempo en cuenta esas palabras irresponsables, podría haber reconocido al instante lo que acechaba bajo la orden de Dawson …

III

Yang convocó a su personal a la sala de reuniones y transmitió las órdenes del almirante Dawson.
«¿Así que nos está diciendo que suprimamos los cuatro levantamientos?
Los oficiales del estado mayor de Yang, Fischer, Cazellnu, Schenkopp, Murai y Patrichev, también se sorprendieron por lo inesperado de la orden. Schenkopp fue el primero en recuperar la compostura.
«Así que va a mantener la fuerza de la capital en reserva mientras nos exprime por completo»
Había hecho la misma conjetura que Yang, pero también se había percatado de los motivos con una precisión similar a la de un láser.

«Parece que alguien está celoso, Almirante», dijo, mirando a Yang con una sonrisa.

No había nada que Yang pudiera decir a eso. Quizás Julian y Schenkopp no eran demasiado perceptivos de la torpeza de Yang en ese aspecto.


«En cualquier caso, es una orden del Cuartel General, así que todo lo que podemos hacer es seguirla. El más cercano a Iserlohn es Schampool, así que ¿empezamos por ahí?»
Murai estaba alcanzando el interruptor de la pantalla 3-D cuando sonó un zumbido, y la imagen de un oficial de comunicaciones apareció en una pantalla en la pared.
Yang notó que la bufanda del uniforme que llevaba alrededor del cuello del oficial tenía una gran mancha. Probablemente se había sorprendido mientras tomaba café y había inclinado accidentalmente su taza demasiado.
«Almirante, hay disturbios en la capital. Acabamos de recibir una información impactante…


«¿Qué tipo de perturbación?» Murai exigió con severidad.
El oficial de comunicaciones tragó saliva de forma audible y se las arregló para escupir estas palabras: «¡Es… es un golpe de estado, señor!»
Todos, excepto Yang, respiraban con dificultad. Patrichev estaba tan sorprendido que su enorme cuerpo tembló y se puso en pie.
La vista en la pantalla cambió, y apareció el Centro de comunicaciones superlumínicas de la Capital. Sin embargo, en lugar de la cara de un locutor sonriente (o que pretendía sonreír), un soldado en la flor de la vida se sentaba arrogantemente en el asiento de la emisora.


«Repito: Por la presente declaramos que a partir del 13 de abril del año SE 797, Heinessen ha sido efectivamente puesta bajo el control del Congreso Militar de Planetas Libres para el Rescate de la República. La Carta de la Alianza por la presente queda suspendida, y todas las leyes serán sustituidas por las decisiones e instrucciones del Congreso Militar para el Rescate de la República.»
Los oficiales de alto rango de Iserlohn se miraron unos a otro. Luego, al unísono, todos se volvieron y miraron a su joven y moreno comandante.
Yang miró en silencio a la pantalla. Se veía notablemente tranquilo para sus oficiales de personal.
Así que al final, parecía que los planes del Almirante Dawson no tenían la fuerza necesaria para hacer que la facción golpista cambiara sus planes. ¿O era mejor decir que los conspiradores habían actuado con rapidez? ¿O que las respuestas de Dawson habían sido aún más lentas de lo que esperaban? Lo más probable es que fuera una combinación de estas dos últimas.


» Así que ‘Congreso Militar para el Rescate de la República’ …»
El tono murmurado de Yang sonaba muy poco favorable. No sentía belleza ni sinceridad en palabras exageradas como «salvar el país» y «patriotismo» y «preocupación por el futuro de la nación». ¿Por qué los que gritaban esas peroratas más fuerte, más descaradamente, eran los que llevaban vidas cálidas y cómodas lejos del peligro?
A continuación, el Congreso Militar para el Rescate de la República anunció una serie de enmiendas a la Carta de la Alianza. Los cambios fueron los siguientes:
1. Establecimiento de un sistema político para unir la voluntad del pueblo en torno al noble objetivo de derribar el Imperio Galáctico.
2. Control ordenado de las actividades políticas y el discurso opuesto a los intereses de la nación.
3. Otorgamiento de poderes judiciales policiales a los miembros del ejército.
4. Declaración de la ley marcial nacional por un período indeterminado. En consecuencia, todas las manifestaciones y huelgas laborales fueron prohibidas también.
5. Nacionalización completa de todas las instalaciones de transporte y transmisión interestelares. En consecuencia, todos los puertos espaciales se pondrán bajo administración militar.
6. Expulsión del sector público de todos los que tenían creencias antibélicas y/o antimilitares.
7. Suspensión de la Asamblea Nacional.
8. Penalización de la objeción de conciencia al servicio militar.
9. Severos castigos por corrupción entre políticos y empleados públicos.
10. Eliminación de los entretenimientos perjudiciales, en virtud de la recuperación de la sencillez no afectada y de la fuerza virtuosa en los usos y costumbres de la nación.
11. Abolición de la excesiva ayuda gubernamental a los débiles, para evitar el debilitamiento de la sociedad…
«Oh vaya, ¿qué tenemos aquí, ahora?»
Mirando la pantalla, Yang estaba francamente asombrado. Lo que este Congreso Militar para el Rescate de la República quería era la esencia misma de un sistema de gobierno militarista reaccionario. Además, apenas había diferencia entre su sistema y el que Rudolf von Goldenbaum había defendido cinco siglo atrás.

¿Qué han sido estos últimos quinientos años para la raza humana? Con el ejemplo de Rudolf justo delante de ellos para ser estudiado, ¿qué había aprendido la humanidad? Este Congreso Militar para el Rescate de la República estaba a punto de insuflar nueva vida al cadáver de Rudolf, y todo en nombre del derrocamiento del imperio que había dado a luz.

Yang se rió. No había manera de que no pudiera. Esto era una farsa más allá de toda comparación, una horrible farsa sin parangón.Pero aunque este primer acto se había desarrollado como una farsa, no era así como debía terminar.

«Ciudadanos y soldados de la alianza, les presento al presidente del Congreso Militar para el Rescate de la República-«

Y cuando se pronunció ese nombre, se sintió como si el aire de la habitación se hubiera condensado en un líquido pesado.

El hombre de mediana edad mostrado en la pantalla era alguien que Yang conocía bien. Pelo castaño moteado de gris, un rostro delgado pero apuesto. Yang había hablado con ese individuo innumerables veces, incluso había cenado con él. Tenía una hija, y esa hija era…

El sonido de un grito bajo hizo que Yang se diera la vuelta.

Su ayudante , la teniente Frederica Greenhill, estaba de pie detrás de él, y su cara estaba mortalmente pálida.Sus ojos color avellana miraban la pantalla, tan abiertos que no podían abrirse más.

Miraba la cara de su padre, el almirante Dwight Greenhill; que acababa de aparecer en pantalla.

IV

El dominio de Phezzan. Un estado de vocación comercial situado en el igualmente llamado, corredor de Phezzan; que discurría entre el imperio galáctico y la alianza de planetas libres. Su mundo natal y sus colonias artificiales albergaban una población de 2000 millones de personas y su riqueza era tal, que podía rivalizar sin problemas con la alianza o el imperio.

En el presente, la red de recolección de inteligencia de Phezzan funcionaba a todo trapo. La información recopilada pasaba a través del secretariado, y desde allí iba a las manos del jefe del estado, el Terrateniente Adrian Rubinsky.

Era por este mecanismo que Rubinsky, “el zorro negro de Phezzan” era capaz de seguir el hilo de los acontecimientos en lo referente al golpe de estado de la alianza desde la comodidad de su casa.

El 13 de abril. El día del golpe.

El Almirante Bucock, comandante en jefe de la Armada Espacial de la Alianza, recibió un mensaje en su oficina del Almirante Greenhill, jefe de la Oficina de Investigaciones de Campo del Comité de Defensa.

«Las unidades de combate terrestre realizarán hoy ejercicios de entrenamiento a gran escala en toda la capital. Los planes para estas maniobras se hicieron a principios de año, así que pedimos a todos los departamentos que no le presten atención y hagan sus trabajos habituales como si fuera algo ordinario. Este entrenamiento será de gran importancia con respecto a la situación en la frontera…»

Ese mensaje fue enviado a casi todos los líderes militares, y el público también fue notificado por las emisiones ordinarias.

Por ello, incluso cuando se veían grupos de soldados armados en acción en las calles de la ciudad, eran pocos los que sospechaban que algo podía ir mal. Incluso cuando alguien sospechaba y llamaba a la policía militar, todas las dudas se disipaban con una sola frase: «Es sólo un simulacro». Cuando llegaba un mensaje en nombre del jefazo de la Oficina de Investigaciones de Campo, los oficiales más profesionales eran los que menos lo cuestionaban.

Ni siquiera Bucock había pensado mucho en ello -por supuesto, había estado increíblemente ocupado con la supervisión de la armada espacial mientras se preparaba para la acción en la frontera- ni se le había ocurrido que alguien podría dar un golpe de estado mientras la fuerza principal de la armada espacial estaba todavía en la capital.

A mediodía, sin embargo, el viejo almirante fue llevado a punta de pistola para reunirse con los principales conspiradores del golpe.

Estos eran el Almirante Dwight Greenhill, director de la Oficina de Investigaciones de Campo, y el Vicealmirante Bronze, Director de la Oficina de Inteligencia. Al viejo almirante le desconcertó ver participar en algo así a oficiales de tan alto rango.

«Ya veo», resopló Bucock. «Supongo que la Oficina de Inteligencia y la Oficina de Investigaciones de Campo han estado corrompidas durante bastante tiempo.»

Las funciones de la Oficina de Investigaciones de campo -a nivel nacional- abarcaban la gestión y el funcionamiento de las actividades no relacionadas con el combate, como la capacitación, las operaciones de rescate y el traslado de tropas e instalaciones, de modo que si su director era uno de los conspiradores, sería sencillo trasladar las unidades necesarias a su posición.

De algún lugar entre los hombres que lo rodeaban, había un intenso hedor a alcohol rancio.

«Humph, recuerdo ese olor.» El comandante en jefe de pelo blanco puso una mirada amarga en la fuente del mismo. «Contralmirante Lynch, capturado por el imperio en El Facil, hace unos años.»

«Me honra que te acuerdes», respondió Lynch con una risa mal articulada.

«Por mucho que me gustaría olvidar, eso no es posible. Después de todo, usted abandonó su deber de proteger a los civiles… abandonó su responsabilidad con los soldados bajo su mando… y trató de ponerse a salvo… Oh, usted es una celebridad.»

No parecía que los sentimientos de Lynch estuviesen heridos en lo más mínimo. Aceptó esas palabras mordazmente con una leve sonrisa y luego, con una floritura, sacó una pequeña botella de whisky, desenroscó la tapa y le dio un trago. Los oficiales que lo rodeaban – ascetas genuinos – le fruncieron el ceño con las cejas torcidas. Que los compatriotas de Lynch lo despreciaban era evidente, y Bucock no podía explicar porqué un hombre como él estaba de nuevo en sus filas para empezar. Volvió sus ojos hacia Greenhill.

«Excelencia, había pensado en usted como bastión de razón y conciencia incluso dentro del ejército.»

«Me siento honrado».

«Parece que te he sobreestimado, sin embargo. Todo lo que puedo pensar ahora mismo es que esa razón y conciencia tuya deben estar dormidas al volante para que participes en algo así».

«He pensado en esto durante mucho tiempo. Piénselo de esta manera, Almirante. ¿Como de corrupta es nuestra clase política en este momento? ¿Como de asfixiada está nuestra sociedad? Tenemos una clase política mafiosa que corre desenfrenadamente mientras se esconde detrás de una bonita palabra como democracia, y en ningún lugar veo la más mínima esperanza de que pueda reformarse a sí misma. ¿Qué otra forma hay de traer disciplina y reforma?»

«Así que eso es todo. Ciertamente, el sistema actual está corrupto y ha llegado a un callejón sin salida. Así que lo que quieres decir es, ‘Por lo tanto, lo derribo por la fuerza’. Sólo pregunto para ver qué dirás, pero ¿qué pasa cuando os corrompáis, sobre todo teniendo en cuenta que tienes todas las armas? ¿Quién te va a disciplinar a ti y cómo?»

El tono de Bucock era agudo, y su oponente claramente dudaba.

«No nos corromperemos», dijo otra voz con convicción. «Tenemos ideales. A diferencia de ellos, conocemos la definición de vergüenza. Somos incapaces de hacer lo que hace la clase política actual hace. Ellos engordan sus propias barrigas en nombre de palabras bonitas como democracia, complaciendo al electorado para ganar el poder, haciendo acogedores acuerdos con los capitalistas, descuidando al mismo tiempo nuestra sagrada carga de derribar el Imperio Galáctico. Sólo estamos haciendo lo que nuestra pasión por la restauración de nuestra nación exige. Nos hemos levantado de mala gana, porque no teníamos otra opción. La corrupción surge de la búsqueda del interés propio, nunca nos corromperemos».

«Ya veremos», dijo Bucock. «Me parece que justificáis una toma de poder ilegal con palabras bonitas como restauración y carga sagrada y pasión y así sucesivamente».

La lengua venenosa del viejo almirante cortó profundamente el sentido del orgullo de los oficiales, agitándolos fuertemente. Las voces se alzaron con ira.

«Almirante Bucock, queremos ser tan caballerosos como sea posible, pero por mi parte, no puedo dejar de pensar que esas últimas palabras se pasaron de la raya».

«¿Caballeros?» La risa de Bucock resonó en la habitación, totalmente impregnada de sarcasmo. «Desde los días en que los seres humanos se arrastraban a cuatro patas hasta esta misma tarde, la gente que rompe las reglas usando la violencia nunca ha sido llamada caballero. Si así quieres que te llamen, ya tienes el poder, así que mientras lo tengas, te recomiendo que consigas que alguien te escriba un nuevo diccionario.»

La furia se desataba en los oficiales, y era visible como un espejismo provocado por el calor intenso. Con una mirada, Greenhill mantuvo su ignición bajo control.

«Podríamos hablar todo el día, pero no creo que encontremos ningún punto en común. Sólo pedimos a la historia que sea el juez de las decisiones que hemos tomado».

«Puede que la historia no tenga nada que decirle, Almirante Greenhill».

En ese momento, Dwight Greenhill, presidente del Congreso Militar para el Rescate de la República, miró hacia otro lado.

«Llévenlo a otra habitación. No debe fallarnos la cortesía».

Los puntos estratégicos de Heinessen estaban bajo el control de unidades rebeldes.

El Cuartel General Operativo Conjunto, el Cuartel General de Ciencia y Tecnología y el Centro de Mando y Control de Defensa Espacial, así como el Edificio del Alto Consejo y el Centro de Comunicaciones Interestelares, habían caído en manos de las unidades rebeldes sin apenas derramamiento de sangre. Incluso el Almirante Dawson, director en funciones del Cuartel General Operativo Conjunto, había sido confinado.

Sin embargo, el objetivo final del ataque -el presidente del Alto Consejo, Job Trünicht- no estaba en su oficina. Se creía que había escapado por un pasadizo secreto para uso en emergencias y había desaparecido bajo tierra …

V

Yang sintió que entendía muy bien cómo los hados podían ser de una naturaleza muy retorcida, como viejas brujas. Pero lo que le machacaba ahora directamente, es que solamente era su sentimiento. Si las furias estuvieran provistas de mente y personalidad, este seria el punto en el que hubiera querido levantar su voz de queja, diciendo, «¡Venga ya! ¡Nunca antes habíais sido tan mezquinos!» Eso, por supuesto, era imposible. El destino era una coincidencia combinada de innumerables voluntades acumuladas, no una especie de entidad trascendente.

¡Pero tener que luchar con el padre de Frederica para poder proteger la autoridad de un hombre como Trünicht!

Yang había perdido la cuenta de cuántas docenas de vueltas había dado en sus habitaciones privadas. Cuando volvió en sí, el joven Julian Mintz estaba de pie junto a la pared, mirándole fijamente. Yang pudo ver un brillo de preocupación en esos ojos marrones oscuros. Incapaz de ayudar a Yang, el chico se sentía frustrado e impotente.

Pero qué hacer a continuación era una decisión que sólo Yang podía tomar, y en ningún lugar del mundo había nadie con quien pudiera compartirla. Exhalando un suspiro, Yang forzó una sonrisa .

«Julian, tráeme una copa de brandy. Después de eso, ¿puedes reunir a mi personal ejecutivo en la sala de reuniones en unos quince minutos?»

«Sí, señor. Enseguida.»

«Además, llama a la teniente Greenhill por mí rápidamente».

El chico salió corriendo de la habitación.

Si estuviera bien el no tomar decisiones cuando uno no quisiera, la vida seríoa color de rosa. Aunque los antiguos habían dicho que añade sabor a la vida el que las cosas no salgan como nos gustaría, esta vez, la especia parecía un poco demasiado picante.

Frederica Greenhill apareció dos minutos después. Tenía una expresión tranquila, pero no se podía ocultar su tez enfermiza. Yang tenía su propia manera de resignarse a su papel aquí: Habiendo perdido a su padre a los dieciséis años, se había inscrito en el Departamento de Historia Militar de la Academia de Oficiales después de buscar una escuela donde pudiera estudiar historia sin costo alguno. No tenía ningún deseo de convertirse en soldado, así que en cierto modo, vio lo que tenía que hacer ahora como la cuenta que le tocaba por su elección egoísta.

Pero para Frederica, esto era como estar atrapado en el tipo de experimento psicológico que la gente usaba para tratar de probar lo absurdo de los dioses. Se la ponía en la posición de tener que convertirse en la enemiga de su propio padre. Era algo duro para una joven de 23 años.

«Aquí la Teniente Greenhill».

«Ah… pareces alegre.»

Con eso, Yang realmente la había fastidiado. En cuanto a Frederica, también parecía estar perdida en cuanto a cómo responder

«¿Para qué me necesitas?»

«Bien… estoy reuniendo al personal para otra reunión, así que me gustaría que te encargaras de la preparación y de los controles.»

Frederica parecía desconcertada.

«Yo-yo pensé que iba a ser relevada de mis deberes como su ayudante. Vine aquí esperando que…»

«¿Quieres dejarlo?»

El tono de voz de Yang en ese momento era bastante brusco.

«No, pero…»

«Si no estás ahí para mí, lo pasaré mal. Tengo una memoria terrible, y tampoco soy bueno con ese horrible panel de control. Necesito un ayudante competente».

«Sí, señor. Cumpliré con mis deberes, Excelencia».

Por un instante, pudo ver a través de la expresión de ella y ver las risas y las lágrimas que se agitaban debajo.

«Te lo agradezco. Ve a la sala de reuniones.»

Habían otras formas de decirlo, pero para Yang, era lo mejor que podía hacer.

Cuando salió de su habitación, se encontró con Schenkopp en el pasillo. El antiguo ciudadano del imperio saludó y sonrió a su superior.

«Parece que no ha despedido a la Señorita. Greenhill».

«Por supuesto que no. ¿Por qué lo haría si no encuentro a nadie que pueda hacer mejor su trabajo?»

«Está evitando el tema», respondió Schenkopp, aunque fue grosero por su parte decirlo.

«¿Y qué se supone que significa eso?»

«Nada, señor, es sólo que… bueno, me he estado preguntando sobre varias cosas… como qué piensa ella de Su Excelencia. Desde el punto de vista de un subordinado».

«Bueno, ¿y qué piensas de mí?» Yang dijo, ensayando una torpe evasiva

«Hmm, no sabría bien que decirte, para ser honesto. Eres una montaña de contradicciones». Schenkopp miró a la cara de decepción de su superior con una sonrisa amistosa.

«¿Qué me hace decirlo? En primer lugar, no hay hombre vivo que odie la estupidez de la guerra tanto como tú. Pero al mismo tiempo, tampoco hay nadie mejor para hacer la guerra que tú ¿Me equivoco?»

«¿Qué opina del marqués Reinhard von Lohengramm?»

«Que sería divertido intentar vencerle.» Estas palabras salieron de los labios de este antiguo ciudadano imperial sin ningún ápice de duda.

“Según creo, en igualdad de condiciones, usted le vencería”

“Esa clase de hipótesis no tienen sentido”

“Lo sé, señor”

La táctica era el arte de mover tropas para ganar en el campo de batalla. La estrategia era el arte de preparar las condiciones que permitieran que dichas tácticas pudieran emplearse a su máximo potencial. Por consiguiente, la suposición de Schenkopp era irrelevante para las realidades del terreno, ya que había ignorado el elemento de la estrategia en la guerra.

«En cualquier caso, pasemos al siguiente punto. Usted es profundamente consciente de lo fuera de control que está la actual estructura de poder de la alianza, tanto en términos de sus capacidades como de su moral. Sin embargo, a pesar de eso, hará todo lo que esté a su alcance para salvarlo. Es una gran contradicción».

«Digamos simplemente que ‘perfecto’ es el enemigo de ‘bueno’. Ciertamente reconozco que las actuales autoridades de la alianza están están lejos de actuar correctamente. Pero mira tú mismo los eslóganes que usa esa cosa del Rescate de la República. ¿No son peores que los que tenemos ahora?»

«Si debo responder…» dijo Schenkopp, cuyos ojos brillaban con una luz extraña, «yo digo que dejemos que estos bufones del Congreso Militar purguen el régimen actual. A fondo y completamente. En cualquier caso, expondrán sus propios defectos a su debido tiempo después y perderán el control de la situación. En ese momento, usted es libre de entrar, expulsar al personal de limpieza y tomar el poder como restaurador de la democracia. Eso es lo que yo llamaría «mejor».”

Atónito, el joven comandante de Iserlohn miraba a su subordinado. Schenkopp ya no sonreía.

«¿Qué te parece? Aunque sólo fuera una formalidad, como dictador podrías salvaguardar la práctica del gobierno democrático-«

«Dictador Yang Wen-li», ¿eh? De cualquier manera que lo no, no suena como algo que yo haría.»

«Ser un soldado tampoco era tu estilo, originalmente. Sin embargo, aquí estás, haciéndolo mejor que qualquier otro . Probablemente también serías muy bueno como dictador».

«Comodoro Schenkopp».

«¿Qué pasa, señor?»

«¿Ha compartido tus pensamientos sobre esto con alguien más?»

«Por supuesto que no».

«Me alegra oírlo…»

Sin decir nada más, Yang le dio la espalda a Schenkopp. Siguiendo cinco o seis pasos detrás de él, Schenkopp sonreía un poco. ¿Era Yang consciente de que no había otros oficiales de alto rango en el servicio que dejaran a sus subordinados decir lo que pensaban tan libremente como él? Era un trabajo bastante duro, servir como oficial al mando de Schenkopp.

Había muchos civiles viviendo en Iserlohn, y su ansiedad se había incrementado por las noticias del golpe de estado en casa y la guerra civil que había estallado en el imperio. Uno de esos individuos se fijó en Julian cuando había ido a un distrito residencial civil a hacer un recado para Yang y le preguntó si realmente había alguna posibilidad de ganar.

El joven miró fijamente a la cara del sujeto que le abordaba y luego, regañándole por su pánico, respondió con confianza y espíritu.

«El Almirante Yang Wen-li no lucha batallas que no se pueden ganar».

En poco tiempo, ese intercambio se hizo famoso en todo Iserlohn. «El Almirante Yang no lucha en batallas que no se pueden ganar». De hecho, la victoria era la constante compañera del hombre. Por lo tanto, estaba seguro de ganar esta vez también. Al menos en la superficie, la ansiedad de los civiles se había calmado.

Yang, que se enteró de lo que había sucedido más tarde, confirmó los hechos del asunto con Julián, y luego le habló con voz burlona.

«No me lo esperaba, pero al parecer tienes talento como portavoz de relaciones públicas.»

«Pero lo que le dije no era sólo un farol, es un hecho ¿No es así, Excelencia?»

«Uh, sí. Al menos esta vez, de todos modos».

Julián no pudo evitar pensar que la ceja de su tutor se había arrugado un poco.

«Espero que siempre funcione así…»

Cuando Julián salió a practicar el manejo de una de las naves de combate unipersonales conocida como espartano, Yang llamó al Comodoro Schenkopp.

Yang había decidido dividir la flota bajo su mando en una unidad móvil de alta velocidad que él mismo comandaría y una unidad de apoyo en la retaguardia para funciones de apoyo logístico y fuego defensivo de apoyo. Sin embargo, todavía se preguntaba a qué unidad asignaría a Schenkopp. Esto lo consultó con él mismo, y decidió finalmente ponerlo como oficial de estado mayor a su lado.

Fue durante esta conversación que Yang le preguntó sobre Julian. Esto se debió a que Schenkopp era el instructor de Julian tanto en tiro como en combate cuerpo a cuerpo.

«Si se refiere a como guerrero, él se esfuerza espléndidamente. En ese aspecto, será mucho más útil que usted, Su Excelencia.»

Schenkopp no sabía hablar sin reservas.

«Sin embargo, no es el tipo de cosas que Su Excelencia espera de Julián, ¿verdad?»

La respuesta de Yang estaba medio dirigida a sí mismo.

«Hay límites a lo que la gente puede hacer, pero aún así, podemos cambiar el destino dentro de los límites de nuestras habilidades. Quiero que Julián cambie el destino dentro de un rango tan grande como sea posible, incluso si no lo hace, quiero que tenga ese potencial.»

«¿Qué hay de tu potencial?»

«No puede ser. Estoy demasiado involucrado en la Alianza para ese tipo de cosas. Tengo que cumplir mis obligaciones con los que pagan mi salario.»

Schenkopp parecía como si no se hubiera tomado esa respuesta totalmente en broma.

«Ya veo. ¿Es por eso que no harás de Julian un soldado regular? ¿Para que no se sienta tan obligado hacia la Alianza de los Planetas Libres como tú?»

«No había pensado hasta ese punto…»

Yang sacudió la cabeza dos o tres veces. No es que siempre actuara basado en un pensamiento cuidadoso y una planificación a largo plazo. Sin embargo, eso no era lo que los demás parecían pensar. Yang no podía decir con seguridad si eso era ventajoso o no. El Cuartel General Operativo Conjunto de la Alianza en Heinessen se había convertido en un bastión del Congreso Militar para el Rescate de la República. Sus principales líderes estaban reunidos en una sala de reuniones subterránea.

Cuando el Almirante Greenhill les informó que «Yang Wen-li se había negado a participar en el Congreso Militar para el Rescate de la República», un suave revuelo surgió entre los asistentes.

«Bueno, todo lo que podemos hacer es luchar contra él, entonces.»

«Hagamos que MilagroYang nos muestre lo que tiene. Veamos por nosotros mismos si es tan hábil como dicen.»

Quizás estas voces agresivas se levantaron para disipar el malestar de los hablantes.

Sin embargo, el Almirante Greenhill no se unió a su entusiasmo forzado. No pensó en buscar el perdón de su hija. Tampoco había ninguna posibilidad de que ella lo perdonara. Sus acciones estaban enraizadas en sus creencias. Si la renovación no llegaba a través de los militares, su patria se derrumbaría en las profundidades de la corrupción. Si Yang no entendía eso, entonces nada más que la guerra podría haber entre los dos. La decisión no era fácil, pero una vez tomada, su voluntad no se vería agitada.

«Almirante Legrange».

En respuesta a su llamada, un hombre de mediana edad con una mandíbula cuadrada y pelo rubio platino muy corto se puso de pie.

«Tome la Undécima Flota, y vaya a Iserlohn para luchar contra Yang.»

«Como usted ordene, señor, pero… ¿qué hay de su hija?»

No era un secreto que Frederica Greenhill era la ayudante de campo de Yang.

«Eso no es un problema», dijo Greenhill enérgicamente. Luego, en un tono más moderado, añadió: «Renuncié a mi hija en el momento en que concebí este plan. También es probable que Yang la haya relevado de sus funciones y la haya puesto bajo arresto domiciliario. No hay necesidad de tenerla en cuenta».

«Como desee, señor. Yang será sacrificado o forzado a rendirse.»

La Undécima Flota era una rareza en la Armada Espacial de las Fuerzas Armadas de la Alianza: un regimiento indemne de combates anteriores. Había apoyado el golpe de estado, y ahora, para contrarrestar el avance de Yang, estaba movilizando una vasta, poderosa y completa fuerza.

El 20 de abril, Yang nombró a Cazellnu como comandante interino de la fortaleza y ordenó la movilización de toda su flota. Cuando se le preguntó el destino, respondió:

«Heinessen, será nuestra última parada».

Capítulo 4. Matanza en el espacio

I

Justo antes de embarcar en su buque insignia, la Brünhilde, Reinhard recibió la visita de un secretario sin aliento proveniente del Ministerio de Asuntos Militares.

«Explique la razón de su visita».

El secretario miró con admiración al apuesto y joven comandante con su elegante uniforme negro y plateado mientras declaraba con torpeza el asunto en cuestión, que la nomenclatura oficial del enemigo no se había decidido todavía.

«¿Nomenclatura oficial?»

«S-sí, milord. Se llaman a sí mismos Ejército de la Liga de los Señores Justos, pero, naturalmente, no podemos poner algo así en los documentos oficiales. Dicho esto, si usamos «las fuerzas rebeldes», no las distingue de la llamada Alianza de los Planetas Libres. Aún así, tenemos que decidir sobre algún tipo de nombre oficial».

Reinhard asintió y, pellizcándose la barbilla bien formada con las yemas de los dedos largos y flexibles, pensó en ello por un momento. Antes de que transcurrieran cinco segundos, separó sus dedos de la arbilla.

«He aquí un término apropiado para su calaña: bandidos y usurpadores. Se refieren a ellos como tales en los documentos oficiales: bandidos y usurpadores. ¿Entendido?»

«Sí, milord. Como desees.»

«Publica en todo el imperio que está así ordenado, y haz saber a los así llamados dondequiera que se encuentren: ‘Sois un ejército de bandidos y usurpadores’. ”

Reinhard levantó la voz entre risas. Era una risa cruel, pero aún así resonaba, hermosa y clara, como el tintineo de joyas preciosas chocando entre si.

«Como parece que no tienes ningún otro asunto, me voy. No olvides lo que te acabo de decir.»

Cuando Reinhard se dio la vuelta para irse, sus pasos fueron tan ligeros como los de un hombre en caída libre. Los almirantes Oberstein, Mittermeier, Reuentahl, Kempf y Wittenfeld le siguieron la estela, y por fin el cielo azul profundo fue casi borrado por una gran flota de naves de guerra que salieron al campo de batalla. El Vicealmirante Mort, comandante de las fuerzas que quedaban atrás, saludó al despedirse con sus ayudantes.

Reinhard sólo había dejado una fuerza mínima sobre Odín: sólo treinta mil oficiales y soldados, encargados de proteger la residencia del Kaiser en el Palacio Neue Sans Souci, el almirantazgo y el Ministerio de Asuntos Militares, y la finca donde él y su hermana residían.

El Vicealmirante Mort, a quien se le había confiado esta tarea, rondaba los 60. No era el tipo de persona a la que se pudiera llamar maestro táctico, pero era leal y un hombre con el que se podía contar.

El secretario, al volver al Ministerio de Asuntos Militares, puso en marcha la orden de Reinhard de inmediato. Las transmisiones superlumínicas saltaron por el vacío a todos los rincones del imperio, repitiendo la frase «bandidos y usurpadores».

«¡Bandidos y usurpadores! ¡Se atreven a llamarnos un ejército de bandidos y usurpadores!»

Por supuesto, ese nombre asestó un duro golpe al orgullo de los nobles , que se aferraban a la idea de ser un pueblo elegido. Con rostros blancos como la vitela, por el odio y la humillación, rompieron sus copas de vino contra el suelo, sintiendo una renovada hostilidad hacia ese mocoso rubio.

Aunque al escuchar a Schneider, el ayudante de campo de Merkatz contarlo, los nobles de alta alcurnia también hablaron mal de Reinhard, ¿así que esto no los igualaba?

Los nobles se dejaban llevar por las emociones incluso en los asuntos más pequeños, y por eso no era sorprendente que las reuniones de estrategia de sus aliados militares también se vieran constantemente influenciadas en una u otra dirección según sus emociones.

El duque Braunschweig tenía lo que para él era un plan táctico: Ocuparía nueve fortalezas militares a lo largo de la ruta desde la capital imperial de Odín hasta la base de la confederación, una fortaleza llamada Gaiesburg, o «Castillo del Águila Calva», colocando grandes fuerzas en cada una para interceptar el avance de la flota de Reinhard. Mientras luchaban por pasar una fortaleza tras otra, las fuerzas de Reinhard sufrirían no pocas pérdidas en términos de vidas y barcos, y los que quedaran serían degradados para cuando pasaran. Fue entonces cuando lanzarían un ataque desde Gaiesburg y los aplastaría a todos de un solo golpe.

Merkatz era escéptico sobre la efectividad de eso. Mientras que sería bueno que Reinhard tuviera la amabilidad de atacar las nueve fortalezas una por una por invitación especial de sus enemigos, ¿qué se suponía que harían si no lo hacía? Si Reinhard dejara impotente cada fortaleza destruyendo sus líneas de suministro y sus comunicaciones, y luego se dirigiera directamente a Gaiesburg para un asalto total, la estrategia de Braunschweig resultaría ser inútil. Peor que inútil, ya que el posicionamiento de grandes fuerzas en cada fortaleza dejaría naturalmente a Gaiesburg falta de efectivos.

Cuando Merkatz expresó al duque Braunschweig su opinión al respecto, el rostro del duque cambió de color dramáticamente. La transformación fue tan vívida como si hubiera sido capturada en una fotografía time-lapse.

En momentos como estos, sus asistentes se tiraban al suelo y se disculpaban, con la frente apoyada en el suelo mientras pedían perdón a su amo. Por supuesto, Merkatz no hizo tal cosa.

Braunschweig se sacó de la garganta una respuesta dubitativa «Entonces, ¿qué debemos hacer?»

Merkatz pasó a explicar, fingiendo desconocimiento del estado mental de Braunschweig. Aunque no había necesidad de abandonar la idea de las nueve fortalezas, tampoco había necesidad de estacionar grandes fuerzas en ellas. En cambio, la función de cada fortaleza debía limitarse a la vigilancia electrónica del enemigo, y el potencial de combate debía concentrarse en Gaiesburg.

«¿Así que arrastramos al mocoso rubio hasta Gaiesburg para una batalla decisiva? Hmm, de esa manera salimos a encontrarnos con un enemigo que está lejos de casa en una campaña lejana y luchamos contra él en el punto máximo de su agotamiento.»

El Duque Braunschweig dijo esto para demostrar que no era totalmente ignorante de la teoría táctica militar.

«Exactamente».

Pero tras la respuesta concisa de Merkatz, otra voz habló, diciendo:

«En realidad, hay una táctica aún más efectiva que podemos usar».

Era el Almirante Staden, quien se consideraba un experto en teoría estratégica.

Anteriormente, había servido bajo el mando de Reinhard en Astarté, pero a diferencia de Merkatz, no reconocía el talento de Reinhard.

«¿Y cuál sería ese, Almirante Staden?»

«Una revisión parcial de la idea del Comandante en Jefe Merkatz», dijo Staden, mirando de reojo a Merkatz.

El experimentado almirante frunció el ceño. Podía adivinar fácilmente lo que Staden estaba a punto de decir. Iba a ser la misma idea que Merkatz ya había abandonado por una cierta razón.

«En resumen, organizamos una segunda fuerza a gran escala y, después de atraer al mocoso rubio a Gaiesburg, los enviamos en dirección opuesta a Odín, donde capturarán una capital débilmente defendida y prestarán nuestro apoyo a Su Majestad el Kaiser».

«Hmm…»

«Entonces, una vez que le hayamos hecho emitir un edicto imperial que diga que el Marqués Lohengramm es el verdadero rebelde traidor, su posición y la nuestra se invertirán. El mocoso de oro se convertirá en un huérfano en el espacio, sin un hogar al que volver.»

Eso era exactamente lo que Merkatz esperaba. Miró en dirección a su taza de café, que aún no había tocado sus labios. Staden era un teórico pero de alguna manera carecía de perspicacia cuando se trataba de la realidad sobre el terreno. Era cierto que el Marqués Lohengramm había vaciado la capital imperial de Odín. ¿Y por qué había hecho eso? Porque había una razón por la que sentía que podía vaciarla tan descuidadamente. Si Staden sólo pensara en eso, se daría cuenta de que su propuesta no podía tener una efectividad realista.

«¡Espléndido!» gritó un joven noble, el conde Alfred von Lansberg. Su cara había enrojecido de emoción. Con una exclamación tras otra, alabó la grandeza, la elegancia, la agresividad del plan propuesto por Staden, alentándolo fácilmente con una inocencia desinteresada e infantil.

«Entonces», añadió, «¿quién va a comandar la segunda fuerza? Será un gran honor y una gran responsabilidad».

Entonces la habitación se quedó en silencio.

Las palabras del Conde Alfred von Lansberg habían revuelto el fango, liberando algo parecido a un miasma que había estado acechando en el fondo.

Capturar la capital imperial de Odín; robar al joven Kaiser. Aquel que lograse llevarlo a buen término sería el más distinguido en esa guerra civil. Los logros de quien atrajo a Reinhard a Gaiesburg se perderían en el resplandor de tan destacado logro, como asteroides pasando frente a una estrella.

No hacía falta decir que quien marcara los logros más distinguidos en la guerra tendría la voz más alta en el orden de la posguerra. Lo más importante, al convertirse en el protector del Kaiser, uno se hacía aliado -aunque sólo fuera como una formalidad- de la máxima autoridad del imperio, lo que permitiría monopolizar la posición y el poder invocando el decreto imperial.

Comandante de la segunda fuerza. El camino más corto hacia el poder absoluto. Que no debe ser entregado a nadie más.

En los ojos del Duque Braunschweig y el Marqués Littenheim, surgieron resplandores que brillaban como capas de aceite sobre el agua.

La discusión ya se había alejado de la estrategia y la táctica, y se había trasladado a la dimensión del juego político. Apenas habían mirado al bosque, pero ya estaban valorando el valor de sus pieles de marta negras.

Merkatz había sabido que esto sucedería. Por eso había abandonado esta estrategia en su mente, aunque pudiera parecer muy efectiva desde un punto de vista puramente militar. Era un plan que sólo podía llevarse a cabo a través de una voluntad y una organización muy unificadas. No debía faltar una confianza mutua inquebrantable entre el comandante de la fuerza principal y el comandante de la fuerza secundaria. Y eso no existía en los militares de la noble confederación. Por eso el Marqués Lohengramm podía sentirse tan libre de dejar Odín ligeramente defendido.

Desde el principio, la confederación de Nobles se había construido sobre una base de odio hacia Reinhard por haber superado a sus mejores. No se había establecido un consenso sobre la cuestión de quién heredaría la posición y la autoridad de Reinhard en caso de que fuera derrotado. Era fácil provocar una grieta en su solidaridad.

Y ahora Staden había causado exactamente esa grieta antes de que la lucha empezara. En términos de resultados, se puede decir que acababa de hacerle un enorme favor al enemigo. Ahora su falsa solidaridad había cedido su lugar a la cruda avaricia. Las pasiones egocéntricas se elevaban como los vapores sulfurosos de un volcán del Duque Braunschweig, el Marqués Littenheim y los demás aristócratas, y Merkatz se quedó prendado de la sensación de que se estaba asfixiando.

¿Podría ganar así contra Reinhard?

¿Y aunque pudiera, por el bien de quién ganaría?

II

Para Merkatz, la palabra «operación» a partir de entonces significó una elección inútil entre el compromiso y el mantenimiento de su determinación, sabiendo muy bien que sería ignorado.

Cuando se convirtió en comandante en jefe de las fuerzas de combate, los jóvenes aristócratas, deseosos de luchar, le habían recibido con un espíritu de bienvenida, pero pronto el ambiente se agrió. No acostumbrados a recibir órdenes de los demás, les había resultado extremadamente difícil, aunque no imposible, mantener sus propios egos bajo control. Los mayores deberían haberse guiado por un sentido común equivalente a su edad, pero eran capaces de despertar el radicalismo de los jóvenes para utilizarlo en su propio beneficio.

Lo primero que Merkatz se vio obligado a hacer es enviar una vanguardia bajo el mando de Staden, que lo veía claramente como un competidor. Muchos jóvenes aristócratas, deseosos de saciar su sed de batalla, fueron atraídos por sus palabras:

«Primero, me gustaría poner a prueba su temple en combate».

¿También necesitas salir y hacerte sangrar la nariz? Pensó Merkatz. No era eso, sin embargo; necesitaban hacerlo para convencerse a sí mismos.

Los jóvenes aristócratas ni siquiera trataron de ocultar el hecho de que se estaban preparando para la batalla, así que la información sobre el lanzamiento de la «fuerza de bandidos» había llegado hasta el escritorio de Reinhard.

«Llama a Mittermeier .»

Cuando el almirante Wolfgang Mittermeier, de constitución más bien pequeña pero de aspecto bastante ágil, apareció ante él, Reinhard preguntó: «Tengo entendido que aprendiste teoría táctica bajo el mando de Staden cuando estabas en la escuela de oficiales.»

«Lo hice, milord. Si hay algún problema…»

«Se dice que Staden lidera la primera oleada de las fuerzas de la nobleza. Parece que tienen la intención de probar suerte y luchar una ronda con nosotros».

«Ah, así que por fin ha empezado», dijo con calma el joven y audaz almirante.

«¿Qué te parece? ¿Puedes vencerle?»

El indicio de una sonrisa que se elevó en los ojos de Mittermeier fue agudo e indomable.

«El instructor Staden tenía grandes conocimiento, pero cuando los hechos y la teoría estaban en desacuerdo, su tendencia era dar prioridad a la teoría. En la escuela los estudiantes solíamos hablar mal de él, llamándolo “Confundido por la Teoría” Staden’.»

«Muy bien, entonces. Aquí están sus órdenes: dirija su flota hacia la Región Estelar de Artena, y reúnase con su antiguo instructor allí. En cinco días, yo también iré. Puedes enfrentarte a él en la batalla antes de eso o fortalecer nuestras defensas y esperar. Te dejo el control operativo total «.

«¡Si, señor!»

Mittermeier se inclinó y dejó el puente del buque insignia Brünhilde a zancadas. No importa lo que se diga, era un honor para un guerrero estar a la cabeza del ataque.

Era el 19 de abril del año 488 del calendario imperial y 797 del calendario SE.

Así fue como comenzó lo que se conocería como la Guerra Lippstadt.

La flota de dieciséis mil naves liderada por Staden y la de quince mil naves liderada por Mittermeier se acercaron una a otra, cada una eligiendo la ruta más corta hacia el territorio de su oponente. El objetivo de esta escaramuza no era la toma de algún lugar estratégico, sino más bien el efecto psicológico -si es que hay alguno- de ganar la primera batalla y aprender algo de las capacidades tácticas del enemigo.

Las dos fuerzas se enfrentaron cara a cara en el espacio interestelar cerca del sistema Artena. Sin embargo, Mittermeier colocó seis millones de minas de fusión frente a sus propias fuerzas para bloquear el camino de ataque del enemigo, reagrupó su flota en una formación esférica y luego se quedó en el lugar. Pasó un día y luego otro, pero no se movió de esa posición.

Staden se volvió sospechoso y temeroso. El agudo intelecto y la rápida ferocidad de Mittermeier le habían labrado el apodo de «Lobo de vendaval». Se le había dado el honor de liderar la vanguardia. Sin embargo, aquí estaba, apuntalando las defensas sin hacer ningún movimiento de ataque. ¿Qué estaba haciendo Mittermeier? Tenía que estar planeando algo que Staden no podía imaginar de otra manera. ¿Pero qué estaba planeando?

Así fue como Staden también detuvo su avance.

Mientras Staden lidiaba con la situación, lo que encontró más frustrante fueron los jóvenes aristócratas bajo su mando. Beneficiarios desde el nacimiento de innumerables privilegios, habían caminado por la vida sobre los pies de otros, por así decirlo, casi sin ningún impedimento, y habían crecido mirando hacia abajo a aquellos que no poseían privilegios – para ellos, un deseo era algo que debía realizarse sin esfuerzo. Si decidían que querían ganar, simplemente debían ganar. El comportamiento de Staden les parecía más cobarde que cauteloso, e incluso había algunos entre ellos que lo decían abiertamente. Tenían una imagen de si mismos verdaderamente descomunal y eran completamente insensibles a los sentimientos de los demás.

Con palabras tranquilizadoras y halagos, Staden continuó disuadiéndolos de acciones imprudentes, incluso mientras soportaba el aguijón de sus abusos. Esto requería un esfuerzo considerable.

«Ya debería ser hora. ¿Debemos pagarle al instructor Staden por toda su ayuda de hace años?»

Fue cerca del final del tercer día que Mittermeier dio órdenes a sus hombres.

Un oficial de comunicaciones se presentó ante Staden para informar que habían interceptado una transmisión de la flota de Mittermeier. El análisis del audio había revelado que mientras Mittermeier ganaba tiempo al no atacar, la fuerza principal del Marqués Lohengramm se acercaba cada vez más. Mittermeier planeaba reunirse con ellos, y luego lanzar un asalto total con una superioridad numérica abrumadora.

¿Mittermeier lo filtró intencionadamente? Se preguntó Staden. Sin embargo: si esa información es correcta, puedo entender por qué Mittermeier tomaría una posición defensiva firme y no intentaría atacar. Si ese es el caso, ¿podría Mittermeier haber filtrado deliberadamente información correcta?

Staden estaba perplejo. Ya no podía ver la consistencia de las acciones de Mittermeier. Sin embargo, dio órdenes de poner a la flota en alerta máxima, teniendo en cuenta la amenaza de un ataque sorpresa.

La indignación de los jóvenes nobles estaba a punto de explotar. ¡Qué pasividad! ¡Qué indecisión! ¿No era el objetivo de venir a esta región estelar para cruzar espadas con el enemigo, probar su temple y aplastar su moral? «No podemos confiar más en nuestro comandante», dijeron. «Sólo podemos confiar en nosotros mismos».

Los jóvenes nobles se aconsejaron entre sí, llegaron a un consenso, y luego fueron a Staden para exigirle que lanzara un ataque. Sus demandas sonaban muy cercanas a las amenazas. Si se negaba, podrían hundir a la flota en un combate desordenado de todos modos, después de arrojarlo al calabozo.

Al final, Staden cedió y autorizó el ataque. Sin embargo, para tratar de controlar a los jóvenes nobles en la medida de lo posible, les proporcionó un plan de batalla. Toda la fuerza debía dividirse hacia estribor y babor para desviarse alrededor del campo de minas. Después de que el ala de babor chocara de frente con la fuerza de Mittermeier, el ala de estribor rodearía la retaguardia del enemigo, los atacaría por el flanco y por la espalda y los llevaría al campo de minas. Según los estándares de Staden, era un plan bastante descuidado, pero estaba claro que cualquier cosa demasiado elaborada dejaría a sus camaradas incapaces de actuar bien en conjunto.

Staden comenzaba a arrepentirse de haberse hecho cargo de una fuerza como ésta. Sin embargo, no había nada que hacer en este punto excepto destruir a Mittermeier lo más rápido posible, y retirarse antes de que llegara la fuerza principal de Reinhard. Tomó el mando personal del ala de babor de su regimiento, dio el mando del ala de estribor a un joven noble llamado Conde Hildesheim, y dio comienzo a la operación.

El Conde Hildesheim se apresuró a salir con su flota. Ansioso por hacerse un nombre, ni siquiera intentó reprimir su hirviente agresión. Ocho mil naves se dirigieron en la misma dirección, pero no pudieron mantener una formación ordenada como grupo.

Para entonces, las fuerzas de Mittermeier se habían alejado de su posición original. Se habían reubicado en un punto muy alejado del campo de minas. Visto desde arriba, esto colocó a las fuerzas de Hildesheim entre el campo de minas y las de Mittermeier.

«¡Ondas de energía y múltiples misiles se aproximan desde las tres en punto!»

Mientras el pánico se apoderaba de los operadores a bordo de cada nave de la fuerza de Hildesheim, llegó un destello de luz blanca de la primera explosión de fusión. Antes de que tuviera tiempo de desvanecerse, siguieron la segunda y la tercera explosión. Rayos de energía, misiles de fusión y enormes proyectiles lanzados por cañones de rieles se amontonaron con una rapidez que no dejó tiempo libre para que nadie se diera cuenta de lo que estaba sucediendo y envolvieron el cosmos en rayos con tonos de arco iris. Cuando los rayos se desvanecieron, todo había vuelto a la nada. Los cuerpos humanos, incinerados o desgarrados, habían sido devueltos a sus componentes atómicos primarios, que se mezclaron con el polvo interestelar. Tal vez en unos pocos miles de millones de años esa mezcla podría formar el núcleo de una estrella recién nacida.

El Conde Hildesheim murió en acción antes de que él mismo pudiera darse cuenta. Probablemente fue el primero de los altos nobles en perder la vida en la guerra civil.

Después de aplastar el desesperado y desorganizado contraataque de la fuerza de Hildesheim, Mittermeier hizo que su flota continuara avanzando a toda velocidad. Esto fue para rodear el campo de minas en el sentido de las agujas del reloj y atacar a la fuerza principal de Staden por la retaguardia. Atacar la retaguardia de una fuerza enemiga reducida a la mitad le posicionaría bien para una victoria segura. ¿Y quién sino el Lobo del vendaval podría haberlo hecho?

Cuando la flota principal de Reinhard llegó, la batalla de Artena ya había terminado. Mittermeier, alabado por Reinhard por su superlativo uso de la fuerza, se disculpó por dejar que Staden se le escapara de las manos, y luego añadió con una sonrisa que iba a ser un gran dolor recuperar todas las minas que había usado para establecer el campo de juego.

III

Mientras que los elementos tanto del imperio como de la alianza seguían intentando burlar o asesinar al otro, o a ambos, el estado comercial conocido como el Dominio de la Tierra de Phezzan rebosaba de energía industriosa. Mientras continuaba evadiendo los horrores y tragedias de la guerra, el funcionamiento de su codiciosa economía absorbía hasta la última gota de beneficios que se podían obtener de ella. A todas las facciones les vendía todo tipo de mercancías: armas, alimentos, minerales, uniformes militares, inteligencia y, ocasionalmente, personas en forma de mercenarios. Se esforzaban por monopolizar toda la riqueza del universo.

“De la Court”, situado no lejos del puerto espacial de la capital, era un bar donde se reunían los comerciantes independientes, los que viajaban por toda la galaxia sin un activo a su nombre, excepto una sola nave espacial y un puñado de hábiles hombres de negocios.

Boris Konev, de 28 años, era uno de esos comerciantes libres y capitán de la nave mercante Beryozka. Aunque tenía suficiente espíritu para varios hombres, todavía era conocido generalmente sólo como un comerciante de poca monta. Estaba disfrutando de una cerveza negra durante su escaso tiempo libre cuando otro comerciante independiente conocido suyo le llamó.

Después de intercambiar varios formalismos y bromas, el comerciante dijo: «Por cierto, he oído un extraño rumor».

«La mayoría de los rumores son extraños.»

Konev terminó su cerveza negra y le preguntó sobre el rumor.

«Bueno, básicamente, Su Excelencia, el terrateniente Rubinsky, aparentemente tiene algo muy grande en marcha.»

«¿Esa cúpula de cromo?»

El rostro de Rubinsky se dibujó en el fondo de la mente de Konev, se le antojaba muy lejos de cualquier cosa pura o refinada, y mientras escuchaba al otro hombre contar su historia, se volvió incapaz de reprimir una sonrisa irónica.

«Así que hace que las dos grandes potencias, el imperio y la alianza, se aniquilen mutuamente, y entonces Phezzan aparece y recoge los pedazos. Eso es una locura, sabes.»

«Bueno, dije que era un rumor extraño, ¿no? No te rías así, no soy yo quien lo sugirió.»

«Honestamente, me pregunto a quién se le ocurre ese tipo de cosas.»

Konev extendió la mano para tomar otra cerveza negra, sin darse cuenta de la mueca en un lado de la boca. Según el viejo dicho solía decir «Un rumor es extraño, por lo tanto carece de credibilidad», pero no siempre era útil. Decían que Rubinsky siempre había sido un líder competente, pero siempre era posible que fuera realmente un megalómano y nadie lo supiera o que algún día se volviera mentalmente inestable.

Phezzan era un parásito, creía el joven Konev. Sin un huésped, no podía vivir. Si sus anfitriones, el imperio y la alianza, fueran destruidos, Phezzan se marchitaría y moriría. No debería meterse en cosas para las que no era bueno, como asuntos militares y políticos.

«De todos modos», dijo Konev, decidiendo cambiar de tema, «¿sabes cuál será tu próximo trabajo?»

«Sí, escucha esto: Estoy transportando treinta mil miembros de algún tipo de religión de la Tierra. Aparentemente, están en una peregrinación a su Tierra Santa».

¿»Tierra Santa»?

«Se refieren a la Tierra».

«Huh. ¿Así que la Tierra es la Tierra Santa?» El joven capitán se rió burlonamente.

Para él, las religiones y los dioses no eran más que forraje para crédulos: ¿puede un dios todopoderoso hacer una mujer que no le escuche? Si no puede, entonces no es todopoderoso, pero si lo hace y luego no puede hacer que le escuche, bueno, tampoco es todopoderoso en ese caso…

Aún así, era un hecho que la fe Terraista estaba aumentando sus miembros con una energía sorprendente. En cuanto a Konev, él no podía juzgar si esto era positivo o negativo.

Después de beberse su segunda cerveza, Konev se separó de su conocido, dejó el bar y se dirigió al edificio del puerto espacial, donde tenía una pequeña oficina.

«Oficial de la Marina, ¿cuál es mi próximo trabajo?»

El oficial Marinesk era sólo cuatro años mayor que el capitán de la nave espacial, aunque la diferencia parecía más de diez.

Aunque todavía era joven, Marinesk había perdido la mitad de su cabello, tenía una voluminosa papada y tenía un rostro carente de buen humor y generosidad – nada podía borrar la impresión que daba de un hombre de mediana edad agotado por la vida. Sin embargo, sin la confiable oficina de este hombre y sus habilidades contables, el barco mercante Beryozka sin duda habría sido vendido a alguna gran empresa capitalista hace mucho tiempo.

«Esta vez, la carga es humana.»

«¿La encantadora y joven hija de un multimillonario?»

Eso era más un deseo que una pregunta.

«Un grupo de peregrinos con destino a la Tierra».

Siguió un silencio incómodo.

Sus cejas se juntaron al tomar el papeleo y hojear sus páginas, y al final cerró la carpeta hoscamente.

«Si vamos a un lugar como la Tierra, ¿no estará la nave vacía en el camino de vuelta? No queda nada en ese planeta.”

«Sólo toma a otro grupo de peregrinos que regrese de la Tierra. Conseguí que pagaran sus pasajes por adelantado. A menos que pague a tres acreedores diferentes para mañana, la Beryozka estará así de cerca de entrar en la próxima subasta.»

El joven capitán resopló, y se preguntó en voz alta en qué planeta estaba ocurriendo realmente ese «boom de la guerra». Por una vez, le gustaría ir volando de un sistema a otro, sujetarse con radio líquido o diamantes en bruto, y luego decorar su cabina con un trofeo que dijera «Ganador del Premio Sinbad”.

La fiabilidad, sin embargo, era la ropa que Marinesk usaba cada día, y, naturalmente, al oírle hablar de ello, uno abandonaba esos sueños de hacer una fortuna de la noche a la mañana que el camino a convertirse en un verdaderamente gran comerciante abría.

En cualquier caso, Konev no estaba en posición de ser quisquilloso con los trabajos que tomaba Después de todo, no sólo tenía que alimentarse a sí mismo, sino también a sus veinte miembros de la tripulación.

A cinco días del puerto principal de Phezzan, Beryozka se encontró con una enorme flota de decenas de miles de barcos. El espacio era enorme, pero las regiones que podían utilizarse como rutas de navegación eran limitadas, así que no era una coincidencia impensable. Para cuando Konev y su tripulación recibieron una transmisión diciendo, «Detengan su nave. Si no cumplen, atacaremos», ya estaban rodeados. Sólo podían rezar para que el comandante fuera alguien con quien se pudiera razonar. Si no lo era, incluso existía el peligro de que les dispararan por ser sospechosos de espionaje.

Era una flota que operaba lejos de Reinhard, sofocando la resistencia entre las regiones estelares fronterizas. Su comandante era Siegfried Kircheis.

La cara que aparecía en la pantalla de comunicación tenía una expresión amable, así que, sintiéndose aliviado, Konev explicó la situación.

«Como puede ver, la gente que tengo conmigo son peregrinos. No son soldados. Son principalmente ancianos, mujeres y niños. Entenderé si quiere abordarnos y verlo por sí mismo, pero…»

«No, no será necesario», dijo Kircheis, sacudiendo la cabeza. Había simpatía en los ojos azules que miraban a los peregrinos que estaban cerca de Konev. Ciertamente parecían pobres. Durmiendo en camas simples instaladas dentro del buque de carga y tomando sus tres comidas de las raciones portátiles que habían traído consigo, estaban soportando un viaje que requería un mes sólo para llegar a su destino. Usar un carguero sólo costaba una décima parte de lo que costaría un barco de pasajeros. Legalmente, sin embargo, se les trataba como carga, e incluso en caso de accidente, no se podía pagar una indemnización por la pérdida de vidas.

«¿Les falta algo en términos de alimentos o suministros médicos?» Kircheis dijo, volviéndose hacia un anciano de la banda de peregrinos. El anciano asintió con la cabeza y respondió que les faltaban algunas cosas, como leche para los niños, proteínas artificiales y detergente para lavar la ropa. Kircheis dio instrucciones a su subordinado, el capitán Horst Sinzer, de que los suministros debían ser enviados desde los almacenes del regimiento.

Ante las tartamudeantes palabras de agradecimiento del anciano, Kircheis sonrió y le dijo que tuviera cuidado, y luego cortó la transmisión. Los marines, impresionados, se frotaban la palma de la mano de un lado a otro sobre su calva.

«Es un hombre muy agradable, ese Almirante Kircheis».

«Sí, es una pena, ¿no?»

«¿Eh? ¿Qué es una vergüenza?»

«La gente buena no vive mucho tiempo, especialmente en tiempos como estos.»

Konev se giró para mirar a Marinesk, pero como no respondió, volvió a su asiento.

Mirándolo desde atrás mientras se alejaba, el jefe de la oficina sacudió la cabeza. Pensaba: «Si nuestro capitán no se sintiera obligado a soltar frases tan chulas en momentos inoportunos…

Todavía les quedaba por delante un largo camino hasta llegar a la tierra.

IV

La Fortaleza Rentenberg, que el Duque Braunschweig había asumido al principio que sería su tercer bastión militar, ocupaba un asteroide en el sistema Freya. Aunque no era un rival para Iserlohn en términos de escala, Rentenberg todavía tenía la capacidad de albergar millones de soldados y más de diez mil naves, y estaba equipada para una amplia variedad de funciones, incluyendo combate, comunicaciones, reabastecimiento, y mantenimiento y reparación. También servía como hospital. Como tal, era una instalación importante para los militares de la confederación aristocrática.

Derrotado por Mittermeier y puesto en fuga por la fuerza principal de Reinhard, Staden, defendido por el resto de sus fuerzas, a duras penas escapó a esta fortaleza, y allí descansó su cuerpo y espíritu herido.

Si eso fuese todo, Reinhard podría haber ignorado esta fortaleza como un guijarro al borde del camino. Sin embargo, Rentenberg albergaba un centro de control para varios satélites de reconocimiento y dispositivos de radar espaciales, así como un centro de transmisión superluminicas, un sistema de interferencia de comunicaciones, instalaciones de reparación de naves espaciales y más. Además, un gran número de soldados habían sido estacionados allí desde antes de que la batalla comenzara. Si lo ignoraba y seguía adelante, existía el peligro de que unos insectos retorciéndose pudieran hacer planes a sus espaldas . Los brotes venenosos deben ser arrancados pronto antes de que echen raices.

«Reuniremos todas nuestras fuerzas y capturaremos Rentenberg,» decidió Reinhard. Convocó a los almirantes al puente de su buque insignia Brünhilde y, con mapas transversales y planos de la fortaleza mostrados en la pantalla, dio a cada uno de ellos sus órdenes

Cuando tomó el control del Ministerio de Asuntos Militares en Odín, un gran número de documentos de alto secreto también cayeron en manos de Reinhard. Los planos de la fortaleza de Rentenberg estaban entre ellos. Sus puntos fuertes y débiles estaban en manos de Reinhard, y el enemigo no había tenido tiempo de reforzar sus vulnerabilidades.

El único problema para tomarla era el Corredor 6. La fortaleza había sido construida ahuecando un asteroide, y en su centro había un reactor de fusión que suministraba energía a toda la instalación. El Corredor Seis era la ruta más corta entre la pared exterior y el reactor de fusión, y si podían atravesarlo y capturar el reactor, tendrían el poder de la vida y la muerte sobre toda la fortaleza. Sin embargo, al concentrar su poder de fuego, invitaba al peligro de una explosión secundaria causada por un golpe directo en el núcleo del reactor.

Siendo este el caso, la única forma de atravesarlo era el combate cuerpo a cuerpo.

Tres días más tarde, las fuerzas de Reinhard, tras haberse acercado a la fortaleza Rentenberg, lanzaron un ataque total. Reuentahl y Mittermeier fueron puestos a cargo de las operaciones de combate.

Tras el primer intercambio de disparos, la flota estacionada allí salió a trompicones de la fortaleza, desafiando a la flota de Reinhard a un combate. Las fuerzas de Reinhard, sin embargo, bloquearon su camino con un largo muro de acorazados que se jactaban de su superioridad de fuego y los atacaron por ambos flancos con cruceros de alta velocidad. Los misiles y los rayos de energía que se entrecruzaban tejían una red de muerte, y las bolas de fuego encadenadas creaban obras de exquisita joyería en el vacío negro.

Después de menos de una hora de combate, el enemigo, reducido a la mitad de su fuerza original, se retiró a la fortaleza. Reuentahl y Mittermeier les siguieron de cerca y, aunque los artilleros de la fortaleza no se dieron prisa, temían disparar a los aliados, se agacharon en un punto ciego de los cañones gigantes cuya presencia habían calculado a partir de los planos.

Un equipo de ingenieros militares vestidos con trajes espaciales atravesaron el muro usando una bomba de hidrógeno disparada por láser, en cuyo momento una lancha de asalto que se movía en sincronía con la rotación de la fortaleza se acopló y repelió fila tras fila de infantería con armadura de combate. Mittermeier y Reuentahl habían creado un centro de mando temporal en el interior de esa nave adosada a la muralla de la fortaleza y, observando a través de una cámara de vigilancia el estado del combate, dirigían la operación desde la primera línea.

Se pensaba que la toma de la fortaleza sería cuestión de tiempo. Sin embargo, los dos jóvenes almirantes estaban muy nerviosos. Esto se debía a que sabían que el hombre que comandaba la defensa del corredor seis era Ovlesser, Comisionado del Cuerpo de Granaderos Blindados.

El Alto Almirante Ovlesser era un hombre enorme, cuarentón, con músculos firmes y poderosos que envolvían una estructura robusta. Como un toro cuando es desafiado por un matador, era un hombre que rebosaba tanto de poder físico como de voluntad para usarlo.

Alrededor de su pómulo izquierdo había una vívida cicatriz púrpura. Era un símbolo de lo feroz que era el almirante. Una vez, en una batalla con las fuerzas de la Alianza de los Planetas Libres, un soldado enemigo le disparó con un láser, cortando la piel, los músculos e incluso una parte de su cráneo. Por supuesto, le había devuelto el favor a ese soldado aplastándole el cráneo con un golpe de su hacha de guerra gigante.

Los tomahawks utilizados en el combate cuerpo a cuerpo estaban hechos con cristal de carbono, duro como el diamante. El tipo estándar tenía una longitud de ochenta y cinco centímetros, pesaba seis kilogramos y se balanceaba con una mano. El hacha de Ovlesser, sin embargo, tenía 150 centímetros de largo, pesaba 9,5 kilogramos y se empuñaba con ambas manos. Cuando un arma de este tamaño gigantesco se combinaba con la extraordinaria fuerza y destreza en la lucha de Ovlesser, su poder destructivo se volvía inimaginable. Incluso si los cascos y las armaduras podían soportar uno de sus golpes, el interior humano no podía. Incluso si el soldado seguía viviendo dentro del traje blindado, un más que probable esternón roto y órganos internos completamente le robarían la capacidad de seguir luchando.

«Si te encuentras con Ovlesser en una pelea de uno contra uno, ¿qué harás?»Preguntó Reuentahl.

«Correr por mi vida», respondió Mittermeier.

«Yo siento lo mismo. Un hombre así debe haber nacido con el único propósito de golpear a la gente hasta la muerte.»

En todo, desde la puntería con armas de fuego, hasta el combate cuerpo a cuerpo, los dos jóvenes almirantes eran guerreros de primera clase, pero sabían lo inhumana que era la ferocidad de Ovlesser. Algunos dirían que no había vergüenza en huir de un oponente como él, y que no reconocerlo era impetuoso o idiota.

Dicho esto, las circunstancias actuales no les permitían volverse hacia los hombres y decir, «Realmente no nos importa que huyáis de él». Tenían que tomar el corredor seis sin destruirlo. La armadura de energía estaba equipada con filtros de aire, así que aunque gasearan los pasillos, no tendría ningún efecto. El mano a mano era la única manera de conseguirlo.

Allí, en el Corredor 6, los soldados de las fuerzas de Reinhard se convertirían en un río de sangre ahogada con cadáveres, gracias a Ovlesser y su escuadrón. Había que dar una orden, que incluso para Mittermeier, e incluso para von Reuentahl, era un poco deprimente:

«No importa el costo, aseguren el Corredor Seis».

De esta manera, la erupción de combate primitivo y brutal en el Corredor Seis se hizo inevitable.

Carga y retrocede.

En ocho horas, los granaderos acorazados de Reinhard cargaron nueve veces en el Corredor 6 y nueve veces fueron derrotados. Entre los oficiales de alto rango del ejército imperial, incluyendo las facciones pro y anti-Reinhard, ningún hombre había matado a tanta gente con sus propias manos como Ovlesser. Nacido como un aristócrata de bajo rango, este hombre había llegado a las más altas esferas del ejército imperial no a través del poder político, ni a través de la magia táctica, sino simplemente a través de la gran cantidad de sangre rebelde que había derramado.

Este hombre había inundado el Corredor 6 con el explosivo gaseoso conocido como partículas Céfiro, negando a sus oponentes, y a sus aliados, el uso incluso de armas de fuego ligeras. Decidido a usar sólo su cuerpo y su fuerza física, siguió luchando para enviar a uno más, sólo un oponente más, a la muerte.

Su hacha de guerra, como si hiciera suyos los horribles deseos de su dueño, destrozaba los cuerpos de los hombres de Reinhard, reduciéndolos a trozos de carne salpicados de sangre.

Podría decirse que tanto Mittermeier como Reuentahl eran hombres sin remilgos. Sin embargo, ni siquiera ellos podían evitar apartar la vista de la escena cuando un soldado con una pierna cortada en la rodilla intentaba desesperadamente arrastrarse con ambas manos, y Ovlesser simplemente se acercó a él y le aplastó la cabeza con su ensangrentado tomahawk gigante.

En los ojos de Ovlesser, sólo visibles a través de su casco integral, había ondas de risa brutal. Lo que impedía a Mittermeier y Reuentahl elogiar inequívocamente al hombre era esa brutalidad, que trascendía los límites de la valentía, inspirando reacciones fisiológicas de repugnancia.

Independientemente de lo que sentían por él, era un hecho incuestionable que la misión se había estancado, con el Corredor 6 aún sin reclamar a causa de ese hombre solitario y bestial. Su ira hacia Ovlesser se duplicó por ese hecho.

«No podemos dejar que ese monstruo viva», dijo Mittermeier en voz baja. Sin embargo, a pesar de su tono y la intensa mirada en sus ojos, sus palabras carecían de fuerza. La capacidad de dirigir flotas masivas de naves a través de la inmensidad del espacio puso a estos dos hombres en la clase superior de toda la raza humana, pero con las condiciones en que se encontraban y un entorno tan limitante, se sentían indefensos ante el primitivo espíritu de lucha y la fuerza bruta de Ovlesser.

Y sin embargo, ¿qué era lo que mantenía a Ovlesser y a su equipo unidos física y mentalmente frente a las repetidas oleadas de ataques de las fuerzas de Reinhard? Seguían luchando y repeliéndolos, incluso sin tropas frescas para relevarlos.

Normalmente, sería impensable luchar ininterrumpidamente con armadura de poder durante un período tan largo como ocho horas.

La armadura de energía estaba completamente aislada, e incluso el frío cero absoluto del espacio exterior no tendría ningún efecto en el interior humano. Pero por la misma razón, el calor liberado por el cuerpo humano no tenía a dónde ir, así que un soldado terminaría viéndose afectado por una temperatura difícil de soportar en un traje usado por periodos prolongados, y perdería rápidamente su fuerza física. Un dispositivo de control de temperatura lo suficientemente pequeño como para no suponer un obstáculo para el combate apenas podía bajar la temperatura a 7 u 8 grados centígrados más baja que la del cuerpo humano.

Así que incluso enloquecido por el odio y la hostilidad hacia Reinhard, la alta temperatura y otros elementos desagradables – sudor, picor, problemas de excreción, sentimientos de desesperación – deberían ser insoportables después de dos horas. Para que hayan aguantado durante ocho…

«Están usando drogas».

No había otra conclusión. Sólo usando estimulantes para mantenerse excitados y despiertos podían realizar esta labor sobrehumana. Justo entonces, hubo una transmisión de Reinhard pidiendo un informe sobre el estado de la batalla, y ambos se retiraron brevemente de la primera línea de combate.

«Ovlesser es un héroe», opinó Reinhard con el amago de una fría sonrisa después de escuchar su informe. «Pero es un héroe de la Edad de Piedra.»

Aunque no iba a reprender a sus dos almirantes humillados.

«Dejarlo vivo no sirve para nada, y lo más importante, la supervivencia no es algo que ese hombre desee para sí mismo. Mátadlo tan espectacularmente como podais».

«Espere un momento», una tercera voz se interpuso. Era el jefe de personal, Oberstein. «Me gustaría cogerlo vivo. Permítame mostrarle a Su Excelencia cómo puede ser de utilidad».

«¿Cree que un hombre tan obstinado podría serme útil?»

«No es cuestión de que esté dispuesto».

Las cejas de Reinhard se juntaron al oír esas palabras.

«¿Lavarle el cerebro, quieres decir?» Reinhard no podía reunir sentimientos favorables hacia el lavado de cerebro químico o neuroeléctrico.

Su jefe de gabinete sólo sonrió y por un momento no dijo ni una palabra. «No haré nada tan grosero como eso», dijo por fin Oberstein. «Por favor, déjenmelo todo a mí. Entonces podrás ver como siembro una semilla de desconfianza mutua entre los nobles…»

«Muy bien, entonces, lo dejo en tus manos.»

Mientras Reinhard hablaba, llegó un informe de un oficial de comunicaciones.

Ovlesser, dijo el oficial, había aparecido en la pantalla de comunicaciones. Al oír la noticia de que gritaba algo, Reinhard le hizo conectar la señal a su pantalla.

«¿Es el mocoso rubio lo suficientemente valiente para mirarme a los ojos, incluso a través de una pantalla?»

Ovlesser todavía llevaba el casco y ocupaba toda la pantalla con su enorme cuerpo. Su armadura estaba oscuramente manchada de sangre humana, e incluso había trozos de carne pegados a ella aquí y allá. Alrededor de Reinhard, había gruñidos de ira y jadeos de miedo.

Así se veía el gigante bestial cuando empezó a lanzar insultos a Reinhard a través del sistema de comunicación de su armadura. Después de llamarle traidor que había pisoteado el favor de la familia imperial, cobarde, monstruo inmoral y cachorro inexperto que acababa de tener suerte, añadió: «Y tú y tu hermana usasteis el sexo para engañar a nuestro anterior Kaiser…»

Fue en ese instante que la fría razón de los gráciles rasgos de Reinhard se fue volando a la orilla del camino, cediendo su asiento a una ira explosiva. Un relámpago destelló en esos ojos azul hielo, y el sonido de los dientes rechinando se deslizó de entre sus labios finamente formados.

«¡Reuentahl! ¡Mittermeier!»

«¡Señor!»

«Traed a ese patán obsceno ante mí. Vivo. Incluso aunque tengáis que arrancarle los brazos y las piernas, no lo mateis. ¡Voy a hacer trizas su sucia boca con mis propias manos!»

Los dos almirantes intercambiaron una mirada. Aquella iba a ser una tarea difícil. Demasiado tarde, se dieron cuenta con certeza de que Reinhard era sólo otra criatura de la emoción.

V

Los granaderos de la fuerza de Reinhard estaban a punto de ensayar su décima carga. Se había levantado una barricada de cadáveres en su camino, y el escuadrón de Ovlesser, achispado bajo la influencia de las drogas y el derramamiento de sangre, miraba al enemigo con ojos brillantes.

«¡Si vais a venir, ratones cobardes, entonces daos prisa y venid!»

Sus feroces gritos desgarraron el aire.

«¡Voy a tirar vuestros cuerpos en una olla y me haré una gran fricasse! Aunque puedo imaginarme lo mal que sabrá la carne de los humildes plebeyos. Aún así, no se puede ser quisquilloso en el campo de batalla».

«Bárbaro», escupió Reuentahl. «Como dijo el comandante supremo, es un héroe de la Edad de Piedra. Nació veinte mil años tarde.»

«Y eso significa que vamos a pasar un mal rato veinte mil años después», añadió Mittermeier amargamente. Convocó a su ayudante y le ordenó que trajera dos trajes de armadura de poder.

«Almirante, ¡¿no estarán pensando en enfrentarse a él ustedes mismos?!»

«Vamos a ser el cebo», dijo Reuentahl. «Eso hace que cierta trampa sea más completa… ¿Cómo van los preparativos para su carga?»

«Creo que estamos casi listos, señor. Pero no hay nada que Sus Excelencias necesiten hacer ustedes mismos».

«Los dos somos almirantes de pleno derecho», dijo Reuentahl. «Esa bestia de Ovlesser es un alto almirante. Estaría bien que eso igualara las cosas».

¿Cómo reaccionaría Ovlesser cuando Mittermeier y von Reuentahl aparecieran juntos ante él? A juzgar por su aparente estado mental, no debería haber manera de que dejara a nadie más tener tan valiosa presa. Estaba claro que vendría corriendo ansioso por el combate, una parte de la herencia de la humanidad transmitida desde la Edad de Piedra.

Para que su truco tuviera éxito, el cebo era esencial, y ese cebo tenía que ser delicioso.

Si fuera el propio Reinhard, las condiciones serían perfectas, pero como eso podría acabar haciendo que el mecanismo fuera demasiado obvio, ellos dos eran los más apropiados.

Se pusieron su armadura de poder, y tan pronto como entraron en el pasillo, los excitados susurros escaparon de entre los hombres de Ovlesser. Como la valentía de Reuentahl y Mittermeier era ampliamente conocida, sería un gran honor para el hombre que les quitó la vida. Después de silenciarlos, el gigante miró fijamente a los dos almirantes.

«¿Pensais que podréis ganarme atacándome juntos? ¿Es ese el alcance del ingenio del mocoso?»

«No lo sabremos nunca a menos que lo intentemos», respondió Mittermeier. Tomando eso como un desafío irrespetuoso, Ovlesser pasó por encima de la barricada de cadáveres y salió para acercarse a ellos. Caminó a grandes zancadas. Incluso a través de su armadura, la energía de su feroz deseo de matar abrumaba el lugar. Con los ojos brillantes y sedientos de sangre, se dirigió hacia los dos hombres…

Y en ese instante, la imponente forma de Ovlesser se hizo más corta. Aunque su estatura llegaba a casi 200 centímetros, su cabeza fue de repente mucho más baja que la de los 184 centímetros de Reuentahl o la de los 172 centímetros de Mittermeier. Tanto el enemigo como el aliado se tragaron su aliento como si acabaran de presenciar la magia. ¿Podría lo que habían visto haber sucedido realmente?

El suelo se había hundido bajo de él. Ovlesser se había hundido en el suelo hasta el pecho, y sus brazos apenas habían impedido que se hundiera más. El tomahawk de dos manos que era su otro yo había caído al suelo a un metro de distancia.

Era una trampa, un agujero excavado en el suelo hecho de fibras cristalinas compuestas. O más precisamente, la irradiación causada por poblaciones invertidas de hidrógeno y flúor por un período de tres horas desde el nivel bajo del sexto corredor, había debilitado los enlaces moleculares de las fibras para que no pudieran soportar el choque del peso y las acciones de Ovlesser.

Mittermeier saltó hacia adelante y pateó el tomahawk fuera del alcance de Ovlesser. El rostro de Ovlesser, aturdido por este inesperado cambio, se tornó de un color púrpura rojizo dentro de su casco al darse cuenta de sus circunstancias.

«¡Tenemos a Ovlesser!» gritó Reuentahl. «Y el resto no nos sirven. Todos los granaderos blindados: ¡a la carga!»

Reuentahl tomó el tomahawk que su colega había pateado y favoreció a su presa con una fría sonrisa.

«Pensé que necesitaríamos una trampa para atrapar a una bestia salvaje, y has caído en ella espléndidamente. Una trampa barata en la que nadie más que tú quedaría atrapado».

«¡Cobarde!»

«Lo tomaré como un cumplido».

Una corriente de soldados de carga rozaron su lado mientras pasaban.

Habiendo perdido a su comandante, los hombres de Ovlesser se retiraron de la carga de las fuerzas revigorizadas de Reinhard. Tal vez cuando perdieron a su audaz comandante su espíritu de lucha se secó como un charco bajo el sol abrasador.

Las fuerzas vengativas de Reinhard se acercaron a los hombres de Ovlesser y, con sus hachas de tomahawk, se lanzaron a la matanza. Dos veces, olas de un contraataque rodaron contra ellos, y dos veces, los aplastaron. El corredor seis había sido asegurado y pintado de rojo.

Atado con dos juegos de esposas, usando un casco eléctrico usado en las ejecuciones, y con hasta una docena de armas apuntándole, Ovlesser fue arrastrado frente a la pantalla de comunicación.

Enfrentado a las brillantes llamas de la furia y el odio de Reinhard, así como a una muerte casi segura, Ovlesser mantuvo su cabeza levantada con orgullo. Sean cuales sean los defectos del hombre, era cierto que no era un cobarde.

Sin embargo, la pantalla de comunicación se apagó de inmediato. En el buque insignia Brünhilde, el jefe de personal intentaba hacer cambiar de opinión a su comandante.

«Matarlo es fácil, pero Ovlesser no tiene miedo a la muerte. No sólo eso, matarlo ahora elevaría su reputación, lo convertiría en un héroe indomable, un mártir de la Dinastía Goldenbaum. Seguramente eso no es lo que deseas».

Reinhard no contestó.

La tormenta que se desataba en su interior se podía ver claramente en sus ojos azul hielo. Al final, sus labios apretados se separaron mientras hacía una breve pregunta.

«¿Qué vas a hacer con él?»

«Envíenlo de vuelta a la base de los nobles. Sin dañarle, por supuesto».

«¡Ridículo!»

Fue Mittermeier quien gritó. Su joven rostro estaba enrojecido de ira y alarma.

«Después de tanto trabajo… después de dejar morir a todos esos soldados, ¡por fin atrapamos a ese animal salvaje! ¿Y dices que lo vas a liberar? No importa cuán generosamente sea tratado, ese tomahawk suyo todavía derramará mucha sangre de nuestra gente en el próximo campo de batalla. Puedes apostar por ello… no es que haya nada que ganar, incluso si ganas esa apuesta. No veo ninguna razón para dejarlo con vida. Deberíamos ejecutarlo inmediatamente».

«Estoy de acuerdo», dijo Reuentahl, sucintamente pero en un fuerte tono de voz. ¿Qué estaba haciendo Oberstein, soltando a una indómita bestia en el campo? Exigió esa misma respuesta, pero el jefe de personal permaneció impasible.

«Cuando los nobles vean que Ovlesser regresó ileso, ¿qué piensas que creerán?» dijo. «Siempre han sido un grupo sospechoso y hemos ejecutado a dieciséis de los principales líderes entre los subordinados de Ovlesser, escenas de las que incluso los nobles se han enterado por las comunicaciones superlumínicas. Si Ovlesser regresa, solo e ileso, después de eso…»

«Muy bien», dijo Reinhard, cortando a Oberstein. La luz de sus ojos estaba cambiando a la de una emoción feroz pero suprimida. Miró a sus dos trabajadores e insatisfechos subordinados. «Tienes que reconocer eso también. Quiero dejar que Oberstein se encargue de esto. ¿Alguna objeción?»

«Ninguno, milord. Como desee Su Excelencia».

Reuentahl y Mittermeier respondieron al unísono. Ellos también se habían dado cuenta de lo que Oberstein pretendía. La ligera amargura en sus expresiones era probablemente porque no era de su gusto.

Ovlesser fue liberado, e incluso se le dio un transbordador con capacidad superlumínica. Modestas palabras de gratitud no salieron exactamente de sus labios, pero era un hecho que estaba aturdido. Con la cabeza inclinada por el desconcierto, abordó el transbordador y salió de la fortaleza.

Dieciséis de los colegas y subordinados de Ovlesser habían sido fusilados públicamente. Staden había sido tomado prisionero aún en su cama de hospital. El joven mariscal imperial no había visto la necesidad de reunirse con él.

VI

Aunque Ovlesser no había puesto sus esperanzas tan altas como para esperar la bienvenida de un héroe y los vítores de la adulación, las circunstancias que lo recibieron a su llegada a la base de operaciones del ejército de la alianza Lippstadt en Gaiesburg estaban, sin embargo, fuera de sus expectativas.

Cuando envió la transmisión diciendo que había regresado a salvo, el oficial de comunicaciones reaccionó con gran sorpresa, y cuando el transbordador llegó al puerto, fue inmediatamente rodeado, no por bellas mujeres que llevaban ramos de flores, sino por soldados fuertemente armados.

«¿Y usted es el Alto almirante Ovlesser, que luchó tan valientemente en Rentenberg?» El hombre que hablaba en estos tonos afectados era el Comodoro Ansbach, arquitecto del plan para escapar de Odín y se decía que era la mano derecha del Duque Braunschweig.

«¿No puede saberlo solo con verme?» Ovlesser dijo, irritado.

«Sólo me estoy asegurando. Nuestro líder espera, así que por favor, por aquí.»

Desde allí, el héroe de Rentenberg fue conducido a un amplio y espacioso auditorio. Filas de oficiales y soldados que estaban sentados allí volvieron sus miradas hacia él, pero no había calidez en ninguno de sus ojos.

En lo alto de los escalones que conducían al escenario había una silla magníficamente diseñada, en la que estaba sentado el Duque Braunschweig. tenía un comportamiento altivo, aunque también había algo incómodo, como si fuera una especie de Kaiser en periodo de formación.

«Es bueno ver que has regresado vivo y bien, Ovlesser.» El tono era claramente uno reservado para los interrogatorios. «Pese a que aquellos de tus subordinados, que eran oficiales han sido ejecutados públicamente, hasta el último hombre. Entonces, ¿por qué sólo tú has regresado aquí con vida?»

«¿Ejecutados?»

La boca de Ovlesser se abrió de par en par . Sus mandíbulas estaban llenas de dientes postizos; al igual que la cicatriz de su mejilla, eran la prueba de un luchador que había vivido el purgatorio del combate cuerpo a cuerpo. Gritos de enfado mezclados con sarcasmo burlón golpearon la cara del atónito y perplejo alto almirante.

«¡Tú, zoquete estúpido! ¡Echa un vistazo a esto!»

Las imágenes de vídeo comenzaron a reproducirse en una pantalla de la pared. Ovlesser emitió un bajo gruñido. Las caras familiares se alineaban en una fila. Esta fue la escena de su ejecución pública por las fuerzas de Reinhard en la fortaleza Rentenberg. Emociones abrumadoras de terror y derrota mostraban en esos rostros que uno a uno se convertían en agujeros vacíos en el instante en que los rayos láser perforaban sus cerebros.

«¿Qué te parece, Ovlesser? ¿No tienes nada que decir en tu defensa?»

Pero Ovlesser seguía sin palabras.

«Creo que sólo tú has vuelto a nosotros con vida porque nos has traicionado y has vendido tu conciencia al mocoso rubio ¡Perro sinvergüenza! ¿Qué le prometiste? ¿Traerle mi cabeza?»

A través del escarpado rostro de Ovlesser, de repente se extendió una expresión de furia y comprensión, y abrió su boca una vez más.

«¡Una trampa! ¡Esto es una trampa! ¡Idiotas! ¿No lo veis?»

Fue menos un grito que un rugido. Los oficiales y soldados que habían estado formando un muro humano a su alrededor saltaron hacia atrás como si estuvieran presionados por una energía invisible. Varias manos alcanzaron reflexivamente las pistolas de sus cinturones.

«¡Dispárenle!» gritó Braunschweig. «¡Dispárad a matar!»

Ese orden convocó al caos en vez de a la calma. Aunque los disparos se hicieron rápidamente, todos sabían el peligro de disparar en medio de una multitud.

El destello de un puño monstruoso atrapó a uno de los soldados en la mandíbula. Con un sonido grotesco, su mandíbula inferior se rompió, y el soldado salió volando por los aires.

El gigante desbocado rugió las palabras «¡Esto es una trampa!» una y otra vez mientras cargaba hacia el Duque Braunschweig, que estaba sentado en lo alto de las escaleras. Incluso si sólo quería que el hombre escuchara, no parecía así para los demás. Las órdenes del Comodoro Ansbach sonaron, y unas docenas de soldados se movieron para ponerse entre el duque y Ovlesser.

Bloqueando su camino hacia adelante, lanzaron los cañones de sus rifles láser sobre el gigante con las manos desnudas. Fue una paliza literal. La piel se partió, la sangre salpicó, y los sonidos de las nuevas fracturas resonaron. Un hombre normal se habría desplomado, o incluso podría haber muerto en el acto. Pero la carga de Ovlesser ni siquiera se redujo. Los soldados cayeron de pie, gritando de dolor, y cayeron por las escaleras en avalancha.

Escupiendo saliva mezclada con sangre en el suelo, el Comodoro Ansbach se puso de pie. Él había sido uno de los derribados. Alisando su pelo revuelto con una mano, sacó su pistola con la otra.

El comodoro se acercó a Ovlesser, estabilizando su respiración, aunque no había inestabilidad en sus pasos. El alto almirante , convertido en un coloso sangriento, dirigió la luz apagada de su mirada a este nuevo enemigo, y luego, con un gruñido, trató de alcanzarle con sus gruesos y enormes brazos. Con un ligero paso atrás, el comodoro se apartó del camino, y luego rápidamente presionó el cañón de su arma contra la oreja de su oponente. Apretó el gatillo.

Acompañado por un destello de luz, la sangre brotó de la oreja al otro lado de la cabeza de Ovlesser.

Las convulsiones ondulantes corrían a través de la enorme forma de Ovlesser. Cuando cedieron, esa enorme masa muscular sin vida permaneció inmóvil durante unos segundos, como si estuviera apoyada en las manos de algún dios invisible, pero al final cayó hacia delante en las escaleras. Cuando su frente golpeó la esquina de un escalón, sonó un sonido hueco, el acorde final de un espantoso capricho. Mientras rodeaban el cuerpo, nadie dijo una palabra durante un tiempo.

«¡Ese traidor!»

Por fin el Duque Braunschweig comenzó a lanzar invectivas en voz alta, aunque un delgado velo de terror se aferraba todavía a su cara.

«Se entregó a sí mismo al final, ¿cómo se atreve ese perro rabioso a tratar de hacerme daño…»

El Comodoro Ansbach se aclaró la garganta.

«Eso dice, ¿pero realmente tenía la intención de traicionarnos?»

«Es un poco tarde para preguntar eso. Si eso es lo que piensas, ¿por qué le disparaste?»

Ansbach sacudió su cabeza, otra vez estropeando su pelo recién estirado.

«Eso fue para proteger la vida de Su Excelencia el Duque. Aún así, es posible, ¿no es así?, que se desbocó por el shock de encontrarse bajo sospecha y porque se dio cuenta -como él mismo dijo- de que estaba atrapado en una trampa.»

«Posiblemente. ¿Pero qué pasa si lo hizo? Está muerto ahora, y nunca más llevará un tomahawk. Incluso si lo hizo porque nos traicionó, incluso si estaba tratando de hacerme daño, hacer distinciones ahora no tiene sentido».

«Entendido. En ese caso, entonces, ¿cómo desea explicar este incidente? Quiero decir, estamos hablando de la causa de la muerte del alto Almirante Ovlesser…»

Una serie de disturbios, para el orden y la disciplina de los nobles militares confederados, habrían sido altamente ignominiosos, y así Ansbach, preguntándose en voz alta, preguntó indirectamente si sería mejor suavizar las cosas con una historia sobre su muerte por enfermedad.

El Duque Braunschweig se levantó de su silla. El disgusto era evidente en su cara y en sus movimientos. Sus nervios siempre habían tenido poca flexibilidad, y ahora parecía que estaban listos para romperse en cualquier momento.

«Aunque ‘suavizaramos las cosas’, eso no significa que pudiéramos ocultarlo. Ovlesser fue ejecutado por el crimen de traicionar a sus camaradas. Transmita eso a todas las fuerzas.»

Su líder partió, cada paso suyo era como una patada contra el suelo, y cuando se fue, Ansbach se encogió de hombros y ordenó a los soldados que se llevaran el cuerpo de ese gigante que en vida había sido alabado por su osadía y temido por su brutalidad. Los ojos vacíos del muerto parecían mirar a Ansbach. Con voz cansada, murmuró: «No me eches esa mirada de resentimiento… Tampoco sé qué pasará mañana». Puede ser que des gracias en el Valhalla de que podrías morir antes de que termine el día de hoy.»

El comodoro se estremeció. Él mismo había escuchado un extraño halo profético en esas palabras.

Las secuelas de este incidente fueron grandes. Se suponía que Ovlesser estaba a la cabeza de los que abiertamente mostraban su desprecio a Reinhard. Si incluso él se hubiera convertido en un traidor, ¿quién de ellos podría ser tan fiel e inquebrantable hasta el final? Mientras los nobles intercambiaban miradas desconfiadas entre ellos, algunos incluso empezaron a perder la fe en sí mismos …

Con la noticia de la horrible muerte de Ovlesser, el humor de Reinhard se iluminó un poco. Era una justa recompensa para un hombre que no sólo se había insultado a sí mismo sino también a su hermana.

Reinhard nombró al Vicealmirante Dickel comandante de la fortaleza de Rentenberg, la convirtió en una base para sus propias fuerzas, y una vez más se puso a planear las operaciones para avanzar y atacar Gaiesburg.

Sólo una secuela persistió entre las fuerzas de Reinhard. Los almirantes Reuentahl y Mittermeier recordaban esa montaña de cadáveres del corredor 6 cada vez que veían un plato de fricasé y, durante algún tiempo después, sentían náuseas cuando este plato se servía en el comedor.

Capítulo 5. batalla en la region estelar Doria

I

Al principio, Yang había tenido la intención de ignorar la agitación en la región estelar de Schampool, ir directamente a Heinessen y utilizar ataques relámpago para golpear la fuerza principal del Congreso Militar para el Rescate de la República en la arena. Después de todo, corta las raíces, y las ramas y hojas se marchitarán en poco tiempo.

Lo que hizo que Yang cambiara de opinión y decidiera golpear primero a los enemigos de la Región Estelar Schampool fue su comprensión de que mediante el uso de tácticas de guerrilla podían interrumpir las comunicaciones y las líneas de suministro entre la su flota e Iserlohn. Si él fuera el comandante del Congreso Militar para la Región Estelar de Schampool, huiría cuando la fuerza de supresión se le acercara y la perseguiría cuando partiera para golpear su retaguardia y sus líneas de suministro. Repitiendo este patrón tantas veces como fuera posible, el regimiento enemigo se desgastaría. No iba a tolerar que alguien le hiciera eso.

«Pero el comandante del enemigo no es Yang Wen-li», dijo Julian, y le preguntó si no se estaba preocupando por nada.

A lo que el comandante de pelo oscuro sonrió y respondió:

«Puede que resulte ser el próximo Yang Wen-li».

Después de todo, todo el mundo empezaba como un don nadie. ¿Quién había oído hablar de Yang Wen-li antes de El Facil? Yang se lo dijo a Julian y añadió: «Si este fuera un tiempo de paz, todavía sería un don nadie». Un historiador todavía dentro de su cáscara de huevo, ni siquiera habría salido del cascarón.»

Yang hablaba de la vida que anhelaba. En la actualidad, aquellos que no sabían su nombre estaban en camino de ser la minoría, pero aún así Yang no podía abandonar el anhelado deseo de ser un mero erudito. Se cantaban alabanzas sobre él como un gran almirante invicto, pero para Yang más que nadie, eso era sólo una imagen virtual proyectada en una pared por una lente y un espejo.

Fue su interés en las figuras y eventos históricos lo que hizo que Yang quisiera ser historiador. Lo ridículo para él era que ahora él mismo se estaba convirtiendo en un objeto de interés e investigación. El Imperio Galáctico, Phezzan, y su actual enemigo, el Congreso Militar para el Rescate de la República estudiaban las tácticas de Yang. No sólo eso, había incluso varios planetas (empezando por Heinessen), donde se publicaban libros y vídeos sobre él, llenos de contenido irresponsable y con títulos frívolos como Estudios de Liderazgo a través de los ojos de Yang Wen-li; Pensamiento Estratégico, Pensamiento Táctico: Las cuatro batallas de Yang Wen-li; y Perfiles del genio moderno III: Yang Wen-li.

El brillante héroe moderno.

«Ese tal Yang Wen-li es un gran tipo. Se está quedando muy atrás para alguien con el mismo nombre». Yang comentaría sarcásticamente así a su no tan remotamente grandioso gemelo en el espejo.

«Pero realmente eres un gran hombre», decía Julian fervientemente.

«¿Cómo se da uno cuenta de eso?»

«Normalmente, seguramente habrías perdido el control de ti mismo hace mucho tiempo, te habrías vuelto demasiado confiado y habrías perdido la capacidad de tomar decisiones objetivas».

Yang tenía la cabeza inclinada hacia un lado cuando hizo la última pregunta, pero ahora, inesperadamente, frunció el ceño.

«No me digas eso a la cara. Siento como si fuera a cometer un desliz y creerte. Estaré como, ‘Oh, ¿en serio? ¿Soy un gran hombre? ”

Después de eso, puso su cara seria y le predicó un sermón a Julián: No deberías alabar a los de arriba a la cara muy a menudo. Si son demasiado blandos, los harás engreídos y los arruinarás al final; y si son demasiado duros, podrían terminar evitándote porque piensan que estás tratando de ganarte su favor. Tienes que ser cauteloso…

«Sí, señor», dijo Julian. «Lo entiendo». Sin embargo, en su interior, pensó que había algo extraño en esa lección trillada y poco característica.

Yang acababa de cumplir treinta años y aún no estaba casado, pero aquí estaba dando un sermón a Julian como si fuera su padre.

El mismo día que Schampool cayó, el comandante Bagdash del Departamento de Inteligencia Militar, habiendo hecho su escape de Heinessen, llegó en un transbordador para reunirse con Yang. Yang comenzó el ataque para retomar Schampool el 26 de abril y, después de tres días de combate, lo liberó de las fuerzas rebeldes.

No fue una batalla especialmente interesante. A menos que un planeta tuviera una gran población y armamento pesado como Heinessen, las operaciones de aterrizaje, o mejor dicho, de descenso, tenían un patrón fijo que no dejaba mucho espacio para que los comandantes mostraran sus estilos individuales.

Primero, la supremacía espacial se estableció en la órbita satelital. Luego, tras destruir el radar antiaéreo y el armamento de defensa aérea del enemigo mediante ataques desde el espacio, las tropas de tierra fueron trasladadas a la superficie protegidos por naves de escolta y naves de combate capaces de realizar maniobras atmosféricas. Finalmente, coordinándose estrechamente entre sí, las fuerzas espaciales y terrestres tomaron el control de los diferentes objetivos.

Aún así, es probable que gracias a la excepcional habilidad táctica de Schenkopp, comandante de los batallones de tierra, fueran capaces de concluir la operación en sólo tres días. Un comandante ordinario podría haber tardado una semana o más. El plan de Schenkopp había sido asegurar los puntos estratégicos utilizando una potencia de fuego concentrada, y luego conectarlos entre sí con vehículos blindados desplegados lateralmente, formando líneas. Luego, al avanzar esas líneas, el área bajo su control se expandiría.

Más tarde, después de que esa táctica se utilizara durante todo un día, el enemigo comenzó a adaptarse y a encontrar una forma de responder. Fue entonces cuando Schenkopp cambió repentinamente a un patrón de ataque diferente, haciendo un avance relámpago en línea recta hacia la fortaleza del enemigo desde uno de los puntos ya asegurados.

Las unidades rebeldes fueron incapaces de adaptarse a este cambio repentino de ataque lateral a frontal. Aunque los líderes se atrincheraron dentro de los edificios del centro de mando del distrito de las Fuerzas Armadas de la Alianza que habían convertido en su base de operaciones, el resultado de la batalla ya estaba decidido, ya que ya habían sido aislados de más de la mitad de sus fuerzas militares. Después de dos horas de disparos y combate cuerpo a cuerpo, el capitán Marron, comandante de la unidad rebelde, se puso su pistola en la boca y apretó el gatillo, y los que quedaron levantaron una bandera blanca.

«Un trabajo excepcional», dijo Yang, felicitando a Schenkopp por su regreso al buque insignia Hyperion. Se sorprendió al ver las innumerables marcas de pintalabios en la cara, las manos y el uniforme de su comandante de fuerzas terrestres. Podía imaginar el entusiasmo salvaje de los locales después de ser liberado de más de medio mes de vivir con miedo.

«Bueno, tengo que disfrutar de las ventajas», dijo Schenkopp con una sonrisa, y esa fue la situación cuando el comandante Bagdash hizo su aparición.

Una vez confirmada su identidad, Bagdash fue escoltado al puente de inmediato. Todo el mundo estaba ansioso por oír noticias de la capital, pero el derecho a hacer la primera pregunta era de Yang, que más tarde ocuparía la cabecera de la mesa en la sala de reuniones.

La pregunta que Yang hizo mientras todos miraban atentamente fue «¿A quién han ejecutado?»

Bagdash respondió: «Se ha arrestado a gente, pero al menos hasta ahora, no han habido purgas. Aunque no sé qué harán en el futuro».

«Ya veo…»

«Más importante aún, Almirante, he venido con algo de información. La Undécima Flota se ha unido a la facción golpista y se dirige hacia aquí mientras hablamos.»

Al oír estas palabras, la respiración de toda la sala se detuvo por un segundo. Yang, sin decir nada, hizo un gesto para que Bagdash continuara.

«El comandante…el Vicealmirante Legrange, aparentemente espera una batalla frontal, directa y decisiva. No usará ningún truco.»

Sin ninguna nota particular de sarcasmo, Yang murmuró,

«Bueno, gracias a Dios no habrá trucos», y dejó a sus subordinados hacer las preguntas que quisieran.

Mientras estaba Fischer, Murai, y el resto le acosaban a preguntas, Bagdash seguía mirando alrededor de la habitación como si estuviera buscando a alguien. Finalmente, le dijo a Yang en un tono casual:

«Su ayudante, la teniente Greenhill, parece estar ausente…”

«Siendo su posición la que es», dijo Yang, «la dejé en Iserlohn».

«¡Aagh!»

Todos giraron reflexivamente sus cabezas para descubrir que Schenkopp se había derramado café por todo el pecho.

«Oh, bueno», dijo. «Ahí van mis marcas de besos… Discúlpenme un momento.»

Manteniendo el contacto visual con Yang mientras hablaba, Schenkopp salió de la sala de reuniones.

Julian estaba de pie en el pasillo. Aunque carecía de credenciales para entrar, normalmente se le podía encontrar en algún lugar a poca distancia de Yang.

«No sabrías dónde está la teniente Greenhill, ¿verdad?» preguntó Schenkopp.

«Fue a la enfermería», respondió Julian. «Dijo algo de que tenía dolor de cabeza desde esta mañana… Es una pena que no pudiera estar aquí.»

Agotamiento psicológico, lo más probable. Asintiendo con la cabeza, Schenkopp se dirigió a la enfermería.

Cuando intentó entrar en la enfermería, una pequeña enfermera echó un vistazo a su sucio uniforme de batalla, vivamente coloreado de lápiz labial y manchas de café, y se acercó, pinchándole con una mirada de indignación.

«Creo que la teniente Greenhill está aquí».

«Si, está, pero no vas a entrar aquí con ese uniforme asqueroso».

La enfermera, que ni siquiera llegaba a los hombros de Schenkopp, se mantuvo a distancia con un porte decisivo, pero entonces otra voz gritó y rescató al comodoro de su vergüenza.

«No me importa. Por favor, Comodoro Schenkopp, pase.»

La enfermera lo dejó pasar en silencio, aunque no parecía muy contenta.

Aún vestida con su uniforme, Frederica estaba acostada en un sofá, pero se levantó de inmediato. Schenkopp, deseando en silencio poder verla con un vestido alguna vez, explicó brevemente la situación.

«… Y en cuanto al almirante Yang, también se huele algo raro. La llegada de los fugitivos en estos días es demasiado perfecta. Cuando el almirante prácticamente lo dijo, deliberadamente me derramé el café encima y grité, así que Bagdash no debió ver las expresiones de sorpresa de todos. Pero me pregunto si puede tener alguna idea de quién es».

«Me encontré con el comandante Bagdash una vez. Hace cinco años, en el estudio de mi padre. Expresaba su insatisfacción con el orden político actual».

La reputación de Frederica por sus extraordinaria memoria era ampliamente conocida.

«Ya veo. Debía estar preocupado de que usted recordara algo, Teniente Greenhill. Viendo que es un operativo de la facción golpista».

Aparentemente, ni siquiera el Almirante Greenhill, el líder de la facción golpista, tenía tanta gente con la que pudiera contar para una misión como esta. El plan era probablemente asesinar al Almirante Yang antes si los recuerdos de Frederica ponían a Bagdash bajo sospecha. Si tal cosa sucediera en medio del combate con la Undécima Flota, la Flota de Yang sería aniquilada, y el golpe de estado tendría éxito. Aunque Bagdash perdiera la vida, la vida de un asesino era una pequeña inversión.

A Schenkopp no le importaba en absoluto si la Alianza de los Planetas Libres se salvaba o se destruía, pero si Yang perecía, el desarrollo de la historia desde ese momento en adelante ciertamente perdería algo de su encanto. Fácilmente y sin reservas, Schenkopp tomó una decisión.

Fue justo antes de la cena cuando Yang le preguntó a Schenkopp, «¿Va a venir el comandante Bagdash?»

«Ahora está durmiendo».

«¿Le hiciste algo?» El tono de Yang sugería que preveía la respuesta.

Schenkopp guiñó un ojo y dijo: «He usado un somnífero muy especial. No debería abrir los ojos durante las próximas dos semanas. Con los tipos de la inteligencia militar, aunque los encierren, no puedes bajar la guardia mientras estén despiertos. Es mejor que lo hagamos dormir hasta que termine la próxima batalla».

«Gracias por su duro trabajo». Las palabras de gratitud de Yang se mezclaron con una sonrisa irónica.

II

Bajo estas tensas circunstancias, el calendario dió paso a mayo. La Undécima Flota cubría con agilidad una distancia de más de tres mil años luz del espacio interestelar. En este punto, la veracidad de la inteligencia de Bagdash había sido confirmada.

Yang llevó su flota hasta el sistema Doria, donde pasó sus días recogiendo y analizando información. El 10 de mayo, un destructor destinado a labores de reconocimiento que había llegado a aproximarse hasta el sistema Elgon descubrió la presencia de una gran flota de naves de guerra.

Después de enviar una transmisión de emergencia, sus comunicaciones se interrumpieron. Aunque todavía era la víspera de la batalla, se había hecho el primer sacrificio. La mente de Yang corría de una cosa a otra. Se sentía confiado de que podrían ganar incluso en un enfrentamiento frontal, pero estaba esperando cierto informe de las naves de reconocimiento que había ocultado en puntos estratégicos a través de esa vasta región del espacio. Si la Flota de Yang no ganaba esta pelea de forma rápida y completa, sólo se haría más difícil cortar todos los tentáculos de la conspiración.

El 18 de mayo, Julián trajo el vigésimo informe del día a Yang, que estaba caminando en círculos en sus habitaciones privadas. Los otros diecinueve que habían llegado hasta ahora yacían tirados en el suelo. Despacio, Yang bajó la mirada al texto del informe.

«¡Lo sabía!» dijo de repente. «¡Eso es!»

El joven y moreno comandante se levantó de un salto y gritó, lanzó el informe hacia el techo, agarró las dos manos de un atónito Julián y empezó a bailar por la habitación con él. Mientras Julián se balanceaba de un lado a otro, se dio cuenta de repente y gritó en voz alta: «¡Excelencia! Podemos ganar esto, ¿no? Podemos ganar esto!»

«¡Puedes apostar a que podremos ganar! ‘Yang Wen-li no pelea batallas sin sentido!’ ¿No es cierto?»

Fue entonces cuando escuchó el sonido de alguien aclarando su garganta. Yang dejó de bailar y miró hacia donde había llegado el sonido. Tres personas, Schenkopp, Frederica Greenhill y Fischer, miraban a su comandante.

Yang soltó las manos de Julián y se estiró para alisar su pelo revuelto. En algún momento, su boina también había salido volando.

«Buenas noticias», dijo. «El plan está decidido. Parece que vamos a ser capaces de ganar esto de alguna manera.»

Después de recibir los datos que había estado esperando, Yang había planeado la operación en un tiempo sorprendentemente corto. El plan de operaciones que compartió con toda su fuerza treinta minutos después fue el siguiente, siendo el primer punto el contenido del informe que había estado esperando:

1. El enemigo ha dividido sus fuerzas en dos unidades. Creemos que pretenden un movimiento de pinzas, en el que una unidad, aprovechando que ha sido eclipsada por la estrella Doria, intentará atacarnos por el flanco de babor, mientras que la otra se desviará hacia nuestra retaguardia e intentará golpear nuestra popa por estribor.

2. Para contrarrestar esto, nuestras fuerzas, actuando seis horas antes que el enemigo, aprovecharán su estado dividido para destruir las unidades individualmente. Primero atacaremos a la unidad que está dando vueltas a nuestra popa, luego nos ocuparemos del ataque a nuestro flanco de babor.

3. La operación comenzará hoy a las 2200 con el Almirante Nguyen Van Thieu al frente de la carga. Cruzaremos la órbita del séptimo planeta y tomaremos posición en esa región del espacio, con la estrella Doria a nuestras espaldas.

Ndt( En esto, vemos el gusto de Tanaka por la historia, puesto que Van Thieu en la vida real fue un militar y presidente de Vietnam del sur; durante una década. Básicamente vio como se iba desarrollando toda la guerra, hasta que estados unidos se retiró de la misma. Se fue al exilio cuando las fuerzas norvietnamitas tomaron Saigon en 1975)

4. El contralmirante Fischer comandará nuestra unidad de retaguardia, que mantendrá su posición hasta las 0400 del día siguiente. Después, cruzará la órbita del sexto planeta y desplegará sus fuerzas allí para responder a los enemigos que planean atacar nuestro flanco de babor. Sin embargo, hay que tener cuidado para evitar ser detectados por las naves de reconocimiento y de inteligencia enemigas, por lo que esta unidad no debe cambiar su posición o estado de alerta hasta las 0400 del día siguiente.

5. Los otros grupos de combate seguirán al Almirante Nguyen Van Thieu y se posicionarán a babor, estribor y a popa de las coordenadas designadas.

6. El Almirante Attenborough comandará los regimientos de artillería y naves de misiles, los posicionará en órbita alrededor del séptimo planeta y, además de asegurar la ruta de comunicaciones entre nuestras fuerzas y la Fortaleza Iserlohn, dará un aviso temprano de los ataques de largo alcance originados por otros sistemas estelares. Además, evitarán que las fuerzas enemigas que huyen escapen a otros sistemas estelares.

7. El Comandante Yang dirigirá personalmente el grupo de combate central.

Cuando se transmitieron estas órdenes del Comandante Yang, una emoción de tensión y excitación se disparó por toda la flota.

«Recientemente, cuando viajé a Heinessen», dijo Yang a su personal en la sala de reuniones más tarde, «recibí órdenes escritas de Su Excelencia el Almirante Bucock, comandante en jefe de la armada espacial, diciéndome que en caso de una revuelta, debía sofocarla y restaurar la ley y el orden». En otras palabras, recibí una justificación legal para lo que estamos a punto de hacer. Esta no es una guerra privada».

Al escuchar las palabras de Yang en la sala de reuniones, sus oficiales de estado mayor se quedaron sin palabras ante el alcance de la previsión de su comandante. Por supuesto, el propio Yang estaba de un humor un poco amargo. Después de todo, aunque sus predicciones hubieran sido correctas, no habían sido capaces de evitar este estado de cosas. Eso era lo que Yang y Bucock habían estado esperando esa noche en los bancos del parque de la ciudad en Heinessen.

Después de despedir al personal, Yang se retiró a sus habitaciones privadas y llamó a Julian.

«Poco antes de la batalla de Amritzer», Yang le dijo, «el almirante Bucock intentó reunirse con el mariscal Lobos. Sin embargo, no pudo hacerlo porque el mariscal estaba durmiendo la siesta. ¿Qué opinas de eso?»

«Creo que es horrible», dijo Julian. «Es irresponsable, y…»

«Exactamente. Pero, ¿Julian?»

«¿Señor?»

«Estoy a punto de tomar una siesta. Por sólo dos horas, no me pases a nadie. No me importa si son almirantes o generales, sólo echalos».

En el puente de Leónidas, el buque insignia de la Undécima Flota…

«¿Se sabe algo del comandante Bagdash?» preguntó el vicealmirante Legrange, mirando al oficial de estado mayor que era su jefe de inteligencia.

Mientras Legrange arrugaba la frente ante la respuesta de «Ninguna, señor», un oficial de comunicaciones miró al comandante de la flota.

«Estamos listos para transmitir a toda la flota, señor. Por favor, empiece».

El vicealmirante asintió con la cabeza. Sacando de su mente los pensamientos de Bagdash, desplegó el borrador de su discurso.

«Atención, todos. Esta es una batalla de la que dependen dos cosas: el éxito o el fracaso de esta revolución militar para rescatar a nuestra república, y la prosperidad o la ruina de nuestra patria. Cumplid vuestros deberes con todo vuestro cuerpo y alma, y cumplid con vuestra devoción a la patria. Nada en este mundo exige más respeto que la devoción y el sacrificio, y nada es más despreciable que la cobardía y el egocentrismo. Patriotismo y coraje es lo que espero de todos ustedes y lo que anhelo que me muestren. Denlo todo.»

La Undécima Flota cargó a través del vacío, segura de su próximo triunfo.

Con un ligero bostezo, Yang Wen-li levantó el respaldo de su silla. Julián le entregó una toalla caliente y un vaso de agua fría.

«¿Cuánto tiempo estuve dormido?»

«Una hora y media».

«Quería dormir otros treinta minutos. Oh bueno, no puedo volver a dormir ahora… Gracias, lo hiciste muy bien.»

Después de devolverle su taza vacía al chico, se enderezó suavemente la bufanda del cuello. Pronto, iba a tener que hacer otro pequeño discurso. No era algo que a Yang le gustara hacer, pero dar un discurso también era uno de los deberes del oficial al mando. Se levantó y fue al puente. Todos los rostros de esa espaciosa sala se volvieron hacia su comandante, con expresiones tensas.

«La batalla está a punto de comenzar», dijo Yang. «Es una batalla sin sentido, y por esa razón, sería aún más inútil luchar la y no ganar. Tenemos un plan para la victoria, así que relájense y hagan su trabajo, y no se presionen demasiado. Lo que depende de esto es, como mucho, la vida o la muerte del estado. Comparado con los derechos y libertades individuales, el estado no vale tanto. Bueno, entonces, todos, ¿comenzamos?»

Para cuando terminó de hablar en el micrófono, una brillante nube de luces comenzaba a aparecer en la pantalla principal. Brillaban con un blanco ominoso.

Se mostraba una vista lateral de la fuerza principal de la Undécima Flota, una columna de siete mil naves de guerra. Más allá, las estrellas se extendían en una sucesión infinita.

«¡Flota enemiga avistada! ¡Todas las naves, prepárense para el combate!»

III

Yang no era el tipo de líder de comandante feroz, pero siempre se le podía encontrar en la primera línea cuando iba a la batalla y en la retaguardia cuando se retiraba, especialmente en las batallas perdidas, en las que se quedaba atrás para cubrir la retirada de sus camaradas.

Ese, creía, era su deber mínimo como comandante. Si no lo era, ¿quién en su sano juicio confiaría su vida a un novato que acababa de cumplir treinta años?

Delante del buque insignia de Yang, tres mil barcos bajo el mando del almirante Nguyen Van Thieu esperaban con la respiración entrecortada la orden de atacar. Al igual que sus camaradas dispuestos a babor, popa y estribor.

«Distancia relativa 6,4 segundos-luz…»

Las voces de los operadores, también, eran bajas como susurros.

«El enemigo se mueve de estribor a babor perpendicularmente a nuestra flota. Velocidad 0,012 c. Nos acercamos a velocidad máxima para el vuelo dentro del sistema»

ndt:(Si c es la velocidad de la luz en el vacío….hablaríamos de un 1,2% de dicha velocidad. O sea, 3588 m/s ….o unos 12916 km/h.)

En la restringida iluminación del tenue puente, el único sonido además de las voces de los operadores era el de la respiración tensa. Con la mirada fija en la pantalla, Yang levantó su mano derecha hasta la línea de su hombro. Esa fue la señal que inició todo.

«¡Fuego!»

La orden fue transmitida a los artilleros de cada nave. En el siguiente instante, las salvas de energía al rojo vivo, decenas de miles de ellas, atravesaron la oscuridad del espacio exterior. No habían sido disparadas en paralelo desde cada nave, sino que estaban enfocadas en un solo punto en medio de la flota enemiga.

Una característica llamativa de la táctica del cañón de rayos de Yang era su concentración del fuego en un solo punto, para aumentar de forma exponencial el poder destructivo de los rayos. Esta era una de las razones por las que había afligido tanto al imperio durante la batalla de Amritzer el año pasado. Cuando varias naves aliadas bañaban con su potencia de fuego una sola nave enemiga, los campos de neutralización de energía del enemigo se sobrecargaban fácilmente.

«¡Olas de energía acercándose rápidamente!»

Los operadores de la Undécima Flota gritaban advertencias que estaban a medio camino de ser gritos . En ese instante, una enorme masa de energía dio el primer golpe, chocando contra el flanco de la flota.

Había calor y luz como la de una pequeña estrella. En su centro, varios cientos de naves se vaporizaron, y tres o cuatro veces ese número explotaron.

La luz blanca de las explosiones de fusión brillaba de forma pulsar, expandiéndose a cada instante, hasta que parecía que esa luz espeluznante blanquearía toda la pantalla.

Julián estaba sentado junto al escritorio de mando de Yang. Por primera vez en su vida, el chico fue testigo directo del combate en el espacio exterior. Consciente del escalofrío que corría por su columna vertebral, intentó decirse a sí mismo que no era miedo sino emoción. Todavía no, todavía no. Apenas ha comenzado.

«Envía un mensaje al Almirante Nguyen Van Thieu», dijo Yang. No estaba en su asiento, sino sentado en su escritorio de mando con una rodilla levantada. Esto era escandalosamente maleducado, y aún así sus subordinados se sentían extrañamente tranquilos al verle así. «Dile que avance a toda velocidad y que golpee al enemigo por el flanco.»

Al recibir la orden, Nguyen sintió que su espíritu se elevaba.

Nguyen Van Thieu era del tipo de comandante feroz, así que cuando se apoyaba en el frío liderazgo del comando central, el poder destructivo que podía ejercer era enorme. Entre los subordinados de Reinhard, era el más parecido a Wittenfeld.

«¡A la carga!»

La orden de Nguyen Van Thieu era la claridad en sí misma, y no había forma de que sus oficiales la confundieran.

«¡Carga! ¡Carga!»

Con su comandante al frente y en el centro, el grupo de combate de Nguyen Van Thieu atacó el flanco de la flota enemiga a máxima velocidad de combate. Los rayos de energía y los proyectiles liberados de las bocas de sus cañones llovieron contra el enemigo, y los destellos de luz de las naves y las explosiones iluminaron un pequeño rincón de la noche eterna.

Desde el vasto agujero abierto por la descarga de los cañones, el grupo de Nguyen logró cortar profundamente la columna del enemigo.

Los oficiales de estado mayor de la Undécima Flota se pusieron pálidos. Si permitían que Nguyen avanzara más, toda la flota se dividiría a proa y a popa. Y aunque teóricamente era posible usar una fuerza dividida como esa para atrapar al oponente en un movimiento de pinza, se requería una habilidad táctica muy flexible y refinada para llevarlo a cabo. Una habilidad como la de Yang Wen-li.

Como no tenían mucha confianza en sí mismos, dieron una respuesta más sensata. Las órdenes volaron: ¡Atacar al enemigo desde todas las direcciones! ¡No envíen a un hombre o a un barco de vuelta a casa con vida!

Inmediatamente, el grupo de Nguyen se expuso a feroces ataques que convergieron sobre ellos desde cinco direcciones: delante, arriba, abajo, babor y estribor. Las bolas de fuego explotaban, las vibraciones sacudieron la misma estructura de las naves, y las pantallas, a pesar de haber ajustado sus capacidades de fotoflujo, mostraban fogonazos de luz lo suficientemente brillantes como para quemar las retinas.

En el puente del buque insignia Maurya, el almirante Nguyen levantó su voz en una risa alegre.

«¡Esto es perfecto, nada más que enemigos en cualquier dirección a la que mires! ¡Tantos que no hay necesidad de apuntar! ¡Atrápenlos! ¡Seguid disparando! ¡Fuego a discreción!»

Algunos de los presentes quedaron impresionados por lo que vieron como la audacia y la audacia de su comandante; otros presentes estaban seguros de que debía tener un tornillo suelto. De cualquier manera, una cosa era cierta: no tendrían un mañana a menos que mataran a los enemigos ante ellos. No había tiempo para considerar el significado de esta batalla o las razones de esta matanza.

«¡Misiles acercándose a las diez en punto! ¡Devolviendo el fuego!»

«Torreta cuatro, dispara todo lo que puedas»

Voces chillonas y voces suprimidas impregnaban los canales de comunicación, y los sonidos de los impactos y los ruidos de interferencia se mezclaban para asaltar repetidamente los oídos de la tripulación, a pesar de que justo afuera, en el vacío del universo reinaba el silencio.

Su visión fue atacada de manera similar. La luz de las estrellas, congelada por toda la eternidad, se desgarraba al cruzar las estelas de los misiles y el áspero brillo de los rayos de energía. Y las luces blancas que borraron todas y cada una de esas estrellas monopolizaron el campo de visión con su abrumador volumen.

Treinta minutos después de los disparos iniciales, incluso el buque insignia de Yang, el Hyperion, tenía su nariz presionada contra el flanco de la Undécima Flota.

El Hyperion estaba envuelto en una niebla de arco iris, prueba de que su casco estaba siendo protegido de los rayos de energía destructiva por su campo de neutralización energética.

«Esto es más problemático de lo que esperaba», murmuró Yang para sí mismo mientras mantenía los ojos pegados a la pantalla. La resistencia de la Undécima Flota era formidable, y todos sabían que el Vicealmirante Legrange no era un incompetente.

«¡Ese inútil de Bagdash!» gritó Legrange. «¿Para qué se infiltró en la Flota deYang?»

Mientras continuaba supervisando la batalla, Legrange no podía evitar reprender al hombre en su corazón. Usar información erronéa y la desinformación para desorganizar al enemigo, o si eso era imposible, matar a Yang. Se suponía que Bagdash se había infiltrado en el campo enemigo en esta misión vital de «hacer o morir», pero en este momento, Legrange dudaba de que el hombre hubiera tenido éxito. Todo lo contrario , en realidad, ya que el suyo había sido el lado golpeado en el flanco por lo que probablemente debería llamarse una emboscada. En lugar de atrapar al enemigo en un movimiento de pinza, ¿Iban a ser sus divididas fuerzas destruidas por separado?

¿Habían visto a través de Bagdash, después de todo? Legrange apretó los dientes con fuerza. Tal vez le había confiado el trabajo a alguien que no debía. La inquietud y el arrepentimiento golpeaban su pecho con manos invisibles.

La voz de un operador pidiendo instrucciones devolvió su conciencia a la realidad.

«¿Qué pasa?»

«Han atravesado el centro, señor. Nuestra fuerza se ha dividido de proa a popa, y parece que el enemigo está tratando de envolver la sección de popa».

Aunque el grupo de combate de Nguyen, bañado por un feroz fuego de cañón, había recibido un daño considerable, al final había logrado romper el centro. Entonces se había movido a estribor y ahora avanzaba para envolver a la mitad de la fuerza enemiga dividida.

Legrange se quedó en silencio y miró a la pantalla. Sabía lo que Yang tenía en mente. Ahora lo veo. ¡Así que era eso! Un frustrado gruñido sonó desde el interior de su boca.

«Milagro Yang es un zorro muy astuto, maldito sea…»

En resumen, Yang había dividido a nivel táctico la mitad de una fuerza que ya estaba dividida a nivel estratégico y ahora intentaba destruirlos completamente, empezando por uno de los extremos cortados.

Esto hacía que la diferencia de potencia de fuego entre esos dos fuera de cuatro a uno. Una vez que la batalla había alcanzado esta etapa, Yang, el comandante de flota, no necesitaba oscilar entre la esperanza y la desesperación minuto a minuto según vigilaba el estado de la batalla; simplemente podía mirar como sus comandantes de rango inferior se encargaban de cada segmento uno por uno.

Desde la perspectiva de Yang, este tipo de cosas no era ningún tipo de estrategia notable; no era más que seguir uno de los principios rudimentarios de la teoría táctica: «Lucha con una fuerza más poderosa que tu enemigo». Se sorprendió y decepcionó cuando escuchó que se referían a eso como un truco de magia o un milagro.

Las principales fuerzas de ambas flotas hicieron contacto. La densidad de naves en la región aumentó, y el modo de lucha pasó gradualmente del fuego de cañones de largo alcance al combate a corta distancia. Aquí fue donde la nave de combate de un solo asiento conocida como espartanian tomaba protagonismo. El teniente-comandante Olivier Poplan, capitán del escuadrón de cazas del Hyperion, había alineado a su equipo en espera, pero en el momento en que la orden llegó para salir, hizo que todos ellos abordaran su nave, se separaran de la nave nodriza y salieran bailando al espacio.

«Whisky, Vodka, Ron, Sidra: Seguid a vuestro líder de compañia. Jerez y Coñac, seguidme. No rompan la formación.»

Poplan a menudo se jactaba, «El vino y las mujeres son el pan y la mantequilla de la vida, y la guerra sólo es la merienda de las tres», y por ello, elegir nombres así era algo típico de él . Por supuesto, también había una historia circulando por ahi, que decía que estuvo a punto de llamar a sus compañías con nombres de ropa interior femenina, pero naturalmente se abstuvo al final y se conformó con la bebida.

El espartano de Poplan se adelantó, trazando un camino invisible a través del vacío. Las compañías de Jerez y Coñac siguieron al as, y las otras cuatro se dispersaron en diferentes direcciones en busca de enemigos.

Las naves de la Undécima Flota también lanzaban cazas monoplaza uno tras otro. Las peleas de perros entre los espartanos comenzaron a estallar en todos los sectores en medio del fuego cruzado de los cañones. Debido a que las especificaciones de las naves de combate eran idénticas, la victoria y la derrota se decidían por la habilidad de los pilotos. Muchos de los pilotos de caza abordaban su trabajo con el celo de un artesano, y para ellos una prueba como esta podría llamarse la oportunidad de su vida. En ese momento, los involucrados no pensaban en el hecho de que se estaban matando unos a otros, sino que simplemente estaban ebrios de la excitación sangrienta de todo ello.

No habían transcurrido ni dos minutos desde el lanzamiento, y Poplan ya había anotado tres muertes. Esquivando el fuego enemigo y el aliado, se adelantó a máxima velocidad a través de mares agitados de energía en ebullición. La cruda vitalidad de una existencia totalmente realizada circulaba a toda velocidad a través de todo el ser de Poplan. Con sus reflejos afilados al máximo, cada célula de su cuerpo rebosaba de energía y vida.

El acorazado Ulises también estaba en medio de la caótica lucha. El casco exterior de la nave había sido abierto por una ráfaga de energía, causando que el material amortiguador se filtrara en una nube blanca al envolver el barco. La visibilidad desde las torretas traseras se había degradado y los sensores se habían vuelto inútiles, y después de maldecir tanto a Dios como al diablo, los soldados de dentro habían tenido que renunciar a hacer otra cosa que no fuera disparar en la dirección del fuego entrante.

Se necesitaron ocho horas para que el desesperado combate llegara a su fin.

Después de romper el centro de la Undécima Flota y destruir su columna de popa, la Flota de Yang envolvió la columna de proa encabezada por el Almirante Legrange y destrozó sus fuerzas nave por nave. Debido a que casi todos las naves, continuando con una resistencia que rayaba el fanatismo;, se negaron a rendirse, no hubo otra opción.

Lo que para Yang también fue una batalla deprimente de destrucción total, terminó con el suicidio del Almirante Legrange. Había continuado resistiendo con obstinación hasta que las fuerzas que le quedaban habían alcanzado su propio buque insignia y sólo un puñado de otros.

«Considero un gran honor para un humilde oficial como yo haber luchado contra el ilustre Yang Wen-li en mi última batalla. ¡Viva la revolución militar!»

Estas fueron las últimas palabras de Lagrange, transmitidas a todos por el oficial de comunicaciones de su buque insignia.

El oficial de personal Patrichev exhaló un enorme suspiro que vació sus pulmones. «Bueno, entonces, eso es todo. Ha sido una pelea endiablada.»

Pero no importa lo intenso que haya sido el combate, el ganador y el perdedor esta vez se determinaron bastante pronto.

Numéricamente, el Almirante Yang había tenido el doble de la fuerza de su oponente y, además, había logrado dividirlo con un golpe en su flanco. El hecho de que hubiera llevado tanto tiempo conseguir la victoria total desde una posición tan abrumadoramente ventajosa era la prueba de que la Undécima Flota había luchado bien bajo la feroz dirección de Legrange. Sin embargo, Yang lo habría llamado una buena pelea sin sentido. Si tan sólo hubiera levantado las manos antes…

«Si Legrange hubiera sido incompetente, habría habido menos muertes en ambos lados», dijo Schenkopp.

Yang asintió en silencio. Desde el momento en que la primera etapa del combate terminó, parecía estar vencido por el agotamiento.

Así que, en última instancia, ¿la Flota de Yang equivale a sólo un hombre? pensó Schenkopp. Sin los ingeniosos planes de su joven comandante, la Flota de Yang no era ciertamente una fuerza poderosa. Desde el principio, había sido una mezcla desordenada de restos derrotados y reclutas novatos. Arrastrados por la invencible reputación de su comandante, habían seguido luchando y ganando, y así lograron las hazañas militares de hoy. Pero incluso si eso fuera cierto, lo que Schenkopp había dicho sobre Legrange ciertamente se aplicaba también a Yang. Porque si Yang hubiera sido un comandante incompetente, esta flota habría sido eliminada antes de tiempo mientras la escala del combate era todavía pequeña, y a cambio, muchos soldados enemigos habrían vivido para volver a sus ciudades de origen.

Incluso si dejaban el pasado en el pasado, todavía había un problema que se avecinaba en el futuro, ya que había otro individuo en esta galaxia que también se jactaba de una reputación invencible.

El marqués Reinhard von Lohengramm. Seguramente llegaría el día en que él y Yang lucharían con todas sus fuerzas y todas sus habilidades. No era tanto el trabajo del destino como la rápida convergencia de los pasos de la historia lo que lo haría posible. Ese día, ¿podría la Flota de Yang derrotar a las fuerzas de Reinhard? O, más bien, ¿podrían los subordinados de Yang vencer a los de Reinhard?

Es una pregunta difícil, reflexionó Schenkopp. Por lo que él sabía, Kircheis era otro Reinhard en términos de habilidad, y las habilidades de mando operacional de Mittermeier y Reuentahl eran también extremadamente altas. Los tipos como Nguyen Van Thieu probablemente no podían competir con ellos.

Y aún así, al mirar al victorioso Yang sentado allí infelizmente, difícilmente podía creer que era la misma persona que había visto bailar de alegría al recibir una inteligencia favorable. Sus cualidades como artista invencible de la guerra y sus cualidades como estudiante serio y concienzudo de la historia estaban siempre en competición dentro de él, y cuando la batalla terminaba, era el humor de este último el que le dominaba.

«¡Comandante Yang!»

La voz que hizo que el joven comandante de pelo negro se diera la vuelta pertenecía a su ayudante, la teniente Frederica Greenhill.

«Aún queda la mitad del enemigo. Cuanto más esperemos aquí, más pesada será la carga que tendrá que soportar el Almirante Fischer. ¡Instrucciones, por favor!»

Sus palabras dieron justo en el blanco. Yang parpadeó los ojos dos veces y se estiró.

«Todos los barcos: ¡a la carga!» dijo. «Inviertan el curso y diríjanse a la órbita del séptimo planeta».

Mientras tanto, una acalorada discusión se estaba llevando a cabo entre la fuerza secundaria de la Undécima Flota, que había lanzado un ataque relámpago en el sector donde se suponía que estaba Yang, sólo para no encontrar a nadie allí. Un lado argumentaba que debían invertir el curso e ir a luchar con Yang, pero el otro lado tenía la siguiente idea:

Dadas las circunstancias actuales, ¿no deberían abandonar la idea de una batalla corta y decisiva, retirarse del sistema Doria por el momento, y esperar a que Yang asedie Heinessen para atacarle por la espalda? Con el Collar de Artemisa allí, era imposible incluso para alguien como Yang conquistase Heinessen en poco tiempo. Si lo atacaban por detrás, podrían ser capaces de ganar.

Este serio desacuerdo se prolongó entre los dos bandos. La razón por la que no se pudo tomar una decisión rápida se debió a un defecto que era evidente: la más alta figura de autoridad aún no había sido claramente determinada.

Por fin se decidió localizar a Yang y desafiarlo en una batalla, así que trajeron todas sus naves y empezaron a moverse. Durante este período, sin embargo, el breve tiempo que Yang había desperdiciado había sido compensado por el tiempo que pasaron discutiendo.

El contralmirante Fischer, sin embargo, que en ese momento observaba los movimientos de la fuerza enemiga secundaria, había determinado que la columna de barcos que vio luchando contra el viento solar estaba desorganizada y por lo tanto dio la orden de abrir fuego.

El estilo de guerra con cañones de Fischer, siguiendo el ejemplo de Yang, también se caracterizaba por un fuego concentrado en zonas localizadas. Atrapado en un aguacero completamente inesperado de rayos de energía por el flanco, el Congreso Militar de Rescate de la República sufrió graves daños.

Fischer era un experto en operaciones de flota, y no importaba cuán largo fuera el camino hacia el lejano campo de batalla, no había temor de que los buques perdieran la pista de sus propias posiciones, o de que la flota perdiera su forma debido a la caída de los buques de sus filas, siempre que él estuviera presente. Por otro lado, era bastante promedio como comandante de combate. Aún así, tenía una comprensión precisa de sus propias habilidades y nunca se había confiado demasiado.

Mientras mantenía las bajas aliadas al mínimo, planeaba ganar tiempo hasta que Yang, que había destruido la fuerza principal de la Undécima Flota, pudiera correr a ayudar. Esa estrategia fue recompensada con el éxito. La fuerza secundaria de la Undécima Flota, incapaz de ignorar el daño que estaba recibiendo, trató de presentar batalla contra la flota de Fischer. Cuando lo hicieron, Fischer se retiró. Cuando la fuerza secundaria trató de huir, Fischer les siguió de cerca para lanzar un ataque por detrás. Mientras repetía este patrón, la fuerza principal de Yang apareció en busca de un nuevo campo de batalla, y surgió una formación que tenía al enemigo atrapado en un movimiento de pinza entre su proa y su popa.

Sin ni siquiera Legrange para guiarlos, la fuerza secundaria no tenía una estructura de mando unificada y, después de un valiente pero infructuoso combate, fue aniquilada. Yang había evitado el combate cuerpo a cuerpo y había dividido la columna enemiga y destruido las piezas una por una usando una potencia de fuego completamente concentrada. Al no recibir casi ningún daño a sus propias fuerzas, aseguró la victoria.

IV

«Undécima Flota derrotada. El Almirante Legrange se ha suicidado».

«La flota de Yang está lista para avanzar y atacar Heinessen después del reabastecimiento y las reparaciones».

«Las fuerzas de seguridad y los soldados voluntarios de todos los planetas se unen constantemente detrás de Yang.»

Cuando llegaron estos informes, un aire opresivo se apoderó del Congreso Militar para el Rescate de la República en Heinessen.

«Esto es lo que quieren decir con “Miedos por dentro y sin miedos'», murmuró alguien. Habían declarado la ley marcial en la capital y, mediante el uso de la fuerza militar, trataban de regular y administrar todos los aspectos de la sociedad, incluyendo sus esferas políticas, económicas y sociales. Sin embargo, no había forma de evitar la confusión. La delincuencia y los accidentes cotidianos se habían reducido gracias a la orden de toque de queda, pero lo más importante era que los precios habían empezado a subir y la escasez de artículos de consumo se había hecho evidente. Temiendo que el disgusto y la ansiedad de la ciudadanía aumentara, el Congreso Militar para el Rescate de la República se había embarcado en una investigación, pidiendo, entre otras cosas, la opinión de un comerciante que había venido de Phezzan.

«Ustedes, los soldados, no entienden la economía», dijo bruscamente el mercader. «Heinessen está actualmente aislada de otras regiones estelares. Cerrado, es una unidad económica autónoma, pero deformada, con mucho más consumo que producción. Siendo ese el caso , mientras se tenga un sistema económico basado en el mercado, es natural que los precios suban. Primero, deberían de dejar de regular la red de distribución y facilitar el control de los medios de comunicación para tranquilizar a la gente. Si no lo hacen, no tendrán una economía o sociedad saludable».

El que escuchaba estos comentarios era un tal capitán Evens, al que se le había confiado el control de la economía, y para él, este sólido argumento no tenía ningún valor. Para que el Congreso Militar de Rescate de la República gobernara Heinessen con sus pequeños números, el control sobre las transmisiones, el transporte y la distribución era esencial, y mejorar la salud de la economía era completamente irrelevante. Cuando los soldados diseñaban la política económica, el resultado a menudo terminaba siendo una suerte de autarquía implementada a través de un rígido control y supervisión. El mercader de Phezzan pudo ver que este capitán no era una excepción.

«Las economías son seres vivos», dijo. «Intenta controlarlas, y nunca irán en la dirección que esperas. En el ejército, un oficial puede llegar a golpear a sus subordinados para hacerles seguir órdenes, pero habrá problemas si la economía es tratada de esa manera. Si, en cambio, nos dejaras las cosas a nosotros los Phezzanies…»

«¡Conoce tu lugar!», gritó el capitán. «Vamos a derrocar a los tiranos del Imperio Galáctico y restaurar la libertad y la justicia a toda la sociedad de la humanidad. Y cuando ese día amanezca, les enseñaremos el significado de la justicia también a ustedes, mamonitas de Phezzan. No se engañen pensando que el dinero puede sostener la sociedad y los corazones de la gente.»

ndt: (Mamonita: alguien que busca la riqueza con devoción o , está poseido por Mammon. Que parece ser un espíritu maligno/ demonio que lleva a la gente a buscar riqueza.)

«Es una gran frase», dijo el comerciante, con ondas de frío ridículo brillando en sus ojos. «Sin embargo, podría ser mejor con un pequeño cambio. Di ‘violencia’ donde antes decías ‘dinero’. Imagino que puedes pensar en muchos ejemplos.»

Enfurecido, el capitán Evens puso una mano en su pistola, pero naturalmente no la siguió, sino que sólo llegó a ordenar a sus soldados que echaran al mercader de su oficina. Sin embargo, el hecho de que los precios fueran altos y los recursos consumibles escasos, no era un problema que se pudiera eliminar tan facilmente. Al final, lo que hizo fue arrestar a varios comerciantes fraudulentos y liberar los recursos que había requisado, lo que no contribuyó en absoluto a resolver el problema fundamental.

Un extraño y hasta preocupante rumor comenzaba a circular: la afirmación de que había un informante dentro del Congreso Militar para el Rescate de la República que filtraba información al gobierno de Trünicht.

En primer lugar, ¿cómo había logrado escapar Job Trünicht exactamente? Tras el golpe, esa pregunta había estado en la mente de todos. Tanto el director en funciones del Cuartel General Operativo Conjunto como el comandante en jefe de la armada espacial habían sido arrestados, así que ¿por qué había sido posible que el presidente evadiera el ataque?

¿Significaba eso que Trünicht había recibido información sobre el golpe? Lo único que se le ocurrió fue que debía tener un informante dentro que le había dicho la fecha y la hora en que se produciría el golpe. Si no, nunca podría haber desaparecido de su oficina como si hubiera sido planeado. Incluso el Almirante Bucock, comandante en jefe de la armada espacial, parecía haber obtenido de alguna manera información vaga sobre el asunto, no que hubiera habido nada que pudiera haber hecho con ella. Desde esa perspectiva también, Trünicht debió saber mucho.

El Almirante Greenhill ordenó a un hombre llamado Capitán Bay que acabara con tales discusiones, ya que creía que nada bueno saldría de ello si sus pocos compatriotas empezaban a mirarse con recelo. Sin embargo, las voces de aquellos que contribuían a propagar los rumores sólo se redujeron y, sin desaparecer del todo, comenzó a circular una atmósfera insidiosa entre los miembros del Congreso Militar.

Pasaron varios días en medio de la ansiedad e inquietud, sin que la situación mejorara en lo más mínimo.Y entonces ocurrió la catástrofe. Fue lo que las generaciones posteriores llamarían la Masacre del Estadio.

El Estadio Memorial de Heinessen, como el planeta en el que se encontraba, tomaba su nombre del padre fundador de la alianza. Esto se debió en parte a las ceremonias nacionales que se celebraban allí en ocasiones, pero otra razón para ese nombre había sido la idea de elevar la conciencia nacional. Eso hizo que este nombre, carente de originalidad, fuera inevitable.

Ocurrió el dia 22 de Junio.

Los ciudadanos se reunían en el interior de ese enorme estadio, que tenía capacidad para trescientos mil espectadores. El flujo de gente había comenzado por la mañana, y al mediodía el número había alcanzado los doscientos mil.

La declaración de la ley marcial prohibía las grandes reuniones de gente. El Congreso Militar de Rescate de la República estaba atónito por ese abierto acto de desafío, y sus miembros se pusieron blancos de rabia cuando supieron el propósito de esta asamblea. El eslogan que decía «Asamblea de Ciudadanos para Restaurar la Paz y la Libertad, y Oponerse al Gobierno por la Violencia» era escandalosamente audaz y provocativo.

¿Quién está detrás de esto…?

Investigaron el asunto, y luego los gruñidos surgieron de la mesa al ver la respuesta.

¡Esa mujer!

Jessica Edwards. La parlamentaria elegida para representar al distrito de Terneuzen, había estado al frente del movimiento antiguerra. Ella era la mujer que una vez impugnó públicamente al entonces presidente del Comité de Defensa Trünicht y nunca dejó de criticar la estupidez de la guerra y el ejército. A pesar de la declaración de la ley marcial, hasta ahora había escapado al arresto porque ahora mismo era todo lo que los golpistas podían hacer para capturar a los más altos líderes del gobierno y del ejército; simplemente no tenían la mano de obra para ir tras los líderes de los partidos minoritarios en la asamblea.

«Dispersen la multitud y arresten a la parlamentaria Edwards». El hombre que recibió esa orden y se apresuró a ir al estadio liderando tres mil tropas blindadas fue el Capitán Christian, y fue una decisión personal que los líderes del Congreso Militar para el Rescate de la República lamentarían más tarde.

Desde el principio, el capitán Christian no tenía intención de iluminar suavemente a la multitud.

Dirigiendo a sus tropas acorazadas, entró en el estadio, puso guardias en la entrada, y, después de intimidar a la multitud con su arma de cinto, ordenó a sus subordinados que encontraran a Jessica y la trajeran ante él.

Jessica se presentó ante el capitán voluntariamente y, en un tono inflexible, le preguntó por qué los soldados armados interferían en una reunión pacífica de ciudadanos.

«Para restaurar el orden».

¿»Orden»? ¿No fueron ustedes, los del Congreso Militar para el Rescate de la República, los que originalmente perturbaron el orden público con su violencia? Cuando habla de orden, ¿a qué se supone que se refiere con eso?»

«El orden es lo que decidimos que es», el capitán Christian respondió con arrogancia. En sus ojos se refugiaba la locura de quien creía que no había límites para su poder y autoridad. «Vivir bajo una clase política mafiosa ha hecho que la sociedad de la alianza pierda toda clase de restricción, y debe volver a la normalidad.» Volviendo a sus soldados, continuó: «Ahora voy a averiguar si la gente que escupe pacifismo irresponsable está dispuesta a hacerlo arriesgando su vida. Tráeme exactamente diez manifestantes y ponlos en fila aquí. Cualquiera valdra».

Los soldados que recibieron esa orden arrastraron a unos diez de los participantes masculinos hasta él. Voces disidentes se alzaron entre los ciudadanos atrapados dentro del estadio, pero el capitán las ignoró. Después de hacer un espectáculo, desenfundando su pistola, se puso de pie frente a esos hombres, que, comprensiblemente, se habían puesto pálidos.

«Ciudadanos de grandes ideales…» Burlándose de ellos, miró a la multitud. «Creen que el discurso pacífico es mejor que la violencia. Eso es lo que todos quieren decir, ¿no es así?»

«Así es.» Uno de los jóvenes que se había adelantado le había respondido con una voz temblorosa. En ese instante, la muñeca del capitán destelló, y el cañón de su pistola rompió el pómulo del joven.

“siguiente…»

Sin escatimar una mirada para el hombre que había caído silenciosamente al suelo, el capitán le preguntó a un hombre flaco de mediana edad: «¿También tú sigues diciendo lo mismo?»

El capitán presionó su pistola contra la sien del hombre. El hombre parecía aterrorizado por la sangre de su cepa. Todo su cuerpo comenzó a temblar, gotas de sudor frío brotaron en su pálido rostro, y suplicó, «Lo siento». Por favor, tengo una esposa y un hijo. Por favor, no me maten…»

Riendo a carcajadas, el capitán Christian levantó la pistola sobre su cabeza y asestó un culatazo con fuerza en la cara del hombre. Su labio superior estalló, y la sangre salió volando con pedazos dispersos de los dientes delanteros. El hombre gritó y estaba a punto de caer, pero el capitán lo agarró por el cuello y le dio otro golpe. El sonido de su nariz rompiéndose era audible.

«Escúchate, hablando así cuando ni siquiera estás listo para morir por ello… Vamos, intenta decir esto: «La paz sólo se conserva a través de la fuerza militar. La paz no puede existir separada de la flota». Dilo. ¡Dilo!»

«¡Para ya!»

Jessica atrapó al hombre cuando se desplomó y, levantando la cabeza, lo dejó suavemente en el suelo. Luego se puso de pie. El capitán vio llamas de ira ardiendo en sus ojos.

«¿Crees que por estár listo para morir por ello, puedes hacer cualquier estúpidez que se te ocurra? ¿Cualquier cosa terrible?»

«Cállate…»

«Hay una clase de personas que imponen su propia justicia a otros a través de la violencia. Vienen en todos los tamaños, desde los grandes como el fundador del Imperio Galáctico, Rudolf von Goldenbaum, hasta los pequeños como usted, Capitán… Usted es el propio hijo de Rudolf. Entienda eso. Y luego salga de este lugar donde no tiene derecho a estar!»

«¡…Zorra!»

En el instante en que jadeó esa palabra, el hilo de su razón se rompió sin hacer ruido. Una pistola ya untada con la sangre de otras dos personas se estrelló contra la cara de Jessica. Tres veces, luego cuatro, el capitán la golpeó con todas sus fuerzas, el brillo de la cordura desapareció de sus ojos. La piel se rompió. La sangre voló por el aire, formando puntos de color en el uniforme del capitán.

Tanto los civiles como los soldados miraban aturdidos el frenesí del capitán, pero cuando por fin Jessica estaba tendida en el suelo cubierta de sangre fresca y el capitán todavía le pisoteaba la cara con la bota de su uniforme, un coro de gritos se elevó como una explosión, y uno de los civiles golpeó al capitán con su propio cuerpo. El capitán se tambaleó y luego, con las mejillas retorcidas por la furia, bajó su arma a la espalda del hombre. Hubo un ruido sordo, pero fue borrado por completo por los innumerables gritos de rabia y las pisadas de una multitud que empezaba a salir en estampida. La situación se convirtió rápidamente en una batalla campal. El capitán desapareció bajo los pies de la multitud.

Los soldados usaban rifles de rayos para acribillar a los civiles, pero cuando los rifles se quedaban sin energía o eran tomados por la fuerza por los civiles, no había nada que pudieran hacer ante el furioso mar de gente. Fueron golpeados hasta caer al suelo y pisoteados.

El Congreso Militar para el Rescate de la República quedó uniformemente consternado cuando sus miembros se enteraron del motín en el estadio. Intentaron calmar a la gente, pero cuando quedó claro que varias docenas de rifles habían sido robados por civiles, decidieron que no había lugar para el diálogo y se volcaron a la supresión por la fuerza.

Se dispararon grandes cantidades de proyectiles de gas lacrimógeno en el estadio. El gas en sí mismo no tenía poder para matar, aunque no pocas muertes resultaron de los impactos directos de los proyectiles. Los que se derrumbaron después de respirar el gas fueron arrestados bajo los cargos de violar la ley marcial y arrojados a la cárcel, pero aún así, bastantes de los involucrados lograron escapar. La falta de personal impidió a los militares perseguirlos y arrestarlos, y la policía de seguridad no sólo no cooperó sino que mostró una tendencia al sabotaje activo. E incluso si las transmisiones estaban estrictamente controladas, silenciar la voz de cada persona era simplemente imposible. Lidiar con las secuelas de este incidente fue extremadamente difícil. Sólo en términos de muertes, las cifras se elevaron a más de 20.000 civiles y 1.500 soldados.

«¿Qué hacemos si toda la ciudad, todo el planeta, se levanta al unísono? No hay manera de que podamos manejar eso. Y tampoco podemos masacrarlos a todos…»

Los miembros del Congreso Militar para el Rescate de la República se habían dado cuenta demasiado tarde de que eran una minoría que nunca había tenido el apoyo del pueblo.

V

Bagdash, que había sido sedado con un fuerte somnífero , por fin abrió los ojos. Cuando se le informó de la situación, se sentó allí aturdido durante un rato y luego, inexplicablemente, solicitó una reunión con Yang.

Esto tuvo lugar justo cuando Yang estaba terminando a regañadientes su zumo vegetal de después de la cena. A diferencia del té oscuro, no podía deslizar brandy a escondidas en el zumo de verduras. Bagdash, que apareció en ese momento acompañado por Schenkopp, admitió claramente que el objetivo final de su misión había sido asesinar a Yang. Continuó diciendo, «Y la razón por la que participé en el golpe fue porque pensé que tenía una oportunidad de éxito. No puedo quedarme aquí y decir que fue sólo un terrible malentendido. Sus estrategias inteligentes superaron todas nuestras predicciones, así que no hay nada que hacer con usted ahora.»

Sin decir nada, Yang se quedó mirando fijamente el fondo de su vaso de papel.

«Honestamente, si no hubieras estado allí, todo habría funcionado perfectamente. Realmente has sido un entrometido.”

Viéndolo derramar su sentida decepción y frustración, Yang no pudo evitar dejar caer una sonrisa irónica en su rostro.

«Entonces, ¿usted solicitó esta reunión para poder presentarme quejas sobre mí… a mí?»

«No es eso».

«Bueno, entonces, ¿qué es?»

«Quiero…desertar. Quiero trabajar bajo tu mando».

Yang giró el vaso de papel vacío sin sentido en su mano. «Me pregunto si realmente eres capaz de desechar la ideología y la convicción y cambiar de bando tan fácilmente», dijo.

«¿Ideología? ¿Convicción?» Bagdash dijo con descarado desdén. «Esos son sólo medios para pasar por la vida. Si se interponen en mi camino para seguir vivo, entonces salen por la puerta.»

Fue de esta manera que Bagdash paso a ser tratado como alguien que había dejado las armas voluntariamente y se había rendido, y fue confinado en un camarote a bordo del Hyperion. Sin embargo, tenía una actitud insolente y se quejaba de que no había vino en sus comidas. También exigió que los soldados que le trajeran sus comidas fueran mujeres, y extraordinariamente bellas, además. El oficial encargado de vigilarlo se enfadó y se quejó a Yang por su actitud, pero el joven comandante de pelo oscuro no dijo la palabra «Inexcusable».

«Bueno, ¿por qué no?», dijo. «No estoy tan seguro de lo de las mujeres soldado, pero no me importa si le das vino.»

La gracia hacia los hombres descarados e insolentes de alguna manera parecía un extraño punto en común entre Reinhard y Yang.

Pasaron dos o tres días, y Bagdash apareció ante Yang una vez más. Yang estaba en su habitación privada, sumergido hasta el cuello de trabajo de escritorio, mientras se ocupaba de las secuelas de la batalla, planeaba la siguiente operación, reorganizaba las unidades, y así sucesivamente.

«Para ser honesto», dijo Bagdash, «estoy cansado de andar por ahí sin nada que hacer». He empezado a querer trabajar. ¿Crees que podrías darme algún tipo de tarea?»

«No te preocupes por eso. Te daré un buen uso muy pronto.»

Yang sacó un arma del cajón de su escritorio.

«Mi pistola». Te la prestaré. No me sirve de nada aunque la lleve encima».

La reputación de Yang como pésimo tirador estaba bien establecida.

«Yo, uh, lo aprecio…» Bagdash murmuró mientras tomaba el arma, comprobó que una cápsula de energía estaba cargada y miró fijamente a Yang, cuyos ojos estaban fijos en el papeleo. En silencio, apuntó el cañón hacia él.

«¡Almirante Yang!»

Yang alzó la mirada un poco , pero aunque vio el cañón apuntandole o, su expresión no cambió en lo más mínimo, y sólo volvió a mirar el papeleo una vez más.

«No le diga a nadie que le presté esa arma, oficial. A Murai y a los demás les gusta regañarme. Si lo entiende de antemano, estaremos bien. En cualquier caso, una vez que se decida su estatus, se le entregará un arma de forma oficial.»

Bagdash se rió un poco y puso la pistola en el bolsillo interior de su chaqueta, posicionándola para que no se notara. Saludando a Yang, se volvió hacia la puerta. Y entonces, su cara se congeló por primera vez.

La aguda mirada de Julian Mintz penetró en la cara de Bagdash como una flecha. Tenía un arma en la mano, y estaba apuntando con precisión justo al corazón de Bagdash.

Bagdash aclaró su garganta en voz alta y mostró a Julian sus dos manos, agitándolas. «Oye, oye. No me mires así. Entiendo si estabas mirando. Era una broma. No hay forma de que le vaya a disparar al Almirante Yang. Se lo debo».

«¿Puedes decir que no hablabas en serio, ni siquiera por un instante?»

«¿Qué?»

«Si mataras al Almirante Yang, tu nombre pasaría a la historia, aunque no fuera en el buen sentido. ¿Puede decirme honestamente que la tentación no ha pasado por su mente?»

«Espera un momento…» dijo Bagdash en voz baja.

No había ninguna abertura en la postura de Julián, e incapaz de mover ni un dedo, Bagdash se quedó ahí.

«Almirante Yang, por favor diga algo», dijo Julian, pidiendo finalmente ayuda. Pero antes de que Yang pudiera responder, Julian gritó, «Almirante, no confío en este hombre. Incluso si jura lealtad ahora, no hay forma de saber lo que hará en el futuro».

Yang arrojó sus documentos a un lado, puso ambas piernas sobre su escritorio y cruzó los brazos.

«El peligro futuro no es razón para matar a alguien en el presente, Julian.»

«Ya lo sé. Pero tengo una buena razón».

«¿Y cual es?»

«Cuando todavía era prisionero, tomó un arma del Almirante Yang Wen-li e intentó asesinar al almirante con ella. Eso es merecedor de la muerte.»

Mientras Bagdash miraba la despiadada expresión de Julian, gotas de sudor corrían por su cara. El argumento de Julian convencería a casi todos. Se le ocurrió entonces que había sido puesto en una posición indefendible que no podría ni siquiera haber imaginado.

Yang se rió.

«Todo está bien. Seguro que puedes dejar pasar una pequeña cosa como esa. Bagdash también ha estado asustado. ¿No sientes lástima por él? ¿No ves que está sudando?”

«Pero, Almirante…»

«Está bien, Julian. Comandante, eso es todo. Ya puede irse».

Julian bajó el arma, pero los ojos que miraban fijamente a Bagdash no eran menos duros y penetrantes. El comandante respiró hondo.

«Bueno, bueno, das más miedo de lo que pareces, chico», dijo Bagdash al salir. «Me aseguraré de no olvidar que tus ojos están en mi espalda.

Julián se volvió hacia su tutor legal con insatisfacción. «Almirante, si hubiera dado la orden, no habría dejado que ese hombre saliera de aquí.»

«Está bien. Bagdash es un hombre que sabe de aritmética. Mientras siga ganando, no nos va a traicionar. Por ahora, es suficiente. Y además…»

Yang bajó sus piernas, que habían estado apoyadas sobre su escritorio.

«En la medida de lo posible, no quiero obligarte a matar gente.»

Yang sabía que estaba siendo egoísta. Después de todo, estaba obligando a los hijos de otros a matar. Pero aún así, era como Yang se sentía.

Ya era julio cuando la noticia de la masacre del estadio de Heinessen se deslizó a través de la red de controles de transmisión, de forma que Yang tuvo conocimiento de ella. Cuando Yang se enteró de la muerte de Jessica Edwards, no dijo ni una palabra sobre el tema. Se puso sus gafas de sol y escondió sus ojos de la vista, y ni una sola vez se las quitó todo ese día. Al día siguiente, su apariencia y porte no eran diferentes a los habituales.

Yang, habiendo asegurado el medio que le rodeaba, ahora dirigió su atención hacia Heinessen, el cuarto planeta del sistema Barlat. Fue a finales de julio cuando comenzó a mover la flota, y era evidente que este despliegue arreglaría las cosas de una manera u otra con respecto a la rebelión. Nadie de la flota era capaz de ocultar su ansiedad, excepto el propio Yang.

Capítulo 6. Valor y lealtad

I

A principios de julio Siegfried Kircheis recibió una orden. En ese momento, encabezaba un destacamento lejos de Reinhard para controlar las regiones estelares periféricas.
A Kircheis se le había dado total discreción sobre la administración táctica de los territorios ocupados bajo su mando. Algunos incluso lo llamaron, medio en broma, el «Rey apartado». No es que nadie le fuera a decir eso a la cara, por supuesto.
Respaldado por la plena confianza del joven mariscal imperial, el joven pelirrojo había trabajado diligentemente para someter la frontera. Aunque no había habido ningún combate a gran escala, había obtenido resonantes victorias en cada una de las más de sesenta batallas que había librado. Permitió que los ciudadanos de los planetas que ocupaba se gobernaran a sí mismos, mientras hacía todo lo posible para salvaguardar la seguridad interplanetaria entre ellos. Su estricta prohibición de saquear el territorio capturado le distinguió de los descarados habituales y causó una gran impresión en la población.
Por eso Reinhard le había dado la tarea en primer lugar.
Después de leer sus órdenes, Kircheis llamó a sus dos vicealmirantes, August Samuel WArlen y Cornelius Lutz.

Puede que fueran mayores, pero no había ni un solo almirante en el imperio o en la alianza que fuera más joven que Reinhard y Kircheis.
«¿Qué pasa, comandante?»
«Disculpe, pero he recibido órdenes para nosotros del Marqués Lohengramm.» A pesar de su alto estatus, el joven pelirrojo sabía comportarse con respeto con sus mayores. «Debido a la discordia entre él y el Duque Braunschweig, el Marqués Littenheim lidera actualmente una flota de 50.000 naves. Mientras que esto es nominalmente con el propósito de recapturar las regiones estelares fronterizas, podemos decir con seguridad que es realmente una tapadera para las actividades de su facción. Se nos ha ordenado buscar y destruir”
Lutz y WArlen no estaban a gusto. Sería su primer enfrentamiento con una fuerza tan grande en esta guerra civil.
Una recopilación de información vital reveló que las fuerzas de Littenheim habían ocupado el sistema Kifeuser, y específicamente la Fortaleza Garmisch, como su base de operaciones.
«Una batalla decisiva nos espera en el sistema Kifeuser. Cuando llegue el momento, lideraré un destacamento de ochocientas naves de la flota principal.»
«¿Sólo ochocientas?»

WArlen y Lutz abrieron los ojos ante el número. Kircheis asintió, tranquilo como siempre.
Aunque el enemigo había desplegado cincuenta mil naves, no se habían desplegado en formaciones según su función. Era más un batiburrillo de buques militares de diversa potencia de fuego y maniobrabilidad: cruceros de alta velocidad junto a destructores, acorazados junto a naves torpederas, mezclados en un caótico desorden. Todo esto connotaba una falta de consistencia tanto en la planificación táctica del enemigo como en la cadena de mando.

«Es una masa indisciplinada, eso es lo que es. No tenemos razón para temerles», declaró Kircheis.
Lutz y WArlen se enfrentaron al enemigo de frente. En lugar de tomar la línea del frente, optaron por una formación de escalón, con Lutz empujando a babor y WArlen cayendo a estribor. En caso de que el enemigo los atacara en masa, Lutz debía atacar primero. En el tiempo que le llevó a WArlen unirse a la lucha, Kircheis giraría sus propios ochocientos cruceros hacia el flanco derecho del enemigo. Luego, una vez que WArlen entrara en combate, Kircheis atacaría el centro neurálgico del enemigo, asestaría un golpe paralizante y saldría por el flanco izquierdo. En ese momento de confusión, Lutz y WArlen iban a ir a una ofensiva total.
«Lo más probable es que podamos ganar con esta estrategia, sólo tenemos que tener cuidado de no perseguirlos demasiado lejos después.»


El joven pelirrojo le lanzó una sonrisa a sus dos vicealmirantes. Era todo lo que Lutz y WArlen podían hacer para ocultar su asombro. Mientras proponía este formidable ataque de corte y fuga, un plan táctico que tenía al propio comandante al frente de la carga, este joven aparentemente de modales suaves había sonreído sin el más mínimo indicio de nerviosismo.


Uno no debería esperar nada del empleado más confiable del Marqués Lohengramm, pensaron. Una vez más había causado una profunda impresión, demostrando que su ascenso era más que un beneficio de ser el amigo de infancia de Lohengramm.
El plan de Kircheis era tomar la estrategia de Yang Wen-li de dividir toda su flota en fuerzas expedicionarias de alta velocidad y fuerzas de apoyo de la retaguardia, y desplegarla a nivel táctico en su configuración más aguda.

La volea de batería principal de Littenheim actuaba como obertura del primer acto de la Batalla de Kifeuser. Miles y miles de estrías de luz abarcaban el oscuro vacío, impactando en los campos de neutralización de energía que envolvían a las fuerzas de Kircheis. Las partículas se aniquilaron unas a otras, y la flota de Kircheis fue gradualmente envuelta en una niebla espectral.
La flota de Kircheis mantuvo una formación diagonal y avanzó con cautela. Al poco tiempo, la flota de Lutz a babor abrió sus bahías de armas a una distancia de seis millones de kilómetros.


Kircheis se levantó de su silla de capitán en el buque insignia Barbarossa y preparó su flota de alta velocidad de ochocientos para el lanzamiento. Salieron a la sombra de las fuerzas de WArlen, esperando el momento adecuado para emerger, trazando un arco para golpear a Littenheim donde más le dolería.
Incluso cuando se volvieron para enfrentarse a la enorme flota enemiga que se aproximaba, las fuerzas de Littenheim fueron alcanzadas por disparos de una dirección inesperada. Las órdenes de devolver el fuego volaron, y los las naves se volvieron para enfrentarse al escuadrón de ataque sorpresa. Sólo que esta vez, ataques láser y misiles en gran número se abalanzaron sobre ellos desde el frente. La flota de WArlen, ahora dentro del alcance, había comenzado su ataque.
El caos se apoderó de las fuerzas de Littenheim mientras luchaban por saber con quién enfrentarse primero. Era más de lo que Kircheis hubiera podido esperar.
La batería principal de la nave insignia Barbarossa lanzó tres disparos sucesivos. Cuchillas de luz atravesaron una fila de naves de Littenheim. Esta cadena de explosiones creó en un agujero abierto en el centro de la flota, permitiéndole el acceso a Barbarroja mientras se metía en medio de sus adversarios, junto a ochocientas naves.
Una enorme cuña había sido introducida en medio de las fuerzas de Littenheim, moviéndose con una velocidad cegadora. Los almirantes de Littenheim intentaron rodear a los invasores, pero al no estar a la altura de su celeridad y hábiles maniobras, sus pérdidas no hicieron más que aumentar. La flota de Kircheis emergió una vez del flanco de babor de la columna enemiga, y sólo con eso la estrategia tuvo éxito. Aún así, alteraron el curso y volvieron a romper el núcleo del enemigo. Kircheis y su flota de ochocientos hombres se metieron en el vulnerable corazón del gran ejército.

El caos y la confusión se intensificaron. Una vez que se extendió al perímetro de la flota, Lutz y WArlen cargaron con todo lo que tenían. Mientras el caos del interior chocaba con el del exterior, el ejército de Littenheim se enfrentaba a una derrota segura. Su buque insignia, el Ostmark, fue detectado a corta distancia por las naves de Kircheis.
«Ese es el buque insignia del Marqués Littenheim. No dejen que escape ¡Quiero al cabecilla que empezó esta guerra!»
Mientras Kircheis daba sus órdenes por el canal de comunicación superlumínico, toda la flota cargó contra la nave insignia enemiga, con el único objetivo de la victoria total.


El Marqués Littenheim esbozó una mueca de dolor ante las imágenes de su pantalla mientras sus aliados se reducían a nubes de calor blanco en medio de la lluvia de fuego concentrado. A medida que el contacto con su buque insignia se hacía inminente, su consternación se convertía en terror. Por orden de su comandante, que ahora rondaba el grito, el Ostmark cambió de rumbo, como poseído por la locura, y huyó.
Si voy a pelear con un mocoso, preferiría que fuera el rubio. Ese secuaz pelirrojo suyo no está a la altura, pero valdrá.
Esas fueron las palabras que el Marqués Littenheim pronunció antes de intercambiar golpes con Kircheis.
La arrogancia del Marqués Littenheim se había perdido en algún lugar del campo de batalla. Antes de que pudiera retirarse, incontables manchas de luz aparecieron ante él. Una flota de sus barcos de suministro se había estacionado en la retaguardia en preparación para una batalla prolongada. Pero ahora, para el Marqués de Littenheim, no eran más que un obstáculo en su camino de retirada.
«¡Abran fuego!»
El oficial de artillería apenas podía creer lo que oía.
«Pero están de nuestro lado, Su Excelencia. Dispararles ahora significaría…»
«Si están de nuestro lado, entonces ¿por qué bloquean mi esca… quiero decir, nuestro cambio de rumbo? No me importa quiénes son. ¡Fuego! ¡Fuego he dicho!»

Así, la batalla de Kifeuser dio lugar a una tragedia aún mayor. Una flota de suministros desarmada fue atacada por los suyos con el único propósito de abrir una ruta de escape. Era un símbolo grotesco de lo absurdo de la guerra en sí misma.

Conscientes de que sus aliados estaban huyendo, la flota de suministros cambió lentamente de rumbo. En medio de esa maniobra, sin embargo, los operadores gritaron conmocionados.
«¡Ondas de energía y misiles se acercan rápidamente! ¡Maniobras evasivas imposibles!»
«¿El enemigo?»

Era natural que los oficiales reaccionaran de esta manera. Situados como estaban en la retaguardia, esperaban evitar el fuego cruzado, lo que sólo podía significar que los enemigos acachaban cerca.
«No, nuestros aliados …»
Un destello los erradicó a todos antes de que el hombre pudiera terminar su última frase.
La nave que ahora había sido sacrificada por el fuego amigo era la Passau 3, atacada por ojivas de neutrones desplegadas desde cañones de rieles.
En un solo momento, una furiosa tormenta de neutrones llenó la nave, matando a toda la tripulación.

Significó una muerte casi instantánea. Sólo un hombre, el sargento Kurlich, que inspeccionaba las provisiones en la bodega de carga del barco, logró sobrevivir unos segundos más, rodeado como estaba por un grueso muro interior y contenedores de transporte.
El sargento cayó al suelo, incapaz de comprender lo que le había sucedido. ¿No los había protegido la flota principal? ¿Quién podría haberlos atacado? ¿O había habido algún tipo de accidente?
En cualquier caso, tenía que levantarse. Para salir y averiguar lo que había sucedido. Para vivir y volver a casa, donde su esposa y sus gemelos recién nacidos lo esperaban.
Sin embargo, no podía levantarse. Una mancha púrpura apareció en el dorso de la mano del sargento mientras se aferraba a la pared. La mancha creció, cubriendo su piel y burbujeando hasta que penetró en su tejido biológico, hasta la última célula.

En el momento de la explosión, el teniente Rinser de la nave de suministro de Düren 8 fue lanzado contra una pared. Sintió un dolor punzante en su brazo derecho justo antes de perder el conocimiento.
Cuando volvió en sí, se encontró rodeado de humo y cadáveres. Tosió violentamente, perdiendo el equilibrio al intentar ponerse de pie. Miró hacia abajo a su propio cuerpo y especialmente a su brazo derecho, que ahora carecía de antebrazo.
Durante la explosión, un fragmento de escombro se lo había seccionado. Sus músculos se habían contraído inmediatamente por la rapidez en sí del hecho, resultando en un dolor y una hemorragia sorprendentemente pequeños.
«¿Hay alguien ahí?» El teniente Rinser llamó, sentado en el suelo. Su tercer intento de este tipo tuvo una débil respuesta, y una figura de pequeño tamaño vino tambaleándose hacia él.
Rinser levantó las cejas. Debajo de su desaliñado cabello dorado había una cara de niño cubierta de sangre y cenizas.
«¿Qué hace un chico de tu edad en un lugar como éste?»
«… soy estudiante. Iba de camino a la Fortaleza Garmisch para ser asignado como auxiliar de cabina».

«Ah, ya veo. ¿Y cuántos años tienes?»
«Tengo trece años, o los tendré en cinco días.»
«El mundo debe estar acabándose para que niño como tú empiecen a aparecer en zonas de guerra.»
El teniente exhaló un suspiro y, al darse cuenta de que no era el fin del mundo, supo que sus heridas y las del chico necesitaban atención. Indicó dónde había un botiquín de primeros auxilios e hizo que el chico se lo trajera.
Después de adormecer sus receptores de dolor con un spray refrigerante, desinfectó la herida y la envolvió en una gasa protectora. Los moretones y abrasiones del chico, junto con sus quemaduras de primer grado, mostraban que el destino les había favorecido esa vez. El chico tragó saliva ante la imagen mostrada en la única pantalla que había logrado evitar ser dañada.
«Parece que el enemigo se está acercando».
«¿Enemigo?» dijo el teniente cautelosamente. «¿Quién es el enemigo? Los que nos han hecho esto…”

Mientras se ponía de pie, luchando por el equilibrio, Rinser activó el sistema de señales de emergencia y presionó un botón verde.


«Por la presente me rindo. Hay heridos a bordo y pedimos asilo en nombre de la humanidad».
Humanidad. El teniente enroscó sus labios. Si rescatar al enemigo era humanidad, ¿entonces cómo llamas a matar a tus propios camaradas?
«¿Vas a rendirte?»
«¿No estás de acuerdo, muchacho?»
«Por favor, no me llames ‘chico’. Tengo un nombre propio. Es Konrad von Moder.»
«Bueno, es una coincidencia. Yo también soy Konrad. Konrad Rinser. Si el joven Konrad piensa que rendirse está fuera de discusión, ¿qué propones que hagamos en su lugar?» dijo el Konrad de mayor edad, burlonamente.
La cara del chico se puso roja de vergüenza.
«No lo sé. Me sentiría triste si me rindiera, pero tampoco es que podamos luchar. Estoy perdido.»
«Entonces déjamelo a mí», dijo Rinser, abriendo torpemente una botella de alcohol para frotar con la mano que le quedaba. «Soy catorce años mayor que tú, lo que se traduce en catorce años más de sabiduría y experiencia. Nada de esa sabiduría me ayudó a ver los verdaderos colores de mi propio comandante».
El otro Konrad miraba medio aturdido, medio preocupado, mientras el joven teniente bebía de la botella de alcohol de curar, como si se tratara de una botella de vino..
«Oye, no me mires así. Sólo con fines medicinales. No me ha fallado todavía.»
El sonido de un timbre se superpuso. al final de la frase del teniente. La ayuda había llegado
Proveniente del enemigo.

II

Aunque el Marqués von Littenheim había escapado a la Fortaleza Garmisch, su flota había sido destruida casi por completo. De entre sus 50.000 naves, 3.000 se huyeron a la fortaleza Garmisch, mientras que 5.000, después de huir de la zona de batalla, se dispersaron al azar. Dieciocho mil habían sido aniquiladas, mientras que el resto habían sido capturadas o se habían rendido. El vergonzoso ataque del marqués Littenheim contra sus propias naves solo para poder huir, había debilitado la moral de sus hombres.
Kircheis tenía la Fortaleza Garmisch rodeada y se apresuraba a tomarla por la fuerza cuando un solo prisionero de guerra solicitó una audiencia. El joven oficial, aún en la veintena , tenía que ser equipado con una mano artificial, y por ello, la manga derecha de su uniforme colgaba libremente.
«Creo que puedo serle útil, Su Excelencia», dijo el Teniente Rinser a modo de introducción.
«¿Cómo ?»
«Sospecho que ya lo sabe. Soy un testigo viviente del hecho de que el Marqués Littenheim mató a sus subordinados para salvarse.»


«Ya veo. Así que estabas a bordo de uno de los barcos de suministro».
«Me volaron el brazo en el ataque. Digo que mostremos esto», dijo, levantando el muñón de su brazo, «a los hombres de la fortaleza».
«Supongo que su lealtad al Marqués de Littenheim se ha esfumado con su brazo»
«¿Lealtad?» La voz de Rinser adquirió un punto cínica. «Esa palabra suena muy bien, pero a menudo se abusa de ella por conveniencia. Creo que esta guerra civil es una buena oportunidad para que todos reconsideremos el valor de la lealtad. Ahora millones de personas verán que ciertos tipos de líderes no tienen derecho a exigir la lealtad de sus súbditos».
Kircheis reconoció el punto de vista del teniente. Para estar seguros, la lealtad nunca había sido algo que se diera incondicionalmente. Era necesario que el receptor fuera digno de ella.
«Muy bien, entonces. Por la presente solicito su cooperación. Envíe un mensaje por vía canal superlumínico a los hombres de Garmisch pidiendo su rendición».
«Entendido…»
Sentimientos complicados brillaban en los ojos del teniente.
«Incluso si cinco hombres en la fortaleza comparten nuestros sentimientos, la cabeza del marqués Littenheim ya habrá rodado.»

La Fortaleza Garmisch contenía su aliento colectivo. Su comandante, el Marqués von Littenheim, estaba abrumado por el miedo y la inminente derrota. Además, había caído en una espiral de vergüenza por su propio comportamiento y su pérdida de prestigio con respecto a Braunschweig, y había abrazado la botella como consuelo.
Había pasado medio día desde la fuga del marqués Littenheim cuando una sola nave de guerra que había logrado escapar de la persecución de Kircheis se acercó por fin a la fortaleza, y un oficial solitario apareció ante el marqués.

La cabeza del oficial estaba envuelta en una venda empapada en sangre, y tenía un cuerpo (o la mitad superior de un torso) colgado del hombro.
Este corpulento oficial caminó por el silencioso pasillo, pues los guardias no se atrevieron a llamarlo, y se detuvo ante los centinelas antes de hablar.
«Soy el comandante Rauditz del batallón de francotiradores de Wesel. Deseo ver al Marqués Littenheim.»

El líder de la centinela tragó de forma audible.
«Estaría feliz de hacerlo, pero con ese repugnante cadáver, no puedo permitir que…»
«¡¿Repugnante, dices?!» Los ojos del comandante se iluminaron con amenaza. Después de un respiro, sus duras palabras resonaron por toda la sala. «¡Repugnante! ¡Estos son los restos de un leal súbdito del marqués! Este era mi subordinado, que arriesgó su vida luchando contra el enemigo para que el marqués pudiera escapar.»
Desanimados por la determinación del teniente, por no hablar del cadáver, los guardias se separaron cuando Rauditz dio un paso al frente.
La puerta se abrió para revelar la figura del marqués Littenheim sentado al otro lado de la mesa.
«¡Qué haces aquí, tonto insolente!»
La mesa estaba repleta de botellas de vino y vasos. La piel del marqués había perdido la tensión y el brillo del día anterior, sus ojos eran ahora oscuros y sanguinolentos, e incluso el borde de su voz se había apagado.
«Soldado Paulus… este es el marqués Littenheim, el hombre por el que desperdició su vida. Recompénselo con un beso de gratitud por su lealtad!»

Antes de terminar, el comandante lanzó el cuerpo de Paulus con toda la fuerza que pudo reunir a su comandante.
No teniendo tiempo para esquivar, el marqués Littenheim extendió sus brazos, cogiendo el cuerpo del soldado por reflejo. Con un grito indescifrable, el Marqués Littenheim cayó de su lujoso asiento al suelo. Al darse cuenta de que el soldado muerto seguía en sus brazos, soltó un grito bastante diferente y apartó el cuerpo a un lado. El comandante se rió con potentes carcajadas.
«¡Mátadlo! ¡Matad a este ingrato ahora!» Gritó Littenheim
El teniente se mantuvo firme. En su rostro, cubierto de sangre seca y aceite, sus labios se retorcieron en una extraña sonrisa en desafío a las pistolas que le apuntaban…

Los tripulantes del puente dirigieron su atención a las pantallas principales.
El globo de plata de la Fortaleza Garmisch flotaba en el centro de ambas pantallas. Una sección de la pared exterior estalló en un destello blanco, seguido por erupciones de aburridos pero masivos rayos de luz roja y amarilla.
«Explotó».
El operador sólo había declarado lo obvio, pero los hombres, sin embargo, miraron la imagen ante ellos en un estupor.
«Eso está cerca del centro de mando».
El teniente Rinser bajó la voz por alguna razón.
«Ya veo. Muy bien, entonces.»
Kircheis no quería desperdiciar la oportunidad que se le ofrecía. Ordenó a toda su flota rodear y bombardear la fortaleza antes de enviar naves de desembarco y soldados armados.
La resistencia que encontraron fue esporádica. Los soldados, desprovistos de cualquier voluntad de lucha , hicieron caso omiso de los furiosos rugidos de los oficiales y ofrecieron sus armas en sucesión. Los comandantes también, dándose cuenta de la inutilidad de cualquier resistencia, levantaron sus manos para rendirse.
Kircheis ocupó la fortaleza, o mejor dicho, las tres cuartas partes de ella se salvaron de la explosión. Ni siquiera el cadáver del marqués Littenheim pudo ser recuperado, esparcido en todas las direcciones como probablemente lo había hecho un infierno de partículas cefiro quemadas.
De un solo golpe, las fuerzas confederadas de los nobles habían perdido a su segundo al mando y un tercio de su fuerza militar.

III

«Las fuerzas aristocráticas tienen mucho espíruto, pero poca estrategia».
Así lo dijo una vez el heterocromático Oscar von Reuentahl.
Imbéciles Apasionados , todos y cada uno de ellos – una dura evaluación, por supuesto , pero una que las batallas libradas hasta ese momento, parecían confirmar por el gran número de éxitos militares que él y sus camaradas estaban anotando.

Aún así, al luchar contra las fuerzas enemigas en la Región Estelar de Schan’n-tau, Reuentahl había descubierto algo inesperado que le había obligado a cambiar de opinión.
Tan apasionados como siempre. Y aún así, no pudo evitar reconocer que estaban eficientemente organizados y hábilmente controlados. Reuentahl había repelido tres oleadas de agresión enemiga, pero estaba sorprendido por su tenacidad y la coordinación cohesiva con la que lanzaron su ofensiva. Las pérdidas sufridas fueron mayores de las esperadas, y para Reuentahl, había llegado el momento de deliberar.
Reuentahl comprendió enseguida que un cambio de mando estaba detrás de la nueva eficacia del enemigo, ya que era probable que Merkatz estuviera ahora en el frente. Sin contarle a él, no había nadie más entre las fuerzas aristócratas capaz de movilizar tropas tan eficazmente.
Lo que significaba que Reuentahl estaba en desventaja sólo en lo que respecta a la diferencia de fuerza militar. Puede que no fuera un visionario, pero podía evaluar correctamente las capacidades de sus adversarios.
«¿Deberíamos retirarnos?»


Retirarse cuando era aconsejable, también era la marca de un gran comandante. Incluso abandonar el sector Schan’n-tau no era, estratégicamente hablando, un gran problema. No era una fortaleza táctica indispensable, sino sólo un punto en su creciente radar de influencia. Aunque no le importaría retirar sus cartas en ese caso, Reuentahl dudaba en hacer un juicio rápido que pudiera causar una impresión psicológica duradera en sus oponentes.
Después de una serie de derrotas y retiradas, la adquisición de la Región Estelar de Schan’n-tau daría la apariencia de victoria a los aristócratas confederados. El espíritu de estos, se elevaría, y se enfrentarían a su próxima batalla montando su ola. El valor y el espíritu a menudo podían superar la cuidadosa planificación de un oponente y conducir a la victoria; la historia estaba llena de ejemplos.
Una sonrisa maliciosa apareció repentinamente en los ojos azules y negros de Reuentahl.
«Muy bien, nos retiraremos. Schan’n-tau no vale las vidas que costaría defender. Dejaremos la recaptura al marqués Lohengramm».

Si un oficial superior perdiera un sector ocupado por un subordinado, el oficial superior perdería completamente la reputación. Por otro lado, si un sector ocupado por un subordinado fuera rescatado por un oficial superior, el resultado final demostraría que el oficial superior tiene habilidades muy superiores a las del subordinado. Es probable que el oficial superior se irritara por el contratiempo temporal, pero si dijera: «Está más allá de mi capacidad». Por favor, demuéstrame el verdadero valor de sus tácticas», eso inflaría el orgullo del oficial superior y dejaría una gran impresión a largo plazo.


Así lo había calculado Reuentahl. Como no se esperaba una victoria aplastante, parecía el curso de acción más sabio. No era un cálculo que el militar promedio, testarudo y egoísta pudiera haber hecho.
Así que, tras decidir, Reuentahl comenzó los preparativos para la retirada. Con Merkatz como su oponente, no sería tan fácil. Este prometía ser el momento decisivo de su carrera táctica.
El 9 de julio, Reuentahl se puso a la ofensiva. En varios puntos, concentró su fuerza militar y repartió los daños del enemigo en todos los lugares a los que fue. Las fuerzas confederadas de los aristócratas, sin embargo, no mostraban nada de su anterior desorden, interceptando sistemáticamente su fuego tal como estaba. Viendo que las líneas del frente de Reuentahl se habían estirado hasta sus límites, lanzaron un preciso contraataque. Esto por sí solo demostró lo hábil que era Merkatz como comandante.


Reuentahl no intentó responder de la misma manera y en su lugar retiró su flota central. Mientras tanto, las fuerzas restantes cambiaron ligeramente sus ángulos y se extendieron lateralmente. Estas maniobras se llevaron a cabo en concierto, aunque sólo fuera por el bien del espectáculo. Si uno las hubiera visto desde el punto de vista adecuado, las fuerzas de Reuentahl habrían sido vistas asumiendo una formación cóncava, flanqueando al enemigo por tres lados.
Los oficiales del estado mayor de Merkatz también eran conscientes de esto. Propusieron a su comandante que redujera su velocidad de avance para no caer en la estrategia del enemigo.
En el puente de su nave insignia, Merkatz cruzó sus brazos, los movimientos del ejército de Reuentahl se reflejaron de forma poco natural en sus ojos. Reuentahl era un formidable táctico por derecho propio, y Merkatz se preguntaba si toda esta lucha no era sólo una artimaña para despistarlos mientras escapaban…

Al final, Merkatz siguió el consejo de sus consejeros. Debido al temperamento impetuoso de sus aliados, causa de tantos dolores de cabeza, Merkatz tenía que ser discreto en cuanto a las tácticas. Si Reuentahl tenía realmente la intención de escapar, entonces podría asegurar la Región Estelar de Schan’n-tau sin más derramamiento de sangre. Hubiera sido diferente si el oponente hubiera sido el propio Reinhard, pero como no era así, quería evitar una apuesta peligrosa.

Las fuerzas aristocráticas habían disminuido su persecución. Esto lo comprobó Reuentahl, y sin bajar la guardia, ajustó flexiblemente su formación cóncava mientras hacía una cuidadosa retirada. Sus fuerzas pronto alcanzaron el borde exterior de Schan’n-tau, y cuando la distancia entre el enemigo y el aliado se amplió, reorganizó rápidamente toda su flota en una formación defensiva esférica y huyó a máxima velocidad.

La Región Estelar de Schan’n-tau había caído en manos de las fuerzas confederadas.

«Ese Reuentahl me lo ha dejado todo a mí, ¿verdad?»

Al escuchar el informe, Reinhard sonrió con cierta ironía. Entendió muy bien la decisión de Reuentahl de abandonar Schan’n-tau.

Por supuesto, para Reinhard, un alma amplia como la de Reuentahl era más atractiva que la del simple militar que sólo entendía las cosas a nivel táctico. No se podía esperar lealtad de un hombre así si no era recompensado; ser su oficial superior requería una demostración constante del talento y la capacidad que correspondía a su puesto. A Reinhard le gustaba bastante ese sentimiento de tensión entre superior y subordinado. Y era por eso que incluso un carente de atractivo Oberstein podía trabajar bajo su mando.

Fue el mismo Oberstein el que ahora hablaba.

«El almirante Merkatz tiene renombre como soldado desde antes de que usted naciera, Su Excelencia. Las cosas podrían ponerse un poco problemáticas si se le da rienda suelta».

“¿Rienda suelta»? Pero ahí está el problema. No creo que el duque Braunschweig sea tan listo como para darle rienda suelta a Merkatz «.

«Como usted dice. El oponente al que nos enfrentamos no es el Almirante Merkatz, sino los que mueven sus hilos.»

IV

A su regreso a Gaiesburg, Merkatz fue colmado de todo tipo de halagos floridos de sus emocionados camaradas , pero el curtido militar no sonrió ni una pizca.

«No es tanto que nuestras fuerzas lo hayan adquirido como que el enemigo lo haya abandonado. Nunca debemos sobreestimar nuestras propias habilidades.»

Un discurso típico, incluso para ti, pensó Merkatz para sí mismo, pero viendo la incertidumbre en los ojos de estos nobles, sintió que no tenía otra opción que empezar con lo básico.

«Ya veo. Es usted un hombre precavido, almirante, dijo el duque Braunschweig con una pizca de irritación. Más bien un hombre aburrido, pensaba seguramente, lo que no estaba tan lejos de la verdad, ya que Merkatz no sentía nada. Si tal rasgo era en sí mismo positivo o negativo , no podía decirlo. A pesar de haber sido condecorado muchas veces, su torpeza se había interpuesto en su camino para convertirse en un mariscal imperial. Por otra parte, tales tendencias podrían haber sido lo que hasta ahora le había impedido ser atrapado en las habituales conspiraciones de la corte.

A finales de julio, un anticuado desafío a un duelo fue enviado por Reinhard a los nobles de la fortaleza Gaiesburg.El desafío fue repetido ante los principales hombres de las fuerzas aristocráticas por la red de comunicaciones, y su mensaje fue más que suficiente para alimentar su ira.

«Nobles cobardes e ingenuos», les había dicho Reinhard. «Si tuvieran el coraje que se encuentra en la punta de la cola de una rata, dejarían la comodidad de su fortaleza y lucharían gloriosamente. Y si les falta esa pizca de valor, harían bien en abandonar su orgullo infundado y rendir las armas. Es la única manera de salvar vuestras vidas. No sólo os permitiré vivir, sino que también os dejaré conservar lo suficiente de vuestras riquezas para alimentar vuestras ineptas bocas. El marqués Littenheim tuvo una muerte miserable el otro día, como un hombre de su naturaleza cobarde seguramente merecía. Si no desean correr la misma suerte, hasta sus débiles mentes pueden encontrar el mejor camino a seguir en esta coyuntura…»

«¿Cómo se atreve ese mocoso a hablarnos así?»

Los jóvenes nobles se volvieron casi locos de ira. Eso era exactamente lo que Reinhard quería. Cuando los oponentes perdían la razón tan fácilmente, un desafío tan obvio como ese era más que suficiente (Merkatz lo reconocía a regañadientes) Entre los jóvenes nobles, había incluso uno que se desahogaba golpeando a sus soldados con un látigo eléctrico. Ese joven se había divertido desde niño azotando a los siervos en las tierras de su padre.

Poco después, la flota de Mittermeier, la vanguardia de las fuerzas de Reinhard, comenzó a acechar la región que rodeaba la fortaleza Gaiesburg. Esta era una clara provocación. Desfilaban fuera del alcance de sus cañones, acercándose y alejándose, alejándose y acercándose.

Merkatz explícitamente prohibió las salidas, sin importar el motivo. Seguramente había algún truco aterrador acechando detrás del aparentemente infantil juego de Mittermeier. Aunque se lo explicó a los nobles, simplemente no le escucharon.

Al tercer día, finalmente se quebraron. Un grupo de jóvenes aristócratas desobedecieron la orden de prohibición y lanzaron un ataque a la flota de Mittermeier.

Las fuerzas de Mittermeier fueron sorprendidas con la guardia baja y cayeron fácilmente en el desorden. Mittermeier logró escapar, abandonando una considerable cantidad de armamento en el proceso. Al menos, así es como parecía a los ojos de los jóvenes nobles.

«Es rápido para huir. Realmente es el “viento”, del ‘Lobo del vendaval’, ¿no es así?»

«¿Llamas a eso una trampa? No había nada de eso. El almirante Merkatz es demasiado precavido para su propio bien».

Habiendo asegurado naves militares y suministros en cantidades masivas, los jóvenes nobles regresaron triunfantes, con sus pechos hinchados de orgullo. Sin embargo, una dura reprimenda les esperaba a su regreso.

«Todos ustedes han ido en contra de la prohibición del comandante, enfrentando al enemigo cuando sabían que no debían hacerlo. Una grave transgresión, en efecto. Serán juzgados de acuerdo con la ley militar. Necesitaré que me entreguen sus insignias y sus armas de cinto . Prepárense para ser sometidos a un consejo de guerra».

Era natural que Merkatz se adhiriera al protocolo. Aunque habían salido victoriosos, ignorar la orden de un comandante podría ser perjudicial en el futuro.

Los jóvenes nobles estaban naturalmente llenos de descontento. Ya habían inhalado los vapores de la victoria y se comportaban como héroes. El Barón Flegel, que tenía el rango de contralmirante, arrancó su insignia y la tiró al suelo, gritando como el protagonista de una tragedia clásica.

«No tenemos miedo a morir. Una cosa es luchar contra el enemigo y caer en el campo de batalla, pero ser juzgado por un comandante que no posee ni valentía ni orgullo es más de lo que puedo soportar. Ahórrate tu consejo de guerra. ¡Déjeme matarme aquí mismo, ahora mismo!»

«¡El contralmirante Flegel habla por todos nosotros!» coreaban los jóvenes aristócratas. «No debemos dejarle morir solo. ¡Matémonos todos para que la posteridad conozca el orgullo de los nobles imperiales!»

Era narcisismo al extremo. El duque Braunschweig no los reprendió por ello.

«Como esto no es una cuestión de batalla, es en última instancia mi derecho y mi deber, como líder, juzgar.»

Desde que se enteró de la muerte del Marqués de Littenheim, casi todo lo que había hecho era entrometerse en el trabajo de Merkatz. Se puso de pie ante estos excitados jóvenes, hablando con su voz estridente.

«Caballeros, su coraje y orgullo han mostrado a todos la verdadera esencia de la nobleza imperial. Han asestado un golpe aplastante a esos plebeyos engreídos. No tenemos que temer a Mittermeier, ni siquiera a ese mocoso de pelo dorado que asume los títulos de marqués y mariscal imperial. Saldremos victoriosos. Y al ganar, les mostraremos que la justicia está de nuestro lado. ¡Viva el imperio!»

«¡Larga vida al imperio!» llegaron los entusiastas vítores de los jóvenes nobles.

Merkatz no tenía nada más que decir. Tal vez fue el momento en que su decepción se convirtió en desesperación.

«En cualquier momento, Oberstein,» dijo Reinhard.

De hecho, asintió con la cabeza el consejero jefe con los ojos artificiales.

Después de reunirse en la nave insignia Brünhilde, los almirantes recibieron instrucciones precisas para conducir sus flotas a sus respectivos frentes de guerra..

V

Era 15 de agosto cuando las noticias del rápido acercamiento de Mittermeier llegaron a la Fortaleza Gaiesburg. A diferencia de antes, hoy Mittermeier estaría atacando activamente con misiles de hidrógeno de largo alcance.
«El general derrotado ha venido una vez más a por otra deshonrosa derrota. Recuerden mis palabras: no importa cuántas veces luche, quien pierde sólo engendra más pérdidas.»
Ya habían llegado a desobedecer abiertamente las órdenes y reglas de Merkatz. Abordaron sus naves de guerra y, sin esperar las instrucciones del controlador espacial, se apresuraron a ser los primeros en atacar.
Fiel a sus principios , Mittermeier no pudo evitar burlarse.
«Si esos hijos idiotas de la aristocracia se hubieran quedado en su agujero, podrían haber vivido más tiempo. ¿En serio han salido sólo para convertirse en polvo espacial?»
Aunque él mismo era de la misma generación que «esos hijos idiotas de la aristocracia», su experiencia en el combate y sus logros eran mucho mayores que los de cualquiera de ellos.
Luchar contra una banda que no podía ver a través de la artimaña de su anterior retirada simulada rayaba en lo absurdo.
Sin embargo, ese día se había confirmado que el Duque Braunschweig también avanzaba con ellos. La responsabilidad de Mittermeier era por lo tanto enorme. Tendría que soportar dos o tres farsas como esa más antes de que el enemigo se diera cuenta.
Ambas flotas se enfrentaron.
Innumerables cañones desataron innumerables estrías de luz. Esas energías direccionales golpeaban los barcos a ambos lados, aplastándolos, y los rayos de luz de las explosiones que estallaban también eran despedazados por nuevas luces.
Sin embargo, fue una batalla de corta duración, ya que el ejército de Mittermeier comenzó su retirada gradual, eligiendo no luchar contra el ataque total de las fuerzas aristocráticas.
«Qué vergüenza. Han huido tantas veces que no les queda la más mínima pizca de vergüenza. Acabemos con esos tontos de un solo golpe. Agarremos al mocoso rubio y coloriésemos de las vigas».

Los nobles lanzaron una ovación, corriendo con entusiasmo a sus naves de guerra.
Sin embargo, había un hombre que albergaba sospechas sobre la “torpeza” de Mittermeier. El Vicealmirante Fahrenheit, un formidable oficial que había luchado en el campo de batalla junto a Reinhard y Merkatz, se mantenía a una distancia igual entre el Duque Braunschweig y Merkatz; y pidió precaución a sus jóvenes y apasionados aliados.
«Mantened las distancias, puede ser una trampa».
Lo cual era totalmente posible. Tenían que estar preparados.

Cuando las fuerzas aristocráticas se detuvieron en su persecución, Mittermeier les atacó con un repentino contraataque. Los aristócratas respondieron de la misma manera, continuando la lucha mientras Mittermeier se retiraba, instando así a los aristócratas a avanzar. Repitieron esta danza numerosas veces. La sincronización de Mittermeier fue nada menos que exquisita.


De esta manera, las fuerzas confederadas fueron atraídas cada vez más al corazón de la formación que Reinhard y Oberstein habían preparado cuidadosamente para ellos. El frente de batalla se extendía hasta sus límites, y una vez que las comunicaciones del enemigo se veían igualmente afectadas, Mittermeier volvía a atacarlas.


¿Otra vez? Cuando los confiados aristócratas, intentaron un contraataque, mientras observaban distraídamente; las fuerzas de Mittermeier se acercaron a ellos con una velocidad y potencia increíbles, pulverizando a su vanguardia con el primer golpe.
Muchos nobles fueron reducidos a columnas de fuego junto con sus naves de guerra sin saber nunca lo que les había sucedido. Para cuando los operadores de las naves que habían sobrevivido al primer ataque gritaron que la situación había cambiado, su entorno ya se había convertido en un panorama de destrucción y matanza. Los fragmentos de los buques destruidos por los ataques de rayos directos brillaban como fragmentos de vidrio coloreado mientras sus flotas eran golpeadas por olas de explosiones nucleares.
«¿Lo veis ahora, niños tontos? Así es como luchamos. Recordadlo todo el tiempo que podáis en esos cerebros primitivos vuestros».
Mittermeier iba a saborear su venganza al máximo. Comparado con la pintura con los dedos de los jóvenes nobles, su mando de la batalla era una obra de arte.
Las fuerzas confederadas de los aristócratas cayeron columna tras columna de naves, aunque su cadena de mando se había desmoronado mucho antes. Frente a las ingeniosas tácticas de Mittermeier, estaban condenados a ser eliminados uno a uno. La resistencia no era, por supuesto, una opción viable ya que una nave , y luego otra, se añadía al festival de la carnicería.
«¡Retirada, Retirada! Olvídaos de los otros, ¡salid mientras podáis!»
Fahrenheit, viendo el desfavorable giro de los acontecimientos, ordenó una rápida retirada, y los nobles estaban ansiosos por seguirle.
Olas de brillantes disparos, sin embargo, asaltaron a las fuerzas restantes desde ambos lados, disparadas simultáneamente por el Almirante Kempf por la izquierda y el Almirante Mecklinger por la derecha. Las fuerzas confederadas se desintegraban aún más con cada segundo que pasaba, y sus gloriosas columnas de naves perdieron densidad gradualmente.


Los nobles alzaron el vuelo. Cuando por fin pensaron que estaban a salvo del ataque de Kempf, las flotas de Wittenfeld y Müller las rodearon por ambos lados. En un instante, los aterrorizados aristócratas se transformaron, con naves y todo, en masas de restos a la deriva.

En el puente de la nave insignia Brünhilde, Reinhard sonreía con cierta satisfacción. Previendo la ruta de escape del enemigo, había tendido una emboscada. En este caso, como dicha ruta era la misma que se había tomado durante el avance inicial, la predicción había sido fácil de hacer.


Renunciarían a interceptar su ruta de escape para evitar un último contraataque. Dejando pasar a la vanguardia enemiga, habían atacado por el frente y la retaguardia. Esto no sólo les daba una ventaja posicional, sino que también les permitía abrumar psicológicamente a sus enemigos aún más que, con una batalla campal.
«Vivo o muerto», dijo Reinhard, «Quiero que traigan al Duque Braunschweig ante mí. Quien lo logre, aunque sea un simple cadete, será nombrado almirante y recompensado generosamente. ¡Aprovechad vuestra oportunidad!»
Su espíritu de lucha se vio reforzado por la codicia. Los nobles confederados, que habían perdido su voluntad de luchar y huir, ahora no eran más que un juego para los cazadores. Sin ningún lugar a donde ir, fueron capturados y destruidos al final de cada corto y desesperado contraataque.

Cuando el duque Braunschweig recobró la conciencia, no había ni una sola nave aliada en las cercanías de su buque insignia, y los innumerables puntos de luz que eran las flotas de Mittermeier y Reuentahl se le acercaban por detrás. Un violento impacto sacudió su barco cuando un solo proyectil voló completamente de su torreta de cañón trasera. La azote de un rayo de energía rozó el cuerpo de su nave, raspando una pared exterior y levantando olas de polvo metálico. La gigantesca e invisible mano de la muerte se había apoderado de su nave.


En ese momento, una enorme pared de luz apareció delante de él. Merkatz, oculto en la retaguardia, bañó al enemigo perseguidor con voleas a corta distancia. Mittermeier y Reuentahl se apresuraron a dar órdenes de retroceder, pero la intensidad de su carga y la mentalidad de sus oficiales, cuya voluntad de luchar superaba con creces su calma, hizo que la orden fuera parcialmente desatendida.
Viendo la repentina confusión de su enemigo, Merkatz dio órdenes a su flota, que estaba en perfecta formación para atacar. Sin buques de guerra más grandes a su disposición, su fuerza de destructores, torpederos y valquirias monoplaza era la más adecuada para el combate cuerpo a cuerpo.
Éstos rompieron las confusas fuerzas de Reinhard, destruyendo con la mayor precisión los barcos que habían sido forzados a una formación cerrada. Ahora eran las fuerzas de vanguardia de Reinhard las que tenían naves que estallaban en bolas de fuego. Era todo lo que podían hacer para defenderse, y la persecución ya no era posible.


Reuentahl y Mittermeier rechinaban los dientes, frustrados por haber perdido al duque Braunschweig después de acorralarlo tan bien y enojados por el lamentable estado de sus propias formaciones. Aún así, eran conscientes de la tontería que era dejarse llevar por las emociones en el calor de la batalla. Gritando ardientes palabras de reprimenda todo el tiempo, apuntalaron sus vulnerables filas de barcos, llamando a la retirada y reagrupación simultáneas. Para los comandantes mediocres, habría sido una tarea imposible.

Si Merkatz hubiera tenido la suficiente fuerza, podría haber llevado a estos dos grandes almirantes a la derrota total. Pero sus soldados eran pocos, y él mismo no albergaba tales ilusiones. Obedecería al Duque Braunschweig y se retiraría según las instrucciones.
«Merkatz tiene ciertamente la habilidad de sus años. Es tan fuerte como siempre.»
Así elogió el joven mariscal al almirante enemigo. En cualquier caso, el enemigo había sido llevado de vuelta a Gaiesburg. No había la más mínima necesidad de pánico.

VI

«¿Por qué no viniste en nuestra ayuda con más rapidez», gritó el duque Braunschweig cuando se encontró con Merkatz de nuevo. Estas eran las primeras palabras que salieron de su boca.
El rostro del distinguido almirante no cambió de color. Más bien, con una expresión que decía que se lo esperaba, inclinó la cabeza en silencio, incluso cuando los ojos del Teniente-comandante Schneider a su lado ardían de indignación y dio un paso adelante. El brazo de Schneider, sin embargo, fue tomado por la mano del oficial superior al que servía.
Cuando se retiraron a una habitación separada, Merkatz reprendió a su ayudante, que todavía temblaba de rabia.
«No te enfades tanto. El duque Braunschweig no está bien.»
«¿Bien?»
«Mentalmente hablando».


Según Merkatz lo veía, la patología del Duque Braunschweig era la de alguien cuyo orgullo se hería fácilmente. Probablemente ni siquiera él mismo era consciente de ello, pero creía que era una gran e infalible presencia, lo que le hacía imposible sentir gratitud hacia los demás. Tampoco podía reconocer las ideas de aquellos que pensaban de forma diferente a él. Para él, tales personas eran traidores, y cualquier consejo de ellos lo interpretaba como nada menos que una calumnia. Por consiguiente, aunque Streit y Ferner habían hecho planes en su nombre, no sólo sus ideas fueron rechazadas, sino que finalmente se vieron obligados a abandonar el bando de Braunschweig.
Un hombre de su disposición nunca reconocería que la sociedad prosperaba con ideas y valores dispares.
«Es una enfermedad que se mantiene viva por una tradición de privilegios para la nobleza, prolongada por cinco siglos. Se podría decir que el duque es una víctima. Si hubiera vivido hace cien años, ese camino podría haber funcionado. Es un hombre desafortunado».
Schneider, que aún era joven, no era tan tolerante ni tan resignado como su comandante. Se despidió de Merkatz y subió en ascensor a la sala de observación de la fortaleza. El brillo inorgánico de los cúmulos de estrellas superpuestos brillaba mucho más allá de la cúpula transparente.
«El Duque Braunschweig puede ser un hombre desafortunado. ¿Pero no lo son más, aquellos cuyo futuro está en sus manos…?»
A la desalentadora pregunta del joven oficial, las estrellas respondieron sólo con silencio.

Dentro de la Fortaleza Gaiesburg, había un hombre que había huido en la dirección opuesta al Duque Braunschweig y el resto de sus hombres. El Barón Scheidt, sobrino del Duque Braunschweig, había sido asignado para proteger y gobernar el planeta de Westerland en nombre de su tío.
Westerland era un mundo árido, carente de flora y agua, pero su población de dos millones de habitantes era bastante grande para un territorio tan remoto. La agricultura intensiva y la cosecha de minerales de tierras raras se llevaba a cabo en los pocos oasis que había. Si hubiera sido una época pacífica, podrían haber transportado un trillón de toneladas de agua a los lugares que la necesitaban, y el desarrollo habría florecido.
Aunque el Barón Scheidt no era un gobernante totalmente incompetente, su juventud le hizo bastante obstinado en lo que se refiere a la política. Y porque tenía toda la intención de seguir el ejemplo de su tío, su explotación de la población sólo se intensificó.
Hasta ahora, las cosas se habían mantenido así. Sin embargo, con el repentino ascenso al poder de Reinhard, incluso la población sabía que la correa de gobierno de la nobleza se había aflojado, dando lugar a una guerra civil. Conmocionado e indignado por el hecho de que la oposición popular estuviera ganando terreno, Scheidt trató de suprimir la resistencia, pero las presiones internas no hicieron más que aumentar.
Tras un ir y venir de más, por fin la población se rebeló a gran escala para compensar a Scheidt por su tiránico gobierno. Los pocos guardias que tenía fueron engullidos por la avalancha de ciudadanos furiosos. Scheidt escapó por sí mismo en una lanzadera, pero había sido gravemente herido, y murió por sus heridas poco después de su llegada a Gaiesburg.

«Esa chusma insolente… ¿Cómo se atreven a matar a mi sobrino con sus sucias manos?»

Qué fácil es que los privilegiados nieguen la existencia e individualidad de aquellos sin privilegios. El Duque Braunschweig no sólo no reconocía el derecho del pueblo a resistir el dominio opresivo, sino que ni siquiera reconocía su derecho a vivir sin el permiso de los nobles. Estaba seguro de que los enfermos y los ancianos, o los que no podían servir a la nobleza, no eran mejores que el ganado enfermo y, por lo tanto, su vida no tenía ningún valor.
Y pensar que tan bajos ingratos se habían opuesto a los altos nobles, ¡hasta el punto de matar a su propio sobrino! El duque Braunschweig estaba más que afligido y creía que su ira estaba perfectamente justificada.

Estaba decidido a hacer caer su autodenominada «espada de la justicia» sobre aquellos que lo habían agraviado.
«Lancen un ataque nuclear en Westerland de inmediato, y no dejen que ninguno de esos ingratos sobreviva».

No todos lo aprobaron. Esto se debió en parte a que un ataque nuclear significaba usar armas termonucleares, un método que conducía a una lluvia radiactiva generalizada que había sido un tabú desde que la Guerra de los Trece Días casi había acabado con toda la raza humana en la Tierra en la antigüedad
El Comodoro Ansbach, que lo sabía por su prudencia, trató de disuadir a su indignado líder.

«Es natural que se sienta enfadado, pero Westerland es territorio de Su Excelencia. ¿De qué serviría lanzar un ataque nuclear?»

El duque Braunschweig no respondió.

«Además, ahora que nos enfrentamos al Marqués Lohengramm, no tenemos suficiente fuerza militar. Matar a todos los habitantes es ir demasiado lejos. ¿Por qué no castigar a los cabecillas en su lugar?»

«¡Silencio!» rugió el duque. «Westerland es mi territorio. Por lo tanto, es mi derecho el volar a esos mentecatos como me parezca. ¿No masacró Rudolf el Grande a millones de insurgentes para poder sentar las bases del imperio?»

Al darse cuenta de que era inútil tratar de persuadirlo, Ansbach se despidió con un suspiro.

«La Dinastía Goldenbaum termina aquí. ¿Cómo puede seguir en pie cuando se corta sus propios miembros?»

En el momento en que estas palabras llegaron a oídos de Braunschweig por medio de un informante, el duque se enfureció e hizo que arrestaran a Ansbach, pero después de considerar sus logros y su popularidad, decidió mantenerlo confinado en lugar de ejecutarlo.

Merkatz solicitó una audiencia con el duque, esperando pedir la liberación de Ansbach y el fin de los planes de un ataque nuclear en Westerland, pero el duque no quiso oír hablar de ello.

El duque Braunschweig avanzó a la fase de ejecución de su plan de venganza.

VII

Un soldado de Westerland escapó de Gaiesburg y desertó al bando de Reinhard el día antes de que se llevara a cabo el ataque nuclear.

Al escucharle, Reinhard estaba a punto de enviar una flota a Westerland en un intento de prevenir el ataque cuando su Jefe de Estado Mayor, Oberstein le convenció de lo contrario.

«Yo digo que permitamos al duque Braunschweig, loco como está, llevar a cabo su atrocidad», dijo con frialdad. «Si lo grabamos en el acto, probaremos la barbarie de los nobles. Sin duda, esto hará que los ciudadanos y los soldados comunes bajo su control, sean deserten. Eso sería mucho más eficiente que interponerse en su camino y detener esto».

El joven rubio no conocía el miedo, y sin embargo retrocedió.

«¿Quieres que me quede al margen mientras mueren dos millones de personas, entre ellas mujeres y niños?»

«Si esta guerra civil se prolonga más tiempo, morirán más personas que eso. Y si los nobles ganan, este tipo de tragedia ocurrirá muchas veces. Y así, dejando que todo el imperio sepa de su brutalidad, mostraremos que no tienen derecho a gobernar el universo…»

«¿Así que sugieres que haga la vista gorda?»

«Hágalo por el bien de los veinticinco mil millones de ciudadanos del imperio, Su Excelencia. Y además, por el rápido establecimiento de su hegemonía».

«…lo entiendo.»

Reinhard asintió. Su rostro había perdido su brillo característico. Si tan sólo Kircheis hubiera estado a su lado. El nunca habría aconsejado medidas tan drásticas.

Había más de cincuenta oasis esparcidos por la superficie de Westerland. Excluyendo esos, sólo habían montañas de roca marrón rojiza, desiertos de color amarillo pálido y lagos salados blancos, lugares donde ningún alma residía; que se extendían hasta más allá del horizonte.

Esto significaba que golpearla con misiles nucleares podría lograr el genocidio completo de los dos millones de habitantes del planeta.

Ese día, se estaba llevando a cabo una reunión en uno de esos oasis. Aunque habían expulsado a los nobles por su propia fuerza, los insurgentes no tenían planes sobre qué hacer a continuación. ¿A dónde deberían ir desde aquí? ¿Cómo podrían asegurar la paz y la felicidad de su pueblo? Estas eran las principales preguntas de su agenda. Para aquellos que no se habían involucrado en un debate independiente durante tanto tiempo bajo un noble gobierno, la reunión era una enorme empresa y por lo tanto algo que celebrar.

«¿No es el Marqués Lohengramm un aliado del pueblo? Pidámosle que nos proteja».

Cuando se ofreció esa opinión, surgieron voces de aprobación de la multitud. Era su única esperanza. Cuando la charla se calmó, un niño pequeño en brazos de su madre señaló hacia el cielo.

«Mami, ¿qué es eso?»

La gente miró hacia arriba para ver un rayo de luz corriendo diagonalmente a través del cielo de cobalto.

Un flash blanco puro blanqueó toda la escena.

Inmediatamente después, una cúpula roja se elevó sobre el horizonte, expandiéndose rápidamente hasta una altura de diez mil metros antes de formar una nube en forma de hongo de ceniza sobrecalentada.

La onda expansiva llegó a ellos como un tsunami de intenso calor, viajando a setenta metros por segundo y superando temperaturas de 800 grados centígrados, quemando la capa superior del suelo, la escasa vegetación, los edificios y los cuerpos de las personas. La ropa y el pelo estallaron en llamas, y se formaron queloides en la piel burbujeante.

(Ndt: https://es.wikipedia.org/wiki/Queloide básicamente, es una lesion en la piel. En ese caso provocada por radiación)

Los gritos de niños quemándose vivos permanecían en el aire abrasador, y luego de repente se diluyeron en el silencio. Las voces de las madres gritando los nombres de sus hijos, de los padres temiendo por sus familias, se cortaron poco después.

Cantidades masivas de tierra volaron alto en el aire, convirtiéndose en una cascada de arena que se derramó sobre la tierra, proporcionando un entierro para dos millones de cadáveres carbonizados.

Los jóvenes oficiales que observaban el monitor se levantaron de sus asientos, sus rostros palidecieron mientras se balanceaban y comenzaron a vomitar en el suelo. Nadie podía culparlos. Todos estaban en silencio, con los ojos pegados a las imágenes enviadas por la sonda de reconocimiento. Sólo ahora se dieron cuenta de que no había nada que mancillara más las leyes del universo que los fuertes depredando a los débiles.

«Transmitiremos estas imágenes por todo el imperio. Incluso un niño comprenderá que la justicia está de nuestro lado. Los nobles han firmado su propia sentencia de muerte», explicó Oberstein con su monotonía habitual, a la que no hubo respuesta inmediata. «¿Qué sucede, Su Excelencia?»

La expresión de Reinhard estaba llena de tristeza.

«Me dijiste que apartara la mirada. Y esta tragedia es el resultado. No hay nada que hacer ahora, ¿pero no había realmente ninguna otra manera?»

«Tal vez la había, pero estaba más allá de mis posibilidades el llegar a ella. Como usted dice, no hay nada que hacer al respecto ahora. Debemos aprovechar al máximo esta situación».

Reinhard miró fijamente a su consejero principal. No estaba claro si el odio que hervía en sus ojos azules estaba dirigida a Oberstein o a él mismo.

Las imágenes de la tragedia de Westerland se transmitieron por via superlumínica, causando indignación y temblor en cada rincón del imperio.

El sentimiento popular comenzó rápidamente a desligarse del antiguo régimen aristocrático, e incluso los nobles comenzaron a fomentar la opinión de que el Duque Braunschweig estaba acabado.

Kircheis, que había conquistado las regiones fronterizas estelares, se dirigió a Gaiesburg para reunirse con Reinhard. Viendo esas imágenes, él también sintió una renovada ira hacia los nobles exaltados. Pero entonces, un día a mitad de viaje, la flota de WArlen capturó un transbordador. Llevaba sólo un oficial, que dijo que aunque había sido obligado a participar en el ataque nuclear de Westerland como subordinado del Duque Braunschweig, había desertado en el camino. Eso estaba bien, pero había una cosa que dijo que Kircheis no podía ignorar. Apenas creyendo a sus propios oídos, le preguntó en mayor profundidad.

«Diré esto todas las veces que deba. A pesar de ser informado de que las fuerzas nobles iban a masacrar a los dos millones de habitantes de Westerland, el Marqués Lohengramm los dejó morir, y todo por el bien de la propaganda.»

«Eso debe haber sido porque no creía en la información. ¿Hay alguna prueba de que el marqués dejó morir intencionadamente a la gente de Westerland?»

«¿Prueba?» dijo el oficial con una risa burlona. ¿No eran las imágenes que estaban transmitiendo por toda la galaxia prueba suficiente? ¿Fueron realmente grabadas por casualidad, tomadas desde una corta distancia por encima del planeta, en algún lugar de la estratosfera?

Kircheis despidió silenciosamente al desertor y pidió silencio a sus tropas. Era increíble, algo que no quería creer. ¿Pero era posible que fuera verdad?

«Me reuniré con Reinhard muy pronto. Y cuando lo haga, confirmaré la verdad por mí mismo.»

Y si lo hacía, Kircheis se preguntó, ¿entonces qué pasaría? Estaba bien si era un rumor falso. ¿Pero y si era la verdad?

No había una respuesta clara.

Hasta ahora, Reinhard y Kircheis habían compartido un mismo sentido de la justicia. ¿Llegaría el día en que pudieran divergir, aunque uno nunca pudiera existir sin el otro…?

Capítulo 7 ¿Victoria para quién?

I

Boris Konev, el joven comerciante independiente de Phezzan, no podía ocultar su mal humor. Había desafiado los peligros de atravesar un campo de batalla para transportar a la banda de peregrinos terrícolas, pero sus ganancias habían sido escasas, y una vez que saldó sus deudas, pagó los salarios de sus subordinados y atracó el Beryozka, la cantidad que quedaba después de restar sus propios gastos apenas alcanzaba para comprar diez centímetros cuadrados de casco de nave espacial.
«Parece que estás de mal humor», dijo el hombre de voz profunda de pie ante el escritorio.
Konev, nervioso, lo explicó.
«No, esta es sólo mi expresión normal. No tiene nada que ver con la presencia de Su Excelencia».
Esta última declaración estaba claramente diciendo demasiado, y el orador lo lamentó bastante, pero el hombre al que se le dijo -El terrateniente Rubinsky- no se ofendió visiblemente.
«Usted transportó a los seguidores de la fe terraísta a la Tierra, ¿correcto?»
«Sí».
«¿Qué piensas de ellos?»
«No sé mucho sobre ellos. Pero en cuanto a la religión en general, creo que es una terrible contradicción para los pobres creer en un Dios justo, dado que es más probable que Dios sea injusto, y por eso los pobres existen.»
«Hay alguna razón para ello. ¿No crees en Dios, entonces?»
«No, en lo más mínimo».
«Aha».
«Quienquiera que haya dado la cuenta de bienes llamada Dios fue el mayor estafador de toda la historia. Su creatividad es admirable, aunque sólo sea en términos de inteligencia comercial. En todas las naciones, desde la antigüedad hasta nuestra época, ¿no es cierto que los ricos siempre han sido la aristocracia, los terratenientes y las órdenes sacerdotales?»

El terrateniente Rubinsky miró al joven comerciante independiente con interés. Konev sintió una sensación espinosa. El terrateniente era un hombre de aspecto viril de unos cuarenta años, pero no tenía ni un pelo en la cabeza.

Era natural que ser mirado por este hombre tan inusual no fuera nada como, digamos, ser mirado por una mujer hermosa.
«Ese es un punto de vista bastante interesante. ¿Es tu propio punto de vista original?»
«No…»

Boris Konev hizo esta negación con un toque de arrepentimiento. «Desearía que así fuera, pero la mayor parte es sabiduría recibida. De mi infancia. Ya deben haber pasado dieciséis o diecisiete años desde entonces».
«Hmm».

«Crecí viajando de estrella en estrella con mi padre, pero en un momento dado, conocí a otro chico en circunstancias similares. El otro chico era dos años mayor, pero nos hicimos amigos. Sólo pasamos unos dos o tres meses juntos, pero era un chico que sabía muchas cosas y pensaba mucho. Todas esas eran cosas que ékl decía», explicó Konev.
«¿Cómo se llamaba?»
«Yang Wen-li».

La expresión de Konev era la de un mago que acaba de crear una nueva ilusión.
«He oído que ha encontrado trabajo en el poco apreciado campo del servicio militar, por el que un hombre libre como yo no puede evitar compadecerse de él.»
El joven capitán estaba algo decepcionado, ya que el terrateniente no mostró mucha sorpresa. Después de unos momentos de silencio, Rubinsky abrió solemnemente la boca.
«Capitán Boris Konev, el gobierno de Phezzan ha decidido delegarle un deber trascendental».

«¿Eh?» Konev parpadeó, más por precaución que por sorpresa. Llamado el «Zorro Negro de Phezzan» por el imperio y la alianza, este terrateniente llevaba dentro , dentro de su amplio y robusto físico, cálculos y estratagemas rodadas y dobladas sobre sí mismas como si fueran una masa de hojaldre, así eran los omnipresentes rumores. El propio Konev no pudo encontrar ningún motivo para negar estos rumores. Para empezar, este humilde comerciante ni siquiera sabía por qué había sido convocado por el terrateniente. No había sido por el bien de escuchar sus recuerdos. ¿Qué clase de deber quería delegar?
Cuando finalmente dejó las oficinas gubernamentales, Konev giró los brazos en círculos, como si tratara de quitarse de encima cadenas invisibles.

Un cachorro que estaba siendo paseado por una mujer mayor empezó a ladrarle con fuerza. Konev blandió un puño en dirección al cachorro y, ante los gritos de reproche de la mujer, se marchó con un andar bastante hosco. Cuando Konev volvió a su nave barco, una amplia sonrisa se extendió por el rostro envejecido del oficial Marinesk. Había habido un aviso, dijo, de la Comisión de Energía, declarando que ya no necesitarían preocuparse por el combustible para el Beryozka.
«¿Qué clase de magia ha usado exactamente, señor? Para una pequeña nave comercial como la nuestra, esto es nada menos que un milagro.»
«Me vendí al gobierno».
«¿Eh?»
«Si, al maldito Zorro Negro».
Fue Marinesk quien, en pánico, lanzó su mirada a su alrededor; el orador no hizo ningún esfuerzo por bajar la voz.

«Está tramando algún tipo de complot sucio, no hay duda de ello. Pero arrastrar a un ciudadano honrado a ella…»
«¿Qué pasó allí, señor? Dice que se vendió al gobierno. ¿Se ha convertido en un funcionario público?»
«¡¿Un funcionario?!» Al escuchar la forma única de Marinesk de expresar la situación, la expresión de enojo de Konev se suavizó.
«No hay duda de que soy un funcionario público. Me han convertido en un agente de inteligencia y me han dicho que vaya a los Planetas Libres».
«Oh-ho!

«Déjame decirte algo sobre el clan Konev … Hemos estado orgullosos de decir que en los últimos doscientos años, nuestra familia nunca ha producido un solo criminal o un solo político! » Konev empezó a gritar. «Hemos sido ciudadanos privados libres. ¡Ciudadanos privados libres, te digo! Y ahora mira lo que ha pasado… ¡Un espía, dice! ¡Así que ahora soy las dos cosas a la vez!»
«Es operativo de inteligencia, señor operativo de inteligencia».
«¡Cambiar las palabras no arregla nada! ¿Llamar al cáncer un resfriado lo convierte en un resfriado? Si digo que un león es una rata, ¿eso me evitará que me muerda la cabeza?»

Marinesk no respondió, pero para sí mismo pensó, «Bueno, esas son comparaciones horribles».
«Ya había sacado a relucir el hecho de que conocí a Yang Wen-li en mi infancia. Esto no es divertido. Tal vez, en cambio, le dé a Yang una pista hasta el último detalle de esto».
«Pero eso probablemente no será posible, señor.»
«¿Por qué no?»
«No es posible, señor. Hacerle agente de inteligencia no es todo lo que ocurre. Los ojos de alguien te estarán observando desde atrás. Alguien que observa y que reparte el castigo».
«Así que oigamos todos los detalles, por favor, señor.»

Los Marinesk habían hecho café. Tenía una acidez desagradable y fuerte; estaba claro, sin preguntar, que era de los baratos. Saboreando cada sorbo, Marinesk hizo que durara el doble de tiempo que Konev, mientras escuchaba cómo estaban las cosas.

«Ya veo. Pero si me permite decirlo, Capitán, no había necesidad de mencionar el nombre de Yang Wen-li delante de Su Excelencia el terrateniente. Por supuesto, es probable que si no lo hubiera mencionado, la otra parte habría abordado el tema en cualquier caso.»

«Lo sé. Los labios sueltos hunden naves. Quiero ser más comedido en el futuro».


Disgustado consigo mismo, Konev reconoció su error. Aún así, esto no significaba que justificara o aceptara las directivas de Rubinsky. Aunque fueran invisibles, las cadenas eran cadenas, y ser incapaz de hacer dinero no era nada comparado con la incomodidad de estar atado a ellas.
Si la existencia de Boris Konev como ser humano tenía algún tipo de valor, radicaba en que era un hombre libre, independiente y sin restricciones. Rubinsky, terrateniente de Phezzan, había pisoteado sin cuidado esa fuente de orgullo¡. Lo que era aún peor era que Rubinsky pensaba en esto, perversamente, como un favor que estaba dispensando!
Los seres humanos que poseían el poder aparentemente pensaron que era un gran privilegio para un ciudadano estar involucrado periféricamente con los mecanismos de ese poder. Parecía que incluso un hombre tan formidable como Rubinsky no podía librarse de esta ilusión.
Y entonces… ¿por qué no dejarle creer en esa ilusión por el momento? Konev sonrió con sarcasmo.
Marinesk, mirando a su joven capitán con un ojo atento, cogió la tetera.

«¿Qué tal una taza más de café?»


II

A principios de agosto, Yang Wen-li, que había llegado a las afueras de la Región Estelar de Barlat, posicionó su flota y observó la oportunidad de avanzar sobre Heinessen. La distancia a Heinessen era de seis horas-luz, aproximadamente 6.500 millones de kilómetros. Para una flota que astronavegaba el espacio interestelar, esto podría llamarse una distancia muy muy cercana.

El hecho de que Yang hubiera avanzado a esta distancia no sólo tenía un significado militar sino también político.
Significaba que el Congreso Militar para el Rescate de la República, que ocupaba Heinessen, no ejercía ningún poder político más allá del nivel planetario y era incapaz de ejercer un control efectivo incluso sobre la Región Estelar de Barlat. Con la derrota de la Undécima Flota, habían perdido su capacidad militar en el espacio interestelar.

Por las razones anteriores, la derrota total del Congreso Militar, el fracaso del golpe y el restablecimiento del orden según la Carta de la Alianza eran sólo cuestión de tiempo. A través de sus acciones, Yang había hecho alarde de estas realidades a toda la alianza.
El efecto fue profundo. El renombre de Yang, que él mismo llamaría fama vacía, sirvió, por supuesto, para amplificarlo . Aquellos que hasta entonces habían estado indecisos sobre si apoyar al Alto Consejo o al golpe de estado habían dejado claras sus lealtades, acudiendo en masa al lado de Yang desde varios cuerpos de guardia planetarios, patrullas de guarnición locales y retirados, oficiales y alistados, e incluso civiles que esperaban participar en las fuerzas voluntarias bajo Yang.

Naturalmente, la organización de las fuerzas voluntarias no fue fácil. A Yang no le gustaba involucrar a los civiles en la guerra. Sentía que la composición psicológica de los civiles que querían tener algo que ver con la guerra era cuestionable, pero no podía negarles sus intenciones libremente elegidas. Incluso llegaron a sacar a relucir la disposición del «Derecho de Resistencia» de la Carta de la Alianza, el derecho de los ciudadanos a usar la fuerza para resistir los usos injustos del poder, para anular la vacilación del joven comandante.


En ese momento, Yang decidió añadir restricciones de edad a los requisitos para unirse al cuerpo de voluntarios. Intentó excluir a los menores de dieciocho años o a los mayores de cincuenta y cinco, pero las personas mayores que no parecían tener menos de ochenta años insistieron en que tenían cincuenta y cinco y, en el otro extremo, los aspirantes de diecisiete años que habían visto a Julián y no podían creer en absoluto que era mayor que ellos se volvieron contra los oficiales a cargo, forzando una risa irónica en la teniente Frederica Greenhill mientras decía: «Bueno, esto no es fácil».


Le dio placer a Yang cuando el mariscal retirado Sidney Stolet, ex director del Cuartel General Operativo Conjunto, le dio su apoyo. Había sido director de la Academia de Oficiales cuando Yang era estudiante. Por un lado, Yang lo admiraba, pero también conservaba la impresión de que Stolet era un hueso duro de roer. Yang se alegró de haber evitado que se convirtiera en su enemigo. Que eso sucediera con el Almirante Greenhill ya era un problema más que suficiente.


Incluso había mucha gente que había mostrado previamente su simpatía (de palabra o de hecho) al Congreso Militar de Rescate de la República que vino a unirse. Esto fue en parte el resultado de que la Masacre del Estadio se diera a conocer; estas voces se hicieron notorias al criticar a la facción del golpe de Estado. El serio Jefe del Estado Mayor Murai criticó caústicamente su deserción y su comportamiento oportunista, pero Yang dijo,

«Todo el mundo trata de asegurar su propia seguridad física. Si yo estuviera en una posición de menos responsabilidad, incluso yo podría haber pensado en ponerme del lado de la facción que llevaba la delantera.»
Mirando la historia, la gente que vivió en épocas de agitación siempre había hecho lo mismo. Si no lo hacían, no sobrevivían, y podías llamarlo «la habilidad de leer una situación» o «flexibilidad», la práctica no era nada condenable . Por el contrario, El bien llamado «convicciones inquebrantables» había causado con mayor frecuencia daños a los demás y a las sociedades.
Después de descartar el sistema de gobierno republicano a favor del Imperio Galáctico monárquico, Rudolf von Goldenbaum, asesino de 4.000 millones de ciudadanos que se oponían a un gobierno autocrático, no era el mejor en cuanto a fuerza de convicciones. Aquellos en la facción del golpe de estado que ahora controlaban Heinessen también actuaban presumiblemente por convicción.

En la historia de la humanidad, no ha habido batallas decisivas entre el bien y el mal absolutos. Lo que había ocurrido era una lucha entre un bien subjetivo y otro bien subjetivo, conflictos entre un lado y otro, ambos igualmente convencidos de tener la razón. Incluso en los casos de guerras unilaterales de agresión, el agresor siempre creyó que estaba en lo correcto. Así, la humanidad estaba en un constante estado de guerra. Mientras los seres humanos siguieran creyendo en Dios y en la justicia, no había posibilidad de que la lucha desapareciera.
En cuanto a la convicción, a Yang se le ponían los pelos de punta al escuchar las palabras «creer en la victoria a toda costa».

«Si uno puede ganar en virtud de la creencia, entonces nada puede ser más fácil, ya que todos quieren ganar», eran los pensamientos de Yang. Como él diría, la convicción no era más que una poderosa forma de deseo; no había una base objetiva para la idea de que influyera en los resultados. Cuanto más fuerte crecía, más estrecha era la perspectiva, hasta que se hizo imposible discernir con precisión lo que estaba pasando. En general, la convicción era una palabra embarazosa, y aunque su existencia en los diccionarios debe ser aceptada, no era una palabra que debiera ser pronunciada en serio. Cuando Yang lo decía, Julián respondía con diversión, «Entonces, ¿esa es la convicción de Su Excelencia?»

Naturalmente, no importa cómo Yang trató de expresar su respuesta, el chico ya se habría anticipado a los puntos que trataba de transmitir.

Aún así, el primer individuo de la historia en lanzar un asalto militar al planeta Heinessen, que había sido nombrado en honor al padre fundador de la alianza, no era del imperio.

«Es, sorprendentemente, Yang Wen-li- yo mismo.»

Yang dirigió una risa silenciosa a Julian. En su estado de ánimo actual, todo lo que podía hacer era reírse. En su convicción por un gobierno democrático, no dudó en tragarse su dolor y atacar a su propia patria… la estética de la tragedia que rodeaba el asunto no era palpable en él. Sin hacer ningún torpe intento de consolarlo, Julian respondió:

«No lances ningún asalto a la capital del Imperio Galáctico hasta que haya crecido lo suficiente como para valerme por mí mismo. No tardaré mucho».

¿»Sobre Odín»? Eso te lo dejo a ti. Atacar a Heinessen ya es demasiado para mí. Quiero retirarme rápidamente y comenzar la vida de jubilado con la que siempre he soñado.»

«Oh, así que en ese caso, puedo unirme al ejército, ¿verdad?»

Yang, nervioso, se retractó de lo que había dicho. Julian soñaba con ser un oficial al mando de grandes flotas en el espacio, pero Yang aún no había podido tomar una decisión al respecto. Dejando de lado el hecho de que se trataba de Julian, ¿no era la convención en sí misma, la lucha por la hegemonía a través de batallas decisivas entre grandes flotas, una reliquia del pasado? Últimamente, Yang había empezado a creer que sí.

Lo crucial era asegurar el espacio necesario en el momento necesario. Si un área particular del espacio podía ser utilizada en un momento determinado, eso era suficiente. Sólo porque algunos pretendían asegurar áreas del espacio a perpetuidad, las rutas se restringían, los espacios de batalla se delineaban y la lucha se hacía inevitable. ¿Pero no debería ser suficiente simplemente usar áreas sin enemigos, sólo durante los intervalos en los que el enemigo no estaba presente?

Yang, por el momento, había llamado a este concepto táctico «control del espacio» y quería sistematizarlo como un marco táctico. En cuanto a la flexibilidad y la racionalidad, estaba un paso por encima del actual pensamiento de «control del espacio» que dependía de las batallas entre flotas. No podía culpar a Schenkopp si se burlaba de él por ello. Yang, por todo lo que odiaba la guerra, no podía dejar de lado su entusiasmo por la táctica y la estrategia como un juego intelectual.

En esta momento, bajo la superficie del planeta Heinessen, un hombre tranquilizaba a sus camaradas.

«Aún no ha terminado», dijo solemnemente el Almirante Greenhill. «Todavía tenemos el Collar de Artemisa. Mientras esté ahí, ni siquiera el gran Yang Wen-li puede penetrar el campo gravitatorio de Heinessen». Viendo una pizca de brillo en los rostros de todos los reunidos, repitió su sentimiento: «Aún no estamos derrotados».

III

No hemos ganado todavía, pensó Yang, lanzando su mirada al hermoso planeta de jade que flotaba en la pantalla.

No prestó atención al Collar de Artemisa. Ya fuera armamento o fortaleza, nunca había temido al material, no importa lo formidable que fuera. Había muchos medios para dejar el Collar de Artemisa impotente. Tomar un planeta habitado por la fuerza militar no era una hazaña fácil. En sí mismo, era una gigantesca base de suministro y producción, y una fuerza que lo atacaba necesitaba enormes cantidades de municiones. En el período inicial previo a la batalla de Amritzer, las fuerzas de la alianza habían sido capaces de tomar el control de numerosos planetas habitados, pero eso sólo fue el resultado de la retirada estratégica de las fuerzas imperiales. Los planetas habían sido meros bocados dispersos a lo largo del camino hacia una trampa, y los habían engullido indiscriminadamente.

La situación de Heinessen no iba a ir tan bien. Pero la debilidad de Heinessen era su fe en su defensa, o sea , el Collar de Artemisa. Si el objeto de esa fe podía ser destrozado, la voluntad de resistir podría romperse en el mismo instante.

Doce satélites militares, que ofrecían una capacidad ofensiva omnidireccional de 360 grados. Doce esferas, completamente equipadas con armadura de espejo, equipadas con toda la gama de armamento, incluyendo cañones láser, cañones de rayos de partículas cargadas, cañones de rayos de neutrones, cañones infrarrojos, misiles termonucleares disparados por láser, armas electromagnéticas, y más aún, abastecidas por la luz del sol, con una cantidad infinita de energía. Un sistema de matanza masiva, tan bello como caro, esferas que brillan con un toque iridiscente sobre una base de plata.

Pero esos satélites probablemente serían destruidos por la mano de Yang Wen-li, sin que nunca se jactara de un solo momento de servicio distinguido. Aquello por lo que Yang sentía miedo eran los miles de millones de seres humanos, militares y civiles, del planeta Heinessen. Todos ellos podrían convertirse en valiosos rehenes de la facción golpista. Si esa facción amenazara con aniquilar el Planeta Heinessen y a todos sus habitantes con él… O si apuntaran con una bomba a la cabeza del Almirante Bucock y exigieran negociaciones…

Yang Wen-li tendría que claudicar.

No quería creer que el Almirante Greenhill llevaría las cosas tan lejos. Pero, de nuevo, la posición de Greenhill como una de las mentes maestras del golpe había sido más allá de lo que Yang imaginaba.

Ante esta eventualidad, Yang tuvo que tomar algún tipo de acción. ¿Qué se podría hacer para dar un golpe a su tenacidad y evitar que opusieran una resistencia inútil?

Este golpe -la intención de sus instigadores no obstante- había sido planeado por el Marqués Reinhard von Lohengramm del Imperio Galáctico. Yang tenía que sacar ese hecho a la luz del día.

No había ninguna prueba material. Pero una guerra civil a gran escala estaba sucediendo de hecho dentro del imperio. Usar eso como evidencia circunstancial debería ser posible. O tal vez la evidencia material podría ser descubierta después de sofocar el golpe. En cualquier caso, lo que Yang necesitaba era alguien a quien pudiera traer como testigo.

«Hay algo que me gustaría que hicieras».

«Estoy a su servicio, señor.» Mientras respondía, Bagdash echó un vistazo a la habitación y se sintió aliviado al ver que Julian no estaba allí. Era absurdo sentirse tan impotente ante ese apuesto joven, pero una vez que alguien te ha hecho caer, el recuerdo tiene un impacto duradero.

«¿Y qué es lo que te gustaría que hiciera? Me infiltraré en Heinessen si así lo ordena, señor…»

«¿Y correr directamente al lado del Almirante Greenhill?»

«Eso es injusto, señor.»

«Estoy bromeando. La verdad es que quiero llamarte como testigo».

¿»Un testigo»? ¿De qué?»

«Un testigo del hecho de que el Congreso Militar para el rescate del pequeño golpe de la República fue orquestado nada menos que por Reinhard von Lohengramm del Imperio Galáctico.»

Bagdash parpadeó varias veces. Cuando finalmente procesó lo que Yang estaba diciendo, su mandíbula se cayó al suelo . Miró al comandante como si de repente estuviera mirando a un hombre diferente.

«Se le ha ocurrido una idea extraordinaria, señor.»

Una maniobra propagandística para demoler completamente la legitimidad del golpe, así fue como Bagdash lo interpretó. No podía ser otra cosa.

«Es un hecho. No tenemos ninguna prueba material en este momento. Pero aún así, es un hecho.» Eso dijo Yang, pero la mirada de sorpresa y duda no dejó la cara de Bagdash. Yang estaba a punto de decir más pero luego se rindió al tratar de convencer al hombre.

«Bueno, como sea. Es comprensible si no puedes creerlo». Se sentía bastante apático. Era dudoso que alguien además de Bagdash creyera lo que Yang estaba diciendo. Los únicos que le creerían serían Bucock, que había oído esta afirmación de Yang antes de que el golpe hubiera ocurrido, y Julian. Se preguntaba si incluso Schenkopp y Frederica lo harían. Schenkopp podría mostrar su desagradable sonrisa y decir, «Es un tema de conversación bien inventado, pero es demasiado directo. Teniendo en cuenta su ligero exceso de optimismo, lo calificaría con 80 puntos».

Y Frederica podría objetar: «Por favor, no muestre tanto desdén por mi padre, señor. No hay forma de que se convierta en un peón del imperio».

Yang sacudió su cabeza una vez para alejar estos rostros que flotaban en el fondo de su mente. «De todos modos, voy a hacer que atestigüe esto. Si necesitas un guión detallado o pruebas materiales, las crearé para ti. Con mi reconocimiento de que no estamos jugando limpio. ¿Qué tal si lo haces tú?»

«Está bien. Soy un chaquetero. Haré lo que pueda para ser útil, señor». No era que la expresión de Yang o su voz se hubiera vuelto particularmente severa. Pero había algo en el hombre que hacía difícil que Bagdash se resistiera. Por el momento, al menos, Bagdash no tenía otra opción que confiar su destino a Yang.

Sintiendo una pizca de odio hacia sí mismo por haber forzado la obediencia de Bagdash, Yang llamó a la Teniente Frederica Greenhill.

«Quiero discutir las cuestiones tecnológicas sobre los métodos de ataque al Collar de Artemisa. Reúne a todos en la sala de conferencias».

«Sí, señor».

La tensión se mostraba en cada movimiento del cuerpo de Federica, provocada por el angustioso desafío de destruir esa docena de satélites militares, famosos por el poder incomparable que tenían. Solo que el coste podría ir más allá de lo imaginable. Pero, como si hubiera intuido sus pensamientos, Yang habló.

«No se preocupe, teniente Greenhill. Le prometo que no sacrificaremos ni un solo acorazado ni una sola vida humana para acabar con el Collar de Artemisa».

No es que Yang creyera que una victoria incruenta le ganaría una indulgencia por lo que estaba a punto de hacer…

La aparición del Comandante Bagdash en la pantalla del comunicador fue, para los asediados miembros del Congreso Militar para el Rescate de la República, una sorpresa extremadamente desagradable. Habiendo fallado en su vital tarea de asesinar a Yang Wen-li, había dejado a sus antiguos aliados en una posición peligrosa, y ahora, con su absurda afirmación de que el golpe se había producido gracias a las maquinaciones de Reinhard von Lohengramm, había socavado totalmente la rectitud de su causa.

«¡Ese desvergonzado traidor! Es increíble que Bagdash pueda mostrar su cara en público.» La voz enfurecida estaba teñida de tristeza. Los miembros del Congreso Militar sabían que no tenían forma de vengarse del traidor. También tenían que reconocer que incluso el Collar de Artemisa no podía hacer nada más que retrasar la fecha de su final y eventual derrota.

El Congreso Militar para el Rescate de la República ahora sólo controlaba la superficie del planeta Heinessen y una parte de su subsuelo. El espacio tridimensional estaba ahora completamente en manos de su adversario.

Ese adversario, ese comandante absurdamente joven llamado Yang Wen-li, había hecho que el golpe fuera un fracaso. Había derrotado a la Undécima Flota, robando al Congreso Militar la única capacidad militar interestelar que tenía, confinado el impacto del golpe al planeta de Heinessen, y atraído a la gente que habían tratado de seducir, a su propio campo. Sus hábiles acciones habían sido una maravilla para la vista. Pero hubo una queja que Greenhill tuvo que hacer con respecto al carácter de Yang.

«Puede que haya juzgado mal a Yang Wen-li. Que empleara una propaganda tan descarada, llamándonos peones del imperio… no había necesidad de mostrarnos ese grado de desprecio.»

Todo el grupo asintió con fuerza. Al ver esto, Greenhill continuó. «Empezamos esto nosotros mismos. Gracias al regreso del Contraalmirante Lynch de su cautiverio, que nos proporcionó un plan estratégico tan maravilloso. El Marqués Lohengramm no tuvo nada que ver con esto. Es así, ¿no es así, Lynch?»

Los ojos de Lynch, vidriosos por la borrachera, se volvieron rojos. Por la cara que puso, parecía como si hubiera sido atrapado por algún tipo de impulso poderoso.

«Me siento honrado por sus elogios, pero no fui yo quien ideó esa estrategia.»

«¿Qué?» Una ominosa mirada de duda se extendió oblicuamente por la cara del Almirante Greenhill. Después de unos segundos de vacilación, preguntó: «¿Entonces quién? ¿Quién ha ideado un plan tan logrado?»

Un considerable momento de silencio pasó entre esta pregunta y su respuesta.

«Fue ideado por la mente del Marqués Reinhard von Lohengramm, mariscal imperial del Imperio Galáctico».

«¡¿Qu-qué has dicho?!»

«Yang Wen-li» tiene razón. Este golpe fue idea del Marqués Lohengramm, el mismísimo mocoso de oro. Quería causar luchas internas dentro de la alianza mientras arreglaba las cosas con la aristocracia en la guerra civil del imperio. Todos ustedes han sido manipulados».

«¿Dices que nos has tenido bailando en la palma de la mano de Lohengramm todo el tiempo?» La voz del que preguntaba estaba ronca y rajada.

«Así es», se mofó Lynch, su voz llena de veneno. «Y todos ustedes hicieron una gran actuación para nosotros. Los idiotas como el Capitán Christian también lo hicieron, por supuesto, pero usted también, Almirante Greenhill.»

Llevado en el aire con un aliento que apestaba a alcohol, un diablillo invisible saltó por la habitación, pinchando los corazones con su lanza mientras iba. Alguien soltó un gemido.

«Echa un vistazo a esto. Es el plan estratégico que me dio el marqués Lohengramm». Una pequeña y delgada carpeta voló de la mano de Lynch y aterrizó secamente en en el escritorio. Greenhill la cogió y pasó las páginas.

«Pero, Arthur, ¿por qué te uniste a los planes de Lohengramm? ¿Qué te ofreció que era tan tentador? ¿Prometió hacerte almirante de la Armada Imperial?»

«También estaba eso…» El tono de Lynch tembló mientras hablaba; siguió subiendo y bajando abruptamente. El hombre mismo no hizo ningún esfuerzo visible para frenarla. «Pero eso no es todo. No voy a dar nombres, pero digamos que quería humillar a ciertas personas que están seguras de que siempre tienen la razón y nunca lo dudan. El tipo de humillación que nunca se puede explicar. En cuanto a lo que sería de mi hoja de servicios o incluso de mi vida, ya no me importaba un pimiento».

Los ojos rojos de Lynch bebían en el brillo de todas las expresiones de horror de los demás.

«¿Qué le parece, Almirante Greenhill? ¿Qué se siente al saber que este glorioso proyecto de ley llamado Congreso Militar para el Rescate de la República no era más que una herramienta para un ambicioso intrigante del imperio?»

Sus palabras se alejaron, convirtiéndose en una risa. Esa grotesca y arrítmica risa se comió como un ácido el espíritu de todos. Este hombre, que había arrastrado su propio nombre por el barro cuando huyó de El Facil, que había pasado nueve años en inexcusable disolución alcohólica, ¿había alimentado ese rencor, sin nadie a quien dirigirlo, todo ese tiempo?

«¡Señor Presidente! El ataque del enemigo ha comenzado», gritó el oficial de comunicaciones con voz firme. Esto descongeló la reunión congelada. Greenhill se dio la vuelta y soltó una voz como alguien que se despierta de una pesadilla.

«¿A cuál de los doce satélites están atacando?»

La nota de perplejidad en la respuesta fue clara. «… Están atacando a los doce a la vez, señor.»

El grupo reunido intercambió miradas. Había más desconcierto que sorpresa en sus caras. Los doce satélites, que se movían libremente en órbita, tenían la capacidad de defenderse y apoyarse unos a otros. Por esta razón, tenía sentido atacar varios satélites simultáneamente, aunque eso corría el riesgo de disipar la proyección de la fuerza. ¿Pero los doce a la vez? Eso desafiaba todo el sentido común. ¿En qué estaba pensando Yang Wen-li?

La pantalla se encendió, mostrando objetos moviéndose en trayectorias rectas a través del espacio hacia los satélites. Cuando la naturaleza de esos objetos se hizo evidente, un zumbido se extendió por la habitación.

«Hielo…» gimió el almirante Greenhill. Eran enormes bloques de hielo mucho más grandes que cualquier acorazado.

IV

Trescientos años atrás, en el Imperio galáctico.

En el séptimo planeta de la estrella altair, el gélido Altair 7, había un joven, creyente en el gobierno representativo, que había sido obligado a trabajar en la minería en condiciones equivalentes a la esclavitud. Su nombre era Arle Heinessen.

Anhelaba escapar del planeta y construir un nuevo estado entre las estrellas lejanas para los creyentes afines a él. Lo único que se interponía en su camino era la falta de materiales para construir una nave estelar y llevar a la gente allí.

Un día, Heinessen vio a un niño jugando con una nave de juguete, tallada en hielo, que el niño había hecho. El joven fue golpeado con una revelación

Construyó una nave espacial a partir del inagotable suministro de hielo seco natural de Altair-7 y luego se embarcó en un largo, largo viaje que se extendió a lo largo de cincuenta años de tiempo y diez mil años-luz de distancia.

Esa fue la brillante leyenda de Arle Heinessen, padre de la Alianza de los Planetas Libres.

«Aprendí esta táctica de la historia de nuestro padre fundador, Heinessen». Yang dijo esto no por orgullo, sino como un poco de humor irónico.

El plan era el siguiente:

Srinagar, el sexto planeta del sistema Barlat, era un mundo de hielo gélido. De su superficie se tallarían una docena de bloques de hielo cilíndricos. Cada bloque tendría un volumen de un kilómetro cúbico y una masa de mil millones de toneladas.

Estos cilindros de hielo tallados serían transportados al espacio de gravedad cero, donde la temperatura se acercaría a los 273,15 grados centígrados bajo cero- El cero absoluto.

En este punto, los núcleos centrales serían perforados por láser, y se instalarían motores de Bussard dentro.

Estos motores proyectarían un gigantesco campo magnético en forma de cesta delante del cilindro para capturar la materia interestelar ionizada y cargada. A medida que esa materia se acercara al cilindro de hielo, se comprimiría y calentaría, y en un lapso de tiempo extremadamente corto, lograría las condiciones para que se produjera la fusión nuclear dentro del motor. Al ser expulsada por la parte trasera del cilindro, el escape estaría a un nivel de energía mucho mayor que cuando había entrado por la parte delantera.

Durante este tiempo, la nave de hielo sin tripulación aceleraría continuamente, sin cesar, y cuanto más se acercaran a la velocidad de la luz, más eficientemente atraerían la materia interplanetaria. De esta manera, las naves de hielo alcanzarían velocidades casi lumínicas.

Ahora, en este punto, recordemos un hecho básico de la teoría de la relatividad: a medida que la materia se acerca a la velocidad de la luz, su masa efectiva aumenta.

Por ejemplo, la masa de una nave que vuela al 99,9% de la velocidad de la luz aumenta hasta aproximadamente 22 veces su masa original. A un 99,99% de la velocidad de la luz, alcanza 70 veces su valor original, y a un 99,999%, se convierte en 223 veces mayor.

Un trozo de hielo de mil millones de toneladas, cuya masa se incrementa 223 veces, alcanza una masa de 223 mil millones de toneladas. ¿Qué pasaría si un trozo de hielo con la misma masa de tres millones de edificios de sesenta pisos combinados chocara con algo a casi la velocidad de la luz? Los satélites militares que componían el Collar de Artemisa serían pulverizados, sin que quedara ni un solo fragmento.

Sin embargo, para evitar que estos trozos de hielo chocaran con el planeta Heinessen propiamente dicho, sus vectores de movimiento tenían que calculados con sumo cuidado. Como los doce satélites y los doce bloques de hielo no estaban tripulados, no se derramaría ni una sola gota de sangre.

«¿Alguna pregunta?»

Schenkopp aplaudió suavemente en respuesta.

«¿No le importa que destruyamos a los doce?» preguntó, sugiriendo irónicamente que sería mejor dejar un puñado para el futuro.

«No me molesta ni un poco. Vamos a aplastarlos a todos». Yang apartó el tema sin dudarlo. El Collar de Artemisa, Yang creía que era una de las razones por las que la gente se había engañado a pensar que este golpe tendría éxito.

Este collar simbolizaba una forma vergonzosa de pensar: que Heinessen podría sobrevivir solo, incluso si todos los demás sistemas estelares y todos los demás planetas estaban sometidos al control del enemigo. Pero si un asalto enemigo llegaba hasta aquí, significaría que la alianza estaba a un paso de la derrota total. Lo mejor sería no dejar nunca que una invasión enemiga avanzase tanto, y la primera consideración para ello deberían ser los esfuerzos políticos y diplomáticos para evitar la guerra desde el principio.

La dependencia del material militar para mantener la paz no era más que el producto de las pesadillas de los militaristas empedernidos. Ese tipo de pensamiento estaba al nivel de algún programa de acción de solivisión para niños pequeños. Un día, horribles y belicosos alienígenas, sin razón o causa, invadían repentinamente desde los confines del universo, así que los humanos amantes de la paz y la justicia no tenían otra opción que luchar. Y para ello, se necesitaban armas poderosas y enormes instalaciones- Eso se decía.

Cada vez que veía ese enjambre de satélites rodeando ese hermoso planeta, Yang se ponía de mal humor, asociándolo con una serpiente que se estrechaba alrededor de la garganta de una diosa.

En resumen, a Yang no le había gustado la bisutería barata que era el Collar de Artemisa durante mucho tiempo, y quería aprovechar esta oportunidad para hacerlo pedazos, con la ventaja añadida de ofrecer terapia de choque al los sectarios de las armas. Había pensado en varias formas de hacer que el Collar de Artemisa fuera impotente. Pero por estas razones, Yang había elegido el método más espectacular de todos.

El plan se puso en marcha

Los doce gigantescos bloques de hielo se precipitaron hacia los doce satélites militares.

Era una visión que despertaba la imaginación. A medida que aumentaba su velocidad, los cilindros congelados ganaban en masa, convirtiéndose en armas cada vez más poderosas. Los sistemas de reconocimiento por radar y sensores con los que estaban equipados los satélites se centraron en los bloques de hielo que se cerraban rápidamente. No eran ni ondas de energía ni objetos metálicos, sino más bien compuestos de hidrógeno y oxígeno, en sí mismos e inofensivos. Aún así, su masa y velocidad se consideraron factores de amenaza, y las computadoras de los satélites entraron en acción.

Un cañón láser fijó su mira en un bloque de hielo y disparó una columna de energía sobrecalentada. Un agujero perfectamente circular de tres metros de diámetro se abrió en la pared de hielo. Sin embargo, ni siquiera un cañón láser de alta potencia podría atravesar todo el hielo. La estricta unidireccionalidad del láser impidió la propagación del efecto destructivo, llevando, por el contrario, a resultados negativos. Pero eso no fue todo: una porción del hielo también se vaporizó, generando una gran cantidad de vapor, lo que le robó al láser la energía térmica. Es más, en un vacío cero absoluto, el vapor se recongeló inmediatamente tan pronto como se formó, transformándose en una nube de cristales de hielo que, de acuerdo con la ley de la inercia, continuó avanzando a velocidades casi luminosas. Aunque se dispararon misiles y los destellos de sus detonaciones iluminaron la superficie de la masa helada, éstos tampoco tuvieron un efecto visible, ya que fueron destrozados por el paso de los cristales antes de golpear la masa central.

En el puente del buque insignia de Yang, el Hyperion, la tripulación observó muda este espectáculo, y la cabeza del oficial de comunicaciones estaba zambullida en la gran cantidad de números cambiantes que mostraba el lector de masas. Cuanto más se acercaban los misiles de hielo a la velocidad de la luz, más aumentaba su masa.

Chocaron.

El hielo se rompió. También lo hicieron los satélites. Los fragmentos de hielo bailaron en el vacío, reflejando la luz del sol y la luz planetaria, proyectando un brillo deslumbrante por todo el espacio circundante. Todos y cada uno de los fragmentos de hielo tenían cientos de toneladas de masa. Pero mientras brillaban hermosamente en la pantalla, uno podía creer que eran más ligeros que los copos de nieve. Los fragmentos rotos del satélite ya eran indistinguibles.

V

«Aniquilado… El Collar de Artemisa… no queda ni un solo satélite… Ha sido aniquilado…»

En un estado de distracción, el oficial de comunicaciones seguía repitiendo la palabra «aniquilado». Los miembros del Congreso Militar para el Rescate de la República se quedaron paralizados, como si se hubieran transformado en estatuas de sal.

Empezaban a creer que sólo la palabra resonaría en sus oídos para siempre cuando llegara otro sonido, como el de un objeto pesado golpeando el suelo. Greenhill se había desplomado en su silla. En medio de las miradas concentradas de sus camaradas, expresó con voz ronca:

«Todo ha terminado. Nuestra revolución militar ha fracasado. Hemos perdido. Admitámoslo».

Después de un intervalo de unos segundos, surgió un grito de oposición. El capitán Evens levantó la voz e intentó animar a sus co-conspiradores.

«No, no ha terminado», insistió el capitán. «Tenemos rehenes. Los mil millones de ciudadanos de Heinessen siguen en nuestras manos». Golpeó su palma abierta contra la mesa. «Además, hemos capturado al director del Cuartel General de Operaciones Conjuntas y al comandante en jefe de la armada espacial. Dependiendo de las condiciones, hay una posibilidad de que aún podamos negociar. Aún es demasiado pronto para rendirse.»

«Tenemos que dejarlo. Cualquier resistencia más allá de esto no sólo será inútil, sino que perjudicará el proceso de reconciliación entre el gobierno y los ciudadanos. Ya ha terminado. Al menos afrontemos el telón de cierre con elegancia».

Los hombros del capitán cayeron, y una voz débil se filtró entre sus labios de color. «Entonces, ¿qué vamos a hacer ahora? ¿Rendirnos y ser juzgados?»

«Aquellos que deseen hacerlo son bienvenidos. Elegiré para mi una ruta diferente, pero hay algo que tengo que hacer antes. No podemos dejar pruebas o testigos que atestigüen que nuestro noble levantamiento fue orquestado por un ambicioso titiritero del imperio».

Los ojos de Greenhill miraban con asco a Lynch.

«Contralmirante Lynch, tenía grandes expectativas para usted desde el principio de su carrera, desde que estaba dos clases por detrás de mí en la Academia de Oficiales. El incidente en El Facil fue lamentable. Por eso te tomé bajo mi ala en esto, pensando que podríamos restaurar tu reputación, pero…»

«No sabes juzgar a las personas», señaló fríamente el ex contra-almirante borracho.

La cara del almirante Greenhill cambió de color. Furia, desesperación, derrota, aborrecimiento, todas estas emociones se fusionaron, armonizándose; uno podría pensar que algo había explotado dentro de él.

Dos destellos de luz se dispararon a través de la habitación. Uno fue desapareció en el espacio entre las cejas de Greenhill; el otro rozó la oreja izquierda de Lynch, cortando una porción de piel y carne. A pesar de su llanto, múltiples estallidos de luz desde delante, desde atrás, desde la izquierda y la derecha perforaron estrechos túneles ardientes en el cuerpo de Lynch. Unos segundos después de Greenhill, él también se derrumbó en el suelo.

«Tontos…»

El contralmirante Lynch escupió su última risa con burbujas de sangre y miró a los oficiales que le habían disparado.

«Acabo de salvar el honor de Greenhill, ¿no creeis? En lugar de vivir… ser llevado a juicio, probablemente era mejor… que el bastardo muriera… El honor… es algo tan estúpido».

Una burbuja de sangre estalló, y una película comenzó a formarse sobre sus dos ojos abiertos. Caminando y escupiendo sobre la cara de Lynch, el capitán Evens gritó: «Quemad esa repugnante carpeta, hasta que sea cenizas. Desháganse del cadáver de Lynch. Desháganse de todo lo que pueda comprometer la justicia de nuestra causa».

«La flota del Almirante Yang se ha desplegado en órbita», dijo el oficial de comunicaciones con voz chillona. «Están a punto de comenzar las operaciones de aterrizaje. ¿Qué vamos a hacer?»

Evens se tocaba la frente con la mano , pero ahora asentía con la cabeza como si hubiera tomado una decisión.

«Abre un canal. Hablaré con el Almirante Yang.»

Pronto, la figura del joven almirante apareció en la pantalla, con su boina militar negra ligeramente inclinada. Su personal estaba parado justo detrás de él, y entre ellos estaba el rostro de la hija del Almirante Greenhill. Evens hizo un pequeño gesto de dolor.

«Soy el capitán Evens. Como presidente en funciones del Congreso Militar para el Rescate de la República, solicito permiso para hablar. No hay necesidad de un asalto. Sabemos que estamos derrotados y hemos tomado la decisión de renunciar a cualquier resistencia inútil. Todo ha terminado».

«Eso está bien, pero…» Naturalmente, Yang tenía algunas dudas. «¿Qué pasó con el presidente de su Congreso Militar, el Almirante Greenhill? No lo veo allí.»

Después de un respiro, Evens respondió.

«Su Excelencia se quitó la vida. Fue un final espléndido».

Al oír esto, Frederica Greenhill soltó un bajo lamento y se cubrió la boca con una mano. Sus hombros temblaban.

«Almirante Yang, nuestros objetivos eran limpiar el gobierno de nuestra república democrática y expurgar del universo el despotismo del Imperio Galáctico. Es lamentable que no hayamos podido realizar estos ideales. Almirante Yang, el resultado final de todo esto es que ha prestado su fuerza a la continua existencia del despotismo.»

«¿Qué es el despotismo? ¿No es cuando los funcionarios del gobierno no elegidos por la ciudadanía roban al pueblo su libertad y tratan de controlarlo a través de la fuerza y la violencia? Eso es, en resumen, exactamente lo que todos ustedes han hecho aquí en Heinessen.»

Silencio.

«Sois vosotros, nobles soldados, los déspotas. ¿Me equivoco?» La voz de Yang era suave, pero no había perdón en las palabras que dijo.

«¡Estás equivocado!»

«¿En qué me equivoco?»

«Lo que queríamos no era poder para nosotros mismos. Esto era un recurso temporal. Era una forma provisional de gobierno que debía estar vigente sólo hasta que nuestra patria fuera rescatada de su corrupto gobierno y el imperio fuera derrocado».

«Un recurso temporal…» Yang murmuró con una ligera amargura. En aras de la autojustificación, cualquier excusa podría ser utilizada. Sin embargo, aunque fuera un recurso temporal, ¿cuántos sacrificios habrían exigido?

«Si puedo preguntar, hemos estado luchando contra el imperio durante mucho tiempo – 150 años – y no hemos logrado derrocarlo. Podríamos quemar otros 150 años después de esto y aún así no ser capaces de derrocarlo. Después de que eso haya sucedido, y su grupo se haya aferrado a sus posiciones de poder todo ese tiempo y todo ese tiempo haya continuado privando a los ciudadanos de sus libertades, ¿insistirá usted incluso entonces en que esto era una medida temporal?»

El capitán Evens vaciló en su respuesta. Pero luego cambió de dirección e intentó una refutación. «Todo el mundo sabe lo corrupto que es el gobierno actual. Para corregir eso, ¿qué otros métodos había disponibles?»

«Un gobierno corrupto no se reduce a que los políticos acepten sobornos. Eso no es más que corrupción individual. Lo que yo llamaría un gobierno corrupto es una situación en la que incluso si un político acepta un soborno, está por encima de las críticas por hacerlo. Su grupo proclamó la regulación de la libertad de expresión. ¿No cree que sólo con eso ha perdido los fundamentos para censurar a los déspotas del imperio y al actual gobierno de la alianza?»

«Estábamos poniendo nuestras vidas y nuestras reputaciones en juego…» La voz del capitán Evens se desvió hacia la rigidez. «En este punto, no permitiré que nadie nos calumnie. A nuestra causa no le faltaba rectitud. Sólo nos faltaba un poco de suerte y la capacidad de implementar nuestro plan. Eso era todo».

«capitán Evens…»

«¡Viva la revolución militar!»

La pantalla de comunicaciones se volvió gris.

El Jefe del Estado Mayor Murai dejó escapar un suspiro. «Nunca admitió su error, hasta el último momento».

«A cada uno su propio sentido de la rectitud», respondió Yang con tristeza y le dijo a Schenkopp que los preparara para el aterrizaje. Así la Flota Yang llevó a cabo su aterrizaje en la superficie de Heinessen, sin derramar una sola gota de sangre.

A la luz de su posición y circunstancias, la falta de ceremonia de Yang rayaba en lo absurdo. Se movió con rapidez por sí mismo, haciendo que sus subordinados se preocuparan por su seguridad, tanto más cuanto que era difícil juzgar dónde podrían estar acechando los restantes partisanos de la facción golpista.

Haciendo caso omiso de los ruidosos llamamientos del Jefe del Estado Mayor Murai a la cautela, Yang procedió por su cuenta al Cuartel General de Operaciones Conjuntas y discutió la ubicación del confinamiento del Almirante Bucock con los suboficiales rendidos. En poco tiempo, Yang lo liberó y lo envió a un hospital.

El anciano almirante se había debilitado físicamente durante sus cuatro meses de encarcelamiento, y sin embargo la fuerte luz de sus ojos y la claridad de su discurso tranquilizaron a Yang.

«Estoy completamente avergonzado», dijo Bucock. «No te he servido de nada, ni siquiera con la información que me diste.»

«No, en absoluto. Yo soy el que te ha hecho las cosas miserables por haber tardado tanto. ¿Hay algo que necesites?»

«Bueno, por el momento, me encantaría un trago de whisky.»

«Haré que traigan una botella de inmediato».

«¿Qué le pasó al Almirante Greenhill?»

«Está muerto».

«¿Lo está? Huh. Así que este viejo ha sobrevivido a otro joven más.»

Yang estaba agradecido de que el Almirante Greenhill hubiera tenido la decencia de no tomar ningún rehén -oficiales superiores o ciudadanos- con él. Sin embargo, se sintió menos cuando liberó a Dawson, el director en funciones del Cuartel General Operativo Conjunto.

Una montaña de asuntos que necesitaban ser resueltos después del incidente se cernía sobre Yang.

Necesitaba informar a toda la alianza del fracaso del golpe y el restablecimiento de la Carta de la Alianza, evaluar los daños, arrestar a los miembros supervivientes del Congreso Militar para el Rescate de la República, y hacer que se hicieran informes de la autopsia de los muertos, incluyendo al Almirante Greenhill y al Capitán Evens. Cuando lo pensó, también habían otras cosas. A Yang le dolía la cabeza.

En ese momento, sin embargo, los ojos de Yang se abrieron a la verdadera competencia de su ayudante, Frederica Greenhill. Justo después de enterarse de la muerte de su padre, ella le dijo a Yang, «¿Puede darme una, dos horas, señor? Sé que puedo recuperarme de esto, pero ahora mismo, no puedo. Así que…»

Yang había asentido con la cabeza. Cuando le informaron que Jessica Edwards había estado entre los masacrados, también se vio obligado a calcular el tiempo que le llevaría recuperarse. Yang no creía que su padre se hubiera suicidado. No había manera de que hubiera puesto la boca del arma entre sus ojos y apretado el gatillo. Probablemente había sido asesinado a tiros por otra persona. Sin embargo, este era un pensamiento que no necesitaba ser pronunciado en voz alta.

Cuando Frederica estaba a punto de despedirse, el joven almirante dijo: «Teniente, ¿cómo puedo decir esto? No se desanime».

Fue capaz de hacer que una vasta fuerza de un millón, de diez millones, se moviera tal y como él lo ordenase en un espacio de batalla estelar. Pero había momentos en los que ni siquiera era capaz de controlar su propia lengua adecuadamente.Una vez que pasaron dos horas, Frederica, habiendo salido de su habitación, comenzó su trabajo con la gracia de un río que fluye rápidamente. Una montaña de archivos firmados como «completados» comenzaron a formarse frente a Yang. Mientras escudriñaba las páginas, impresionado, vio que su destreza llegó a seleccionar el curso del desfile de la victoria e incluso a fijar la hora del mismo. Tal vez ese arduo trabajo fue, por el momento, su salvación.

Llegó la noticia de Schenkopp, que había salido a patrullar la ciudad. Dijo que Julián había encontrado a alguien responsable del incidente. A Yang, que se preguntaba en voz alta quién era, le dijo: «Probablemente ni siquiera quiera oír su nombre, pero es el presidente del Alto Consejo, señor».

Era un nombre que Yang odiaba oír. Se decía que Job Trünicht, reportado como desaparecido desde antes del golpe, había aparecido. Julian, que había acompañado al almirante Bucock al hospital, estaba de regreso a Yang cuando su vehículo fue llamado a detenerse cerca de un viejo edificio.

«Y-usted es…» Al ver quién se dirigía a él, el joven tartamudeó. El individuo al que su tutor odiaba más que a ningún otro en el mundo estaba allí, sonriéndole.

«Por supuesto que me reconoces», dijo Job Trünicht, presidente del Alto Consejo de la Alianza de Planetas Libres, con voz suave. «Soy el jefe de estado».

Julian sintió un escalofrío en su columna vertebral. Los sentimientos del chico habían sido fuertemente influenciados por Yang.

«Tú eres Julian, ¿verdad? El pupilo del almirante Yang. He oído que eres un joven con un futuro prometedor».

Julián se quedó en silencio e inclinó la cabeza sólo por cortesía. Se sintió más cauteloso que sorprendido al saber que ese hombre conocía su existencia. Detrás de Trünicht se reunieron cinco personas, hombres y mujeres. Sus expresiones no tenían ningún tipo de alegría.

«Estas buenas personas son miembros de la Iglesia de la Tierra que me han protegido. He estado encerrado en su iglesia clandestina, haciendo todo lo posible por derrocar a esos tiranos militaristas todo el tiempo.»

¿Esfuerzos? ¿Qué esfuerzos has estado haciendo? ¿No te has estado escondiendo en un lugar seguro todo el tiempo? ¿No has salido de su escondrijo ahora que todo ha terminado? Eso es lo que Julian quería decir, pero pensó en la posición de Yang y guardó silencio.

«Bueno, entonces, Escóltame a mi residencia oficial. Tengo a toda una ciudadanía que animar con la buena noticia de que estoy ileso».

Sin otra opción, Julian dejó al presidente entrar en el vagón de tierra. Después de un corto viaje, empujó a Trünicht sobre Schenkopp y sus subordinados, que estaban apostados frente a la residencia oficial.

«Vaya, vaya. Un desastre termina y otro toma su lugar», dijo Yang encogiéndose de hombros, pero algo en su interior no le permitía reírse del todo. Se decía que Trünicht había sido salvado, y protegido durante mucho tiempo, por algunos fieles terrícolas. ¿Significaba esto que la Iglesia de Terra estaba siendo utilizada por Trünicht, como también lo habían sido los Caballeros Patriotas?

¿O podría ser al revés?

Capítulo 8. Goldembaum cae

I

Si se dijera que hay un principio sagrado habitando dentro del corazón de cada ser humano, el de Siegfried Kircheis seguramente estaría encarnado en la forma de las palabras que una hermosa joven le había dicho once años atrás:

“Sieg, por favor, se un buen amigo para mi hermano.”
El chico pelirrojo se había sentido tan orgulloso de que Annerose, de quince años, le hablara así. Kircheis casi nunca había tenido problemas para dormir por la noche, pero sólo esa vez, había dado vueltas y vueltas tarde durante horas y, en algún lugar de la oscuridad, había hecho una promesa de convertirse en un caballero leal a esos hermanos.


Reinhard, con sus rizos dorados y su tez de marfil, había sido un hermoso niño como un ángel cuyas alas estaban ocultas. Si hubiera sido más amable con la gente, sin duda habría sido popular entre los niños de su edad. Sin embargo, su actitud insolente y agresiva no se adaptaba a su aspecto, y en muy poco tiempo Reinhard se había ganado un gran número de enemigos. Al poco tiempo, no era seguro que pudiera caminar por la calle a menos que Kircheis, que tenía influencia y popularidad entre los chicos de la ciudad, caminara a su lado.

Había un chico, un año mayor que Reinhard y Kircheis, que era más alto y fuerte que los otros chicos del barrio. Sólo Kircheis, un peleador nato, podía vencerlo en un uno a uno, y un día en que Kircheis no estaba cerca, ese chico atrapó a Reinhard en el parque y se esforzó por darle una lección. Tal vez estaba tratando de romper el espíritu del chico guapo y convertirlo en su títere.
Mientras el chico desataba una cascada de amenazas y epítetos, Reinhard le miraba fijamente a la cara con los ojos como si fueran piedras preciosas heladas y de repente le dio una patada en la entrepierna. Mientras el chico caía hacia delante, Reinhard agarró una piedra y le golpeó con ella sin piedad. Incluso cuando su oponente estaba cubierto de sangre, pidiendo ayuda a gritos y sin pensar en luchar, Reinhard no se detuvo. Otro niño corrió y le dijo a Kircheis lo que estaba pasando; Kircheis vino corriendo enseguida y finalmente separó a Reinhard del matón.

Reinhard no sufrió ni un solo rasguño. Actuó como si nada hubiera pasado y no mostró ni un rastro de remordimiento. Sólo cuando Kircheis señaló la sangre en su ropa, Reinhard perdió de repente la compostura. Se metería en problemas si Annerose se enteraba. Aunque su hermana no era de las que regañaban duramente, en momentos así ella lo miraría con gran decepción. Nada funcionaba en Reinhard de la manera en que lo hacía esa mirada.
Los dos chicos tuvieron una improvisada sesión de estrategia, y, después de hablarlo, saltaron a la fuente del parque con la ropa puesta. Eso enjuagaría la sangre de la ropa de Reinhard. Sería mucho más fácil decirle a Annerose que se habían caído en la fuente que intentar explicar esa terrible pelea.
Cuando Kircheis pensó en ello, se dio cuenta de que no había necesidad de mojarse. Aún así, se sintió tan cómodo esa noche envuelto con Reinhard en la misma manta, bebiendo chocolate caliente que Annerose les había preparado, escuchando al robot-lavadora de segunda mano de los Müsels afirmando ruidosamente su derecho a existir en el fondo.

Lo que preocupaba a Kircheis era lo que pasaría si la víctima contaba a sus padres lo que Reinhard le había hecho. Sin embargo, nunca pasó nada, realmente . El chico en cuestión siempre buscaba maneras de mostrar lo fuerte que era, y evidentemente su orgullo no le permitía involucrar a sus padres. Eso no significaba que no intentara vengarse, así que a partir de ese momento, Kircheis apenas se apartó del lado de Reinhard. Si el chico traía a sus lacayos, serían más de lo que Reinhard podría manejar solo. Al final, sin embargo, incluso esa preocupación resultó ser infundada. Aunque sólo Reinhard podría ser un objetivo tentador, ninguno de esos rufianes fue tan tonto como para hacer de Kircheis su enemigo también.
Poco después, Annerose fue llevada a la corte del Kaiser Friedrich IV. Reinhard entró en la escuela militar, y más tarde volvió para llevar también a Kircheis. Ese había sido el final de los viejos tiempos.
Desde entonces, Reinhard había subido la escalera de la ambición, arrastrando a su amigo pelirrojo un paso por detrás de él.
Kircheis había correspondido. Esos hermanos de pelo dorado eran su hogar, su propia vida. En eso, sintió la alegría de una profunda satisfacción. Después de todo, ¿quién más, podría haber seguido los pasos de Reinhard cuando este estaba a punto de saltar para emprender el vuelo?

«Excelente trabajo, Kircheis,» dijo Reinhard, saludándole con una sonrisa incandescente a su regreso de la frontera.
Al mando de una poderosa fuerza secundaria, Kircheis había estado librando batallas aisladas por todo el imperio, ejecutando su misión de manera tan impecable que el mismo Reinhard parecía haber estado casi en dos lugares a la vez.


El Marqués Littenheim, segundo al mando de la alianza Lippstadt, no era ahora más que polvo espacial, y Kircheis había incorporado a su propia flota las fuerzas de aquellos que habían estado dispuestos a rendirse. Una vez que había sofocado la última de las rebeliones fronterizas, se dirigió a la Fortaleza Gaiesburg para reunirse con la flota principal de Reinhard.
«Los logros del Almirante Kircheis son simplemente demasiado maravillosos.»
En el centro de mando de Reinhard, tales susurros se habían convertido últimamente en algo común. Eran palabras de alabanza, pero al mismo tiempo de envidia, e incluso de cautela.
Una razón importante por la que Reinhard había podido centrarse en combatir la flota principal del Duque Braunschweig era que Kircheis había conquistado y estabilizado todas las regiones circundantes. Este hecho fue reconocido por todos, y el propio Reinhard incluso se lo decía a otros. Después de todo, Reinhard sabía que no importaba cuán grandes fueran los logros de Kircheis, todos se hacían en su nombre.

«Debes estar agotado. Ven, siéntate. Tengo vino y café, ¿qué quieres tomar? Me gustaría tener algo de la tarta de manzana de Annerose para ofrecerte, pero no podemos ser quisquillosos en el frente. Considéralo como algo que esperar con ansias cuando regresemos.»
«Señor Reinhard, hay algo de lo que tengo que hablarle.»
Aunque Kircheis apreciaba la cálida bienvenida de Reinhard, no podía esperar un momento más para que le confirmaran o negaran un informe.
«¿Qué es?»
«Se trata de los dos millones de personas que fueron masacradas en Westerland.»
«¿Qué pasa con ellos?»
Por un instante, una sombra de irritación revoloteó por el bello rostro de Reinhard. Kircheis no pasó por alto ese detalle. Sintió algo frío goteando en su corazón.
«Señor Reinhard, he recibido un informe de alguien que afirma que usted sabía del plan para atacar Westerland y, por razones de conveniencia política, permitió que sucediera.»

Reinhard no dijo nada.
«¿Es eso cierto?»
«…lo es.» Annerose y Kircheis eran las únicas dos personas a las que Reinhard nunca había podido mentir.
La mirada de Kircheis se tornó mortalmente seria, incluso enojada, y estaba claro que no iba a dejar pasar esto. Exhaló un suspiro que puso todo su cuerpo en movimiento.
«Lord Reinhard, bajo el imperio tal y como es hoy… bajo la Dinastía Goldenbaum… es imposible que exista la verdadera justicia. Por eso creí que significaría algo si la suplantaba.»
«No necesito oír esto de ti».
Reinhard sabía que estaba en desventaja. Tal vez no debería tener esta discusión con Kircheis. Enfrentándose solo a Kircheis, volvería a la infancia, a los días en que eran iguales. Por lo general, eso era lo que Reinhard quería (era su segunda naturaleza.) Sin embargo, ahora era una relación vertical lo que anhelaba, una en la que podía simplemente despedir a un subordinado ladrando una orden. Era, por supuesto, la vergüenza por la masacre de Westerland lo que le hacía querer eso.
«La nobleza va a ser destruida. Es una inevitabilidad histórica, el pago de una deuda de quinientos años, por lo que entiendo que el derramamiento de sangre es inevitable. Pero no debes sacrificar al pueblo. Su nuevo sistema se construirá sobre los cimientos de un pueblo liberado. Si los sacrificas con fines políticos, estarás minando el terreno el terreno que pisas.»
«¡Ya lo sé!»
Reinhard vació su copa de vino de un solo trago y frunció el ceño a su amigo pelirrojo.
«Lord Reinhard».

La voz de Kircheis llevaba un ligero deje de ira y un gran repique de tristeza.
«La lucha de poder que se está desarrollando entre nuestras fuerzas y los nobles es una lucha en igualdad de condiciones. Puedes usar cualquier táctica que quieras y no sentir remordimientos. Pero cuando sacrificas a la gente, te mancha las manos con sangre que ninguna cantidad de palabras floridas o retórica puede lavar. ¿Por qué alguien de tu estatura se rebajaría a eso, sólo por un beneficio temporal?»
El rostro del joven de pelo dorado se había vuelto de un enfermio pálido a estas alturas. Kircheis tenía razón; él estaba equivocado, y se enfrentaba a la derrota. Esa comprensión, absurdamente, dio lugar a una resistencia más intensa. Miró a su amigo pelirrojo con ojos como los de un niño rebelde.
«¡Basta de sermones!» Gritó Reinhard. Sintió vergüenza en ese momento, y tratar de limpiarla lo puso aún más furioso. «En primer lugar, Kircheis, ¿cuándo pedí tu opinión?»
Kircheis no dijo nada.
«Te pregunto: ¿cuándo te pedí tu opinión?»
«No lo hiciste».
«Así es. Puede compartir sus opiniones cuando se las pida. Lo hecho, hecho está. No vuelvas a hablar de ello.»
«Señor Reinhard, los nobles han hecho algo que nunca debieron hacer, pero tú… has fallado en hacer algo que debías. Me pregunto de quién es el pecado más grande.»

«¡Kircheis!»
«¿Sí?»
«¿Qué eres para mí?» El rostro pálido y el feroz resplandor encarnaban la furia de Reinhard. Kircheis había golpeado justo donde más le dolía. Para evitar que Kircheis se diera cuenta, Reinhard tuvo que hacer un espectáculo de ira aún mayor.

Desde que se llegó a eso, Kircheis, también, no tuvo más remedio que retroceder. «Soy el leal subordinado de Su Excelencia, el Marqués Lohengramm.»
Con esa pregunta, y con esa respuesta, ambos hombres sintieron que algo invisible, algo precioso, se quebraba sin hacer ruido.
«Bien». Así que lo entiendes,» dijo Reinhard, fingiendo no notarlo. «Hay habitaciones preparadas para ti. Ve y descansa allí hasta que tenga órdenes para ti.»
Kircheis se inclinó en silencio y salió de la habitación.
La verdad era que Reinhard sabía lo que debía hacer. Debería ir a Kircheis y disculparse por lo que había hecho. Debería decir, «Sólo fue esta vez. Nunca volveré a hacer algo así». No había necesidad de decir eso con otros mirando; con ellos solos estaría bien. Sólo eso disiparía todos los malos sentimientos. Sólo eso…
Pero eso era lo único que Reinhard no podía hacer.
Reinhard también pensaba que Kircheis debía entender cómo se sentía. Inconscientemente, dependía del apoyo de Kircheis.
¿Cuántas veces se habían peleado de niños? Reinhard siempre había sido la causa; Kircheis siempre había sido el que le sonreía y le perdonaba.
¿Pero las cosas irían así también esta vez? Inusualmente para él, Reinhard no se sentía seguro.

II

La Fortaleza Gaiesburg, esa isla hecha por la mano del hombre en los cielos, estaba aislada y bajo asedio.

La gente de adentro apenas podía creer lo que estaba pasando. ¿No habían venido aquí varios miles de nobles con sus fuerzas militares hace sólo medio año? ¿No había zumbado el aire con energía y actividad como si la propia capital imperial hubiera sido reubicada aquí? En la actualidad, la continua cascada de levantamientos ciudadanos, deserciones de tropas y derrotas militares estaba a punto de convertirla en una gigantesca necrópolis para los aristócratas.

«¿Por qué sucedió esto?» se preguntaron los aristócratas, sorprendidos. «¿Qué pasa ahora? ¿Qué piensa el Duque Braunschweig?»

«No ha dicho ni una palabra. No está claro que piense nada en absoluto.»

Braunschweig había sufrido una severa pérdida de autoridad y de la confianza depositada en él por otros. Numerosas faltas que antes habían pasado desapercibidas o que se consideraban tan insignificantes como para ignorarlas, ahora se amplificaban en la mente de la gente. Mala toma de decisiones, mala percepción, falta de capacidad de liderazgo. Cualquiera de ellos era más que suficiente para justificar las críticas.

Por supuesto, los que regañaban demasiado a Braunschweig, por extensión se regañaban a sí mismos, ya que eran ellos los que le habían hecho su líder y los que se habían lanzado a una guerra civil bajo su mando. En última instancia, los aristócratas tenían que dejar de culpar a su líder, maldecirse a sí mismos por las decisiones que habían tomado, y de su menguante conjunto de opciones seleccionar el menor desastre posible.

Muerte en la batalla. Suicidio. Vuelo. Rendirse.

De estos cuatro, ¿cuáles deberían elegir?

Aquellos que se decidieron por cualquiera de los dos primeros eran los que menos tenían que preocuparse. Todos se preparaban a su manera para una muerte valiente pero inútil. Los que habían decidido elegir la vida eran los que se lanzaban a los grandes mares de la duda.

«Aunque anunciemos nuestra rendición», dijo alguien, «¿la aceptará el mocoso de oro, el Marqués Lohengramm? Estamos en aguas completamente inciertas ahora.»

«Tienes razón», dijo otro. «Es dudoso que lo haga si vamos a él con las manos vacías. Pero si le llevamos un regalo…»

«¿Un regalo?»

«Me refiero a la cabeza de Braunschweig».

Los que hablaban se callaron, y sus ojos se abrieron de par en par. Sus conciencias culpables naturalmente los tenían medio esperando encontrar guardias escuchando cerca.

Los suicidios ya estaban comenzando. Los primeros fueron los aristócratas ancianos y los que ya habían perdido a sus hijos en esta guerra civil. Algunos de ellos simplemente renunciaron a todo y bebieron veneno, mientras que otros hicieron como los antiguos romanos y se cortaron las muñecas mientras vomitaban odio y epítetos contra Reinhard.

Con cada nuevo suicidio, la sensación de estar en caída libre de los supervivientes se intensificaba.

El duque Braunschweig se ahogaba en licor. Aunque no tenía forma de saberlo, era muy parecido a la forma en que el marqués Littenheim había pasado su último día. El Duque Braunschweig había despertado su espíritu de lucha, sin embargo, gritando que mataría a «ese mocoso de oro advenedizo y haría un cáliz con su cráneo». La gente sensata frunció el ceño con preocupación y se volvió más pesimista sobre hacia dónde se dirigía todo esto.

Fueron los jóvenes aristócratas, entre ellos el Barón Flegel, los que no se rindieron en la lucha por salir de esto. En particular, un segmento de este grupo permanecía escandalosamente optimista.

«Todo lo que necesitamos hacer es luchar en batalla y tomar la cabeza del mocoso rubio», argumentó Flegel. «Haz eso, y cambiaremos la historia, y al mismo tiempo compensaremos todas nuestras derrotas pasadas». Tenemos que llevar la batalla a ellos una última vez. No hay otra manera.»

Con estas palabras, el Barón Flegel persuadió al Duque Braunschweig para que bebiera, y luego se dispuso a reparar sus restantes naves y a prepararlas para una carga decisiva que insuflara nueva vida a la aristocracia.

Cuando Reinhard vio el primero de los mensajes seguros que se le entregaron en su nave insignia, el joven mariscal imperial sonrió un poco.

«¿Oh? ¿Una carta de Fräulein von Mariendorf?»

Hilda—Hildegard von Mariendorf. Reinhard recordaba con placer el brillo de sus ojos, ricos en intelecto y vida. Después de colocar la ficha en el reproductor, se dirigió a él con la imagen nítida y clara , la hija del Conde Mariendorf.

La carta de Hilda, o la mayor parte de ella, se refería a la actividad o falta de ella de varios nobles y burócratas pro-Reinhard en Odín. No era muy diferente a un documento de informe a ese respecto. Lo que llamó la atención de Reinhard, sin embargo, fue la parte en la que hablaba del Duque Lichtenlade, el primer ministro imperial en funciones.

«Su Excelencia está llevando a cabo una revisión de todo el gobierno en este momento. Al mismo tiempo, ha estado muy ocupado yendo y viniendo entre los aristócratas de la capital. Parece que tiene algún gran plan en mente.»

Había un toque de sarcasmo en las palabras de Hilda- hasta su sonrisa ligeramente inclinada-, y también había algo mortalmente serio. Le estaba enviando a Reinhard una advertencia.

«Ese viejo zorro», murmuró Reinhard. «Parece que se está preparando para apuñalarme por la espalda.»

Reinhard sonrió fríamente cuando la cara de ese anciano estadista de setenta y seis años apareció en el fondo de su mente: la mirada áspera, la nariz puntiaguda, el pelo como nieve recién caída. Reinhard había preparado sus propios planes para intrigante ministro, aunque ahora podría tener que apresurarse. El viejo tenía bajo su pulgar tanto al Kaiser como al sello imperial. Un trozo de papel era todo lo que necesitaba para robar legalmente a Reinhard su posición.

Reinhard barajó el resto de sus cartas, ignorando la segunda a la sexta y seleccionando finalmente la séptima. Era de su hermana Annerose.

Después de preguntar por su salud y ofrecer palabras de preocupación y amonestación, Annerose terminó su carta de esta manera:

«Por favor, no olvides nunca lo que es más importante para ti. A veces puedes pensar que es una molestia, pero es mucho mejor reconocer y apreciar algo mientras lo tienes que vivir con arrepentimientos cuando ya no está. Háblalo todo con Sieg, y escucha lo que te dice. De todos modos, eso es todo por ahora. Estoy deseando que vuelvas a casa. Auf wiedersehen.»

Perdido en sus pensamientos, Reinhard se tocó la barbilla con dedos flexibles. Reprodució la ficha con el mensaje grabado de su hermana, por segunda vez.

¿Era sólo su imaginación, o había una sombra de melancolía en la encantadora cara de su dulce hermana? Aún así, en el estado en que se encontraba, Reinhard se sentía más irritado que agradecido por haberle dicho que consultara a Siegfried Kircheis sobre todo. ¿Piensa que él toma mejores decisiones que yo? Involuntariamente, la matanza de Westerland pasó por su mente, agriando aún más el estado de ánimo de Reinhard. Tal vez Kircheis toma mejores decisiones. Pero no lo hice porque quisiera. Había una razón suficiente. Desde lo de Westerland, el duque Braunschweig había perdido completamente el corazón de la gente. Y con todos los levantamientos y deserciones de tropas que se produjeron tras la masacre, la guerra se estaba preparando para terminar mucho antes de lo previsto. Si se suman todos los números, ¿no fue una bendición para la ciudadanía en general? Kircheis estaba demasiado centrado en ideales que no funcionaban en el mundo real; le estaba haciendo caer en una especie de moralismo formulista.

Otra cosa que preocupaba a Reinhard, aunque en ningún lugar de ese mensaje Annerose había dicho algo como «dale recuerdos a Sieg». ¿Significaba eso que había enviado una carta por separado a Kircheis? Si es así, ¿qué le había dicho? Reinhard quería saberlo, pero dados sus extraños sentimientos sobre Kircheis en este momento, no podía abordar el asunto.

Reinhard podía criticar a Kircheis hasta que se le pusiera la cara azul, pero deja a Oberstein intentarlo, que Reinhard siempre respaldaría a su amigo pelirrojo.

«Incluso si el universo entero se volviera contra mí, Kircheis estaría a mi lado. Siempre lo ha estado. Y por eso siempre le he recompensado. ¿Qué hay de malo en eso?»

A las acaloradas palabras de Reinhard, el jefe del Estado Mayor respondió fríamente: «Su Excelencia, de ninguna manera estoy sugiriendo que purgue o exilie al Almirante Kircheis. Sólo le ofrezco una advertencia: que le trate como a Reuentahl, Mittermeier y los demás. Trátelo como a un subordinado. La organización no necesita un número dos. Una persona así será seguramente dañina, competente a su manera (y tonta a la suya.) No debe haber nadie que pueda sustituir la lealtad de los hombres al número uno.»

«Entiendo», escupió Reinhard. «Ya es suficiente. Deja de molestarme con esto.» Lo que más irritó a Reinhard fue que el argumento de Oberstein, como una pieza de lógica, era sólido. Sea como fuere, ¿por qué las palabras de ese hombre, a pesar de ser correctas, no causaron una impresión tan profunda?

Mittermeier había llegado a la cabina de Reuentahl, y los dos estaban disfrutando de una partida de póker. Una cafetera había sido puesta sobre la mesa como preparación para la larga guerra que se avecinaba.

«Tengo la sensación de que algo no va bien entre el marqués Lohengramm y Kircheis», dijo Mittermeier, ante lo cual apareció un brillante resplandor en los ojos heterocromáticos de Reuentahl. «No crees que esa historia es…»

«Sigue siendo un rumor», dijo Reuentahl, «al menos por ahora».

«Incluso si lo es, es peligroso que circule».

«Extremadamente peligroso. Me pregunto si hay algo que podamos hacer al respecto».

«Es un problema delicado. Si no es nada de eso , podría ser el trabajo de algún enemigo tratando de desacreditar a Su Excelencia. Pero si se comprueba, es entonces cuando las cosas se ponen difíciles. De cualquier manera, no vamos a ser capaces de mantenernos al margen de esto.»

«Dicho esto», respondió Reuentahl, «si actuamos precipitadamente, podríamos acabar convirtiendo un pequeño incendio de matorrales en un infierno».

Los dos miraron sus cartas. Ambos descartaron tres cada uno, y luego empataron. El siguiente en hablar fue Reuentahl.

«Esto me ha estado molestando desde hace algún tiempo, pero nuestro jefe de personal parece preocupado por el hecho de que el Marqués Lohengrammse lleve tan bien con Kircheis, tanto en su vida personal como en la pública. Es esa idea suya de que un número dos es perjudicial. Teóricamente, tiene razón, pero…»

«¿Oberstein?» Había poco afecto en la voz de Mittermeier. «Es un hombre inteligente. Le reconozco eso. Pero tiene la mala costumbre de crear problemas cuando no los hay. Las cosas han ido bien hasta ahora, así que ¿por qué forzar un cambio sólo porque algo no encaja en una teoría? Especialmente cuando estamos hablando de relaciones humanas».

Mittermeier miró sus cartas y la tensa línea de su boca se suavizó.

«Cuatro sotas». Parece que el vino de mañana va por tu cuenta.»

«Yo también tengo cuatro iguales», contestó el heterocromático con una sonrisa maliciosa. «Tres reinas y un bromista. Lástima, señor Lobo del vendaval».

«Mierda», dijo Mittermeier, arrojando sus cartas sobre la mesa. Justo entonces, una alarma comenzó a sonar. Había una salida de naves enemigas desde la fortaleza Gaiesburg.

Jóvenes nobles extremistas, liderados por el Barón Flegel, habían convencido al Duque Braunschweig para que intentara esta incursión a medio gas.

Esto no significaba, sin embargo, que todas las fuerzas aliadas de la aristocracia participaran. Merkatz siguió sus órdenes sin hacer comentarios, pero una figura influyente, el almirante Adalbert von Fahrenheit, se negó a salir.

«¿Qué sentido tiene una salida ahora?» Fahrenheit le replicó a Braunschweig, la ira y el desprecio rebosaban en sus ojos claros. «Deberíamos usar la fortaleza a nuestro favor, obligando al enemigo a derramar tanta sangre como sea posible, mientras nos atrincheramos en una larga lucha y esperamos que la situación cambie. Todo lo que esta salida va a lograr es hacernos perder antes.»

Tampoco se detuvo ahí. De repente, Fahrenheit desató una lista de quejas que había ido acumulando durante bastante tiempo.

«En primer lugar, Duque Braunschweig, usted y yo somos compañeros de armas, no amo y sirviente. El estatus de nuestros nacimientos puede ser diferente, pero ambos somos vasallos de la corte del Imperio Galáctico, y ambos hemos luchado para proteger a la Dinastía Goldenbaum del Marqués Lohengramm. Ese debería ser el objetivo que nos une. Como especialista en asuntos militares, le he dado esta advertencia para ayudarle a evitar el peor resultado posible. Y aún así toma ese tono imperioso y fuerza su voluntad sobre todos nosotros. ¿Qué es lo que ha entendido mal?»

El duque Braunschweig se puso blanco de furia ante la mordaz crítica de Fahrenheit. En ningún momento de su vida había dejado pasar tal insolencia sin respuesta. Cuando la ira se apoderaba de él en el pasado, una reacción común suya era arrojar botellas de vino o vasos a sus sirvientes. Su asesinato en masa de los habitantes de Westerland había sido, de hecho, una extensión de esa misma tendencia.

Sin embargo, cuando el ataque se avecinaba, Braunschwieg podía sentir en su piel que su confianza iba desprendiéndose, como si fuera una peladura de fruta recién pelada . Por encima de todo, ya no estaba seguro de la victoria. El duque tomó una irregular bocanada de aire y luego, como burlándose de su propia vacilación, dejó a Fahrenheit con las palabras: «No me sirven los cobardes».

Fue y ordenó la salida, ignorando el consejo de Fahrenheit.

III

La flota de los nobles emergió de la fortaleza, lanzaron una descarga de cañones, luego cargaron hacia adelante, con las proas de sus naves alineadas en fila. Intentaban abrumar al enemigo con la mera fuerza.

Reinhard respondió con tres filas de cañoneras equipadas con cañones de alto calibre y gran potencia, que lanzaban continuas ráfagas a las naves enemigos que se acercaban.

A las fuerzas aristócratas no les faltaba espíritu de lucha. Lanzaron ataques persistentes en oleadas, retrocediendo cada vez que sufrían daños, reformando sus filas, y cargando de nuevo hacia delante. A medida que aumentaba el número de estos asaltos y de los fracasos subsiguientes, y a medida que las espaldas de los nobles se ponían contra la pared, ese espíritu de lucha parecía de alguna manera incluso admirable.

Por fin, Reinhard ordenó a un enjambre de cruceros de alta velocidad que había mantenido en reserva que lanzara un contraataque a la máxima velocidad de batalla.

Su sincronización fue impecable. En seis ocasiones, oleadas de fuerzas confederadas habían avanzado, sólo para romper en una orilla inquebrantable y volver a salir una vez más. El agotamiento físico y mental había empezado a afectar a sus tripulaciones.

Peor aún para los aristócratas, los cruceros habían sido puestos bajo el mando del Alto Almirante Siegfried Kircheis.

Reinhard le había dado a su amigo pelirrojo el papel más importante en esta batalla. Normalmente, le habría dado la orden directamente, pero con su maraña de emociones irresoluta, se la había transmitido a través de Oberstein esta vez.

Con la simple mención del nombre de Kircheis, los soldados de las fuerzas aristocráticas se volvieron incapaces de ocultar su horror. Tal era el terror que el joven e invicto almirante ya estaba empezando a golpear en los corazones de sus enemigos.

«¡No tienen nada que temer de ese cachorro pelirrojo! ¡Esta es la oportunidad perfecta para vengar al Marqués Littenheim!»

Pero aunque los comandantes trataron de levantar la moral con tales gritos, no fue más que una bravuconada vacía. Los cruceros de alta velocidad que Kircheis comandaba irrumpieron en las fuerzas de los nobles con una velocidad y ferocidad abrumadoras, y luego Mittermeier, Reuentahl, Kempf, y Wittenfeld se unieron a la lucha también. La flota de Reinhard se había lanzado a la ofensiva, aprovechando rápidamente la ventaja obtenida por Kircheis y asegurando la victoria casi al instante.

Llegó una transmisión para Reuentahl mientras perseguía a las naves enemigos que huían. Era del Barón Flegel, uno de los comandantes enemigos. Cuando el barón apareció en pantalla, admitió su derrota pero al mismo tiempo trajo su nave y desafió a Reuentahl, solicitando un duelo a muerte entre sus respectivos acorazados.

Reuentahl respondió fríamente, «No seas absurdo. Ladra y gruñe todo lo que quieras, pero no ganamos nada luchando contra los restos del enemigo en igualdad de condiciones».

Cortó la transmisión y continuó su avance, volando justo al lado del acorazado desde el que se había lanzado el guante de Flegel.

Después de Reuentahl, Fritz Josef Wittenfeld-líder del régimen de los lanceros negros- fue el siguiente en aparecer frente al Barón Flegel. Contrariamente a su agresiva reputación, sin embargo, ni siquiera Wittenfeld respondería al demencial desafío de Flegel. El vencedor ya estaba decidido, y luchar con enemigos ya resignados a la muerte no sería, a estas alturas, más que un inútil desperdicio de vidas de soldados.

«Es suficiente», dijo el Capitán Schumacher, uno de los oficiales de personal de Flegel. «Por favor, detenga esto».

Schumacher no podía soportar ver a su comandante corriendo como un loco ante la pantalla. «Nadie se va a batir en duelo contigo», dijo Schumacher. «No tendría sentido para ellos. Y lo que es más importante, deberíamos estar agradecidos de seguir vivos. Podemos escapar ahora a otro lugar y empezar a hacer planes para nuestro regreso».

«¡Silencio!» dijo el Barón Flegel, haciendo a un lado el consejo de su subordinado. «¿Qué quiere decir con ‘agradecido de seguir vivo’? No tengo miedo a la muerte. No hay nada para nosotros ahora, excepto luchar hasta el último hombre y morir de forma hermosa, como los nobles del imperio han hecho a lo largo de nuestra gloriosa historia.»

«¿Bellas muertes?» Schumacher se rió, pero su sonrisa era agridulce. «Si eso es lo que tienes que decir, puedo ver por qué perdimos. Todo lo que hace es poner una cara bonita a tus propios fracasos y revolcarse en una especie de fantasía trágico-heroica».

«¡¿Qu-qué dijiste…?!»

«Ya es suficiente. Si lo que quieres es una muerte hermosa, adelante y muere tú mismo, pero déjanos fuera de esto. ¿Por qué deberíamos seguir con esto y desperdiciar nuestras vidas por tu fantasía egocéntrica?»

«¡Perro insolente!», gritó el barón. Trató de sacar su pistola, pero torpemente la dejó caer al suelo. Se apresuró a recogerla, y luego apuntó al pecho de su oficial.

Antes de que pudiera disparar, sin embargo, el cuerpo del Barón Flegel fue atravesado por rayos de energía disparados por múltiples armas laterales.

Con su uniforme lleno de agujeros, el barón dio tres y luego cuatro pasos tambaleantes. Sus ojos bien abiertos parecían mirar no a sus subordinados, sino a los días perdidos de gloria que nunca más volverían. Cuando cayó al suelo, varios de los que estaban allí vieron que sus labios se movían, pero ninguno de ellos pudo captar su último susurro: «Larga vida al imperio». El capitán Schumacher se arrodilló a su lado y cerró los párpados del barón con la mano. Los soldados que acababan de destrozar a su comandante se reunieron a su alrededor.

«Señor, ¿qué hará ahora?»

Los soldados confiaban en aquel oficial de personal lúcido.

«Probablemente sea demasiado tarde para que me una al bando del marqués Lohengramm. Iré a esconderme en el Dominio de la Tierra de Phezzan por un tiempo. Luego pensaré en qué hacer a continuación».

«¿Podemos ir contigo?»

«Ciertamente no me importa. Pero si hay alguien que no quiere, por favor, hágamelo saber. Son libres de hacer lo que quieran, ya sea aliarse con el Marqués Lohengramm o volver a sus mundos.»

Por fin, el acorazado que una vez fue propiedad del Barón Flegel partió del campo de batalla bajo un nuevo comandante, y su casco, desgastado por la batalla, desapareció en las profundidades del espacio.

En otra nave, un drama diferente se había desarrollado. Un oficial subalterno había mirado con una expresión fría y dura como el capitán de su nave había abogado por la autodestrucción y el suicidio en masa. Sin decir una palabra, sacó su pistola y le voló la cabeza al capitán.

«¡Esto es traición!», había gritado el primer oficial momentos antes de ser asesinado a tiros, con la mano aún en su arma de cinto. Se desplomó sobre el cadáver del capitán. Para entonces, ya se estaban intercambiando flashes de centelleantes disparos por todo el barco. La tripulación se había dividido en dos facciones, oficiales y soldados ordinarios, y una batalla abierta había estallado entre ellos.

Y ese no fue la única nave en la que se habían iniciado enfrentamientos armados entre soldados y oficiales de alto rango. Los de nacimiento común -oficiales de bajo rango, oficiales subalternos y soldados- se negaron en el último momento a acompañar a los nobles en su camino hacia la autodestrucción.

En una nave, un capitán que había abusado durante mucho tiempo de sus soldados fue lanzado de cabeza al reactor de fusión mientras aún estaba vivo. En otro, dos oficiales de alto rango que nunca habían sido particularmente populares entre la soldada, fueron forzados a pelear entre ellos con las manos desnudas hasta que uno murió. El ganador fue entonces expulsado de la esclusa de aire al vacío. En otro barco, un soldado que había actuado como espía, informando al capitán de las palabras y hechos de sus colegas, tenía una soga atada al cuello y era arrastrado a través de varias cubiertas antes de ser disparado y asesinado.

Con la locura de la batalla actuando como catalizador, la ira, el descontento y los rencores que se habían ido acumulando durante quinientos años finalmente se desvanecían. Las naves de los aristócratas se convirtieron en escenarios de motines, luchas internas y linchamientos en masa.

Las naves que fueron invadidas por sus soldados detuvieron sus motores, se acercaron y saludaron a la flota de Reinhard, diciendo, «Dejamos las armas y humildemente pedimos vuestra indulgencia…»

Sin embargo, hubo una nave en el que la sed de venganza era tan fuerte que los soldados olvidaron transmitir un mensaje de rendición… explotó en una lluvia de cañonazos de la flota de Reinhard. Otro abrió fuego contra sus camaradas que huían, señalando con la acción su intención de cambiar de bando.

En el momento en que la derrota se convirtió en una certeza para las fuerzas de los aristócratas, se cumplió el plazo de cinco siglos de decadencia ininterrumpida bajo un sistema social injusto. No había nadie más a quien culpar; fue simplemente el trágico resultado de sus propias acciones.

«Es tal y como predijo Fräulein von Mariendorf ,» dijo Reinhard, mirando la pantalla del puente del buque insignia Brünhilde. «La rabia de la tropa contra los oficiales de noble cuna será un factor de mi victoria. Una espléndida diana, milady.»

«Para ser honesto», dijo Oberstein, «no pensé que este enfrentamiento terminaría en algún momento de este año, pero las cosas se han resuelto sorprendentemente pronto». Al menos en lo que respecta a estos bandidos y usurpadores.»

«Bandidos y usurpadores», murmuró fríamente Reinhard. Debido a su victoria -por la derrota de los nobles- los registros oficiales del imperio mostrarían que el término que había acuñado para ellos era justo. Juzgar a los vencidos era un derecho que se concedía naturalmente al vencedor, y Reinhard tenía la intención de hacer un uso robusto del mismo.

(Ndt: Muchas veces, el texto base hace referencia a los nobles como “boyardos” o nobles boyardos. Era un término que en el sentido más poético del término, les viene como anillo al dedo. Sin embargo, opté por prescindir del mismo en aras de la simplicidad.)

Si Reinhard hubiera sido el vencido, le habrían dado ese notorio apelativo, junto con una muerte ignominiosa. Desde esa perspectiva, no había razón para dudar en usar su autoridad.

«El enemigo que tenemos ante nosotros ya ha perdido su poder. En este momento, regresarás a Odín para hacer los preparativos contra el enemigo que está a nuestras espaldas».

La sugerencia de Reinhard fue breve, pero Oberstein la entendió perfectamente. «Como quiera».

La siguiente batalla no tendría lugar en el espacio sino en el palacio, donde la conspiración reemplazaría al cañón de rayos como el arma elegida. Iba a ser una batalla no menos espantosa que las que se libraban entre vastas flotas de naves de guerra.

IV

Una flota enemiga triunfante y una total desesperación se desplegaron frente a la flota de Merkatz, bloqueando su camino de regreso a la Fortaleza de Gaiesburg.

Merkatz entró en su habitación privada, sacó su pistola y la miró fijamente. Este sería la última herramienta que usaría en su vida. Merkatz agarró la empuñadura del arma con fuerza y estaba apretando su cañón contra su sien cuando la puerta se abrió y su ayudante entró corriendo.

«Deje eso, Su Excelencia. Muestre algo de respeto por su propia vida.»

«Teniente comandante Schneider…»

«Perdóneme, Excelencia. He descargado las cápsulas de energía antes por miedo a que intente algo así». En la mano de Schneider estaba el brillo apagado de las cápsulas.

Con una sonrisa irónica, Merkatz lanzó la inútil pistola sobre su escritorio. Schneider lo recogió.

La pequeña pantalla de su habitación privada mostraba vívidas escenas de la flota aristócrata, ya derrotada y ahora en camino a la destrucción.

«Así es como imaginé que las cosas probablemente resultarían. Ahora todo se ha hecho realidad. Todo lo que pude hacer fue retroceder este día sólo un poco». Merkatz se giró para mirar a su ayudante. «En cualquier caso, ¿cuándo sacaste las cápsulas? Ni siquiera me di cuenta.»

Sin decir nada, Schneider abrió el barril y se lo mostró a Merkatz. Las cápsulas aún estaban alojadas dentro. Los labios de Merkatz se separaron ligeramente.

«Me has engañado. ¿Iría tan lejos sólo para decirme que viva, Teniente Comandante?»

«Sí, señor. Lo haría, y lo hice.»

¿»Vivir para hacer qué»? Soy el comandante de una fuerza derrotada, y desde el punto de vista de las nuevas autoridades, un bandido irredimible. Ya no hay ningún lugar en el imperio donde pueda sobrevivir. Si me rindiera, el marqués Lohengramm me perdonaría, pero hasta yo sé lo que es la vergüenza para un guerrero».

«Si me perdona que se lo diga, Excelencia, el Marqués Lohengramm no gobierna todavía el universo entero, y aunque nuestra galaxia sea angosta, todavía hay lugares en ella donde su alcance no se extiende. Por favor, abandone el imperio para seguir con vida, y haga planes para contraatacar algún día.»

«… ¿Me estás diciendo que deserte?»

«Lo soy, Su Excelencia».

«Ya que hablas de volver, supongo que nuestro destino no es Phezzan. Eso significa que es la otra opción.»

«Sí, Excelencia».

«La Alianza de Planetas Libres…» Merkatz se dijo a sí mismo. Ese nombre tenía un toque inesperado de novedad. Cuando había pensado en la alianza en tiempos pasados, siempre había ignorado el hecho de lo que era, usando por defecto el término tradicional «la fuerza rebelde».

«He estado luchando contra esa gente durante más de cuarenta años. He visto a muchos de mis subordinados asesinados, y he matado a muchos de los suyos. ¿Crees que aceptarían a alguien como yo?»

«Sugiero que confiemos en el ilustre almirante Yang Wen-li. He oído que es una persona de mente amplia, aunque un poco excéntrica. Además, aunque se niegue, sólo volveremos al principio. Y si llega a eso, no morirá solo».

«Idiota.Conserva la vida. Aún no tienes treinta años, ¿verdad? Con tu talento, el marqués Lohengramm te aceptaría y te trataría bien».

«No siento odio por el Marqués Lohengramm, pero he decidido que sólo un almirante será mi oficial al mando. Por favor, Excelencia, decídase.»

Schneider esperó, y al final su paciencia fue recompensada. Merkatz asintió con la cabeza y dijo: «Muy bien. Estoy en tus manos. Probemos con Yang Wen-li y veamos qué pasa.

V

La fortaleza Gaiesburg estaba al borde de la muerte. Su casco exterior estaba marcado por el fuego de los cañones. Dentro, un constante rugido de confusión y desorden no sólo reinaba, sino que hacía despóticamente a su antojo.

El Duque Braunschweig, líder de la milicia confederada de los nobles, gritaba débilmente: «Comodoro Ansbach… ¿Dónde está Ansbach?»

Varios oficiales y soldados rasos se movían por las cercanías, pero todos huyeron sin escatimar una mirada para el abatido aristócrata. Habían sido llevados a la opción final y no les quedaba ninguna preocupación por nadie más.

«¡Comodoro Ansbach!»

«Estoy aquí, Su Excelencia».

El duque se dio la vuelta y vio a su leal confidente parado allí, acompañado por varios subordinados .

«Oh, así que ahí es donde estabas. No te vi en la prisión, así que pensé que habías escapado.»

«Mis hombres vinieron y me dejaron salir». El comodoro se inclinó profundamente, sin mencionar el rencor que podría haber tenido por haber sido arrojado a la cárcel. «Puedo imaginar el pesar que debe sentir, Su Excelencia.»

«Sí, nunca soñé que las cosas saldrían así, pero ahora que lo han hecho, ya no hay elección. Tenemos que pedir la paz».

«¿La paz?» El comodoro parpadeó.

«Le ofreceré los términos más ventajosos».

«¿Qué términos?»

«Reconoceré su autoridad. Empezando por mí mismo, la aristocracia lo apoyará plenamente. Esos términos no están nada mal».

«Excelencia…»

«Oh sí, es cierto. Le daré también a mi hija, Elisabeth. Eso lo convertirá en el nieto del anterior Kaiser por matrimonio. Entonces tendrá un justo reclamo como sucesor de la línea de sangre imperial. Eso es mucho mejor para él que ser cargado con la notoriedad de un usurpador».

Ansbach respondió con un pesado suspiro. «Su Excelencia, eso no servirá de nada. No hay manera de que el Marqués Lohengramm acepte tales condiciones. Tal vez lo hubiera hecho hace seis meses, pero ahora no necesita su apoyo. Ha adquirido su posición por sus propias habilidades, y ahora no hay nadie que se interponga en su camino.»

Había una sombra de lástima en los ojos del comodoro por la vana lucha de su señor. El duque se estremeció, y las gotas de sudor frío cubrieron su frente.

«Soy el duque Otto von Braunschweig, cabeza de una gran casa sin parangón entre los nobles del imperio. ¿Dice que el mocoso rubio quiere matarme, a pesar de todo eso?»

Ansbach gimió. «¿Todavía no lo entiende, Excelencia? ¡Exactamente por eso el Marqués Lohengramm nunca lo dejará con vida!»

El duque parecía como si sus venas hubieran sido llenadas con un fluido pesado y viscoso. El color de su piel cambiaba por momentos, como si el flujo de sangre por todo su cuerpo se detuviera y volviera a empezar a intervalos irregulares.

«Y también, porque usted es un enemigo de la decencia humana», añadió el comodoro, de forma un tanto descarnada.

«¿Qué?»

«Estoy hablando de Westerland. No me digas que lo ha olvidado.»

Con todas sus fuerzas, Braunschweig le respondió: «¿Quiere decirme que matar a esa gentuza es un pecado contra la decencia común? Como aristócrata, y como su gobernante, simplemente hice uso de los derechos que son naturalmente míos. ¿No es así?»

«Los plebeyos no lo creen así. Incluso el Marqués Lohengramm se pondrá de su lado. Hasta ahora, el Imperio Galáctico ha funcionado según la lógica de la aristocracia, con Su Excelencia al frente. Pero en la coyuntura actual, la mitad del universo se regirá por una nueva lógica. Esa es probablemente otra razón por la que el Marqués Lohengramm no dejará vivir a Su Excelencia, para dejar claro ese punto a todo el mundo. Tiene que matarle. Si no lo hace, entonces la causa que representa no se logrará».

Un largo, largo suspiro salió de la boca del duque.

«Muy bien, entonces. Moriré. Pero no toleraré que ese mocoso rubio usurpe el trono. Debe irse al infierno conmigo».

Ansbach no sabía cómo responder.

«Ansbach, de alguna manera, quiero que le impidas usurpar el trono. Si me juras que lo harás, no me arrepentiré de mi propia vida. Mátalo por mí, por favor.»

Ansbach miró fijamente a su líder mientras las llamas de la obsesión ardían en sus ojos, y al final asintió con calmada determinación.

«Como deseéis, mi señor. Juro que haré todo lo posible para quitarle la vida a Lohengramm. No importa quién sea el próximo Kaiser , no será él.»

«Lo juras… Bien, bien.»

El hombre que había sido el más grande entre los nobles del Imperio Galáctico se lamió sus labios secos. Aunque ya estaba decidido, había una sombra de miedo de que no se había movido del todo.

«Quiero una muerte tan fácil… tan fácil como sea posible.»

«Lo entiendo muy bien. Debería usar veneno. De hecho, ya se han preparado algunos».

Todos se mudaron de allí a los lujosos apartamentos del duque. Aunque los soldados desertores lo habían saqueado bastante bien, las botellas de vino y coñac aún permanecían en el botellero.

De su bolsillo, el comodoro sacó una pequeña cápsula no más grande que la uña de su dedo meñique. Era un compuesto de dos tipos de drogas. Una bloqueaba las células cerebrales para que no absorbieran el oxígeno, invitando a una rápida muerte cerebral. La otra tenía el efecto de paralizar los nervios a través de los cuales se transmitía el dolor.

«Dormirá muy rápido, y luego morirá sin ningún dolor. Por favor, mézclelo con un poco de vino y beba».

Ansbach seleccionó una botella del botellero, revisó la etiqueta y vio que era una buena cosecha de 410. Vació un poco en un vaso, luego abrió la cápsula, exponiendo los gránulos del interior.

Viendo esto desde donde estaba sentado en una silla de respaldo alto, el Duque Braunschweig comenzó a temblar abruptamente. La luz de la cordura se había desvanecido de sus ojos.

«Ansbach, no. No quiero hacer esto.» Habló con una voz estrangulada. «No quiero morir. Me rendiré. Renunciaré a mis tierras, a mis títulos… a todo menos a mi vida…»

El comodoro respiró hondo y dio una señal a sus hombres de derecha e izquierda. Dos hombres grandes y poderosos se adelantaron e impusieron las manos al Duque Braunschweig para que lo sostuviera en la silla, aunque uno hubiera sido suficiente.

«¿Qué estáis haciendo? Soltadme, impertinentes…»

«Como último jefe de la familia gobernante del Ducado de Braunschweig, por favor hagalo usted mismo con gracia y dignidad».

Ansbach cogió la copa de vino y la llevó a los labios del duque inmovilizado. Von Braunschweig apretó los dientes con fuerza, decidido a no beber el veneno. Ansbach le pellizcó la nariz al duque. Incapaz de respirar, su cara se puso roja, y en el instante en que no pudo contener más la respiración, abrió la boca, y el vino envenenado en cascada carmesí fue vertido profundamente en la garganta del boyardo.

El más puro terror pudo verse reflejado en los ojos del duque, pero sólo durante unos segundos. Mientras un Ansbach con cara de piedra se quedaba mirando, los párpados del duque se cayeron y sus músculos comenzaron a aflojarse. Cuando su cabeza empezó a asentir, el comodoro dio órdenes de que el duque fuera llevado a la enfermería. Sus subordinados dudaron.

«Pero, señor, ya está muerto…»

«Por eso quiero que lo hagas. Ahora haced lo que se os dice.»

Fue una respuesta extraña la que dio el comodoro. Sus ojos siguieron a sus subordinados mientras seguían su orden, con la cabeza inclinada hacia los lados, sin entender. En voz baja, murmuró para sí mismo, «La rama dorada está ahora casi caída. Lo que viene a continuación será conocido como… ¿qué? ¿El Bosque Verde?»

Gräfin Grünewald-«Condesa de los Bosques Verdes»-ese era el título que la hermana de Reinhard, Annerose, había recibido del anterior Kaiser , Federico IV …

Un viejo soldado llevaba una pequeña computadora de mano mientras caminaba solo por los pasillos, aparentemente sin saber qué hacer consigo mismo. Un oficial subalterno que conducía un coche de hidrógeno se detuvo y le gritó:

«¡Oye! ¿Qué crees que estás haciendo en un momento como éste? ¿Qué tal si corres o haces una bandera blanca? ¡El ejército de Lohengramm va a atacar aquí en cualquier momento!»

El viejo soldado se dio la vuelta con todo su cuerpo pero no se movió ni un centímetro. «¿Cuál es tu rango?» dijo.

«Lo sabrías si miraras mi insignia. Es contramaestre jefe. ¿Qué pasa con él?»

¿»Suboficial jefe»? Eso significaría 2.840 marcos imperiales».

«¿Qué se supone que significa eso, viejo?»

«Mira aquí, esto es un certificado de transferencia del Reichsbank. Entra en cualquier sucursal de cualquier planeta, y si tienes uno de estos, puedes cambiarlo por dinero en efectivo.»

El suboficial jefe se quejó. «Escucha, abuelo, ¿tienes idea de lo que está pasando ahora mismo? El mundo está a punto de cambiar hoy.»

«Hoy es día de paga», dijo el viejo con voz tranquila. «Estoy a cargo de la nómina. Dijiste que el mundo está cambiando, pero eso significa que están cambiando a la gente de arriba. Los subalternos como nosotros aún tienen que comer, y no puedes comer a menos que te paguen. Al menos en ese sentido, nada cambia sin importar quién esté a cargo».

«Muy bien, ya lo entiendo. Entra en el coche. Te llevaré a donde se reúnen los que quieren rendirse».

Después de que el coche que transportaba al joven oficial y al viejo soldado se precipitara por el pasillo, un joven noble con el rango de capitán apareció en el pasillo, buscando armas pesadas. Aún no había renunciado a la resistencia.

«Creo recordar que este almacén estaba vacío», murmuró para sí mismo, sin embargo abrió la puerta con la esperanza de que pudiera quedar algo allí de todos modos. Lo que vio, sin embargo, hizo que sus ojos se abrieran de par en par por sorpresa.

Dentro del almacén había una montaña de suministros militares. Había raciones, productos médicos, ropa, mantas, y todo, desde armas pequeñas hasta municiones. Cinco o seis soldados y oficiales subalternos se quedaron congelados en medio, mirando sorprendidos a este intruso inesperado.

El capitán comenzó a gritar. «¿Qué significa esto? ¡¿De dónde ha salido este material?!»

La mirada en la cara del capitán asustó a los oficiales subalternos. Aún así, no dejaron caer las cajas de racionamiento portátiles que llevaban en ambos brazos, y esto sólo enfureció aún más al capitán.

¿»El gato os ha comido la lengua»? Entonces dejadme responder por vosotros. Escondíais estas provisiones para guardarlas, en lugar de enviarlas al frente. ¿No es así?»

La respuesta a la pregunta del capitán se escribió elocuentemente en las caras de los oficiales subalternos. La ira del capitán hacia esa «astuta gente común» traspasó los límites de la razón y se desbordó.

«Perros desvergonzados, no os movais de ahí. ¡Voy a enseñaros algo de disciplina!»

Gritos y gritos sonaron de un lado a otro, pero finalmente una manta fue arrojada sobre la cabeza del capitán, y no habían pasado ni diez segundos antes de que lo mataran a tiros. Como aristócrata, el joven capitán había creído que, incluso bajo la sombra de una derrota total, los soldados no se resistirían a ser castigados por los oficiales.

La esporádica resistencia llegó a su fin, y los primeros almirantes que entraron en la fortaleza una vez que estuvo completamente asegurada fueron Mittermeier y Reuentahl.

A su derecha y a su izquierda, los nobles capturados se alineaban contra las paredes de un pasillo que conducía a un gran salón de recepción. Asustados por las armas que llevaban las tropas de Reinhard, los sucios y heridos nobles estaban completamente hundidos.

Mittermeier sacudió la cabeza lentamente. «Nunca soñé que llegaría el día en que vería a los nobles tan miserables. ¿Podemos llamar a esto el comienzo de una nueva era?»

«Una cosa es segura, es definitivamente el fin de la vieja», dijo Reuentahl. Los nobles los miraban sin una pizca de hostilidad en sus ojos. Sólo había miedo e incertidumbre, así como una sombra de esperanza para ganarse el favor de los vencedores. Cuando sus ojos se cruzaron, hubo incluso algunos que construyeron sonrisas serviles. Mittermeier y Reuentahl se asombraron al principio y luego se disgustaron. Pero cuando lo pensaban, ¿no era eso mismo una clara prueba de su victoria?

«Su época ha terminado. A partir de ahora, este es nuestro momento.»

Los dos jóvenes almirantes mantuvieron sus cabezas en alto orgullosamente y continuaron caminando, pasando entre las filas de los derrotados.

Capítulo 9 . Adiós, días lejanos

I

Ndt: Sin poder evitarlo, he terminado recurriendo a la misma pieza musical que emplea la serie, mientras trabajaba en el primer segmento de este capítulo (El idilio de sigfrido de Wagner https://www.youtube.com/watch?v=891JUSQplzU

9 de septiembre. Fortaleza Gaiesburg.

En la entrada del salón de baile donde se celebraba la ceremonia de la victoria, los guardias advirtieron a Siegfried Kircheis para que no trajera su arma reglamentaria a la sala. El joven pelirrojo se quitó la pistola de su cinturón pero luego decidió preguntar: «Soy el Alto almirante Siegfried Kircheis, ¿estás seguro de que no se me permite llevar mi arma?»

«No podemos hacer excepciones, ni siquiera para usted, Almirante Kircheis. Lo siento mucho, pero son nuestras órdenes…»

«Ya veo. No importa, entonces. Está todo bien.»

Kircheis le entregó su pistola al guardia. Hasta ahora, Reinhard siempre había permitido a Kircheis llevar su arma, incluso en momentos en que todos los otros almirantes tenían que ir desarmados. Esto había comunicado a los almirantes que Kircheis era el segundo después del propio Reinhard. Sin embargo, la costumbre habitual parecía haber cambiado ese día.

Kircheis entró y se unió a las filas de los otros almirantes que habían llegado antes que él. Ellos le saludaron cortésmente cuando llegó, y él les respondió con la cabeza. Había sutiles destellos en los ojos de Reuentahl y Mittermeier. Sin duda sabían que algo había pasado entre Reinhard y Kircheis.

No puedo permitirme empezar a pensar que tengo una posición privilegiada, se advirtió Kircheis. Aún así, no había nada que pudiera hacer sobre los destellos de tristeza que seguían disparando a través de su corazón.

¿Él y Reinhard no eran ahora nada más que jefe y subordinado?

Eso es todo lo que podríamos ser, sin embargo, pensó Kircheis, tratando de sacudir la tristeza que se aferraba a él. Después de todo, los de abajo no deberían buscar relaciones iguales con los de arriba. Esperaré un tiempo antes de decir algo más. Lord Reinhard puede perder el rumbo y cometer errores, pero al final estoy seguro de que lo entenderá. Hasta ahora, ¿no lo ha hecho siempre, a través de todos estos once años?

Kircheis estaba empezando a descubrir una inquietud en su propio corazón. Hasta ahora, las cosas siempre habían resultado así, y él creía que siempre lo harían. Podría haberse adelantado, aunque…

El coordinador de ceremonias anunció la entrada de Reinhard con un grito tan fuerte que parecía estar exhibiendo su capacidad pulmonar.

«¡El comandante en jefe de las fuerzas armadas del Imperio Galáctico, Su Alteza el Marqués Reinhard von Lohengramm!»

Cuando Reinhard entró en la sala y pasó por la alfombra escarlata, los oficiales de ambos lados se inclinaron ante él al unísono.

A su debido tiempo, se inclinaron cada vez más bajo, hasta que al final sus reverencias se convirtieron en la más reverente de todas las reverencias oficiales, la que se hacía solo a la única persona en todo el universo que portaba la corona imperial. Otros dos o tres años más , y este joven de pelo dorado, nacido en una familia empobrecida que era noble sólo de nombre, lograría todas sus ambiciones.

Justo cuando su mirada estaba a punto de conectarse con la de Kircheis, Reinhard apartó sus ojos inconscientemente. Había seguido el consejo de Oberstein de no dejar que Kircheis llevase armas en eventos donde sus colegas no podían. Reinhard era el conquistador. Reinhard era el señor. Kircheis era sólo uno de sus subordinados. Reinhard no debía darle derechos especiales y el sentido de privilegio que venía con ellos. Hasta ahora, había hecho muy poca distinción entre su vida pública y privada. A partir de este día, haría que Kircheis dejara de llamarlo «Reinhard». Kircheis tendría que llamarlo «Marqués Lohengramm» o «Su Excelencia» o «Mariscal Imperial», como todos los demás almirantes. El poder y la autoridad pertenecían sólo al señor y maestro.

Reinhard comenzó la ceremonia de la victoria dando audiencia a los oficiales de alto rango que habían sido hechos prisioneros. Después de que varios de ellos se presentaran, el Almirante Adalbert von Fahrenheit, un viejo conocido de Reinhard, se presentó ante él.

«Fahrenheit»… ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? Creo que la última vez que te vi fue en Astarte».

«Sí, milord…»

No había vergüenza en los ojos azul pálido del almirante. Por la misma razón, Reinhard tampoco miraba con desprecio a este almirante derrotado, no cuando había luchado tan valientemente.

«Unirse al duque Braunschweig fue un error impropio de ti. ¿Por qué no me sigues en su lugar y preservas la vida de guerrero?»

«Soy un soldado del imperio. Como Su Excelencia ha tomado las riendas de la autoridad militar, humildemente lo seguiré. Puede que haya tomado un camino tortuoso para llegar aquí, pero quiero empezar a recuperar el tiempo perdido de inmediato.»

Reinhard asintió. A su señal se le retiraron los grilletes a Fahrenheit, y él tomó su lugar entre las filas de los oficiales. De manera similar, otros oficiales talentosos optarón por aceptar el mando de Reinhard, y uno tras otro se le fueron uniendo a medida que la ceremonia avanzaba. No necesitaba depender de Kircheis para todo después de todo, ¿verdad? Aunque lamentaba haber dejado que Merkatz se le escapara de las manos…

Un revuelo de voces silenciosas se elevó desde el extremo de las filas reunidas. El cuerpo del Duque Braunschweig, sellado dentro de una caja de cristal especial, acababa de ser llevado a la habitación. Profundamente conmovidos , el pueblo miró la forma sin vida del que había sido el más grande aristócrata del imperio que yacía en ese ataúd de cristal, ataviado con su uniforme militar.

El Comodoro Ansbach acompañaba el féretro.

De pie en la entrada del gran salón, Ansbach, que se dice fue la mano derecha del difunto duque, dirigió una implacable reverencia hacia el joven conquistador y comenzó a caminar hacia él con pasos lentos.

Algunos de los asistentes no pudieron dejar de escapar murmullos de una risa silenciosa pero inconfundible, una franca expresión de la hostilidad de los guerreros hacia un pequeño hombre llorón que había venido a pedir misericordia, trayendo el cadáver de su amo como regalo.

Como los azotes de un látigo invisible, esa risa golpeó cada centímetro del cuerpo de Ansbach. Que Reinhard no lo detuviera se debía a un lado infantil (y despiadadamente fastidioso) de su personalidad.

Ansbach se presentó ante Reinhard, se inclinó reverentemente y apretó un botón. La tapa de la vitrina se abrió.

¿Para dejar que el vencedor inspeccionara el cadáver de su amo derrotado?

No, no era eso.

En el momento en que ocurrió, los testigos no entendieron el significado de la escena. Las manos de Ansbach extendieron la mano hacia el cadáver de su amo, rompieron su uniforme, y desde dentro sacaron un objeto de aspecto extraño compuesto de partes que se asemejaban a cajas y tubos. Un cañón de mano, un arma poderosa de rayos de partículas en miniatura creada para su uso en el combate de infantería.

Los valientes almirantes veteranos se quedaron inmóviles en el lugar, mirando, atónitos. Y no eran sólo ellos. El propio Reinhard, aunque era consciente de todo lo que estaba ocurriendo, era incapaz de mover siquiera un músculo.

El cañón apuntó al joven de pelo dorado.

«¡Marqués Lohengramm, reclamo su vida en nombre de mi señor y maestro, el duque Braunschweig!» La voz de Ansbach resonó, abrumando el silencio, mientras el cañón de mano rugía y escupía lenguas de fuego.

El cañón de mano tenía suficiente potencia de fuego para destruir un vehículo blindado o un caza de un único disparo. El cuerpo de Reinhard debería haber volado en pedazos, dejando nada más que trozos de carne dispersos. Pero el disparo falló. Una pared a unos dos metros a la izquierda de Reinhard se derrumbó en una explosión de mampostería destrozada y humo blanco. La onda expansiva golpeó a Reinhard fuertemente en la mejilla.

Un grito de arrepentimiento estalló en los pulmones de Ansbach. En ese instante infinitamente largo en el que todos habían estado paralizados, sólo había habido un hombre que había conseguido actuar.

El hombre que se había lanzado sobre Ansbach y había hecho a un lado el cañón del cañón de mano era Siegfried Kircheis.

El cañón de mano cayó al suelo con un estruendo ruidoso. El joven pelirrojo, superior a su oponente en velocidad y fuerza, agarró una muñeca del fallido asesino y se la retorció, tratando de forzarlo a caer al suelo. Sin embargo, una expresión feroz recorrió el rostro de Ansbach y, con un movimiento brusco y grácil, presionó el dorso de su mano libre contra el pecho de Kircheis.

Un rayo blanco plateado salió de la espalda del joven pelirrojo. Ansbach también había llevado una pistola láser disfrazada de anillo.

Kircheis, cuyo pecho había sido literalmente empalado por ese rayo de luz asesino, sintió un dolor que le desgarraba el cuerpo, pero no quiso soltar la muñeca del asesino. De nuevo el anillo brilló con su ominosa luz, y esta vez el rayo perforó su arteria carótida.

Hubo un extraño sonido, semejante a varias cuerdas de arpa rompiéndose a la vez, y luego una fuente de sangre de color rojo brillante brotó de la parte posterior del cuello de Kircheis. Las gotas golpearon contra el suelo de mármol como la lluvia de una repentina borrasca.

Tal vez fue ese sonido el que finalmente rompió los grilletes del asombro que había mantenido a los demás quietos durante los últimos diez segundos. Con las botas golpeando, los almirantes corrieron hacia delante y derribaron a Ansbach hasta que este estuvo en el suelo. Se produjo una chasquido sordo cuando este se rompió la muñeca. A pesar de dos heridas graves y una gran pérdida de sangre, Kircheis aún mantenía su posición.

Kircheis se había arrodillado y Mittermeier presionaba su pañuelo contra la nuca. La seda blanca se tiñó de carmesí en poco tiempo.

«¡Llama a un médico! ¡Necesitamos un médico aquí!»

«Es… demasiado tarde.»

El joven estaba jadeando. No era sólo su pelo el que estaba rojo ahora; todo su cuerpo estaba teñido de rojo. Los almirantes se quedaron sin palabras. Sabían por larga experiencia que no se podía hacer nada por heridas como éstas.

Ansbach había sido arrastrado al charco de sangre de Kircheis, y Kempf, Wittenfeld y el resto lo estaban sujetando. Pero otra sorpresa esperaba a los almirantes cuando Ansbach empezó a reírse con voz rasgada.

«Duque Braunschweig, perdone a este inútil sirviente que no pudo mantener su juramento. ¡Parece que el mocoso rubio no se unirá a usted en el infierno hasta dentro de unos años!»

«¡Maldito sinvergüenza! ¡Cómo te atreves!»

Kempf le golpeó con la palma de su mano. Mientras la cabeza golpeada de Ansbach se apoyaba en el suelo, habló una vez más: «Aunque me faltaba capacidad, voy a acompañarle ahora…»

Al darse cuenta de lo que Ansbach pretendía, Reuentahl gritó «¡Deténganlo!» y se lanzó hacia el cuerpo del asesino. Justo antes de que pudiera ponerle las manos encima, la mandíbula inferior de Ansbach hizo un ligero movimiento al morder una cápsula de veneno que estaba escondida entre sus muelas. Reuentahl lo agarró por la garganta e intentó impedir que tragara, pero su persistencia no hizo ninguna diferencia al final.

Los ojos de Ansbach se abrieron de par en par y se quedaron mirando a la nada.

Reinhard se quedó en la oscuridad.

Sus ojos azul hielo no vieron ni a los almirantes ni al hombre que había intentado matarlo. Todo lo que pudo ver fue a su amigo, su mejor amigo, ese pelirrojo…que acababa de salvarle la vida.

Le había salvado su vida, por supuesto que sí; no importaba el momento ni el lugar, Kircheis siempre había venido corriendo a salvarlo. Desde el día en que se conocieron de niños, Kircheis siempre había sido su amigo pelirrojo, protegiéndolo de todos los enemigos que hacía, escuchando sus problemas, soportando su egoísmo… ¿Su amigo? No, era más que un amigo… más que un hermano…

¡Era Siegfried Kircheis! Y había tratado de tratarlo como a todos los otros almirantes. Si Kircheis hubiera llevado su arma, el asesino habría muerto en el momento en que agarró el cañón de mano. No se habría derramado ni una gota de sangre de Kircheis.

Todo era culpa suya. Kircheis estaba en el suelo sangrando, y todo era su culpa.

«Kircheis…»

«Señor Reinhard… gracias a Dios que estás a salvo…»

Sin darse cuenta de la sangre que manchaba su uniforme, el joven de pelo dorado cayó de rodillas y tomó la mano de su amigo, aunque la vista de él ya se estaba volviendo borrosa en el campo de visión de Kircheis.

¿Era esto lo que se sentía al morir? pensó Kircheis.

Las sensaciones de los cinco sentidos se estaban desvaneciendo como si se estuviera alejando del mundo. El mundo se hacía cada ves más pequeño y más oscuro. Las cosas que quería ver, ya no podría verlas más; las cosas que quería oír, ya no podría oírlas. Extrañamente, no tenía miedo. Tal vez su peor miedo era la posibilidad de que ya se había enfrentado a la de no poder pasar el resto de su vida con Reinhard. Pero lo más importante era que había algo que tenía que decir. Algo que tenía que decirle a Reinhard antes de que sus ultimas fuerzas le abandonaran.

«Señor Reinhard, no creo que pueda ayudarte más… Por favor, perdóname.»

«¡Idiota! ¡No hables así!» Reinhard había querido gritar esas palabras pero apenas había conseguido decirlas en un susurro tembloroso. La belleza increíble del joven superaba toda propiedad, su deslumbrante elegancia nata, naturalmente abrumaba regularmente a los que le conocían… pero en ese momento, Reinhard parecía tan indefenso como un niño pequeño, demasiado joven para caminar sin aferrarse a la pared.

«Los médicos llegarán pronto. Van a curar esas heridas. En cuanto te hayas recuperado, iremos a ver a mi hermana y le diremos que hemos ganado. ¡Hagámoslo!»

«Lord Reinhard …»

«No hables hasta que lleguen los médicos».

«Conquista el universo…»

«… lo haré.»

«y luego dile a la Srta. Annerose…dile que Sieg mantuvo la promesa que le hizo cuando éramos niños …»

«No». Los mortecinos labios de Reinhard temblaban. «Me niego a decirle tal cosa. Hazlo tú. Díselo tú mismo. No lo haré. ¿Lo entiendes? ¡Vamos a ver a mi hermana juntos!»

Kircheis parecía sonreír débilmente. Y cuando esa sonrisa se desvaneció, Reinhard se dio cuenta con un escalofrío fugaz de que una mitad de él se había perdido para siempre.

«Kircheis». ¡Contéstame, Kircheis! ¡¿Por qué no respondes?!»

Mittermeier no pudo soportar verlo más. Puso una mano en el hombro del joven mariscal imperial y dijo: «Es demasiado tarde, señor. Se ha ido. Debemos dejarlo descansar en paz ahora…»

Pero el resto de sus palabras las tragó sin hacer ruido. Había una luz como nunca antes había visto en los ojos de su joven oficial superior.

«No me mientas, Mittermeier. Lo que ha dicho es una mentira. Kircheis nunca moriría primero. Nunca me dejaría atrás».

II

«¿Cómo está el marqués Lohengramm?»

«Todavía no hay cambios. Sigue sentado allí, inmóvil».

Tanto la pregunta como la respuesta fueron pronunciadas en tono grave.

Los almirantes se habían reunido en la Sala de Armas, uno de los clubes de la Fortaleza Gaiesburg para oficiales de alto rango. Los nobles boyardos no habían escatimado en gastos para decorar este amplio y lujoso salón, pero los que habían prevalecido sobre ellos ahora no tenían ningún interés en él.

Los almirantes habían impuesto una mordaza estricta con respecto a la tragedia en la ceremonia de la victoria, y la fortaleza estaba siendo administrada conjuntamente de acuerdo con la disciplina militar. Aún así, ya habían pasado tres días, y todos sabían que las cosas estaban llegando a un punto crítico. No podían simplemente mantener las comunicaciones FTL con Odín apagadas indefinidamente.

El cuerpo de Kircheis había sido colocado dentro de una caja refrigerada para preservarlo, pero Reinhard, abrumado por el pesar, permaneció a su lado, sin comer ni dormir día tras día. Los almirantes estaban preocupados.

«Sin embargo, para ser honesto,» dijo Müller, «nunca imaginé que el marqués tuviera un corazón tan frágil.»

«No se comportaría así si fuera yo o tú el que hubiera muerto», respondió Mittermeier. «Siegfried Kircheis es-o era-algo especial. El marqués ha perdido la mitad de su propio ser, por así decirlo. Y por su propio error, nada menos».

Los otros almirantes reconocieron la solidez de esa perspicacia, aunque al hacerlo se pusieron más nerviosos por perder el tiempo de esta manera.

Los ojos heterocromáticos de Reuentahl brillaron entonces con fuerza, y habló a sus colegas en un fuerte tono de voz: «Vamos a hacer que el Marqués Lohengramm se recupere. Tenemos que hacerlo. Si no lo hacemos, eso significa que todos nosotros cantaremos un coro de destrucción a las profundidades de la galaxia.»

«Aún así, ¿qué debemos hacer? ¿Cómo le ayudamos a superar esto?»

Esa voz pertenecía a Wittenfeld, que sonaba como si estuviera totalmente perdido. Kempf, Wahlen, y Lutz mantuvieron un pesado silencio.

Cualquiera de esos almirantes reunidos podía levantar una mano para hacer que decenas de miles de barcos se movilizaran y millones de soldados tomaran las armas. Pero ni siquiera los héroes que podían atravesar a voluntad el mar de estrellas -destruyendo mundos y conquistando sistemas estelares enteros- podían pensar en una manera de hacer que un joven se pusiera de pie de nuevo cuando se veía abrumado por el dolor y la pérdida.

Finalmente, fue Reuentahl quien murmuró, «Si hay una solución, sé quién la tendrá».

La cabeza de Mittermeier inclinada. «¿A quién tienes en mente?»

«Deberías saberlo. Es el único que no está aquí ahora mismo, Oberstein ,el Jefe de Personal».

Los almirantes se miraron unos a otros.

«¿Estás diciendo que necesitamos su ayuda?» Mittermeier no pudo ocultar la nota de asco en su voz.

«No tenemos elección. Además, sabes muy bien que el marqués Lohengramm es la única razón por la que está aquí. Y siendo así, sospecho que hay una razón por la que no ha hecho algo ya, está esperando que vayamos a él.»

«En ese caso, ¿no implica eso que va a esperar algo a cambio? ¿Qué hacemos si quiere el derecho de anular nuestras decisiones en ciertos casos?»

«Todos nosotros, incluido Oberstein, estamos montados en la buena nave Lohengramm. Para salvarse a sí mismo, uno tiene que salvar la nave. Y suponiendo que Oberstein intentara aprovecharse de la situación en su propio beneficio, sería simplemente cuestión de tomar las medidas apropiadas nosotros mismos para vengarnos de él.»

Reuentahl terminó de hablar, y los otros almirantes asintieron con la cabeza. Fue entonces cuando un oficial de seguridad apareció y anunció la llegada de Oberstein.

«Apareciste en el momento justo», dijo Mittermeier. Su falta de afecto era evidente por su tono.

Oberstein entró en la habitación, miró a los que estaban allí reunidos y empezó a criticarlos sin reservas.

«Teniendo en cuenta lo largo que ha durado su discusión, supongo que no se puede llegar a ninguna conclusión».

«Bueno, ya que a nuestra fuerza le falta el número uno y el número dos, parece que no tenemos a nadie presidiendo aquí.» Las palabras de Reuentahl fueron duras; él se estaba burlando del hecho de que la teoría «número dos» de Oberstein había llevado en efecto a la muerte de Kircheis. «Entonces, ¿el jefe de personal tiene una buena idea?»

«No puedo decir que no.»

«¿Oh? ¿Y cual es esa idea?»

«Preguntar a la hermana del Marqués Lohengramm».

¿»A la Condesa Grünewald»? También pensamos en eso, pero ¿será suficiente para llegar a alguna parte?»

Las palabras eran de Reuentahl, pero el hecho era que nadie quería asumir el trabajo de informar a Annerose de lo que había sucedido.

«Déjenmelo a mí, pero tengo algo que hacer para todos ustedes: Necesito que capturen al hombre que mató a Kircheis.»

Ni siquiera el ingenioso Reuentahl pudo captar el significado de esa frase de inmediato. Sus heterocromáticos ojos se abren un poco más a pesar de sí mismo.

«Es una cosa extraña de decir. El asesino fue Ansbach, ¿no?»

«Ansbach era un alevín. Vamos a hacer que alguien más sea el verdadero conspirador. Un pez muy grande.»

«¿Qué quieres decir?»

«Es una forma de perversión psicológica», explicó Oberstein, «pero en su corazón, Reinhard está pidiendo a gritos que el asesino sea alguien grande. No puede soportar la idea de que Kircheis haya sido asesinado por gente como Ansbach, un simple subordinado del Duque Braunschweig. Esto crea la necesidad de que Kircheis haya sido asesinado por un enemigo mucho más importante. Por lo tanto, necesitamos encontrar a alguien grande que trabajara detrás de Ansbach en las sombras. Tal individuo, de hecho, no existe. Por lo que simplemente tendremos que fabricar uno».

«Hmm. ¿Pero a quién podemos enmarcar como el cabecilla? Los nobles están casi extintos ahora. ¿Hay alguien que encaje en ese escenario?»

«Oh, tengo un excelente candidato.»

«¿Quién?» Mittermeier preguntó dudoso.

«El primer ministro imperial en funciones, el duque Klaus Lichtenlade.»

Todos en la habitación se quedaron sin palabras por un momento. Mittermeier parecía haber sido golpeado físicamente. Las miradas de los otros almirantes también se dirigieron al jefe de personal, con su ojo artificial. Podían adivinar lo que pretendía: quería poner esta crisis a trabajar para ellos con el fin de eliminar un enemigo latente.

«No querría que fueras mi enemigo», dijo Mittermeier. «No hay forma de pudiera ganar».

Al menos en la superficie, Oberstein ignoró la profunda malicia evidente en las palabras de Mittermeier.

«El duque Lichtenlade tendrá que ser eliminado tarde o temprano. Y tampoco es que su corazón sea tan puro como el de un ángel. No hay duda de que está tramando sus propias conspiraciones para eliminar al Marqués Lohengramm.»

«Así que lo que está diciendo es que esto no sería una acusación totalmente falsa. Ya lo veo. Aese viejo le gustan las intrigas de palacio».Reuentahl, hablando en voz baja, sonaba como si estuviera tratando de convencerse a sí mismo.

«Volvemos a Odín lo antes posible, arrestamos al duque Lichtenlade y tomamos el sello imperial. Hagan eso, y podremos establecer poderes dictatoriales para el Marqués Lohengramm.»

Mittermeier, en un intento de sarcasmo, dijo: «¿Pero qué hacemos si la persona que toma el sello imperial se queda en Odín y trata de convertirse en un dictador él mismo?»

Oberstein respondió: «No hay miedo a eso. Incluso si uno de ustedes tuviera tales ambiciones, sería detenido por almirantes de rango similar. Ninguno de ustedes se pararía obedientemente a sotavento de un hombre que ha sido su igual en rango hasta ahora. De hecho, esa es la razón por la que digo que no necesitamos un número dos».

El poder se justifica no por cómo lo consigues sino por cómo lo usas.

Los almirantes reconocieron la verdad de ese dicho, y los llevó a tomar una decisión monumental.

La conspiración y el engaño eran inevitables. Ahora era el momento de purgar la corte de los enemigos ocultos del Marqués Lohengramm y tomar todo el poder del gobierno. La estrategia de Oberstein era exactamente lo que necesitaban. Si se quedaban parados sin hacer nada, simplemente estarían entregando la iniciativa al enemigo.

Los almirantes entraron en acción. Oberstein, Mecklinger y Lutz se quedaron en Gaiesburg para encargarse de la seguridad, mientras que los demás, liderando lo mejor de sus fuerzas militares de élite, se apresuraron hacia Odín.

De esta manera, hicieron el movimiento inicial contra el golpe de palacio que el duque Lichtenlade estaba seguro de intentar tarde o temprano. Impulsados por su determinación, hicieron el viaje de 20 días desde Gaiesburg a Odín en 14 días.

«Lobo de vendaval» Mittermeier dijo a sus subordinados, «Dejen atrás a quienes se salgan de la formación. Sólo espero que puedan llegar a Odín en algún momento».

En el momento en que partió de Gaiesburg, comandaba una flota de cruceros de alta velocidad de veinte mil, pero ese número disminuía con cada salto espacial sucesivo, y para cuando llegaron a la región estelar del Valhalla, donde se encontraba Odín, sólo quedaban tres mil naves.

Müller usó ochocientas de ellas para tomar el control de la órbita de los satélites, mientras que los otros almirantes se sumergieron en la atmósfera. Tantos aterrizajes simultáneos estaban más allá de la capacidad de los controladores de tráfico del puerto espacial, y la mitad de la flota se vio obligada a realizar aterrizajes en lagos.

Era medianoche en el lugar en el que el Palacio de Neue Sans Souci estaba ubicado. Mittermeier se dirigió directamente a la oficina del primer ministro. Fue Reuentahl quien dirigió el asalto a la residencia del duque Lichtenlade. El primer ministro estaba sentado en la cama leyendo cuando el joven oficial con ojos heterocromáticos pateó la puerta y entró.

«¿Qué significa esto? ¿Por qué arman alboroto, tontos plebeyos?», le regañó el primer ministro a Reuentahl.

«Excelencia, Primer Ministro Klaus Lichtenlade: Lo pongo bajo arresto.»

Lo que corría por la mente del anciano gobernante en ese momento no era tanto una sorpresa como un sentimiento de derrota. El anciano había esperado monopolizar todo el poder y la autoridad por sí mismo, y provocar la caída de Reinhard con un solo empujón por detrás, pero ahora había sido vencido de lleno por la perspicacia de Oberstein y las acciones de los almirantes.

«¿Con qué fundamentos?», dijo.

«Usted fue el patrocinador del fallido intento de asesinato contra Su Excelencia, el marqués Reinhard von Lohengramm.»

Los ojos del anciano primer ministro se abrieron de par en par. Durante un largo momento se quedó mirando la cara de Reuentahl. Entonces un escalofrío recorrió su delgada figura y escupió:

«Tonto. ¿Qué prueba tienes para decir esas tonterías? Soy el primer ministro imperial. Estoy por encima de usted en la asistencia a Su Alteza».

«Y al mismo tiempo es un conspirador sin ley», dijo fríamente Reuentahl., que a continuación gritó a sus soldados: «¡Arréstenlo!»

Soldados de humilde origen agarraron violentamente el brazo del viejo aristócrata de alta alcurnia, un hombre al que ni siquiera podrían haberse acercado en otro tiempo..

Al mismo tiempo, un escuadrón dirigido por Mittermeier irrumpió en el edificio que albergaba las oficinas del primer ministro y su personal.

«¿Dónde está el sello imperial?» Mittermeier exigió a un viejo burócrata que trabajaba en el turno de noche. Aunque se puso blanco como una sábana cuando se encontró rodeado de armas, se negó a divulgar el paradero del sello.

«¿Con qué autoridad pregunta? Esta es, en efecto, la Sala del Sello Imperial, y la oficina del primer ministro. No es un lugar donde oficiales militares no relacionados con nuestro trabajo puedan irrumpir en mitad de la noche. Por favor, retírese ahora.»

Mittermeier actuó rápidamente para evitar que la sed de sangre de sus hombres se descontrolara. Reconoció el valor del viejo burócrata y no quiso hacerle daño. Aún así, eso no significaba que fuera a echarse atrás. Hizo una señal a sus hombres, y los soldados entraron en la habitación, se desplegaron en abanico, y comenzaron a saquear lo que había sido, hasta hace poco tiempo, un lugar sagrado en el que ni siquiera un jefe de ministerio o un mariscal imperial se habría atrevido a entrar sin permiso. Los armarios y los escritorios acabaron por el suelo, y los documentos importantes que no debían salir de esa habitación, se derramaron en el suelo, para ser pisados bajo las suelas de las botas militares.

«Por favor, detenga esto», gritó el viejo. «¿Esto es lo que piensas de la autoridad del imperio ,de la familia imperial? Deberían avergonzarse de ustedes mismos. Este es un acto indigno de súbditos del imperial».

¿»La autoridad de la familia imperial»? Creo que he oído hablar de eso. Era algo que tenían hace mucho tiempo». Mittermeier estaba hablando en grande ahora. «Pero en última instancia, es el uso de la fuerza lo que le da a la autoridad su significado, y no al revés. Sólo mira ahí, creo que lo entenderá bastante bien.»

Un soldado gritó alegremente, sosteniendo entre sus manos una pequeña caja . Estaba adornada en la tapa y alrededor de sus bordes con un clásico patrón de arabesco de hojas de vid.

«¡Es ! ¡Lo he encontrado!»

Con un grito, el viejo burócrata corrió hacia el soldado y trató de agarrarlo, pero fue golpeado por otros soldados primero. Fiel a su oficina, el viejo se arrastró por el suelo, con sangre de un corte en la frente.

Mittermeier abrió la caja y, sin sentirse particularmente conmovido o impresionado, miró el sello dorado, envuelto en terciopelo carmesí. El águila de dos cabezas que formaba su mango le miró fijamente como una criatura viviente.

¿Así que este es el sello imperial? pensó.

Mittermeier se rió a carcajadas, miró al hombre que estaba en el suelo y ordenó que se trajera a un médico.

Para la capital imperial de Odín, la guerra civil comenzó y terminó en medio de la subyugación de los almirantes de Reinhard.

La hija del Conde Mariendorf, Hilda, ya estaba en la cama cuando empezó, pero una vez que se le informó de los disturbios en la ciudad, se puso una bata sobre su camisón y salió al balcón de la mansión.

Allí podía oír todos los sonidos de los militares: Los estruendosos y suaves , los fuertes y débiles , una sinfonía llevada a sus oídos por el viento de la noche.

Mientras escuchaba, un mensajero se acercó y dijo con voz temerosa: «¿De dónde han salido, señora?»

«Los ejércitos no nacen del suelo sin más», dijo. «Aparte de los del Marqués Lohengramm, no puede haber ninguna fuerza tan numerosa como esta.»

Cediendo su pelo corto a las vacilantes caricias del viento nocturno, Hilda continuó hablando, para a sí misma. «Parece que se avecinan algunos tiempos animados para nosotros. Por supuesto, las cosas se volverán un poco locas, pero aún así lo prefiero al estancamiento “

III

…¿había estado soñando?

Reinhard miró a su alrededor. La habitación era oscura, fría y estaba sumida en un completo silencio. Aparte de él mismo, sólo estaba Kircheis -en un estuche hecho de vidrio especial- y el aire frío y seco. Su amigo pelirrojo no se movía, ni hablaba, ni respiraba.

Así que había sido un sueño, después de todo. Los hombros de Reinhard se inclinaron, y levantó el cuello la capa de su uniforme mientras cerraba los ojos.

… Annerose, habiendo recibido permiso del Kaiser, había invitado a Reinhard y a Kircheis a una villa de montaña en Freuden. Era la primera vez que se veían en un año y medio. El chico rubio y el pelirrojo, vestidos con sus uniformes de la escuela militar, ajustándose los sombreros y collares del otro, habían salido corriendo de su rígido y formal dormitorio.

Había sido un viaje de seis horas en un coche de tierra. Esto se debía a que estaba prohibido volar sobre las tierras de la familia imperial. Había jardines de flores allí y montañas cubiertas de nieve todo el año. Pero la belleza contrastada del blanco puro y los colores del arco iris pronto fue borrada por los grises oscuros de la fuerte lluvia que llegaba con los truenos. Los tres pasaron todas sus vacaciones encerrados en la villa. Sin embargo, eso había sido agradable a su manera. Arrojando leña a la chimenea, habían cantado todas las canciones que conocían, mientras que los reflejos de las llamas doradas bailaban en sus ojos…

Los recuerdos de Reinhard, sin embargo, fueron repentinamente interrumpidos.

«Aquí Oberstein, Excelencia», dijo una voz sin emoción ni vida. «Un mensaje ha llegado para usted de Odín.»

Después de un momento de duda, Reinhard respondió: «¿De quién es?»

«Su hermana, la condesa Grünewald.»

El joven que durante horas (y días) no había movido ni un músculo, se levantó bruscamente. Fue como si una escultura hubiera cobrado vida de repente. Sus ojos de hielo estaban prendidos con llamas de pura rabia.

«¡Se lo has dicho! Le has contado a mi hermana sobre Kircheis, ¿no?»

El jefe del Estado Mayor aceptó toda furia hirviente de Reinhard sin siquiera pestañear.

«Lo hice. En un mensaje superlumínico hace un momento.»

«¡Cómo te atreves! ¡Eso no te incumbe!»

«Tal vez, pero ciertamente no puedes ocultar esto para siempre.»

«¡Cállate!»

«¿Tienes miedo? De tu hermana, quiero decir.»

«¿Qué acabas de decir?»

«Si no, por favor hable con ella. Su Excelencia, aún no me he dado por vencido con usted. Me parece loable que se culpe sólo a sí mismo y no intente echarme la culpa a mi. Sin embargo, si continúa viviendo en el pasado y se niega a enfrentar el futuro, entonces se acabó. El universo caerá en las manos de otro hombre. Y el Almirante Kircheis mirará desde el Valhalla y se avergonzará de haberle conocido.»

Reinhard echó un vistazo a Oberstein que podría haberle fulminado donde estaba, pero pasó a su lado y entró a su sala de comunicaciones privada.

La pantalla de comunicaciones mostraba la fresca belleza sin adornos del rostro de Annerose. El joven mariscal imperial luchó por reprimir un escalofrío e intentó controlar su palpitante corazón.

«Annerose…»

Eso fue todo lo que Reinhard dijo antes de que se volviera incapaz de mover la lengua.

Annerose miró fijamente a su hermano. Sus mejillas eran blancas, demasiado blancas. No había lágrimas en sus ojos azules. Lo que había era algo más grande.

«Mi pobre, pobre Reinhard …» Annerose murmuró. Esa voz baja apuñaló al joven de pelo dorado en el corazón. Entendió perfectamente el significado de las palabras de su hermana. Por el bien del poder, por la autoridad, había tratado de tratar a su otro yo como un simple lacayo y había recibido una horrible retribución por tal pobreza de espíritu.

«Has perdido todo lo que tenías que perder ahora, ¿no es así?»

Por fin, Reinhard se las arregló para hablar.

«… No, todavía te tengo a ti. Lo hago… ¿no es así, Annerose? ¿No es así?»

«Así es. Solo nos tenemos el uno al otro».

Algo en su tono hizo que Reinhard se quedara sin aliento. Y ¿Annerose había notado el cambio de expresión de su hermano?

«Reinhard, me mudo de la mansión en Schwarzen. Me pregunto si podría tener una pequeña casa de campo en algún lugar.»

«Annerose…»

«Y también, por el momento, no creo que debamos vernos.»

«¡Annerose!»

«Es mejor si no estoy a tu lado. La forma en que vivimos nuestras vidas es demasiado diferente… Todo lo que tengo es el pasado. Pero tú tienes un futuro.»

Una vez más, Reinhard se quedó sin palabras.

«Cuando estés cansado, ven a verme. Pero es demasiado pronto para que estés cansado todavía.»

Ella tenía razón. Reinhard había perdido el derecho a añorar el pasado e incluso la capacidad de descansar cuando estaba cansado. Debido a que Kircheis había mantenido su voto, ahora tenía que mantener su voto a Kircheis también.

Tenía que hacer suyo el universo. Lo que fuera necesario, tenía que hacer lo que fuera necesario por el bien de ese objetivo. Después de todo, cuando pensó en la inmensidad de lo que había perdido, sería una lástima si no pudiera hacer una pequeña cosa como esa a cambio.

«Ya veo. Si eso es lo que quieres, entonces haré lo que quieras. Vendré a buscarte cuando el universo sea mío. Pero antes de que te vayas, por favor dime una cosa».

«Ya veo. Si eso es lo que quieres, entonces haré lo que quieras. Vendré a buscarte cuando el universo sea mío. Pero antes de que te vayas, por favor dime una cosa».

Reinhard tragó saliva y estabilizó su respiración.

«¿Amabas… amabas a Kircheis?»

Y luego, con miedo, miró a su hermana a los ojos.

Ella no respondió. Aún así, Reinhard nunca había visto a su hermana con un aspecto tan blanco como el de ella en ese momento, ni había visto nunca tanta tristeza en su cara. Sabía que probablemente guardaría el recuerdo de esa expresión mientras viviera.

Y en esa suposición, tenía razón.

Reuentahl aceptó el trabajo de reportarse a la Fortaleza Gaiesburg, pero no voluntariamente. Después de intentar durante algún tiempo que el deber se cumpliera, los almirantes decidieron finalmente resolver el asunto en un juego de cartas, y allí la suerte abandonó por completo al joven heterocromo.

Él saludó a Gaiesburg desde la oficina del almirantazgo de Reinhard. Reinhard apareció en la pantalla de inmediato. El agudo brillo de la razón y el espíritu brillaba en sus ojos azul hielo, y cuando vio esos ojos, Reuentahl supo que su joven señor se había encontrado a sí mismo de nuevo. El discurso de Reinhard también era lúcido, y su voz recuperó su fuerza. Sin embargo, Reuentahl sintió que algo aún no estaba del todo bien.

«Soy consciente de la situación», dijo. «Me enteré por Oberstein. El día que te fuiste.»

«Ya veo…»

«Su distinguido servicio será ricamente recompensado. Pronto regresaré a Odín también. ¿Puedo pedirte que envíes a alguien para que se reúna conmigo en el camino?»

«Sí, milord. Enviaré a Mittermeier».

Después de ceder ese deber a su colega, Reuentahl le dijo a Reinhard la razón de su llamada.

«Hemos arrestado a toda la familia del duque Lichtenlade. Una vez que haya regresado, le pedimos que los juzgue».

«No hay necesidad de esperarme. Puedo hacerlo desde aquí ahora mismo y dejarte que cumplas sus sentencias. ¿Cómo es eso?»

«Muy bien, milord. ¿Qué deberíamos hacer con el Duque Lichtenlade?»

«No podemos ejecutar a alguien que fue primer ministro imperial. Aconséjele que se suicide. De una manera indolora».

«Como quiera. ¿Y su familia?»

«Exilien a las mujeres y los niños a la frontera», la voz de Reinhard se asemejaba al sonido que se produce cuando los trozos de hielo se golpean entre sí. «Y ejecutad a todos los varones de diez años en adelante.»

«… Como quieras.» Como era de esperar, Reuentahl no pudo responder a eso de inmediato

«Los menores de nueve años no deben ser perjudicados, entonces…» dijo, quizás buscando una especie de indulgencia indirecta. Reuentahl era un valiente almirante que no se complacía en un innecesario derramamiento de sangre.

«Tenía diez años cuando entré en la escuela militar», dijo Reinhard. «Hasta esa edad, se podría decir que todavía no estaba completamente formado. Así que les perdonaré la vida. Si quieren intentar matarme una vez que hayan crecido, que vengan. Después de todo, si un conquistador carece de habilidad, es natural que sea derrocado.»

Reinhard se rió. Era una risa elegante, pero parecía tener un tono ligeramente diferente al que tenía en el pasado.

«Y lo mismo va para todos ustedes. Si tenéis la confianza y estáis dispuestos a arriesgarlo todo, adelante. Desafíame cuando quieras.»

Una delgada sonrisa brillaba como un espejismo en sus elegantes labios. Los escalofríos se extendían como olas a través de cada nervio del cuerpo de Reuentahl. No se dio cuenta de lo tensa que sonaba su voz cuando dijo: «Seguramente debe estar bromeando».

Reinhard se había despojado de su vieja piel. Habiendo perdido la mitad de su propio ser, ahora intentaba llenar ese vacío adquiriendo algo nuevo. Este nuevo cambio sería bienvenido por algunos y aborrecido por otros. Pero en cuanto a quién, Reuentahl no podía decir.

Cuando la llamada terminó, Oberstein entró y se presentó ante Reinhard. Miró al joven señor como si estuviera llevando a cabo una observación científica.

«Su Excelencia, la Brünhilde puede salir del puerto en una hora.»

«Muy bien. Bajaré en treinta minutos.»

«Y, Excelencia, ¿se siente realmente cómodo con su decisión respecto a la familia Lichtenlade?»

«He derramado mucha sangre hasta este punto, y probablemente tendré que derramar mucha más en el futuro. ¿Qué cambia la sangre de la familia Lichtenlade? Sólo añade unas cuantas lágrimas más al cubo».

«Espero que lo creas».

«Déjeme ahora. Ve y haz tu trabajo.»

Oberstein se inclinó en silencio. Cuando bajó la cabeza, sus ojos artificiales emitieron una luz extraña e inexplicable.

Reinhard, habiendo enviado a su jefe de personal, dejó que su delgado cuerpo se hundiera en su silla y giró sus ojos hacia la pantalla de observación para mirar el mar de estrellas que tenía que conquistar.

Su corazón estaba hambriento. Kircheis se había ido para siempre, y ahora incluso había perdido a su hermana también.

Si acababa con la Dinastía Goldenbaum, creaba un nuevo Imperio Galáctico, conquistaba la Alianza de los Planetas Libres, anexaba el Dominio de Phezzan y se convertía en el gobernante de toda la raza humana… ¿se saciaría entonces el hambre de su corazón?

No, no lo haría, pensó Reinhard. Incluso entonces, ese hambre del alma no sería satisfecha. Lo más probable es que no se saciaría, no podría, nunca.

Y sin embargo, para Reinhard ya no quedaba ningún otro camino. Todo lo que podía hacer para resistir ese vacío en su corazón era seguir luchando, seguir ganando y seguir conquistando.

Para ello, necesitaba enemigos. Enemigos poderosos y competentes eran lo único que podía hacerle olvidar su hambre. Incluso si concentraba sus energías por un tiempo en apuntalar las cosas a nivel nacional, era fácil ver que un enfrentamiento militar con la Alianza de los Planetas Libres vendría tan pronto como el próximo año. Y en la alianza estaba el enemigo más poderoso y competente de todos ellos

IV

El poderoso enemigo en el que pensaba Reinhard estaba de muy mal humor en ese momento.

Después de recuperar Heinessen, había viajado a Neptis, Kaffar y Palmerend; había aceptado la rendición de los regimientos rebeldes de esos tres mundos y acababa de regresar a la capital. Fue entonces cuando alguien que se hacía llamar enviado especial del gobierno se presentó y le pidió que estrechara públicamente la mano del Presidente Trünicht en una ceremonia patrocinada por el gobierno. Era un evento planeado para conmemorar la victoria de la democracia sobre las fuerzas del militarismo, así como el restablecimiento del orden según la Carta de la Alianza.

La reacción de Yang había sido espectacularmente infantil.

«¿Por qué yo y ese imbécil de Trünicht» – donde se dio cuenta de que estaba gritando y moduló su tono – «y el Presidente Trünicht tenemos que darnos la mano?»

Yang consideraba una grave desgracia que Trünicht hubiera salido ileso de su escondite subterráneo. Naturalmente, no le alegró el hecho de que su presentimiento hubiera sido acertado. Una cortina de colores deslumbrantes estaba a punto de caer sobre un programa completo de comedias horribles.

No, en realidad. Si el telón caía, en un teatro todo eso terminaría; pero en realidad, no había garantía de que despues no pidieran un bis.

Yang se sintió asqueado de todo corazón cuando pensó en el monstruoso ego de Trünicht. Las cosas se habían puesto tan mal que había estallado un golpe de estado, pero en lugar de mirar bien y con dureza sus propias posiciones políticas, aquí estaba usando trucos políticos y manipulando a las masas para mantener su control del poder. Estrechar la mano de ese hombre en un escenario frente a una multitud no se diferenciaba apenas de pedirle a Yang que vendiera su alma.

Sin embargo, en el futuro, cuantas más batallas ganara, más alto ascendería en su posición, en resumen, cuanto más políticamente útil fuera , más se encontraría en este tipo de situación. ¿Qué podía hacer para evitar que eso sucediera?

Bueno, para empezar, podría perder. Atacar en batalla y perder miserablemente. Si lo hiciera, su reputación se derrumbaría, y las voces que lo elogian ahora se convertirían en sus críticos más duros de la noche a la mañana. La evaluación perfectamente apropiada de «¡Asesino!» se aplicaría a él, y todos pensarían que es natural que presente su dimisión. Muy poca gente, si es que alguien, trataría de detenerlo.

Así Yang sería rescatado del infierno del servicio público. Una vida tranquila, apartada de la vista del público en algún pequeño rincón de la sociedad, no estaría nada mal. Podría vivir en una pequeña casa de campo entre los campos de arroz, donde se inclinaría hacia atrás una copa de brandy en las noches frías mientras escuchaba el viento que soplaba afuera. En los días lluviosos, bebería vino mientras se ponía nostálgico, pensando en el épico viaje del agua a través de la atmósfera.

«Sólo escúchame… Todo lo que haría es beber.»

Yang sonrió irónicamente, y sacó esas tranquilas reflexiones de su mente. Perder lo salvaría, pero ¿cuántas decenas de miles se perderían como resultado? Perder significaría la muerte de mucha gente, dejando a esposas sin maridos, madres sin hijos e hijos sin padres.

Si iba a luchar, tenía que ganar. ¿Y qué significaría la victoria? Significaría matar a muchos soldados enemigos, destrozar el tejido de la sociedad enemiga y arruinar muchas familias enemigas. La dirección era diferente pero el vector el mismo.

Así que, en última instancia, ¿está mal hacer cualquiera de las dos cosas?

Habían pasado casi exactamente diez años desde que Yang se graduara en la Academia de Oficiales, convirtiéndose en soldado, pero aún no podía resolverse esta cuestión. No era aritmética para principiantes, por lo que no había una respuesta clara, incluso cuando se enfrentaba seriamente a ella. Y aunque sabía que intentar resolver esa pregunta lo haría perderse en un laberinto de pensamientos, no podía dejar de pensar en ello.

Todo eso, sin embargo, dejando de lado la idea de que tenía que darle la mano a Job Trünicht … !

No tenía miedo de ninguna venganza que pudiera seguir si se negaba. Pero como el objetivo de esta reunión era mostrar la cooperación entre el gobierno y los militares, tampoco podía llevar una bola de demolición a ese espíritu de armonía. Yang creía que los militares debían estar subordinados al gobierno y, por extensión, al pueblo. Por eso había luchado contra la facción del golpe de estado para empezar.

La ceremonia se celebró al aire libre. Era un día hermoso, con la suave luz del sol de principios de otoño envolviendo a los asistentes, añadiendo una película de oro a las hojas de los árboles. El corazón de Yang no se parecía en nada al cielo despejado que había sobre él.

No estoy estrechando la mano de Trünicht, estoy estrechando la mano del presidente del Alto Consejo en su papel de jefe de estado.

Pensándolo de esa manera, Yang fue capaz de confrontar sus emociones. Esa línea de razonamiento era sólo una forma de evitar la verdad, por supuesto, y la conciencia de Yang de eso sólo hizo que su irritación aumentara.

Fue porque tenía que soportar este tipo de cosas que las promociones no valían la pena. «Ahora te estás adelantando al grupo» y «Oh, estás ascendiendo en un mundo», solía decir la gente envidiosa, pero lo que pasaba con las pirámides era que cuanto más te acercabas a la cima, más estrecho y traicionero se volvía el camino. Para Yang, era una clase extraña de gente que podía estar tan obsesionada con elevar su estatus sin considerar su precaria posición.

Aparte de todo eso, no podía superar lo incómodo que se sentía sentado en los asientos VIP. El año pasado, en el servicio conmemorativo de la Batalla de Astarté, el lugar de Yang todavía estaba en la sección de asistencia general. En comparación con ahora, su estatus en ese momento había sido mucho más fácil de manejar …

Trünicht estaba hablando ahora. Era la elocuencia vacía de un agitador de segunda clase. Alababa a los muertos, alababa los sacrificios hechos por el Estado, le decía al pueblo que no insistiera en sus libertades y sus derechos, porque estaban en medio de una guerra santa para derribar el Imperio Galáctico. Había estado repitiendo lo mismo durante años.

La gente muere, pensó Yang. Las estrellas también tienen vida. Incluso el propio universo dejará de existir algún día. No hay forma de que ningún estado sea lo único que sobreviva para siempre. Así que si un estado no puede sobrevivir sin hacer gigantescos sacrificios, ¿por qué debería importarme en lo más mínimo si cae mañana?

Una voz llamó a Yang mientras pensaba en estas cosas.

«Almirante Yang…»

Una sonrisa amistosa brillaba en el atractivo rostro del Presidente Trünicht, que había regresado a los asientos VIP. Era una sonrisa que había hechizado durante mucho tiempo a un electorado de miles de millones. A veces se decía que sus partidarios votaban por esa sonrisa, no por políticas e ideas. Yang, por supuesto, nunca había estado en ese número desde que llegó a la edad de votar.

«Almirante Yang», dijo Trünicht, «Estoy seguro de que hay muchas cosas que le gustaría decirme, pero hoy es un día feliz – la patria está conmemorando la liberación de la dictadura militarista. No creo que debamos mostrar a nuestros enemigos comunes que el gobierno civil y el militar no están de acuerdo. Lo usarán contra nosotros».

Yang no respondió.

«Así que sólo por hoy, mantengamos las sonrisas en nuestros rostros y hagamos lo posible por no molestar a nuestros soberanos, el pueblo.»

Yang ciertamente admiraba a un hombre que era capaz de hacer un argumento sólido. ¿Pero qué hay de alguien que creaba un argumento sólido sin creer en él ni un minuto? Esa duda le molestaba a Yang cada vez que veía a Trünicht.

«Y ahora, hay dos luchadores aquí hoy, dos guerreros que luchan cada día por la democracia, por la independencia de nuestra nación y por su libertad… y estamos a punto de verlos darse la mano aquí mismo. Un gran aplauso para nuestro líder civil, el Sr. Trünicht, y para el Sr. Yang, que representa a nuestros hombres y mujeres de uniforme».

El que gritaba estas palabras era Aron Doumeck, que era el maestro de ceremonias del evento. Doumeck había comenzado como un erudito literario, se transformó en un comentarista político, y finalmente se convirtió en un político de carrera. Estaba en el círculo íntimo de Trünicht y había descubierto su razón de ser al atacar y calumniar a los enemigos políticos de su jefe, así como a todos los medios de comunicación que le criticaban.

Trünicht se levantó de su asiento, saludó a la multitud y extendió su mano hacia Yang. Yang también se las arregló para ponerse de pie, pero apenas controlaba el impulso de huir del escenario y no mirar nunca hacia atrás.

Cuando los dos se dieron la mano, los vítores de la multitud aumentaron aún más, y el sonido de sus aplausos abrumó el cielo abierto. Yang no quería sostener esa mano ni un segundo más de lo necesario, pero cuando se liberó por fin de esa tortura incruenta, se le ocurrió una idea totalmente inesperada.

¿Había estado subestimando a Trünicht todo el tiempo?

Ese pensamiento llegó brillando a la mente de Yang como un rayo de sol a través de una ruptura en las nubes. Sorprendido tanto que dejó de respirar por un segundo, volvió a ver lo que estaba pensando. Sin estar seguro de por qué había pensado tal cosa, comenzó a reexaminar los eventos pasados.

Durante el golpe de estado, Trünicht no había hecho nada. Protegido por miembros de la Iglesia de la Tierra, simplemente se había ocultado bajo tierra.

Había sido Yang Wen-li quien había liderado la flota y luchado en la batalla, y había sido Jessica Edwards quien había defendido al pueblo y luchado con discursos y asambleas. Trünicht no había contribuido ni un gramo a la resolución final. Sin embargo, aquí estaba, vivo y bañado por la adulación de la multitud, mientras Jessica, brutalmente asesinada, yacía ahora en su tumba.

¿Y qué hay de la ignominiosa batalla de Amritzer? Hasta entonces, Trünicht no pudo evitar insertar su retórica pro-guerra en cada pequeña cosa, pero cuando llegó el momento de votar sobre la invasión del imperio, había dado un giro de 180 grados y votó en contra del despliegue.

¿Y el resultado de ese minucioso golpe que habían tomado? Los apologistas de la guerra habían perdido la confianza del pueblo, y su causa había perdido terreno. Mientras tanto, la popularidad de Trünicht había aumentado en relación a ellos, y ahora el ex presidente del Comité de Defensa se había convertido en presidente del Alto Consejo y jefe de estado de la alianza.

Y luego, estaba el reciente golpe de estado …

Nunca nada dañó a Trünicht. Siempre que algo explotaba, los dañados, los que se caían, eran siempre personas distintas a Trünicht. Aunque fue él quien llamó a la tormenta, siempre estaba acurrucado en algún lugar seguro para cuando llegaba. Entonces, cuando el cielo clareaba, salía de nuevo.

Cada vez que había una crisis, parecía ser el último hombre en pie sin haber levantado un dedo, y sin que se le pusiera un dedo encima. Yang se estremeció. Nunca había temido ser asesinado. Nunca se había acobardado ante fuerzas enemigas varias veces más grandes que la suya. Pero ahora, a plena luz del día y con el sol brillando, Yang se sintió invadido por una sensación de terror profundamente arraigada.

Trünicht volvió a hablar con Yang, con una sonrisa perfectamente controlada que no tenía ni un ápice de sinceridad.

«Almirante Yang, la multitud le llama. ¿No puede darles lo que quieren?»

Las olas de adulación se hincharon por todo Yang. Mecánicamente, Yang saludaba a estas personas que no podían dejar de alabar su imagen virtual.

Tal vez esta vez estaba sobreestimando a Trünicht. A Yang le hubiera gustado pensar eso. Aún así, le pareció que si se escabullía, sería sólo un escape temporal. Yang había ido y olía a una rata. Su hedor había invadido la atmósfera y se estaba volviendo tan espeso que apenas podía respirar.

V

Cuando Yang regresó a su casa, se dirigió al baño y se lavó las manos repetidamente con desinfectante. Al tratar de lavar la suciedad de haberle tomado la mano a Trünicht, la mentalidad de Yang en ese punto no era diferente a la de un niño.

Mientras Yang estaba encerrado en el baño, Julian se ocupaba de un invitado no deseado en el vestíbulo, un editor de adquisiciones de alguna editorial que había venido a sugerir que Yang escribiera sus memorias.

«Estamos planeando una primera impresión de cinco millones de copias», dijo.

Si Yang fuera el tipo de historiador de variedades de jardín que quería ser, cualquier libro que publicara no se movería ni una milésima parte de ese número.

«El almirante no acepta huéspedes por asuntos privados en su residencia oficial. Por favor, déjelo en paz.»

Julian alejó al editor con apelaciones a la formalidad, aunque la pistola en la cadera del chico podría haber sido más persuasiva que su actitud resuelta. Aunque le dolió mucho hacerlo, el editor finalmente se rindió.

Julian volvió a la sala y preparó un poco de té. Yang salió del baño. La razón por la que soplaba en el dorso de sus manos era que había frotado demasiado fuerte y la piel le ardía

Yang puso brandy, y Julian leche en sus respectivos tes y bebieron . Ambos estaban extrañamente callados hoy, y por un momento el único sonido que llenaba la habitación era el de un reloj antiguo contando los segundos.

Los dos terminaron sus primeras tazas casi al mismo tiempo. Cuando Julián comenzó a servir las recargas, Yang finalmente abrió la boca.

«Hoy era peligroso estar ahí fuera», dijo.

¿Algo casi le hace daño? preguntó el chico. Lleno de sorpresa y un poco de nerviosismo, miró fijamente a su guardián.

«No, no fue eso», dijo Yang, disipando la ansiedad del chico. Volvió a hablar mientras daba vueltas a su taza de té vacía. «Cuando estaba con Trünicht, me sentía cada vez más asqueado, y entonces algo me golpeó de repente. Era como, ¿qué vale la democracia cuando le da autoridad legal a un hombre como ese? ¿Y qué vale la gente cuando sigue apoyándolo?»

Exhaló suavemente.

«Y entonces volví en mí y me sentí aterrorizado. Porque estaría dispuesto a apostar que hace mucho tiempo, Rudolf von Goldenbaum y más recientemente, ese grupo que dio el golpe, pensaron exactamente lo mismo y llegaron exactamente a la misma conclusión: Sólo yo puedo detener esto. Es completamente paradójico, pero lo que convirtió a Rudolf en un cruel dictador fue su sentido de responsabilidad y deber hacia toda la raza humana.»

Cuando las palabras de Yang se disiparon en el aire, Julian, con cara de pensativo, le preguntó: «¿El Presidente Trünicht siente esa clase de responsabilidad y deber?»

«Bueno, no sé nada de él.»

Yang no tenía ganas de hablar directamente sobre la extraña sensación de terror que había sentido hacia el hombre. Eso no haría más que preocupar al chico aún más. Voy a guardar esto en mis propios pensamientos por un tiempo.

Tal vez Trünicht era para la sociedad lo que una célula cancerosa podría ser para el cuerpo: consumir la nutrición de las células sanas para que sólo ellas se multipliquen, crezcan más y más, y al final maten a su huésped. Trünicht se agitaba por la guerra un día, insistía en la democracia al día siguiente, y aumentaba constantemente su poder e influencia mientras nunca se responsabilizaba de nada de lo que decía. Por lo tanto, cuanto más fuerte se hiciera, más débil se volvería la sociedad, hasta que finalmente la consumiría. Y entonces esos Terraistas que lo protegieron…

«Almirante… ?»

Julian lo miraba con una mirada preocupada en su cara. «¿Pasa algo malo?»

Reflexivamente, Yang dio la respuesta que todo el mundo dio en tales situaciones, la respuesta que nunca ayudó en absoluto: «No, no es nada».

En ese momento, el visifono de la habitación de al lado empezó a sonar.

Julian se levantó y fue a atenderlo. Yang, observándolo mientras se iba, rápidamente bebió su segunda taza de té, ahora tibio, y derramó brandy hasta el borde de su taza de té.

Justo cuando estaba poniendo la botella sobre la mesa, Julian volvió corriendo a la sala de estar.

«¡Almirante, venga rápido! Es el Contralmirante Murai en el Cuartel General de Operaciones Conjuntas…»

Mientras se llevaba la copa a la boca, Yang dijo en un tono de voz servil: «¿Por qué estás molesto? No hay nada en este mundo que valga la pena correr y gritar.» Las palabras sonaban vagamente a algo que un filósofo podría decir. Cuando Julián disparó un «pero» a su manera como vanguardia de una objeción, Yang rápidamente asumió la mirada de alguien sumido en sus pensamientos.

«Excelencia, ¿conoce al Almirante Merkatz?»

«Es un famoso almirante de la Armada Imperial. No tan elegante y grandioso como el Marqués Lohengramm, pero tiene edad y experiencia, y ninguna debilidad real. Y cae bien a la gente. ¿Qué pasa con él?”

«Bueno, ese famoso almirante de la Armada Imperial» -la voz de Julián empezaba a sonar estridente- «quiere desertar». ¡Quiere tu ayuda para desertar del imperio!

Ha habido un comunicado del Almirante Cazellnu diciendo que acaba de llegar a Iserlohn».

Yang había sido traicionado instantáneamente por su propia filosofía. Se levantó con prisa y golpeó su pierna con fuerza contra la pata de la mesa.

VI

Cuando el almirante Merkatz llegó a la fortaleza de Iserlohn, fue recibido por Cazellnu, que era el comandante en funciones mientras Yang estaba fuera. Después de que se le pidiera a Merkatz que entregara las armas que llevaba, su ayudante Schneider gritó con furia apenas disimulada: «¿Qué has dicho?». Eso es insultante! Su Excelencia el Almirante Merkatz no es un prisionero de guerra. Ha desertado por voluntad propia. El decoro apropiado exige que sea tratado como un invitado. ¿O es que el decoro no existe en la Alianza de los Planetas Libres?»

Cazellnu reconoció que Schneider estaba en lo cierto, se disculpó, y mientras estaba entreteniendo a la gente de Merkatz como invitados, contactó con Yang, que estaba quedando en Heinessen.

Yang convocó una reunión de sus consejeros. El contralmirante Murai, que había oído la historia directamente de Cazellnu, dijo que era difícil de creer.

«Dígame», le dijo Yang a Murai, «¿tenía el Almirante Merkatz a su familia con él?»

«No, le pregunté al Almirante Cazellnu sobre eso yo mismo, y me dijo que su familia sigue en el imperio…»

¿»Lo hizo»? Es bueno escucharlo».

«No, señor, no lo es. Decir que su familia está en el imperio es lo mismo que decir que los ha dejado como rehenes, por así decirlo. ¿No es lo más natural, lo más obvio, que asumamos que ha venido aquí por razones no pacíficas?»

«No, no, no lo es. En primer lugar, si realmente quisiera engañarme, nunca diría que su familia sigue en el imperio. Probablemente aparecería con una familia falsa que también lo tendría bajo vigilancia. Algo así».

Yang se giró para mirar a uno de sus oficiales de personal “Señor Bagdash, eso es lo que alguien de inteligencia haría si tramase algo, ¿no?”

«Bueno, eso o algo similar», dijo el hombre que no había logrado matar a Yang, había cambiado de bando, y en algún punto del camino había terminado como subordinado de Yang. «El Almirante Merkatz es un guerrero hasta la médula. No tiene nada que ver con el espionaje o el sabotaje. Creo que podemos confiar en él…»

«¡Mucho más de lo que podemos confiar en ti!»

Bagdash frunció el ceño. «Eso va más allá de una simple broma, Comodoro Schenkopp.»

«¿Quién dice que estoy bromeando?» dijo Schenkopp con indiferencia.

Bagdash frunció el ceño.

Después de tomar los puntos de vista opuestos, Yang tomó su decisión. «Voy a confiar en el Almirante Merkatz. Y en la medida de mis posibilidades, voy a proteger sus derechos. Si un experimentado y condecorado almirante del imperio quiere que me ocupe de él, no puedo decepcionarlo».

«¿Estás decidido a seguir adelante con esto?» preguntó Murai, con cara de disgusto.

«Soy débil contra la adulación».

Así que diciendo, Yang tenía establecido un canal directo abierto entre Heinessen e Iserlohn.

Cuando terminó de hablar con Cazellnu, un hombre de aspecto robusto que rondaría los sesenta años, apareció en la pantalla. Yang se puso de pie y le dio un saludo cortés.

«Almirante Merkatz, supongo. Me llamo Yang Wen-li. Estoy encantado de conocerle».

Merkatz entrecerró los ojos mientras miraba a un joven de pelo oscuro que no parecía en absoluto una criatura del ejército. Si hubiera tenido un hijo, ¿hubiera tenido su edad?

Merkatz habló: «Este superviviente de la derrota está bajo su poder, Excelencia. Dejo todo lo relacionado con mi disposición en sus manos. Sólo le pido que muestre indulgencia con mis subordinados».

«Parece que tienes algunos buenos».

Al captar la mirada de Yang, Schneider se sentó derecho en la esquina de la pantalla.

«En cualquier caso, estoy de acuerdo en cuidar de ti. No tienes nada que temer.»

Algo en la forma de hablar de Yang hizo que Merkatz quisiera confiar en él. El almirante desertor se dio cuenta de que el consejo de su ayudante había dado en el clavo.

Al mismo tiempo que Yang se reunía con Merkatz por primera vez, varios políticos se reunían en la residencia de Trünicht en Heinessen: Negroponte, Capran, Bonet, Doumeck, y Islands, todos ellos líderes de la facción de Trünicht.

La discusión de ese día tenía que ver con un enemigo que los amenazaba. Por «enemigo» no se referían al Imperio Galáctico o a las fuerzas domésticas del militarismo, sino a un joven llamado Yang Wen-li.

Alguna vez, el objetivo de estos jóvenes políticos había sido adquirir poder político con Trünicht como su líder. Hoy en día, sin embargo, el objetivo se ha desplazado a mantener su poder político tan duramente ganado. Para ello, había que eliminar a otros que pudieran quitarles ese poder. Hasta ahora, habían estado en guardia contra Jessica Edwards, la líder del movimiento antiguerra, pero había sido brutalmente asesinada por la facción golpista en el estadio. Su enemigo les había hecho el favor de matar a su enemigo.

Su jefe puso un vaso de whisky mezclado con agua en la mesa y dijo: «Como esta vez fue un conflicto interno, podemos darle una medalla al Almirante Yang y terminar con esto». La próxima vez que tenga un éxito militar, no tendremos más remedio que ascenderlo de nuevo».

«¿ Mariscal, recién cumplidos los treinta?» Los labios de Capran se retorcieron en una sonrisa.

Un famoso almirante invicto, joven, y encima, soltero. No hay duda de que sería elegido por un amplio margen».

«Sería elegido, pero el problema después de eso sería su perspicacia política. Después de todo, un gran general en el campo de batalla no se traduce necesariamente en un pura sangre en la esfera política.»

«Aún así, la gente se reunirá a su alrededor, atraída por su fama. Gente sin ideales, sólo con hambre de poder. Una vez que eso ocurra, será una fuerza a tener en cuenta. En términos de cantidad de apoyo, si no de calidad.»

Su jefe no les dijo esto de ninguna manera como resultado de haber reflexionado seriamente sobre el propio gobierno de este grupo. Aquellos que escucharon no encontraron eso de ninguna manera extraño, tampoco. Para ellos, la justicia era lo que protegía su privilegio, y ese tipo de pensamiento era el punto de partida común de todas sus ideas.

«¿Sabes lo que les dijo a todos sus oficiales y soldados justo antes de la Batalla de Doria? Que la supervivencia del estado era insignificante comparada con la libertad y los derechos individuales. Creo que eso era inexcusable.»

«Es una idea peligrosa», acordó Doumeck, inclinándose hacia adelante. «Sigue eso hasta su conclusión lógica, y significa que mientras se protejan las libertades y los derechos individuales, le parecería bien que la alianza se desmoronara y fuera reemplazada por el imperio. No puedo evitar sentir una pequeña duda sobre su lealtad a la patria.»

«Y eso es material que debemos recordar. A medida que las cosas se desarrollan, más está destinado a salir a la luz.»

Yang, que ya había oído este tipo de conversación antes, no tenía intención de convertirse en político; si se retiraba del servicio activo, viviría de su pensión mientras se convertía en un historiador aficionado. Pero aunque les dijera eso claramente, no le creerían; todo lo que harían sería sonreírle con sarcasmo. Ya que se usaban a sí mismos como patrón, no creían que existiera una persona que no ansiara el poder.

El mismo Trünicht habló por primera vez. «La alianza necesita las habilidades del Almirante Yang. Después de todo, tenemos otro enemigo: el Imperio Galáctico. Aún así, le hace bien a un hombre fallar en algo de vez en cuando, siempre y cuando no sea algo crítico». Ambas esquinas de la boca de Trünicht se giraron hacia arriba, formando una sonrisa teatral en forma de luna creciente. «Aún así, no hay necesidad de entrar en pánico de ninguna manera. No dejes que te afecte. Esperemos un poco y veamos cómo se desarrollan las cosas.»

Todos los presentes asintieron con la cabeza, y el tema se trasladó a un par de cantantes femeninas que últimamente habían dividido el apoyo de los amantes de la música de Heinessen.

En cuanto a Trünicht, estaba pensando en Yang Wen-li, y la charla del grupo entró por un oído y salió por el otro. Una vez, cuando había estado dando un discurso, ese joven había sido el único entre la multitud que permaneció en su asiento cuando llegó el momento de que el público se pusiera de pie. Incluso cuando había estrechado su mano en la ceremonia de la victoria, no se había abierto. En sus talentos, en su composición psicológica, en todos los sentidos, era un hombre de peligros ocultos. No había necesidad de entrar en pánico, pero eventualmente se tendría que tomar una decisión: ¿hacerlo retroceder en la fila o eliminarlo? Si dependiera de Trünicht, elegiría lo primero. Así tendría un poderoso aliado, igual que los Terraistas que le ayudaron cuando necesitó esconderse. No como esos perros falderos que tiene delante de él ahora…

Para que eso ocurriera, tendría que usar una pequeña pero… generosa estrategia.

VII

Año imperial 488, octubre.

Reinhard von Lohengramm fue nombrado duque, y asumió el cargo de primer ministro imperial. El título que ya había ganado de comandante supremo de la Armada Imperial permaneció en sus manos, sin cambios. Así, el joven de pelo dorado monopolizó los dos grandes poderes del gobierno civil y el militar.

Fue aquí donde el sistema de autocracia de Lohengramm se hizo realidad. El Kaiser de seis años, Erwin Josef II, era la marioneta de un jefe vasallo que llevaba las riendas del poder real, un estado que no había cambiado desde el año anterior. La única diferencia era que el número de cuerdas se había reducido de dos a una.

Gerlach, que había servido como viceprimer ministro bajo el mandato de Lichtenlade, logró salvar su vida y la de su familia al renunciar voluntariamente a su cargo y aceptar el arresto domiciliario. Aquellos que habían apoyado al Duque Reinhard von Lohengramm también recibieron nuevos puestos.

Reuentahl, Mittermeier y Oberstein fueron ascendidos al rango de alto almirante, mientras que Kempf, Wittenfeld, WArlen, Lutz, Mecklinger, Müller, Kessler y Fahrenheit (que se habían rendido y aceptado ser subordinado del nuevo Duque), fueron nombrados almirantes de pleno derecho.

Al difunto Siegfried Kircheis se le concedió el rango de mariscal imperial, que se añadió a los títulos que había tenido a lo largo de su vida: ministro de Asuntos Militares, director del Cuartel General de Mando, comandante en jefe de la Armada Espacial Imperial. Además, se le concedieron otros dos títulos: comandante supremo interino de las Fuerzas Armadas Imperiales y consejero especial del primer ministro imperial. No importaba cuántos honores mundanos le concediera, Reinhard sentía que era imposible recompensar a su amigo pelirrojo en su totalidad. Sin embargo, el epitafio que eligió para la tumba de Kircheis fue la propia simplicidad:

Mi amigo Eso fue todo.

Annerose se mudó a la villa de la montaña en Freuden donde ella y los chicos habían pasado sus vacaciones.

Yang Wen-li, por otro lado, siguió siendo almirante. Si el enemigo que había derrotado era el Imperio Galáctico, y si otros mariscales en servicio activo hubieran estado al servicio, Yang seguramente habría recibido el rango de mariscal. Sin embargo, el director del Cuartel General Operativo Conjunto y el comandante en jefe de la armada espacial eran ambos almirantes, por lo que no sería conveniente dar un rango más alto a un líder de las fuerzas de combate que tenía que responder ante ambos, así lo explicó el gobierno. Para Yang, no importaba en absoluto.

Lo que Yang recibió fue un número de ostentosas medallas: Luchador por la libertad de Primera Clase, Gloria de la República, el Premio Conmemorativo Heinessen por Servicio Militar Sobresaliente, y más. Cuando llegó a casa, Yang notó que las cajitas en las que venían las medallas eran del tamaño justo, así que las usó para guardar barras de jabón y tiró las medallas mismas en una esquina de su casillero. Julian supuso que la única razón por la que no las tiró era que planeaba venderlas a un anticuario y usar el dinero para comprar libros de historia y licor.

Lo que a Yang le había alegrado más que las medallas era que había conseguido que Merkatz tuviera el estatus de «almirante invitado», lo que significaba que iba a ser tratado como vicealmirante. También lo había nombrado «consejero especial del comandante de la fortaleza de Iserlohn». Con el tiempo, estaba seguro de que se convertiría en almirante oficialmente, y tener la experiencia de Merkatz en la lucha contra los enemigos en primer plano, así como su prudencia en el trato con los aliados en la popa, seguramente sería de gran ayuda para Yang. Particularmente porque una gran batalla contra el Duque Lohengramm del imperio podría venir tan pronto como el próximo año.

Los subordinados de Yang también fueron enterrados bajo montañas de medallas y cartas de agradecimiento, pero como el propio Yang no fue ascendido, sus filas también se mantuvieron igual… con una excepción. Debido a sus logros en la batalla para liberar Shanpool, Schenkopp fue ascendido a contralmirante. Esto se debió a que los residentes de Shanpool lo habían exigido fuertemente, se explicó, pero al haber sólo una promoción, apareció una grieta en la unidad de la Flota Yang, y una teoría incluso afirmó que la promoción había sido ordenada por despecho por el Almirante Dawson, director en funciones del Cuartel General Operativo Conjunto. El Almirante Cubresly había sido dado de alta del hospital y volvería al servicio activo pronto, así que este era el último acto del Almirante Dawson como director en funciones.

También, aunque ciertamente no tenía nada que ver con los oficiales de alto rango, la equivalencia militar de Julian fue cambiada de soldado raso a sargento. Ahora era un oficial subalterno. Se decía que el presidente Trünicht había hablado bien de él, pero independientemente de cómo Julian hubiera llegado allí, esto significaba que ahora tenía la cualificación necesaria para luchar en naves de combate como los espartanos. Para Yang, esto significaba que la decisión de honrar o no el deseo del chico de alistarse se le estaba acercando.

Además, el Capitán Bay fue ascendido a contralmirante y fue nombrado jefe de seguridad de Trünicht. Aunque al principio se creía que había participado en el golpe de estado, de hecho había informado al presidente del consejo del complot, y en reconocimiento de haber ayudado al jefe de estado a escapar, no sólo se le perdonó sino que se le dio una posición completamente nueva.

También fue durante este período que un comerciante de Phezzan llamado Boris Konev llegó a Heinessen y tomó un trabajo en la oficina del comisario …

En un planeta fronterizo a varios miles de años luz de distancia de la capital imperial de Odín, se celebraba una reunión en un viejo edificio de piedra en un rincón apartado de una desolada región montañosa.

Después de escuchar lo que los hombres de túnicas negras tenían que decir, un anciano que también vestía de negro dijo con voz seca, «No es que no entienda sus quejas. En la reciente lucha, Rubinsky no fue necesariamente eficiente. Eso es ciertamente cierto».

«No es sólo eso, Su Santidad. Es más bien la falta de pasión que engendra. Todo lo que puedo pensar es que ha olvidado nuestro objetivo y ha ido corriendo tras sus propios intereses. «Otros dos o tres años. Otros dos o tres años». Eso es todo lo que dice.»

Llena de indignación, una voz relativamente más joven respondió: «No te impacientes. Hemos esperado ochocientos años, otros dos o tres no significan nada. Por ahora, démos tiempo a Rubinsky. Si ha abandonado a la Madre Tierra, el próximo viaje que haga será a la tumba».

El Gran Obispo miró fijamente el horizonte occidental más allá de la ventana. Un brillante disco de color naranja teñía la tierra y el cielo con brillantes colores nocturnos. El sol no mostraba el más mínimo signo de envejecer, pero ¿qué pasa con la Tierra? Aunque alabado en canciones por traer vida al universo, era simplemente el retoño geriátrico y tembloroso de ese brillante sol ahora.

Los árboles se habían marchitado, el suelo había perdido sus nutrientes, y los pájaros y los peces prácticamente habían desaparecido del cielo y del mar. Y después de contaminar y destruir el mundo que era su madre, la raza humana había abandonado este planeta, corriendo apresuradamente a sus tontas matanzas entre las estrellas.

Sin embargo, eso sólo duraría un poco más. La patria de la humanidad sería revivida, y una vez más, la historia volvería a ser escrita desde la tierra . Los últimos ocho siglos de historia descabellada, la historia de ese período en el que la humanidad había abandonado la Tierra, tenía que ser borrada.

No era como si no hubiera habido ningún progreso en ese frente. Después de todo, el líder de una de las dos grandes potencias había caído bajo su hechizo. Eventualmente, el otro seguramente también lo haría. Bajo la piel seca y marchita del Gran Obispo, una certeza ardiente estaba creciendo.

Ese año, el 797 de la era espacial; el año galáctico 488, fue un año inusual, en el que las llamas de la guerra no ardían entre los dos poderes que dividían a la humanidad. Ambas habían gastado grandes energías en guerras civiles y sus resoluciones, pero a diferencia de años anteriores, no habían podido lanzarse expediciones militares a gran escala la una a la otra.

Ambas guerras civiles habían producido vencedores, pero si esos vencedores estaban satisfechos con sus victorias era otra cosa. A medida que uno ganaba algo enorme mientras perdía algo valioso, el otro aumentaba en aliados mientras que el peligro por la espalda también aumentaba.

En cualquier caso, en tiempos como estos, la tranquilidad de un año no garantizaba la paz para el siguiente. El Imperio Galáctico y la Alianza de los Planetas Libres, y sus respectivos pueblos, sintieron que este año de tregua no declarada era sólo una promesa de más guerra en el próximo año y no podían evitar sentirse más inquietos en lugar de menos.

Ese año, Reinhard von Lohengramm tenía veintiún años, y Yang Wen-li treinta. Ambos todavía tenían más futuro en sus vidas que pasado.

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